October 26th, 2025
1028 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 26 de octubre del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: intercede por nosotros y nos enseña a orar (III)
“26 Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.” (Rom 8:14-17, NTV)
Las reflexiones anteriores han sido presentadas como un ejercicio de preparación. Sí, hemos estado preparándonos para abordar el análisis de lo que tanto Pablo (1 Cor 2:9) como el profeta Isaías (Isa 64:4) llaman la revelación de las cosas profundas de Dios. No podemos abordar ese tema sin antes conocer algunas de las herramientas que el Espíritu Santo utiliza para hacernos partícipes de esa clase de revelación. Es por esto que nos hemos detenido a analizar la relación entre la fe y la oración.
Las aseveraciones acerca de la relación entre la fe y la oración realizadas por Edward McKendree Bounds son magistrales. Analizamos algunas de estas en nuestra reflexión anterior. Una de las pocas críticas que le podemos hacer a sus escritos es que Bounds no se adentra en la relación que ambas tienen con el Espíritu Santo.
Hemos visto que la Biblia es clara y escueta cuando afirma esa relación. Por un lado, ella afirma que el Espíritu Santo es quien nos impulsa y nos dirige en la oración. Hemos visto que Pablo lo afirma así en los versos bíblicos que están en el epígrafe de esta reflexión.
“26 Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.” (Rom 8:14-17, NTV)
Hemos visto que el profeta Zacarías añade a todo esto que es Dios el que envía ese Espíritu de oración (“tachănûn”, H8469).
“10 Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.” (Zac 12:10, RV1960)
Es muy interesante que este concepto hebreo, que se traduce aquí como oración, literalmente significa súplica. El profeta Zacarías señala que este encierra algo más que un ruego existencial. Este profeta dice que se trata un tipo de oración que sería derramada como un espíritu desde el cielo. O sea, otra palabra profética acerca de lo que sucedería el día de Pentecostés (Hch 2:1-47).
David utiliza este concepto en los salmos con alguna frecuencia (Sal 28:2,6; 31:22; 86:6; 140:6; 143:1). En otras palabras, a base de lo que Dios le reveló al profeta Zacarías, David se estaría adelantando a Pentecostés en las ocasiones que pide orar dirigido en el Espíritu. Sin embargo, él no ora con gemidos indecibles como señala Pablo (Rom 8:26). En esos salmos, David se presenta ante el Señor con la capacidad de decir con su boca cada palabra de esa oración. Al hacerlo así, reconoce tácitamente que él no sabe cómo se debe orar en una situación como la que él está experimentando. Esta petición también describe que está pidiendo orar con ese espíritu de oración. Al mismo tiempo, cuando pide orar de esa manera (“tachănûn”, H8469), también se está exponiendo a escuchar la radiografía que el Espíritu Santo ha hecho de su alma y de su espíritu.
Estos datos bíblicos nos llevan a confirmar que la oración es entonces un misterio del Espíritu. La reflexión de El Heraldo publicada el 27 de noviembre de 2022 lo explicaba así:
“La oración es definida en la Palabra de Dios como el resultado de la operación del Espíritu.[1] Los hermanos católicos parecen entender esto mucho mejor que algunos Evangélicos como nosotros. El catecismo de su Iglesia reconoce la oración como un misterio de la fe, un don de Dios, una alianza, y como comunión con Dios.[2] Dicho de otra manera, nosotros no iniciamos la oración. La oración que elevamos es provocada por la presencia y por la intervención del Espíritu.”
La fe también es un misterio del Espíritu.
El año pasado (2024) dedicamos varias reflexiones para analizar el tema de la fe. De hecho, la reflexión de El Heraldo publicada el domingo 6 de octubre nos permitió compartir con los lectores la siguiente definición de la fe.
“¿Qué es la fe? ¿Cómo podemos definirla? Por ejemplo, Tomás de Aquino definió la fe como “….un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina bajo el imperio de la voluntad movida por la gracia de Dios; se trata, pues, de un acto sometido al libre albedrío y es referido a Dios.”[3] Además, decía él, que la fe proviene de Dios.[4] Aquino decía que es un acto del intelecto y de la voluntad, ya que la voluntad mueve al intelecto a creer. Al mismo tiempo, la voluntad es movida por Dios.
Al mismo tiempo, Tomás de Aquino pasó a hablar de la fe en tres sentidos: “creer por Dios” (credere Deum; que Dios es), “creer a Dios” (credere Deo; confiar en lo que Él ha dicho) y “creer en Dios” (credere in Deum; confiar nuestra vida a Dios).[5] Este último ha sido identificado como clave para el dinamismo de la fe. Hay que puntualizar que Aquino entendía estas aseveraciones como fórmulas para analizar la fe.”
Tomás de Aquino tiene toda la razón cuando describe la fe como esta clase se asentimiento. No obstante, la fe es mucho más que esto. Algunos teólogos han reaccionado a esta definición señalando que el asentimiento intelectual es un concepto que se refiere a la aceptación de algo como verdadero, basándose únicamente en la lógica o la razón, sin involucrar una respuesta emocional, práctica o espiritual. Es un acto de la mente que reconoce una verdad, pero no necesariamente nos conduce a un compromiso personal o a la acción. La fe, en cambio, implica un compromiso activo y transformador, donde la creencia se manifiesta en hechos concretos como amor, justicia y misericordia. La Carta de Santiago lo expresa claramente: “Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma.” (Stgo 2:17). [6]
Es cierto que Aquino plantea muchas cosas más acerca de la fe como virtud dialogal que no hemos considerado aquí.[7] Son estas las que nos han convencido que estas reacciones a la definición presentada por Tomás de Aquino son correctas. En otras palabras: la fe va mucho más allá.
La Biblia dice que hay un Autor y un Consumador de la fe: Jesús (Heb 12:2). Ese pasaje establece que Cristo Jesús es el “archēgos” (G747), el líder, el capitán, el autor de la fe y el “teleiotēs” (5047), aquél que lleva a la perfección la fe. O sea, que la fe requiere un líder, un capitán que la haya creado y que la conduzca. Jesucristo es el Autor de la fe y es a través del Santo Espíritu que Él la capitanea. Jesucristo es el que perfecciona la fe en nosotros y es a través del Santo Espíritu que el la lleva a la perfección.
Al mismo tiempo, la Biblia establece que la fe posee y contiene muchas naturalezas. Algunas de estas son:
• fe como fruto del Espíritu (Gál 5:22)
• fe como obra de Dios (Jn 6:29)
• fe como don de Dios (Efe 2:8)
• fe como un producto de la obra divina y con asiento en
el corazón (Rom 10:9-10)
• fe como certeza de lo que se espera y demostración de
lo que no se ve (Heb 11:1)
• fe como «carisma del Espíritu» (1 Cor 12:9)
En otras palabras, la fe solo puede ser analizada como un concepto múltiple que llega por conducto de la gracia divina.[8] Se trata de un regalo (Efe 2:8) que Dios le ha dado a todos los seres humanos. En otras palabras, todos los seres humanos poseen la capacidad para creer.
Estas clasificaciones nos permiten observar la relación que el Espíritu Santo tiene con la fe, obsequiándola y guiando a los pies de Cristo a aquellos que se lo permiten. No olvidemos que la Biblia dice que el Espíritu es el que nos convence de pecado, de juicio y de justicia para llevarnos al Padre a través de Cristo (Jn 16:7-13). Estas funciones requieren la presencia de la fe que Él mismo nos regala y empodera para que podamos ser capaces de aceptar el regalo de la salvación.
Además, la Biblia nos permite conocer las clases o tipos de fe que afectan las naturalezas ya expuestas. Veamos algunos ejemplos de estas tal y como son identificados en la Biblia.
Fe intelectual
“19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan.” (Stgo 2:19).
Esta clase trata del ejercicio puramente racional de la fe que se nos ha dado, nos lleva a realizar compromisos con Aquél que es el autor y consumador de esa fe. Cuando la Biblia señala que los demonios no pueden negar la existencia de Dios, abre espacios para identificar una clase de fe que describe a aquellos que limitan su fe a un mero ejercicio intelectual, pero que no quieren ir más allá en vías de no comprometerse con las exigencias que se le plantean conminándolos a poner la fe en acción. Encontraremos que, aunque los demonios puedan creer y temblar, existen razones obvias por las que no se salvarán jamás. Ellos nunca confesarán que Jesucristo es el Señor, por lo que el ejercicio de su fe es puramente racional o intelectual.
Fe temporal
“Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo y en el tiempo de la prueba se apartan.” (Lcs 8:13).
La Biblia muy bien señala que esta es una fe sin raíces. Este parece ser el testimonio de aquellos que buscan con su fe una relación con Dios que se base solamente en las experiencias puramente sensoriales. Se trata de una fe que se basa en el gozo y las alegrías que esta puede producir. Una fe que solo se basa en los testimonios y bendiciones prometidas. Estamos convencidos de que ciertamente el Evangelio promete unas experiencias poderosísimas en Dios, ríos de agua viva, gozo y regocijo en el Señor. Pero la gente que sólo espera esto, no están capacitados para sostenerse en pie en el día de la prueba y en el día del conflicto.
Fe salvadora
“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (Rom 10.9-10).
Es esta la descripción completa del ejercicio de nuestra fe, la que nos lleva a disfrutar de la salvación gloriosa pagada a precio del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. La fe está allí: sólo requiere que la pongamos en práctica y de la manera correcta.
Tal y como hemos señalado párrafos anteriores, la Biblia también señala que existe una clase de fe que ella misma llama fe muerta: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.” (Stgo 2:17).[9]
Ahora bien, la Biblia dice muchas cosas más acerca de la fe. A continuación, algunas de estas afirmaciones:
En aras de que este análisis acerca de la fe y de su relación con el Espíritu pueda estar completo, se hace imprescindible señalar algunas afirmaciones que la Biblia esgrime acerca de esta. Por ejemplo, la Biblia dice que cuando pedimos (oramos) debemos hacerlo con fe, no dudando de nada (Stg 1:5-7). Ella también afirma que nuestra edificación sobre la fe (“santísima”), el fortalecimiento de esta para mantenernos firmes, tiene que estar acompañada por la oración en el Espíritu Santo. Esto es, guiados por este.
“20 Pero ustedes, queridos hermanos, manténganse firmes en su santísima fe. Oren guiados por el Espíritu Santo.” (Judas 1:20. DHH)
No hay duda alguna de la oración necesita de la fe, así como la fe necesita de la oración. Ambas son dirigidas por el Espíritu Santo. No hace mucho tiempo nos detuvimos a analizar esta relación. De hecho, una parte de significativa de las reflexiones publicadas en el año 2022 trataban acerca de este tema, haciendo énfasis en el poder que desata la oración. A continuación, una cita de una de estas:
“47 El rey habló a Daniel, y dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio.” (Dan 2:47)
El tiempo de oración se transforma en una aventura de fe cuando logramos comprender estas verdades Escriturales. Clamar como instruye Dios a este profeta, garantiza sanidad y restauración, revelación y transformación. Esto es así porque cuando entramos en esa dimensión de la oración entramos en el tiempo de Dios. El tiempo de Dios es eterno, sin principio ni fin. La oración nos introduce en el tiempo eterno de Dios. El Apóstol Pablo bebe de este conocimiento bíblico y lo traduce en sus oraciones (Efe 1:15-23; 3:14-21).
Es allí, orando en esta dimensión, que experimentamos las mejores y más intensas manifestaciones del amor de Dios. Descubrimos que esa manifestación no usa palabras, pero es capaz de establecer un nuevo ritmo para nuestras vidas. Dios dicta el ritmo de nuestra vida. Descubrimos que aunque no sintamos a Dios, Él siempre está presente. Estas dos (2) cosas garantizan la santificación de nuestro tiempo. Descubrimos que Dios ha santificado el tiempo de nuestra vida y que es por eso que deseamos vivir para Él y no para nosotros mismos.
Algunos especialistas en el campo de las disciplinas espirituales cristianas han dicho que esa dimensión de la oración nos hace despertar a la nueva creación de Dios. O sea, que experimentamos la transformación de nuestra perspectiva del tiempo. Ya ni siquiera lo consideramos nuestro porque se trata del tiempo de Dios.
Los estudiosos de este tema, el tema de la oración a la que Dios nos invita, han dicho que descubrimos en esa revelación que el asunto de la oración no es la oración en sí misma. El asunto principal de la oración es Dios. Tenemos que puntualizar que hay muchos creyentes que no han logrado agarrar este principio y se han limitado a vivir en la periferia de la oración.
Sucede algo extraordinario cuando esta verdad es enseñada por el Espíritu de Dios. La oración se convierte en una herramienta para clarificar nuestras esperanzas y nuestras intenciones; aquellas que son reales y que se encuentran en lo más profundo del corazón. La oración nos ayuda a descubrir y a clarificar nuestras verdaderas aspiraciones y las punzadas dolorosas que experimentamos, y hasta lo anhelos que olvidamos.”[10]
La fe y la oración son herramientas utilizadas por el Espíritu Santo para poder darnos a conocer lo que el Apóstol Pablo señaló en una de sus Cartas a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Corinto:
“7 Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, 8 la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. 9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. 10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.” (1 Cor 2:7-10, RV 1960)
[1] Conzelmann, H., & Zimmerli, W. (1964–). χαίρω, χαρά, συγχαίρω, χάρις, χαρίζομαι, χαριτόω, ἀχάριστος, χάρισμα, εὐχαριστέω, εὐχαριστία, εὐχάριστος (chaíro, chará, sinchaíro, charis, charízomai, charistóo, acháristos, chárisma, euchaistéo, eucaristía, eucháristos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, pp. 407–415). Eerdmans.
[2] https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p4s1_sp.html
[3] Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 2., a. 9.
[4] Op. cit., II-II, q. 6., a. 3.
[5] Op. cit., II-II, q. 2., a. 2.
[6] https://www.gotquestions.org/espanol/asentimiento-intelectual.html
[7] Suma Teológica, I, II-II.
[8] Esquilín, Mizraim. 1996. Sobre las alas del viento. Miami: Editorial Betania, pp. 47-50.
[9] Existe una maravillosa presentación de este tema en The New Stong’s Exhaustive Concordance of The Bible, sección «Universal Subject Guide to the Bible», Thomas Nelson Publishers, Nashville, TN, 1990, p. 71.
[10] El Heraldo, edición del 17 de julio de 2022.
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: intercede por nosotros y nos enseña a orar (III)
“26 Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.” (Rom 8:14-17, NTV)
Las reflexiones anteriores han sido presentadas como un ejercicio de preparación. Sí, hemos estado preparándonos para abordar el análisis de lo que tanto Pablo (1 Cor 2:9) como el profeta Isaías (Isa 64:4) llaman la revelación de las cosas profundas de Dios. No podemos abordar ese tema sin antes conocer algunas de las herramientas que el Espíritu Santo utiliza para hacernos partícipes de esa clase de revelación. Es por esto que nos hemos detenido a analizar la relación entre la fe y la oración.
Las aseveraciones acerca de la relación entre la fe y la oración realizadas por Edward McKendree Bounds son magistrales. Analizamos algunas de estas en nuestra reflexión anterior. Una de las pocas críticas que le podemos hacer a sus escritos es que Bounds no se adentra en la relación que ambas tienen con el Espíritu Santo.
Hemos visto que la Biblia es clara y escueta cuando afirma esa relación. Por un lado, ella afirma que el Espíritu Santo es quien nos impulsa y nos dirige en la oración. Hemos visto que Pablo lo afirma así en los versos bíblicos que están en el epígrafe de esta reflexión.
“26 Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.” (Rom 8:14-17, NTV)
Hemos visto que el profeta Zacarías añade a todo esto que es Dios el que envía ese Espíritu de oración (“tachănûn”, H8469).
“10 Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.” (Zac 12:10, RV1960)
Es muy interesante que este concepto hebreo, que se traduce aquí como oración, literalmente significa súplica. El profeta Zacarías señala que este encierra algo más que un ruego existencial. Este profeta dice que se trata un tipo de oración que sería derramada como un espíritu desde el cielo. O sea, otra palabra profética acerca de lo que sucedería el día de Pentecostés (Hch 2:1-47).
David utiliza este concepto en los salmos con alguna frecuencia (Sal 28:2,6; 31:22; 86:6; 140:6; 143:1). En otras palabras, a base de lo que Dios le reveló al profeta Zacarías, David se estaría adelantando a Pentecostés en las ocasiones que pide orar dirigido en el Espíritu. Sin embargo, él no ora con gemidos indecibles como señala Pablo (Rom 8:26). En esos salmos, David se presenta ante el Señor con la capacidad de decir con su boca cada palabra de esa oración. Al hacerlo así, reconoce tácitamente que él no sabe cómo se debe orar en una situación como la que él está experimentando. Esta petición también describe que está pidiendo orar con ese espíritu de oración. Al mismo tiempo, cuando pide orar de esa manera (“tachănûn”, H8469), también se está exponiendo a escuchar la radiografía que el Espíritu Santo ha hecho de su alma y de su espíritu.
Estos datos bíblicos nos llevan a confirmar que la oración es entonces un misterio del Espíritu. La reflexión de El Heraldo publicada el 27 de noviembre de 2022 lo explicaba así:
“La oración es definida en la Palabra de Dios como el resultado de la operación del Espíritu.[1] Los hermanos católicos parecen entender esto mucho mejor que algunos Evangélicos como nosotros. El catecismo de su Iglesia reconoce la oración como un misterio de la fe, un don de Dios, una alianza, y como comunión con Dios.[2] Dicho de otra manera, nosotros no iniciamos la oración. La oración que elevamos es provocada por la presencia y por la intervención del Espíritu.”
La fe también es un misterio del Espíritu.
El año pasado (2024) dedicamos varias reflexiones para analizar el tema de la fe. De hecho, la reflexión de El Heraldo publicada el domingo 6 de octubre nos permitió compartir con los lectores la siguiente definición de la fe.
“¿Qué es la fe? ¿Cómo podemos definirla? Por ejemplo, Tomás de Aquino definió la fe como “….un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina bajo el imperio de la voluntad movida por la gracia de Dios; se trata, pues, de un acto sometido al libre albedrío y es referido a Dios.”[3] Además, decía él, que la fe proviene de Dios.[4] Aquino decía que es un acto del intelecto y de la voluntad, ya que la voluntad mueve al intelecto a creer. Al mismo tiempo, la voluntad es movida por Dios.
Al mismo tiempo, Tomás de Aquino pasó a hablar de la fe en tres sentidos: “creer por Dios” (credere Deum; que Dios es), “creer a Dios” (credere Deo; confiar en lo que Él ha dicho) y “creer en Dios” (credere in Deum; confiar nuestra vida a Dios).[5] Este último ha sido identificado como clave para el dinamismo de la fe. Hay que puntualizar que Aquino entendía estas aseveraciones como fórmulas para analizar la fe.”
Tomás de Aquino tiene toda la razón cuando describe la fe como esta clase se asentimiento. No obstante, la fe es mucho más que esto. Algunos teólogos han reaccionado a esta definición señalando que el asentimiento intelectual es un concepto que se refiere a la aceptación de algo como verdadero, basándose únicamente en la lógica o la razón, sin involucrar una respuesta emocional, práctica o espiritual. Es un acto de la mente que reconoce una verdad, pero no necesariamente nos conduce a un compromiso personal o a la acción. La fe, en cambio, implica un compromiso activo y transformador, donde la creencia se manifiesta en hechos concretos como amor, justicia y misericordia. La Carta de Santiago lo expresa claramente: “Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma.” (Stgo 2:17). [6]
Es cierto que Aquino plantea muchas cosas más acerca de la fe como virtud dialogal que no hemos considerado aquí.[7] Son estas las que nos han convencido que estas reacciones a la definición presentada por Tomás de Aquino son correctas. En otras palabras: la fe va mucho más allá.
La Biblia dice que hay un Autor y un Consumador de la fe: Jesús (Heb 12:2). Ese pasaje establece que Cristo Jesús es el “archēgos” (G747), el líder, el capitán, el autor de la fe y el “teleiotēs” (5047), aquél que lleva a la perfección la fe. O sea, que la fe requiere un líder, un capitán que la haya creado y que la conduzca. Jesucristo es el Autor de la fe y es a través del Santo Espíritu que Él la capitanea. Jesucristo es el que perfecciona la fe en nosotros y es a través del Santo Espíritu que el la lleva a la perfección.
Al mismo tiempo, la Biblia establece que la fe posee y contiene muchas naturalezas. Algunas de estas son:
• fe como fruto del Espíritu (Gál 5:22)
• fe como obra de Dios (Jn 6:29)
• fe como don de Dios (Efe 2:8)
• fe como un producto de la obra divina y con asiento en
el corazón (Rom 10:9-10)
• fe como certeza de lo que se espera y demostración de
lo que no se ve (Heb 11:1)
• fe como «carisma del Espíritu» (1 Cor 12:9)
En otras palabras, la fe solo puede ser analizada como un concepto múltiple que llega por conducto de la gracia divina.[8] Se trata de un regalo (Efe 2:8) que Dios le ha dado a todos los seres humanos. En otras palabras, todos los seres humanos poseen la capacidad para creer.
Estas clasificaciones nos permiten observar la relación que el Espíritu Santo tiene con la fe, obsequiándola y guiando a los pies de Cristo a aquellos que se lo permiten. No olvidemos que la Biblia dice que el Espíritu es el que nos convence de pecado, de juicio y de justicia para llevarnos al Padre a través de Cristo (Jn 16:7-13). Estas funciones requieren la presencia de la fe que Él mismo nos regala y empodera para que podamos ser capaces de aceptar el regalo de la salvación.
Además, la Biblia nos permite conocer las clases o tipos de fe que afectan las naturalezas ya expuestas. Veamos algunos ejemplos de estas tal y como son identificados en la Biblia.
Fe intelectual
“19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan.” (Stgo 2:19).
Esta clase trata del ejercicio puramente racional de la fe que se nos ha dado, nos lleva a realizar compromisos con Aquél que es el autor y consumador de esa fe. Cuando la Biblia señala que los demonios no pueden negar la existencia de Dios, abre espacios para identificar una clase de fe que describe a aquellos que limitan su fe a un mero ejercicio intelectual, pero que no quieren ir más allá en vías de no comprometerse con las exigencias que se le plantean conminándolos a poner la fe en acción. Encontraremos que, aunque los demonios puedan creer y temblar, existen razones obvias por las que no se salvarán jamás. Ellos nunca confesarán que Jesucristo es el Señor, por lo que el ejercicio de su fe es puramente racional o intelectual.
Fe temporal
“Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo y en el tiempo de la prueba se apartan.” (Lcs 8:13).
La Biblia muy bien señala que esta es una fe sin raíces. Este parece ser el testimonio de aquellos que buscan con su fe una relación con Dios que se base solamente en las experiencias puramente sensoriales. Se trata de una fe que se basa en el gozo y las alegrías que esta puede producir. Una fe que solo se basa en los testimonios y bendiciones prometidas. Estamos convencidos de que ciertamente el Evangelio promete unas experiencias poderosísimas en Dios, ríos de agua viva, gozo y regocijo en el Señor. Pero la gente que sólo espera esto, no están capacitados para sostenerse en pie en el día de la prueba y en el día del conflicto.
Fe salvadora
“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (Rom 10.9-10).
Es esta la descripción completa del ejercicio de nuestra fe, la que nos lleva a disfrutar de la salvación gloriosa pagada a precio del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. La fe está allí: sólo requiere que la pongamos en práctica y de la manera correcta.
Tal y como hemos señalado párrafos anteriores, la Biblia también señala que existe una clase de fe que ella misma llama fe muerta: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.” (Stgo 2:17).[9]
Ahora bien, la Biblia dice muchas cosas más acerca de la fe. A continuación, algunas de estas afirmaciones:
- La fe viene por el oír: (Rom 10:17)
- La fe es un regalo (don) de Dios: (Efe 2:8- [“dōron” G1435])
- La fe nos hace hijos de Dios: (Gal 3:26) (Lo que nos hace hijos de Dios)
- La fe es contada por justicia (nos justifica): (Rom 4:22-25; 5:1: Gál 3:8)
- La fe es una forma de vida: (Rom 1:17; Hab 2:4)
- La fe es una forma de caminar: (2 Cor 5:7)
- La fe nos permite estar en pie: (Rom 11:20)
- La fe es fruto del Espíritu (crece y se desarrolla): (Gál 5:22)
- La fe produce seguridad y acceso con confianza: (Efe 3:12)
- La fe es un escudo: (Efe 6:16)
- La fe necesita ser guardada (protegida): (2 Tim 4:7)
- La fe es perfeccionada: (Stgo 2:22)
- La fe hace que seamos guardados por el poder de Dios y para alcanzar el fin de nuestra salvación: (1 Ped 1:5, 9)
- La fe es la victoria que vence al mundo: (1 Jn 5:4)
- La fe necesita ser fortalecida; nos mantenemos firmes sobre esta: (Judas 20)
En aras de que este análisis acerca de la fe y de su relación con el Espíritu pueda estar completo, se hace imprescindible señalar algunas afirmaciones que la Biblia esgrime acerca de esta. Por ejemplo, la Biblia dice que cuando pedimos (oramos) debemos hacerlo con fe, no dudando de nada (Stg 1:5-7). Ella también afirma que nuestra edificación sobre la fe (“santísima”), el fortalecimiento de esta para mantenernos firmes, tiene que estar acompañada por la oración en el Espíritu Santo. Esto es, guiados por este.
“20 Pero ustedes, queridos hermanos, manténganse firmes en su santísima fe. Oren guiados por el Espíritu Santo.” (Judas 1:20. DHH)
No hay duda alguna de la oración necesita de la fe, así como la fe necesita de la oración. Ambas son dirigidas por el Espíritu Santo. No hace mucho tiempo nos detuvimos a analizar esta relación. De hecho, una parte de significativa de las reflexiones publicadas en el año 2022 trataban acerca de este tema, haciendo énfasis en el poder que desata la oración. A continuación, una cita de una de estas:
“47 El rey habló a Daniel, y dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio.” (Dan 2:47)
El tiempo de oración se transforma en una aventura de fe cuando logramos comprender estas verdades Escriturales. Clamar como instruye Dios a este profeta, garantiza sanidad y restauración, revelación y transformación. Esto es así porque cuando entramos en esa dimensión de la oración entramos en el tiempo de Dios. El tiempo de Dios es eterno, sin principio ni fin. La oración nos introduce en el tiempo eterno de Dios. El Apóstol Pablo bebe de este conocimiento bíblico y lo traduce en sus oraciones (Efe 1:15-23; 3:14-21).
Es allí, orando en esta dimensión, que experimentamos las mejores y más intensas manifestaciones del amor de Dios. Descubrimos que esa manifestación no usa palabras, pero es capaz de establecer un nuevo ritmo para nuestras vidas. Dios dicta el ritmo de nuestra vida. Descubrimos que aunque no sintamos a Dios, Él siempre está presente. Estas dos (2) cosas garantizan la santificación de nuestro tiempo. Descubrimos que Dios ha santificado el tiempo de nuestra vida y que es por eso que deseamos vivir para Él y no para nosotros mismos.
Algunos especialistas en el campo de las disciplinas espirituales cristianas han dicho que esa dimensión de la oración nos hace despertar a la nueva creación de Dios. O sea, que experimentamos la transformación de nuestra perspectiva del tiempo. Ya ni siquiera lo consideramos nuestro porque se trata del tiempo de Dios.
Los estudiosos de este tema, el tema de la oración a la que Dios nos invita, han dicho que descubrimos en esa revelación que el asunto de la oración no es la oración en sí misma. El asunto principal de la oración es Dios. Tenemos que puntualizar que hay muchos creyentes que no han logrado agarrar este principio y se han limitado a vivir en la periferia de la oración.
Sucede algo extraordinario cuando esta verdad es enseñada por el Espíritu de Dios. La oración se convierte en una herramienta para clarificar nuestras esperanzas y nuestras intenciones; aquellas que son reales y que se encuentran en lo más profundo del corazón. La oración nos ayuda a descubrir y a clarificar nuestras verdaderas aspiraciones y las punzadas dolorosas que experimentamos, y hasta lo anhelos que olvidamos.”[10]
La fe y la oración son herramientas utilizadas por el Espíritu Santo para poder darnos a conocer lo que el Apóstol Pablo señaló en una de sus Cartas a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Corinto:
“7 Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, 8 la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. 9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. 10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.” (1 Cor 2:7-10, RV 1960)
[1] Conzelmann, H., & Zimmerli, W. (1964–). χαίρω, χαρά, συγχαίρω, χάρις, χαρίζομαι, χαριτόω, ἀχάριστος, χάρισμα, εὐχαριστέω, εὐχαριστία, εὐχάριστος (chaíro, chará, sinchaíro, charis, charízomai, charistóo, acháristos, chárisma, euchaistéo, eucaristía, eucháristos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, pp. 407–415). Eerdmans.
[2] https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p4s1_sp.html
[3] Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 2., a. 9.
[4] Op. cit., II-II, q. 6., a. 3.
[5] Op. cit., II-II, q. 2., a. 2.
[6] https://www.gotquestions.org/espanol/asentimiento-intelectual.html
[7] Suma Teológica, I, II-II.
[8] Esquilín, Mizraim. 1996. Sobre las alas del viento. Miami: Editorial Betania, pp. 47-50.
[9] Existe una maravillosa presentación de este tema en The New Stong’s Exhaustive Concordance of The Bible, sección «Universal Subject Guide to the Bible», Thomas Nelson Publishers, Nashville, TN, 1990, p. 71.
[10] El Heraldo, edición del 17 de julio de 2022.
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