943 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 10 de marzo del 2024

943 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  10 de marzo del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 10): la regeneración

 
“3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. 7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. 8 El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” (Juan 3:3-8, RV 1960)
 
Nuestra reflexión anterior nos permitió iniciar un análisis superficial acerca del tema de la regeneración y la renovación que el Espíritu Santo desarrolla en el creyente. Las Sagradas Escrituras afirman que aquellos que aceptamos a Cristo Jesús como Salvador y Señor de nuestras vidas somos “sometidos” a un proceso de regeneración y de renovación.

La Biblia lo describe así en varios de sus pasajes. En primer lugar, tenemos que indicar que los profetas del Antiguo Testamento anunciaban que esto habría de ocurrir. A continuación, algunos pasajes bíblicos que recogen esta promesa:

“31 He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. 32 No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. 33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. 34 Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” (Jer 31:31-34)

“18 Y volverán allá, y quitarán de ella todas sus idolatrías y todas sus abominaciones. 19 Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, 20 para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.” (Eze 11:18-20)

Hay que entender que todas estas profecías están atadas a la promesa del derramamiento del Espíritu Santo que el Señor Dios describió a través del profeta Joel.

“28 Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. 29 Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.” (Joel 2:28-29)

Al mismo tiempo, en el Nuevo testamento encontramos infinidad de pasajes bíblicos que afirman lo mismo. Uno de estos, que fue compartido en la reflexión anterior, aparece en la Carta a Tito:

“4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, 5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, 6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, 7 para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.” (Tit 3:4-7)

Veamos como ofrece este pasaje bíblico la versión Nueva Traducción Viviente:

“4 Sin embargo, cuando Dios nuestro Salvador dio a conocer su bondad y amor, 5 él nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva por medio del Espíritu Santo. 6 Él derramó su Espíritu sobre nosotros en abundancia por medio de Jesucristo nuestro Salvador. 7 Por su gracia él nos hizo justos a sus ojos y nos dio la seguridad de que vamos a heredar la vida eterna.”

Ahora bien, el Dr. Charles Hodge afirmó en sus libros acerca de Teología Sistemática que no podemos circunscribir la regeneración tan solo al efecto del cambio o a la transformación que experimentamos en el alma cuando venimos a Cristo. Hodge decía que cuando la regeneración es vista desde el punto de vista subjetivo como el efecto o el cambio que ocurre en el alma, esto deja ser una acción o una función. Él añadía que la regeneración trasciende a la obtención de un nuevo propósito creado y obsequiado por Dios. La regeneración trasciende a cualquier propósito personal que podamos tener en la vida.

Mucho menos puede ser descrita como un nuevo propósito desarrollado por el pecador que ahora está bajo la influencia del perdón provisto por la sangre de Cristo y la presencia del Espíritu Santo. Los seres humanos somos pecadores y no tenemos la capacidad para producir esto.

Tampoco, decía Hodge, se trata de un ejercicio (o el resultado de un ejercicio) de clase alguna. La regeneración es un acto, una acción de Dios en la que al ser humano sólo se le requiere admitir que necesita a Cristo y permitir que el Espíritu Santo intervenga y desarrolle la regeneración y la renovación en el nuevo creyente.[1]

Examinemos esto con una óptica bíblica. Todos los recursos bíblicos respetables que analizan este tema argumentan unos hechos indiscutibles. En primer lugar, que todos nosotros somos pecadores y que no somos capaces de alcanzar la gracia ni la reconciliación con Dios (Sal 53:3; Rom 3:10,23). La Biblia añade a esto que la voluntad de Dios ante esta verdad absoluta es que nadie se pierda, sino que todos los seres humanos procedan al arrepentimiento. Veamos algunos ejemplos de esto.

“9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2 Ped 3:9)

“3 Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, 4 el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” (1 Tim 2:3-4)

Estos pasajes bíblicos afirman que el deseo de Dios es que nadie se pierda; “que todos procedan al arrepentimiento”; “que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” Sin embargo, todos sabemos que no todos los seres humanos terminan decidiendo aceptar la oferta de salvación propuesta por Dios. De hecho, estos pasajes bíblicos son solo algunos entre los muchos que subrayan que somos nosotros los que decidimos si aceptamos la invitación de Dios o la rechazamos.

Veamos cómo lo explicó Jesús:

“39 Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; 40 y no queréis venir a mí para que tengáis vida.” (Jn 5:39-40)

Repetimos, la Biblia dice que el peso de la responsabilidad de decidir aceptar o rechazar esta invitación reposa sobre nuestros hombros.

Resumiendo este principio, la demanda divina es la siguiente:

“30 Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; 31 por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” (Hch 17:30-31)

Este pasaje bíblico afirma que Dios ordena que todos los seres humanos se arrepientan de sus pecados si quieren ser salvos. Es nuestra respuesta, al decidir aceptar a Cristo como Señor Salvador y su sacrificio en la cruz del Calvario como la ofrenda de Dios para conseguir el perdón de nuestros pecados, lo que hace la diferencia.

La Biblia también afirma que aquellos que deciden aceptar la invitación divina reciben la potestad de ser hechos (“ginomai”, G1096) hijos de Dios.

“12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.”  (Jn 1:12-13)

O como lo presenta la versión bíblica Dios Habla Hoy: “……a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio (“exousia”, G1849) de llegar a ser hijos de Dios. 13 Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos (“thelēma”, G2307), sino porque Dios los ha engendrado.” (Jn 1:12-13).

El concepto griego que se traduce como ser hechos, también puede ser traducido como
llegar a existir (Jn 1:3; 8:58).[2] O sea, que esto es un privilegio. Además, que ser hechos hijos de Dios no se puede conseguir mediante actos (“thelēma”, G2307) naturales ni deseos humanos.

El “thelēma” puede ser definido como propósito, voluntad, decisión, intento (Mat 6:10; Efe 1:5)[3], o deseo. Este es el mismo concepto que se utiliza para describir desear tener intimidad sexual.[4] En otras palabras, que venimos a Cristo Jesús aceptándolo como Salvador y Señor, pero no es nuestro deseo el que produce el privilegio de que seamos transformados y recibidos como hijos de Dios. Este pasaje bíblico dice que es la voluntad divina, el poder divino, la gracia de Dios, mediante la intervención del Espíritu Santo, la que produce esa transformación.
 
¿Cómo ocurre esto? La Biblia enseña que una vez se ha tomado esa decisión el Espíritu Santo viene a residir en nosotros. ¿Por qué puede el Santo Espíritu venir a residir en un ser humano que es pecador? La Biblia enseña que la decisión de aceptar a Cristo como Señor y Salvador nos hace justos a los ojos de Dios y que es por eso que esto permite que el Santo Espíritu venga a vivir en nosotros. Una vez más, que aceptar el sacrificio de Cristo provoca que el Padre nos vea como personas que son santas y justas y esto le da espacio al Espíritu Santo venir a morar con y en nosotros.

Veamos cómo lo explica el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos:

“9 Pero ustedes no están dominados por su naturaleza pecaminosa. Son controlados por el Espíritu si el Espíritu de Dios vive en ustedes. (Y recuerden que los que no tienen al Espíritu de Cristo en ellos, de ninguna manera pertenecen a él). 10 Y Cristo vive en ustedes; entonces, aunque el cuerpo morirá por causa del pecado, el Espíritu les da vida, porque ustedes ya fueron hechos justos a los ojos de Dios. 11 El Espíritu de Dios, quien levantó a Jesús de los muertos, vive en ustedes; y así como Dios levantó a Cristo Jesús de los muertos, él dará vida a sus cuerpos mortales mediante el mismo Espíritu, quien vive en ustedes.”  (Rom 8:9-11, NTV)

La Biblia dice que la presencia del Espíritu Santo en nosotros nos convierte en una sola persona con Dios y en Él. Además, convierte nuestros cuerpos en templo del Espíritu Santo.

“17 Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él…..19 O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Cor 6:17, 19-20, RV 1960)

¿Cómo es que el Espíritu Santo puede conseguir hacer todo esto? Ese es el misterio detrás de la acción de la omnipotencia de Dios que llamamos regeneración (“paliggenesia”, G3824) y renovación (“anakainōsis”, G342). Pablo describe esta operación de forma categórica:

“17 Esto significa que todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado; ¡una nueva vida ha comenzado!”  (2 Cor 5:17, NTV)

Repetimos que este proceso está por encima de nuestras capacidades humanas para ser entendido o racionalizado. La regeneración y la renovación que produce el Espíritu Santo transforma nuestro espíritu, nuestra mente, opera sobre nuestras emociones y nuestra carne. Este opera sobre nuestro intelecto y sobre nuestro sentido de la mayordomía del talento, del tiempo y del tesoro. Este también opera sobre los escenarios de nuestras relaciones. La Biblia describe esto como un nuevo nacimiento (Jn 3:3, “gennao” (G1080) “anothen” (G509); 1 Ped 1:23, “anagennaō” G313).

El concepto que utiliza Juan apunta a la regeneración mientras el que utiliza Pedro apunta al nuevo nacimiento. Esto, es Juan lo describe desde la perspectiva de la acción del Espíritu Santo, mientras que Pedro lo describe con la metáfora de volver a nacer como lo hicimos el día en que fuimos dados a luz por nuestras madres.[5] Es por esto que Pedro compara a los nuevos convertidos con bebés recién nacidos (1 Ped 2:2).
 
Hay que subrayar que el Evangelio de Juan está lleno de expresiones que afirman la regeneración que produce el Espíritu Santo. En muchas ocasiones lo hace afirmando la vida nueva que nos ofrece Jesús.

“21 Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.” (Jn 5:21, RV 1960)

“38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.”  (Jn 7:38-39)

“10 El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Jn 10:10)

“27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, 28 y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” (Jn 10:28).

Tal y como reseña Thomas D. Lea, la Biblia afirma la necesidad de la regeneración para poder entrar al cielo. Nuestra desobediencia como pecadores nos convirtió en seres humanos corruptos (Rom 1:18-32). Solo esa operación, facilitada por y desde el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario puede solucionar este dilema (Efe 2:1-4). No olvidemos que Dios demanda santidad para poder estar ante Su presencia (Heb 12:14) y la transformación radical que se requiere para esto solo puede ser provista mediante una acción en la que medie la omnipotencia de Dios. [6]

Repetimos que la fuente de la regeneración es la acción del Espíritu Santo. La regeneración ocurre cuando el Espíritu Santo toma la verdad del mensaje del Evangelio y provoca que el ser humano pueda entenderlo y comprometerse con lo que plantea ese mensaje.

Thomas D. Lea concluye que el resultado de la regeneración lo encontramos en pasajes bíblicos como el siguiente:

“17 Con la autoridad del Señor digo lo siguiente: ya no vivan como los que no conocen a Dios, porque ellos están irremediablemente confundidos. 18 Tienen la mente llena de oscuridad; vagan lejos de la vida que Dios ofrece, porque cerraron la mente y endurecieron el corazón hacia él. 19 Han perdido la vergüenza. Viven para los placeres sensuales y practican con gusto toda clase de impureza. 20 Pero eso no es lo que ustedes aprendieron acerca de Cristo. 21 Ya que han oído sobre Jesús y han conocido la verdad que procede de él, 22 desháganse de su vieja naturaleza pecaminosa y de su antigua manera de vivir, que está corrompida por la sensualidad y el engaño. 23 En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes. 24 Pónganse la nueva naturaleza, creada para ser a la semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo. 25 Así que dejen de decir mentiras. Digamos siempre la verdad a todos porque nosotros somos miembros de un mismo cuerpo. 26 Además, «no pequen al dejar que el enojo los controle». No permitan que el sol se ponga mientras siguen enojados, 27 porque el enojo da lugar al diablo. 28 Si eres ladrón, deja de robar. En cambio, usa tus manos en un buen trabajo digno y luego comparte generosamente con los que tienen necesidad. 29 No empleen un lenguaje grosero ni ofensivo. Que todo lo que digan sea bueno y útil, a fin de que sus palabras resulten de estímulo para quienes las oigan. 30 No entristezcan al Espíritu Santo de Dios con la forma en que viven. Recuerden que él los identificó como suyos, y así les ha garantizado que serán salvos el día de la redención. 31 Líbrense de toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta. 32 Por el contrario, sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes por medio de Cristo.” (Efe 4:17-32, NTV)
 

 
[1] Hodge, C. (1997). Systematic theology (Vol. 3, pp. 31–33). Logos Research Systems, Inc.
[2] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software
[4] Schrenk, G. (1964–). θέλω, θέλημα, θέλησις (thelō, thelēma, thelēsis). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G.  Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, p. 52). Eerdmans.
[5] Lea, T. D. (n.d.). Regeneration. En Holman Bible Dictionary. B&H.
[6] Op. cit.

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