949 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 21 de abril del 2024

949 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  21 de abril del 2024
La Fe que nos lleva al límite


Aquella mañana cuando abrí mis ojos lo primero que hice fue agarrar el teléfono móvil.  Suelo hacer eso para confirmar la hora del día al levantarme porque ese dispositivo es mi despertador oficial.  Casi inmediatamente fijé mi vista en la notificación de un mensaje que había llegado en horas más tempranas.  El mensaje era de parte de uno de los miembros del cuerpo pastoral para comunicar una de esas noticias que uno nunca quiere recibir.  Un joven de casi 20 años de edad, amado por nuestra familia y por toda la congregación, había partido.  José Ángel Morales Rosario (mejor conocido como Joey) se había mudado al cielo.

La noticia me conmovió de tal forma que estuve cerca de 20 minutos postrado en el suelo, mientras intentaba asimilarla.  Uno como pastor maneja eventos de pérdidas significativas a menudo, más a menudo de lo que uno quisiera.  Pero hay noticias que impactan el alma y el corazón de una forma particular y esta fue una de esas.  Joey era un joven luchador, que aun en medio de sus condiciones de salud seguía adelante, haciendo uso de todos sus talentos para la gloria del Señor.  No era nada atípico verle salir de un tiempo en el hospital para ir a ministrar como guitarrista en actividades dentro y fuera de la iglesia.  Su espíritu valiente y su disposición para servir al Señor le habían ganado el cariño y el respeto de muchos, incluyendo el mío.  Su talento como músico era muy notable, pero su corazón de adorador era todavía más grande.  
 
Era de todos conocido que su salud había estado comprometida en días recientes.  Las complicaciones posteriores a su trasplante de medula ósea, y el resurgir del cáncer en su cuerpo le habían llevado nuevamente al hospital. Pero no íbamos a imaginar que se iba a mudar a las mansiones celestiales de una manera tan rápida.  Muchas preguntas surcaban mi mente, con los consabidos “¿por qué?” y “¿cómo?  Pero de repente recordé unas palabras de un rabino judío llamado Harold Kushner.  Él decía en su libro “Sobreponiéndonos a las Decepciones de la Vida”[1] que el problema del dolor es dual pues tenemos que enfrentar la fuente del dolor, pero también tenemos que enfrentar nuestro deseo de intentar racionalizarlo.  Todos caemos en la tentación de querer entender los “por qués” de nuestro dolor.  Es parte de un proceso de mantener cierto control, que a su vez está relacionado a un mecanismo de defensa y auto protección.  Pensamos que si podemos entender, de cierta forma el dolor va a ser menor.  Nada más lejos de la realidad.
El conocer por qué ocurren las cosas no nos exime del dolor.  Pero todavía más cierto, en la gran mayoría de las ocasiones no vamos a poder entender (al menos no inmediatamente) por qué ocurren las cosas que nos quebrantan el corazón. De modo que necesitamos depositar nuestra aflicción delante de la presencia del Señor y obtener fuerzas de su mano para proseguir en el camino. En medio de este proceso Dios me llevó a un pasaje de la Palabra que me sirvió como aliento para el alma.  El Salmo 86 lee de la siguiente manera

Inclina, oh Jehová, tu oído, y escúchame, Porque estoy afligido y menesteroso. Guarda mi alma, porque soy piadoso; Salva tú, oh Dios mío, a tu siervo que en ti confía. Ten misericordia de mí, oh Jehová; Porque a ti clamo todo el día. Alegra el alma de tu siervo, Porque a ti, oh Señor, levanto mi alma. Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, Y grande en misericordia para con todos los que te invocan. Escucha, oh Jehová, mi oración, Y está atento a la voz de mis ruegos. En el día de mi angustia te llamaré, Porque tú me respondes. Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses, Ni obras que igualen tus obras. Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, Y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande, y hacedor de maravillas; Solo tú eres Dios. (Salmos 86:1-10)
 
Luego de haber sido sustentado por la Palabra lo próximo en la agenda era poder contactar a la familia del joven para poder estar con ellos.  Salí de mi casa hacia la iglesia y posteriormente pude comunicarme con el Pastor Nicolás Rosario, quien había estado con ellos desde tempranas horas de la mañana.  Él me indicó hacia dónde debía dirigirme para poder acompañarlos.  Mientras iba de camino al lugar en donde ellos se encontraban le pedía al Señor que en su misericordia se hiciera presente en medio de esa reunión.  Frente a situaciones de dolor como esta las palabras humanas sobran.  La realidad del caso es que tampoco son muchas.  Solo Dios puede operar en momentos como este.  Las palabras del Salmo 86 retumbaban en mi corazón. Solo tú eres Dios…

La familia se encontraba aposentada en la casa de la abuela materna de Joey, doña María. Aquel lugar estaba decorado de una manera exquisita, lleno de flores hermosas por todas partes.  Todos los presentes se encontraban en la sala de aquella casa.  José, el papá de Joey; Johana, su mamá; Nicole, su hermana y   doña María se encontraban acompañados por el Pastor Nicolás.  La familia de Joey es una familia pastoral, una familia de servidores incansables con un amor genuino por la obra del Señor.  Pero en ese momento de fragilidad todos necesitaban una visitación del cielo.   Los abrazos y las lágrimas no se hicieron esperar.  Pero aun en medio del llanto, algo poderoso comenzó a suceder.  Doña María ha sido parte de nuestro equipo de ancianos por muchos años.  Ella es una mujer de oración sobre la cual reposa el Espíritu de Dios.  Anegada en llanto, esta mujer comenzó a exaltar el nombre del Señor.  Ella decía en oración: “Señor, tu mereces ser exaltado, seas tu glorificado y engrandecido, no te vamos a negar en esta hora, te bendecimos y te adoramos porque sigues siendo digno de alabanza, tu eres Dios”.  
 
Un perfume precioso comenzó a llenar aquella sala y no se trataba de la fragancia de las flores hermosas que había en aquel lugar.  Era un aroma del cielo, testimonio de una visitación de lo alto que estaba comenzando a gestarse en aquel lugar.  Decidí tener unas palabras y procedí a leer los versos del salmo 86 que Dios me había regalado horas antes.
Para mi sorpresa, José irrumpió en llanto pues ese fue el último salmo que leyó junto a su hijo antes de que partiera.  En Dios no hay casualidades.  Ciertamente él estaba orquestando todo, y apenas había comenzado.  Luego de leer la Palabra comenzamos a orar y cantar y la presencia del Señor tomó control de aquel lugar.  En medio de la experiencia de alabanza, Johana comenzó a cantar en el Espíritu.  Mientras elevaba su canción, decía en oración: “Ya Joey no está en el ensayo, ya no ensaya Padre.  Ahora, está en el concierto, delante de tu presencia, cantándote a ti”.  Solo Dios es capaz de provocar semejante respuesta en el corazón de una madre que acaba de perder a un hijo. Solo su presencia puede hacer esto en el corazón del ser humano.  Pero Dios nos tenía un detalle adicional para todos los que estábamos en aquel lugar.

El perfume de la presencia de Dios ya permeaba por todo aquel lugar y estuvimos disfrutando de esa dulce presencia en silencio por unos instantes.  De repente doña María comenzó a hablar.  Su rostro mostraba la tristeza que le embargaba, pero a la vez reflejaba algo poderoso y sobrenatural.  Tal parece como si el Espíritu Santo le hubiera tomado para usar su voz y comunicar un mensaje para todos.  De una manera tenue y pausada esta mujer comenzó a decir: “En ocasiones la fe en Dios nos va a llevar al límite.  Esa fe en Dios debe producir obediencia y esa obediencia debe producir alabanza”. Doña María añadió: “Eso fue lo que ocurrió con los discípulos cuando Cristo los llevó a la tumba de Lázaro.  Los llevó en fe, pero los llevó en obediencia. Cuando abrieron aquella tumba, el cuerpo de Lázaro estaba descompuesto, se había corrompido.  Pero aun en medio de aquella situación, Cristo les dijo a sus hermanas aquellas palabras hermosas: No te he dicho que si crees veras la gloria de Dios.  Ellas vieron su gloria en aquel instante.”  Doña María continuó diciendo: “Hace unos días Dios me llevó al libro de Hebreos, al capítulo 11 y allí consideré a los padres de la fe, que tuvieron una fe que los llevó al límite.  Ellos no siempre recibieron lo que pidieron y murieron sin ver la promesa del Redentor.  De la misma forma nosotros no siempre vamos a recibir lo que pedimos.  Pero vamos a ver la gloria de Dios.  Vamos a extrañar a Joey con el alma. Pero Dios sigue siendo Rey y vamos a ver su gloria”. Las Palabras de esta anciana retumbaron no tan solo en aquel lugar sino en los corazones de todos aquellos que tuvimos la bendición de escucharle.
   
 La fragilidad de la vida nos va a llevar en muchas ocasiones a ponderar asuntos de nuestra humanidad.  Muy bien lo dice la Biblia: El hombre como la hierba son sus días; florece como la flor del campo (Salmo 103:15).  Todos tenemos una fecha en la que seremos quitados de este mundo.  Si lo vemos desde el punto de vista de la eternidad de Dios, nuestra vida en este mundo siempre será breve, no importa cuánto dure en términos de edad.  Dios en su infinita misericordia “nos presta” a este lado de la vida para cumplir con su propósito y luego llamarnos a su presencia.  Joey cumplió con su cometido a los 20 años y Dios lo reclamó como su propiedad para que morara completamente sano y libre de toda dolencia, junto a Él, por toda la eternidad.   Pero claro, no podemos negar el dolor que provocan situaciones como la partida un ser querido y mucho más la de un ser querido en la flor de la juventud como lo era Joey.  ¿Cómo podemos continuar viviendo en un mundo en donde situaciones como esa ocurren?  Es ahí que necesitamos la fe que nos lleva al límite, la fe que produce obediencia y la obediencia que produce alabanza.

La Escritura está llena de testimonios de la fe que nos llevan al límite.  En ocasiones nos llevan al límite de nuestras fuerzas.  A veces nos llevan al límite de nuestros recursos o de nuestra capacidad.  Esa fe operó en Abraham llevándole a una tierra desconocida.  Esa fe llevó a Isaac a bendecir a sus hijos respecto a cosas venideras, a José a profetizar la salida de los hijos de Israel de Egipto y a Moisés a mover al pueblo para cruzar el Mar Rojo en seco.  Esa fe llevó a Rahab a esperar su salvación habiendo recibido a los espías, a Barac a poner en fuga a ejércitos extranjeros, a Sansón a hacerse fuerte en batalla y a David a cerrar las bocas de los leones.  La fe opera de esta forma porque es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve (Hebreos 11:1).  Es la esperanza de que Dios va a cumplir lo que ha dicho, aun cuando el camino sea contrario.   Esa esperanza se convierte entonces en el ancla del alma.  Dios nos insta en medio de las pruebas a confiar en él de esa forma.
 
Pero la fe también debe producir obediencia en nuestros corazones, aun cuando el panorama sea uno adverso.  Decía Charles Swindol en su libro “El Misterio de la Voluntad de Dios”[2] que a nosotros nos encanta la comodidad.  Nos encanta lo que podemos controlar, lo que podemos rodear con nuestros brazos.  Sin embargo, cuanto más cerca del Señor andamos, menos control tenemos sobre nuestra vida y más debemos abandonarnos a Él.  Eso requiere obediencia.  Esa obediencia fue la que exhibieron los discípulos al acompañar a Jesús a un lugar en donde había una noticia terminal.  Inicialmente los discípulos no querían ir a Betania, lugar donde se encontraban los restos mortales de Lázaro.  Ellos ofrecieron su objeción, anteponiendo su seguridad y la de su maestro por encima de la orden que había dado Jesús (Jn 11:8).  Sin embargo, cedieron en obediencia a la voz de su maestro y fueron testigos de un milagro cual ningún otro.  Cristo no solamente trajo a la vida a alguien que había muerto, sino que resucitó a alguien en estado avanzado de descomposición.  Este es un testimonio poderoso de lo que nuestra obediencia puede lograr, por medio de nuestra Fe en Cristo.  La Fe que nos mueve a la obediencia nos permite ser testigos en primera file de la operación de Dios en medio de lo que parece fatal y firme.  Ninguna noticia de muerte puede resistirse ante la visitación de la presencia de Dios.  Él se hace presente y podemos respirar vida, aún en medio del dolor más profundo.  Pero nuestra obediencia a las palabras de Dios es lo que nos permite ser afirmados y levantados para experimentar semejante virtud.  

Por último, esa obediencia que es resultado de nuestra Fe nos debe mover a la alabanza. El salmista declaraba las siguientes palabras recogidas en el Salmo 9, luego de una situación apremiante.

Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; Contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti; Cantaré a tu nombre, oh Altísimo. (Salmo 9:1-2)

Esta expresión de alabanza de David nace luego de una victoria sobre sus enemigos.  En medio de un ambiente en el cual la seguridad del pueblo y la vida del salmista estaban en riesgo él decidió poner su confianza en Dios, decidió obedecerle y Dios le concedió el triunfo.  Este testimonio de la misericordia y bondad de Dios le movió a exclamar con voz de júbilo de la siguiente forma:

Jehová será refugio del pobre, Refugio para el tiempo de angustia. En ti confiarán los que conocen tu nombre, Por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron. (Salmo 9:9-10).
 
Estas expresiones de alabanzas son significativas porque revelan la fe y la confianza en Dios que había en el corazón del salmista.  Un detalle particular es que David le da todo el crédito a Dios por lo que sucedió en medio de sus batallas.  Aun a pesar de que con certeza hubo soldados blandiendo espadas y disparando arcos, David menciona en ese Salmo 9 que fue Dios quien destruyó al malo, quien borró el nombre de ellos y quien derribó sus ciudades.  Pero no existe un testimonio de alabanza de esta naturaleza sin una convicción plena del poder de Dios para dar victoria a su pueblo y sin una confianza total en su plan para obedecerle.

Esto es aún más relevante en los momentos de crisis extrema. Necesitamos aferrarnos a una convicción plena del poder de Dios, a una fe inconmovible.  Necesitamos asirnos a una fe que no nos deje sucumbir ni derrumbarnos, sino ampararnos bajo sus alas hasta que pasen los quebrantos (Salmos 57:1). En los tiempos de crisis necesitamos que esa fe nos mueva a la obediencia, una obediencia que nos permita seguir caminando, sin movernos de la senda, expectantes a la intervención de Dios en nuestras vidas. Esa obediencia nos debe llevar a caminar con seguridad, aun en el valle de sombra y de muerte, sabiendo que no tenemos que temer mal alguno porque Dios está con nosotros (Salmo 23:4). Esa obediencia nos debe llevar a la alabanza.  Nos debe llevar a un reconocimiento de la bondad y misericordia de Dios quien es capaz de insertarse en medio de nuestro dolor para ser nuestra fortaleza, nuestro escudo y nuestra ayuda (Salmos 28:7).

Hoy quizás no podamos entender.  Pero, aunque sintamos que las circunstancias de la vida nos llevan al límite debemos recordar que le servimos a un Dios que no los tiene.  Él ha prometido aun en medio de nuestros padecimientos que nos va perfeccionar, afirmar, fortalecer y establecer (1 Pedro 5:10).  Sin embargo, la esperanza más hermosa es saber que no estamos solos, pues Él ha prometido estar cerca cuando duele el corazón (Salmos 34:18) y está con nosotros siempre (Mateo 28:20).  
 

 
[1] Kushner, Harold S., Overcomming Life’s Dissapointments, Anchor Books, New York, 2006
[2] Swindoll, Charles R., The Mistery of God’s Will, Thomas Nelson Inc., Nashville, TN, 2001






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1 Comment


Kaysi - April 22nd, 2024 at 8:15pm

Pastor! Gracias por tan hermosa reflexión y palabras de aliento. Gracias por guiar a su congregación en que manera debemos responder cuando nos duele el alma.. yo sé como se siente ese golpe que nos saca el aire de momento. Mi único hijo se fue con el Señor 3 meses después de reconciliarse con Dios, en una sala de emergencia donde el médico de turno nunca había trabajado en nuestra área. Mi hijo me dijo mami me reconcilié con Dios soy salvo! Pensé wow ahora si, gracias Señor. Si ahora sí, tres meses después se fue. Su mensaje fue un refrigerio para mí, gracias Pastor.

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