September 7th, 2025
1021 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 7 de septiembre del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos lleva, nos guía, nos dirige y nos muestra las cosas profundas de Dios (V)
“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”
(Rom 8:14-17, RV1960)
El Apóstol Pablo ha afirmado que la identidad que tenemos los creyentes en Cristo es el producto de la dirección del Espíritu Santo. Este apóstol señala que esa dirección nos convierte en hijos de Dios. Además, Pablo establece que es el Espíritu de Dios el que afirma esa identidad en cada uno de aquellos que aceptan a Cristo como su Salvador y su Señor. Esta es una de las conclusiones que producen los versos que aparecen en el epígrafe de esta reflexión.
“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios…. 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” (Rom 8:14, 16, RV 1960)
Con mucha frecuencia estas aseveraciones generan preguntas acerca de cómo es que el Espíritu orquestra esto y cómo es que la Biblia lo describe. A continuación, algunas respuestas bíblicas para estas interrogantes.
De entrada, hemos visto que la Biblia dice que el Espíritu Santo es quien nos dirige a Cristo, convenciéndonos de pecado, de juicio y de justicia (Jn 16:7-11). Siendo esto así, entonces el Santo Espíritu, al dirigirnos a Cristo, nos dirige a conocer el plan de salvación y al mismo tiempo, a conocer la gloria de Dios que está en la faz de nuestro Señor y Salvador. Así lo afirma Pablo en su Segunda Carta a los Corintios cuando señala que el conocimiento de esa gloria está en ese rostro.
“6 El mismo Dios que dijo: «La luz brillará en la oscuridad», iluminó nuestro corazón para que conociéramos su gloria que brilla en el rostro de Jesucristo.” (2 Cor 4:6, PDT)
“6 Pues Dios, quien dijo: «Que haya luz en la oscuridad», hizo que esta luz brille en nuestro corazón para que podamos conocer la gloria de Dios que se ve en el rostro de Jesucristo.” (NTV)
Este verso bíblico describe que una de las cosas que el Espíritu Santo hace es iluminar nuestros corazones para que lleguemos a Cristo y que allí podamos conocer esa gloria. Ese verso bíblico también afirma que este proceso es similar al de la creación que aparece recogido en el Libro de Génesis. Fue en ese momento que se escuchó a Dios decir “sea la luz”, en medio de la obscuridad absoluta (Gén 1:1-4). Esto es, que el nuevo nacimiento del creyente es al mismo tiempo una nueva creación. Veamos cómo esto es afirmado en la Carta a Los Gálatas:
“15 En realidad tener la circuncisión o no tenerla, no significa nada. Lo que de verdad importa es la nueva creación que Dios está haciendo. 16 Que la paz y la compasión de Dios estén con todos los que ajusten su vida a esta norma y con todo el pueblo de Dios.” (Gál 6:15-16, PDT)
Esta es la razón por la que Pablo describe el nuevo nacimiento en Cristo como la creación de una nueva criatura.
“17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Cor 5:17, RV1960)
¿Cómo podemos definir de manera sencilla el significado de esa gloria? La teología sistemática nos enseña que la gloria de Dios puede ser definida como el peso y el brillo de su santidad, de su poder y su magnificencia. Tanto el concepto hebreo “kâbôd” (H3519) como el griego “doxa” (G1391) describen el peso y el esplendor que posee esa gloria y el honor que merece Aquél que la posee.
Los análisis que desarrollaron los Padres de la Iglesia acerca de este concepto pueden ser resumidos diciendo que Dios es santo, absolutamente santo, que Él habita en santidad, todo lo bueno emana de él y nada malo puede coexistir ante su presencia. Esa santidad es refulgente y esa gloria es el resplandor brillante que emana de esta.
La santidad de Dios es tan inalcanzable, poderosa, inimaginable e inefable que podemos ver los destellos de su gloria, pero no podríamos ver a Dios cara a cara sin morir. Así lo afirmó el profeta Isaías cuando tuvo la visión de la gloria de Dios que nuestro Señor utilizó para llamarlo al ministerio.
“5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” (Isa 6:5).
Esa gloria es tan refulgente que la Biblia dice en el Libro del Apocalípsis que Dios la utiliza como el sistema de iluminación de la Ciudad Celestial.
“23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.” (Apo 21:23, RV 1960)
“23 La ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna porque el esplendor de Dios la ilumina y el Cordero es su lámpara.” (PDT)
Si usted leyó bien, debe haberse percatado que ese pasaje dice que nuestro Señor es la lámpara de esa gloria.
A base de lo que hemos planteado hasta aquí, ¿cómo podríamos interpretar lo que dice el profeta Isaías cuando señala que Dios había decidido no compartir su gloria (“kabod”; H3519) con nadie? Esto lo dice este profeta en el capítulo cuarenta y dos y verso ocho de su libro.
“8 Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas.” (Isaías 42:8)
Sin embargo, este mismo profeta afirma que Dios ha prometido glorificar (va a llenar) la casa de su gloria con su gloria. ¿Cómo es esto posible?
“7 Todo el ganado de Cedar será juntado para ti; carneros de Nebaiot te serán servidos; serán ofrecidos con agrado sobre mi altar, y glorificaré la casa de mi gloria. 8 Quiénes son éstos que vuelan como nubes, y como palomas a sus ventanas?” (Isa 60:7-8, RV1960)
Hay que destacar que Isaías es llamado el profeta evangélico porque es capaz de insertar muchos principios teológicos que encontramos en el Nuevo Testamento en sus escritos del siglo octavo antes de Cristo. Este es sin duda alguna uno de estos. Lo que Dios está diciendo allí es que va a llenar esa casa con parte de la belleza y de la majestad que sólo le pertenecen a Él. O sea, que el Dios que no permite que su gloria sea compartida prometió llenar su casa con esa gloria.
Hay otro dato muy interesante en este pasaje. Este dice que el pueblo llegará volando a la ciudad de Jerusalén cuando esta palabra profética se cumpla. Conocemos acerca de las aplicaciones exegéticas contextuales de esas expresiones bíblicas. No obstante, cabe aquí preguntarse si Isaías habría visto algunos escenarios relacionados a la transportación en la modernidad y la posmodernidad.
Isaías poseía una estructura evangélica tan intensa que llegó a afirmar que Dios colocó al Espíritu Santo en medio del pueblo para dirigir a Israel en el tiempo en el que ellos peregrinaban por el desierto. De hecho, él dice más: Isaías dice que el pueblo de Israel entristeció, afligió al Santo Espíritu.
“10 Pero ellos se rebelaron contra él y entristecieron a su Santo Espíritu. Así que él se convirtió en enemigo de ellos y peleó contra ellos. 11 Entonces recordaron los días de antaño cuando Moisés sacó a su pueblo de Egipto. Clamaron: «¿Dónde está el que llevó a Israel a través del mar con Moisés como pastor?¿Dónde está el que envió a su Santo Espíritu para que estuviera en medio de su pueblo?” (NTV)
“10 Pero ellos se rebelaron y afligieron a su Santo Espíritu. Por eso se convirtió en su enemigo y luchó él mismo contra ellos. 11 Su pueblo recordó los tiempos pasados, los tiempos de Moisés: ¿Dónde está el que los hizo subir del mar, con el pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso su santo Espíritu entre ellos,” (NVI)
¿No le parece a usted interesante que un escritor del Antiguo Testamento decida escribir así acerca de una presencia que todavía no había descendido en el Aposento Alto? Un detalle hermoso que acompaña estas explicaciones es que fue el Espíritu Santo el que inspiró a Isaías a escribir todo esto.
Repetimos que el Espíritu Santo nos dirige a conocer esa gloria. Repetimos que esa gloria que el Padre puso en la faz de Cristo Jesús su Hijo, es de Dios y exclusiva de él. Nadie más la merece ni la puede producir.
Ya hemos visto que la Biblia dice que Cristo es la lámpara de esa gloria. Al mismo tiempo, ella dice que Cristo es el resplandor de esa gloria.
“3 El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de su palabra. Después de habernos limpiado de nuestros pecados, se sentó en el lugar de honor, a la derecha del majestuoso Dios en el cielo.” (Heb 1:3, NTV)
Una vez más, la versión bíblica que acabamos de compartir también nos conduce a concluir que cuando el Espíritu Santo nos dirige a Aquél que murió por nosotros en la cruz del Calvario, al mismo tiempo nos está dirigiendo a Aquél que irradia la gloria de Dios y a la revelación del carácter del Todopoderoso.
Por otro lado, la Biblia afirma que los creyentes somos llamados por la gloria de Dios y por su excelencia (2 Ped 1:3) y que somos llamados a esa gloria eterna (1 Ped 5:10). Además, ella dice que la corona que recibiremos al final de los tiempos es incorruptible porque es una corona de gloria (1 Ped 5:4).
“3 Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,” (2 Ped 1:3, RV 1960)
“10 Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.” (1 Ped 5:10)
“4 Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.” (1 Ped 5:4).
No olvidemos que el Espíritu Santo es quien nos dirige a esta verdad y a conocer esta revelación.
Ahora bien, la Biblia dice que no hay que esperar a llegar al cielo para participar de esa gloria. Ella dice que en esta vida podemos ser transformados de gloria en gloria mirando como en un espejo la gloria del Señor. Ella añade y afirma que el Espíritu es el encargado y el facilitador de esta transformación que el fuego de la gloria de Dios puede desarrollar en el creyente en Cristo.
“18 Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen.” (2 Cor 3:18, NTV).
En otras palabras, que la contemplación de esa gloria produce una transformación inequívoca, inimitable, insondable, incuestionable e imposible de imitar. Repetimos que no podemos olvidar que el Espíritu Santo es quien nos dirige a todos estos escenarios en los que se manifiesta y se revela la gloria de Dios.
Sabiendo que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios, podemos entonces afirmar que cuando Dios decide encarnar al Verbo, a Jesús nuestro Señor y Salvador, en el vientre de la Virgen María, Él estaba encarnando su gloria. Debemos entender que la Biblia no dice que Cristo se convirtió en la gloria de Dios estando entre nosotros. La Biblia afirma que Él es el resplandor de esa gloria. Al mismo tiempo, la Biblia dice que el Espíritu Santo es el que produce este embarazo.
“34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. 35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lcs 1:34-35, RV 1960)
El concepto griego que es traducido aquí como “sombra” (“episkiazō”, G1982), es definido por varios recursos como “sombrear”, “eclipsar”, “proyectar su sombra” y “cubrir”.[1] Otros lo describen señalando que ciertamente puede ser traducido como “eclipsar y/o como proyectar una sombra sobre algo”, y/o “envolver en una sombra”. Sin embargo, también señalan que este concepto describe lo siguiente:
“Envolver en una bruma de brillantez; fig. investir de influencia sobrenatural: eclipsar.”[2] (Traducción libre)
“…desde una nube brillante que rodea y envuelve a las personas con su resplandor. Se usa para referirse al Espíritu Santo ejerciendo energía creativa sobre el vientre de la virgen María y fecundándolo (un uso de la palabra que parece haberse extraído de la idea familiar del Antiguo Testamento de una nube como simbolizando la presencia y el poder inmediatos de Dios).”[3] (Traducción libre)
Estos datos nos pueden permitir llegar a la conclusión de que el Espíritu Santo cubrió a la virgen María con una neblina resplandeciente o fulgorosa. Dios hizo todo esto para encarnar su gloria en el vientre de María. Es por esto que cuando el Juan el Evangelista describe a Jesús lo hace diciendo lo siguiente:
“14 Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.” (Jn 1:14, DHH)
Esta es la razón por la que el Apóstol Pablo describe que el Evangelio que predicamos es el “evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Cor 4:4b).
Un detalle adicional que podemos observar en la encarnación de la gloria de Dios y el mensaje de del evangelio de la gloria de Dios es que este mensaje resuelve el problema que produjo el pecado: haber sido destituidos de la gloria de Dios.
“23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Rom 3:23, RV1960)
El sacrificio vicario de Cristo el Señor en la cruz del Calvario nos restituye la gloria de Dios.
Sabemos que el Apóstol Pablo dice que el pecado nos condujo a cambiar “…la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles.” (Rom 1:23, NVI). El mensaje del Evangelio resuelve esto predicando el perdón de nuestros pecados (Hch 10:43; 13:38; Efe 1:7; Col 1:14), ser rescatados de las tinieblas del error (1 Ped 5:20), ser justificados para la cancelación de la sentencia de muerte que había sobre nosotros (Rom 6:23) y ser restituidos a la gloria de Dios. Esto nos conmina a cancelar todas las imitaciones de esa gloria.
Pablo afirma que el Espíritu Santo nos tiene que dirigir a esta revelación y que es Él quien modela y afirma nuestra identidad luego de que la sangre de Cristo haya conseguido todo esto en aquellos que creemos en el mensaje de salvación.
Más de uno de los lectores puede estar preguntándose cómo es que el Espíritu puede realizar todo esto en medio de las luchas y las batallas que cada creyente tiene que enfrentar en la vida. Las respuestas que la Palabra de Dios ha provisto para esta pregunta son gloriosas.
Una de estas señala que el Espíritu de Dios nos dirige a enfocarnos en las cosas eternas.
“16 Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. 17 Pues nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades! 18 Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio, fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no podemos ver permanecerán para siempre.” (2 Cor 4:16-18, NTV)
Otra respuesta la encontramos en un pasaje bíblico que hace énfasis en que las tribulaciones y las aflicciones que experimentamos y soportamos aquí no se comparan con la gloria futura que Dios nos ha prometido.
“18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” (Rom 8:18, RV1960)
Otra respuesta, la encontramos en la Carta a Los Efesios. El Apóstol Pablo dice allí que Dios utiliza al Espíritu para fortalecer nuestro hombre interior y que esta acción forma parte de las riquezas de la gloria de Dios; la potencia de su gloria.
“16 Pido al Padre que de su gloriosa riqueza les dé a ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios,” (Efe 3:16, DHH)
“11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad;” (Col 1:11, RV1960)
Es muy importante destacar que la revelación que el Espíritu Santo nos da posee varias metas. Esto es, para aquellos que se dejan dirigir por Él. Una de estas metas es que la gloria de Dios en Cristo viva en nosotros. Sabemos que la Biblia dice que Cristo vive en el corazón de cada creyente:
“27 a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,” (Col 1:27)
Otra meta a la que Él nos dirige es la victoria final, alcanzar y compartir la gloria del Señor (2 Tes 2:14; 2 Tim 2:10), recibir la corona incorruptible de gloria (1 Ped 5:4) y ser transformados para ser semejantes a Cristo.
“21 el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (Fil 1:21)
Otra meta a la que el Espíritu Santo nos dirige es descrita por el profeta Isaías cuando este señala que Dios anhela exhibirnos como producto terminado: como corona de gloria y diadema de reino.
“1 Por amor de Sión no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. 2 Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará. 3 Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo.” (Isa 62:1-3)
Sabemos que existen muchas metas adicionales que podemos presentar aquí. Algunas de estas son alcanzar la estatura de Cristo, conocer la Palabra Santa y enseñarnos a orar. No obstante, hemos decidido concluir esta reflexión repasando algo que dice el Apóstol Pablo en la Carta a Los Efesios:
“16 siempre los recuerdo en mis oraciones y ruego a Dios por ustedes. 17 Ruego que Dios, el Padre glorioso de nuestro Señor Jesucristo, les dé el Espíritu, fuente de sabiduría, quien les revelará la verdad de Dios para que la entiendan y lleguen a conocerlo mejor. 18 Pido que Dios les abra la mente para que vean y sepan lo que él tiene preparado para la gente que ha llamado. Entonces podrán participar de las ricas y abundantes bendiciones que él ha prometido a su pueblo santo. 19 Verán también lo grande que es el poder que Dios da a los que creen en él. Es el mismo gran poder 20 con el que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y le dio el derecho de sentarse a su derecha en el cielo.” (Efe 1:16-20, PDT)
El Espíritu Santo nos dirige a estas verdades. Es por eso que necesitamos esa dirección para poder ser hijos de Dios y para poder vivir disfrutando los beneficios de esa nueva identidad.
[1] Schulz, S. (1964–). σκιά, ἀποσκίασμα, ἐπισκιάζω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 7, p. 396). Eerdmans.
[2] Strong, J. (2009). In A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p. 31). Logos Bible Software
[3] Strong, J. (1995). In Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos lleva, nos guía, nos dirige y nos muestra las cosas profundas de Dios (V)
“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”
(Rom 8:14-17, RV1960)
El Apóstol Pablo ha afirmado que la identidad que tenemos los creyentes en Cristo es el producto de la dirección del Espíritu Santo. Este apóstol señala que esa dirección nos convierte en hijos de Dios. Además, Pablo establece que es el Espíritu de Dios el que afirma esa identidad en cada uno de aquellos que aceptan a Cristo como su Salvador y su Señor. Esta es una de las conclusiones que producen los versos que aparecen en el epígrafe de esta reflexión.
“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios…. 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” (Rom 8:14, 16, RV 1960)
Con mucha frecuencia estas aseveraciones generan preguntas acerca de cómo es que el Espíritu orquestra esto y cómo es que la Biblia lo describe. A continuación, algunas respuestas bíblicas para estas interrogantes.
De entrada, hemos visto que la Biblia dice que el Espíritu Santo es quien nos dirige a Cristo, convenciéndonos de pecado, de juicio y de justicia (Jn 16:7-11). Siendo esto así, entonces el Santo Espíritu, al dirigirnos a Cristo, nos dirige a conocer el plan de salvación y al mismo tiempo, a conocer la gloria de Dios que está en la faz de nuestro Señor y Salvador. Así lo afirma Pablo en su Segunda Carta a los Corintios cuando señala que el conocimiento de esa gloria está en ese rostro.
“6 El mismo Dios que dijo: «La luz brillará en la oscuridad», iluminó nuestro corazón para que conociéramos su gloria que brilla en el rostro de Jesucristo.” (2 Cor 4:6, PDT)
“6 Pues Dios, quien dijo: «Que haya luz en la oscuridad», hizo que esta luz brille en nuestro corazón para que podamos conocer la gloria de Dios que se ve en el rostro de Jesucristo.” (NTV)
Este verso bíblico describe que una de las cosas que el Espíritu Santo hace es iluminar nuestros corazones para que lleguemos a Cristo y que allí podamos conocer esa gloria. Ese verso bíblico también afirma que este proceso es similar al de la creación que aparece recogido en el Libro de Génesis. Fue en ese momento que se escuchó a Dios decir “sea la luz”, en medio de la obscuridad absoluta (Gén 1:1-4). Esto es, que el nuevo nacimiento del creyente es al mismo tiempo una nueva creación. Veamos cómo esto es afirmado en la Carta a Los Gálatas:
“15 En realidad tener la circuncisión o no tenerla, no significa nada. Lo que de verdad importa es la nueva creación que Dios está haciendo. 16 Que la paz y la compasión de Dios estén con todos los que ajusten su vida a esta norma y con todo el pueblo de Dios.” (Gál 6:15-16, PDT)
Esta es la razón por la que Pablo describe el nuevo nacimiento en Cristo como la creación de una nueva criatura.
“17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Cor 5:17, RV1960)
¿Cómo podemos definir de manera sencilla el significado de esa gloria? La teología sistemática nos enseña que la gloria de Dios puede ser definida como el peso y el brillo de su santidad, de su poder y su magnificencia. Tanto el concepto hebreo “kâbôd” (H3519) como el griego “doxa” (G1391) describen el peso y el esplendor que posee esa gloria y el honor que merece Aquél que la posee.
Los análisis que desarrollaron los Padres de la Iglesia acerca de este concepto pueden ser resumidos diciendo que Dios es santo, absolutamente santo, que Él habita en santidad, todo lo bueno emana de él y nada malo puede coexistir ante su presencia. Esa santidad es refulgente y esa gloria es el resplandor brillante que emana de esta.
La santidad de Dios es tan inalcanzable, poderosa, inimaginable e inefable que podemos ver los destellos de su gloria, pero no podríamos ver a Dios cara a cara sin morir. Así lo afirmó el profeta Isaías cuando tuvo la visión de la gloria de Dios que nuestro Señor utilizó para llamarlo al ministerio.
“5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” (Isa 6:5).
Esa gloria es tan refulgente que la Biblia dice en el Libro del Apocalípsis que Dios la utiliza como el sistema de iluminación de la Ciudad Celestial.
“23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.” (Apo 21:23, RV 1960)
“23 La ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna porque el esplendor de Dios la ilumina y el Cordero es su lámpara.” (PDT)
Si usted leyó bien, debe haberse percatado que ese pasaje dice que nuestro Señor es la lámpara de esa gloria.
A base de lo que hemos planteado hasta aquí, ¿cómo podríamos interpretar lo que dice el profeta Isaías cuando señala que Dios había decidido no compartir su gloria (“kabod”; H3519) con nadie? Esto lo dice este profeta en el capítulo cuarenta y dos y verso ocho de su libro.
“8 Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas.” (Isaías 42:8)
Sin embargo, este mismo profeta afirma que Dios ha prometido glorificar (va a llenar) la casa de su gloria con su gloria. ¿Cómo es esto posible?
“7 Todo el ganado de Cedar será juntado para ti; carneros de Nebaiot te serán servidos; serán ofrecidos con agrado sobre mi altar, y glorificaré la casa de mi gloria. 8 Quiénes son éstos que vuelan como nubes, y como palomas a sus ventanas?” (Isa 60:7-8, RV1960)
Hay que destacar que Isaías es llamado el profeta evangélico porque es capaz de insertar muchos principios teológicos que encontramos en el Nuevo Testamento en sus escritos del siglo octavo antes de Cristo. Este es sin duda alguna uno de estos. Lo que Dios está diciendo allí es que va a llenar esa casa con parte de la belleza y de la majestad que sólo le pertenecen a Él. O sea, que el Dios que no permite que su gloria sea compartida prometió llenar su casa con esa gloria.
Hay otro dato muy interesante en este pasaje. Este dice que el pueblo llegará volando a la ciudad de Jerusalén cuando esta palabra profética se cumpla. Conocemos acerca de las aplicaciones exegéticas contextuales de esas expresiones bíblicas. No obstante, cabe aquí preguntarse si Isaías habría visto algunos escenarios relacionados a la transportación en la modernidad y la posmodernidad.
Isaías poseía una estructura evangélica tan intensa que llegó a afirmar que Dios colocó al Espíritu Santo en medio del pueblo para dirigir a Israel en el tiempo en el que ellos peregrinaban por el desierto. De hecho, él dice más: Isaías dice que el pueblo de Israel entristeció, afligió al Santo Espíritu.
“10 Pero ellos se rebelaron contra él y entristecieron a su Santo Espíritu. Así que él se convirtió en enemigo de ellos y peleó contra ellos. 11 Entonces recordaron los días de antaño cuando Moisés sacó a su pueblo de Egipto. Clamaron: «¿Dónde está el que llevó a Israel a través del mar con Moisés como pastor?¿Dónde está el que envió a su Santo Espíritu para que estuviera en medio de su pueblo?” (NTV)
“10 Pero ellos se rebelaron y afligieron a su Santo Espíritu. Por eso se convirtió en su enemigo y luchó él mismo contra ellos. 11 Su pueblo recordó los tiempos pasados, los tiempos de Moisés: ¿Dónde está el que los hizo subir del mar, con el pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso su santo Espíritu entre ellos,” (NVI)
¿No le parece a usted interesante que un escritor del Antiguo Testamento decida escribir así acerca de una presencia que todavía no había descendido en el Aposento Alto? Un detalle hermoso que acompaña estas explicaciones es que fue el Espíritu Santo el que inspiró a Isaías a escribir todo esto.
Repetimos que el Espíritu Santo nos dirige a conocer esa gloria. Repetimos que esa gloria que el Padre puso en la faz de Cristo Jesús su Hijo, es de Dios y exclusiva de él. Nadie más la merece ni la puede producir.
Ya hemos visto que la Biblia dice que Cristo es la lámpara de esa gloria. Al mismo tiempo, ella dice que Cristo es el resplandor de esa gloria.
“3 El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de su palabra. Después de habernos limpiado de nuestros pecados, se sentó en el lugar de honor, a la derecha del majestuoso Dios en el cielo.” (Heb 1:3, NTV)
Una vez más, la versión bíblica que acabamos de compartir también nos conduce a concluir que cuando el Espíritu Santo nos dirige a Aquél que murió por nosotros en la cruz del Calvario, al mismo tiempo nos está dirigiendo a Aquél que irradia la gloria de Dios y a la revelación del carácter del Todopoderoso.
Por otro lado, la Biblia afirma que los creyentes somos llamados por la gloria de Dios y por su excelencia (2 Ped 1:3) y que somos llamados a esa gloria eterna (1 Ped 5:10). Además, ella dice que la corona que recibiremos al final de los tiempos es incorruptible porque es una corona de gloria (1 Ped 5:4).
“3 Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,” (2 Ped 1:3, RV 1960)
“10 Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.” (1 Ped 5:10)
“4 Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.” (1 Ped 5:4).
No olvidemos que el Espíritu Santo es quien nos dirige a esta verdad y a conocer esta revelación.
Ahora bien, la Biblia dice que no hay que esperar a llegar al cielo para participar de esa gloria. Ella dice que en esta vida podemos ser transformados de gloria en gloria mirando como en un espejo la gloria del Señor. Ella añade y afirma que el Espíritu es el encargado y el facilitador de esta transformación que el fuego de la gloria de Dios puede desarrollar en el creyente en Cristo.
“18 Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen.” (2 Cor 3:18, NTV).
En otras palabras, que la contemplación de esa gloria produce una transformación inequívoca, inimitable, insondable, incuestionable e imposible de imitar. Repetimos que no podemos olvidar que el Espíritu Santo es quien nos dirige a todos estos escenarios en los que se manifiesta y se revela la gloria de Dios.
Sabiendo que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios, podemos entonces afirmar que cuando Dios decide encarnar al Verbo, a Jesús nuestro Señor y Salvador, en el vientre de la Virgen María, Él estaba encarnando su gloria. Debemos entender que la Biblia no dice que Cristo se convirtió en la gloria de Dios estando entre nosotros. La Biblia afirma que Él es el resplandor de esa gloria. Al mismo tiempo, la Biblia dice que el Espíritu Santo es el que produce este embarazo.
“34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. 35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lcs 1:34-35, RV 1960)
El concepto griego que es traducido aquí como “sombra” (“episkiazō”, G1982), es definido por varios recursos como “sombrear”, “eclipsar”, “proyectar su sombra” y “cubrir”.[1] Otros lo describen señalando que ciertamente puede ser traducido como “eclipsar y/o como proyectar una sombra sobre algo”, y/o “envolver en una sombra”. Sin embargo, también señalan que este concepto describe lo siguiente:
“Envolver en una bruma de brillantez; fig. investir de influencia sobrenatural: eclipsar.”[2] (Traducción libre)
“…desde una nube brillante que rodea y envuelve a las personas con su resplandor. Se usa para referirse al Espíritu Santo ejerciendo energía creativa sobre el vientre de la virgen María y fecundándolo (un uso de la palabra que parece haberse extraído de la idea familiar del Antiguo Testamento de una nube como simbolizando la presencia y el poder inmediatos de Dios).”[3] (Traducción libre)
Estos datos nos pueden permitir llegar a la conclusión de que el Espíritu Santo cubrió a la virgen María con una neblina resplandeciente o fulgorosa. Dios hizo todo esto para encarnar su gloria en el vientre de María. Es por esto que cuando el Juan el Evangelista describe a Jesús lo hace diciendo lo siguiente:
“14 Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.” (Jn 1:14, DHH)
Esta es la razón por la que el Apóstol Pablo describe que el Evangelio que predicamos es el “evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Cor 4:4b).
Un detalle adicional que podemos observar en la encarnación de la gloria de Dios y el mensaje de del evangelio de la gloria de Dios es que este mensaje resuelve el problema que produjo el pecado: haber sido destituidos de la gloria de Dios.
“23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Rom 3:23, RV1960)
El sacrificio vicario de Cristo el Señor en la cruz del Calvario nos restituye la gloria de Dios.
Sabemos que el Apóstol Pablo dice que el pecado nos condujo a cambiar “…la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles.” (Rom 1:23, NVI). El mensaje del Evangelio resuelve esto predicando el perdón de nuestros pecados (Hch 10:43; 13:38; Efe 1:7; Col 1:14), ser rescatados de las tinieblas del error (1 Ped 5:20), ser justificados para la cancelación de la sentencia de muerte que había sobre nosotros (Rom 6:23) y ser restituidos a la gloria de Dios. Esto nos conmina a cancelar todas las imitaciones de esa gloria.
Pablo afirma que el Espíritu Santo nos tiene que dirigir a esta revelación y que es Él quien modela y afirma nuestra identidad luego de que la sangre de Cristo haya conseguido todo esto en aquellos que creemos en el mensaje de salvación.
Más de uno de los lectores puede estar preguntándose cómo es que el Espíritu puede realizar todo esto en medio de las luchas y las batallas que cada creyente tiene que enfrentar en la vida. Las respuestas que la Palabra de Dios ha provisto para esta pregunta son gloriosas.
Una de estas señala que el Espíritu de Dios nos dirige a enfocarnos en las cosas eternas.
“16 Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. 17 Pues nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades! 18 Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio, fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no podemos ver permanecerán para siempre.” (2 Cor 4:16-18, NTV)
Otra respuesta la encontramos en un pasaje bíblico que hace énfasis en que las tribulaciones y las aflicciones que experimentamos y soportamos aquí no se comparan con la gloria futura que Dios nos ha prometido.
“18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” (Rom 8:18, RV1960)
Otra respuesta, la encontramos en la Carta a Los Efesios. El Apóstol Pablo dice allí que Dios utiliza al Espíritu para fortalecer nuestro hombre interior y que esta acción forma parte de las riquezas de la gloria de Dios; la potencia de su gloria.
“16 Pido al Padre que de su gloriosa riqueza les dé a ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios,” (Efe 3:16, DHH)
“11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad;” (Col 1:11, RV1960)
Es muy importante destacar que la revelación que el Espíritu Santo nos da posee varias metas. Esto es, para aquellos que se dejan dirigir por Él. Una de estas metas es que la gloria de Dios en Cristo viva en nosotros. Sabemos que la Biblia dice que Cristo vive en el corazón de cada creyente:
“27 a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,” (Col 1:27)
Otra meta a la que Él nos dirige es la victoria final, alcanzar y compartir la gloria del Señor (2 Tes 2:14; 2 Tim 2:10), recibir la corona incorruptible de gloria (1 Ped 5:4) y ser transformados para ser semejantes a Cristo.
“21 el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (Fil 1:21)
Otra meta a la que el Espíritu Santo nos dirige es descrita por el profeta Isaías cuando este señala que Dios anhela exhibirnos como producto terminado: como corona de gloria y diadema de reino.
“1 Por amor de Sión no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. 2 Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará. 3 Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo.” (Isa 62:1-3)
Sabemos que existen muchas metas adicionales que podemos presentar aquí. Algunas de estas son alcanzar la estatura de Cristo, conocer la Palabra Santa y enseñarnos a orar. No obstante, hemos decidido concluir esta reflexión repasando algo que dice el Apóstol Pablo en la Carta a Los Efesios:
“16 siempre los recuerdo en mis oraciones y ruego a Dios por ustedes. 17 Ruego que Dios, el Padre glorioso de nuestro Señor Jesucristo, les dé el Espíritu, fuente de sabiduría, quien les revelará la verdad de Dios para que la entiendan y lleguen a conocerlo mejor. 18 Pido que Dios les abra la mente para que vean y sepan lo que él tiene preparado para la gente que ha llamado. Entonces podrán participar de las ricas y abundantes bendiciones que él ha prometido a su pueblo santo. 19 Verán también lo grande que es el poder que Dios da a los que creen en él. Es el mismo gran poder 20 con el que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y le dio el derecho de sentarse a su derecha en el cielo.” (Efe 1:16-20, PDT)
El Espíritu Santo nos dirige a estas verdades. Es por eso que necesitamos esa dirección para poder ser hijos de Dios y para poder vivir disfrutando los beneficios de esa nueva identidad.
[1] Schulz, S. (1964–). σκιά, ἀποσκίασμα, ἐπισκιάζω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 7, p. 396). Eerdmans.
[2] Strong, J. (2009). In A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p. 31). Logos Bible Software
[3] Strong, J. (1995). In Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
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