936 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 21 de enero del 2024

936 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  21 de enero del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 3)

 
“24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. 26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. 27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”  (Rom 8:24-27)
 
La reflexión anterior concluyó con una aseveración que destaca el amor que Dios tiene por nosotros. El Todopoderoso, el Eterno, el Inmutable, el Omnipotente y Omnisciente, Dios se aflige por nosotros. La Biblia dice que las tres personas de la Trinidad se afligen por nosotros. El Padre se angustia (Isa 63:9), el Hijo gime (Mcs 7:54) y el Espíritu Santo también lo hace.

Esta aseveración no reduce ni disminuye el poder absoluto de nuestro Dios. Al contrario, lo magnifica ante nuestros ojos toda vez que esa angustia y ese gemido son el producto del amor que Dios tiene por nosotros. Es un amor tan insondable que pudo conseguir que Dios (en la persona del Hijo) se vaciara de Su gloria y majestad absoluta para tomar forma de siervo, de esclavo, renunciando a su inmunidad al dolor y al sufrimiento para entregarse por nosotros en la cruz del Calvario.

El Apóstol Pablo describe esto en su Carta a Los Filipenses como la “kenosis” (G2758) de nuestro Señor Jesucristo.

“5 Piensen y actúen como Jesucristo. Esa es la «misma manera de pensar» que les estoy pidiendo que tengan. 6 Él era como Dios en todo sentido, pero no se aprovechó de ser igual a Dios. 7 Al contrario, él se quitó ese honor, aceptó hacerse un siervo y nacer como un ser humano. Al vivir como hombre, 8 se humilló a sí mismo y fue obediente hasta el extremo de morir en la cruz. 9 Por eso, Dios le dio el más alto honor y el nombre que está por sobre todos los nombres, 10 para que se arrodillen ante Jesús todos los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, 11 y para que todos reconozcan que Jesucristo es el Señor, dando así honra a Dios Padre.” (Fil 2:5-11, PDT)

Ese concepto, “kenoō” (G2758), se puede traducir como hacer que pierda fuerza, ser vaciado literalmente, insubstancial, convertirse en nada (Rom 4:14; 1 Cor 1:17; 9:15; 2 Cor 9:3+) y/o vaciarse, despojarse uno mismo de su posición (Fil 2:7+).[1] El Señor decidió vaciarse a sí mismo (“allá heauton ekenōsen” [2]; “allá, G1438; “heauton”, G1438; “ekenōsen”, G2758). En otras palabras, nadie podía hacerlo por Él y tampoco facilitar que Él lo hiciera. Nuestro Señor tenía que hacerlo por sí mismo.
 
La Biblia amplía las descripciones y el alcance del amor de Dios cuando nos dice que ese amor no sólo provoca que Dios decidiera vaciarse de Su majestad y de Su gloria. Ese amor provoca que el Hijo y el Espíritu Santo intercedan por nosotros. Esta verdad bíblica está documentada en la Carta a Los Romanos que el Espíritu Santo inspiró al Apóstol Pablo. Pablo describe así esta acción del Espíritu de Dios en el capítulo ocho (8) de esa carta, en el mismo pasaje bíblico que estamos analizando aquí (Rom 8:26-27). Pablo también describe así la acción del Hijo en ese mismo capítulo, cuando el Apóstol afirma que el Hijo (Cristo) también intercede por nosotros (Rom 8:34).

“26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. 27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos……31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? 33 Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” (Rom 8:26-27, 31-34, RV 1960)

No nos debe sorprender que esto sea así. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola persona, coexistentes, co-iguales y coeternas.

Es sobre estas bases que el Apóstol esgrime su definición de lo que es la oración ayudada por el Espíritu. De entrada, Pablo afirma que nosotros no sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras (Rom 8:26 NVI).

Para poder entender el significado de estas expresiones bíblicas debemos revisar los conceptos que se utilizan en esta. Para comenzar, el concepto griego que se traduce aquí como interceder es “huperentugchanō” (G5241). En la mayoría de las versiones bíblicas este concepto se traduce así: interceder, hacer intercesión, hacer personalmente una petición, rogar por (DHH, TLA), suplicar por.[3]

Ahora bien, la Real Academia Española ha definido el verbo interceder como hablar en favor de alguien para conseguirle un bien o librarlo de un mal. Ellos han dicho que este verbo es sinónimo de la acción de abogar, mediar, intermediar, terciar, respaldar, intervenir, defender, interponerse, recomendar, encarecer y/o palanquear.[4]
 
Estas definiciones ponen al descubierto varias implicaciones que se desprenden de la aseveración bíblica de que el Hijo y el Espíritu Santo están intercediendo por nosotros. Una de estas es que ambas personas de la Trinidad están hablando en favor de nosotros para conseguirnos un bien o librarnos de un mal. Esta aseveración se multiplica de forma exponencial cuando le añadimos que el Hijo es la Palabra que creó y que sustenta la creación (Heb 1:1-4). O sea, que la Palabra que posee la autoridad y el poder para crear y sustentar todo lo que existe está siendo hablada a favor de nosotros para concedernos una bendición o para traer liberación y protección. Dicho de otra forma, esta intercesión desata el poder de Dios sobre nuestras vidas y garantiza que seremos librados de todo mal.

La Biblia nos dice que el salmista sabía acerca de esta verdad. Encontramos esta afirmación en el Salmo 121 cuando el salmista dice lo siguiente:

“7 Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma.”  (Sal 121:7, RV 1960)

Claro está, el salmista le adscribe esta acción al Padre. Lo sabemos porque él desconocía la acción permanente del Espíritu en el interior del creyente y él no tenía acceso a la gracia derramada y demostrada por el sacrificio de Cristo en la cruz. O sea, que este Salmo sirve para demostrar que las tres personas de la Trinidad interceden por nosotros.

Ahora bien, ¿en qué cosas cambia o se impacta esta acción después del sacrificio de Cristo en el Monte Calvario? La respuesta a esta pregunta nos lanza a unas dimensiones de la gracia que sólo encontramos en el Nuevo Testamento. Además, nos inserta en otra implicación que se desprende de las definiciones que estamos analizando aquí.

El Nuevo Testamento afirma que uno de los beneficios que obtenemos del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario es la presencia constante del Espíritu Santo con nosotros (Mat 28:20), dentro de nosotros (Hch 2:3; Rom 8:10-11; Efe 5:18-20), sobre nosotros (Hch 2:3,17-18), delante de nosotros guiándonos (Jn 16:13) y detrás de nosotros (Isa 58:8). Los personajes que encontramos en el Antiguo Testamento no gozaban de este conocimiento de Dios ni de esta interacción del Espíritu Santo en sus vidas.

Esta interacción cobra una importancia sin par cuando consideramos otro aspecto que implica la intercesión de Dios a favor de nosotros. Las definiciones de la Real Academia nos llevan a considerar que la acción del proceso de intercesión del Hijo y del Espíritu Santo implica que el Hijo y el Espíritu están abogando y mediando por nosotros; para intermediar y terciar por nosotros.

Este ejercicio puede ser considerado como una cobertura de misericordia frente a la justicia santa y absoluta de Dios. No olvidemos que nosotros continuamos siendo seres humanos y que nuestra naturaleza humana siempre está presentando retos muy serios a nuestra relación con Dios. Es aquí que la expresión juanina de que “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn 2:1), alcanza unas dimensiones inimaginables. Ampliaremos este análisis un poco más adelante.

Al mismo tiempo, conocer que el Espíritu Santo y el Hijo interceden por nosotros significa que el Dios Trino interviene por nosotros, que nos respalda y nos defiende.

Es interesante que esto forme parte de las declaraciones, las peticiones y los gritos de los salmistas y los profetas (Sal 34:7; 43:1; 119:154: Lam 3:59). Por ejemplo, el salmista decía lo siguiente:

“5 Padre de huérfanos y defensor de viudas Es Dios en su santa morada. 6 Dios hace habitar en familia a los desamparados; Saca a los cautivos a prosperidad; Mas los rebeldes habitan en tierra seca.” (Sal 68:5)

Al mismo tiempo, el proverbista decía algo similar:

“10 No traspases el lindero antiguo, Ni entres en la heredad de los huérfanos; 11 Porque el defensor de ellos es el Fuerte, El cual juzgará la causa de ellos contra ti.” (Pro 23:10-11)

Esto es muy interesante porque sobre ninguno de estos escritores se manifestó la gracia salvadora del sacrificio de Cristo en la cruz, ni el derramamiento permanente de la presencia del Espíritu de Dios. Aun así, ellos conocían esta característica de Dios. O sea, que el Trino Dios desarrolla esta operación en la persona del Padre, en la del Hijo y en la del Espíritu Santo.

Ahora bien, hemos visto que la acción de interceder también incluye la acción de interponerse. Estamos convencidos de que esta acción es necesaria en muchos de los escenarios que enfrentamos como hijos de Dios. Por ejemplo, Pablo dice que no sabemos qué hemos de pedir como conviene (Rom 8:26). El Espíritu Santo tiene que interponerse allí, entre nuestra oración y la necesidad real que hay en nuestro interior. Esto es, el Espíritu Santo tiene que interponerse entre la oración que levantamos a partir de nuestra ignorancia, del desconocimiento, de nuestras emociones, de nuestros temores, de nuestra fragilidad etc., y la necesidad real que hemos debido estar considerando y presentando a Dios. Creemos que los enemigos más grandes de nuestra oración son aquellos que se producen desde nuestra humanidad.

Otro escenario en el que esta vertiente es uno que se desprende de lo que hemos descrito en párrafos anteriores. Se trata de nuestra voluntad. La intercesión como la acción de interponerse en muchas ocasiones se hace necesaria de cara a nuestra voluntad. No podemos ignorar los axiomas bíblicos que describen que los designios de nuestra carne son enemigos de Dios. Además, esos axiomas añaden que vivir bajo el poder de la carne nos conduce a desear, anhelar y realizar cosas que no agradan a Dios.

“7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.” (Rom 8:7-8)

La versión bíblica Palabra de Dios para Todos presenta estos versos de forma directa y sin ambages.

“6 El que se deja controlar por su mentalidad humana tendrá muerte, pero el que deja que el Espíritu controle su mente tendrá vida y paz. 7 Cuando alguien se deja controlar por su mentalidad humana, está en contra de Dios y se niega a obedecer la ley de Dios. De hecho, no es capaz de obedecerla; 8 los que tienen la mentalidad humana no pueden agradar a Dios.” (PDT)

Es de todos conocido que los creyentes en Cristo vivimos alertados de que la lucha entre la carne y el espíritu es una lucha perenne. Es cierto de que tenemos la impresión de que algunos creyentes parecen tener que luchar con esto más que otros. Sin embargo, la realidad es que ninguno de los hombres y de las mujeres más santas que han servido en el Evangelio pueden escapar a esta realidad Escritural. Así lo afirma el Apóstol Pablo cuando dice lo siguiente:

“18 Yo sé que en mí, es decir, en mi carne, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. 19 De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí.” (Rom 7:18-20, NVI)

La buena noticia es que la Biblia dice que el Espíritu Santo intercede por nosotros. Esto es, se interpone entre nuestros deseos y el deseo de Dios. Otra buena noticia es que la Biblia dice que el Santo Espíritu desarrolla esta acción desde nuestro interior. No olvidemos que la Biblia dice que los creyentes en Cristo hemos sido llamados a permitir que el Espíritu Santo more en nosotros.

“9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. 12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (Rom 8:9-13, RV 1960)

¡Alabado sea el Señor! Estos versos bíblicos dicen que la interposición de Espíritu es de tal magnitud que puede conseguir que nosotros hagamos morir los deseos de la carne. Claro está, estos versos presentan como condición que permitamos que el Espíritu Santo more en nosotros. Veamos como lo recoge otra versión bíblica:

“9 En ustedes no predomina la mentalidad humana sino la del Espíritu, porque el Espíritu de Dios vive en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no pertenece a Cristo. 10 El cuerpo de ustedes está muerto por culpa del pecado, pero si Cristo está en ustedes, Dios los aprobó y el Espíritu les da vida. 11 Dios resucitó a Jesús de la muerte. Y si el Espíritu de Dios vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo le dará vida a su cuerpo mortal por medio del Espíritu que vive en ustedes. 12 Por eso hermanos, tenemos una obligación pero no es la de vivir según la mentalidad humana. 13 Si viven de acuerdo con la mentalidad humana, morirán para siempre, pero si usan el poder del Espíritu para dejar de hacer maldades, vivirán para siempre. 14 Los hijos de Dios se dejan guiar por el Espíritu de Dios. 15 El Espíritu que ustedes han recibido ahora no los convierte en esclavos llenos de temor. Al contrario, el Espíritu que han recibido los hace hijos. Por el Espíritu podemos gritar: «¡Querido padre!» 16 El Espíritu mismo le habla a nuestro espíritu y le asegura que somos hijos de Dios. 17 Por ser hijos de Dios recibiremos las bendiciones que Dios tiene para su pueblo. Dios nos dará todo lo que le ha dado a Cristo, pero también tenemos que sufrir con él para compartir su gloria.” (Rom 8:9-17, PDT)

Estos versos afirman que uno de los resultados de la “interposición”, la intercesión del Espíritu es librarnos del poder de nuestra voluntad carnal. Esta victoria produce otro resultado inmediato: la liberación del temor y de la esclavitud que produce esta clase de conflicto. Al mismo tiempo, podemos desarrollar la relación de hijos de Dios que Cristo nos obsequió al derramar por nosotros su sangre en la cruz del Calvario y añadir a todo esto ser capaces de recibir las bendiciones que el Señor tiene para Su pueblo.

El pasaje del capítulo ocho (8) de la Carta a los Romanos que nos ha traído hasta aquí coloca la oración que se levanta con la ayuda del Espíritu Santo en el centro de toda esta lucha. Pablo dice que el Espíritu tiene que gemir por nosotros y que lo hace con gemidos que no pueden expresarse con palabras.

Todo esto nos lleva a concluir que este es un campo de batalla. No obstante, es un campo en el que se nos proveen herramientas y ayudas y herramientas extraordinarias que garantizan nuestra victoria. Todo esto depende de dos (2) cosas, a saber: nuestro deseo de vencer y nuestra dependencia de una vida de oración ayudada por el gemido, la dirección e intercesión del Espíritu Santo.
 

[1] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] https://biblehub.com/text/philippians/2-7.htm
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software
[4] https://dle.rae.es/interceder?m=form

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1 Comment


Jose Mattei - January 26th, 2024 at 8:49am

Gracias por este mensaje, por ayudarme a edificar mi fe.

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