1035 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 14 de diciembre del 2025

1035 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 14 de diciembre del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos hace conscientes de cuál es nuestra esperanza.

 
“18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,” (Efe 1:18)

Nos acercamos al final del año 2025; apenas restan 17 días para que este finalice. Sin duda alguna que este ha sido un año intenso, impresionante y lleno de testimonios de la gracia y de la dirección del Eterno. Dimos inicio al mismo invitando a la iglesia a enfrentar este año “…con la esperanza puesta en que nuestro Dios es el Señor de la historia y es el Dios de esperanza.”[1] Esa aseveración fue una de las conclusiones a las que llegamos analizando el siguiente pasaje bíblico que encontramos en el capítulo 15 de la Carta Los Romanos:

“13 Que Dios, quien da esperanza, los llene de toda alegría y paz a ustedes que tienen fe en él. Así tendrán tanta esperanza que llegará a otros por el poder del Espíritu Santo.” (Rom 15:13, PDT)

Decíamos allí que esa esperanza segura, como lo expresa la Nueva Traducción Viviente en la traducción de ese verso, emana de la combinación del gozo (“chara”, G5479) y la paz (“eirēnē”, G1515) con las que Dios nos llena.

“Ese verso dice que la combinación del gozo, esa plenitud de alegría, de deleite tranquilo y la paz que da Dios, es utilizada por el Espíritu Santo para hacer que seamos saturados con esperanza abundante (“perisseuō”, G4052), superabundante, en exceso, que aumenta, que permanece. O como dice el Thayer’s,[2] que excede un número fijo de medidas, que sobrarán y quedarán por encima de ese número.”

Sabemos que en años anteriores dedicamos muchas reflexiones para el análisis de este concepto: la esperanza (“elpis”, G1680). Utilizando el trabajo de Harold K. Moulton, “The Analytical Greek Lexicon Revised”, nos lanzamos a presentar y a analizar algunas de las aseveraciones que la Biblia presenta acerca de este tema:

1. Significado básico de la esperanza (cf. Romanos 5:4; Hechos 24:15)
2. El objeto de la esperanza (cf. Romanos 8:24; Gálatas 5:5)
3. El autor o la fuente (cf. Colosenses 1:27; 1 Timoteo 1:1)
4. Confianza (cf. 1 Pedro 1:21)
5. En seguridad con garantía (cf. Hechos 2:26; Romanos 8:20)

Vimos en esas reflexiones que una de las afirmaciones más contundentes acerca de la esperanza es que la Biblia la define como una persona: “…Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col 1:27b). Además, que la esperanza cristiana es esperanza de resurrección (Rom 6:5).

Algunos de nuestros planteamientos giraron alrededor de la diferencia entre esta y la fe. Sabemos que ambas están profundamente interconectadas, pero no son similares. Un teólogo católico llamado Clement Harold ha propuesto que si la fe es como una transfusión de sangre divina para nuestro intelecto, entonces la esperanza es lo mismo, pero para nuestra voluntad.[3]
 
Ayudados por el pensamiento de Jürgen Moltmann[4], vimos en esas reflexiones que sin el conocimiento de la fe la esperanza se convierte en utopía que se pierde en el vacío, mientras que sin esperanza la fe decae y se transforma en fe pusilánime, muerta. Decía él que la fe nos hace encontrar la senda. Él lo llamó la “extensio animi ad magna”: la extensión del alma hacia lo más grande. La fe nos hace encontrar la senda, mientras que la esperanza nos mantiene en ella. Moltmann dice que la fe ve el inicio del futuro de amplitud y libertad en Cristo, mientras que la esperanza abre esta fe al futuro amplísimo de Cristo; nos vincula con Él. Moltmann añade que la fe transforma la esperanza en confianza; es el fundamento en el que descansa la esperanza. En cambio, la esperanza es el “acompañante inseparable de la fe:” ella alimenta y sostiene la fe: la renueva y reanima constantemente para que se levante más fuerte.

Una de las publicaciones de la Iglesia Católica describe la esperanza como una virtud teologal por la que deseamos el reino de los cielos y la vida eterna como nuestra felicidad, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos, no en nuestras propias fuerzas, sino en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo.[5] Esta definición afirma que la esperanza, además de ser una virtud, está entonces acompañada por la gracia, como un regalo de Dios para que seamos capaces de mantenernos de pie frente a las adversidades que trae la vida.
 
El énfasis que hace esta definición en la necesidad insustituible de la gracia del Espíritu Santo es indiscutiblemente esencial para la definición de la esperanza de la que debemos asirnos todos los creyentes en Cristo. Repetimos: la esperanza nos invita a poner nuestra confianza en Cristo y no en nuestras propias fuerzas. Creer que Cristo en nosotros es esperanza de gloria nos convence de que cuando no somos capaces de cambiar el sufrimiento, podemos cambiar las formas en las que lo manejaremos, porque Él es el Emanuel: Dios con nosotros (Isa 7:14).

Afirmamos que se trata de cambios en la forma en la que vemos la vida: porque el Emanuel está con nosotros. Tal vez es imposible cambiar el sufrimiento, pero hablar con Cristo nos provee unos espejuelos distintos para ver la vida. Al hacerlo, descubrimos que el sufrimiento no es en vano, no es sinónimo de un abuso ni una señal de que Dios nos ha abandonado. Saber que Cristo está en nosotros y que Él es nuestra esperanza de gloria, nos conduce a afirmar los siguientes postulados bíblicos y a hacerlo con plena confianza:

“18 Sin embargo, lo que ahora sufrimos no es nada comparado con la gloria que él nos revelará más adelante.” (Rom 8:18, NTV)

“16 Por eso, no nos damos por vencidos. Es cierto que nuestro cuerpo se envejece y se debilita, pero dentro de nosotros nuestro espíritu se renueva y fortalece cada día. 17 Nuestros sufrimientos son pasajeros y pequeños en comparación con la gloria eterna y grandiosa a la que ellos nos conducen.” (2 Cor 4:16-17, PDT)

El verso bíblico que encabeza esta reflexión afirma que esa esperanza, la que nos da Cristo, se puede pedir en oración. El Apóstol Pablo incluyó esta petición en la primera de dos (2) oraciones que él hace por la iglesia en su Carta a Los Efesios (Efe 1:15-23; 3:14-21). Es muy interesante el dato de que la forma en la que él ora no es pidiendo que Dios le de esperanza a la iglesia, sino que alumbre sus ojos para que ella pueda verla. O sea, que la esperanza siempre está presente. Veamos cómo otras traducciones bíblicas presentan este verso bíblico:

“18 Pido que Dios les abra la mente para que vean y sepan lo que él tiene preparado para la gente que ha llamado. Entonces podrán participar de las ricas y abundantes bendiciones que él ha prometido a su pueblo santo. 19 Verán también lo grande que es el poder que Dios da a los que creen en él. Es el mismo gran poder 20 con el que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y le dio el derecho de sentarse a su derecha en el cielo.” (Efe 1:18-20, PDT)

“18 Pido que les inunde de luz el corazón, para que puedan entender la esperanza segura que él ha dado a los que llamó—es decir, su pueblo santo—, quienes son su rica y gloriosa herencia.19 También pido en oración que entiendan la increíble grandeza del poder de Dios para nosotros, los que creemos en él. Es el mismo gran poder 20 que levantó a Cristo de los muertos y lo sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios, en los lugares celestiales.” (NTV)

“18 Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo, 19 y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia 20 cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,” (DHH)

“18 También le pido a Dios que les haga comprender con claridad el gran valor de la esperanza a la que han sido llamados, y de la salvación que él ha dado a los que son suyos. 19 Pido también que entiendan bien el gran poder con que Dios nos ayuda en todo. El poder de Dios no tiene límites; con ese mismo poder 20 Dios resucitó a Cristo y le dio un lugar en el cielo, a la derecha de su trono;” (TLA)

Habiendo dedicado muchos meses al estudio y la reflexión acerca del tema de la oración podemos concluir que el valor de la oración que se desprende de estas aseveraciones paulinas es inmensurable. Pablo pide aquí a Dios que alumbre (“phōtizō”, G5461), que ilumine nuestra capacidad para entender, ilumine la mente, el corazón, para que seamos capaces de entender el gran valor que tiene la esperanza a la que hemos sido llamados. Ese concepto emana del vocablo griego “phōs” (G5457) que se traduce como luz.

Los griegos veían la luz como la posibilidad de captar y, por lo tanto, de dominar el mundo. Ver la luz era para ellos ver la vida y la separación de ella era similar a la muerte.[6] Sabiendo esto tenemos que concluir que Pablo, un especialista en la filosofía griega, estaba entonces pidiéndole a Dios que nos permita ver la vida, no solo para captar y dominar la realidad de lo que nos rodea, sino para poder ser capaces de separarnos de la muerte. La muerte aquí debe ser definida como algo que va más allá de la muerte física. La muerte aquí es la separación de Dios.
 
Estas aseveraciones en el lenguaje bíblico son simplemente monumentales. Lo vemos cuando Dios dice “sea la luz” en medio del caos, previo al reordenamiento de la creación (Gén 1:3). Lo vemos en Isaías profetizando en el siglo octavo antes de Cristo que el pueblo que andaba en tinieblas sería sorprendido por la revelación de la gran luz de Cristo (Isa 9:2).

Se trata del salmista aseverando que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación y que por lo tanto no tenemos por qué temer (Sal 27:1). Se trata del salmista afirmando que los hijos de los hombres deciden ampararse bajo la sombra de las alas del Eterno y que estos son completamente saciados de la grosura de la casa del Señor. Dice él que esto será así porque el manantial de la vida está en y con el Señor y en Su luz es que nosotros somos capaces de ver la luz (Sal 36:7-9). La versión bíblica Palabra de Dios para Todos dice “Tú eres fuente de vida y vemos la luz porque tú nos iluminas.” La versión bíblica Nueva Traducción Viviente dice “Pues tú eres la fuente de vida, la luz con la que vemos.”

El lenguaje del Nuevo Testamento es mucho más rico y preciso cuando presenta este tema. Cristo dijo: “…Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12b).

Sabiendo esto, podemos concluir que lo que Pablo está pidiendo aquí es que la luz de Cristo nos ilumine. Pablo pide que Cristo nos permita ver la realidad de las cosas, pero que al mismo tiempo nos permita ver la vida y separarnos de la muerte. Al mismo tiempo, Pablo está pidiendo que seamos capaces de entender la seguridad que tenemos del cumplimiento de las promesas de salvación y de la rica y gloriosa herencia que ha sido reservada para nosotros.

Pablo también pide en oración que podamos ser capaces de entender la increíble grandeza del poder de Dios que está disponible para nosotros. Esto es, para los que creemos en Cristo Jesús. Pablo está pidiendo que seamos capaces de entender todo esto a la luz de la santa expectación a la que hemos sido llamados. La suma de todo esto es la definición de la esperanza que él presenta aquí.

Hay al menos dos (2) detalles adicionales que no podemos dejar de compartir. Uno de estos es que Pablo reconoce el amor y la fe de la iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso. No obstante, tiene que pedir que el Señor les de esperanza. En otras palabras, que esa iglesia sabía acerca de los dos (2) primeros, pero carecía de esperanza. El otro dato es que resulta sumamente interesante es que esta oración paulina no se inclina a pedir que podamos ser capaces de creer que todo esto está garantizado. En otras palabras, tener fe para creerlo. Pablo está pidiendo que seamos capaces de entenderlo: “eidenai”, (G1492).

El uso de este concepto griego significa que Pablo no está pidiendo que podamos adquirir un conocimiento abstracto de la esperanza, sino del conocimiento de la meta y el propósito que está detrás de todo lo propuesto en esos versos.[7] Algunas fuentes académicas traducen este concepto griego como “haber experimentado” y/o “aprender a conocer”.[8] O sea, que la oración paulina pide a Dios que seamos capaces de trascender al mero conocimiento (“gnōsis”, G1108). No solo esto, sino que en esta oración Pablo pide que seamos capaces de trascender las dimensiones de la fe para transformar esa fe en conocimiento adquirido y aprendido.

Ahora bien, ¿qué relación existe entre todo esto que hemos compartido aquí y las funciones del Espíritu Santo? La respuesta es una simple y sencilla: el Espíritu Santo es quien nos dirige en la oración.    

Otra pregunta que cabe formular aquí es la siguiente: ¿en cuántas ocasiones hemos orado así, como oró el Apóstol Pablo? ¿Cuántas veces hemos permitido que el Espíritu Santo nos dirija a orar pidiendo que podamos ser capaces de contemplar nuestra esperanza mediante la iluminación que ofrece Dios?

Hay que destacar que la oración es la clave, la llave maestra para entrar en las dimensiones de la esperanza que facilita el Espíritu de Dios. La oración que ilumina nuestras capacidades para creer y entender que la esperanza que Dios nos ha regalado nunca nos dejará en vergüenza (Rom 5:5).

Volvemos a traer a la consideración de los lectores algunos de los planteamientos que hemos visitado acerca de este tema, el de la oración. Abraham J. Heschel[9] decía que el alma es el hogar de la oración y la oración es el hogar del alma. Heschel planteaba que la oración tiene que difundirse como un clima, como un ambiente de vida y que todas nuestras acciones tienen que ser desarrolladas como variantes del tema de la oración. En otras palabras, que hasta nuestras acciones deben ser desarrolladas como oraciones. Esto es, un acto de caridad, una acción de bondad, un momento ritual; cada uno de ellos debe ser una oración presentada en forma de una acción.
 
Ese tipo de hogar es la oración. Heschel decía que sus atributos son la continuidad, la permanencia, intimidad, autenticidad e importancia. En esa “parcela”, aún el más pobre de los hombres puede arriesgarse a desafiar la miseria y la malicia. Esta parcela puede ser frágil, su techo tembloroso e inestable, el viento puede soplar a través de este y las tormentas pueden sacudirla, pero es allí que el alma espera ser comprendida. En nuestro caso, comprendida por Dios en Cristo Jesús.

Oramos con fe y esperanza creyendo y esperando que a través de la oración esa parcela sea reforzada.

Sobre la aseveración de que la oración es el hogar, Heschel decía que todo el mundo necesita construir su propio hogar: proteger la independencia y la privacidad de sus oraciones. O sea, que la oración posee un carácter individual y personal que no puede ser minimizado ni sustituido. Él se extasiaba afirmando que ese hogar es maravilloso. Afirmamos que entramos a este como suplicantes y emergemos de allí como testigos de Cristo y del poderoso mensaje del Evangelio. Entramos como extraños y advenedizos y emergemos de allí como miembros de la familia de Dios (Efe 2:19). Heschel decía que entramos deformados espiritualmente, desfigurados en el ser interior y emergemos de allí completamente transformados porque hemos hablado con nuestro Padre Celestial y Él con nosotros.

Pero Heschel decía algo más. Él señalaba que nuestra verdadera imagen es forjada en esos momentos de oración. Los creyentes en Cristo decimos que es allí que nuestra imagen es “moldeada” por el Espíritu de Dios.

Hay unas expresiones de Heschel que compartimos en la reflexión de El Heraldo que publicamos el 2 de noviembre del año en curso.

“Abraham J. Heschel le puso un nombre a esta dimensión de la oración: “la cuarentena del alma.” O sea, que nos cuarentenamos para dejar de peregrinar en la vida alcanzando metas y conquistas que después no nos satisfacen o que encontramos que no eran tan importantes como habíamos pensado. Esto nos permite ser honestos con nosotros mismos, nos permite decirnos y decir a otros lo que realmente creemos y mantener nuestras posiciones sin titubear. Heschel decía que la oración es la base para la afirmación de estos acuerdos y de estas convicciones, para pensar correctamente y poseer la conciencia y la capacidad para pensar correctamente acerca de los retos que encontramos en la vida.”                
 
Sin embargo, estas aseveraciones se quedan cortas ante las siguientes declaraciones de este teólogo. Abraham J. Heschel señaló que debemos ser capaces de amar ese hogar para poder entender el mundo. ¿Le suena familiar y parecido a la definición de la luz que ofrecían los griegos? Él añadía que es muy difícil percibir luminosidad en otros lugares si no hay luz en nuestro hogar: en el de la oración y en el alma.

Es acerca de la necesidad de esa iluminación que Pablo escribe en la Carta a Los Efesios. El Apóstol ora por esto porque es en la luz del resplandor de Dios que se consigue en la oración que podemos encontrar el camino en medio de la oscuridad. La oración provoca que Dios ilumine el camino. Él lo hace resplandeciendo en nuestros corazones (2 Cor 4:6): lo hace con Su Palabra (Sal 119: 105): lo hace con su presencia (Sal 18:12; 4:6; 44:3; 89:15; 90:8; Isa 2:10, 19, 21).

La invitación es a que aprendamos a orar invitando al Espíritu Santo a que alumbre, que ilumine los ojos de nuestro entendimiento (RV1960), que nos abra la mente (PDT), que inunde de luz nuestros corazones (NTV), que ilumine los ojos de nuestros corazones (NVI), que nos haga comprender con claridad. El resultado de esa oración es que seremos capaces de saber la esperanza a la que hemos sido llamados (RV1960, DHH), seremos capaces de ver lo que Dios tiene para nosotros (PDT), seremos capaces de entender la esperanza segura que Él nos ha dado (NTV). Trascenderemos la fe y sabremos a qué esperanza Él nos ha llamado (NVI), comprenderemos con claridad el gran valor de la esperanza a la que hemos sido llamados.

Ese pasaje bíblico dice que esa oración también nos hará capaces de ver lo grande que es el poder de nuestro Señor. ¡Qué poderosa es la oración!
   


[1] El Heraldo: edición del 5 de enero de 2025.
[2] Thayer’s Greek definitions, Electronic Edition STEP Files Copyright © 1999, Findex.com
[3] https://stpaulcenter.com/posts/what-is-hope-and-how-is-it-different-from-faith
[4] Moltmann, Jürgen. Theology of Hope. Harper & Row, New York and Evanston, 1965.
[5] Spe salvi (2007), §1817.
[6] Conzelmann, H. G. (1964–). φῶς, φωτίζω, φωτισμός, φωτεινός, φωσφόρος, φωστήρ, ἐπιφαύσκω, ἐπιφώσκω. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, p. 313).
[7] Seesemann, H. (1964–). οἶδα. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 5, p. 118). Eerdmans.
[8] Op.ct., p.116
[9] Heschel, Abraham J. 1996. “Moral Grandeur and Spiritual Audacity.” Editado por Susannah Heschel New York: Farrar, Strauss.










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