March 17th, 2024
944 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 17 de marzo del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 11): la llegada del Espíritu Santo
“1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2 Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4 Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. 5 Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6 Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7 Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8 Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9 Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10 en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. 12 Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13 Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto. 14 Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. 15 Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. 16 Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 17 Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños; 18 Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. 19 Y daré prodigios arriba en el cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y vapor de humo; 20 El sol se convertirá en tinieblas, Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor, Grande y manifiesto; 21 Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Hch 2:1-21, RV 1960)
Nuestras reflexiones anteriores han sido dedicadas al análisis de las funciones que el Espíritu Santo desarrolla en el creyente. Las Sagradas Escrituras afirman que aquellos que aceptamos a Cristo Jesús como Salvador y Señor de nuestras vidas, vivimos constantemente impactados por la presencia, las funciones y las operaciones que el Espíritu Santo desarrolla sobre nosotros, en nosotros y delante de nosotros. Estas funciones fueron descritas en una de nuestras primeras reflexiones acerca de lo que significa una Iglesia dirigida por el Espíritu Santo.[1]
Ahora bien, hacemos un paréntesis para analizar cuándo y cómo es que esto comenzó a ocurrir de manera continua en los seres humanos que aceptan a Cristo como Señor y Salvador. Sabemos que profetas del Antiguo Testamento profetizaron acerca de esto siglos antes de que ocurriera (Jer 31:33; Eze 36:27; Joel 2:28-32). También sabemos que Cristo le había dicho a sus discípulos que el momento de la visitación del Espíritu de Dios se acercaba. En reflexiones anteriores hemos visto varios pasajes bíblicos en el Evangelio de Juan que recogen estas declaraciones (Jn 14:15-18, 26; 16:7-15). Además, nuestro Señor afirmó esto una vez más justo antes de ascender a los cielos:
“4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. 6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? 7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; 8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. 9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.” (Hch 1:4-9)
Esa visitación o ese derramamiento ocurrió el día en el que el pueblo de Israel celebraba la Fiesta de Pentecostés. Esta fiesta, también conocida como la Fiesta de las Semanas o la Fiesta de las Cosechas, es uno de los tres (3) festivales anuales más importantes que el pueblo de Israel celebra desde que salió de Egipto.
Pésaj: la Pascua judía (15 de Nisán, entre marzo y abril),
Shavuot: la festividad de las Semanas, o de Pentecostés (6 de Siván, junio)
Sucot: la fiesta de las Cabañas o de los Tabernáculos (15 de Tishrei, octubre)[2]
La costumbre del pueblo Judío es ver esta fiesta como el aniversario de la entrega de la Ley en Sinaí (esto es, desde el período Inter-testamental) (Éxo 24:12-18; Lev 23 15-21; Det 16:9). La Fiesta de las semanas se celebra 50 días después de la Pascua judía[3]. Es de ahí que esta adquiere el nombre de “Pentecostés.” Esto ocurre cuando el nombre hebreo es traducido al griego (“pentēkostē”, G4005). Ese concepto griego significa 50. En otras palabras, que en ese sentido Pentecostés es la fiesta que se celebra 50 días después de la Pascua.
Es muy importante destacar que nuestro Señor murió en la cruz del Calvario el día de la Pascua. Luego de resucitar estuvo 40 días con los discípulos, apareciéndoles (Hch 1:3), comiendo con ellos (Jn 21:9-15) e instruyéndoles (Hch 1:2). Luego de esto, Jesús ascendió a los cielos y los discípulos estuvieron 10 días reunidos en un lugar que conocemos como el Aposento Alto (Hch 1:13). Ese nombre describe un lugar que está en los pisos superiores de una construcción. Ese lugar posiblemente era el hogar de la madre de Juan Marcos (Hch 12:12), el escritor del Evangelio que lleva ese nombre. Probablemente también era el mismo lugar en el que se celebró la primera Santa Cena (Mcs 14:13-17; Lcs 22:10-20). Es por esto que el derramamiento del Espíritu Santo “coincide” con la Fiesta de Pentecostés, porque ocurrió 50 días después de la Pascua. De ahí que el momento de ese derramamiento sea conocida por la Cristiandad como el día de Pentecostés.
La estructura del pasaje bíblico que describe esa visitación del Espíritu de Dios es muy interesante. Este pasaje puede ser subdividido en tres segmentos:
En esta reflexión nos acercaremos a los postulados básicos que emanan de esa visitación. Nos detendremos a analizar el texto bíblico en reflexiones posteriores.
De entrada, nos preguntamos qué experimentaríamos si el cielo descendiera sobre nosotros. En otras palabras, cuáles serían nuestras reacciones si experimentáramos que de momento desciende sobre nosotros el poder que hizo las estrellas, los relámpagos, los océanos y los huracanes. En fin, el poder que hizo todo lo creado. ¿Cómo reaccionaríamos si esa experiencia se convirtiera en la visitación de un poder transformador? Esto es lo que describe el capítulo dos (2) del Libro de Los Hechos. El poder que creó y ordenó la creación descendió en el Aposento Alto. Esto es lo que describen los textos bíblicos que tratan con esa visitación.
El mensaje que encontramos en el capítulo dos (2) del Libro de Los Hechos dice que de pronto, gente ordinaria fue transformada en heraldos del mensaje y del poder creador, transformador y salvador de Dios. Personas ordinarias fueron transformadas en teólogos bíblicos y sistemáticos. Personas con diferentes tipos de personalidades fueron transformadas de inmediato en seres humanos capaces de esperar y confiar en la dirección de Dios. O sea, que la experiencia del pentecostés es sin duda una experiencia transformativa.
Pentecostés presenta tres fenómenos o elementos sobrenaturales, todos sensoriales. El primero es el sonido (“ēchos”, G2279) de una explosión, como el de un viento violento (“pheromenēs pnoēs biaias”): “ráfagas de un viento violento”. Esto es, el sonido de un viento violento que venía en ráfagas o en torrentes.
El segundo es una visión: lenguas como de fuego que reposan sobre las cabezas de todos los que estaban aposentados en ese lugar. El tercero es un vocabulario nuevo; la capacidad para hablar en otros idiomas; los idiomas que hablaban aquellos que estaban escuchando.
El Pastor Jim Cymbala, pastor del Brooklyn Tabernacle (Iglesia Tabernáculo de Brooklyn) en la ciudad de Nueva York, escribió acerca de esto hace varios años. Cymbala decía en uno de sus libros que la experiencia de Pentecostés es poder que se siente y que se escucha.[4] Él formulaba algunas preguntas acerca de esa experiencia, particularmente acerca de lo que se podía haber escuchado esa mañana de pentecostés.[5] ¿Qué habríamos escuchado si hubiésemos estado allí? ¿Cómo habría sonado en nuestros oídos la voz el pescador de Galilea lleno del Espíritu Santo? ¿Qué habrían escuchado nuestros corazones esa mañana? ¿Cómo sonaría ese mensaje lleno de la fresca unción del Espíritu Santo?
Cymbala argumentaba que allí no había música, pero sonaba a música. ¿Por qué? No olvidemos que Pentecostés es la oportunidad divina para escuchar la voz de Dios; es voz de Dios que se escucha. Y la voz de Dios (“qôl”, H6963) puede también ser interpretada como una canción.
Comparemos esto con lo que escuchó Elías cuando Dios se le reveló en la cueva del Monte Horeb al que había acudido a esconderse (1 Rey 19:12-13): “qō-wl də-mā-māh ḏaq-qāh” (una voz quieta y pequeña). Esa voz quieta y pequeña, que el Rashi[6] traduce como “el murmullo melódico de los ángeles”, fue capaz de sacar a Elías de ese escondite. ¿Cuál sería nuestra reacción al escuchar la voz de Dios como el estruendo de un viento recio?
Es interesante que Cymbala destaque que estos tres (3) fenómenos eran extraordinarios. En primer lugar, sonaba como viento, pero no era viento. En segundo lugar, se veía como fuego, pero no era fuego. En tercer lugar, se escuchaba como conversación, pero eran palabras en otros idiomas.
Hay que añadir a todo esto que Pentecostés cambió la visión de aquellos que recibieron el Espíritu del Señor. Pentecostés cambió el oído de estos. Esto continúa siendo así; Pentecostés cambia el lenguaje de aquellos que reciben el derramamiento del Espíritu de Dios.
John R.W. Stott en su libro acerca del Libro de los Hechos[7] dice que la mejor manera de describir esa visitación o derramamiento es afirmando que esa visitación define el comienzo de una nueva época en la historia del planeta y de la Iglesia: la época del Espíritu Santo. Juan el Bautista había hablado de esto cuando dijo lo siguiente:
“15 Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, 16 respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (Lcs 3:15-17)
Este derramamiento consiguió que personas de todos los puntos cardinales del mundo conocido pudieran escuchar el mensaje del Evangelio. Desde el oeste del Mar Caspio (Partos, Medos, Elamitas): desde el este (Asia Menor: Capadocia). Desde el norte (los que habían venido del Ponto) y desde el sur (Panfilia y Frigia). La descripción que ofrece Lucas también clasifica por grupos a aquellos que escuchan el mensaje: los de Judea, los de Roma, los del norte de África (Egipto y más allá de Cirene: Libia), los de la Isla de Creta y los Árabes (Hch 2:7-11).
Lucas no titubea al describir todo esto como obra del Espíritu Santo. En la explicación detallada que Pedro ofrece ese día se subraya que hay control y propósito en todo lo que había estado ocurriendo allí. No se trataba del efecto de una borrachera con vino (mosto; Hch 2:13). O sea, que no se trataba de una intoxicación y tampoco del descontrol de los miembros del grupo que estaba allí aposentado. Todo lo contrario, se trataba del control que ejercía el Espíritu Santo sobre todos ellos para cumplir con la profecía de Joel.
Muchos escritores han destacado que el evento más importante que ocurrió allí no fueron las lenguas como un don o un carisma del Espíritu. Repetimos, no se trata del don de lenguas porque ese don necesita interpretación y en el día de Pentecostés eso no fue necesario. No olvidemos que la Biblia dice que el don de lenguas nos hace hablar con Dios (1 Cor 14:2) y en el día de Pentecostés se le habla al pueblo. No olvidemos que el don de lenguas edifica al creyente; es un don para la edificación de la Iglesia. En el día de Pentecostés esto fue una señal para la multitud, para la humanidad. Algunos de estos escritores han afirmado que esto es lo mismo en esencia, pero distinto en propósito.
El público que escuchó el mensaje que comunicaban los 120 que se habían aposentado allí entendían y podían discernir el mensaje; sabían lo que estaban escuchando. Se trataba del mensaje de salvación en predicado en sus propios idiomas.
¿Cómo explica el texto bíblico todo esto? Ese será el enfoque de nuestra próxima reflexión.
[1] El Heraldo del 4 de febrero de 2024.
[2] El calendario judío se desarrolla a base del año lunar; un año agrícola. Esto es, un calendario en el que el año posee 360 días. Es por esto que los meses del año judío no concuerdan con nuestro calendario, que es solar y que tiene 365.25 días.
[3] La Pascua es la celebración de la salida del pueblo de Israel de la tierra de Egipto (Éxo 12:3-11).
[4] Cymbala, Jim. 1997. “Fresh wind, fresh fire.” Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing House.
[5] La Biblia dice que Pedro comienza a ofrecer su interpretación de lo que ha sucedido a las 9 A.M., la hora tercera (Hch 2:15).
[6] Rabbi Solomon ben Isaac (Shlomo Yitzhaki), conocido como Rashi (basado en un acrónimo de sus iniciales en Hebreo). Unos de los comentaristas Judíos más influyentes en la historia. https://www.myjewishlearning.com/article/who-was-rashi/
[7] Stott, John R. W. 1990. “The Message of Acts: the Spirit, the Church and the World.” Leicester, England: Intervarsity Press.
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 11): la llegada del Espíritu Santo
“1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2 Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4 Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. 5 Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6 Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7 Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8 Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9 Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10 en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. 12 Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13 Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto. 14 Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. 15 Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. 16 Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 17 Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños; 18 Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. 19 Y daré prodigios arriba en el cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y vapor de humo; 20 El sol se convertirá en tinieblas, Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor, Grande y manifiesto; 21 Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Hch 2:1-21, RV 1960)
Nuestras reflexiones anteriores han sido dedicadas al análisis de las funciones que el Espíritu Santo desarrolla en el creyente. Las Sagradas Escrituras afirman que aquellos que aceptamos a Cristo Jesús como Salvador y Señor de nuestras vidas, vivimos constantemente impactados por la presencia, las funciones y las operaciones que el Espíritu Santo desarrolla sobre nosotros, en nosotros y delante de nosotros. Estas funciones fueron descritas en una de nuestras primeras reflexiones acerca de lo que significa una Iglesia dirigida por el Espíritu Santo.[1]
Ahora bien, hacemos un paréntesis para analizar cuándo y cómo es que esto comenzó a ocurrir de manera continua en los seres humanos que aceptan a Cristo como Señor y Salvador. Sabemos que profetas del Antiguo Testamento profetizaron acerca de esto siglos antes de que ocurriera (Jer 31:33; Eze 36:27; Joel 2:28-32). También sabemos que Cristo le había dicho a sus discípulos que el momento de la visitación del Espíritu de Dios se acercaba. En reflexiones anteriores hemos visto varios pasajes bíblicos en el Evangelio de Juan que recogen estas declaraciones (Jn 14:15-18, 26; 16:7-15). Además, nuestro Señor afirmó esto una vez más justo antes de ascender a los cielos:
“4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. 6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? 7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; 8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. 9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.” (Hch 1:4-9)
Esa visitación o ese derramamiento ocurrió el día en el que el pueblo de Israel celebraba la Fiesta de Pentecostés. Esta fiesta, también conocida como la Fiesta de las Semanas o la Fiesta de las Cosechas, es uno de los tres (3) festivales anuales más importantes que el pueblo de Israel celebra desde que salió de Egipto.
Pésaj: la Pascua judía (15 de Nisán, entre marzo y abril),
Shavuot: la festividad de las Semanas, o de Pentecostés (6 de Siván, junio)
Sucot: la fiesta de las Cabañas o de los Tabernáculos (15 de Tishrei, octubre)[2]
La costumbre del pueblo Judío es ver esta fiesta como el aniversario de la entrega de la Ley en Sinaí (esto es, desde el período Inter-testamental) (Éxo 24:12-18; Lev 23 15-21; Det 16:9). La Fiesta de las semanas se celebra 50 días después de la Pascua judía[3]. Es de ahí que esta adquiere el nombre de “Pentecostés.” Esto ocurre cuando el nombre hebreo es traducido al griego (“pentēkostē”, G4005). Ese concepto griego significa 50. En otras palabras, que en ese sentido Pentecostés es la fiesta que se celebra 50 días después de la Pascua.
Es muy importante destacar que nuestro Señor murió en la cruz del Calvario el día de la Pascua. Luego de resucitar estuvo 40 días con los discípulos, apareciéndoles (Hch 1:3), comiendo con ellos (Jn 21:9-15) e instruyéndoles (Hch 1:2). Luego de esto, Jesús ascendió a los cielos y los discípulos estuvieron 10 días reunidos en un lugar que conocemos como el Aposento Alto (Hch 1:13). Ese nombre describe un lugar que está en los pisos superiores de una construcción. Ese lugar posiblemente era el hogar de la madre de Juan Marcos (Hch 12:12), el escritor del Evangelio que lleva ese nombre. Probablemente también era el mismo lugar en el que se celebró la primera Santa Cena (Mcs 14:13-17; Lcs 22:10-20). Es por esto que el derramamiento del Espíritu Santo “coincide” con la Fiesta de Pentecostés, porque ocurrió 50 días después de la Pascua. De ahí que el momento de ese derramamiento sea conocida por la Cristiandad como el día de Pentecostés.
La estructura del pasaje bíblico que describe esa visitación del Espíritu de Dios es muy interesante. Este pasaje puede ser subdividido en tres segmentos:
- La descripción del evento (2:1-13)
- La explicación del evento (2:14-41)
- Los resultados del evento (2:42-47)
En esta reflexión nos acercaremos a los postulados básicos que emanan de esa visitación. Nos detendremos a analizar el texto bíblico en reflexiones posteriores.
De entrada, nos preguntamos qué experimentaríamos si el cielo descendiera sobre nosotros. En otras palabras, cuáles serían nuestras reacciones si experimentáramos que de momento desciende sobre nosotros el poder que hizo las estrellas, los relámpagos, los océanos y los huracanes. En fin, el poder que hizo todo lo creado. ¿Cómo reaccionaríamos si esa experiencia se convirtiera en la visitación de un poder transformador? Esto es lo que describe el capítulo dos (2) del Libro de Los Hechos. El poder que creó y ordenó la creación descendió en el Aposento Alto. Esto es lo que describen los textos bíblicos que tratan con esa visitación.
El mensaje que encontramos en el capítulo dos (2) del Libro de Los Hechos dice que de pronto, gente ordinaria fue transformada en heraldos del mensaje y del poder creador, transformador y salvador de Dios. Personas ordinarias fueron transformadas en teólogos bíblicos y sistemáticos. Personas con diferentes tipos de personalidades fueron transformadas de inmediato en seres humanos capaces de esperar y confiar en la dirección de Dios. O sea, que la experiencia del pentecostés es sin duda una experiencia transformativa.
Pentecostés presenta tres fenómenos o elementos sobrenaturales, todos sensoriales. El primero es el sonido (“ēchos”, G2279) de una explosión, como el de un viento violento (“pheromenēs pnoēs biaias”): “ráfagas de un viento violento”. Esto es, el sonido de un viento violento que venía en ráfagas o en torrentes.
El segundo es una visión: lenguas como de fuego que reposan sobre las cabezas de todos los que estaban aposentados en ese lugar. El tercero es un vocabulario nuevo; la capacidad para hablar en otros idiomas; los idiomas que hablaban aquellos que estaban escuchando.
El Pastor Jim Cymbala, pastor del Brooklyn Tabernacle (Iglesia Tabernáculo de Brooklyn) en la ciudad de Nueva York, escribió acerca de esto hace varios años. Cymbala decía en uno de sus libros que la experiencia de Pentecostés es poder que se siente y que se escucha.[4] Él formulaba algunas preguntas acerca de esa experiencia, particularmente acerca de lo que se podía haber escuchado esa mañana de pentecostés.[5] ¿Qué habríamos escuchado si hubiésemos estado allí? ¿Cómo habría sonado en nuestros oídos la voz el pescador de Galilea lleno del Espíritu Santo? ¿Qué habrían escuchado nuestros corazones esa mañana? ¿Cómo sonaría ese mensaje lleno de la fresca unción del Espíritu Santo?
Cymbala argumentaba que allí no había música, pero sonaba a música. ¿Por qué? No olvidemos que Pentecostés es la oportunidad divina para escuchar la voz de Dios; es voz de Dios que se escucha. Y la voz de Dios (“qôl”, H6963) puede también ser interpretada como una canción.
Comparemos esto con lo que escuchó Elías cuando Dios se le reveló en la cueva del Monte Horeb al que había acudido a esconderse (1 Rey 19:12-13): “qō-wl də-mā-māh ḏaq-qāh” (una voz quieta y pequeña). Esa voz quieta y pequeña, que el Rashi[6] traduce como “el murmullo melódico de los ángeles”, fue capaz de sacar a Elías de ese escondite. ¿Cuál sería nuestra reacción al escuchar la voz de Dios como el estruendo de un viento recio?
Es interesante que Cymbala destaque que estos tres (3) fenómenos eran extraordinarios. En primer lugar, sonaba como viento, pero no era viento. En segundo lugar, se veía como fuego, pero no era fuego. En tercer lugar, se escuchaba como conversación, pero eran palabras en otros idiomas.
Hay que añadir a todo esto que Pentecostés cambió la visión de aquellos que recibieron el Espíritu del Señor. Pentecostés cambió el oído de estos. Esto continúa siendo así; Pentecostés cambia el lenguaje de aquellos que reciben el derramamiento del Espíritu de Dios.
John R.W. Stott en su libro acerca del Libro de los Hechos[7] dice que la mejor manera de describir esa visitación o derramamiento es afirmando que esa visitación define el comienzo de una nueva época en la historia del planeta y de la Iglesia: la época del Espíritu Santo. Juan el Bautista había hablado de esto cuando dijo lo siguiente:
“15 Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, 16 respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (Lcs 3:15-17)
Este derramamiento consiguió que personas de todos los puntos cardinales del mundo conocido pudieran escuchar el mensaje del Evangelio. Desde el oeste del Mar Caspio (Partos, Medos, Elamitas): desde el este (Asia Menor: Capadocia). Desde el norte (los que habían venido del Ponto) y desde el sur (Panfilia y Frigia). La descripción que ofrece Lucas también clasifica por grupos a aquellos que escuchan el mensaje: los de Judea, los de Roma, los del norte de África (Egipto y más allá de Cirene: Libia), los de la Isla de Creta y los Árabes (Hch 2:7-11).
Lucas no titubea al describir todo esto como obra del Espíritu Santo. En la explicación detallada que Pedro ofrece ese día se subraya que hay control y propósito en todo lo que había estado ocurriendo allí. No se trataba del efecto de una borrachera con vino (mosto; Hch 2:13). O sea, que no se trataba de una intoxicación y tampoco del descontrol de los miembros del grupo que estaba allí aposentado. Todo lo contrario, se trataba del control que ejercía el Espíritu Santo sobre todos ellos para cumplir con la profecía de Joel.
Muchos escritores han destacado que el evento más importante que ocurrió allí no fueron las lenguas como un don o un carisma del Espíritu. Repetimos, no se trata del don de lenguas porque ese don necesita interpretación y en el día de Pentecostés eso no fue necesario. No olvidemos que la Biblia dice que el don de lenguas nos hace hablar con Dios (1 Cor 14:2) y en el día de Pentecostés se le habla al pueblo. No olvidemos que el don de lenguas edifica al creyente; es un don para la edificación de la Iglesia. En el día de Pentecostés esto fue una señal para la multitud, para la humanidad. Algunos de estos escritores han afirmado que esto es lo mismo en esencia, pero distinto en propósito.
El público que escuchó el mensaje que comunicaban los 120 que se habían aposentado allí entendían y podían discernir el mensaje; sabían lo que estaban escuchando. Se trataba del mensaje de salvación en predicado en sus propios idiomas.
¿Cómo explica el texto bíblico todo esto? Ese será el enfoque de nuestra próxima reflexión.
[1] El Heraldo del 4 de febrero de 2024.
[2] El calendario judío se desarrolla a base del año lunar; un año agrícola. Esto es, un calendario en el que el año posee 360 días. Es por esto que los meses del año judío no concuerdan con nuestro calendario, que es solar y que tiene 365.25 días.
[3] La Pascua es la celebración de la salida del pueblo de Israel de la tierra de Egipto (Éxo 12:3-11).
[4] Cymbala, Jim. 1997. “Fresh wind, fresh fire.” Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing House.
[5] La Biblia dice que Pedro comienza a ofrecer su interpretación de lo que ha sucedido a las 9 A.M., la hora tercera (Hch 2:15).
[6] Rabbi Solomon ben Isaac (Shlomo Yitzhaki), conocido como Rashi (basado en un acrónimo de sus iniciales en Hebreo). Unos de los comentaristas Judíos más influyentes en la historia. https://www.myjewishlearning.com/article/who-was-rashi/
[7] Stott, John R. W. 1990. “The Message of Acts: the Spirit, the Church and the World.” Leicester, England: Intervarsity Press.
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2023
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March
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