946 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 31 de marzo del 2024

946 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  31 de marzo del 2024
El poder transformador de la resurrección: sus voces


“11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. 12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. 18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” (Rom 8:11-18, RV 1960)

La reflexión de El Heraldo publicada el 24 de abril de 2011 nos brindó la oportunidad de entrar en el pensamiento de un gigante del Evangelio del siglo 19; Albert Benjamin Simpson. Este predicador, teólogo y escritor canadiense, a quien Dios usó para fundar la Alianza Cristiana Misionera y el desarrollo del pentecostalismo que conocemos hoy, nos regaló, entre sus muchos escritos, uno titulado “The Cross of Christ” (La Cruz de Cristo)[1]. Armándome de atrevimiento, decidí allí usar algunos de los argumentos que el Rdo. Simpson plantea en el capítulo siete (7) de esa magna obra (“Voices of the resurrection”) para reflexionar acerca de la resurrección de nuestro Señor.

En esta reflexión revisitamos estos argumentos, añadiendo a estos la óptica que el Apóstol Pablo nos regala en el capítulo ocho (8) de su Carta a Los Romanos.

Sin duda alguna que los temas de la muerte y la resurrección de Cristo son indiscutiblemente los más importantes de la Cristiandad y de la historia del ser humano. Esto es así porque tratan con la realidad de nuestra salvación y el poder de la autoridad con el que se fundamentan postulados bíblicos tales como la Segunda Venida de Cristo y nuestra vida aquí, en este lado de la eternidad. Esto es así porque tal y como dice el Apóstol Pablo, la muerte y la resurrección de Cristo tienen que ver con la manifestación del poder de Dios entre nosotros y en nosotros:

“….supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Efe 1:19-20).
            
Simpson argumenta la importancia del tema de la resurrección de Cristo, diciendo que en ella hay 8 mensajes vestidos de eternidad.

El primer mensaje que proclama la resurrección es que Cristo es “declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Rom 1:4). La Biblia no vacila al subrayar que ese es el argumento esgrimido por Jesús para validar que él es el Hijo de Dios; que Él habría de resucitar de entre los muertos (Jn 2:19). La Tumba vacía y la “sin razón” de las explicaciones que ofrecieron el imperio romano, así como las instituciones religiosas de la época, constituyeron el centro del mensaje de los Apóstoles (Hch 1:3; 2:23; 3:15; 5:30). Podemos vivir desenredando preguntas provocadas por puntos y referencias en la vida de Moisés, de Jonás, de David, de Samuel, de Isaías y de tantos otros, sin que esto anule nuestra fe. Sin embargo, en la Biblia y en la historia se ofrecen pruebas indubitables de la resurrección de Jesús. Esto es, no nos dejan espacio para dudas porque el Evangelio no puede sostenerse sin la resurrección de Cristo. Estas pruebas traen al alma y a la mente convicción sobre todo prejuicio y toda duda.

El segundo mensaje de la resurrección es que Dios el Padre aceptó el sacrificio de la cruz. O sea, que la expiación fue completada y que el plan de redención fue desarrollado hasta el final. Una expresión monumental de Simpson es que el Siervo sufriente desciende a la tumba como un prisionero de la Ley que el hombre había quebrantado, llevando hasta allí la pena impuesta como la paga del pecado y la culpa de toda la humanidad. De Él haber permanecido inmóvil e inerte en la tumba, se habría podido concluir que la deuda que el ser humano tenía con Dios no había sido cancelada del todo; que el precio pagado no había sido suficiente. El mensaje podría haber sido interpretado como que la gesta de Jesús había sido una heroica, pero un fútil y vano esfuerzo por salvar la ya arruinada humanidad. La buena noticia es que Cristo no permaneció en la tumba: esta no pudo contenerle: ¡Qué aseveración más poderosa! Le vemos salir de la tumba como Señor de la vida y de la historia, en la gloriosa mañana de la resurrección, con la aprobación del Padre, ante la presencia de ángeles de la gloria, con portentos de la naturaleza en temblores de tierra (Mat 28:2), la apertura de otras tumbas alrededor de la suya (Mat 27:51-52), y posteriormente viendo el cumplimiento de la profecía (Joel 2) que garantizaba que habíamos comenzado a experimentar el cumplimiento de los postreros días. ¡La resurrección subraya que no hacen falta más sacrificios para la expiación de nuestros pecados! ¡El Padre aceptó el sacrificio que su Hijo hizo por nosotros en la Cruz!

“¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el
que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
(Rom 8:34)
           
El tercer mensaje de la resurrección es que nuestra justificación ha sido asegurada. Este es el mensaje que San Pablo nos comunica en el capítulo cuatro (4) y verso 25 de su Carta a Los Romanos. La salvación que Cristo nos ofrece a través de su sacrificio en la Cruz es mucho más que el perdón de los pecados. Nos pudieron haber dado una probatoria o perdonado todos los pecados, manteniendo que continuaríamos alejados de la comunión y la santidad de Dios. Pero gracias sean dadas al Padre que esto no es así. El perdón ofrecido desde el Calvario es una absolución total, un decreto divino absoluto de que nuestro record ante Dios aparece sin manchas y sin ofensas, sin deudas para pagar, o sentencias sin cumplir. Aparecemos en el record celestial como reos que ya cumplieron su sentencia y cuyas hojas de vida son la de seres humanos completamente nuevos. Este es el significado de la justificación (Rom 6: 6-7). Y el margen de ese sacrificio cubre los pecados pasados, los presentes y los del futuro.

El cuarto mensaje de la resurrección es que ella es la causa eficiente de la santificación. Walter Marshall (1628-1680), un ministro presbiteriano inglés, publicó en 1692 un documento que tituló “The Gospel Mystery of Sanctificaction.” En el capítulo 3 de ese documento que contiene 14 capítulos, Marshall dice lo siguiente:

“Y en esa misma epístola [Colosenses], el Apóstol demuestra que la naturaleza santa en la que vivimos para Dios fue producida en primer lugar por Su muerte y resurrección [la de Cristo]: ‘En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo….. sepultados con él… resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos…estando muertos en pecados’” (Col 2:11-13). (traducción libre)

La finalidad de la encarnación, la muerte y la resurrección de Cristo era preparar y formar una naturaleza santa y enmarcarla para nosotros en Él. Se trata de una naturaleza comunicada y transferida a nosotros mediante la unión mística y la comunión que tenemos con Él. En otras palabras, esta unión mística y la comunión que tenemos con el Padre no la producimos nosotros con nuestras acciones, sino que recibimos la que Él preparó para nosotros y que Él ha garantizado con su resurrección. Dicho de otra manera, Cristo viene a nosotros como el Emanuel, la plenitud de Dios con nosotros, procurando que con su muerte y su resurrección nosotros pudiéramos ser recuperados y rescatados por Su sangre y por toda la plenitud de Dios en Él.

“15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; 18 y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia;19 por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, 20 y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Col 1:15-19).

El propósito era uno claro; recuperar la naturaleza que teníamos antes de la caída en el Edén. La resurrección de Cristo es entonces la resurrección de la vida de santidad. Es por esto que la meta establecida para todos los creyentes es alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo.

“11 Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;  14 para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, 15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, 16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.”  (Efe 4:11-16)
 
El quinto mensaje de la resurrección es que ella es la fuente del nivel o la dimensión de vida más alta que puede existir. Si bien es cierto que podemos reclamar sanidad por la fe en su muerte, no es menos cierto que la sanidad absoluta no se hará manifiesta hasta la resurrección final. Uno de los argumentos más poderosos para sustentar esta tesis lo hallamos en 2 Cor 1:9: “Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos;”

A todo esto, hay que añadir que somos miembros del Cuerpo del resucitado, de su carne y de sus huesos (Efe 5:30). Un misterio sagrado muy difícil de comprender, pero fácil de experimentar. Sólo hace falta decidir vivir en esta vida bajo esa declaración. Esto significa poder vivir como parte del Resucitado y con el Espíritu de Aquél que resucitó a Cristo de entre los muertos.

“11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Rom 8:11)

Este verso afirma varias cosas. En primer lugar, que el Espíritu Santo intervino en la resurrección de Cristo. La Biblia afirma que el Padre y el Hijo lo hicieron:

El Padre:
“32 A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.” (Hch 2:32)

“9 Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, 10 sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. 11 Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
  (Hch 4:9-12)

“40 A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; 41 no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos.” (Hch 10:40-41)

El Hijo:
“17 Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. 18 Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”  (Jn 10:17-18)

En una nota editorial: hay que detenerse a establecer el paralelo que existe entre el capítulo ocho (8) de la Carta a Los Romanos y algunos de los capítulos anteriores. El Profesor Anders Nygren realizó ese trabajo por nosotros hace varios años. Él postuló que el capítulo cinco (5) de esa carta describe que el cristiano es libre de la ira de Dios porque el amor de Dios lo cubre. El cristiano es libre del pecado y el bautismo que nos incorpora al cuerpo de Cristo sirve como una señal de esto. Nygren continuó diciendo que el capítulo siete (7) describe que somos libres de la ley y la muerte de Cristo es la garantía de esto. El capítulo ocho (8) es describe la libertad de la muerte porque el Espíritu que da vida en Cristo es el poder que vivifica.[2]

El verso 11 del capítulo ocho (8) de la Carta a Los Romanos afirma la intervención del Espíritu Santo en la resurrección de Cristo. En segundo, lugar, ese verso afirma que podemos vivir bajo el poder de esa resurrección. Esto es así porque el Espíritu Santo que han derramado en nosotros, como Coautor de esa resurrección, desata en nosotros ese poder mientras vivimos aquí. Ese verso afirma que podemos lograr hacer esto en cada paso que damos, en las decisiones que tomamos o las dificultades que enfrentamos. Ese verso y los que le siguen afirman que podemos lograr hacer esto, con salud, con la única fuente de energía necesaria para ser victoriosos en la vida, la que produce la presencia del Espíritu Santo, el que resucitó a Cristo de entre los muertos. Podemos lograrlo bajo el palio de la plenitud de Aquél que es la cabeza del cuerpo.

El sexto mensaje de la resurrección es este; la resurrección de Cristo es la garantía de nuestra resurrección. Preguntamos: ¿cómo podemos explicar las diferencias entre el cuerpo de Jesucristo que fue sepultado después de haber sido torturado y molido en el Gólgota y el cuerpo del Resucitado que los testigos observaron durante 40 días después de la mañana de la resurrección? Era el mismo cuerpo, de esto no hay duda, pues más de 500 testigos no tuvieron problemas en reconocerle (1Cor 15:6). Pero sin duda alguna que existían diferencias infinitesimales entre ambos eventos. El cuerpo de Cristo había sido refinado y “glorificado” de manera inefable (que no se puede fablar o explicar). Ese cuerpo podía atravesar la piedra que intentaba custodiarle en la tumba, las paredes de las habitaciones en los que se encontraban sus discípulos, hacerse visible e invisible según su deseo y desafiar la ley de gravedad elevándose al cielo.

La Biblia dice que cuando él se manifieste, nosotros seremos semejantes a él (1 Jn 3:2).

“1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.” (1 Jn 3:1-2)

Esto es solo parte de las promesas que se nos han garantizado con la resurrección de Cristo.

Pablo señala que es por esto que nosotros gemimos: suplicando mientras esperamos ese momento (Rom 8:23). Esta verdad es también cierta para toda la creación: ella también gime esperando ese momento (v. 22). Es por esto que el Espíritu gime cuando intercede por nosotros (v.26). Añadimos que esta es una de las razones por las que algunos exégetas bíblicos han concluido que la perícopa bíblica de Romanos 8:11-39 puede ser llamada “el Evangelio de la Resurrección.”[3]
 
El séptimo mensaje de la resurrección es que la resurrección de Cristo nos devuelve a Cristo coronado de gloria. Jesús, como Siervo de Justicia, fue eclipsado por un instante por las tinieblas de la tumba y de la muerte. Pero al llegar la mañana del domingo, el Sol de Justicia volvió a brillar y nunca más podrá ser eclipsado. Esa mañana, una muerte vencida nos devolvió al Amigo Eterno, al Cordero de Gloria, a la Estrella de la Mañana, a la Plenitud de Dios. Es ese el fundamento que apoya la declaración central de Jesús cuando nos dice “he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mat 28:20b). La Biblia afirma en la Carta a Los Romanos que ese el mismo poder que el Espíritu Santo ha hecho disponible para nosotros; habitando en nosotros. Ya hemos visto que el Apóstol Pablo volvió a afirmar esto en otras de sus cartas: Efesios 1:19-23.

El octavo y último mensaje de la resurrección es que ésta establece un precedente inimitable e inigualable, pues ella desata las dimensiones más altas que la oración y la fe pueden reclamar. Dentro de estas cosas hallamos hasta el misterio de la voluntad divina (Efe 1:9). La resurrección garantiza que todo es posible para el que cree. Tan pronto la piedra fue echada a un lado, tuvimos acceso a respuestas gloriosas para todas nuestras oraciones, para nuestros ruegos y nuestras peticiones. Para entenderlo mejor, no es lo mismo pedir en el nombre de un salvador muerto, que en el Nombre de uno que no solo está vivo, sino que está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. No es lo mismo vivir mirando a la distancia al Vencedor de la tumba, que vivir teniendo en nuestro interior el Espíritu que resucitó a ese Vencedor de entre los muertos.
 
Existen muchos otros mensajes que comunica la resurrección. Uno de ellos es el significado absoluto de la vida; de la vida en plenitud. Otro tiene que ver con la definición más excelsa de lo que es la primavera en el Espíritu. En fin, este ejercicio puede producir resultados interminables. Todos y cada uno de estos mensajes nos harán gritar con devoción y convicción absoluta que es bendito el Cristo que ha resucitado, porque ha sorbido la muerte en victoria (1 Cor 15:54) y porque las voces que emanan de su resurrección han trascendido la eternidad.


 
[1] Este libro ha sido publicado en múltiples ocasiones. La primera ocasión fue en 1910.
[2] Nygren, Anders. 1969. La Epístola a los Romanos. Buenos Aire: Editorial La Aurora, (pp 254-258).
[3] Barth, Karl. (1933). The Epistle to the Romans; translated from the sixth edition by Edwyn C. Hoskyns. London: Oxford University Press, (p. 289).

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