991 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 9 de febrero del 2025

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Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos conduce a adorar (III)


“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
           
Nuestra reflexión anterior nos permitió conocer un poco del contexto bíblico-histórico en el que se desarrollan los eventos que encontramos en el capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan. El contexto histórico y geopolítico de la ciudad de Sicar formará parte de esta.

El capítulo que hemos citado señala que existía una gran animosidad entre los judíos y los samaritanos (Jn 4:5). El odio entre estos había dado inicio en el siglo 8 A.C.

La historia de esa región revela que el Reino de Israel, esto es, 10 de las tribus de Israel,[1] conformaban el Reino del Norte. La capital de ese reino era Samaria. Es de ahí que surge el gentilicio “samaritano.” Esa ciudad había sido construida por Omri alrededor del año 922 A.C., quien la convirtió en la sede del reino de Israel (1 Rey 16:24). Esa ciudad se convirtió en un momento en la historia en un asiento principal para la adoración de Baal durante el tiempo de la apostasía (1 Rey 16:31).

Salmanasar, rey de los asirios conquistó esa ciudad (2 Rey 17:3-5) y decidió llevar a todos sus habitantes al cautiverio en el año 722 A.C.. De allí fueron deportados a las ciudades de Media.

“6 En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria, y los puso en Halah, en Habor junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos. 7 Porque los hijos de Israel pecaron contra Jehová su Dios, que los sacó de tierra de Egipto, de bajo la mano de Faraón rey de Egipto, y temieron a dioses ajenos, 8 y anduvieron en los estatutos de las naciones que Jehová había lanzado de delante de los hijos de Israel, y en los estatutos que hicieron los reyes de Israel.”  (2 Rey 17:6-8)

La Biblia dice que otras personas cautivadas por los asirios fueron repatriadas a la región que ocupaba el Reino del Norte.

“24 Y trajo el rey de Asiria gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel; y poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades.” (2 Re 17:24).

El texto bíblico dice que el inicio de esta repatriación no fue exitoso; a estos no les fue bien porque no temían al Señor ni conocían al Ley de Moisés. Es por esto que el rey de Asiria decidió entonces enviar uno de los sacerdotes que había sido llevado cautivo para que se convirtiera en maestro de los nuevos habitantes de esa región.

“25 Y aconteció al principio, cuando comenzaron a habitar allí, que no temiendo ellos a Jehová, envió Jehová contra ellos leones que los mataban. 26 Dijeron, pues, al rey de Asiria: Las gentes que tú trasladaste y pusiste en las ciudades de Samaria, no conocen la ley del Dios de aquella tierra, y él ha echado leones en medio de ellos, y he aquí que los leones los matan, porque no conocen la ley del Dios de la tierra. 27 Y el rey de Asiria mandó, diciendo: Llevad allí a alguno de los sacerdotes que trajisteis de allá, y vaya y habite allí, y les enseñe la ley del Dios del país. 28 Y vino uno de los sacerdotes que habían llevado cautivo de Samaria, y habitó en Bet-el, y les enseñó cómo habían de temer a Jehová.”  (2 Rey 17:25-28)

El problema empeoró cuando los extranjeros que habitaban esa región ignoraron las enseñanzas y decidieron hacer sus propios templos (a sus dioses) para mantener sus estructuras religiosas.

“24 Y trajo el rey de Asiria gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel; y poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades. 25 Y aconteció al principio, cuando comenzaron a habitar allí, que no temiendo ellos a Jehová, envió Jehová contra ellos leones que los mataban. 26 Dijeron, pues, al rey de Asiria: Las gentes que tú trasladaste y pusiste en las ciudades de Samaria, no conocen la ley del Dios de aquella tierra, y él ha echado leones en medio de ellos, y he aquí que los leones los matan, porque no conocen la ley del Dios de la tierra. 27 Y el rey de Asiria mandó, diciendo: Llevad allí a alguno de los sacerdotes que trajisteis de allá, y vaya y habite allí, y les enseñe la ley del Dios del país. 28 Y vino uno de los sacerdotes que habían llevado cautivo de Samaria, y habitó en Bet-el, y les enseñó cómo habían de temer a Jehová. 29 Pero cada nación se hizo sus dioses, y los pusieron en los templos de los lugares altos que habían hecho los de Samaria; cada nación en su ciudad donde habitaba. 30 Los de Babilonia hicieron a Sucotbenot, los de Cuta hicieron a Nergal, y los de Hamat hicieron a Asima. 31 Los aveos hicieron a Nibhaz y a Tartac, y los de Sefarvaim quemaban sus hijos en el fuego para adorar a Adramelec y a Anamelec, dioses de Sefarvaim. 32 Temían a Jehová, e hicieron del bajo pueblo sacerdotes de los lugares altos, que sacrificaban para ellos en los templos de los lugares altos. 33 Temían a Jehová, y honraban a sus dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados. 34 Hasta hoy hacen como antes: ni temen a Jehová, ni guardan sus estatutos ni sus ordenanzas, ni hacen según la ley y los mandamientos que prescribió Jehová a los hijos de Jacob, al cual puso el nombre de Israel; 35 con los cuales Jehová había hecho pacto, y les mandó diciendo: No temeréis a otros dioses, ni los adoraréis, ni les serviréis, ni les haréis sacrificios. 36 Mas a Jehová, que os sacó de tierra de Egipto con grande poder y brazo extendido, a éste temeréis, y a éste adoraréis, y a éste haréis sacrificio. 37 Los estatutos y derechos y ley y mandamientos que os dio por escrito, cuidaréis siempre de ponerlos por obra, y no temeréis a dioses ajenos. 38 No olvidaréis el pacto que hice con vosotros, ni temeréis a dioses ajenos; 39 mas temed a Jehová vuestro Dios, y él os librará de mano de todos vuestros enemigos. 40 Pero ellos no escucharon; antes hicieron según su costumbre antigua. 41 Así temieron a Jehová aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también sus hijos y sus nietos, según como hicieron sus padres, así hacen hasta hoy.”  (2 Rey 17:29-41)

Como si esto fuera poco, estos extranjeros también se casaron con lo que quedaba de la población israelita en esa región. El resultado de estas uniones era considerado por los judíos como “samaritanos mestizos religiosos y herejes.”[2]
 
Estas complicaciones alcanzaron un grado superlativo cuando regresaron al Reino del Sur[3] los judíos que habían estado cautivos en Babilonia (607-530 A.C). La Biblia dice que los judíos que regresaron, que habían mantenido su pureza “cúltica” y religiosa, se encontraron con que los habitantes de la región (los descendientes de los extranjeros que residían en el norte) los intimidaban y atemorizaban para que no edificaran el templo de Jerusalén ni reconstruyeran la ciudad.

“1 Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová Dios de Israel, 2 vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios desde los días de Esar-hadón rey de Asiria, que nos hizo venir aquí. 3 Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel, como nos mandó el rey Ciro, rey de Persia. 4 Pero el pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara.”  (Esd 4:1-4)

De la historia de esa región se desprende que Juan Hircano destruyó esa ciudad (el templo que estaba en el monte Gerizim, 128 A.C.), pero que fue reconstruida muy pronto. De hecho, Herodes el Grande, a quien César Augusto le dio la ciudad, la embelleció, la fortaleció, plantó en ella una colonia de veteranos y la llamó Sebaste [Augusta, en honor de Augusto].[4]

Todos estos datos refuerzan que la visita de Jesús a Sicar en Samaria se produce en medio de riñas y conflictos ancestrales. La buena noticia es que el plan salvífico de nuestro Señor trascendió todo esto. La visita a Samaria era una cita en el calendario divino y en ese calendario no se admiten errores.

Ya hemos visto que la Biblia dice que a Jesús le era necesario ir a Samaria. En otras palabras, nuestro Señor tenía que desatender e ignorar unas tradiciones religiosas centenarias para llegar a un lugar de encuentro con una persona muy particular en esa región. Como hemos visto en la reflexión anterior, la expresión juanina incluye que Jesús es el Señor. Por lo tanto, esta necesidad era la necesidad del Señor. El Dios Todopoderoso tenía una necesidad: encontrar a alguien que con toda probabilidad estaba comenzado su travesía hacia el lugar de ese encuentro divino.

El lugar del encuentro es descrito en la Biblia como el pozo de Jacob. Este era un pozo cavado en tierra, de algunos 100 pies de profundidad (aproximadamente 30.5 metros). Ese pozo estaba situado a una distancia de cerca de dos (2) horas de camino de la ciudad de Sicar.[5] En otras palabras, que no necesariamente era uno de los pozos más cercanos a esta. Los historiadores señalan que se cree que este pozo es uno que está localizado a unos 35 minutos de la actual ciudad de Nablus.
 
¿Qué podía motivar a esta mujer a caminar dos (2) horas para ir a buscar agua? Tal vez la soledad autoimpuesta y esto satisfacía su necesidad de no querer entrar en conversación con otras mujeres de la ciudad. Otra alternativa podría ser la oportunidad para tener tiempo para hablar consigo misma. Debemos entender que cualquier respuesta que proveamos para esta pregunta será simplemente especulativa. Lo que sí sabemos es que ella debió haber salido de su hogar cerca de las 10 de la mañana porque aún sin ella saberlo, el Salvador del Mundo la esperaba con una cita celestial al mediodía. Jesús sabía que ella estaría allí al mediodía y él estaría esperándola para rescatarla del pecado y de su pasado. Esa hora, la hora sexta o el mediodía, es la misma hora en que la cruz del calvario se cubriría de tinieblas (Mat 27:45; Mcs 15:33; Lcs 23:44). Estas tinieblas servirían para simular la noche y cumplir así lo que fue profetizado por salmista cuando dijo que el Mesías en la cruz clamaría al Padre en el día y en la noche (Sal 22:1-2).

Esta mujer ha sido llamada por varios exégetas como “la Magdalena Samaritana.”[6] Sabemos que el Cristo que ella encontraría en ese pozo es cien por ciento Dios y cien por ciento hombre. Sólo así sería posible que Él pudiera ser la ofrenda perfecta, agradable al Padre, para ser sacrificada en la cruz del Calvario. En su humanidad no vacilaría en hacerle saber a ella que él tenía sed, su necesidad de tomar agua.
 
Ahora bien, parece haber un lienzo de eternidad y misericordia divina extendido en todas las ocasiones en los que la Biblia recoge que nuestro Señor tuvo sed. Una de estas, en la cruz del Calvario y Él lo expresó así mismo (Jn 19:28-29). Ciertamente, allí Él tuvo sed debido a la hipovolemia (bajo volumen de sangre en el cuerpo), la deshidratación, la fiebre, las heridas infectadas y el cuadro anémico que experimentaba en ese lugar. No obstante, no es menos cierto que su expresión fue hecha para que se cumpliese lo dicho en la Escritura varios siglos antes.

“20 El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; Y consoladores, y ninguno hallé. 21 Me pusieron además hiel por comida, Y en mi sed me dieron a beber vinagre.” (Sal 69:20-21)

Es cierto que se trataba de un hombre que muere en la cruz: el misterio de la redención, de la ofrenda perfecta. Es Cristo como el segundo Adán (1 Cor 15:45-47), la imagen perfecta de Dios en el hombre perfecto, ofrecido en la cruz del Calvario. Técnicamente Él pudo escoger pecar porque su naturaleza divina no estaba por encima de la humana y viceversa. Sin embargo, Cristo no lo hizo para poder ser la ofrenda perfecta: para poder tomar nuestro lugar.

Es también cierto que su sed en la cruz es el testimonio inequívoco de que el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo conoce a plenitud todas las clases de sed que sufrimos nosotros los pecadores.
 
  • la sed de paz que se produce en medio del conflicto.
  • la sed de amor que se produce en medio de los infiernos que producen el rechazo y el maltrato.
  • la sed de consuelo que produce el dolor.
  • la sed de compañía que produce la soledad y el abandono.
  • la sed de esperanza que producen las tinieblas.
  • la sed de nuevas fuerzas que produce la enfermedad terminal y sin remedio.
  • la sed de gozo que produce el infierno de las noticias tristes que nunca acaban.
  • la sed de salvación y de perdón que se produce al estar lejos de Dios.

Cristo tuvo sed para que podamos ver con esperanza el día en que se cumplan estas palabras:

“16 Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; 17 porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.”  (Apo 7:6-17)

Él invita hoy a aquellos que tienen sed de Él y les dice lo siguiente:

“6 Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7 El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.”  (Apo 21:6-7)

Conociendo estas verdades en las expresiones del Amor de Dios encarnado, no puede haber duda de que la sed de Jesús en el pozo de Jacob iba más allá de ser tan sólo sed de agua. Nuestro Señor tenía sed de que la mujer samaritana pudiera encontrar salvación y una nueva vida llena de esperanza.

La mujer Samaritana traía consigo muchas de esas clases de sed. También arrastraba en su alma del amor otras clases de tinieblas. Lo que ella no sabía era que Aquél que estaba frente a ella es la luz del mundo (Jn 8:12).

La necesidad de Jesús incluía establecer un diálogo acerca del conocimiento de Dios y el de la verdadera adoración. Las expresiones de Cristo el Señor señalan que esta clase de adoración requiere conocimiento. Esto es, conocimiento del don de Dios y saber qué es lo que se adora.

“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10)

“22 Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” (v. 22)

Estas aseveraciones serán analizadas y discutidas en nuestra próxima reflexión
             

 
[1] Las tribus de Judá y de Benjamín conformaban el Reino del Sur.
[2] Utley, R. J. (1999). The Beloved Disciple’s Memoirs and Letters: The Gospel of John, I, II, and III John: Vol. Volume 4 (pp. 42–47). Bible Lessons International.
[3] La capital del Reino del Sur era Jerusalén.
[4] Lange, J. P., & Schaff, P. (2008). A commentary on the Holy Scriptures: John (p. 152). Logos Bible Software.
[5] Lange, J. P., & Schaff, P. (2008). A commentary on the Holy Scriptures: John (pp. 148–171). Logos Bible Software.
[6] Op. cit.





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