940 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 18 de febrero del 2024

940 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  18 de febrero del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 7)

 
“7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 9 De pecado, por cuanto no creen en mí; 10 de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 11 y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. 12 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. 13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Juan 16:7-15, RV 1960)
 
El pasaje central de esta reflexión identifica al Espíritu Santo como el Consolador. Esta definición de la Tercera Persona de la Trinidad que nos ofrece el Evangelio de Juan es una que revela muchas cosas acerca de la personalidad del Espíritu de Dios.

Debemos comenzar identificando el concepto griego que se utiliza aquí: “paraklētos” (G3875; se lee “parákleitos”). Este concepto se utilizaba en el mundo grecorromano, desde el cuarto siglo antes de Cristo,[1] para identificar a una persona que realizaba las siguientes acciones o funciones:

  1. Proveer asistencia, ser el Ayudador, Consejero, Consolador, Mediador (Jn 14:16, Jn 14:26; Jn 15:26; Jn 16:7); ayudador, asistente.
  2. ser convocado, llamado al lado de uno, especialmente llamado a la ayuda de uno.
  3. uno que aboga la causa de otro ante un juez, un abogado defensor, el abogado de la defensa, asistente legal, un defensor.
  4. el que declara la causa de otro ante alguien, un intercesor.
  5. en el sentido más amplio, un ayudante, ayudador, socorrista, asistente.[2]

Este concepto se utiliza en el Nuevo Testamento para identificar al Espíritu Santo, presentado en ese capítulo juanino como la persona designada para tomar el lugar de Cristo con los apóstoles, después que este ascendió a los cielos. Ese pasaje bíblico dice que esta relación se establecería para conducirlos a un conocimiento más profundo de la verdad del Evangelio, y empoderarlos de manera tal que pudieran ser capaces de ser sometidos a pruebas y persecuciones en nombre del Reino de los cielos y hacerlo sin claudicar.[3]

Un detalle singular es que este título no sólo es aplicado al Espíritu de Dios. Sabemos que este concepto también es utilizado en el Nuevo Testamento para describir una de las funciones de Cristo. Veamos un ejemplo de esto:

“1 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” (1 Juan 2:1)

En este caso, el escritor de esta carta lo utiliza para describir a Cristo, luego de este haber ascendido a los cielos; y lo presenta intercediendo por nosotros ante la diestra del Padre.

Un dato que no puede ser soslayado es que Juan también nos permite conocer que Cristo es “paraklētos.” Esto ocurre cuando él nos dice en su Evangelio que el Espíritu Santo es otro Consolador. O sea que, si el Espíritu Santo es otro Consolador, entonces hay que inferir que ya existía uno entre los discípulos: Cristo.

“16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (Jn 14:16-17, RV 1960)

Estos no son los únicos pasajes bíblicos en el que Cristo es identificado así. La Carta a los Romanos nos permite ver a Cristo como el Abogado que intercede por nosotros delante del Padre.

“34 Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” (Rom 8:34)

Además, es así como lo presenta la Carta a Los Hebreos:

“23 Hubo muchos sacerdotes bajo el sistema antiguo, porque la muerte les impedía continuar con sus funciones; 24 pero dado que Jesús vive para siempre, su sacerdocio dura para siempre. 25 Por eso puede salvar—una vez y para siempre— a los que vienen a Dios por medio de él, quien vive para siempre, a fin de interceder con Dios a favor de ellos. 26 Él es la clase de sumo sacerdote que necesitamos, porque es santo y no tiene culpa ni mancha de pecado. Él ha sido apartado de los pecadores y se le ha dado el lugar de más alto honor en el cielo.” (Heb 7:23-26, NTV)

Pablo, quien fue educado a los pies de un Rabino llamado Gamaliel (Hch 22:3), debía conocer que en el Talmud aparecía documentado que si uno tenía que ir a un lugar de juicio a ser juzgado, podría ser salvado si contaba con grandes defensores.[4] ¡Qué clase de Abogado defensor tenemos en Cristo y en el Espíritu Santo! Se trata de un “paraklētos” que intercede por nosotros a la diestra de Dios, que intercede por nosotros en la oración (Rom 8:26) y que al mismo tiempo sirve en otras funciones como “paraklētos” dentro de nosotros, al lado nuestro, sobre nosotros, delante de nosotros y detrás de nosotros.
 
¿Entonces tenemos dos (2) abogados frente al Padre? No. No olvidemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son las tres personas de un solo Dios. Como diría Wolfhart Pannenberg (1928-2014), esto no se trata meramente de diferentes modos de ser del Ser divino. La expresión de este teólogo es que se trata de realizaciones vivas de centros de acción separados que combinan una unidad de conciencia con la unidad de la vida divina. Pannenberg añadió que esa conciencia divina, la de ser uno, subsiste en esa triple modalidad. O sea, que la “auto-distinción” de cada una de la Tres Personas de la Trinidad no las separa.[5] O como decía Agustín de Hipona, la suma de las Tres personas de la Trinidad no da un resultado más grande que cada uno de ellos.[6] En otras palabras, no es que hay tres poderes o tres sabidurías. Hay un poder y una sabiduría, un solo Dios, en tres personas con una sola esencia.[7]

Siendo esto es así, ¿existirá alguna diferencia entre Cristo y el Espíritu Santo en la función de “paraklētos”?

Para responder esta pregunta debemos analizar lo que significa el concepto “paraklētos” y las funciones del mismo. Los recursos estudiados nos dejan saber que este no puede ser utilizado ni circunscrito a la identificación del “paraklētos” como aquél que nos representa en una corte de justicia. Por ejemplo, el contexto en el que Juan lo utiliza en el Evangelio, cuando habla acerca del Espíritu Santo, sugiere que se trata de Uno que aconseja al discípulo del Señor en relación al mundo en el que vivimos y que al mismo tiempo nos ayuda. O sea, que el Espíritu Santo fue enviado para aconsejarnos, ayudarnos, socorrernos, defendernos y asistirnos en el mundo en el que vivimos.[8] Esto lo hace al mismo tiempo, simultáneamente a su labor de interceder por nosotros con gemidos indecibles (Rom 8:26).
 
Es desde esta perspectiva, la que va más allá del ambiente de una corte de justicia, en la que Juan describe estas funciones del Espíritu Santo en el capítulo 16 de su Evangelio. Consideremos algunos datos que se deprenden de esos versos.

En primer lugar, ya conocemos que Juan lo llama “paraklētos” (Jn 16:7), nombre que sabemos que se utiliza para identificar a una persona que entre sus funciones posee la tarea de defendernos. Por lo tanto, Juan está diciendo que el Espíritu Santo es una persona.

En segundo lugar, Juan dice que el Espíritu Santo, el “paraklētos”, posee la función de convencer al mundo de pecado, de la justicia de Dios y del juicio que viene (v. 8). Esa función, la de convencer, es la traducción del concepto griego “elegchō” (G1651). Este concepto puede ser traducido como convencer, mostrar la falta (Jn 8:46; Jn 16:8; 1 Cor 14:24; Tit 1:9,13; Stg 2:9; Jud 15), poner en manifiesto (Jn 3:20; Efe 5:13; Tit 2:15), condenar, reprochar, reprender (Mat 18:15; Lcs 3:19; Efe 5:11; 1 Tim 5:20; 2 Tim 4:2) y/o castigar (Heb 12:5; Apo 3:19).[9].

Otra fuente académica consultada añade que el concepto traducido aquí como “convencer” también significa avergonzar, exponer, resistir, interpretar y/o investigar.[10] Es aquí que reposan las funciones de redargüirnos (2 Tim3:16) y examinarnos (Sal 139). Esa misma fuente añade que el uso de este concepto en el Nuevo Testamento está restringido a mostrarle a alguien su pecado y convocarle al arrepentimiento. Esa fuente dice a renglón seguido que esta función puede ser desarrollada en el plano personal, uno a uno (Mat 18:15; Efe 5:11), a nivel congregacional (1 Tim 5:20; 2 Tim 4:2; Tit 1:9,13; 2:15), así como al mundo entero (Jn 16:8). Ese recurso afirma que el uso de este concepto trasciende las acciones de reprender, demostrar como incorrectas, revelar o convencer, y apunta a la corrección para que la persona pueda hacer lo que es correcto. O sea, conducirnos del pecado al arrepentimiento. Esta función implica el establecimiento de un diálogo y de una disciplina educativa. No olvidemos que esto lo hace sin dejar de ser el “paraklētos.”

Gabriel Fackre (1926-2018), quien fuera profesor de Teología en el Seminario Andover Newton (Newton, Massachusetts), explicaba esto de una manera extraordinaria. Él decía que el Espíritu Santo pone al mundo en la conversación con la fe,[11] creando el centro Cristológico y a las Sagradas Escrituras como la fuente de autoridad suprema para este diálogo. Es el Espíritu el Agente de la revelación, o como decía Martín Lutero, el que llama, reúne, ilumina y santifica. Es el Espíritu Santo el que da vida y luz. El Espíritu Santo es el que imparte el poder que trae a la luz la verdad de Dios, la verdad del mensaje del Evangelio. Esto último es una de las definiciones del concepto revelación.[12] No olvidemos que el Espíritu Santo hace esto siendo el “paraklētos.”

Decía Fackre que ambas, el origen y el propósito de esta revelación provienen de Dios y que esta revelación se desarrolla en la promulgación del propósito de Dios en la historia de la creación. El centro de ese desarrollo es la encarnación de la Visión de Dios en Jesucristo. Todo esto ocurre por la acción y la intervención del Espíritu Santo. [13]
 
Esa revelación que da el Espíritu Santo, ilumina al que cree y a la comunidad de fe, desarrollando la fe, y la meta de todo este proceso es dirigirnos al día en que podamos ver cara a cara (1 Cor 13:12). Ese día, resumía Fackre, los puros experimentarán un “Visio Dei”; verán a Dios (Mat 5:8). Es el Espíritu el que proporciona esa revelación y las convicciones que desarrollamos a partir de la fuente que provee el Espíritu (la Palabra de Dios). Estas convicciones se convierten en el lente a través del cual el ojo de la fe mira hacia la Luz; la revelación de Cristo.[14] En todos estos procesos el Espíritu Santo nos permite hablar el lenguaje del cielo y la visión que se desarrolla con su derramamiento le da vida a ese Cuerpo que el Señor se ha creado con Su sacrificio en la cruz. No olvidemos que esto lo hace sin dejar de ser el “paraklētos.”

Fackre argumentaba que ese empoderamiento permite que el Cuerpo de Cristo posea una doble naturaleza. Por un lado, la fragilidad que proviene de ser vasos de barro, finitos, pecadores, al mismo tiempo que formamos parte de un organismo vivo (Cuerpo de Cristo) en el que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han decidido hacer morada (Jn 14:17, 23). Esto ocurre al mismo tiempo en que somos templo del Espíritu (1 Cor 6:19), templo del Dios viviente (2 Cor 6:16).

Es el Espíritu Santo quien establece ese diálogo, el que empodera y transforma la Iglesia como Cuerpo de Cristo en una comunidad escatológica. Sí, Fackre decía que la Iglesia dirigida por el Espíritu Santo experimenta como el Futuro penetra el presente. La Iglesia dirigida por el Espíritu Santo conoce su futuro, sabe hacia dónde peregrina. El Espíritu Santo hace que los rayos de esa Luz que es Cristo sean vistos por los ojos abiertos de la fe hasta hacernos capaces de ver la esperanza de gloria.[15]
 
Sin duda alguna, estas son unas funciones del Espíritu Santo que no están ligadas a la tarea de abogar por nosotros frente al Padre. Es obvio que trascienden las funciones de un oficial judicial.

En tercer lugar, Juan nos dice que el “paraklētos” posee la función de guiarnos a toda la verdad (v.13). El concepto utilizado aquí para enunciar la acción de guiar (“hodēgeō”, G3594) implica una meta y un líder.[16] Sabemos que Cristo es la verdad (Jn 14:7). Por lo tanto, el Espíritu Santo como “paraklētos” nos guía a todo lo que es Cristo. Es obvio que estas son unas funciones del Espíritu Santo que tampoco están ligadas a la tarea de abogar por nosotros frente al Padre.

En cuarto lugar, Juan nos dice que el Espíritu Santo puede guiarnos así porque Él no habla por su propia cuenta, sino que nos dice lo que ha escuchado de Cristo, al mismo tiempo en el que nos revela las cosas que van a acontecer (v.13). Esta tampoco es una tarea asociada a las funciones de un oficial judicial.

En quinto lugar, Juan nos dice que el Espíritu Santo glorifica a Cristo porque Él recibe de lo que es de Cristo y nos lo hace conocer. En otras palabras, que una de las funciones del “paraklētos” es la de honrar a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
 


[1] Behm, J. (1964–). παράκλητος (“paraklētos”). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 5, pp. 800–814). Eerdmans
[2] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
[3] https://www.studylight.org/encyclopedias/eng/isb/p/paraclete.html
[4] Shabbat, Mishnah-, Tosefta-, Talmud tractate Sabbath (Strack, Einl., 37).
[5] Panneberg, Wofhart. 1991. Systematic Theology, Volume 1. Grand Rapids: William B. Eerdmans, pp.319-327.
[6] Agustín de Hipona. On the Trinity (Book VI), 7.8-9
[7] Op. cit. (Book VII)
[8] Behm, J. (1964–). παράκλητος (“paraklētos”). Op. cit.
[9] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 302–303). Editorial Mundo Hispano.
[10] Büchsel, F. (1964–). ἐλέγχω, ἔλεγξις, ἔλεγχος, ἐλεγμός (eléngcho, elenchis, elenchos, elenmós). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 473–476). Eerdmans.
[11] No es una conversación, sino la conversación, porque esta es la única conversación que puede resultar en el perdón de pecados y en la salvación del alma.  
[12] Fackre, Gabriel J. 1984. The Christian Story. Grand Rapids: William B. Eerdmans, p.25.
[13] Op.cit., pp. 40-41.
[14] Op. cit., pp. 49-51.
[15] Op.cit. pp.158-160
[16] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 204). United Bible Societies.
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