937 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 28 de enero del 2024

937 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  28 de enero del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 4)

 
“24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. 26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. 27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”  (Rom 8:24-27)

Dentro de las muchas virtudes que encontramos en las cartas del Apóstol Pablo encontramos que estas nos permiten entrar en el campo de la pneumatología con ribetes soteriológicos. Sabemos que esta aseveración puede lucir un poco complicada. Es por esto que debemos detenernos para presentar algunas definiciones. La pneumatología es la rama de la teología Cristiana que estudia la persona, el carácter, la influencia del Espíritu Santo, así como otros conceptos relacionados a éste.[1] La soteriología es la rama de la teología Cristiana que estudia la doctrina de la salvación.[2] Así que la frase “pneumatología con ribetes soteriológicos” implica la operación e influencia del Espíritu Santo en los escenarios de la doctrina de la salvación.

Algunos especialistas en este tema teológico han propuesto posiciones muy interesantes acerca de esto último. Por ejemplo, James D.G. Dunn (1939-2020)[3] argumentó que tanto Pablo como Lucas hacen énfasis en la necesidad del bautismo o el “regalo” (el don) del Espíritu Santo como un evento ineludible e irremplazable para el proceso de que podamos ser Cristianos. Él añadió que esto es la esencia y la encarnación del Nuevo Pacto.

Por otro lado, Robert P. Menzies (1958-)[4] argumenta que el Apóstol Pablo fue el primer Cristiano en atribuirle funciones soteriológicas al Espíritu Santo. Él argumenta que Pablo descubre estas aseveraciones de sus estudios de algunos capítulos del libro del profeta Ezequiel (Eze 36, etc.), así como otros pasajes en el Antiguo Testamento. Menzies argumenta que los otros escritores del Nuevo Testamento desarrollaron otros énfasis. Por ejemplo, él afirma que el énfasis de Lucas es el de una pneumatología profética.[5]
 
¿Estas diferencias conceptuales producen alguna crisis teológica? La respuesta es que no. Entonces, ¿qué queremos afirmar con todo esto? Lo que queremos afirmar es que Lucas, inspirado por el Espíritu Santo, puede estar haciendo más énfasis en la necesidad de la presencia del Espíritu Santo para la proclamación profética del Evangelio, mientras que Pablo lo hace con la necesidad del Espíritu en la totalidad de la vida del creyente. Esto es, para salvación y para que el creyente pueda continuar conectado a Cristo durante toda la vida. A nosotros nos parece que existe otra manera de ver esta discusión. Creemos que Pablo puede expandir el alcance y la magnitud de la operación e influencia del Espíritu Santo en la vida del creyente en escenarios que Lucas no logra o que el Espíritu no le permite tocar.

Podemos ahora echar a un lado estos posibles cuestionamientos académicos y partir al análisis de las premisas bíblicas paulinas. Estas afirman que los creyentes necesitamos al Espíritu Santo hasta para orar. Sabemos que esa es la descripción de la oración en el Espíritu que Pablo nos ofrece en el pasaje que aparece en el epígrafe de esta reflexión:

“Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Rom 8:26, NTV)

Concluimos nuestra reflexión anterior señalando que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se afligen por nosotros y que esa aflicción es el producto del amor que el Dios Trino tiene por nosotros. Esta es quizás una de las razones más poderosas por las que Espíritu Santo tiene que interceder por nosotros y ayudarnos en los procesos de oración. El amor de Dios no puede permanecer impasible ante unos hijos que en sus necesidades ni siquiera saben cómo deben orar. El amor de Dios no le permite al Eterno ser indolente ante los dolores de sus hijos, dolores que a menudo no nos permiten siquiera identificar cuál es la fuente y/o la naturaleza de nuestras lágrimas. El amor de Dios no permite que nuestro Señor pueda ser apático o permanecer indiferente frente a los temores, los corajes, la desilusión y los efectos que estas emociones pueden tener en nuestras vidas. Estos efectos pueden nublar nuestra capacidad para discernir qué es lo que nos convienen pedir. El amor de Dios no le permite al Todopoderoso permanecer imperturbable ante aquellos escenarios que amenazan nuestra relación con el Eterno. ¡Qué buena noticia es esta, aquella que nos comunica que el Espíritu Santo intercede, aboga, se interpone y habla a favor de nosotros!

Ahora bien, sabemos que esta función del Espíritu Santo está íntimamente ligada a nuestra realidad como seres humanos: nosotros somos criaturas débiles. El verso 26 del capítulo ocho (8) de la Carta a los Romanos afirma esto: “Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad….”

Esa debilidad, esa “astheneia” (G769), identifica nuestra fragilidad, nuestra debilidad moral, física, de nuestra economía del reino, de nuestra naturaleza, nuestras enfermedades y nuestra propensión a enfermarnos.[6] Este concepto es tan descriptivo de nuestra naturaleza que algunas ocasiones es relacionado en la Biblia con nuestros pecados.[7]

“15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” (Heb 4:1, RV 1960)

Tenemos que añadir que en otras ocasiones este concepto es traducido como impotencia, pobreza interna e incapacidad.[8]
 
Conociendo estos datos es fácil concluir que la aseveración paulina que afirma que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad es mucho más amplia de lo que la mayoría de los creyentes ha pensado. Esta aseveración afirma que el Espíritu Santo nos ayuda en nuestras debilidades. O sea, que trabaja a favor nuestro de cara a nuestra fragilidad y se coloca con, en, sobre, delante y dentro de nosotros en medio de nuestra debilidad moral. Esta frase afirma que el Espíritu Santo nos ayuda con nuestra pobre mayordomía de la economía del Reino: los malos manejos de todos los regalos que la gracia del Señor nos ha concedido. Esa frase afirma que el Espíritu Santo nos ayuda a manejar nuestras enfermedades y hasta nuestra propensión a enfermarnos. El Espíritu Santo se ha colocado a nuestra disposición para ayudarnos a manejar nuestra impotencia, nuestra pobreza espiritual y nuestra incapacidad.

Es muy interesante conocer que el Hijo y el Espíritu Santo se compadezcan de nosotros y nos ayuden en nuestras debilidades. Sabemos que el Espíritu de Dios se compadece por nosotros porque el verso bíblico que estamos analizando aquí señala que es de frente a esas debilidades (“astheneia”) que el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos indecibles.

Esos gemidos, “stenagmos” (G4726) pueden ser traducidos como dolores de parto o dolores provocados por el amor. [9] Ese gemido es también el resultado de una profunda preocupación.[10]

Esto es más que interesante toda vez que sabemos que la Biblia dice que el Padre también se compadece de nosotros.

“11 Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen. 12 Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. 13 Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. 14 Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo.” (Sal 103:11-14)

“31 Porque el Señor no desecha para siempre; 32 Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias;” (Lam 3:31-32)

Creemos que esta característica debe ser añadida a la lista de similitudes que existen entre las funciones de las Tres Personas de la Trinidad.

Estos datos nos permiten llegar a otra conclusión acerca de lo que es una Iglesia dirigida por el Espíritu Santo:

Una Iglesia impulsada por el Espíritu aprende que es asténica: se puede sentir impotente e incapacitada: PERO depende enteramente de Dios y esto marca la diferencia.
  
 “….porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Cor 12:10)
 
Conocer que el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos indecibles de cara a nuestras debilidades, tiene que afectar positivamente nuestra vida de oración. Es imposible que ésta no se afecte cuando todo aquello que puede perturbar nuestra relación con Dios ha sido colocado bajo el dominio de la presencia e influencia del Espíritu Santo.

Phillip Yancey analizó esta afirmación en su libro acerca de la oración.[11] Él dice allí que es por esto que la oración no puede estar en disonancia con el resto de la vida. La misericordia y gentileza que nos invade durante los momentos de oraciones se convierten en un ardid, en una treta (“ruse”) o un engaño (“bluff”) cuando somos inconsistentes con la forma en que vivimos en otros momentos. Para él, el divorcio entre la liturgia y la manera en que vivimos, la práctica diaria de la vida, es más que escandaloso, es un desastre.

Yancey añadió a esto que un avivamiento en la liturgia no se da en aislamiento. La adoración es la quintaesencia de la vida. La perversión o la supresión de las sensibilidades que constituyen el ser humano pueden convertir la adoración en una farsa. Es por esto que la oración que Pablo describe en estos versos se convierte en una pieza indispensable de lo que es la adoración requerida por Dios.

Este autor afirma que si la oración es el lugar en el que Dios y los seres humanos de encuentran, entonces tenemos que aprender a orar. La oración que se describe aquí es entonces una pieza clave para el desarrollo de la verdadera adoración. Yancey lo explica añadiendo que la oración nos ayuda a corregir nuestra miopía espiritual, trayendo a nuestra atención una perspectiva que olvidamos a diario.

Repetimos que Pablo no describe aquí la oración como el ejercicio de hablar con Dios. De hecho, es Yancey el que menciona que Adán y Eva hablaban con Dios a diario y que lo hacían como amigos. Esa era la definición perfecta de la oración. Sin embargo, no es menos cierto que esa conversación diaria no pudo evitar que ellos fueran confrontados con su pobreza espiritual ni con su propensión a rebelarse contra los designios del Eterno. No obstante, a los creyentes en Cristo se nos ha concedido la gloriosa intervención del Espíritu Santo para que tengamos la oportunidad de ser confrontados con nuestra “astheneia”.

Yancey afirma que cuando pensamos acerca de la oración perdemos de vista que casi siempre la ruta está alterada. Él dice que orar según esta definición paulina es entrar a una nueva geografía. Esto es, usualmente comenzamos corriente abajo (“downstream”), con nuestras propias preocupaciones. Decidimos informarle a Dios, como si Él no supiera lo que nos está sucediendo. Luchamos y dialogamos con Dios como si estuviéramos tratando de cambiar su forma de pensar. La realidad es que hemos debido comenzar “corriente arriba” (“upstream”); en el lugar en el que comienza el fluir de Dios. Es entonces, dice Yancey, que cuando decidimos cambiar de dirección, nos damos cuenta de que Dios ya ha estado atendiendo el cáncer de nuestro tío, la paz mundial, la fragmentación familiar, el adolescente rebelde, etc.[12]
 
Es por eso que necesitamos la corrección visual, porque no podemos continuar viviendo la vida de oración como si Dios estuviera allí para servirnos. Yancey acentúa que no podemos olvidar ni por un segundo que somos nosotros los llamados a servir al Eterno.

Por último, el Apóstol Pablo nos regala un “pedacito de pneumatología soteriológica” cuando nos describe en esos versos del capítulo ocho (8) de la Carta a Los Romanos algunas de las intervenciones que realiza el Espíritu Santo en el creyente. En otras palabras, descripciones y afirmaciones acerca de la persona, el carácter y la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida como seres humanos lavados con la sangre de Cristo.

Ahora bien, reconocemos que esta batería de reflexiones no nos provee suficiente espacio para analizar el contexto en el que Pablo hace las declaraciones que encontramos en el verso 26 de ese capítulo. No obstante, necesitamos hacer un pequeño repaso de ese contexto.

Es un secreto a voces que cualquier lector que posa su vista en ese capítulo se percata que este está impregnado de descripciones, aseveraciones y declaraciones acerca de lo que hace el Espíritu Santo en el creyente. Esto viene de la mano de la descripción de las batallas que el Espíritu Santo tiene con nuestra carne (RV 1960), la mentalidad humana (PDT) o nuestra naturaleza pecaminosa (NTV); el campo de batalla más intenso.

Es en este contexto que el Apóstol señala que tenemos una obligación:

“Por eso hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir según la mentalidad humana. 13 Si viven de acuerdo con la mentalidad humana, morirán para siempre, pero si usan el poder del Espíritu para dejar de hacer maldades, vivirán para siempre.” (Rom 8:12-14, PDT)

Inmediatamente después de esto es que el Apóstol afirma que los hijos de Dios tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu:

“14 Los hijos de Dios se dejan guiar por el Espíritu de Dios. 15 El Espíritu que ustedes han recibido ahora no los convierte en esclavos llenos de temor. Al contrario, el Espíritu que han recibido los hace hijos. Por el Espíritu podemos gritar: «¡Querido padre!» 16 El Espíritu mismo le habla a nuestro espíritu y le asegura que somos hijos de Dios.” (Rom 8:14-16)

Reiteramos lo que estos versos afirman: una de las características de los hijos de Dios es que se dejan dirigir por el Espíritu. Esta afirmación asciende a otro nivel cuando que esta dirección incluye reconocer, aceptar, y/o no impedir que el Espíritu nos dirija en la oración.

Sabemos que el grado de dificultad para alcanzar esta dirección generalmente está ligado al grado de dificultad de las experiencias que enfrentamos en la vida. Sin duda alguna que el Apóstol Pablo está reconociendo esto cuando expresó lo siguiente:

“18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” (Rom 8:18, RV 1960)

En otras palabras, que nuestra óptica del sufrimiento que podemos experimentar en la vida puede experimentar una transformación medular cuando es marcado con la esperanza a la que hemos sido llamados en Cristo. Es en esa esperanza que vivimos, nos movemos y somos (Hch 17:28). El Espíritu de Dios nos dirige en medio del valle de sombra de muerte, en los valles del sufrimiento.

En este contexto es que Pablo decide insertar el escenario de la oración bajo la dirección del Espíritu Santo. La frase “de igual manera…” (v.26) conecta el tema de la esperanza con el de la oración. Así como el Espíritu nos dirige en medio del sufrimiento y la tribulación a esa esperanza que nunca nos deja en vergüenza (Rom 5:1-5), así mismo, de igual manera, nos dirige hacia la oración y en la oración que Él dirige.
 


[1] Soanes, C., & Stevenson, A., eds. (2004). En Concise Oxford English dictionary (11th ed.). Oxford University Press.
[2] Op. cit.
[3] James Douglas Grant Dunn: https://jdgdunn.wordpress.com/about/
[4] Robert P. Menzies: https://wipfandstock.com/author/robert-p-menzies/
[5] Hay un análisis extraordinario sobre ambas posiciones teológicas en un libro escrito por Youngmo Cho: Cho, Y.  (2005). Spirit and Kingdom in the Writings of Luke and Paul: an attempt to reconcile these concepts (p.6). Paternoster.
[6] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 269). United Bible Societies.
[7] Stählin, G. (1964–). ἀσθενής, ἀσθένεια, ἀσθενέω, ἀσθένημα (asthenés, astheneia, asthenéo, asthnēma). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, p. 491). Eerdmans.
[8] Op. cit.
[9] Schneider, J. (1964–). στενάζω, στεναγμός, συστενάζω (stenázo, stenagmos, sistenázo). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 7, pp. 600–601). Eerdmans.
[10] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 304). United Bible Societies.
[11] Yancey, Philip. 2006. “Prayer: Does it make any difference?” Grand Rapids: Zondervan.
[12] Op.cit. p. 23.

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