1011 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 29 de junio del 2025

1011 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 29 de junio del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos invita a pedir al Padre para poder a adorar (VII) 

 
“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10, RV 1960)
           
Las reflexiones más recientes han sido dedicadas al análisis del diálogo entre Jesucristo nuestro Señor y la mujer samaritana. Este diálogo nos ha provisto la oportunidad para examinar algunos de los conceptos que Jesús utiliza para describir aquello que el Padre busca: “verdaderos adoradores” (Jn 4:23).

Sabemos que no nos hemos detenido a examinar el concepto utilizado en este pasaje bíblico que es traducido como adoración. Tenemos la obligación de examinarlo y nos comprometemos a hacerlo en algunas de las próximas reflexiones que compartiremos aquí.

No obstante, a continuación, adelantamos algunos axiomas básicos sobre este tema que nos parecen importantes para el desarrollo de esta reflexión. En primer lugar, es obvio que Juan utiliza este capítulo para regalarnos una profunda exposición de lo que significa la adoración cristiana. De hecho, el concepto griego que él utiliza aquí es “proskunéō” (G4352). Este es el concepto griego que se usa con más frecuencia en el Nuevo Testamento para referirse a la adoración. Este puede ser traducido como adorar, postrarse, arrodillarse, hacer reverencia, inclinarse como acto de lealtad o consideración y/o caer a los pies de alguien o de algo.[1],[2]
 
Otros recursos para la investigación bíblica lo traducen como uno que probablemente es derivado del concepto griego “kuōn” (G2965) que significa perro. Esta es una de las razones por las que estos recursos señalan que este concepto significa besar, como un perro lame la mano de su amo. Añadimos a esto que en la Versión Reina-Valera este es traducido como “adorar” en 60 ocasiones.[3]
 
El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento señala que, en una época temprana, el uso de este concepto en la Grecia Antigua se trasladó del gesto externo a la actitud interna.[4] Dicho de otra forma, que los griegos concluyeron que la adoración tiene que trascender a la acción de postrarse delante de aquello o aquél que adoramos para convertirse en algo interno en el corazón del ser humano. La adoración genuina es aquella en la que el corazón es el que está postrado delante de Aquél que merece toda la honra y toda la gloria.

Este mismo Diccionario señala que la conversación de Jesús con la samaritana en los versos 20-24 del capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan, deja la impresión inicial de que “proskuneīn” es usado aquí en sentido figurado. Esto, debido a que Jesús señala que la adoración no trata acerca del lugar en el que se adora y sí de hacerlo en espíritu y en verdad.[5]
 
¿Qué significa esta expresión? Reconocemos que esta expresión, intensa hasta para ser interpretada, puede traer confusión a los lectores. A continuación, una cita que puede ayudar a aclarar las dudas comunes que provoca la expresión “espíritu y en verdad.”

“Las dos conclusiones principales a las que se llegó en este trabajo[6] fueron: (1) Dondequiera que la palabra «espíritu» no aparece marcada en el Evangelio de Juan, se refiere al Espíritu de Dios; y (2) «verdad» en este Evangelio se refiere principalmente a Dios mismo, aunque puede extenderse para incluir la revelación de Dios o una descripción de las personas que responden a dicha revelación. Si se aceptan estas dos conclusiones, la interpretación y traducción de «el Espíritu de verdad» (14:17; 15:26; 16:13) no es difícil. La expresión genitiva puede interpretarse como «el Espíritu que es la verdad (es decir, Dios mismo)» o «el Espíritu que revela la verdad (sobre Dios)». Cualquiera de estas soluciones es aceptable desde la perspectiva de la teología joánica, pero la función principal del Espíritu en el Evangelio de Juan es revelar y dar testimonio de la verdad (véase 16:13), por lo que es mejor interpretar esta frase en el segundo sentido.”[7] (Traducción libre)

Regresamos al análisis de las expresiones que realiza el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) acerca de que la adoración no trata acerca del lugar en el que se adora y sí de hacerlo en espíritu y en verdad. Este señalamiento se viste de mucha importancia toda vez que los judíos de la época en la que ocurre el diálogo que Juan describe, mantenían la costumbre de peregrinar a Jerusalén para adorar en la ciudad santa (Jn 12:20; Hch 8:27; 24:11). No cabe duda de que el lugar para adorar era muy importante para ellos. El Diccionario (Kittel) afirma que es que el “proskuneīn” puro, el acto de adoración concreto en términos de lugar y gesto, es elevado por Jesús a una nueva dimensión: «espíritu y verdad». En otras palabras, “una nueva realidad, en la que solo el Hijo nos introduce” (traducción libre).[8]

La Biblia dice que esta “nueva realidad” nos acompañará por toda la eternidad. Así lo afirma el libro de Apocalípsis. Este describe que el cielo está lleno de experiencias de adoración. De hecho, el Profesor Heinrich Greeven (teólogo alemán, 1906-1990),[9] quien es el escritor del artículo del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento que hemos citado aquí, señala lo siguiente acerca de la adoración:

“el Cuarto Evangelista se une a la divinidad del Apocalipsis, ante cuyos ojos la adoración celestial implica una “proskūnesis” constantemente repetida (Apo 4:10; 5:14; 7:11; 11:16; 19:4). En la tierra, también, quienes temen a Dios son “proskunoũntes” por un lado (Apo 11:1; 14:7), mientras que los adoradores del dragón y la bestia también son llamados “proskunoũntes” por el otro (Apocalipsis 13:4, 8, 12, 15; 14:9, 11; 16:2; 19:20; 20:4). Sin embargo, al final de los días, no solo todas las naciones vendrán y adorarán ante Dios (Apocalipsis 15:4), sino que quienes sirven a Satanás en Filadelfia también vendrán y adorarán ante el ángel de esa iglesia (Apo 3:9). [Además], la fuerza de la referencia a la “proskūnesis” real se aprecia en el rechazo reiterado de este gesto por parte del ángel intérprete (Apo 19:10; 22:8 ss.).”[10] (Traducción libre).

Estas descripciones exegéticas nos permiten arribar a algunas conclusiones. Una de estas es que todo lo creado termina adorando al Señor. O sea, que todo lo creado ha sido diseñado para adorar. Además, que los seres humanos tenemos la capacidad y la libertad para escoger a quién o a qué adoramos. Otra conclusión, es que Juan, como escritor del Evangelio que lleva su nombre, debió haber tenido presente todo lo que el Profesor Greeven señala en su artículo. Esto es, en el momento en el que redactaba el diálogo del capítulo cuatro (4) que estamos analizando aquí.
 
Por último, el Diccionario Kittel, como acostumbramos llamar esta fuente académica, afirma que la “proskūnesis” exige “una majestad visible ante la cual el adorador se inclina. El Hijo de Dios era visible para todos en la tierra (los Evangelios) y el Señor exaltado volverá a ser visible para los suyos cuando la fe dé paso a la vista (Apocalipsis)”.[11]

O sea, que la adoración verdadera exige la presencia de Aquél al que adoramos. Es por esto que la adoración cristiana es respuesta. Esto es, nosotros respondemos a la presencia de Dios en Cristo. Lo hacemos porque Él ya se ha hecho presente y es visible al alma de cada uno de aquellos que lo adoramos. Al mismo tiempo, la adoración cristiana también requiere que conozcamos “el don de Dios” y quién es el que nos habla (Jn 4:10).
 
Luego de este paréntesis muy necesario, procedemos a examinar una de las bendiciones que esta clase de adoración le provee a aquellos que adoran:

“…..tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:4c)

“14 mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (v.14).  
 
En primer lugar, debemos señalar que el tema del agua es manejado en el Evangelio de Juan desde el capítulo dos (2). En las bodas de Caná de Galilea el agua es convertida en vino (Jn 2:7-9). Encontramos en el capítulo tres (3) que en el diálogo entre Jesús y Nicodemo se destaca la necesidad de nacer del agua y del Espíritu (Jn 3:5).

En segundo lugar, Juan nos hace saber en ese Evangelio que ese tema produce algo de confusión. Veamos algunos ejemplos de ello:

“3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. 7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. 8 El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. 9 Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? 10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Jn 3:3-10)

“11 La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? (Jn 4:11)

En tercer lugar, Juan repite en varias ocasiones que la metáfora del agua representa la relación que se manifiesta en el creyente en Cristo entre la salvación y la presencia del Espíritu Santo (Jn 3:5; 4:1-15; 7:38; 19:34). La última referencia señala que la sangre que sale del costado de nuestro Señor, cuando este muere en la cruz del Calvario, está acompañada por agua. Es por eso que la mejor traducción de este concepto, de agua vivificante (“hydōr”; {G5204} “zōn” {G2198”), es «agua viva», «agua que da vida» o «agua que da vida al ser humano».[12]

Ahora bien, es importante señalar que esta metáfora utilizada por nuestro Señor para referirse a la salvación y a la presencia de Dios no es nueva en las Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento podemos encontrar ejemplos extraordinarios y trascendentales del uso de esta. Veamos algunos ejemplos de sus usos en el Antiguo Testamento.  
 
Comenzamos con la historia de Agar, sierva de Abram, que aparece en el capítulo 16 del Libro del Génesis. Ella, afligida por la forma en la que la trataba Sarai, la esposa de Abram (Gén 16:6), decide huir de la presencia de esta última (v.7). Ese pasaje bíblico señala que lo que la detuvo fue la presencia del ángel de Jehová.

Gén 16:7
 “7 Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto, junto a la fuente que está en el camino de Shur.8 Y le dijo: Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes tú, y a dónde vas? Y ella respondió: Huyo de delante de Sarai mi señora. 9 Y le dijo el ángel de Jehová: Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano. 10 Le dijo también el ángel de Jehová: Multiplicaré tanto tu descendencia, que no podrá ser contada a causa de la multitud. 11 Además le dijo el ángel de Jehová: He aquí que has concebido, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Ismael, porque Jehová ha oído tu aflicción. 12 Y él será hombre fiero; su mano será contra todos, y la mano de todos contra él, y delante de todos sus hermanos habitará. 13 Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? 14 Por lo cual llamó al pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve. He aquí está entre Cades y Bered.” (Gén 16:7-14).

Destacamos que el diálogo que cambia el rumbo de Agar ocurre junto a una fuente de agua que ella encontró en el desierto. El ángel de Jehová estaba al lado de esa fuente. La oportunidad de que Agar pudiera escuchar el mensaje que la iba a salvar a ella y a su hijo, se produce junto a esa fuente.

Las aplicaciones de esta experiencia son inagotables. Ese pasaje bíblico enseña que hay oportunidad para escuchar la voz de Dios junto a esa fuente. Enseña que hay oportunidad para ser salvos junto a esta. En esa fuente hay oportunidad para regresar al propósito eterno. Ese pasaje bíblico enseña que el cielo ha hecho provisión de oportunidades divinas (en Cristo) para realizar correcciones en el rumbo que lleva nuestra vida. Esto, sin importar las razones que hayan causado que deambulemos por ella sin esperanza. Hay oportunidad para que el fruto del vientre de una madre consiga un escenario en el que pueda ser educado y preparado para los retos que la vida traerá consigo. Ese pasaje bíblico enseña que el Viviente que nos ve ha hecho provisión de agua que salta para vida eterna para todo aquel que se acerca a Él sin importar la naturaleza del desierto por el que estemos atravesando.

La historia de Agar no termina aquí. El capítulo 21 del mismo libro señala que luego del nacimiento de Isaac, Abraham la echó fuera del campamento en el que vivían (Gén 21:9-14). La Biblia dice que ella y su hijo anduvieron errantes por el desierto de Beerseba (v. 14). Ese pasaje bíblico dice que esa crisis llegó a su clímax cuando el agua faltó y la muerte amenazaba sus vidas (v.15). La Biblia continúa diciendo lo siguiente:

“15 Y le faltó el agua del odre, y echó al muchacho debajo de un arbusto, 16 y se fue y se sentó enfrente, a distancia de un tiro de arco; porque decía: No veré cuando el muchacho muera. Y cuando ella se sentó enfrente, el muchacho alzó su voz y lloró. 17 Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. 18 Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación. 19 Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho. 20 Y Dios estaba con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto, y fue tirador de arco. 21 Y habitó en el desierto de Parán; y su madre le tomó mujer de la tierra de Egipto.” (Gén 21:15-21)

Los lectores deben destacar que esta historia bíblica afirma que Dios oye nuestro llanto. Esta historia bíblica afirma que Dios se interesa por nuestras necesidades. Esta historia afirma que no somos seres humanos desconocidos para el Eterno; Él nos llama por nuestros nombres. Esta historia afirma que Él nos invita a no tener temor. Esta historia afirma que Él nos conmina y nos da fuerzas para consolar a los nuestros. Esta historia afirma que Dios abre nuestros ojos para seamos capaces de ver que todo esto ocurre junto a una fuente de agua.

Ese pasaje bíblico enseña que Agar estaba resignada a ver su hijo morir de sed al lado de una fuente agua, cuando Dios ya había hecho provisión. Sin duda alguna que esta es una llamada a la atención a aquellos que no han permitido que Dios les alumbre los ojos del entendimiento (Efe 1:17-19).

Otro ejemplo del uso de esta metáfora lo encontramos en un capítulo del Libro del Génesis que pertenece a la saga de Isaac, el hijo de Abraham. El capítulo 24 de ese libro recoge la historia de la búsqueda de una esposa para Isaac. Eliezer, mayordomo de Abraham[13], es enviado a la ciudad de Nacor, en Mesopotamia para buscar allí una esposa para el hijo de su señor (v.10). La Biblia dice que él decide hacer una oración cuando llegó a esa ciudad:

“12 Y dijo: Oh Jehová, Dios de mi señor Abraham, dame, te ruego, el tener hoy buen encuentro, y haz misericordia con mi señor Abraham. 13 He aquí yo estoy junto a la fuente de agua, y las hijas de los varones de esta ciudad salen por agua. 14 Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que tú has destinado para tu siervo Isaac; y en esto conoceré que habrás hecho misericordia con mi señor.”  (vv.12-14)

La Biblia dice que Dios contestó la oración de este mayordomo damasceno.

“15 Y aconteció que antes que él acabase de hablar, he aquí Rebeca, que había nacido a Betuel, hijo de Milca mujer de Nacor hermano de Abraham, la cual salía con su cántaro sobre su hombro. 16 Y la doncella era de aspecto muy hermoso, virgen, a la que varón no había conocido; la cual descendió a la fuente, y llenó su cántaro, y se volvía. 17 Entonces el criado corrió hacia ella, y dijo: Te ruego que me des a beber un poco de agua de tu cántaro. 18 Ella respondió: Bebe, señor mío; y se dio prisa a bajar su cántaro sobre su mano, y le dio a beber. 19 Y cuando acabó de darle de beber, dijo: También para tus camellos sacaré agua, hasta que acaben de beber. 20 Y se dio prisa, y vació su cántaro en la pila, y corrió otra vez al pozo para sacar agua, y sacó para todos sus camellos. 21 Y el hombre estaba maravillado de ella, callando, para saber si Jehová había prosperado su viaje, o no.”  (vv.15-21)

La Biblia dice que Eliezer repitió esta historia a Betuel el padre de Rebeca y a Labán, el hermano de esta, cuando llegó a la casa de estos (vv.31- 48). La Biblia dice que Eliezer fue allí para pedir la mano de Rebeca.

Uno de los elementos más importantes de este pasaje bíblico es que revela la puntualidad y la precisión con la que el Señor formó al pueblo de Israel. No olvidemos que la esposa de Isaac llevaría en su seno materno el cumplimiento de las promesas que Dios le había hecho a Abraham. Al mismo tiempo y mucho más relevante, es la precisión con la que la Biblia describe el desarrollo de la genealogía del Salvador del mundo. Rebeca, la esposa de Isaac llevaría en su seno segmentos importantes del DNA de nuestro Salvador y Señor (Mat 1:1-16).

Este pasaje bíblico describe que todo esto ocurre al lado de una fuente de agua. Eliezer ora al lado de esa fuente (vv.12-13). Rebeca desciende a esa fuente (vv.15-16). La respuesta a la oración de Eliezer ocurre al lado de esa fuente (vv.17-20). Lo que ocurre al lado de esa fuente deja maravillado (“shâʼâh”, H7583), asombrado a este hombre. En otras palabras, esa fuente invita a la oración. Esa fuente nos invita a descender a ella. Esa fuente es escenario de respuestas a nuestras oraciones. En esa fuente se producen eventos que nunca dejan de asombrarnos. Esa fuente es escenario para el ensamblaje de cumplimientos de planes proféticos.

Sin duda alguna que las fuentes de agua son utilizadas en la Biblia como metáforas de la presencia de Dios y de sus planes en las vidas de los suyos. Sabemos que hay otros ejemplos que podemos citar aquí, pero el espacio no nos lo permite. Sin embargo, creemos que hay uno que no podemos dejar de considerar; el que Dios pone en la boca del profeta Jeremías.

“13 Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.” (Jer 2:13)

Esta palabra de admonición es muy severa. La denuncia que Dios hace a través de este profeta es que el pueblo de Judá había cometido dos (2) pecados (“râʽâh”, H7451). El primero de estos, abandonar (“ʽâzab”, H5800) al Señor. Esto es, renunciar a la relación que tenían con Él, fuente de agua viva (“mâqōwr” {fuente:H4726} “mayim” {agua: H4325} “ḥayyîm” {viva: H2416}). En otras palabras, el pecado de romper la comunión con el Eterno quien es fuente de agua viva. El segundo pecado, haber cavado para sí cisternas rotas que jamás pueden retener el agua (NTV).

Estos pecados nunca han dejado de coexistir con y entre nosotros. La buena noticia es que Cristo Jesús resuelve esto en la cruz del Calvario. Es allí que hace posible la oferta para que conozcamos el regalo (don) de la salvación mediante el conocimiento de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Ped 2:9). Es allí que su sacrificio nos reconcilia con el Padre y nos permite regresar a la relación que debemos tener con Él.

Este es el mensaje que comunica el capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan.

“14 mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (v.14)

Ese mensaje incluye una promesa que era imposible de materializarse en el Antiguo Testamento. Cristo afirma que esa fuente de agua viva, esa presencia santa y eterna, es colocada en el interior de aquellos que beben de la fuente de la salvación: “será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. En otras palabras, el Espíritu Santo se inserta en el interior de aquellos que beben de la fuente de la salvación que es Cristo Jesús (Jn 7:38-39).    


 
[1] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 825–826). Editorial Mundo Hispano.
[2] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[3] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
[4] Greeven, H. (1964–). προσκυνέω, προσκυνητής. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 758–766). Eerdmans.
[5] Op. cit. p. 764.
[6] El autor se refiere a un trabajo publicado en 1974 y que él incluye como un apéndice del libro de dónde emana esta cita. A continuación el título del mismo: “Understanding and Translating the Bible: Papers in Honor of Eugene A. Nida,” New York: American Bible Society, 1974, pages 122–139.
[7] Newman, B. M., & Nida, E. A. (1993). A handbook on the Gospel of John (p. 650). United Bible Societies, Appendix II.
[8] Greeven, H. (1964–), Op.cit.
[9] https://peoplepill.com/i/heinrich-greeven/bibliography/
[10] Greeven, H. (1964–)…. Op. cit. p. 764.
[11] Op. cit. p. 765.
[12] Newman, B. M., & Nida, E. A. (1993). Op. cit. (pp. 114–115).
[13] El nombre de este mayordomo aparece en Génesis 15:2.





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