1025 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de octubre del 2025

1025 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de octubre del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: intercede por nosotros y nos enseña a orar

 
“26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”  (Rom 8:14-17, RV1960)

“26 Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.” (NTV)

Adentrarnos en las funciones que desarrolla el Espíritu Santo en la vida del creyente es una aventura de fe. Examinar cómo Él nos guía al mismo tiempo que nos adopta como hijos de Dios, nos concede esa identidad y la afirma es simplemente insondable.

Sabemos que el próximo paso en esta batería de reflexiones debería ser comenzar a analizar cómo es que el Santo Espíritu nos conduce a conocer las cosas profundas de Dios. La realidad es que esto es imposible de realizar sin antes detenernos a estudiar el tema de la oración. Esto es así porque esta es sin duda alguna una de las herramientas que el Espíritu utiliza para conseguir que conozcamos aquello que el Profeta Isaías y Pablo describieron así:

“Desde el principio del mundo, ningún oído ha escuchado, ni ojo ha visto a un Dios como tú, quien actúa a favor de los que esperan en él.” (Isa 64:4, NTV)

“9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (1 Cor 2:9, RV1960)

El verso bíblico que aparece en el epígrafe de esta reflexión señala, entre otras cosas, que la oración efectiva, la que define la Biblia, tiene que ser dirigida por el Espíritu Santo. Esto es así, porque la Biblia dice que nosotros ni siquiera sabemos cuáles son las cosas por las que debemos pedir. La frase bíblica (en fonética) utilizada por el Apóstol Pablo es la siguiente:

“gar ti proseuxōmetha katho dei ouk oidamen”[1]
(porque las cosas por las que tenemos que pedir como es necesario nosotros no [“ouk”] sabemos [“oidamen”])

La intervención del Espíritu Santo es entonces indispensable para que aprendamos y conozcamos cómo orar y para que esto nos permita entrar a conocer las cosas profundas que Dios ha preparado para aquellos que le aman.

Esto último plantea otro requisito bíblico para poder recibir esa revelación. El Profeta Isaías lo describe como saber esperar en el Señor, mientras que el Apóstol Pablo lo define como amar al Señor. Es importante destacar que es a aquellos que satisfacen este requisito a quienes el Señor les revela estas cosas.

Es importante señalar que ambas expresiones describen la misma característica y ambas requieren de la presencia del Espíritu Santo para poder lograrlo.

Ahora bien, ¿cuáles son las características de aquellos que aman al Señor? ¿Cómo podemos lograr hacerlas nuestras?  La Biblia dice, entre otras cosas, que Cristo afirmó que aquellos que le aman saben guardar la Palabra del Altísimo y que el Espíritu Santo, el Consolador, nos enseñaría y nos haría recordar la Palabra.

“23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. 24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. 25 Os he dicho estas cosas estando con vosotros. 26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Jn 14:23-26)

Es muy interesante que esta verdad bíblica no se limite al Nuevo Testamento. Sabemos que algunos escritores del Antiguo Testamento le pidieron al Señor que les enseñara sus sendas, su verdad, la Palabra (Sal 25:4,5; 27:11; 86:11; 119:12,26,33,64,68,124,135) y a hacer la voluntad de Dios (Sal 143:10). Al mismo tiempo, otros señalaban que se le debe pedir al Señor que nos enseñe lo que nosotros no somos capaces de ver para que no volvamos a pecar. Este es el caso de Eliú en uno de los planteamientos que le hizo a Job.

“31 De seguro conviene que se diga a Dios: He llevado ya castigo, no ofenderé ya más; 32 Enséñame tú lo que yo no veo; Si hice mal, no lo haré más. s.” (Job 34:31-32, RV1960)

Repetimos: es a aquellos que satisfacen este requisito a quienes el Señor les revela estas cosas.

Estas aseveraciones nos permiten concluir que la oración que dirige y nos enseña el Espíritu Santo es entonces una herramienta vital para poder aprender la Palabra y por ende, para aprender a amar a Dios como Él quiere ser amado.

A través de los años hemos dedicado varias baterías de reflexiones para analizar el tema de la oración. Por ejemplo, el año 2008 fue dedicado al análisis de este. Así mismo, también dedicamos algunos segmentos de los años 2012 y 2013 para analizar el mismo. Algunos de los libros acerca de este tema que utilizamos como recursos para esas reflexiones, fueron escritos por figuras como Richard J. Foster, Phillip Yancey, Jack Hayford, Abraham J. Heschel, E.M. Bounds y otros gigantes del Evangelio.[2]
 
Tenemos que volver a examinar características y elementos claves de la oración que analizamos esas reflexiones. Por ejemplo, Heschel, una rabino judío que era amigo personal del Rev. Dr. Martin Luther King Jr., decía que todas las cosas poseen un hogar. Por ejemplo, las aves tienen su nido, las zorras sus cuevas y las abejas su panal. El alma es el hogar de la oración. Por lo tanto, un alma sin oración es un alma sin hogar; hastiada (“weary”), sollozante, luego de vagar a través de un mundo supurante de falsedades sin sentido y absurdas. Él decía que el alma busca un momento en el Dios pueda recoger nuestras vidas hechas pedazos. Ella busca un momento en el que ella pueda despojarse de pretensiones impuestas y camuflajeadas, para poder simplificar las complejidades de la vida. Esto, en un tiempo en el cual ella pueda llamar al Señor pidiendo ayuda sin sentir que somos unos cobardes. A base de esto, tenemos que concluir que la intercesión y la dirección del Espíritu Santo en la oración es también parte del proceso para transformar el alma: ese hogar que la oración requiere.

La oración entonces, no puede ser una estratagema para uso ocasional; un refugio al que
recurrimos de vez en cuando, como si fuera un “resort” al que vamos de vacaciones. Ella tiene que ser considerada como una residencia establecida, permanente.

Heschel decía que esta es una de las razones por las que la oración no puede estar en disonancia con el resto de la vida. Él decía más: señalaba que la misericordia y la gentileza que nos invaden durante los momentos de oración se pueden convertir en un engaño si estos son inconsistentes con la forma en que vivimos en otros momentos.

Ahora bien, recordemos que el proverbista dice que el espíritu, el alma del hombre, es como una vela, una lámpara, una vela (“candle”) encendida por Dios.

“El espíritu que Dios ha dado al hombre es luz que alumbra lo más profundo de su ser.”
 (Pro 20:27, DHH)

“27 The spirit of man is the candle of the Lord, searching all the inward parts of the belly.” (KJV)

La versión Reina-Valera de 1909 dice: “27 Candela de Jehová es el alma del hombre, Que escudriña lo secreto del vientre.” Una persona sin Cristo posee el alma apagada. El alma se enciende cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador. La intercesión y la oración dirigida por el Espíritu Santo procura conseguir que el alma se convierta en un incendio, en un holocausto. Heschel decía que la única manera de contener ese fuego es encontrando la vocación, el llamado en el que hemos sido llamados a servir.

El Espíritu de Dios consigue esto conduciéndonos a experimentar los fuegos que describe la Palabra de Dios. O sea, además de interceder por nosotros y enseñarnos a orar, Él nos dirige a experimentar los fuegos de Dios.

Tal y como compartimos hace 30 años en el libro “El Despertar de la Adoración:”

“El adorador-barro, ya moldeado tiene que ir a los hornos de Dios. La frase está en plural, pues como veremos en el transcurso de este capítulo, hay más de un fuego divino descrito en las Sagradas Escrituras. Lo que es seguro es la necesidad que tenemos de ir a esos hornos. Si decidiéramos no hacerlo, habremos echado a la basura todo el esfuerzo del "Gran Artista." Nuestra capacidad para el servicio, la capacidad para contener sustancias y materiales difíciles para hacerlo, la durabilidad, la belleza y el largo de vida de la vasija se habrán reducido drásticamente. Nuestra fragilidad no nos permitirá ser útiles. Créame, hay adoradores así en nuestras iglesias. No pueden ser usados por Dios. Su fragilidad no se los permite. Es el producto de no querer aceptar los fuegos de Dios y no poder "leer" la voluntad agradable y perfecta de Dios en cada uno de esos "hornos".”[3]

El primero de los fuegos de Dios lo encontramos en la lectura de Isaías 64:1-2 la presencia de Dios.

"1¡Oh, si rompieses los cielos y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, 2 como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!"

“Esa lectura describe uno de los fuegos divinos más poderosos y efectivos: la presencia de Dios. Creo que no existe elemento alguno en todo el universo que pueda comparársele. No existe criatura que pueda permanecer en pie frente a ella. Veamos algunos ejemplos bíblicos. Uno de los personajes más interesantes de la Sagrada Escritura lo es Moisés. Este siervo de Dios tenía muy claro lo que significaba la presencia de Dios. Aún más claro tenía su necesidad de ella. En Éxodo 33: 14 Jehová Dios se compromete con Moisés a mantener junto él Su presencia y a darle descanso. La respuesta de Moisés en el verso 15 suena más a un grito que a una frase calmada;

"....Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí."”[4]

La Biblia dice que en ese fuego encontramos dirección (Éxo 33:15) y plenitud de gozo (Sal 16:11). El Espíritu Santo nos conduce a este fuego cuando decidimos unirnos a Él en la oración.

El segundo fuego lo encontramos en el libro de la profecía de Malaquías (Mal 3:2): los juicios de Dios.

“¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida?¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.....”

El “mishpâṭ” (H4941) el juicio del Señor, habla del Dios que rige y juzga a su pueblo. Se trata de Dios haciendo revisiones, evaluaciones y adjudicaciones constantes con el propósito de perfeccionar y refinar su creación (Pro 21:2). El Espíritu Santo nos conduce al fuego divino de la evaluación a través de la oración.

El tercer fuego de Dios lo encontramos en el Salmo 79:5: el celo de Dios.

“¿Hasta cuándo, oh Jehová? ¿Estarás airado para siempre? ¿Arderá como fuego tu celo?”

Algunos lectores pueden sentirse confundidos con ese concepto: el celo (“qinʼâh”, H7068) de nuestro Dios. No podemos olvidar que el celo del Señor es el que produce a Cristo como Dios encarnado, el nombre admirable de Jesús, a Cristo como Consejero, a Cristo como Dios Fuerte, a Cristo como Padre Eterno y a Cristo como Príncipe de Paz. Ese celo produce el reino de Cristo, el imperio del cielo, el restablecimiento del trono de David y la confirmación de Dios el Padre. Así lo describe el Profeta Isaías en el capítulo nueve (9) del libro de su profecía (Isa 9:1-8): “el celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (v.7). El Espíritu Santo nos conduce a este fuego cuando decidimos unirnos a Él en la oración.

El cuarto fuego de Dios lo encontramos en el Cantar de los Cantares (Cant 8:6b-7a): su amor.

“...Sus brazas, brazas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor,”

“Me parece que este fuego es el que quema convenciéndonos de lo indigno que somos del amor de Dios. Es el fuego que me inunda al mirar el Calvario. Es el fuego que llenó el pecho de los caminantes de Emaús, luego de que Cristo se les desapareciera de la vista. Indignos seres humanos a quienes se les ha aparecido el Resucitado, les ha declarado la Escritura y hasta ha compartido la Cena con ellos.”
[5]

El Espíritu Santo nos conduce a este fuego intercediendo por nosotros y cuando decidimos unirnos a Él en nuestras oraciones.

El quinto fuego de Dios lo encontramos en el libro de la profecía de Jeremías (Jer 23:29): la Palabra de Dios.

“¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová y como martillo que quebranta la piedra?”

Compartimos en el libro que estamos citando aquí que la versión bíblica del Antiguo Testamento y que ha sido autorizada por el pueblo judío para ser leída en inglés, Tanakh, no refiere este verso como una pregunta y sí como una aseveración, como una exclamación.

“29 Behold, My word is like fire—declares the LORD—and like a hammer that shatters rock!”[6]
 
A continuación, otra cita del libro El Despertar de la Adoración:

“Ni este fuego, ni ningún otro, podrá validar el que se pisotee la autoestima del creyente. Tampoco han sido provistos por la mano de Dios para obligar el patrocinio de conductas enfermizas y deshumanizantes. Este fuego está diseñado para quemarnos mediante el ejercicio de dejarnos conocer el plan de Dios para con la humanidad, hacia dónde se dirige Él y todo aquello que es necesario hacer y vivir para llegar hasta allí. Me parece que son las palabras de Wolfhart Pannenberg, excelente teólogo alemán, unas de las más sucintas para describir lo que aquí se expone:

‘Si Dios no fuera el Creador, su voluntad no podría imponerse en el mundo más que a base de puros milagros, a base de desconectar todas las demás fuerzas que actúan en la historia. Pero no es así como acontece su voluntad, a costa de la actividad humana, sino que se realiza precisamente a través de las experiencias, la planificación y la actuación de los hombres, en y a pesar de su perversión pecadora.’[7]
 
Es por esto que la Palabra santa es como el fuego. Es la Palabra del Creador, esa revelación divina que siempre nos está recordando la meta divina, el lugar hacia donde Dios dirige su creación. Es cierto que nos confronta, mas siempre nos está recordando ese "allí" en donde el adorador-barro desea estar.”[8]

El Espíritu Santo intercede por nosotros para conducirnos a este fuego. Es así que la Santa Palabra queda grabada e internalizada en nuestros corazones. De hecho, está descrito en las Sagradas Escrituras que la Palabra de Dios es la espada del Espíritu (Efe 6:17). Entonces, ¿quién mejor que Él para dirigirnos a conocerla y a utilizarla correctamente?

El sexto fuego de Dios al que somos expuestos lo encontramos en la Primera Carta del Apóstol Pablo a los Corintios y en la Primera Carta del Apóstol Pedro: las pruebas.

“13 la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. 14 Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. 15 Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.” (1 Cor 3:13-15)

“6 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, 7 para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, 8 a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; 9 obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.” (1 Ped 1:6-9)

Esta es sin duda un escenario único para experimentar la dirección del Espíritu en la oración. Como dice Heschel, la oración sirve muchos propósitos. Ella sirve para aliviar las angustias y para hacernos participar del misterio de la gracia de Dios y de su dirección. ¿No les parece maravilloso que un Rabino Judío como Heschel pueda hablar así de la gracia de Dios? Es bueno saber que el Espíritu Santo nos dirige en oración en medio de las pruebas.

Esto es así porque es el Espíritu Santo el que le otorga a la oración la perspectiva desde la que podemos ver y ver mejor para poder ser capaces de responder a los retos que enfrentamos en la vida. Cuando somos dirigidos por el Espíritu de Dios en la oración descubrimos que el ser humano que la practica como lo enseña la Palabra de Dios, no busca imponer su voluntad al Eterno. Aprendemos a procurar que la voluntad y la misericordia de Dios sean impuestas en nuestras vidas. El Evangelio lo describe así: “10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mat 6:10).

También hemos visto que la oración es necesaria para hacernos conscientes de nuestra necesidad de todo lo que es. Tal y como dice Heschel, la oración también es necesaria para hacernos conscientes de nuestros fracasos, de nuestras caídas, de nuestras transgresiones y de nuestros pecados. Por lo tanto, la oración es mucho más que prestar atención a lo santo. La oración dirigida por el Espíritu de Dios nos tiene que dirigir a dejar el mundo atrás, así como todos los intereses que pueda tener nuestro ser interior.

Además, la oración que dirige el Espíritu procura despojarnos de todas nuestras preocupaciones. Él consigue esto provocando que seamos asombrados por la manifestación de la presencia de Dios, de las evaluaciones que Él le hace a nuestras almas, del celo que tiene por nosotros, del insondable y sempiterno amor que Él tiene por nosotros, del poder indiscutible que posee su Palabra y de la compañía indispensable que nos obsequia en los momentos en los que atravesamos por medio de las crisis y las temporadas de pruebas.

Concluimos esta reflexión señalando que el Espíritu Santo intercede por nosotros para que seamos capaces de renunciar a la tentación de ir a la oración como una acción por el amor de algo más. Orar es hablar con Dios y en ese diálogo solo Él puede ser el centro y el objeto de nuestro amor.


Bibliografía  sugerida
 
Bevere, John. 2006. “The Fear of the Lord: Discover the key to intimately knowing God.”

Bounds, E.M. 2004. “The Complete works on Prayer.” Grand Rapids: Baker Books.
 (“Essentials of Prayer,” “Necessity of Prayer,” “Possibilities of Prayer,” “Power Through Prayer,” “Prayer and Praying Men,” “Purpose in Prayer, “Weapon of Prayer.” Algunos de los libros de esta colección han sido traducidos al español y pueden ser conseguidos en formato.pdf)

Chase, Steven. 2005. “The tree of life: models of Christian Prayer.” Grand Rapids: Baker Academic.
 
Collins, Owen (Editor). 1999. “Classic Christian Prayers.” New York: Random House.

Copeland, Germaine. 1997. “Prayer that avail much”. Tulsa, Oklahoma: Harrison House.

Crabb, Larry. 2006. “The Papa prayer: The prayer you’ve never prayed.” Nashville: Thomas Nelson

Foster, Richard J. 1992. “Prayer: Finding the heart’s true home.” San Francisco: Harper.

Hayford, Jack.1982. "La oración a la conquista de lo Imposible", CLIE.

Heschel, Abraham J. 1996. “Moral Grandeur and Spiritual Audacity.” Editado por Susannah Heschel New York: Farrar, Strauss, pp. 257-267

Munroe, Myles. 2002. “Prayer: Understanding the purpose and power of…”  New Kensington, Penn.: Whitaker House.

Ortberg, John. 2005. “God is closer than you think.” Grand Rapids: Zondervan.

Yancey, Philip. 2006. “Prayer: Does it make any difference?” Grand Rapids: Zondervan.
(Hay una versión en español que está disponible)


   
[1] La siguiente dirección electrónica puede ayudar al lector en la comprensión de esta frase paulina: https://biblehub.com/text/romans/8-26.htm
[2] Ver bibliografía adjunta
[3] Esquilín, Mizraim. El Despertar de la Adoración. Miami: Editorial Caribe, 1995, p.77
[4] Op.cit., pp.77-78
[5] Op.cit., p.84.
[6] Jewish Publication Society. JPS TANAKH: The Holy Scriptures (blue): The New JPS Translation according to the Traditional Hebrew Text (p. 822). The Jewish Publication Society. Kindle Edition.
[7] W. Pannenberg, Cuestiones Fundamentales de la Teología Sistemática, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1976, p.274
[8] Esquilín, Mizraim. El Despertar de la Adoración, pp. 86-87.








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