1024 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 28 de septiembre del 2025

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Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos lleva, nos guía, nos dirige y nos muestra las cosas profundas de Dios (VIII)

 
“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Rom 8:14-17, RV1960)

Estos versos bíblicos que encontramos en el capítulo ocho (8) de la Carta a Los Romanos nos han servido como “base de operaciones” para las reflexiones que hemos compartido durante las pasadas semanas. Hemos visto a la saciedad que esta sección del capítulo antes mencionado gira alrededor de algunas de las funciones del Espíritu Santo que Pablo describe en sus cartas. En este caso, las funciones de guiar a los creyentes y afirmar su identidad como hijos de Dios. Le recordamos a los lectores que este planteamiento paulino acerca de la dirección del Espíritu, también aparece en la Carta a Los Gálatas (Gál 5:18).

Es interesante el hecho de que el concepto griego que el Apóstol utiliza aquí para referirse a esa acción sea el verbo “agontai” (G71). Algunos recursos académicos lo traducen como traer, describir el movimiento directo de un objeto (Mat 21:7); trasladar, o traer personas o animales (Lcs 4:40; Jn 8:3); marcharse, partir (Jn 11:7; Hch 16:11); guiar, dirigir (Rom 8:14); funcionar, ser operativo, realizar una función de manera activa (Hch 19:38); ocurrir, suceder (Lcs 24:21) y/o pasar tiempo, estar con alguien durante un espacio de tiempo (Lcs 24:21).[1]

Otro, el reconocido Greek-English Lexicon of the New Testament (Louw- Nida,) no solo lo traduce como lo hace el recurso anterior, sino que añade lo siguiente:

“En algunos idiomas es difícil distinguir fácilmente entre las expresiones para «liderar» y las que se refieren a «tomar decisiones o gobernar», pero es importante intentar distinguir claramente entre estos dos tipos de relaciones interpersonales. En algunos idiomas, el concepto de «liderar» puede expresarse como «mostrar cómo» o «demostrar cómo se debe hacer». En otros idiomas, es posible hablar de «liderar» simplemente como «ir por delante», pero con demasiada frecuencia esta expresión puede designar únicamente a «un explorador» que va delante para comprobar si todo está seguro, o puede referirse únicamente a una persona que insiste en su prerrogativa como la persona más distinguida del grupo.”[2] (Traducción libre)

Esto último es el caso del concepto griego que Pablo utiliza aquí. A base de esta explicación académica, Pablo está señalando que el Espíritu Santo no gobierna ni toma decisiones por nosotros cuando lidera nuestras vidas. Lo que el Apóstol Pablo dice aquí es que la acción de dirigir al creyente que desarrolla el Santo Espíritu gira alrededor de mostrarnos, indicarnos cómo debemos hacer las cosas. Tal y como dice el recurso académico antes citado: “Influir en otros de tal manera que sigan un curso de acción recomendado.”[3] Es obvio que esta aseveración coloca todo el peso decisional sobre nosotros. O sea, cada creyente puede decidir si acepta o rechaza la dirección del Espíritu de Dios.

Ahora bien, hemos analizado algunas de las muchas vertientes exegéticas que hemos encontrado en estos versos. Una de estas, que el Espíritu Santo es llamado “el espíritu de adopción” (v. 15, RV1960), porque Él nos adopta como coherederos juntamente con Cristo.

Veamos esto una vez más. Los creyentes en Cristo somos hijos de Dios por medio del nuevo nacimiento. Así lo describe la Biblia en el Evangelio de Juan.

“12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Jn 1:12-13)

La expresión “les dio potestad” (“exousia”, G1849), establece que Cristo, con su sacrificio en la cruz del Calvario nos concedió ese regalo. Tenemos que destacar que este concepto griego es extraordinario e interesante. El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) utiliza 14 páginas para describirlo.[4] Los escritores de este documento comparten en la introducción de la definición de este concepto que este era utilizado desde los tiempos de Eurípides de Salamis (Atenas, 480-406 AC) para denotar la “capacidad de realizar una acción” en la medida en que no hubiera obstáculos en el camino. Esto, a diferencia de “dunamis” (G1411, ver Rom 1:16) que se usa para describir el sentido del poder como capacidad intrínseca. Este recurso académico añade que el concepto “exousia” también se utilizaba en la Grecia de la antigüedad para describir la posibilidad otorgada por una norma o tribunal superior, y por lo tanto describir y otorgar “el derecho a hacer algo o el derecho sobre algo”, siendo el derecho, según el contexto, sinónimo de “autoridad”, “permiso”, “libertad”.
 
También se utilizaba para referirse a la posibilidad de una acción otorgada autoritariamente por el rey, el gobierno o las leyes de un estado, que confiere autoridad, permiso o libertad a corporaciones o, en muchos casos, especialmente en asuntos legales, a individuos. Ellos concluyen la introducción de la definición de este concepto señalando que este se usaba para describir cualquier derecho (permiso, libertad, etc.) en las diversas relaciones similares a las instituciones nacionales y garantizadas por ellas. Un ejemplo de esto, los derechos de los padres respecto a los hijos, de los amos respecto a los esclavos, de los propietarios respecto a la propiedad, y de los individuos respecto a la libertad personal.

Es importante destacar que nadie posee el poder absoluto que Dios tiene. Sabemos que Dios posee poder absoluto. Él es el “Shadday” (H7706), el Todopoderoso (Gen 17:1), el “Pantokratōr” (G3841, Apo 1:8). Destacamos que Cristo es el “Pantokratōr” en la cita del Libro de Apocalípsis que acabamos de compartir. No obstante, sabemos que al mismo tiempo existen otras fuentes que poseen autoridad y que ejercitan esa autoridad. Estos, aunque no se comparan con la de Dios, son reales y están presentes en la Creación.

 El Diccionario antes mencionado señala que en este contexto, el uso frecuente del término “exousia” muestra que la naturaleza se considera una totalidad ordenada[5]. Esto es así, dice este recurso, porque se trata del orden establecido por la autoridad impartida por Dios; la que Él permite y/o delega.[6]

Conociendo estos datos, tenemos que concluir que el regalo de ser hechos hijos de Dios no es impuesto con poder (“dunamis”) sino que es entregado como “exousia”, como un derecho, un permiso, una posibilidad de acción y/o, una libertad.

Destacamos aquí que el único obstáculo para impedir la salvación y la potestad de ser hechos hijos de Dios somos nosotros mismos: nuestra capacidad para recibir o rechazar ese regalo. Dios, como el Dador de este, lo quiere entregar, pero nosotros podemos decidir que no lo queremos aceptar. Debemos comprender que la Biblia dice que el deseo, el anhelo del Señor, es que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Ped 3:9). Sin embargo, todos también sabemos que los resultados son distintos al anhelo de Dios. Aclaramos que esto último no menoscaba ni limita la omnipotencia, ni la omnisciencia de Dios, sino que destaca el libre albedrío que nos han conferido.

La Biblia dice que el Espíritu Santo es el que nos dirige a ese encuentro con Jesús (Jn 16:7-10). A base del análisis que hemos hecho del concepto que describe esa dirección (“agontai”), entonces nosotros somos traídos, movidos directamente, trasladados, guiados y/o dirigidos a ese encuentro. El Espíritu Santo realiza esa función de manera activa, está todo el tiempo con nosotros y se asegura de que esto ocurra o suceda. Es por ello que nadie tiene excusas delante del Señor. Entonces, al aceptar a Jesús como Salvador y como Señor recibimos la “exousia”, la autoridad, el permiso, el derecho y/o la libertad de ser hechos hijos de Dios (Jn 1:12-13).

El pasaje que estudiamos de la Carta los Romanos describe que, al mismo tiempo, el creyente es hecho heredero de Dios por virtud de la adopción que realiza el Espíritu Santo. Así lo presenta el texto del capítulo ocho (8) de la Carta a los Romanos en la Nueva Versión Internacional.

“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. 15 Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!». 16 El Espíritu mismo asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. 17 Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria.”  (Rom 8:14-17, NVI)

En otras palabras, los creyentes en Cristo somos hijos de Dios mediante la potestad (“exousia”) que nos ha sido concedida mediante la sangre de Cristo y adoptados (“uihothesia”, G5206) por el Espíritu. Además, somos creyentes que necesitamos ser guiados (“agontai”, G71) por el Santo Espíritu para poder ser transformados en el “el producto final” que Dios espera de nosotros. Añadimos a esto que es por Él que somos afirmados como aquellos que poseen la identidad que nace de esa relación paterno-filial con Dios.

Es importante destacar que esa dirección también define y asegura la capacidad que se nos ha conferido para poder vivir separados de las obras de la carne. El Dr. Warren W. Wiersbe ha dicho que vivir en la carne o sometidos a la Ley mosaica, que es sinónimo de avanzar hacia la vida en la carne, nos conduce a la esclavitud. Mientras que la dirección que nos ofrece el Espíritu nos guía a una vida gloriosa de libertad en Cristo. Él añade que los creyentes en Cristo debemos entender que esa libertad nunca significa libertad para hacer lo que nos plazca, porque esa es sin duda la peor clase de esclavitud que existe. Es la peor clase de esclavitud porque si decidimos hacer lo que nos plazca hacer luego de haber aceptado a Cristo, entonces hemos escogido libremente vivir como esclavos de nuestra carne. Esto es, luego de haber recibido la libertad para vivir libres de la atadura del pecado (Gál 5:1). Wiersbe concluye que la libertad cristiana en el Espíritu es liberación de la ley y de la carne para que voluntariamente podamos escoger agradar a Dios y convertirnos en lo que Él quiere que seamos.[7] La dirección del Espíritu es indispensable para alcanzar esa meta.

Hemos señalado que la dirección del Espíritu Santo nos conduce a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6). Esta nos conduce a la revelación de Dios que trae Jesucristo, al carácter genuino de esa revelación del Evangelio y del poder divino. También nos conduce a experimentar el poder que nos convierte en hijos de Dios, y la adopción que nos convierte en coherederos juntamente con Cristo (Rom 8:17).

Hemos afirmado que el Espíritu también nos dirige a entrar en una comunión íntima con el Señor, con su majestad. Es allí que chocamos con la gloria de Dios que irradia Cristo y con el carácter expreso del Padre que revela nuestro Salvador (Heb 1:3, NTV).

Es relevante que la iglesia de las generaciones anteriores entendía esto muy bien. Sus predicadores no vacilaban en destacar la dirección del Espíritu y los efectos de la misma. Son muchos los ejemplos que pueden ser esgrimidos aquí para demostrar esta aseveración. Dentro de estos, los postulados de las predicaciones de muchos gigantes del Evangelio que nos han precedido. Destacamos aquí al Pastor Vance Havner (1901 - 1986).[8]
 
Havner fue un destacado ministro Bautista del Sur, estadounidense, evangelista y escritor, que era conocido por su predicación impactante y su compromiso con la autoridad bíblica. Él decía en algunos de sus sermones que Dios usa cosas rotas. Señalaba en estos que se necesita tierra rota para producir una cosecha, nubes rotas para dar lluvia, grano roto para dar pan y pan roto para dar fuerza al que lo come. Entendamos que el Espíritu Santo nos conduce a unos escenarios en los que la santidad, la eternidad y la gloria de Dios nos van a hacer pedazos para que podamos ser utilizados por el Señor.

Havner también señalaba que Pablo no ignoraba las artimañas de Satanás, pero que nuestra generación no ha resultado ser igualmente tan sabia. Este Pastor Bautista decía que entre las artimañas más exitosas que el enemigo utiliza hoy[9] se encuentran estas:

 -    exaltar la tolerancia por encima de la verdad;
 -    enfatizar la mente más que el corazón;
 -    priorizar el tamaño de las iglesias sobre la calidad de estas;
 -    enfatizar lo positivo en detrimento de lo negativo que tenemos que corregir;
 -    anteponer la felicidad a la santidad;
 -    priorizar este mundo en lugar del venidero.[10]    

 Señalamos que el Espíritu Santo quiere dirigir al creyente posmoderno para cancelar estos paradigmas.

Havner decía que no podemos olvidar que un cristiano no es un ciudadano de este mundo intentando llegar al cielo. El creyente en Cristo es un ciudadano del cielo que se abre camino en este mundo. Al mismo tiempo, él decía que muchas iglesias norteamericanas comienzan sus servicios a las once en punto y terminan a las doce en punto porque el servicio no es más importante que los partidos de “football” ni que nuestras horas de asueto. En otras palabras, que el apetito por el entretenimiento es más grande que el hambre por las cosas celestiales.

El Espíritu Santo nos guía a Cristo y al mensaje del Evangelio para convencernos de que tenemos que cambiar nuestras prioridades. Esto, como bien señalaba este pastor bautista, nos colocará ante el reto de tener que aceptar que la visión que nos da el Espíritu debe ir seguida de lanzarnos a la aventura de fe. Él decía en sus sermones que no basta con mirar fijamente los escalones; debemos subirlos. Estas convicciones se producen espontáneamente cuando permitimos que el Espíritu nos guíe a chocar con el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Jesucristo (2 Cor 4:6).

Un Pastor Bautista llamado Tom Walker[11] decía en un sermón predicado hace 25 años que la revelación de esa gloria es más que significativa.[12] Él le recordaba a la iglesia que pastorea que no se puede realizar una obra espiritual con la mera energía y los esfuerzos de la carne. Con aplicaciones sencillas y medulares, Walker procuraba presentar respuestas a la siguiente pregunta: ¿por qué es tan significativa la gloria de Dios?

En primer lugar, decía él, la revelación de esa gloria endulzará a los santos. Walker argumentaba que no podemos obviar el hecho de que muchos santos son amargados y agrios. Añadimos a sus palabras que el salmista decía, luego de alabar al Señor, que el proceso de meditar en el Altísimo era dulce y que producía regocijo.

“33 A Jehová cantaré en mi vida; A mi Dios cantaré salmos mientras viva. 34 Dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová.” (Sal 104:33-34, RV1960)


En otras palabras, que acercarse a la revelación de la gloria de Dios endulza el alma.

Acercarse a la revelación de la Palabra Santa guiados por el Espíritu de Dios nos hace exclamar como lo hizo el salmista:

“10 Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.” (Sal 19:10)

Las herramientas celestiales que utiliza el Espíritu le quitan la amargura a cualquier ser humano.

En segundo lugar, Walker afirmaba que la revelación de esa gloria conmueve a los santos.

Este pastor bautista decía que cuando la gloria de Dios se derrama, los santos son conmovidos y dirigidos, ya sea al arrepentimiento o al regocijo. Añadimos a sus palabras que esta es la experiencia de Isaías describiendo sus reacciones ante la gloria del Dios que se revela y que llama (Isa 6:1-8). Es la experiencia de Ezequiel ante la revelación de la gloria del Dios que se revela y que llama (Eze 1:1-28; 2:9 al 3:3,15). Es la experiencia de Juan, el vidente de la Isla de Patmos ante la revelación de la gloria del Dios que se revela y que llama (Apo 1:1-20). La revelación de esa gloria no solo conmueve, sino que nos conmina a aceptar una comisión divina.

En tercer lugar, Walker decía que la revelación de esa gloria fortalece a los santos. Al estar cerca del derramamiento de la gloria de Dios en medio de nosotros nos fortalecemos para ministrar al mundo en tiempos turbulentos y confusos. Los testimonios de los discípulos de nuestro Señor son más que elocuentes.

“17 Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. 18 Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. 19 Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; 20 entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, 21 porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.”  (2 Ped 1:17-21)

“1 Les anunciamos al que existe desde el principio, a quien hemos visto y oído. Lo vimos con nuestros propios ojos y lo tocamos con nuestras propias manos. Él es la Palabra de vida. 2 Él, quien es la vida misma, nos fue revelado, y nosotros lo vimos; y ahora testificamos y anunciamos a ustedes que él es la vida eterna. Estaba con el Padre, y luego nos fue revelado. 3 Les anunciamos lo que nosotros mismos hemos visto y oído, para que ustedes tengan comunión con nosotros; y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. 4 Escribimos estas cosas para que ustedes puedan participar plenamente de nuestra alegría.”  (1 Jn 1:1-4, NTV)

El Pastor Tom Walker concluía ese sermón preguntando lo siguiente: ¿por qué falta la gloria en la iglesia? A renglón seguido esgrimió tres (3) respuestas:

  • Primero, hay falta de deseo. Walker comentaba que generalmente, no buscamos a Dios como lo hicieron las generaciones de creyentes que sirvieron al Señor antes de nosotros.

  • En segundo lugar, hay falta de dedicación. El Señor dijo que lo encontraríamos si lo buscábamos con todo nuestro corazón (Jer 29:13). El Espíritu Santo nos dirige a estas verdades. Es por eso que necesitamos esa dirección para poder ser hijos de Dios y para poder vivir dedicándonos a disfrutar los beneficios y las responsabilidades de esa nueva identidad.

  • En tercer lugar, porque no hemos aprendido del todo a negarnos a nosotros mismos (Mat 16:24; Mcs 8:34; Lcs 9:23). La gloria del Señor no se puede experimentar en la vida de un cristiano cuando el egoísmo la domina.

La invitación es sencilla; necesitamos aceptar que el Espíritu Santo nos guíe para que nos haga chocar con la revelación de la gloria del Eterno Señor y Salvador del mundo. Hemos estado clamando para que el Espíritu nos dirija a un avivamiento. Ese avivamiento rebosará de testimonios y experiencias de transformación y de manifestaciones de esa gloria inmarcesible. Recordemos que el verdadero avivamiento no comienza con cánticos alegres. Comienza con la convicción y el arrepentimiento de los cristianos.

Esto último requiere que el creyente anhele y procure una rendición absoluta ante Dios. El Apóstol Pablo afirma que el Espíritu Santo puede colocar en nuestros corazones todo esto. Basta que nosotros se lo pidamos y que lo aceptemos.

“13 Dios está obrando entre ustedes. Él despierta en ustedes el deseo de hacer lo que a él le agrada y les da el poder para hacerlo.” (Fil 2:13, PDT)

Pidamos en oración y ruego que el Espíritu Santo nos guíe en esta búsqueda, en esta petición y en esta convicción.
  
 

[1] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bíblicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica). Logos Bible Software.
[2] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 465). United Bible Societies.
[3] Op. cit., p. 464.
[4] Foerster, W. (1964–). ἔξεστιν, ἐξουσία, ἐξουσιάζω, κατεξουσιάζω. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 562–575). Eerdmans.
[5] Op.cit., p.567.
[6] Op.cit., p.565.
[7] Wiersbe, W. W. (1992). Wiersbe’s expository outlines on the New Testament (pp. 388–389). Victor Books.
[8] https://vancehavner.com/biography/
[9] Recordemos que Havner pudo predicar sólo hasta la década de los años 80 del siglo pasado.
[10] https://www.azquotes.com/author/63425-Vance_Havner
[11] https://tchof.org/rev-dr-thomas-walker/
[12] Oct 18, 2000.








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