1010 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 22 de junio del 2025

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Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos invita a pedir al Padre para poder a adorar (VI)

 
“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10, RV 1960)
           
El diálogo entre Jesucristo nuestro Señor y la mujer samaritana nos regala una profunda exposición de lo que es el conocimiento de quién es Cristo. Así como sucede con otros personajes bíblicos que Juan nos permite conocer a través de su Evangelio, el conocimiento que esta mujer tiene acerca de nuestro Señor aumenta según se desarrolla ese diálogo.

Saber quién es Cristo Jesús es un eje central del mensaje del Evangelio. El Nuevo Testamento está lleno de narrativas en las que se trabaja con este tema.

En el Evangelio de Mateo lo encontramos a base de preguntas, así como de aseveraciones medulares para nuestra fe, y de respuestas celestiales.

Preguntas:
“10 Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? 11 Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.” (Mat 21:10)

Aseveraciones:
“54 El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.” (Mat 27:54)

Respuestas celestiales:
“17 Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”  (Mat 3:17)

“5 Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.” (Mat 17:5)

Encontramos en el Evangelio de Marcos que algunas están adscritas a la demostración del poder de Cristo como Dios encarnado, sí como a aseveraciones centrales de nuestra fe.

“41 Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Mcs 4:41)

“39 Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” (Mcs 15:39)

En el Evangelio de Lucas parecen estar adscritas a la autoridad de Jesús, a las inquietudes que tenían algunos por saber quién era él y a aseverar quién es nuestro Señor.

“25 Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” (Lcs 8:25)

“49 Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?” (Lcs 7:49)

“9 Y dijo Herodes: A Juan yo le hice decapitar; ¿quién, pues, es éste, de quien oigo tales cosas? Y procuraba verle.” (Lcs 9:9)

“47 Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo.”  (Lcs 23:47)

Juan también es especialista en esta clase de presentación. Veamos un ejemplo de ello.

“15 Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. 16 Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. 17 Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. 18 A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”  (Jn 1:15-18)

“34 Le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre?” (Jn 12:34)

Sin embargo, Juan hace algo más. Él, inspirado por el Espíritu Santo, decide presentar algunos de los encuentros que la gente tenía con Jesús como procesos de desarrollo del conocimiento de quién es Jesús nuestro Señor. Esto es lo que sucede con la mujer samaritana.

Varios exégetas bíblicos, afirman que el conocimiento que esta mujer tenía acerca de Jesús fue creciendo según se desarrollaba el diálogo que ellos sostenían. De entrada, en los versos siete (7) al 10 del capítulo 4 del Evangelio de Juan vemos que ella afirma que tratar con Jesús era tratar con un judío.

“9 La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.” (Jn 4:9)

Warren W. Wiersbe afirma que ella hasta pudo haber mal interpretado el acercamiento que hacía Jesús, toda vez que ese rabino judío no debía siquiera haber intentado hablar con ella. Mucho menos pedirle de beber. [1] Lo que ella todavía no podía entender es que la salvación del alma de un pecador no podía ser puesta en riesgo por seguir las reglas y las costumbres sociales que nos imponemos.

Es aquí que Jesús le hace saber a esta mujer que ella ignora quién es él, qué es lo que él tiene para ofrecer y cómo es que esto puede ser recibido

“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10)
  
 En los versos 11 al 15 ella plantea la posibilidad de que Jesús fuera mayor que Jacob.

“11 La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? 12 Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” (vv.11-12)

En otras palabras, que Jesús no era un judío común. O sea, que su visión y conocimiento de quién es Jesús estaba ampliándose. Claro está, esta mujer no podía entender que el agua que Jesús le estaba ofreciendo era una metáfora de la salvación y de la presencia del Espíritu Santo.

“13 Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; 14 mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (Jn 4:13-14)

“38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.” (Jn 7:38-39).

Ella estaba enfocada en el proceso y en los “cómo.” Esto la había llevado a desarrollar una visión política-religiosa de Cristo y del lugar en el que se desarrollaba ese encuentro. Esa es la interpretación de Jesús el Señor como un Jacob.

En los versos 16 al 24 nos dicen que ella se convence de que Jesús era un profeta.

“19 Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta.” (v.19)

Esta afirmación revela que los ojos de esta mujer habían comenzado a abrirse como reacción a la autoridad que posee la palabra que sale de la boca de Jesús nuestro Señor. Ella había comenzado a reconocer la autoridad del Salvador del mundo. La Palabra de Cristo (la Biblia) posee la autoridad para sacudir los fundamentos y la totalidad de la vida de todos aquellos que la escuchan o la leen. Esta es una de las razones por la que muchos se resisten a escucharla o a recibirla: el temor de que serán confrontados con una autoridad inigualable e inequívoca.

Ya casi al final de ese encuentro Juan nos deja saber que el conocimiento que esta mujer tenía acerca de Jesús había llegado al clímax.

“25 Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. 26 Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo. 27 En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? 28 Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: 29 Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? 30 Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él.” (Jn 4:25-30)

Esta mujer concluye su diálogo con el Señor convertida en evangelista, anunciando a otros que tenían que salir a encontrarse con uno que podía ser el Cristo.[2] Las reacciones de aquellos que la escucharon proclamar la invitación que continúa haciendo la Gracia divina (“venid, ved…”; Jn 1:46) se convierten en el clímax de esta narrativa bíblica: Jesús es Cristo, el Salvador del mundo.

“42 y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.” (Jn 11:42)

Debemos concluir este examen señalando que Jesús es más que un judío, mucho más grande que Jacob, más grande que un profeta. Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2:11).

Existen otras narrativas juaninas que pueden ser examinadas como lo hemos hecho con el capítulo cuatro (4) de este Evangelio. Esto es, afirmando el desarrollo del conocimiento de quién es Jesús. Un ejemplo lo encontramos en la narrativa bíblica acerca del ciego de nacimiento que encontramos en el capítulo nueve (9) de este Evangelio (Jn 9:1-41).

La Biblia dice que cuando este ciego fue encontrado y sanado por Jesús (Jn 9:7), la opinión que él tenía de nuestro Señor era que Jesucristo era un hombre (v.9).

“11 Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Vé al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista.”

Al igual que la mujer samaritana, la primera impresión que este hombre tiene acerca de aquel que le había sanado es que se trataba de un hombre más. Esta era y continúa siendo la interpretación o la visión de Cristo Jesús que poseen muchos seres humanos. El ejemplo de Poncio Pilato es trascendental.

“14 les dijo: Me habéis presentado a éste como un hombre que perturba al pueblo; pero habiéndole interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis.” (Lcs 23:14-15).

La Biblia es escueta al señalar que Jesús es mucho más que un hombre.

“46 Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Jn 7:46)

En el caso del ciego de nacimiento también se conjuga la realidad de que los milagros recibidos y/o contemplados no necesariamente cambian esa interpretación. Hay muchas personas que reciben o son testigos de milagros y que no experimentan crecimiento ni transformación del conocimiento que tienen acerca de quién es Cristo el Señor. Hace falta algo más para que esto suceda. Hay que exponerse a la Palabra que sale de la boca del Salvador del mundo.

Juan continúa su relato señalando que un poco más tarde se escuchaba que el ciego que había sido sanado decía que Jesucristo era un profeta (v.17).

“17 Entonces volvieron a decirle al ciego: ¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta.” (Jn 9:17)

¿Le suena familiar? Esa fue una de las reacciones de la mujer samaritana. Es muy común que las personas que chocan con Jesús queden impactadas por su autoridad y su primera reacción sea reconocer el carácter profético de nuestro Salvador. El peligro es quedarse estancados en ese escenario. El peligro estriba en que nunca lleguen al conocimiento pleno de nuestro Señor y que relegan el rol de éste y circunscriben su mensaje a uno de la proclamación de la justicia y de la transformación social. Es innegable que el mensaje de Jesús es uno profético, el mensaje del Evangelio, es uno profético: de anuncio y denuncia. Sin embargo, este trasciende ese rol: va mucho más allá.

Según continúa en desarrollo la trama de esta historia bíblica vemos que un poco después es Juan quien nos dice en una nota editorial que los padres de este hombre creían que Jesús era el Mesías (v.22).

“22 Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga.” (v.22)

Es muy interesante que la mujer samaritana también pensó esto (Jn 4:25). Este es sin duda alguna un gran avance en el desarrollo del conocimiento de Jesús. No obstante, puede ser interpretado como una visión política de Aquél que vino para salvar al mundo, perdonar nuestros pecados, darnos vida eterna mientras nos reconcilia con el Padre. Ciertamente una de las metas del Mesías que esperan los judíos incluye hacer que todo el mundo vuelva a Dios y a sus enseñanzas. Al mismo tiempo se trata de la restauración de la dinastía real de los descendientes de David, supervisar la reconstrucción de Jerusalén, incluyendo el Tercer Templo, cumplir con la promesa de una época de perfección caracterizada por una paz universal y el reconocimiento de Dios. Esto, además de traer redención y paz al pueblo judío. Sabemos que Cristo Jesús es el Mesías prometido. No obstante, la descripción que la Biblia ofrece acerca de Él trasciende estas metas. Jesucristo el Señor es mucho más que el Mesías.

Esta historia continúa hasta encontrar que este hombre le dice a los fariseos que Jesucristo tenía que venir de parte de Dios (v. 33). En otras palabras, que Jesús poseía una autoridad celestial delegada que lo hacía único en su clase.

El clímax de esta historia lo encontramos en el los versos 35 al 38:

“35 Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? 36 Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? 37 Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. 38 Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.” (Jn 9:35-38)

Esa declaración que afirma que Jesucristo es el Señor, revela que el milagro más grande que este hombre recibió no fue haber recibido la vista física. El milagro más grande fue haber recibido la oportunidad de confesar que Jesucristo es el Señor y poder adorarle.

Esta historia bíblica nos revela que Jesucristo es mucho más que un hombre. Ningún hombre habla como Él habla (Isa 55:11; Mat 4:4). Ningún hombre escucha como Él escucha (Sal 34:6, 17). Ningún hombre mira como Él mira (1 Ped 3:12). Jesucristo es mucho más que un profeta. Su mensaje trasciende la palabra de autoridad, sea de anuncio, así como de denuncia. Jesucristo es mucho más que el Mesías prometido. Su misión no se circunscribe al pueblo judío. Jesucristo es el Salvador y el Señor del mundo.
 
La clave para llegar a esta clase de conocimiento de quién es Cristo Jesús está en la Palabra. Es la Palabra viva la que va taladrando los muros que aíslan el alma hasta provocar que esta sea capaz de conocer quién es el que nos habla y cuál es el don inefable que nos ofrece.
 


[1] Wiersbe, Warren W.. Be Alive (John 1-12): Get to Know the Living Savior (The BE Series Commentary) (pp. 64-68). David C Cook. Kindle Edition.
[2] Wiersbe, Warren W.. Be Alive (John 1-12): Get to Know the Living Savior (The BE Series Commentary) (pp. 64-68). David C Cook. Kindle Edition.





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