1000 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 13 de abril del 2025

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La palabra de la cruz

 
“18 Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.” (1 Cor 1:17)
 
La primera Carta del Apóstol Pablo a los Corintios nos sirve como escenario para el inicio de las reflexiones de esta semana santa. Entre las muchas buenas nuevas que encontramos en esta Carta encontramos que este apóstol nos dice allí que el drama del Monte Calvario nos ha obsequiado el mensaje de la palabra de la cruz.

Comenzamos diciendo que el verso bíblico que aparece en el epígrafe de esta reflexión sirve como uno de los ejes centrales de esta Carta. Además, sirve como una explicación para los planteamientos que Pablo esgrime en los versos que le anteceden. En esos versos el apóstol afirma que no existe duda alguna de que el mensaje de la cruz no es algo al que podamos añadirle sabiduría humana para que este luzca superior.[1] Tal y como argumenta el Dr. Gordon D. Fee, luego de que Pablo estableciera el contraste entre la “sabiduría de logos” y la cruz, este decide comunicar que “la cruz se yergue como una contradicción absoluta, sin concesiones, a la sabiduría humana.”[2]. De hecho, Pablo amplía sus expresiones diciendo que la cruz es la locura de Dios, una locura para la sabiduría que los humanos concebimos, al mismo tiempo que es demostración de la sabiduría y el poder de Dios.
 
Las bases que este apóstol utiliza para afirmar lo que está diciendo son sencillas. El Evangelio no puede ser una “sofía” (G4678) humana ni divina porque el mensaje del Evangelio opera desde las bases de un Mesías crucificado. Esto en sí mismo es una contradicción. Es importante entender que Pablo presenta estas aseveraciones luego de haber dicho lo siguiente:

“17 Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.” (1 Cor 1:17)

Este verso afirma que Dios envió a Pablo a predicar el evangelio (“euangelizesthai”, G2097), anunciar las buenas nuevas de salvación, y esto sin utilizar lo que él llama “sophia logou”. La versión Reina Valera traduce esta expresión como “sabiduría de palabras.” La misma puede ser traducida como “palabras ingeniosas” (NTV), “discursos de sabiduría humana” (NVI), “alardes de sabiduría y retórica” (DHH) y/o “palabras elegantes” (TLA). Pablo insiste en que la palabra de la cruz no puede ser predicada así. Él añade que sólo Dios pudo convertir una locura como lo que ocurrió en la cruz en un mensaje tan poderoso, convincente y transformador.

Debemos entender que la muerte en la cruz no era algo peculiar ni nuevo para el mundo del imperio romano. Hablar acerca de las crucifixiones era hablar acerca de una muerte cruenta y un castigo desgarrador que eran comunes para los habitantes de ese imperio. Los romanos eran maestros en la tortura y habían perfeccionado ese método de ejecución. De hecho, desde el siglo sexto A.C. otros imperios habían ensayado con esta clase de muerte.[3] O sea, que miles de personas habían muerto en la cruz antes de Jesús y muchos más después de Él.
 
Este método era un instrumento común de muerte para esclavos, criminales y delincuentes. Dicho de otra forma, esta era una muerte diseñada e institucionalizada para aquellos que los imperios habían catalogado como los peores seres humanos que podían existir. Los romanos lo utilizaban para enviar mensajes a los pueblos y a las personas que estaban considerando oponerse al imperio. Esta clase de muerte sería su destino final.

La cruz era algo vergonzoso. Los escritores de la época describen que incluso tocar una cruz se consideraba un acto de contaminación. Es importante destacar que además de la contaminación religiosa, las cruces eran el escenario en el que muchos de los condenados a muerte perdían el control de los esfínteres que controlan la orina y la defecación. Los reos sentenciados a morir así regularmente morían lentamente durante dos (2) o tres (3) días hasta sucumbir por asfixia debido a los efectos corporales que producían los eventos que componían el proceso de la crucifixión. Un método para acelerar ese proceso era quebrarles las piernas a los reos (Jn 19:32-33). Esto les impedía poder impulsarse para poder seguir respirando. O sea, que estar frente a una cruz era sinónimo de estar frente a un emblema de vergüenza. A pesar de todo esto, Pablo dice en sus Cartas que esa cruz ya se había convertido en el estandarte real de la iglesia.

“14 Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gál 6:14).

Esto forma parte de la locura, de lo insensato de Dios que resulta ser más sabio que los hombres (1 Cor 1:25a). ¿Por qué? Porque este emblema de vergüenza se convirtió en el autógrafo, en la firma del amor redentor de nuestro Dios. Analizar esto desde el punto de vista racional sin duda alguna produce un oxímoron; una oposición de los sentidos. Tal y como afirma Jackie Hill Perry en su libro de reflexiones diarias titulado “Al despertar”: “la vida con un Dios trascendente no siempre tendrá sentido.” [4]

Hay que insertar aquí que nada de esto ocurrió a espaldas de nuestro Señor ni le tomó por sorpresa. Jesús sabía que había nacido para morir por nosotros en la cruz del Monte Calvario. Anselmo de Canterbury decía lo siguiente acerca de esto:

“Ningún miembro de la raza humana, excepto Cristo, dio jamás a Dios, al morir, nada que esa persona no fuera a perder en algún momento por necesidad. Nadie pagó jamás a Dios una deuda que no debía. Pero Cristo, por su propia voluntad, dio a su Padre lo que nunca iba a perder por necesidad, y pagó, en nombre de los pecadores, una deuda que Él no debía. Él no estaba en absoluto necesitado por su propia cuenta, ni sujeto a la compulsión de otros, a quienes no les debía nada, a menos que fuera un castigo. Sin embargo, dio su vida.” (Traducción libre)

Es por esto que afirmamos sin rodeos y sin ambages que nuestro Señor no fue un mártir, es decir, alguien que muere solo por sus creencias. Cristo es el sacrificio vicario, sustituto, que el Padre aceptó para salvarnos. Sabemos que su muerte tampoco fue una sorpresa para Él porque eso negaría su deidad. Jesús sabía exactamente lo que le iba a suceder. No olvidemos lo que Él le dijo a sus discípulos:

“14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, 15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn 3:14-16, RV1960)

Nuestro Señor conocía lo que le esperaba y sabía la necesidad que existía de que esto aconteciera así. Una vez más: Cristo el Señor vivió toda su vida reflexionando y ponderando el conocimiento que tenía acerca de su muerte.

“22 Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, 23 y le matarán; mas al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera.”  (Mat 17:22-23)

Un dato increíblemente extraordinario detrás de todo lo que hemos compartido hasta aquí es que esto también forma parte de las demostraciones de amor de nuestro Señor. Tenemos que considerar que Jesús pudo haberse librado de morir en la cruz aceptando la oferta que Satanás le hizo en el desierto; la oportunidad de gobernar el mundo (Mat 4:8-9; Lcs 4:6-7). Él pudo haberse librado de la muerte en la cruz cuando oró en el huerto de Getsemaní.

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lcs 22:42)

Pudo haberlo hecho cuando compareció ante Pilato, quien le exigió que se defendiera (Mcs 15:3-5). Sin embargo, Jesús decidió guardar silencio. Cristo pudo haber clamado en cualquier momento mientras estaba en la cruz y Dios Padre lo habría librado y salvado de esa ignominia.

Todo esto confirma que el amor redentor de Dios que sustenta la locura de la palabra de la cruz fue uno voluntario.

“8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Rom 5:8)

Tal y como han dicho muchos poetas, Dios transformó el acto más horrendo de la historia en una canción de amor eterno. Y todo lo que sucedió allí posee a Jesucristo en el centro. Ninguna escena en la historia humana ha tenido un trasfondo tan oscuro y doloroso al mismo tiempo que un primer plano tan brillante como el de la cruz. Los poetas que han escrito acerca de esto durante dos milenios han utilizado frases como estas:

  • Sobre un fondo de odio, se vislumbraba un destello de amor y gracia.
  • Sobre un fondo trágico, un pronóstico de victorias y triunfos.
  • Sobre un trasfondo de pecado, la promesa del perdón y de la vida eterna.
  • Sobre la base de la maldición, el resplandor de la bendición, la redención y la reconciliación con Dios.
  • Sobre un fondo de esperanzas que se desvanecen para unos discípulos afligidos, una predicción certera del reino venidero y la visión hermosa del emblema de nuestra redención.

A través de los siglos miles de artistas han recibido inspiración contemplando esos escenarios y a través de sus lienzos han comunicado la belleza que emana de esa cruz. Esa cruz que predica una palabra que es locura a los que se pierden ha sido plasmada entre contrastes que describen lo que realmente ocurrió allí. Muchos de ellos nos invitan a contemplar la colina que es llamada Gólgota o Calavera (Mat 27:33; Mcs 15:22; Jn 19:17), con sus tres cruces recortadas contra el cielo azul. Allí, algunos han visto una rosa que yace entre espinas. Otros, un lirio que se yergue entre el lodo y el fango. Algunos se han apoderado de la única noche que ha ocurrido en medio del brillo del sol de mediodía (Mat 27:45; Mcs 15:33; Lcs 23:44) para colocar una estrella solitaria que brilla; lo hace en la noche más oscura que ha ocurrido en la tierra.

En casi todos los casos sus obras de arte se ven matizadas y sobrellevadas por el amor que irradia desde la cruz del centro y esto, contra un telón de fondo que está impregnado de un odio intenso. El del maligno, sus principados y sus potestades que estaban siendo vencidos allí en la cruz (Col 2:13-15). El del pecado y el de la muerte (Rom 5:21). Los más versados nos permiten ver que sus pinceladas trazan esa paz que manifiesta en medio de la agitación y la esperanza que apodera del escenario en medio de la desesperanza.

Lo mismo podemos decir de los compositores, los arreglistas e intérpretes musicales. No hay en la historia de la humanidad experiencia alguna que haya inspirado más y tanto como lo que sucedió ese viernes en el Monte Calvario.

“Y aunque el mundo
Desprecie la cruz de Jesús
Para mí tiene suma atracción
Pues en ella llevó
El cordero de Dios
De mi alma la condenación
Oh yo siempre amaré esa cruz
En sus triunfos mi gloria será
Y algún día en vez de una cruz
Mi corona Jesús me dará”

Ahora bien, ¿qué es lo que posee la palabra de la cruz que logra capturar el alma, el intelecto y los sentidos de toda esa gente virtuosa? La respuesta es una sola: ellos han visto cómo es que el amor redentor de Dios se pudo manifestar así en un lugar tan lúgubre, trágico, descompuesto y extraño para cualquiera.

Tenemos que destacar que el apóstol Pablo llama la atención de los lectores de esta carta escrita a la iglesia que estaba en la ciudad de Corinto afirmando que todo esto había sido profetizado por Isaías (1 Cor 1:19) cuando dijo lo siguiente:

“14 por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.” (Isa 29:14, RV1960)

“Por eso, fíjense, nuevamente haré con este pueblo cosas sorprendentes, prodigiosas e increíbles.  La sabiduría del sabio se acabará y se ocultará la inteligencia del entendido».” (PDT)

Esta cita del libro del profeta evangélico afirma que el plan salvífico que Dios pondría en acción echaría al suelo todas las capacidades que emanan de la sabiduría e inteligencia del ser humano. ¿Quién hubiera sido capaz de intuir que la muerte en la cruz del Calvario formaría parte del plan perfecto de salvación puesto en marcha por Dios? Ese profeta evangélico es el mismo que describió la muerte que ocurriría en el Calvario con palabras eternas como estas:

“3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. 4 Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. 5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. 7 Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. 8 Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. 9 Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. 10 Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. 11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.”  (Isa 53:3-11, RV1960)

Pablo dice en el pasaje de la Primera Carta a los Corintios que hemos citado aquí que muchos tropiezan con la noticia y el mensaje que comunica la palabra de la cruz (1 Cor 1:23a) mientras que otros se ríen de este (v. 23b) creyendo que es una locura. Aquellos que hemos aceptado el mensaje que esta palabra proclama hemos visto que esta Palabra Viva afirma que Cristo es poder (“dunamis”, G1411) y sabiduría de Dios (“sophia”, G4678; v.24c-d). En otras palabras, la palabra de la cruz no opera desde la sabiduría humana, sino que opera desde el amor redentor de Dios que puso su sabiduría a morir por nosotros en la cruz del Monte Calvario.

“25 Ese plan «ridículo» de Dios es más sabio que el más sabio de los planes humanos, y la debilidad de Dios es más fuerte que la mayor fuerza humana.” (1 Cor 1:25, NTV)

La palabra de la cruz es más que suficiente para salvar, para redimir, para perdonar y libertar a los cautivos por el pecado. Para nosotros, los que hemos creído en el mensaje redentor que proclama la palabra predicada desde y en el Calvario, la cruz se yergue hermosa, gloriosa y victoriosa. Para nosotros la cruz es emblema de amor, de perdón, liberación, redención y de comunión con Dios. Sólo basta aceptar que Aquél que se entregó allí lo hizo por nosotros y que lo hizo por amor. Aceptar esto nos otorga el regalo de la salvación y nos prepara para alcanzar la vida eterna. Rechazarlo nos coloca en la misma lista en la que se encuentran los nombres de aquellos que han tropezado con esta palabra y que lamentablemente han escogido continuar siendo esclavos del pecado y que se preparan para la condenación eterna.


 
[1] Fee, Gordon D. 1994. “Primera Epístola a Los Corintios”. Buenos Aires: Nueva Creación, p.76.
[2] Op.cit.
[3] https://www.britannica.com/topic/crucifixion-capital-punishment
[4] Perry, Jackie Hill. 2025. “Al Despertar.” Brentwood, TN: B&H Publishing Group, p.12.




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