1012 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 6 de julio del 2025

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Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos invita a pedir al Padre para poder a adorar (VIII) 

 
“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10, RV 1960)
           
Es una realidad ineludible que el tema de la adoración cristiana apasiona a la mayoría de los creyentes en Cristo. Son muchos los que abrazan este privilegio que nos concede Dios en Cristo procurando satisfacer necesidades intrínsecas de sus almas. La necesidad más importante de todas: estar en comunión con Dios para intimar con Él.

No obstante, pocas veces nos detenemos a analizar este tema con el propósito de encontrar respuestas a preguntas medulares tales como: ¿qué es la adoración?; ¿cuáles son las definiciones que encontramos en la Biblia para este concepto?; ¿cómo podemos acercarnos a estas? Las respuestas para estas preguntas forman parte del corazón de la batería de reflexiones que comenzamos a compartir hoy.

El encuentro y el diálogo que nuestro Señor sostiene con la mujer samaritana (Jn 4:1-42) nos ofrecen varios acercamientos a este tema. Tal y como hemos visto en reflexiones anteriores, el capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan nos ofrece la oportunidad de acercarnos a este tema y hacerlo de la mano de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

El análisis de la adoración puede ser desarrollado desde la perspectiva técnica, lingüística y literaria de la Biblia, así como de otras disciplinas del saber. Ya hemos adelantado algunas pinceladas acerca de este enfoque en reflexiones anteriores y señalamos que tendremos que regresar a este enfoque un poco más adelante. Otra manera de hacerlo es el análisis de aquellos pasajes bíblicos que se acercan a este tema para extraer de ellos los enfoques y los acercamientos que hicieron sus escritores de este.

De entrada, sabemos que el Evangelio de Juan es una pieza central en el análisis del tema de la adoración.

Hace algún tiempo tuvimos la oportunidad de leer un ensayo acerca de la centralidad de la adoración en el Evangelio que hemos mencionado, escrito por una teóloga australiana llamada Dorothy Ann Lee. El título de su ensayo es el siguiente: “In the Spirit of truth: worship and prayer in the Gospel of John, and the early father’s.”[1] A continuación, una cita directa de esta publicación académica:

“El Evangelio de Juan tuvo un poderoso impacto en la Iglesia de los primeros siglos, no solo en su comprensión teológica de Dios, sino también en su convicción de la centralidad de la adoración. En el Cuarto Evangelio, la adoración es posible a través del Espíritu que da a luz a los creyentes, haciéndolos hijos de Dios y partícipes de la propia filiación de Jesús. El Jesús joánico, por medio del Espíritu, se convierte tanto en el lugar como en el objeto de adoración, la fuente de la adoración, así como del verdadero adorador. Esta comprensión es la fuente fundamental de la afirmación del Credo de Nicea de que las tres Personas de la Trinidad deben ser adoradas y glorificadas.”[2] (Traducción libre)

Repasemos lo que esta especialista en teología nos dice aquí. El Evangelio de Juan afirma que la adoración cristiana sólo es posible mediante la intervención del Espíritu Santo. Y esto es así porque es el Espíritu el que facilita que podamos recibir a Cristo como Señor y Salvador a través de la sangre derramada por Cristo en el calvario (Jn 16:7-8). Este sacrificio nos convierte en hijos de Dios (Jn 1:12-13) y en partícipes de la misma filiación con Cristo (Jn 1:1-13). Esta es una de las razones por la que Pablo afirma lo siguiente en sus cartas a los Romanos y a la iglesia en Éfeso:

“17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Rom 8:17)

“4 leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, 5 misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: 6 que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio,”
(Efe 3:4-6)

Hemos ennegrecido la frase paulina “revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu.”

A renglón seguido, la Dra. Lee demuestra en este ensayo las razones y los testimonios que comprueban por qué es que la Iglesia de los primeros siglos afirmaba que este Evangelio impactó su “comprensión teológica de Dios” y les desarrolló la “convicción de la centralidad de la adoración” que este comunica. O sea, que la perspectiva teológica que provee el Cuarto Evangelio trasciende la cristología que este ofrece y nos permite ver el desarrollo de las dimensiones cristológicas pneumatológicas (del Espíritu Santo) que posee la adoración. Veamos como ella lo resume:

“Es cierto que las cuestiones doctrinales más explícitas tienden a dominar la trayectoria entre los estudios teológicos joánicos y la patrística[3]. Sin embargo, para un texto que tuvo un impacto cada vez mayor en el desarrollo teológico de la Iglesia de los primeros siglos, es tan necesario rastrear la comprensión joánica del culto como comprender su Cristología. De hecho, ambas están estrechamente vinculadas. La adoración en el Cuarto Evangelio tiene una dimensión cristológica y teológica, sustentada en ambos casos por la comprensión del Espíritu que tiene el cuarto evangelista.”[4]

Esta exégeta bíblica nos dice en pocas palabras que la adoración es uno de los ejes centrales del Evangelio que hemos estado analizando durante los pasados cinco (5) meses. Pero ella dice mucho más. Ella plantea que los primeros capítulos de este Evangelio indican que el Jesús que Juan describe es mucho más que Aquél que es digno de la adoración. Ella afirma que este Evangelio postula que Jesucristo es el lugar de la adoración. Veamos un ejemplo textual de esto:

“14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1:14)

Este lenguaje juanino o joánico describe a nuestro Señor con conceptos extraídos del Tabernáculo en el que el pueblo de Israel adoraba cuando estaba en el desierto[5]. Como hemos visto en reflexiones anteriores, este verso dice que Cristo se “tabernaculizó” (“skēnoō”, G4637), se convirtió en el Tabernáculo en el que debemos adorar. Y no solo esto. El verso bíblico dice que el proceso de hacerse tabernáculo (habitar) entre nosotros permitió que pudiéramos ver su gloria.

Esa gloria (“doxa”, G1391) significa honor, dignidad, honor, alabanza, resplandor, adoración. La Biblia dice que los ángeles del cielo pueden poseer algo de esto (Apo 18:1), pero la de Cristo es inigualable. Es más, la Biblia dice que los ángeles la rinden a los pies del Cordero que fue inmolado.

“11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, 12 que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. 13 Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. 14 Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.”  
 (Apo 5:11-14)

La Biblia dice que el Padre puso la oportunidad para conocer esa gloria en el rostro de Jesucristo: Aquél que se hizo templo para que nosotros pudiéramos adorar en Él.

“6 Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Cor 4:6)

Entonces, podemos afirmar que la razón primordial de la adoración es que podamos contemplar la gloria de Dios, la hermosura de la santidad de Dios, al mismo tiempo que nos rendimos ante Él.

El salmista hablaba acerca de ese día que describe Juan cuando dijo lo siguiente:

“3 Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, En la hermosura de la santidad. Desde el seno de la aurora Tienes tú el rocío de tu juventud. 4 Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec.” (Sal 110:2-3)

Los creyentes en Cristo sabemos que nuestro Señor es ese sacerdote que nunca muere, que es para siempre y que es según el orden de Melquisedec (Heb 7:20-22). También sabemos que la invitación que hace la Palabra Santa siempre ha sido esa: poder entrar al santuario, a contemplar la hermosura de la gloria de la magnificencia del Eterno.
 
“4 Generación a generación celebrará tus obras, Y anunciará tus poderosos hechos. 5 En la hermosura de la gloria de tu magnificencia, Y en tus hechos maravillosos meditaré.” (Sal 145:4-5)

Recordemos que el pueblo de Israel anhelaba entrar al tabernáculo construido por Moisés, o al templo edificado por Salomón, que luego fue reedificado por Esdras y Nehemías para poder adorar. Ya hemos visto que la Biblia afirma que ellos hacían peregrinaciones para satisfacer esta necesidad (Jn 12:20; Hch 8:27; 24:11). En cambio, la perspectiva de Juan en su Evangelio es que los creyentes en Cristo adoramos a Cristo en Cristo nuestro Señor y Salvador. Esto es, sin que importe el lugar físico en el que lo hacemos.

Un dato extraordinario es que mientras Juan nos dice que Jesucristo se convirtió en el templo, el escritor de la Carta a los Hebreos nos dice que Cristo es también el sumo sacerdote. Es en este contexto que somos invitados a entrar al santuario no hecho de manos (Heb 9:11-15).

El llamado bíblico siempre ha sido ese: pedirle (“shâʼal”, H7592) al Padre que nos permita estar constantemente en ese tabernáculo porque en ese lugar recibimos una protección inigualable cuando llegan los días en que somos confrontados con las tribulaciones y los ataques del mal.

“4 Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. 5 Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; Me ocultará en lo reservado de su morada; Sobre una roca me pondrá en alto.” (Sal 27:4-5)

Repetimos que es obvio que la adoración es para Cristo, pero es igualmente esencial comprender que es en Él que debemos adorar. Una vez más: estar en Cristo, estar en Aquél que se hizo tabernáculo, templo, por nosotros, es un elemento esencial de nuestra fe como creyentes en Cristo.

¿Usted se ha preguntado alguna vez por qué es que la idolatría es el pecado (perdonable) más grande que aparece descrito en la mayoría de los libros de la Biblia?

“24 Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, 25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.”  (Rom 1:24-25)

La razón de esto es que la idolatría nos conmina a estar fuera de Cristo. Estar en Cristo es el antídoto contra este pecado. Lo que Pablo afirma en el pasaje citado anteriormente es que esto fue lo Adán y Eva hicieron en el Edén cuando decidieron dejar de estar rendidos ante el Creador para rendirse ante una creación (Rom 1:21-25). En este contexto podemos definir la idolatría como ir a adorar en otro tabernáculo. El más aberrante de todos: el de nuestra autosuficiencia. El Profesor Alfred Wayne Eaton decía que el pecado nos conmina a convertirnos en actores independientes de Dios: en seres autosuficientes.

Tenemos que señalar que Juan describe la meta que persigue con estos enfoques Cristológicos inmersos en el Espíritu de Dios (pneumatológicos). La meta del Cuarto Evangelio es la siguiente:

“31 Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.”  (Jn 20:31)

Es muy importante señalar que el tema de estar en Cristo es tan importante que es uno recurrente en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, leemos en las cartas paulinas que el propósito eterno de Dios es en Cristo (Efe 3:11). También dice que somos nuevas criaturas si estamos en Cristo (2 Cor 5:17). Ella dice que esa nueva creación es en Cristo Jesús (Efe 2:10). También dice que el mensaje de la reconciliación que hemos sido enviados a predicar dice que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados (2 Cor 5:19). La Biblia dice que esto es así porque Dios nos perdonó en Cristo (Efe 4:32). El amor de Dios del que no nos pueden separar requiere estar en Cristo Jesús (Rom 8:39). La Biblia dice que las iglesias de Dios son aquellas que están en Cristo (1 Tes 2:14). Los santos que Pablo saluda están en Cristo (Fil 1:1; 4:21). La meta del supremo llamamiento es para aquellos que están en Cristo Jesús (Fil 3:14). Pablo señala que su anhelo es ser hallado en Cristo y no en su propia justicia (Fil 3:9).

La bendición de Abraham que alcanza a los gentiles (nosotros) es para los que están en Cristo (Gál 3:14). La Biblia dice que nosotros somos justificados en Cristo (Gál 2:17). Las puertas que se nos abren son en Cristo (2 Cor 2:12); es Él el que las abre. Nuestro triunfo es en Cristo (2 Cor 2:14); en el desfile victorioso de Él. Es en Cristo que somos confirmados y es en Él que Dios nos unge (2 Cor 1:21); pertenecemos a Cristo. Además, es en Cristo que todos seremos vivificados (1 Cor 15:22).

La Biblia dice que Dios reunió todas las cosas en Cristo (Efe 1:10); poner todas las cosas bajo su autoridad. La Biblia dice que nuestra unidad como creyentes es en Cristo (Rom 12:5; Gál 3:28); somos uno en Él. Ella dice que las bendiciones espirituales de los lugares celestiales son en Cristo (Efe 1:3). También dice que para que los creyentes seamos transformados en alabanza de la gloria de Dios tenemos que saber esperar en Cristo (Efe 1:12). La consolación que ha sido prometida es en Cristo (Fil 2:1) La promesa de que todo lo podemos está condicionada a estar en Cristo (Fil 4:13). La promesa de la paz que sobrepasa todo en entendimiento es para aquellos cuyos pensamientos están en Cristo Jesús (Fil 4:7). La promesa de la resurrección de entre los muertos es para los que están en Cristo Jesús (1Tes 4:16).

Otro testimonio inequívoco de esto son las cartas pastorales que encontramos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, el pensamiento paulino tiene que haber sido impactado por estos principios teológicos. Es por esto que Pablo dice que la gracia del Señor es la gracia que es en Cristo (2 Tim 2:1). La Biblia dice que esa gracia fue dada antes de los tiempos de los siglos en Cristo Jesús (2 Tim 1:9). La promesa de la vida que recibimos es la de la vida en Cristo (2 Tim 1:1). Es por esto que la salvación no es por la fe de Cristo sino la fe en Cristo (2 Tim 3:15)[6]. Es de esta manera que hace sentido que se afirme que los diáconos que son invitados a servir ganan un grado honroso y mucha confianza en la fe que es en Cristo (1 Tim 3:13). La Biblia dice en esas cartas que la salvación no se obtiene de Cristo sino en Cristo (2 Tim 2:10). También afirma que la vida piadosa que agrada a Dios se vive en Cristo (en unión con) (2 Tim 3:12). Además, la Biblia nos aconseja retener el mensaje recibido en la fe y en el amor es en Cristo (2 Tim 1:13).

¿Alguna duda? Es muy interesante el dato de que todos estos versos bíblicos enfatizan por qué es que a nosotros se nos requiere estar en Cristo: en Aquél que por nosotros se hizo templo. Es muy interesante porque es en ese mismo escenario, el del Nuevo Testamento, se nos dice que Cristo tiene que ser formado en nosotros (Gál 4:19). Hacemos énfasis en que Pablo dice que esto último requiere dolores de parto. No debe quedar duda de esa meta: “20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;” (Gál 2:20a).

Podemos continuar ofreciendo evidencias bíblicas acerca de todo lo que hay en Cristo. No obstante, creemos que las que hemos ofrecido hasta aquí validan la necesidad de estar en el Amado. El principio juanino de Cristo como el lugar de la adoración, como el objeto de la adoración y como la razón de nuestra adoración cobra un sentido mucho más grande cuando reconocemos esto. La necesidad de adorar al Señor tiene que estar acompañada de la necesidad de adorar en Él. Es de esa relación que surgen todas las otras cosas.

Afirmamos lo que Cristo dijo: que la finalidad de esta adoración es poder recibir de Su gloria mientras le adoramos.

“22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. 24 Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.” (Jn 17:22-24)

Este pasaje bíblico dice que esa gloria provoca que seamos uno en Cristo. Este pasaje bíblico también dice que no tenemos que esperar a llegar al cielo para ver esa gloria. Jesucristo le pidió al Padre que pudiéramos verla donde Él está (“hopu eimi ego”): una frase conjugada en eterno presente. O sea, que los beneficios que provee la adoración son insondables e insuperables.

Ahora bien, ¿por qué a través de la adoración? El Profesor John Frame[7] parece contestar esta pregunta cuando afirma lo siguiente:

“La redención es el medio; la adoración es la meta. En cierto sentido, la adoración es el propósito de todo. Es el propósito de la historia, la meta de toda la historia cristiana. La adoración no es un segmento entre otros de la vida cristiana. La adoración es la vida cristiana en su totalidad, vista como una ofrenda sacerdotal a Dios. Y cuando nos reunimos como iglesia, nuestro tiempo de adoración no es simplemente un preludio a algo más; más bien, es el propósito de nuestra existencia como el cuerpo de Cristo.” [8] (Traducción libre)

Es muy interesante que este teólogo calvinista critique que el calvinismo radical (“Hyper-Calvinism) se plantee no tener que hacer llamados a salvación o no tener que predicar para que las personas acepten a Cristo como su Salvador. Veamos cómo lo dice:

“He escuchado a calvinistas decir que nuestro objetivo en la predicación debería ser únicamente difundir la palabra, no lograr la conversión, ya que esa es la obra de Dios. El resultado suele ser una predicación que abarca el contenido bíblico, pero que, anti-bíblicamente, no exhorta a los pecadores a arrepentirse y creer. Seamos claros en este punto: el objetivo de la predicación evangelística es la conversión. Y el objetivo de toda predicación es su respuesta sincera de arrepentimiento y fe. El hipercalvinismo, en realidad, deshonra la soberanía, porque sugiere (1) que el esfuerzo humano vigoroso y dirigido a un objetivo niega la gracia soberana de Dios, y (2) que tal esfuerzo vigoroso no puede ser el medio elegido por Dios para llevar a la gente a la salvación. El propósito soberano de Dios es salvar a las personas mediante el testimonio de otras personas.”[9] (Traducción libre)

“En nuestras discusiones contemporáneas sobre el crecimiento de la iglesia, debemos recordar que, si bien la evangelización es obra de Dios, es importante preguntarnos qué medios humanos serán más efectivos. Dios obra mediante la predicación eficaz de su Palabra. En 1 Corintios 9, Pablo enumera muchas de las decisiones que ha tomado como misionero para que su predicación sea más efectiva. No duda en afirmar que mediante estos esfuerzos «gana» personas para Cristo (vv. 19-21) o incluso que, mediante sus esfuerzos, «salva» a algunos (v. 22). Muchos calvinistas se sentirían avergonzados de usar este lenguaje, que a primera vista parece restarle valor a la soberanía de Dios en la salvación. Pero dado que este lenguaje se encuentra en la Biblia, esta vergüenza deberá atribuirse al “Hyper- Calvinism”, más que al calvinismo genuino. Nunca deberíamos argumentar, por ejemplo, que, dado que Dios es quien persuade a los hombres de la verdad, nunca deberíamos buscar persuadir en nuestra predicación. O que siendo Dios quien llega al corazón, nunca debemos buscar en nuestro ministerio llegar al corazón de las personas.”  (Traducción libre)[10]
 
La base de este dato que el Dr. Frame subraya es que la Biblia dice que para poder aceptar que hay que estar en Cristo como el tabernáculo, se necesita haber escuchado el mensaje de salvación y haber sido invitado a estar en Él. Como dice el Apóstol Pablo: “16 Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Cor 9:15). Sólo así podemos gozar de la bendición de adorar ante su gloria eterna. ¡Hay que predicar exhortando a las personas a aceptar a Cristo como Señor y Salvador de sus almas!

Este principio es afirmado por todos los escritores del Nuevo Testamento. Veamos como lo dice Juan en su Primera Carta:

“1 Les anunciamos al que existe desde el principio, a quien hemos visto y oído. Lo vimos con nuestros propios ojos y lo tocamos con nuestras propias manos. Él es la Palabra de vida. 2 Él, quien es la vida misma, nos fue revelado, y nosotros lo vimos; y ahora testificamos y anunciamos a ustedes que él es la vida eterna. Estaba con el Padre, y luego nos fue revelado. 3 Les anunciamos lo que nosotros mismos hemos visto y oído, para que ustedes tengan comunión con nosotros; y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. 4 Escribimos estas cosas para que ustedes puedan participar plenamente de nuestra alegría.” (1 Jn 1:1-4, NTV)

La conclusión de esta reflexión es esta: el Evangelio de Juan describe la adoración como una función en la que interviene el Espíritu Santo para que podamos adorar a Cristo estando en Cristo.


 
[1] Lee, D. (2004). In the Spirit of Truth: Worship and Prayer in the Gospel of John and the Early Fathers. Vigiliae Christianae, 58(3), 277-297. https://doi.org/10.1163/1570072041718692).
[2] Op. cit., p.277.
[3] El estudio del pensamiento, las doctrinas y obras del cristianismo desarrollado por los Padres de la Iglesia en los primeros siglos de la era cristiana.
[4] Lee, D. (2004). In the Spirit of Truth:…Op.cit.
[5] Op. cit, p.282
[6] La Biblia dice que somos hijos por la fe en Cristo Jesús (Gál 3:26).
[7] https://www.theopedia.com/john-frame
[8] Frame, John (1996). Worship in Spirit and Truth: A Refreshing Study of the Principles and Practice of Biblical Worship, (p.11).
[9] Frame, John M.. Doctrine of God, The (A Theology of Lordship) (Kindle Locations 11050-11054). Kindle Edition.
[10] Frame, John M.. Systematic Theology: An Introduction to Christian Belief . P&R Publishing. Kindle Edition. (Loc 40213).






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