1018 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 17 de agosto del 2025

1018 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 17 de agosto del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos lleva, nos guía, nos dirige y nos muestra las cosas profundas de Dios (II).

 
“12 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. 13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Jn 16:12-15, RV1960)

El pasaje bíblico que encabeza esta reflexión describe de forma inequívoca que los creyentes en Cristo Jesús podemos transitar en la vida sin tener que ser arropados por la incertidumbre. Ese mensaje de Cristo afirma que los creyentes hemos recibido la promesa de que seremos dirigidos a toda la verdad por el Espíritu de verdad. Estas palabras forman parte de los discursos finales que nuestro Señor compartió con sus discípulos antes de ir a la cruz del Calvario y de vencer la muerte con su resurrección.

No podemos continuar con el análisis de estos versos bíblicos sin antes detenernos a analizar lo que significa el concepto verdad que Juan utiliza aquí. Sabemos que hemos estudiado este concepto (“alētheia”, G225) en reflexiones recientes. La reflexión de El Heraldo publicada el 22 de septiembre del 2024 es un ejemplo de esto. Veamos algunas citas directas de esta:

“Los recursos consultados tratan el concepto “alētheia” (G225) desde diferentes perspectivas. Algunos lo tratan de manera sencilla y sobria, procurando no complicar mucho las cosas. Estos lo definen como verdad, aquello que concuerda con lo que realmente sucede, los hechos que se corresponden con la realidad, ya sea histórica (en el continuo de tiempo o espacio) (Lcs 4:25; Hch 4:27), o una realidad eterna no limitada por los hechos históricos.[1]
 
Otros, son “espléndidos” con la información que nos proveen haciéndonos entender que este concepto no es tan simple como parece. De entrada, tenemos que etimológicamente, “alētheia” tiene el significado de no ocultamiento. Indica, pues, un asunto o estado en la medida en que se ve, se indica o se expresa y que se revela en tal visión, indicación o expresión, o se revela a sí mismo tal como realmente es. Esto, con la implicación, por supuesto, de que podría ocultarse, falsificarse, truncarse o suprimirse. Esto que acabamos de compartir es la traducción literal de una de las definiciones que nos provee el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel). [2]  

Dicho de otra forma, el significado literal de este término es “el velo que se descubre.” Algunos teólogos como Wolfhart Pannenberg [3] y Martin Heidegger[4] lo definen y lo utilizan así.
 
Ahora bien, ¿qué importancia reviste esta definición? La respuesta a esta pregunta requiere entender que hay varios aspectos de suma importancia que se desprenden de esta. En primer lugar, tal y como hemos mencionado en un párrafo anterior, la Biblia dice que la verdad no es solo un concepto, sino que posee nombre. Cristo es la verdad (Jn 14:6).
 
En segundo lugar, esto explica algunas de las experiencias que encontramos en la Biblia, particularmente durante el ministerio de nuestro Señor, su muerte y su resurrección. Por ejemplo, ¿se ha preguntado usted alguna vez por qué es que el velo del templo se rasgó en dos (2) cuando Cristo murió en la cruz del Calvario (Mat 27:51; Mcs 15:38; Lcs 23:45)? Es muy cierto que este evento o experiencia, lo que hizo fue proveer el acceso a un lugar en el templo al que sólo podía acceder el sumo sacerdote de Israel una vez al año. La muerte de Cristo sirve para abrir ese lugar para todos nosotros sin necesidad de un sacerdote o de un mediador. No obstante, la realidad ontológica, teológica y teleológica[5] es que esto sucede porque aquél que moría en la cruz es la verdad de Dios encarnada y con su muerte en la cruz es en sí mismo el velo que se descubre para revelar lo profundo, lo majestuoso, lo santo, lo poderoso, lo eterno y misericordioso de Dios.

O sea, que desde esta perspectiva podemos afirmar que los creyentes en Cristo abrazados por el “agápē” de Dios se gozan de la revelación de todo lo que es Dios en Cristo Jesús. Esto es sin duda parte de lo que Pablo dice en la expresión “…se goza de la verdad.”
[1 Cor 13:67b].

Los recursos consultados añaden mucho más cuando definen ese concepto. Estos dicen que “alētheia” denota el “estado completo o real de las cosas” y que los historiadores la utilizaban para denotar acontecimientos reales a diferencia de los mitos. Ellos añaden que los filósofos lo utilizaban para indicar el ser real en el sentido absoluto.[6]
 
El Léxico Griego-Inglés del Nuevo Testamento (Louw-Nida) dice que “alētheia” es el contenido de lo que es verdadero y, por lo tanto, conforme a lo que realmente sucedió. Esta fuente lo traduce como “verdad” y añade que se utiliza para referirse a la revelación de Dios que trae Jesús o, a Jesús mismo por lo que realmente Él es: la revelación de Dios.[7]

Desde esta perspectiva, Pablo puede estar afirmando en sus cartas que tenemos que regocijarnos con el estado completo o real de las cosas, con lo que es verdadero y con la revelación de Dios en Cristo Jesús [“…se goza de la verdad…”].

El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) añade 6 aseveraciones sumamente importantes acerca de este concepto. La primera de estas es que “alētheia” es aquello que “tiene certeza y fuerza”, sabiendo que la verdad es la “norma válida.”[8] La segunda es que este concepto es también aquello “en lo que uno puede confiar” (en el sentido del “ʼemeth”, H571 que encontramos en el Antiguo Testamento). O sea, estabilidad, certeza, fiabilidad o confiabilidad, la sinceridad y honestidad que la verdad produce.[9]

Desde estas perspectivas, Pablo puede estar afirmando [en el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios] que tenemos que regocijarnos con la certeza y la fuerza que nos provee la revelación de Dios en Cristo. Él afirma que somos capaces de regocijarnos con la estabilidad, la certeza, la fiabilidad y confiabilidad que esa revelación nos ofrece para la vida. Él está diciendo que podemos confiar en Cristo como esa revelación. Podemos regocijarnos en la sinceridad y honestidad de esa revelación. Podemos regocijarnos con la única norma válida para poder tener acceso al Padre.
 
En tercer lugar, el Kittel continúa señalado que “alētheia” implica el “estado real de las cosas” tal como se revelan. Esto es, en el sentido griego de este concepto. Ese recurso añade a esto que se trata de la realidad revelada de Dios (Rom 1:25). [10]

En cuarto lugar, dice que la “alētheia” tiene que ser considerada como “verdad de la afirmación” [de la gracia y la revelación de Dios]. En quinto lugar, que también se puede utilizar como sinónimo de la “verdadera enseñanza o fe”. [11] En sexto lugar, que también puede significar autenticidad (carácter de ser genuino), realidad divina, o revelación.[12]

Pablo entonces está afirmando que podemos regocijarnos en la verdad porque el mensaje de Cristo es la doctrina correcta; la afirmación divina verdadera. Cristo es el único con el carácter genuino y necesario para mostrarnos la revelación del amor del Padre. Él es el único que puede enseñar la realidad de las cosas. En otras palabras, que no se limita a mostrarnos lo que se ve a simple vista…..

Debemos detenernos por un instante a examinar un poco el uso del concepto “alētheia” en el Evangelio de Juan. El Diccionario Teológico dice acerca de esto que ese Evangelio se distingue por el hecho de que para su escritor la “alētheia” es poder divino que no es cosmológico[13]. En consecuencia, dice este Diccionario que la revelación está determinada por escuchar la Palabra (de Dios) y pensar (reflexionar) acerca de la Palabra. Esto coloca al pecador destituido de la gracia ante la posibilidad de poseer nuevamente una existencia genuina[14] si acepta a Cristo como su Señor y Salvador.

Recordemos que la tesis bíblica es que esa clase de existencia se perdió con nuestra caída de la gracia de Dios. Juan entonces dice que la “alētheia” es la realidad de Dios, que por supuesto, se opone y es inaccesible a la existencia humana tal como esta se encuentra luego de haberse deformado porque el ser humano cayó en pecado. O sea, que la “alētheia” es para Juan la revelación de un acontecimiento milagroso que está más allá del alcance del ser humano que está alejado y separado de Dios. Sin embargo, en la revelación que hace la “alētheia”, el ser humano recibe la oportunidad de recibir la verdadera posibilidad de su propio ser. Esto ocurre cuando ese ser humano decide rendirse, entregarse a Cristo al encontrarse frente a la Palabra de la revelación que lo encuentra a él y le ofrece una vida nueva. Siendo esto así, concluye este recurso académico, la recepción de la “alētheia” no está condicionada ni por una instrucción racional o esotérica, por un lado, ni por una preparación y ejercicio psíquicos por el otro. La recepción de esta tiene lugar en la fe obediente[15] al poder que posee Cristo que es el camino (“hodos”, G3598), la “alētheia” y la vida (“zōē”, G2222).

Es obvio que estas son razones más que suficientes para regocijarnos en la “alētheia.” Basta pensar que el “agápē” de Dios es capaz de darnos la oportunidad de experimentar la revelación de un “acontecimiento milagroso”. Esa revelación nos permite ser encontrados y acercados a Dios. Esa revelación nos devuelve la capacidad de ver las posibilidades verdaderas de lo que somos y de lo que Cristo nos invita a ser en Él. Es una invitación a alegrarnos porque esa revelación no está condicionada a las instrucciones racionales, o esotéricas, a las preparaciones psíquicas o emocionales. Además, recibir esa revelación sólo requiere fe y entrega.
 
Esto es extraordinariamente importante para Juan porque él está convencido de que hay dos cosas que ocurren cuando Jesús habla de “alētheia”. Por un lado, es correcto afirmar que esto posee el significado formal de “decir la verdad”. Al mismo tiempo, también significa “traer la revelación en palabras”.”[16]


A base de todo lo antes expuesto podemos concluir que este es el resumen del mensaje que Cristo le comunicó a sus discípulos cuando les dijo que el Espíritu de verdad nos guiará a toda la verdad:

El Espíritu Santo nos guiará:

  • a Cristo, que es la verdad (Jn 14:6).
  • a la revelación de Dios que trae Jesús o, a Jesús mismo porque Él es la revelación de Dios.
  • a aquello que concuerda con lo que realmente sucede, a los hechos que se corresponden con la
  •  realidad, ya sea histórica o a una realidad eterna no limitada por los hechos históricos.
  • a aquello que está detrás del velo descubierto.
  • a la revelación de todo lo que es Dios en Cristo Jesús.
  • a la revelación del “estado completo o real de las cosas.”
  • al contenido de lo que es verdadero y, por lo tanto, conforme a lo que realmente ha sucedido.
  • a aquello que “tiene certeza y fuerza”,
  • a aquello en lo que uno puede confiar (en el sentido del “ʼemeth”, H571 que encontramos en el Antiguo Testamento).
  • a la verdadera enseñanza o fe.
  • al carácter genuino, la realidad divina, o la revelación.
  • al poder divino.

Por otro lado, Barclay M. Newman sugiere que el término “verdad” se utiliza en el Evangelio de Juan para describir al grupo de personas que han respondido a la revelación de Dios sobre sí mismo. Este es, sin duda, el significado de la frase “todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” en Jn 18:37b; y esta es también la interpretación más lógica de la frase “quien practica la verdad” que encontramos en Jn 3:21. Él añade que en el contexto juanino o joánico, podemos encontrar, aún en la Cartas Juaninas, que “hacer la verdad” tiene el sentido específico de obediencia a la verdad de la autorrevelación de Dios en Cristo.[17]

No olvidemos que los versos que encontramos en el capítulo 16 del Evangelio de Juan señalan que el Espíritu de verdad nos dirige a todo esto. En otras palabras, que el Espíritu Santo nos dirige a conocer la verdad (Jn 16:13), a pertenecer a la verdad (1 Jn 3:19) porque nos hace capaces de oír la voz del Señor (en Su Palabra). El Espíritu Santo nos dirige a andar en la verdad (2 Jn 1:4; 3 Jn 1:3), a obedecer a la verdad (1 Ped 1:22), a practicar la verdad (1 Jn 1:6) y a cooperar con la verdad (3 Jn 1:8).

Concluimos que lo que se describe con este concepto, principalmente, es el carácter del poder de la revelación como Palabra que puede ser entendida: poder determinante (Jn. 8:32). Esto es, lo que la “alētheia” nos ofrece. El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) nos dice que nosotros debemos entender que la Palabra de la revelación descrita aquí no es un complejo de afirmaciones o ideas. Tal y como hemos dicho anteriormente, tampoco es una especulación cosmológica o soteriológica. La Palabra revelada es una dirección cumplida, un encuentro concreto; el de nosotros con Dios. Esto lo demuestra el hecho de que esta revelación no puede separarse de la persona de Jesús y de los acontecimientos cumplidos en su historia. Siendo esto así, entonces esto requiere dirección.
 
O sea, que la “alētheia” es para Juan la revelación de un acontecimiento milagroso que está más allá del alcance del ser que está alejado y separado de Dios. Señalamos en párrafos anteriores que en la revelación que hace la “alētheia”, el ser humano recibe la oportunidad de recibir la verdadera posibilidad de su propio ser. O sea, ver en su vida el cumplimiento de las palabras paulinas, “conoceré como fui conocido” (1 Cor 13:12b) y el cumplimiento del propósito de Dios. Repetimos que todo esto sólo puede ocurrir cuando ese ser humano decide entregarse a Cristo.

No olvidemos que los versos que encontramos en el capítulo 16 del Evangelio de Juan señalan que el Espíritu de verdad nos dirige a todo esto.

La Iglesia se ha acercado a estos versos bíblicos reconociendo que el mensaje que estos transmiten puede ser muy profundo y complicado. Es por esto, que gigantes de la fe, como Agustín de Hipona, procuraron resumir el mensaje que estos versos comunican de una manera más sencilla.

“El Espíritu Santo, por tanto, enseña a los creyentes también en la vida presente, en la medida en que puedan comprender individualmente lo espiritual; y enciende un deseo creciente en sus corazones, a medida que cada uno progresa en ese amor, que lo llevará tanto a amar lo que ya conoce como a anhelar lo que aún le queda por conocer: de modo que aquellas mismas cosas de las que tiene alguna noción ahora, pueda saber que aún las ignora, pues aún las conocerá en esa vida en la que ojo no vio, ni oído oyó, ni corazón humano ha percibido.” [18] (Traducción libre)

O sea, que la función, la tarea del Espíritu que se describe aquí es la de dar dirección y de enseñar a los creyentes en Cristo. El Antiguo Testamento nos muestra evidencias de que el desarrollo de esta tarea había sido el anhelo de muchos miembros del pueblo de Dios. Podemos observar esto en el salterio, cuando el salmista realiza la siguiente exclamación:

“10 Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.” (Sal 143:10)

Nos llama la atención que Agustín destaque que esta enseñanza y dirección sea una condicional: que está supeditada a la capacidad de comprensión de cada creyente. O sea, que la capacidad para entender esto está directamente relacionada al permiso que le damos al Espíritu Santo para dirgirnos. Este es un dato muy importante. La importancia del mismo emana o surge de varios acercamientos bíblicos y teológicos de nuestra fe. Veamos uno de estos. Por un lado, tenemos que Cristo le había señalado a sus discípulos que Él les había dado a conocer todas las cosas que había oído de su Padre.

“15 Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” (Jn 15:15)

Él ahora les comunicaba que había muchas cosas que tenía que decirles, pero que esto no era posible porque en ese momento ellos no serían capaces de soportarlo (Jn 16:12, NTV), o que sería demasiado para ellos (PDT).

“12 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.” (Jn 16:12)

De entrada, estas expresiones parecen ser contradictorias. La realidad es que no lo son. Es absolutamente correcto que Cristo les dijo a sus discípulos (y a nosotros) todo lo que el Padre le había dicho (Jn 15:15b, NTV). No obstante, al mismo tiempo, la Biblia enseña que muchas de las enseñanzas de Cristo que nosotros necesitamos aprender, requieren que los creyentes en el Señor hayamos recibido al Espíritu de Dios. Esto es, aquellos que quieren ser dirigidos y enseñados por la Palabra de vida. Veamos cómo lo resume el Apóstol Pablo:

“12 Y nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios (no el espíritu del mundo), de manera que podemos conocer las cosas maravillosas que Dios nos ha regalado. 13 Les decimos estas cosas sin emplear palabras que provienen de la sabiduría humana. En cambio, hablamos con palabras que el Espíritu nos da, usando las palabras del Espíritu para explicar las verdades espirituales; 14 pero los que no son espirituales no pueden recibir esas verdades de parte del Espíritu de Dios. Todo les suena ridículo y no pueden entenderlo, porque solo los que son espirituales pueden entender lo que el Espíritu quiere decir.” (1 Cor 2: 12-14, NTV)

Es importante señalar que el Espíritu Santo aún no había descendido sobre los discípulos cuando ellos estaban escuchando a Cristo decir las cosas que Juan documentó en el pasaje que estamos analizando aquí. En otras palabras, que lo que Cristo les estaba diciendo es que ellos no serían capaces de entender, de asimilar y administrar aquello que Cristo tendría que decirles porque todavía no habían recibido al Consolador. Dicho de otra forma, que Jesucristo podía compartirles lo que había oído del Padre, pero no podía compartirles aquello que requería la presencia del Espíritu Santo en el interior de ellos para que pudieran ser capaces de comprenderlo.

Estas aseveraciones nos llevan a la conclusión que la capacidad para entender estas cosas no es una académica ni aleatoria al nivel de inteligencia que podamos poseer. La capacidad descrita aquí está relacionada a la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente y a la disposición de este para dejarse dirigir y enseñar por el Espíritu de Dios.

Esto último se reviste de una importancia sin par cuando leemos lo que Pablo dice acerca de esto en la Carta a los Romanos.

“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.”
 (Rom 8:14, RV 1960)

Veamos una vez más lo que dicen lo versos del doce al quince del capítulo 16 del Evangelio de Juan; esta vez en otras versiones bíblicas.

“12 »Me queda aún mucho más que quisiera decirles, pero en este momento no pueden soportarlo. 13 Cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad. Él no hablará por su propia cuenta, sino que les dirá lo que ha oído y les contará lo que sucederá en el futuro. 14 Me glorificará porque les contará todo lo que reciba de mí. 15 Todo lo que pertenece al Padre es mío; por eso dije: “El Espíritu les dirá todo lo que reciba de mí.” (NTV)

“12 »Yo todavía tengo mucho que decirles, pero ahora sería demasiado para ustedes. 13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, los guiará a toda la verdad. El Espíritu no hablará por su propia cuenta, sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará lo que va a suceder después. 14 Él recibirá de mí lo que les diga, y así me honrará. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por esta razón él recibirá de mí todo lo que les diga.” (PDT)

El análisis de estas versiones bíblicas será el objeto de nuestra próxima



[1] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] Quell, G., Kittel, G. y Bultmann, R. (1964–). ἀλήθεια, ἀληθής, ἀληθινός, ἀληθεύω (alētheia, alēthēs, alēthinos, alētheuō). En G. Kittel, G. W. Bromiley y G. Friedrich (Eds.), Diccionario teológico del Nuevo Testamento (edición electrónica, vol. 1, pág. 238). Eerdmans.
[3] El uso y definición de este término es manejado con maestría y gran responsabilidad por varios teólogos. Entre ellos Wolfhart Pannenberg. 1976. Cuestiones Fundamentales de Teología Sistemática. Salamanca: Ediciones Sígueme.
[4] https://iep.utm.edu/heidegge/#H1
[5] Doctrina de las causas finales y/o doctrina filosófica o científica que trata de explicar el universo en función de sus propósitos o fines.
[6] Quell, G., Kittel, G. y Bultmann, R.. Op.cit., p. 238.
[7] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 672). United Bible Societies.
[8] Quell, G., Kittel, G. y Bultmann, R.. Op.cit., p. 242.
[9] Op.cit. p. 243.
[10] Op.cit.
[11] Op.cit., p. 244.
[12] Op.cit., p. 245.
[13] La cosmología es la disciplina científica que se encarga del estudio del universo, de su forma, origen, evolución y destino, así como de los fenómenos que ocurren a gran escala en él. Esta disciplina, a pesar de estar íntimamente relacionada con la astronomía y la astrofísica (y de depender de sus observaciones), se diferencia debido a que estudia al cosmos como un todo. (https://significado.com/cosmologia/)
[14] Op.cit., p. 245.
[15] Op.cit.
[16] El Heraldo, 22 de septiembre de 2024
[17] Newman, B. M., & Nida, E. A. (1993). A handbook on the Gospel of John (p. 655). United Bible Societies.
[18] Augustine of Hippo. (1888). Lectures or Tractates on the Gospel according to St. John. En P. Schaff (Ed.), & J. Gibb & J. Innes (Trans.), St. Augustin: Homilies on the Gospel of John, Homilies on the First Epistle of John, Soliloquies (Vol. 7, p. 374). Christian Literature Company.





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