941 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 25 de febrero del 2024

941 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  25 de febrero del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 8)

 
“7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 9 De pecado, por cuanto no creen en mí; 10 de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 11 y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. 12 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. 13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Juan 16:7-15, RV 1960)
 
Nuestra reflexión anterior fue dedicada a examinar la identidad del Espíritu Santo como el Consolador: “paraklētos” (G3875). El capítulo 16 del Evangelio de Juan es uno de los lugares en los que podemos encontrar esa definición (Jn 16:7-15). Sabemos que ese concepto era utilizado desde el cuarto siglo antes de Cristo para describir a un ayudador, un consejero, consolador, un mediador, desde la perspectiva legal/judicial: un abogado. [1] Es por esto que algunas traducciones bíblicas traducen así este concepto.

“7 En realidad, es mejor para ustedes que me vaya porque, si no me fuera, el Abogado Defensor no vendría. En cambio, si me voy, entonces se lo enviaré a ustedes; 8 y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado y de la justicia de Dios y del juicio que viene.”  (Jn 16:7-8, NTV)

Algunas confusiones con este concepto surgen de la forma y manera en que eran utilizados los verbos que se usaban para llamar a los que servían como “paraklētos”. Este sustantivo describe a una persona que es capaz de reaccionar al llamado que se le hace para proveer esa clase de ayuda, de consuelo o mediación. El verbo que se utiliza para ese llamado es “parakaleō” (G3870). Es obvio que este verbo se parece mucho al sustantivo.

Cuando analizamos este verbo encontramos que el prefijo “para” (G3844) significa cerca o al lado, mientras que el sufijo “kaleō” (G2564) significa llamar. De aquí que el verbo “parakaleō” describe la forma de llamar a una persona para que pueda llegar a estar cerca o al lado de alguien que había pedido ayuda.

Del estudio del sustantivo y del verbo se deprenden muchos datos importantes. Por ejemplo, los verbos “parakaleō”(G3870) y “paráklesis” (G3874) se utilizaban en el mundo previo a la composición del Nuevo Testamento para describir las siguientes acciones:

  • llamar a
  • suplicar
  • exhortar
  • consolar[2]
 
Cuando hacemos referencia a la acción de “llamar a”, encontramos que Xenofonte de Atenas (430-354 AC), discípulo de Sócrates, utilizaba el verbo “parakalei” para describir la acción de llamar a una persona para que se presentara en un lugar en el que había una necesidad particular, tal como la demanda de algún equipo que pudiera servir de ayuda (Cryopedia, VII,5.23). Herodoto de Halicarnaso (484-425 AC), considerado como el primer historiador griego, y descrito por Cicerón como el padre de la historia, utilizaba el verbo “parakaleīn” para describir la acción de convocar a una persona para que ayudara con alguna necesidad física, religiosa, o moral. Esto incluía llamar a los dioses pidiendo ayuda o a un abogado: “paraklētos”. Repetimos que los lectores deben haberse percatado de lo mucho que se parecen todos estos conceptos. Ahora bien, el Papiro Tebtunis (II, 297.5, segundo siglo DC) identifica el uso legal de estos verbos como uno instructivo. O sea, que podían ser utilizados para instruir específicamente en la necesidad de ayuda legal, la que proveía un “paraklētos”.

El estudio de los recursos históricos nos permite encontrar en el caso de su uso para exhortar, que Platón (428/7-348/7 AC)[3] utilizaba el verbo “parakaleīn” hasta para describir la acción de ir ganando o derrotando un plan de venganza.
 
¿Por qué tomamos tiempo para explicar todo esto? Una de las razones para hacerlo es la descripción que nos ofrece el Evangelio de Juan en todas las ocasiones en las que usa el concepto Consolador (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7). En esta descripción Juan identifica al “paraklētos” como uno que no se limita a la función de abogado. El Espíritu Santo, tal y como lo describe Juan, desarrolla las otras funciones aleatorias a los verbos que hemos descrito en los párrafos anteriores.

Los recursos consultados destacan las diferencias que existían entre aquellos que respondían al “parakaleō” para las funciones de admonición o de consolación. Estos recursos indican que en la práctica, la consolación y la exhortación se mezclaban. Un ejemplo de ello lo tenemos en la participación del consuelo y el confort para aquellos que estaban cerca de la hora de su muerte, etc. Como es de esperar, esos recursos identifican que en ocasiones ese consuelo era provisto por aquellos que se iban a morir o por algún documento que hubiesen dejado los que habían muerto. En otras palabras, que hasta los muertos podían ofrecer la exhortación y el consuelo.

Por otro lado, la traducción del Antiguo Testamento al griego (LXX, Septuaginta) destaca el consuelo divino utilizando estos mismos conceptos. Claro está, esos pasajes bíblicos destacan que la verdadera consolación del corazón solo viene de Dios. A continuación algunos ejemplos de estos:

“También esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el consejo y engrandecer la sabiduría.” (Isa 28:29)

“18 He visto sus caminos; pero le sanaré, y le pastorearé, y le daré consuelo a él y a sus enlutados; 19 produciré fruto de labios: Paz, paz al que está lejos y al cercano, dijo Jehová; y lo sanaré.” (Isa 57:18 -19)

“13 Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.” (Isa 66:13)

Un dato que encontramos muy interesante es que los conceptos “parakaleīn” y “paráklesis” no aparecen en el Evangelio de Juan ni en las cartas que llevan su nombre.[4] Sin embargo, Juan coloca estas operaciones en la descripción de las funciones del Espíritu Santo, el “paraklētos”. Es Él, la Tercera persona de la Trinidad el que satisface el cumplimiento constante de la palabra profética acerca de la consolación del corazón que encontramos en el Antiguo Testamento. En otras palabras, el Espíritu Santo opera como abogado, como “paraklētos”, al mismo tiempo que opera como Aquél que llama, suplica (ante el Padre), exhorta y consuela.

El pasaje juanino que nos sirve como base para esta reflexión también describe al Espíritu Santo como Espíritu de verdad. Esta descripción también puede ser encontrada en los capítulos 14 y 15 del Evangelio de Juan (Jn 14:17; 15:26), así como en la Primera Carta de Juan (1 Jn 4:6; 5:6).

¿Qué significa este título? Esta descripción del Espíritu Santo procura hacernos entender que Cristo tiene que ser revelado para poder ser conocido, aceptado y proclamado Señor. El pasaje bíblico que estamos analizando (Juan 16:7-15, RV 1960) lo explica con claridad. Cristo señala allí que los discípulos no tenían la capacidad ni las fuerzas para poder soportar algunas de las enseñanzas que Él quería compartir con ellos. Ellos no serían capaces de recibirlas sin ese Espíritu.

“12 »Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. 13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. 14 Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes.” (Jn 16:12-14, DHH)

Los discípulos habían sido capaces de recibir y entender otras enseñanzas de Jesucristo. Él les había explicado la necesidad de su muerte y de su resurrección. Él les había hecho partícipes de milagros inenarrables e incomprensibles. Él había llevado a algunos a participar de la experiencia de la trasfiguración. No obstante, ahora les dice que el Espíritu de verdad sería (y continúa siendo) esencial para poder soportar y entender algunas cosas de Cristo. Esto es, otras enseñanzas que requerían (y continúan requiriendo) la asistencia del Espíritu de verdad. O sea, que hay áreas de la revelación de Cristo y de Su enseñanza que requieren esa asistencia. Por ejemplo, nadie puede conocer y recibir a Cristo como su Salvador y su Señor sin esta revelación. Aquél que la provee ofrece asistencia personal para ello.

Estamos convencidos de que el Apóstol Pablo abunda sobre este principio cuando dice lo siguiente:

“6 Sin embargo, cuando estoy con creyentes maduros, sí hablo con palabras de sabiduría, pero no la clase de sabiduría que pertenece a este mundo o a los gobernantes de este mundo, quienes pronto son olvidados. 7 No, la sabiduría de la que hablamos es el misterio de Dios, su plan que antes estaba escondido, aunque él lo hizo para nuestra gloria final aún antes que comenzara el mundo; 8 pero los gobernantes de este mundo no lo entendieron; si lo hubieran hecho, no habrían crucificado a nuestro glorioso Señor. 9 A eso se refieren las Escrituras cuando dicen: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente ha imaginado lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman». 10 Pero fue a nosotros a quienes Dios reveló esas cosas por medio de su Espíritu. Pues su Espíritu investiga todo a fondo y nos muestra los secretos profundos de Dios. 11 Nadie puede conocer los pensamientos de una persona excepto el propio espíritu de esa persona y nadie puede conocer los pensamientos de Dios excepto el propio Espíritu de Dios. 12 Y nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios (no el espíritu del mundo), de manera que podemos conocer las cosas maravillosas que Dios nos ha regalado. 13 Les decimos estas cosas sin emplear palabras que provienen de la sabiduría humana. En cambio, hablamos con palabras que el Espíritu nos da, usando las palabras del Espíritu para explicar las verdades espirituales;14 pero los que no son espirituales no pueden recibir esas verdades de parte del Espíritu de Dios. Todo les suena ridículo y no pueden entenderlo, porque solo los que son espirituales pueden entender lo que el Espíritu quiere decir.” (1 Cor 2:6-14, NTV)

Lo que Pablo está diciendo aquí es que ciertamente Dios nos ha dado unas capacidades humanas extraordinarias para poder razonar, entender y explicar muchas cosas. Son innegables las capacidades que los seres humanos tenemos para hacer esto en los campos de la ciencia, de la filosofía, del arte, de la economía, del derecho, etc. Sin embargo, las dimensiones de las que emanan la salvación del alma y nuestra relación con Dios, no pueden ser analizadas ni entendidas con esas capacidades. El Espíritu de verdad es esencial para esto porque Él y solo Él conoce los pensamientos de Dios. Por lo tanto, sólo el Espíritu Santo puede revelar y hacernos conocer “las cosas maravillosas que Dios nos ha regalado.”

La frase “Espíritu de verdad” se explica por sí misma. El “Pneuma tēs alētheias” es el Espíritu que revela lo que está escondido, que descubre lo que está detrás del velo. Esto último es una de las definiciones del concepto que traducimos como “verdad”. Este concepto es la traducción del griego “alētheia” (G225). La raíz de donde proviene este concepto es “alēthēs” (G227), que significa constante válido, que se puede confiar en este.[5] Un dato muy revelador es que esa raíz (“alēthēs”) está compuesta por el prefijo o partícula negativa “a” y el sufijo “lanthano” (G2990) que significa escondido o detrás del velo. O sea, que la raíz de “alētheia” significa lo contario a escondido o cubierto por un velo. De aquí que una de las definiciones del concepto que traducimos como “verdad” sea “velo que descubre” o algo que es develado.

Por lo tanto, el Espíritu Santo como Espíritu de verdad no es otro sino Aquél que descubre el velo para revelarnos aquello que está en el corazón de Dios. El Espíritu de verdad nos guía a toda verdad. El Espíritu de verdad nos dice todo lo que oye en el corazón y en los pensamientos del Padre. El Espíritu de verdad nos hace saber las cosas que van a suceder. El Espíritu de verdad nos muestra la gloria de Cristo y nos hace capaces de conocer lo que es de nuestro Señor. El Espíritu de verdad nos da testimonio de Cristo (Jn 15:26).

La Biblia dice que aquellos que no conocen al Señor no pueden recibir esta clase de revelación.

“16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (Jn 14:16-17, RV 1960)
 


[1] Behm, J. (1964–). παράκλητος (“paraklētos”). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 5, pp. 800–814). Eerdmans
[2] Schmitz, O. (1964–). παρακαλέω, παράκλησις (“parakaleō”, y “paráklesis”). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 5, pp. 773–799). Eerdmans.
[3] Epistulae. Pl., L., VII, 350c)
[4] Schmitz, O. (1964–). παρακαλέω, παράκλησις (“parakaleō”, y “paráklesis”)…Op. cit.
[5] Quell, G., Kittel, G., & Bultmann, R. (1964–). ἀλήθεια, ἀληθής, ἀληθινός, ἀληθεύω (“alētheia”, “alēthēs”, “alēthinos”, “alētheuō”) En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 247–251). Eerdmans.[5]
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