Reflexiones de Esperanza: Isaías: El profeta Isaías y su mensaje

“Escúchenme, todos ustedes en tierras lejanas; presten atención, ustedes que están muy lejos. El Señor me llamó desde antes que naciera; desde el seno de mi madre me llamó por mi nombre. 2 Hizo que mis palabras de juicio fueran tan filosas como una espada. Me ha escondido bajo la sombra de su mano. Soy como una flecha afilada en su aljaba. 3 Él me dijo: «Israel, tú eres mi siervo y me traerás gloria». 4 Yo respondí: «¡Pero mi labor parece tan inútil! He gastado mis fuerzas en vano, y sin ningún propósito. No obstante, lo dejo todo en manos del Señor; confiaré en que Dios me recompense». 5 Y ahora habla el Señor, el que me formó en el seno de mi madre para que fuera su siervo, el que me encomendó que le trajera a Israel de regreso. El Señor me ha honrado y mi Dios me ha dado fuerzas. 6 Él dice: «Harás algo más que devolverme al pueblo de Israel. Yo te haré luz para los gentiles, y llevarás mi salvación a los confines de la tierra».”  (Isaías 49:1-6, NTV)
           
El Señor nos ha dirigido a seleccionar el capítulo 49 del libro del profeta Isaías como fuente para la agenda de trabajo del año que apenas comienza. Este capítulo provee orientaciones específicas para definir el propósito y las metas que debemos alcanzar durante el año que ya está en curso.

La agenda de transición y de transformación que este capítulo provee nos permite enfocar a los creyentes en la consecución de los siguientes objetivos:

  • Promover una cultura ministerial que fomente el desarrollo de una visión misionera y evangelística en todos los ministerios de la Iglesia.    
  • Desarrollar una agenda de Educación Cristiana para los grupos pequeños, la niñez y la juventud que promueva el desarrollo de una vida cristiana madura, la salud emocional y el desarrollo de una visión misionera y de evangelización.
  • Fomentar la inserción de nuestra juventud y nuestra niñez, de la familia, en el desarrollo y la ejecución de los procesos de Educación Cristiana que procuran la transformación y la restauración de todos aquellos que adoran con nosotros.
  • Ampliar sistemáticamente la digitalización y las ofertas de todas las propuestas que realiza la palabra profética que encontramos en este capítulo en las plataformas de comunicación cibernética, radial y televisiva que poseen nuestras organizaciones cristianas.
   
Antes de iniciar el análisis detallado del mensaje que predica ese capítulo, debemos ser capaces de conocer mejor al autor del mismo: el profeta Isaías.

Isaías, cuyo nombre significa “salvación del Señor” o “el Señor salva”, era el hijo de un hombre llamado Amoz[1] (Isa 1:1; 2:1; 13:1; 20:2; 37:2, 21; 38:1). Isaías nació en el reino de Judá alrededor del año 720 A.C.. Isaías desarrolla su ministerio profético desde el último año del rey Uzías, alrededor del año 740A.C. y los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá. Siendo esto así, su ministerio debió haberse extendido por más de 45 años. Algunos historiadores bíblicos creen que el ministerio de Isaías también cubrió parte del reinado de Manasés. Este dato extendería el ministerio de este profeta por más de 60 años.
 
El llamado profético de este hombre está documentado en el capítulo seis (6) de su libro:
 
1 En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. 2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. 4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. 5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. 6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; 7 y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. 8 Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. 9 Y dijo: Anda, y dí a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis.” (Isaías 6:1-9)
 
La Biblia nos deja saber que Isaías estaba casado con una mujer que era llamada profetisa (Isa 8:3). De hecho, toda su familia formaba parte del ministerio de este hombre. Un dato bíblico que confirma esta información es el siguiente planteamiento que Isaías realiza en uno de los capítulos de su libro:
 
“18 He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los ejércitos, que mora en el monte de Sion.”  (Isaías 8:18)
 
Los hijos de Isaías poseían nombres relacionados a la palabra profética que Dios le había inspirado a este hombre. El primero se llamaba Sear-jasub (Isa 7:3), nombre que significa “un remanente regresará.” El segundo se llamaba Maher-salal-hasbaz (Isa 8:3), nombre que significa “la presa o el botín se apresura.”
 
Estos datos bíblicos nos confirman que el autor de la palabra profética que estamos utilizando no era un neófito, y que era un profeta llamado, probado y calificado por Dios. Llamado en medio del dolor: del dolor el pueblo. Además, que este hombre era un hombre de familia y que su ministerio era uno en el que toda la familia participaba activamente. Dicho de otra manera, la familia de Isaías creía en el ministerio de este hombre y participaban con él en las asignaciones proféticas que Dios le ordenaba. Un ejemplo de esto lo encontramos en el capítulo siete (7) del libro de este profeta:
  
“3 Entonces el Señor dijo a Isaías: «Toma a tu hijo Sear-iasub y ve a encontrarte con el rey Ahaz en el extremo del canal del estanque superior, en el camino que va al campo del Lavador de Paños, 4 y dile: “Ten cuidado, pero no te asustes; no tengas miedo ni te acobardes por esos dos tizones humeantes,  Resín con sus sirios, y el hijo de Remalías, que están ardiendo en furor.” (Isaías 7:3-4, DHH)
 
Añadimos a todo esto que Isaías era un profeta con una larga experiencia en el ministerio: cerca de 60 años al servicio del Señor.
 
Isaías es considerado por muchos estudiosos de la Palabra de Dios como el “profeta evangélico.” Esto, debido a la cantidad de profecías que escribió relacionadas al nacimiento, el ministerio, la muerte, la resurrección y el reinado eterno de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador: el Mesías prometido. No son pocos los exégetas bíblicos que lo llaman el “príncipe de los profetas.” Esto, por lo voluminoso que es su libro: 66 capítulos.
 
De hecho, algunos de estos especialistas en el texto del profeta Isaías han concluido que el libro de este profeta puede ser considerado como “la Biblia en miniatura.” Esto es así porque cada uno de los 66 capítulos de ese libro puede ser relacionado, uno a uno, con los 66 libros de la Biblia. Permítanos ampliar un poco esta aseveración. La Biblia está compuesta por 39 libros del Antiguo Testamento y 27 de Nuevo Testamento. Siguiendo la línea analítica de estos proponentes, el libro número uno (1) de la Biblia es el libro del Génesis, el número 39 es el libro del Profeta Malaquías, el número 40 es el del Evangelio de Mateo y el número 66 el del Apocalípsis.
 
El capítulo 40 del libro de Isaías presenta la profecía acerca de Juan el Bautista: el precursor de Jesucristo y del mensaje del Evangelio.
 
“1 Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. 2 Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados. 3 Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. 4 Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. 5 Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado.” (Isaías 40:1-5, RV 1960)
 
Sabemos que el Evangelio de Juan nos dice que la irrupción de la gracia divina comienza cuando el Verbo se hizo carne y nos permitió ver “su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). Juan añade a todo esto que Juan el Bautista sería el primero en dar testimonio acerca de esto (v. 15).
 
Es importante entender que Isaías utiliza la frase “Yo soy” en 24 ocasiones para describir a Dios y sus operaciones sobre nosotros. El uso de esta frase da inicio en el capítulo 41 del libro de este profeta. Sabemos que es en el Evangelio de Juan que más se utiliza la frase “Yo soy” para describir a Jesucristo y compararlo con el Padre Celestial (Jn 6:20, 35, 41, 51; 8:12, 58; 10:7; 11:25; 13:19; 14:6, 10-11; 15:5; 18:5, 6, 8). Este libro, el Evangelio de Juan, se caracteriza entre otras cosas por el uso de estas frases y por la metáfora del agua como símbolo del derramamiento del Espíritu (Jn 1:33 (bautiza); 4:10, 11, 13, 14-15; 7:38).
 
No olvidemos que el Evangelio de Juan es el número 44 en el orden del canon bíblico. Veamos lo que dice el capítulo 44 del libro del profeta Isaías:
 
 “2 Así dice Jehová, Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre, el cual te ayudará: No temas, siervo mío Jacob, y tú, Jesurún, a quien yo escogí. 3 Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos; 4 y brotarán entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas. 5 Este dirá: Yo soy de Jehová; el otro se llamará del nombre de Jacob, y otro escribirá con su mano: A Jehová, y se apellidará con el nombre de Israel. 6 Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios.”  (Isaías 44:2-6)
 
Cerramos este paréntesis con el libro del Apocalípsis, el último libro de la Biblia; el número 66 en el orden del canon bíblico. Ese libro es un libro de esperanza. Entre otras cosas, es en ese libro en el que se destaca el establecimiento del reino eterno de nuestro Dios, la coronación de la Iglesia como la esposa de Cristo y la restauración final del pueblo de Israel. Veamos algunos versos del capítulo 66 de libro del profeta Isaías:
 
“1 Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? 2 Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra…. 8 ¿Quién oyó cosa semejante? ¿quién vio tal cosa? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos. 9 Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento? dice tu Dios.” (Isaías 66:1-2, 8-9)
 
Sabemos que esta clase de enfoque no le resta ni le añade a nuestra salvación. Sin embargo, no deja de ser interesante ver todo ese paralelismo escritural.
 
Ahora bien, ¿qué clase de hombre era Isaías? Un teólogo bíblico nos regala la siguiente descripción:
 
“El carácter de Isaías se puede conocer suficientemente a través de su obra. Es un hombre decidido, sin falsa modestia, que se ofrece voluntariamente a Dios en el momento de la vocación. Esta misma energía la demostró años más tarde, cuando hubo de enfrentarse a los reyes y a los políticos, cuando fracasó en sus continuos intentos por convertir al pueblo: nunca se deja abatir, y si calla durante algunos años no es por desánimo. Esto mismo le hace aparecer a veces casi insensible, pero más bien habría que hablar de pasión muy controlada.
 
 Se ha dicho de Isaías que es un personaje aristocrático, políticamente conservador, enemigo de revueltas y cambios sociales profundos. En su pretendido carácter aristocrático quizá haya influido la tradición que lo presenta como sobrino del rey Amasías. Pero nada de esto tiene serio fundamento. Que el profeta es enemigo de la anarquía y la considera un castigo parece evidente (cf. 3,1-9). Pero esto no significa que apoye a la clase alta. Desde sus primeros poemas hasta los últimos oráculos, los mayores ataques los dirige contra los grupos dominantes: autoridades, jueces, latifundistas, políticos. Es terriblemente duro e irónico con las mujeres de la clase alta de Jerusalén (3, 16-24; 32,9-14). Y cuando defiende a alguien con pasión no es a los aristócratas, sino a los oprimidos, huérfanos y viudas (1,17), al pueblo explotado y extraviado por los gobernantes (3,12-15).
 
Como escritor es el gran poeta clásico: dueño de singular maestría estilística, que le permite variar originalmente un tema. Poeta de buen oído, amante de la brevedad y la concisión, con algunos finales lapidarios. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden por su inmediatez.” [2]
 
La palabra profética de este gigante de la fe nos servirá de guía, una plataforma que define y afirma la agenda del Señor para este nuevo año.
Referencias

[1] No debe confundirse con el profeta Amós, quien sirvió como profeta un poco antes que Isaías.
   
[2] Schökel, Luis Alonso y J.L. Sicre Díaz. 1980. Profetas I: Isaías * Jeremías. Huesca, Madrid: Ediciones Cristiandad, p. 94. Sicre Díaz es un sacerdote Jesuita y posee un página cibernética (blog) con exégesis bíblicas: http://elprofetaisaias.blogspot.com/2007/08/3-la-persona.html

1 Comment


Iris González - January 10th, 2023 at 1:42pm

Agradecida a mi Dios por el llamado que le ha dado a toda la family! Adelante siempre adelante!

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