957 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 16 de junio del 2024

957 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  16 de junio del 2024
Dirigidos por el Espíritu Santo: cómo vivir vidas plenas en tiempos difíciles (Pt.III)

 
“8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel: 9 Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, 10 sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. 11 Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. 13 Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.” (Hch 4:8-13)
           
El tema de la presencia del Espíritu Santo es uno recurrente en las Sagradas Escrituras. El Antiguo Testamento está lleno de relatos en los que esa presencia se apoderaba del ambiente, del medio, de los intermediarios y/o de la situación reinante. En ocasiones aparecía como la gloria del Señor. En otras como el fuego de Dios. Los pasajes bíblicos que tratan con el anhelo de algunos de los escritores bíblicos de experimentar esta visitación son impactantes.

En esta reflexión consideraremos un ejemplo individual y otro institucional. Esto es, la presencia de Señor operando en la vida de un individuo y la misma presencia operando sobre la institución religiosa del pueblo de Israel.

Hace cerca de 30 años traté esta vertiente analítica en el libro “El Despertar de la adoración”:

“1"¡Oh, si rompieses los cielos y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes , 2 como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!" (Isa 64:1-2)

Esa lectura describe uno de los fuegos divinos más poderosos y efectivos; la presencia de Dios. Creo que no existe elemento alguno en todo el universo que pueda comparársele. No existe criatura que pueda permanecer en pie frente a ella. Veamos algunos ejemplos bíblicos. Uno de los personajes más interesantes de la Sagrada Escritura lo es Moisés. Este siervo de Dios tenía muy claro lo que significaba la presencia de Dios. Aún más claro tenía su necesidad de ella. En Éxodo 33: 14 Jehová Dios se compromete con Moisés a mantener junto él Su presencia y a darle descanso. La respuesta de Moisés en el verso 15 suena más a un grito que a una frase calmada;

"....Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí."

En ese mismo capítulo se nos hace saber de la petición atrevida que este siervo de Dios se arriesga a hacer. Él quería ver la gloria del Dios de Israel. Esta es una petición que sólo puede hacer alguien que habla con Dios de la manera en que Moisés lo hacía. El resultado de esa petición contestada aparece en Éxodo 34:29-33. El rostro de este hombre brillaba.”[1]

En ese libro ofrecemos algunas clasificaciones para este anhelo. A esta en particular la llamamos el anhelo por la “cultura del cielo.” [2]
 
Es importante explicar el contexto en el que Moisés hace esa declaración y presenta ese anhelo. El pueblo de Israel vivía “sin rumbo” en el desierto, divagando entre sus desalientos, sus corajes, sus dudas y temores, combinados con sus esperanzas y anhelos. Los capítulos 32y 33 del Libro de Éxodo nos dicen que todo esto comenzaba a suceder al mismo tiempo en el que Moisés se encontraba en la cima del Monte Sinaí recibiendo las Tablas de la Ley. En otras palabras, el cielo y el infierno se estaban manifestando al mismo tiempo en espacios muy cercanos.

Un poco más adelante, los israelitas recibirían la noticia de que todos aquellos que habían salido de Egipto no tendrían la oportunidad de entrar a la tierra prometida. Claro está, con la excepción de Josué, Caleb, los menores de 20 años y todos aquellos que habían nacido en el desierto (Núm 14:27-30). O sea, que esa parte de la peregrinación en la que ellos se encontraban no era otra cosa que el tiempo de espera para que desapareciera toda una generación.

Es en ese contexto que el líder de ese pueblo recibe una noticia de parte del Señor: el Todopoderoso contemplaba la posibilidad de abandonar al pueblo: dejar de ser el Dios de ellos (Éxo 33:1-3). Es aquí que Moisés decide señalarle a Dios que en su lista de prioridades nada podría ocupar el lugar que posee la presencia de Dios en medio de Su pueblo. O sea, que para Moisés ese pueblo había sido, era y continuaría siendo el pueblo del Señor y que nada podría sustituir la presencia del Eterno en medio este. Es que no hay ángeles, serafines, querubines, ni otra cosa creada que pueda ocupar el lugar que sólo le corresponde a nuestro Dios y Señor.

He aquí una enseñanza muy importante. En tiempos en el que los pueblos viven sus desiertos, divagando entre sus desalientos, sus corajes, sus dudas y temores, combinados con sus esperanzas y anhelos, es imprescindible que sus líderes se abracen a este principio. Nada es más importante que la presencia del Señor en medio de su pueblo. No podemos arriesgarnos a dar un solo paso sin la garantía de que su presencia camina con nosotros.

Una nota exegética muy necesaria: recordemos que la presencia del Espíritu de Dios no se manifestaba de forma permanente en el Antiguo Testamento. Esa manifestación permanente es un privilegio que comienza con la llegada del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés. Es desde allí que los lavados con la sangre de Cristo contamos con ese privilegio. Cristo lo afirmó así antes de ascender al cielo: “…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28:20b).

Lo que esto significa es que nosotros tenemos un privilegio que ni siquiera Moisés pudo disfrutar.

Ahora bien, Moisés pudo haber reaccionado ante el mensaje de Dios con egoísmo o con coraje en contra del pueblo; pero no lo hizo así. El amor que este hombre de Dios tenía por ese pueblo era trascendental. Para él, las necesidades del pueblo estaban por encima de las suyas como líder del mismo. Su capacidad para interceder por este y pedir la misericordia del Altísimo están documentadas en el Libro Sagrado.

Recordamos que en una ocasión posterior Dios le dijo a este hombre que consideraba destruir ese pueblo y colocarlo (a Moisés) frente a un pueblo más grande. Las reacciones de Moisés fueron extraordinarias.

“12 Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos. 13 Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este pueblo con tu poder; 14 y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego; 15 y que has hecho morir a este pueblo como a un solo hombre; y las gentes que hubieren oído tu fama hablarán, diciendo: 16 Por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto. 17 Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificado el poder del Señor, como lo hablaste, diciendo: 18 Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos. 19 Perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí. 20 Entonces Jehová dijo: Yo lo he perdonado conforme a tu dicho.” (Nm 14:12-20)

Estamos convencidos de que Dios sabía que esas serían las reacciones que estaban guardadas en el corazón de Moisés. No obstante, este hombre necesitaba ser retado para que él pudiera ser capaz de reconocer cuánto amaba a ese pueblo.

¿Cuáles eran las características de Moisés que le permitían reaccionar así frente a estos retos? La Biblia describe muchas de las características de este hombre. De hecho, hay docenas de estudios académicos serios dedicados a analizar las teorías de liderazgo de este hombre, así como los componentes de su personalidad. A continuación, algunos de estos:

  • An analysis of theological and strategic management perspectives of Moses as a Leader, escrito por Mari Jansen van Rensburg en Pharos Journal of Theology ISSN 1018-9556 Vol. 96 - (2015) Copyright: ©2015Article: Middlesex University, UK.
  • Empowering Stewardship: Leadership lessons from Exodus 18:13-27, escrito por Cassi Lea Sherley en Journal of Biblical Perspectives in Leadership 9, no. 1 (Fall 2019), 226-232 © 2019 School of Business & Leadership, Regent University ISSN 1941-4692
  • Learning Leadership from Moses: A Biblical Model for the Church Today by Richard Hays, en DIVINITY, 2012 Duke Divinity School, Fall 2012, Volume 12, Number 1.
  • 20 Things You Can Learn About Leadership From Moses, escrito por Rabbi Even Moffic (2015)

Tal y como se desprende del último título, este documento presenta 20 características del
liderazgo de Moisés. Entre ellas, encontramos que Moisés siempre adoptaba una postura, que era persistente, sabía cuándo correr un riesgo, era claro en lo que quería, se encontraba con las personas en el lugar social, emocional y sociopolítico en el que se encontraban, conocía las exigencias y requerimientos de su Jefe, utilizaba los símbolos de forma eficaz, y era transparente donde era necesario.

Hay otras características que podemos incluir aquí. No obstante, hay una que nos parece central y que el estudio de Moffic no incluye: la capacidad de Moisés para hablar con Dios cara a cara (Éxo 33:11). En otras palabras, la capacidad de conocer a Dios y estar siempre ante Su presencia. No existe duda alguna de que esta característica es vital para cualquiera que anhele posiciones de liderato.

Continuamos identificando ejemplos del Antiguo Testamento, expresiones que describen la presencia de Dios. En este caso, como la gloria de Dios llenando el templo como edificio, así como institución religiosa.

“11 Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová.” (1 Rey 8:11)

“13 cuando sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros instrumentos de música, y alababan a Jehová, diciendo: Porque él es bueno, porque su misericordia es para siempre; entonces la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová. 14 Y no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios.” (2 Cró 5:13-14)

Los creyentes en Cristo nos apropiamos de la interpretación que hace el Apóstol Pedro cuando analizó todos estos pasajes bíblicos. Esto es lo que Pedro dice:

“10 Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, 11 escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. 12 A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.” (1 Ped 1:10-12)

Por lo tanto, no erramos cuando afirmamos que los pasajes que describen la gloria de Dios entrando al templo identifican la presencia de Cristo, porque Cristo es el resplandor de la gloria de Dios. Así lo afirma el escritor de la Carta a los Hebreos cuando dice lo siguiente hablando acerca de Cristo:

“……el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb 1:3).

El templo de Salomón se llenó de Cristo, el resplandor de la gloria de Dios. En otras palabras, una manifestación visible de esa gloria.

Estas expresiones nos obligan a revisar lo que queremos decir cuando aplicamos el concepto “Plenitud de Cristo” a la Iglesia. Cuando decimos que la Iglesia es la plenitud de Cristo estamos declarando que esto significa mucho más que afirmar que es Cristo el que la llena. Esta expresión describe que es Él quien causa que las cosas ocurran en ella. Estamos diciendo que Cristo lo hace con la implicación de que cumplamos con los propósitos establecidos de antemano (Efe 2:10). Es importante señalar que no se trata de que nosotros podamos o intentemos cumplirlos. Nosotros hemos sido llamados a hacerlo porque la plenitud de Cristo garantiza el éxito.

Esta expresión bíblica, ser la plenitud de Cristo (Efe 1:23), ciertamente indica que estamos llenos de Él y que se nos ha dado la capacidad de llegar hasta el final. O sea, que aquellos que se rinden en el camino no tienen excusas. Esta expresión también significa que somos capaces de completar las tareas encomendadas y de alcanzar el mayor grado de gozo y de la llenura del Espíritu Santo. Recordamos que todas estas interpretaciones surgen a partir de las definiciones que encontramos para el concepto “plēroō”, (G4137).[3]

Esta expresión predica que hemos sido llamados a completar las tareas encomendadas. Esta expresión también dice que lo podemos hacer porque Aquel que lo llena todo nos provee plenamente de todo lo necesario para realizarlo. Así lo afirma el Apóstol Pedro en su Segunda Carta.

“3 Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, 4 por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia;” (2 Ped 1:3-5)

Esta expresión también describe nuestra predicación; una predicación completa, sin que le falte cosa alguna. Esta expresión entonces afirma que es Cristo el que le da significado a la Iglesia y quien hace que ella piense correctamente.

Repetimos una pregunta que formulamos al final de la reflexión anterior: ¿de qué estamos llenos? ¿De qué está llena la Iglesia del Señor de esta generación?
 

 
[1] Esquilín, Mizraim. (1995). El Despertar de la Adoración. Miami: Editorial Caribe, pp.77-78.
[2] Op.cit. p.72.
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.


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