August 7th, 2022
860 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 7 de agosto 2022
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
La oración paulina que hemos estado analizando, la que encontramos en Efesios 3:14-21, posee varias peticiones muy interesantes. A continuación un resumen de estas:
Ahora bien, ¿qué significado posee la expresión “ser fortalecidos con poder”? Las mejores respuestas para esta pregunta surgen del análisis de los conceptos que Pablo utiliza aquí. El concepto griego que este apóstol utiliza para referirse al proceso de ser fortalecidos es “krataiōthēnai”. Este proviene del griego “krataioō” (G2901) y significa llegar a ser fuerte y saludable con la implicación de vigor físico; algo que trasciende la fuerza muscular. O sea, que desde esta perspectiva, ser fortalecidos en el hombre interior describe salud y fuerzas en el interior, así como los efectos externos que esto produce: fuerzas físicas. Dicho de otro modo, el Espíritu nos fortalece con poder por dentro y se renuevan las fuerzas por fuera.
Al mismo tiempo, este concepto es definido como una construcción tardía del verbo “krataiós”: hacer fuerte. Los académicos que han estudiado este concepto (“krataioō”) explican que este es utilizado para describir crecimiento en la niñez (Lcs 1:80; 2:40). Estos versos describen el crecimiento de Juan el Bautista, así como el del Niño Jesús, particularmente su independencia mental.
Se sabe que esta expresión paulina posee como base la aseveración que encontramos en 2 Samuel 22:33
“33 Dios es el que me ciñe de fuerza, Y quien despeja mi camino;”
Claro está, con la diferencia de que en el contexto del Nuevo Testamento esto describe un poder divino que actúa en el interior del creyente; la operación de la persona del Espíritu Santo. Esto no estaba disponible de manera permanente en en el Antiguo Testamento.
Hemos visto que este concepto es utilizado dentro y fuera del Nuevo Testamento para describir la acción de fortalecerse, de ser saludable y vigoroso. Este concepto es también utilizado para describir el proceso de adquirir poder, y de tener energía. Además, es utilizado para describir el proceso de empoderar y de crecer en ese poder.
O sea, que cuando Pablo está orando para que los hermanos en la iglesia en Éfeso pudieran ser fortalecidos, en realidad estaba pidiendo algo que va más allá de recibir nuevas fuerzas. Pablo estaba pidiendo que esa iglesia fuera empoderada por el Espíritu. Pablo estaba pidiendo que la Iglesia creciera saludablemente y con independencia mental. Pablo estaba pidiendo que la Iglesia pudiera recibir vigor para mantenerse de pie: nuevas fuerzas espirituales y físicas para no claudicar. Pablo estaba pidiendo que la Iglesia recibiera nuevas energías, nuevo vigor y ser capaz de crecer en ese poder.
En la oración que estamos analizando se destaca que el proceso de fortalecimiento que se está pidiendo aquí tiene que ser a través del poder del Espíritu de Dios y que tiene que ocurrir en el hombre interior.
El fortalecimiento mediante el poder del Espíritu es el fortalecimiento mediante el “dúnamis” de Dios. Ese es el concepto que Pablo utiliza aquí para hablar acerca de ese poder.
Nosotros hemos visitado este concepto en varias de nuestras reflexiones anteriores. La vez más reciente fue en la reflexión del 29 de marzo del año en curso (2022). Decíamos allí que debíamos entender que para los griegos el mundo era una manifestación de fuerzas operando “en el mundo, para el mundo y por el mundo.”
El concepto que Pablo utiliza en su oración, “dúnamis” (G1411), es de donde surge el concepto dinamita. Compartimos en la reflexión que hemos citado que hay que aclarar que esto no significa que el poder de Dios tenga que ser instantáneo o explosivo. Lo que este concepto predica es la idea del poder, de la habilidad y de la capacidad para actuar: en algunas ocasiones de manera misteriosa. Un dato que compartimos en esa reflexión es que este concepto es utilizado 583 veces en la traducción al griego del Antiguo Testamento (la versión de los LXX) y en 116 ocasiones en el Nuevo Testamento. Algunos especialistas lo califican como poder potencial. Esta última frase es Aristotélica y describe poseer el poder y la capacidad para hacer que las cosas ocurran.
Todos estos datos apuntan a que la Biblia no plantea la manifestación del poder de Dios como algo puramente casual y accidental. Dios siempre está manifestando su poder. Además, estos datos señalan que la Iglesia, los creyentes, poseemos el poder para que las cosas ocurran. Es obvio que una porción significativa de la Iglesia parece no conocer este dato o simplemente ha decidido operar fuera de este “dúnamis”.
Recordemos que una cosa es el poder potencial y otra cosa es el poder activo. O sea, que la Iglesia puede tener el “dúnamis” y no haber sido capaz de ponerlo en acción. Esto es similar a tener un avión en el garage del hogar y decidir ir nadando a los Estados Unidos. Esto es similar a tener un tanque de guerra en el patio de la casa y decidir hacerle frente al enemigo con piedras y con hondas. Esto es similar a ser dueños del supermercado más grande del planeta y vivir comiendo pan seco y bebiendo agua escondidos en una recámara del hogar (Isa 55:1).
Lo que hemos hecho hasta aquí es revisar lo que significa la petición paulina de ser fortalecidos con poder.
Ahora bien, encontramos que esta petición añade que ese proceso tiene que ocurrir en el hombre interior: “esō anthrōpon” (G2080 y G444). ¿Qué significado posee esta aseveración? Una forma sencilla de definirla podría ser diciendo que el “hombre interior” representa el aspecto espiritual del ser humano. Sin embargo, hay mucho más dentro de esta expresión.
De entrada tenemos que compartir que los seres humanos fuimos creados por Dios como seres tripartitas. Esto es, poseemos espíritu, alma y cuerpo (Gén 1:27; 1 Tes 5:23). Algunos teólogos han dicho que es un error decir que nuestros cuerpos poseen alma. Estos han postulado que la manera correcta de decir esto es que somos almas que poseen un cuerpo, siendo el cuerpo la parte exterior de ese ser humano que somos. El cuerpo es el estuche exterior de aquello que somos en realidad. Ese estuche nos permite experimentar, estar en contacto directo con el mundo exterior a través de los sentidos que posee el cuerpo. Desde esta perspectiva, ese estuche, ese “housing”, ese hombre exterior (2 Cor 4:16), es también un don de Dios.
No obstante, ese regalo divino se echó a perder con el pecado original y desde entonces procura aprovechar cualquier oportunidad para manifestar su rebeldía contra Dios.
El deseo de Dios es que nosotros voluntariamente rindamos ese hombre exterior como sacrificio vivo delante de la presencia del Eterno (Rom 12:1-2). Una vez que logramos tomar esa decisión, el Espíritu Santo comienza la tarea de convertir ese estuche Su templo, en templo del Señor (1 Cor 3:16; 6:19–20; Efe 2:11).
El alma que posee ese cuerpo es el asiento de nuestra personalidad. Es desde allí que operan nuestra personalidad, nuestra voluntad y nuestras emociones. Alguien ha dicho que es allí que decidimos escuchar y obedecer a los deseos y la lujuria de la carne u obedecer los deseos del Espíritu de Dios. El alma es el asiento de la vida propia y la fuente de donde emanan los elementos constitutivos de nuestro carácter. O sea, que cuando experimentamos una transformación en el carácter lo que en realidad ha sucedido es que nuestra alma ha sido transformada.
El espíritu es el lugar en el que el Espíritu de Dios interactúa con nosotros (Mcs 14:38; Rom 8:9; Gál 5:16–17). Es allí que nacemos de nuevo (Jn 3:3-6) y desde donde adoramos (Jn 4:24). Este es el lugar que el Espíritu Santo toca para activar nuestra conciencia y la convicción del pecado (Jn 16:7-8). Es por esto que aún aquellos que no conocen al Señor tienen en su interior una conciencia que les señala si lo que están haciendo es o no correcto (Rom 2:14-15). Esta es una de las razones por las que la Biblia dice que el espíritu del ser humano conoce lo que está en el interior de este (1 Cor 2:11).
La Biblia enseña que hay una batalla constante entre el hombre exterior y el hombre interior.
“22 En mi interior yo estoy de acuerdo con la ley de Dios. 23 Pero veo que aunque mi mente la acepta, en mi cuerpo hay otra ley que lucha contra la ley de Dios. Esa otra ley es la ley que impone el pecado. Esa ley vive en mi cuerpo y me hace prisionero del pecado. 24 ¡Eso es terrible! ¿Quién me salvará de este cuerpo que me causa muerte? 25 ¡Dios me salvará! Le doy gracias a él por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Rom 7:22-25, Palabra de Dios Para Todos)
La Biblia también enseña que si decidimos vivir conforme a las reglas y los deseos del hombre exterior, moriremos. En cambio, si decidimos vivir conforme a los resultados de la interacción del Espíritu de Dios en nuestra alma y en nuestro espíritu, entonces viviremos. La Biblia dice más: dice que si decidimos por esto último, entonces seremos hijos de Dios.
“13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.”
(Rom 8:13-14, RV 1960)
Pablo poseía un conocimiento extraordinario de estos conceptos y es por esto que decide pedir que el “dúnamis” del Espíritu de Dios fortalezca el hombre interior del ser humano y no su estuche.
¿Cuál es la importancia que posee todo esto? Pablo conoce que el hombre exterior se va desgastando y que eventualmente habrá de desaparecer o ser transformado en otra cosa: un cuerpo glorificado.
“1 Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. 2 Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; 3 pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos.”
(2 Cor 5:1-3, RV 1960)
“53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. 54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. 55 Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Cor 15:53-55).
A todo esto hay que añadir unos axiomas bíblicos impostergables:
“16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”
(2 Cor 4:16-18)
Estos datos explican por qué es que el Espíritu privilegia fortalecer el hombre interior y no el exterior. El hombre exterior se desgasta y no posee la misma estructura vital, necesaria para el manejo de las tribulaciones. Tanto así, que Pablo afirma que mientras el hombre exterior se desgasta, el interior se renueva, experimenta “anakainoō” (G341). Esto es, la capacidad de experimentar algo que va más allá de la renovación.
El concepto utilizado por Pablo describe algo que es tan nuevo y diferente que nunca antes ha existido (“anakainosis”, G364).
Necesitamos realizar un paréntesis para explicar lo que acabamos de compartir. El lenguaje griego posee varias formas de describir algo que es nuevo. Por ejemplo, el concepto “neos” (G3501) describe algo que es nuevo en origen y en tiempo. En cambio, “kainós” (G2537) se utiliza para describir algo que es nuevo en naturaleza, diferente de lo usual, impresionante, mejor que lo anterior, superior en valor o en atracción. El concepto “kainós” es definido como algo que es reciente y anteriormente desconocido.
Al mismo tiempo, el prefijo “ana” (G303) se usa entre otras cosas para describir un proceso que se repite, que es algo intenso.
O sea, que “anakainoō” es un proceso de renovación que se repite, que es intenso, que es impresionante, que es mejor que lo había anteriormente y que es tan nuevo y tan nuevo que nunca antes había ocurrido algo así. Esta es la clase de renovación que experimenta el hombre interior cuando está bajo la unción del Espíritu Santo que lo fortalece con poder. Esto es lo que Pablo le está pidiendo a Dios.
Pablo se aprovecha de este conocimiento para levantar sus oraciones. Él pide a Dios que fortalezca con “dúnamis” ese ser interior que puede experimentar “anakainoō” para que el alma sea transformada y el cuerpo se someta a la voluntad divina.
En español, Pablo pide que que el Espíritu de Dios fortalezca con poder el hombre interior de los creyentes para que el hombre exterior se someta a Cristo en sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios (Rom 12:1-2).
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
La oración paulina que hemos estado analizando, la que encontramos en Efesios 3:14-21, posee varias peticiones muy interesantes. A continuación un resumen de estas:
- que esos hermanos sean fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu de Dios y esto conforme a las riquezas de su gloria.
- que Cristo habite por la fe en los corazones de esos hermanos.
- que esto provoque que sean arraigados y cimentados en amor.
- que sean plenamente capaces de comprender con todos los santos cuáles sean las dimensiones del amor de Dios.
- que sean llenos de toda la plenitud de Dios.
Ahora bien, ¿qué significado posee la expresión “ser fortalecidos con poder”? Las mejores respuestas para esta pregunta surgen del análisis de los conceptos que Pablo utiliza aquí. El concepto griego que este apóstol utiliza para referirse al proceso de ser fortalecidos es “krataiōthēnai”. Este proviene del griego “krataioō” (G2901) y significa llegar a ser fuerte y saludable con la implicación de vigor físico; algo que trasciende la fuerza muscular. O sea, que desde esta perspectiva, ser fortalecidos en el hombre interior describe salud y fuerzas en el interior, así como los efectos externos que esto produce: fuerzas físicas. Dicho de otro modo, el Espíritu nos fortalece con poder por dentro y se renuevan las fuerzas por fuera.
Al mismo tiempo, este concepto es definido como una construcción tardía del verbo “krataiós”: hacer fuerte. Los académicos que han estudiado este concepto (“krataioō”) explican que este es utilizado para describir crecimiento en la niñez (Lcs 1:80; 2:40). Estos versos describen el crecimiento de Juan el Bautista, así como el del Niño Jesús, particularmente su independencia mental.
Se sabe que esta expresión paulina posee como base la aseveración que encontramos en 2 Samuel 22:33
“33 Dios es el que me ciñe de fuerza, Y quien despeja mi camino;”
Claro está, con la diferencia de que en el contexto del Nuevo Testamento esto describe un poder divino que actúa en el interior del creyente; la operación de la persona del Espíritu Santo. Esto no estaba disponible de manera permanente en en el Antiguo Testamento.
Hemos visto que este concepto es utilizado dentro y fuera del Nuevo Testamento para describir la acción de fortalecerse, de ser saludable y vigoroso. Este concepto es también utilizado para describir el proceso de adquirir poder, y de tener energía. Además, es utilizado para describir el proceso de empoderar y de crecer en ese poder.
O sea, que cuando Pablo está orando para que los hermanos en la iglesia en Éfeso pudieran ser fortalecidos, en realidad estaba pidiendo algo que va más allá de recibir nuevas fuerzas. Pablo estaba pidiendo que esa iglesia fuera empoderada por el Espíritu. Pablo estaba pidiendo que la Iglesia creciera saludablemente y con independencia mental. Pablo estaba pidiendo que la Iglesia pudiera recibir vigor para mantenerse de pie: nuevas fuerzas espirituales y físicas para no claudicar. Pablo estaba pidiendo que la Iglesia recibiera nuevas energías, nuevo vigor y ser capaz de crecer en ese poder.
En la oración que estamos analizando se destaca que el proceso de fortalecimiento que se está pidiendo aquí tiene que ser a través del poder del Espíritu de Dios y que tiene que ocurrir en el hombre interior.
El fortalecimiento mediante el poder del Espíritu es el fortalecimiento mediante el “dúnamis” de Dios. Ese es el concepto que Pablo utiliza aquí para hablar acerca de ese poder.
Nosotros hemos visitado este concepto en varias de nuestras reflexiones anteriores. La vez más reciente fue en la reflexión del 29 de marzo del año en curso (2022). Decíamos allí que debíamos entender que para los griegos el mundo era una manifestación de fuerzas operando “en el mundo, para el mundo y por el mundo.”
El concepto que Pablo utiliza en su oración, “dúnamis” (G1411), es de donde surge el concepto dinamita. Compartimos en la reflexión que hemos citado que hay que aclarar que esto no significa que el poder de Dios tenga que ser instantáneo o explosivo. Lo que este concepto predica es la idea del poder, de la habilidad y de la capacidad para actuar: en algunas ocasiones de manera misteriosa. Un dato que compartimos en esa reflexión es que este concepto es utilizado 583 veces en la traducción al griego del Antiguo Testamento (la versión de los LXX) y en 116 ocasiones en el Nuevo Testamento. Algunos especialistas lo califican como poder potencial. Esta última frase es Aristotélica y describe poseer el poder y la capacidad para hacer que las cosas ocurran.
Todos estos datos apuntan a que la Biblia no plantea la manifestación del poder de Dios como algo puramente casual y accidental. Dios siempre está manifestando su poder. Además, estos datos señalan que la Iglesia, los creyentes, poseemos el poder para que las cosas ocurran. Es obvio que una porción significativa de la Iglesia parece no conocer este dato o simplemente ha decidido operar fuera de este “dúnamis”.
Recordemos que una cosa es el poder potencial y otra cosa es el poder activo. O sea, que la Iglesia puede tener el “dúnamis” y no haber sido capaz de ponerlo en acción. Esto es similar a tener un avión en el garage del hogar y decidir ir nadando a los Estados Unidos. Esto es similar a tener un tanque de guerra en el patio de la casa y decidir hacerle frente al enemigo con piedras y con hondas. Esto es similar a ser dueños del supermercado más grande del planeta y vivir comiendo pan seco y bebiendo agua escondidos en una recámara del hogar (Isa 55:1).
Lo que hemos hecho hasta aquí es revisar lo que significa la petición paulina de ser fortalecidos con poder.
Ahora bien, encontramos que esta petición añade que ese proceso tiene que ocurrir en el hombre interior: “esō anthrōpon” (G2080 y G444). ¿Qué significado posee esta aseveración? Una forma sencilla de definirla podría ser diciendo que el “hombre interior” representa el aspecto espiritual del ser humano. Sin embargo, hay mucho más dentro de esta expresión.
De entrada tenemos que compartir que los seres humanos fuimos creados por Dios como seres tripartitas. Esto es, poseemos espíritu, alma y cuerpo (Gén 1:27; 1 Tes 5:23). Algunos teólogos han dicho que es un error decir que nuestros cuerpos poseen alma. Estos han postulado que la manera correcta de decir esto es que somos almas que poseen un cuerpo, siendo el cuerpo la parte exterior de ese ser humano que somos. El cuerpo es el estuche exterior de aquello que somos en realidad. Ese estuche nos permite experimentar, estar en contacto directo con el mundo exterior a través de los sentidos que posee el cuerpo. Desde esta perspectiva, ese estuche, ese “housing”, ese hombre exterior (2 Cor 4:16), es también un don de Dios.
No obstante, ese regalo divino se echó a perder con el pecado original y desde entonces procura aprovechar cualquier oportunidad para manifestar su rebeldía contra Dios.
El deseo de Dios es que nosotros voluntariamente rindamos ese hombre exterior como sacrificio vivo delante de la presencia del Eterno (Rom 12:1-2). Una vez que logramos tomar esa decisión, el Espíritu Santo comienza la tarea de convertir ese estuche Su templo, en templo del Señor (1 Cor 3:16; 6:19–20; Efe 2:11).
El alma que posee ese cuerpo es el asiento de nuestra personalidad. Es desde allí que operan nuestra personalidad, nuestra voluntad y nuestras emociones. Alguien ha dicho que es allí que decidimos escuchar y obedecer a los deseos y la lujuria de la carne u obedecer los deseos del Espíritu de Dios. El alma es el asiento de la vida propia y la fuente de donde emanan los elementos constitutivos de nuestro carácter. O sea, que cuando experimentamos una transformación en el carácter lo que en realidad ha sucedido es que nuestra alma ha sido transformada.
El espíritu es el lugar en el que el Espíritu de Dios interactúa con nosotros (Mcs 14:38; Rom 8:9; Gál 5:16–17). Es allí que nacemos de nuevo (Jn 3:3-6) y desde donde adoramos (Jn 4:24). Este es el lugar que el Espíritu Santo toca para activar nuestra conciencia y la convicción del pecado (Jn 16:7-8). Es por esto que aún aquellos que no conocen al Señor tienen en su interior una conciencia que les señala si lo que están haciendo es o no correcto (Rom 2:14-15). Esta es una de las razones por las que la Biblia dice que el espíritu del ser humano conoce lo que está en el interior de este (1 Cor 2:11).
La Biblia enseña que hay una batalla constante entre el hombre exterior y el hombre interior.
“22 En mi interior yo estoy de acuerdo con la ley de Dios. 23 Pero veo que aunque mi mente la acepta, en mi cuerpo hay otra ley que lucha contra la ley de Dios. Esa otra ley es la ley que impone el pecado. Esa ley vive en mi cuerpo y me hace prisionero del pecado. 24 ¡Eso es terrible! ¿Quién me salvará de este cuerpo que me causa muerte? 25 ¡Dios me salvará! Le doy gracias a él por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Rom 7:22-25, Palabra de Dios Para Todos)
La Biblia también enseña que si decidimos vivir conforme a las reglas y los deseos del hombre exterior, moriremos. En cambio, si decidimos vivir conforme a los resultados de la interacción del Espíritu de Dios en nuestra alma y en nuestro espíritu, entonces viviremos. La Biblia dice más: dice que si decidimos por esto último, entonces seremos hijos de Dios.
“13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.”
(Rom 8:13-14, RV 1960)
Pablo poseía un conocimiento extraordinario de estos conceptos y es por esto que decide pedir que el “dúnamis” del Espíritu de Dios fortalezca el hombre interior del ser humano y no su estuche.
¿Cuál es la importancia que posee todo esto? Pablo conoce que el hombre exterior se va desgastando y que eventualmente habrá de desaparecer o ser transformado en otra cosa: un cuerpo glorificado.
“1 Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. 2 Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; 3 pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos.”
(2 Cor 5:1-3, RV 1960)
“53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. 54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. 55 Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Cor 15:53-55).
A todo esto hay que añadir unos axiomas bíblicos impostergables:
“16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”
(2 Cor 4:16-18)
Estos datos explican por qué es que el Espíritu privilegia fortalecer el hombre interior y no el exterior. El hombre exterior se desgasta y no posee la misma estructura vital, necesaria para el manejo de las tribulaciones. Tanto así, que Pablo afirma que mientras el hombre exterior se desgasta, el interior se renueva, experimenta “anakainoō” (G341). Esto es, la capacidad de experimentar algo que va más allá de la renovación.
El concepto utilizado por Pablo describe algo que es tan nuevo y diferente que nunca antes ha existido (“anakainosis”, G364).
Necesitamos realizar un paréntesis para explicar lo que acabamos de compartir. El lenguaje griego posee varias formas de describir algo que es nuevo. Por ejemplo, el concepto “neos” (G3501) describe algo que es nuevo en origen y en tiempo. En cambio, “kainós” (G2537) se utiliza para describir algo que es nuevo en naturaleza, diferente de lo usual, impresionante, mejor que lo anterior, superior en valor o en atracción. El concepto “kainós” es definido como algo que es reciente y anteriormente desconocido.
Al mismo tiempo, el prefijo “ana” (G303) se usa entre otras cosas para describir un proceso que se repite, que es algo intenso.
O sea, que “anakainoō” es un proceso de renovación que se repite, que es intenso, que es impresionante, que es mejor que lo había anteriormente y que es tan nuevo y tan nuevo que nunca antes había ocurrido algo así. Esta es la clase de renovación que experimenta el hombre interior cuando está bajo la unción del Espíritu Santo que lo fortalece con poder. Esto es lo que Pablo le está pidiendo a Dios.
Pablo se aprovecha de este conocimiento para levantar sus oraciones. Él pide a Dios que fortalezca con “dúnamis” ese ser interior que puede experimentar “anakainoō” para que el alma sea transformada y el cuerpo se someta a la voluntad divina.
En español, Pablo pide que que el Espíritu de Dios fortalezca con poder el hombre interior de los creyentes para que el hombre exterior se someta a Cristo en sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios (Rom 12:1-2).
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February
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March
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April
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AUTOR: MIZRAIM ESQUILIN GARCIA
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