938 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 4 de febrero del 2024

938 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  4 de febrero del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 5)

 
“24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. 26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. 27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”  (Rom 8:24-27)
 
La reflexión anterior nos permitió insertarnos la forma en la que el Apóstol Pablo enfatiza la participación del Espíritu Santo en la salvación y en la vida del creyente. Partir del axioma acerca de la oración que nos ofrece el pasaje bíblico que encabeza esta reflexión nos ha conducido a otras avenidas por las que transita la Tercera Persona de la Trinidad según lo describe la Biblia. En otras palabras, la intervención que realiza el Espíritu Santo en el creyente no se limita a dirigirnos en la oración. La parte final de la reflexión anterior nos permitió considerar otras clases de intervenciones que el Espíritu de Dios realiza en la vida del creyente en Cristo Jesús.

Vimos allí que una de estas es empoderarnos para que no vivamos según nuestra mentalidad humana, o como lo describe la versión Reina Valera de 1960 (Rom 8:12-14), según los deseos de nuestra carne: “sarx” (G4561). Este concepto puede ser traducido, entre otras cosas, como carne, masa corporal de humanos y animales (Apo 19:18; Efe 5:30); cuerpo físico (1 Tim 3:16); gente, la parte física del ser humano (Jn 1:14; 1 Ped 1:24); la naturaleza física humana (Heb 12:9); la nación, un grupo étnico (Rom 11:14); la naturaleza humana, la naturaleza sicológica del ser humano (1 Cor 1:26; Gál 5:19; 6:8); la vida física (Heb 5:7); tener relaciones homosexuales (Jud 7) y/o el deseo sexual (Jn 1:13).[1] O sea, que esta expresión va mucho más allá de los deseos que podemos experimentar como seres humanos.

Repetimos, Pablo nos dice lo siguiente en la Carta a los Romanos:

“Por eso hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir según la mentalidad humana. 13 Si viven de acuerdo con la mentalidad humana, morirán para siempre, pero si usan el poder del Espíritu para dejar de hacer maldades, vivirán para siempre.” (Rom 8:12-14, PDT)

Enfatizamos que Pablo dice aquí que esto es una obligación (“opheiletēs”, G3781). O sea, que no se trata de si nosotros queremos o si podemos conseguir vivir este estilo de vida. Pablo reconoce que nosotros no podemos conseguir vivir bajo estas reglas por nuestras propias fuerzas ni por nuestra voluntad. Es por esto que necesitamos la dirección activa del Espíritu Santo en nuestras vidas: “… pero si usan el poder del Espíritu para dejar de hacer maldades, vivirán para siempre.” El beneficio prometido es inmensurable: vida eterna.

Es muy interesante el ángulo que Pablo utiliza aquí para describir esta clase de intervención. El apóstol nos dice que esto se tiene que conseguir haciendo morir las acciones de la naturaleza pecaminosa mediante el poder del Espíritu (v.13, NTV); haciendo morir esas inclinaciones por medio del Espíritu (v.13, DHH). Unas preguntas ancestrales y medulares son las siguientes: ¿cómo podemos lograr esto? ¿Cómo podemos lograr cumplir con esa obligación?

Para empezar, tenemos que reconocer que esto es imposible de lograr por medio de nuestras propias fuerzas. Es por esto que necesitamos la intervención del Espíritu Santo. En este caso, el pasaje bíblico al que hemos hecho referencia (Rom 8:12-14) afirma que esta intervención se refiere a la que realiza el Espíritu Santo específicamente para darnos la victoria en esa área de conflicto entre nuestra naturaleza espiritual y nuestra mentalidad carnal. Repetimos que este pasaje nos dice que esto hay que conseguirlo por medio del Espíritu. O sea, que una de las funciones del Espíritu en la vida del creyente es la de empoderarnos para que podamos vencer en esa lucha contra nuestra mentalidad humana, al mismo tiempo que somos transformados en vencedores para la gloria del Señor.    

Esta aseveración nos obliga a reconocer que la Biblia identifica varias funciones que el Espíritu Santo desarrolla en la vida del creyente. A continuación, algunas de estas:

  1. Convencer de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16:7-9).
  2. Regenerarnos y convertirnos en nuevas criaturas (Jn 3:5)
  3. El Espíritu de Cristo en nosotros (Rom 8:9-11)
  4. Ser el Consolador (“paraklētos”, G3875; Jn 14:16,26; 15:26; 16:7)
  5. Llevar, guiar y dirigir (Mat 4:1; Mcs 1:12; Lcs 2:27; 4:1; Hch 8:29; Rom 8:14).
  6. Dar poder (Lcs 4:14-18; Hch 10:38).
  7. Glorificar a Cristo (Jn 16:14).
  8. Sellarnos como propiedad de Dios (Efe 1:13; 4:30).
  9. Servir como adelanto/garantía (“arrhabōn”, G728) de las promesas que Dios nos ha hecho (2 Cor 1:22; 5:5; Efe 1:14).
  1. Bautizar y llenar al creyente (Mat 3:11; Mcs 1:8; Lcs 1:15,41,67; 3:16, 4:1; Jn 1:33; Hch 1:4-5; 2:4; 4:8,31; 6:3,5; 7:55; 10:47; 11:24; 13:9,52; 1 Cor 12:12).
  2. Dar testimonio de Cristo (Jn 15: 26)
  3. Morar en nosotros y estar con nosotros (Jn 14:17)
  4. Dar dones/carismas al creyente (1 Cor 12:11).
  5. Guiarnos a la verdad (Jn 16:13).
  6. Enseñar (Lcs 12:12; Jn 14:26; Hch 1:2; 1 Cor 2:13; 1 Jn 2:27).
  7. Darnos acceso al Padre, al corazón del Padre (Rom 8:24-27; Efe 2:18).
  8. Revelar, mostrar las cosas profundas de Dios (1 Cor 2:10, 12).
  9. Dar vida (Rom 8:1,10; Ti 3:5).
  10. Conducir a la verdadera adoración (Jn 4:23).
  11. Interceder y rogar por nosotros (Rom 8:26-27).
  12. Conectarnos con Dios (Rom 8:9,11; 1 Cor 3:16).
  13. Brindarnos ayuda (Jn 15:26; Hch 9:31; Rom 8:26).
  14. Dar dirección, apoyo y guía (Mcs 13:11; Hch 10:19; 11:12; 21:11; 1 Tim 4:1).
  15. Servir como prueba de que somos hijos de Dios (Hch 5:32 15:28; 20:23; Rom 8:15-16; Heb 10:15; 1 Jn 4:13; 5:6-8).
  16. Empoderarnos para que nuestras vidas produzcan frutos (Gál 5:22-23; Efe 5:9).
  17. Darnos la capacidad para amar (Rom 5:4; 15:30).
  18. Dar libertad (2 Cor 3:17).
  19. Seleccionar creyentes para los ministerios y darles autoridad (Hch 13:1-5; 20:28).
  20. Empoderar la unidad de la Iglesia (Efe 4:3)
  21. Revelar el futuro (Jn 16:13; Hch 2:17,18; 11:28).
  22. Hablar a través de las personas (Mat 10:20; Hch 1:16; 2:4; 13:2; 28:25; Heb 3:7; 2 Ped 1:21; Apo 2:11,17,29; 3:6,13,22).

Reconocemos que todas y cada una de estas funciones amerita un análisis responsable y profundo. Nos comprometemos a hacerlo en nuestras próximas reflexiones.

Ahora bien, es el tema de la operación del poder del Espíritu Santo sobre el creyente el que nos conmina en esta reflexión. Esto es así porque el énfasis paulino acerca de la dirección del creyente describe ese poder como una de sus piedras angulares. En otras palabras, la decisión del creyente de desear o anhelar cancelar la mentalidad humana o la naturaleza de la carne, sólo es posible si nos rendimos a la operación del poder del Espíritu Santo para que Él nos dirija.

Es cierto que ese poder es vital y esencial para poder cumplir con la tarea que le ha sido asignada a la Iglesia del Señor y a cada creyente. Esto es, ser testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (Hch 1:8). Sin embargo, no es menos cierto que ese poder también es absolutamente necesario para poder vencer los efectos del “sarx” (G4561) en nosotros. Esta victoria es esencial para poder cumplir así con la obligación (“opheiletēs”, G3781) que tenemos de dejar de vivir bajo la influencia de nuestra naturaleza.  

Repetimos unos versos de la Carta a Los Romanos que compartimos en nuestra reflexión anterior:

“14 Los hijos de Dios se dejan guiar por el Espíritu de Dios. 15 El Espíritu que ustedes han recibido ahora no los convierte en esclavos llenos de temor. Al contrario, el Espíritu que han recibido los hace hijos. Por el Espíritu podemos gritar: «¡Querido padre!» 16 El Espíritu mismo le habla a nuestro espíritu y le asegura que somos hijos de Dios.” (Rom 8:14-16, PDT)

Estos versos afirman que una de las características de los hijos de Dios es que nos dejamos dirigir (“agō”, G71) por el Espíritu Santo. Para que esto sea posible tenemos que procurar la cancelación de nuestra mentalidad humana. Y para que esto pueda ser posible tenemos que permitir que el poder del Espíritu Santo nos domine.

Pablo coloca unos ribetes de libertad sobre estas expresiones cuando afirma que esta operación del Espíritu nos libra de la esclavitud del temor. Esto es así porque el Espíritu nos recuerda constantemente que nos somos esclavos de Dios: somos sus hijos por haber sido comprados a precio de sangre y por haber recibido al Espíritu Santo:

“….el Espíritu que han recibido los hace hijos. Por el Espíritu podemos gritar: «¡Querido padre!» 16 El Espíritu mismo le habla a nuestro espíritu y le asegura que somos hijos de Dios.”

Siendo esto así, entonces estas aseveraciones le añaden otra avenida de influencia al poder del Espíritu Santo y por ende a las palabras de Jesucristo el verso ocho (8) del capítulo uno (1) del Libro de Los Hechos. Este verso bíblico describe con certeza que ese poder es necesario para poder ser testigos empoderados, potenciados y autorizados por el cielo para la tarea que nos ha sido encomendada. Al mismo tiempo, ese poder es también absolutamente necesario para que podamos ser testigos adecuados para la tarea, porque ese poder nos conduce día a día a vencer nuestra mentalidad humana.

Lo que hemos visto hasta aquí afirma la pertinencia del poder del Espíritu para el desarrollo de todas las dimensiones de la fe del creyente y su influencia en todas las áreas de la vida y el servicio de éste.

Veamos otro ejemplo de la pertinencia de esa operación del Espíritu. La Biblia afirma que es el Espíritu el que promueve la unidad (“henotēs”, G1775) y la paz (“eirēnē”, G1515) en la comunidad de fe, o sea en la Iglesia. El Apóstol Pablo lo afirma así en su Carta a los Efesios:

“3 El Espíritu los ha unido con un vínculo de paz. Hagan todo lo posible por conservar esa unidad, permitiendo que la paz los mantenga unidos.” (Efe 4:3, PDT)

“procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos.” (DHH)

Es muy importante destacar que este pasaje bíblico pone esa carga sobre nuestros hombros; se nos pide mantener (“spoudazōntes”, G704) esa unanimidad. O sea, que nosotros somos responsables ante Dios y ante nuestros hermanos de mantener la misma. No obstante, es el Espíritu Santo el que provee esa unidad. Es el Espíritu de Dios el que causa esa unidad.[2] La Biblia dice que esa unidad del Espíritu provee el vínculo de la paz y desarrolla el ambiente propicio para el desarrollo de la unidad de la fe.

“13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;” (Efe 4:13, RV 1960).

¿Cómo podemos mantener esa unidad y esa fe? La respuesta es la misma: mediante la influencia del poder del Espíritu de Dios.

¿Qué importancia posee todo esto en la vida diaria del creyente, así como en la vida de la Iglesia del Señor? Podemos encontrar creyentes que pueden disfrutar de bendiciones, de triunfos y testimonios humanos (relacionales, académicos, vocacionales, profesionales, etc.) y aun así no ser capaces de disfrutar de lo que el Espíritu de Dios quiere para nosotros. En otras palabras, tener acceso a todo lo expuesto en la oración anterior y no ser capaces de experimentar lo que hay en el corazón del Padre, recibir revelación de las cosas profundas de Dios. Podemos encontrarlos con unas vidas llenas de éxitos sin estar conectados con Dios, sin haber sido empoderados para que sus vidas produzcan frutos del Espíritu, etc. Podemos encontrar creyentes que disfruten de muchas historias de éxito sin ser capaces de disfrutar de la unidad y de la paz en sus familias. Así mismo, podemos tener congregaciones muy bien estructuradas, con programas productivos y consiguiendo resultados extraordinarios, pero sin ser capaces de poder disfrutar del vínculo de la paz porque han descuidado la unidad del Espíritu y no han podido alcanzar la unidad de la fe.

Un dato estremecedor es que en muchos de esos casos podremos observar que se desarrollan esfuerzos inhumanos para poder conseguir lo que no tienen. Esto es estremecedor porque la Biblia dice que hay una sola cosa que hacer para alcanzar lo que no tenemos: rendirnos a la dirección del Espíritu de Dios, a sus funciones y a la intervención de Su poder.

Ahora bien, ¿qué requisitos se requieren para recibir esa intervención? De entrada, reconocer que somos pecadores y que necesitamos ser lavados con la sangre de Cristo. O sea, que de entrada todo pecador arrepentido, todo creyente en Cristo califica. En segundo lugar, rendirse ante la voluntad de Dios (Rom 12:1-2) y dejarse dirigir por el Espíritu de Dios (Rom 8:12-16).

¿Cómo podemos conseguir dar estos pasos iniciales? Orando bajo la dirección del Espíritu. Dicho de otra forma: el Espíritu Santo anhela que nosotros le permitamos dirigirnos en la oración para que podamos ser capaces de hablar con Dios acerca de lo que acabamos de analizar.

Sabemos que este es el deseo de Dios. O como dice el Apóstol Pablo en el verso 26 del capítulo ocho (8) de la Carta a los Romanos:

“… nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.”  (Rom 8:26, NTV)
 

[1] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, pp. 612–613). United Bible Societies.

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