May 5th, 2024
951 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de mayo del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 14): los resultados de esa presencia y la dirección del Espíritu Santo
“12 Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?”
(Hch 2:12, RV 1960)
El estudio del Nuevo Testamento nos permite identificar los resultados de un avivamiento. El empoderamiento y la regeneración que desata el Espíritu Santo en la vida del creyente produce unos resultados gloriosos que son evidentes y poderosos.
Sabemos que la presencia del Espíritu Santo produce unos efectos físicos, mentales, relacionales y espirituales. Hay miles de testimonios acerca de cómo el Espíritu Santo ha transformado personas que no saben leer ni escribir en personas doctas en la Palabra. Hay miles de testimonios acerca de personas que eran muy parcas y timoratas en la exposición de la Palabra que el Espíritu Santo ha transformado en predicadores poderosos del Evangelio. Así mismo existe una cantidad inenarrable de hogares transformados y de vidas libertadas ante el toque del Santo Espíritu de Dios.
Sin embargo, debemos comenzar señalando que lamentablemente los resultados de un avivamiento que más exposición poseen son los dones o los carismas que el Espíritu reparte como Él quiere (1 Cor 12:11). No obstante, tenemos que señalar que los resultados más relevantes que produce un avivamiento trascienden los carismas y el fortalecimiento de las destrezas y/o las cualidades que podamos tener como personas. Los resultados a los que estamos haciendo referencia son aquellos que se producen a partir de la transformación, del cambio radical de nuestra naturaleza como seres humanos.
Tal y como señala Thomas D. Lea, la cercanía de la presencia de Dios y la conciencia constante de esta, tiene que generar cambios en la conducta de aquellos que creen en Cristo Jesús como su Señor y Salvador. [1] La conciencia de estar ante la majestad, la santidad y la gracia del Eterno presencia y el disfrute de estas, nos conduce a permitir con mayor libertad que el Espíritu Santo sea quien dirija nuestras vidas.
Al mismo tiempo, la responsabilidad con la Palabra de Dios que se desata en nuestras vidas ante la percepción y el discernimiento de la Presencia de Dios en esas páginas, provoca la impartición de una nueva y fresca autoridad a la verdad divina y escritural.
Por otro lado, está el aumento de nuestra sensibilidad al pecado. Desarrollamos una conciencia profunda de las cosas pecaminosas, aquellas que nos alejan de Dios y de cuán pecaminosos somos, es la tercera característica a notar de un avivamiento. Recordamos aquí la definición de pecado que Susana Wesley, madre de encontraban Juan y Carlos, compartía con sus hijos:
“Whatever weakens your reason, impairs the tenderness of your conscience, obscures your sense of God, takes off your relish for spiritual things, whatever increases the authority of the body over the mind, that thing is sin to you, however innocent it may seem in itself.”[2].
(Cualquier cosa que debilite vuestra razón, afecte la ternura de vuestra conciencia, oscurezca vuestro sentido de Dios, os quite el gusto por las cosas espirituales, cualquier cosa que aumente la autoridad del cuerpo sobre la mente, eso es pecado para vosotros, por inocente que pueda parecer en vosotros.)
No podemos dejar de mencionar que se aviva el testimonio de Cristo en los labios del creyente y de la Iglesia. El avivamiento siempre trae un desborde de la pasión por predicar el Evangelio y hacerlo con un testimonio ético incólume.
Sabemos que podemos encontrar varios pasajes en el Nuevo Testamento que nos permiten identificar esos cambios en la conducta. Uno de ellos lo encontramos en el capítulo cuatro (4) de la Carta a Los Efesios:
“17 Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, 18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; 19 los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. 20 Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, 21 si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. 22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. 25 Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. 26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, 27 ni deis lugar al diablo. 28 El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. 29 Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. 30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. 31 Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. 32 Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efe 4:17-32)
También sabemos que esta ha sido siempre la voluntad del Señor; que nadie se pierda y que todos los seres humanos se arrepientan (Hch 17:30; 2 Ped 3:9). Además, conocemos que la Biblia dice que Dios anhela que vivamos una vida nueva (2 Cor 5:17), vida en la que podemos ser uno con Él, (1Cor 6:17) y que nuestra vida esté escondida, asegurada en Cristo (Col 3:3).[3]
Ahora bien, existe otros resultados medulares que produce un avivamiento en los creyentes en Cristo. Uno de estos es que ese derramamiento del Espíritu Santo provoca que los creyentes procuren querer conocer, quedar prendados y sujetos a la voluntad divina (Hch 22:14). El “thelēma” (G2307) de Dios, la voluntad, los decretos, el propósito y las determinaciones del Eterno[4] se convierten en privilegios y responsabilidades de aquellos que no nos queremos apartar de esa dulce presencia. En otras palabras, dejamos de altercar con Dios respecto a lo que debemos hacer y cómo debemos ser como hijos de Dios. Como dice Pedro en su Primera Carta, ya no queremos vivir el tiempo que nos resta en la carne, conforme a nuestros propios deseos, sino conforme a la voluntad de Dios (1 Ped 4:2). Nos convencemos y nos gozamos en saber que somos lo que somos gracias al “thelēma” de Dios (1 Cor 1:1; Efe 1:1; Col 1:1).
El Espíritu Santo nos conduce a internalizar que es de ese “thelēma” divino que surge nuestra adopción como hijos de Dios (Efe 1:5). O sea, que no basta entender esto racionalmente: tenemos que internalizarlo, vivirlo y disfrutarlo; y el Espíritu Santo es quien nos conduce a esto.
Internalizamos que se nos ha dado a conocer (“gnōrizō”, G1107) ese “thelēma” que “…con gusto Dios quiso hacer por medio de Cristo” (Efe 1:9, PDT). De hecho, la Biblia dice que debemos procurar entender ese “thelēma.” Una de las diferencias entre ser entendidos en esto de modo racional y aprender esto desde el corazón, es que el Espíritu Santo nos conduce a aceptar con gozo que nos conviene ser esclavos de Cristo (Efe 6:6). Este cambio de óptica lo produce un avivamiento. Esto es así porque casi nadie anhela o acepta de manera racional ser esclavo de algo o de alguien. Sin embargo, esto cambia cuando el Espíritu Santo nos convence de que es un honor ser siervo de Jesucristo (Rom 1:1; Tit 1:1; Stg 1:1; 2 Ped 1:1; Apo 1:1) y de estar crucificados juntamente con Cristo. Es un privilegio dejar de vivir para nosotros y comenzar a vivir reconociendo que Cristo vive en nuestro interior (Gál 2:20).
¿Por qué sabemos que todo esto no opera ni funciona de forma automática desde que aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador? Lo sabemos porque la Biblia nos dice que hay que orar para que todo esto pueda ser así:
“9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; 11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; 12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; 13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (Col 1:9-14, RV 1960)
Este pasaje de la Carta a los Colosenses nos permite conocer que el “thelēma” de Dios no es lo único que el Espíritu Santo nos ayuda a conocer. Hay una sabiduría y una inteligencia espiritual (“en pasē sophia kai synesei pneumatikē”: “en toda sabiduría e inteligencia espiritual”) que son necesarias para poder internalizar y poner en acción la voluntad de Dios para nuestras vidas. Esta oración paulina dirigida a la Iglesia en la ciudad de Colosas está predicada sobre la necesidad que tenemos como creyentes en Cristo de poseer un pleno conocimiento del “thelēma” de Dios (NTV, DHH). La Iglesia del Señor ha necesitado un avivamiento en todas las épocas en las que ha escaseado o ha faltado esta clase de revelación.
Dicho de otra manera, no se trata de poseer un conocimiento racional, empírico o académico de la voluntad de Dios. Este nivel de conocimiento se desprende con relativa facilidad del estudio responsable de las Sagradas Escrituras. Se trata de poder discernir la voluntad de Dios con sabiduría (“sophia”, G4678) e inteligencia (“sunesis”, G4907) espiritual (“pneumatikos”, G4152) para cada temporada de la vida: para cada temporada de la Iglesia. Esto requiere la sumisión y entrega a la presencia y la dirección del Espíritu de Dios. Esta necesidad es una que afirma que la iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento. ¿Por qué? Porque una cosa es conocer la voluntad de Dios y otra es estar dispuestos a someternos, sujetarnos y anhelar obedecer la misma.
¿Qué otra razón justifica la necesidad del Espíritu Santo para insertarnos e internalizar el “thelēma” de Dios? La respuesta a esta pregunta puede ser multidimensional. Echamos mano de lo que dice la Biblia a este respecto y lo hacemos en virtud de mantener esta reflexión lo más sencilla posible.
Unos versos bíblicos que encontramos en la Primera Carta a Los Tesalonicenses identifican una de estas dimensiones.
“3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; 6 que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. 7 Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. 8 Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.” (1 Tes 4:3-9).
La referencia que este pasaje bíblico nos ofrece acerca de la voluntad de Dios en relación a la participación del Espíritu Santo es altamente iluminadora. El Espíritu Santo, como el Agente santificador, nos ayuda a obedecer y poner en acción la voluntad de Dios. ¿Qué sucede cuando la Iglesia del Señor vive al margen de reclamos divinos tales como la santidad del matrimonio, la ausencia total de agravios o fraude (“pleonekteō”, G4122) o de impureza (“akatharsia”, G167)? La respuesta es sencilla: hace falta un avivamiento para que seamos capaces de vivir a la altura de lo esperado de nosotros como creyentes en Cristo. Esta necesidad es una que afirma que la iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento.
Un detalle final acerca del “thelēma” de Dios que se manifiesta en un avivamiento es que el Espíritu Santo aprovecha esos derramamientos para imprimir en los corazones de los creyentes con la necesidad de vivir en medio de esa voluntad y de hacer esa voluntad.
Encontramos la afirmación de que vamos en la dirección correcta en la primera de estas impresiones en el alma del creyente: vivir en el centro de la voluntad divina. Veamos cómo lo describe el Apóstol Pablo en su Carta a Los Romanos:
“2 No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Rom 12:2)
Una Iglesia que tiene dificultades para discernir la voluntad de Dios y/o para saber cuáles son los pasos que debe dar para encontrarse en el medio de esa voluntad, debe pedir un avivamiento. Ese avivamiento va a producir la renovación del entendimiento de la iglesia (y de sus miembros) mediante la recepción y puesta en práctica de la sabiduría y la inteligencia espiritual. Esto es más que suficiente para producir la transformación necesaria para ser capaces de comprobar, discernir, examinar y/o dar espacio a la voluntad de Dios. Esta necesidad es una que afirma que la iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento.
La necesidad de hacer la voluntad de Dios y el compromiso con esta, es descrita en la Biblia en varios pasajes. Veamos cómo describe esto último el escritor de la Carta a Los Hebreos:
“35 Así que no pierdan la valentía que tenían antes, pues tendrán una gran recompensa.36 Tengan paciencia y hagan la voluntad de Dios para que reciban lo prometido. 37 «Dentro de poco, el que va a venir, vendrá; no tarda. 38 El aprobado por Dios, vivirá por la fe; pero no me agradará si por temor se vuelve atrás». 39 Pero nosotros no somos de los cobardes que se vuelven atrás y se pierden, sino de los que se salvan por su fe.” (Heb 10:35-39, PDT)
Es obvio que este pasaje afirma que hacer la voluntad de Dios con paciencia es un requisito para poder obtener el galardón prometido. Lo que no parece ser tan obvio es el requisito de la paciencia requerida para hacer esto. Esta es otra razón por la que la Iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento. El Espíritu Santo “utiliza” los avivamientos para llenar a la Iglesia del fruto del Espíritu.
No debemos olvidar que la paciencia es uno de los componentes de ese fruto (Gál 5:22). Por lo tanto, este es un producto aleatorio a cada avivamiento. Dicho de otra forma: un avivamiento nos compromete con anhelar hacer la voluntad de Dios por la pasión por la evangelización que desata en nosotros, así como por la paciencia que hace crecer y madurar en nuestro interior.
[1] Lea, T. D. (n.d.). Regeneration. En Holman Bible Dictionary. B&H.
[2] https://www.goodreads.com/author/quotes/474367.Susanna_Wesley
[3] Nuelsen, J. L. (1915). Regeneration. En J. Orr, J. L. Nuelsen, E. Y. Mullins, & M. O. Evans (Eds.), The International Standard Bible Encyclopaedia (Vols. 1–5, pp. 2549–2550). The Howard-Severance Company.
[4] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
Una iglesia dirigida por el Espíritu de Dios (Pt. 14): los resultados de esa presencia y la dirección del Espíritu Santo
“12 Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?”
(Hch 2:12, RV 1960)
El estudio del Nuevo Testamento nos permite identificar los resultados de un avivamiento. El empoderamiento y la regeneración que desata el Espíritu Santo en la vida del creyente produce unos resultados gloriosos que son evidentes y poderosos.
Sabemos que la presencia del Espíritu Santo produce unos efectos físicos, mentales, relacionales y espirituales. Hay miles de testimonios acerca de cómo el Espíritu Santo ha transformado personas que no saben leer ni escribir en personas doctas en la Palabra. Hay miles de testimonios acerca de personas que eran muy parcas y timoratas en la exposición de la Palabra que el Espíritu Santo ha transformado en predicadores poderosos del Evangelio. Así mismo existe una cantidad inenarrable de hogares transformados y de vidas libertadas ante el toque del Santo Espíritu de Dios.
Sin embargo, debemos comenzar señalando que lamentablemente los resultados de un avivamiento que más exposición poseen son los dones o los carismas que el Espíritu reparte como Él quiere (1 Cor 12:11). No obstante, tenemos que señalar que los resultados más relevantes que produce un avivamiento trascienden los carismas y el fortalecimiento de las destrezas y/o las cualidades que podamos tener como personas. Los resultados a los que estamos haciendo referencia son aquellos que se producen a partir de la transformación, del cambio radical de nuestra naturaleza como seres humanos.
Tal y como señala Thomas D. Lea, la cercanía de la presencia de Dios y la conciencia constante de esta, tiene que generar cambios en la conducta de aquellos que creen en Cristo Jesús como su Señor y Salvador. [1] La conciencia de estar ante la majestad, la santidad y la gracia del Eterno presencia y el disfrute de estas, nos conduce a permitir con mayor libertad que el Espíritu Santo sea quien dirija nuestras vidas.
Al mismo tiempo, la responsabilidad con la Palabra de Dios que se desata en nuestras vidas ante la percepción y el discernimiento de la Presencia de Dios en esas páginas, provoca la impartición de una nueva y fresca autoridad a la verdad divina y escritural.
Por otro lado, está el aumento de nuestra sensibilidad al pecado. Desarrollamos una conciencia profunda de las cosas pecaminosas, aquellas que nos alejan de Dios y de cuán pecaminosos somos, es la tercera característica a notar de un avivamiento. Recordamos aquí la definición de pecado que Susana Wesley, madre de encontraban Juan y Carlos, compartía con sus hijos:
“Whatever weakens your reason, impairs the tenderness of your conscience, obscures your sense of God, takes off your relish for spiritual things, whatever increases the authority of the body over the mind, that thing is sin to you, however innocent it may seem in itself.”[2].
(Cualquier cosa que debilite vuestra razón, afecte la ternura de vuestra conciencia, oscurezca vuestro sentido de Dios, os quite el gusto por las cosas espirituales, cualquier cosa que aumente la autoridad del cuerpo sobre la mente, eso es pecado para vosotros, por inocente que pueda parecer en vosotros.)
No podemos dejar de mencionar que se aviva el testimonio de Cristo en los labios del creyente y de la Iglesia. El avivamiento siempre trae un desborde de la pasión por predicar el Evangelio y hacerlo con un testimonio ético incólume.
Sabemos que podemos encontrar varios pasajes en el Nuevo Testamento que nos permiten identificar esos cambios en la conducta. Uno de ellos lo encontramos en el capítulo cuatro (4) de la Carta a Los Efesios:
“17 Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, 18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; 19 los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. 20 Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, 21 si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. 22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. 25 Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. 26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, 27 ni deis lugar al diablo. 28 El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. 29 Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. 30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. 31 Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. 32 Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efe 4:17-32)
También sabemos que esta ha sido siempre la voluntad del Señor; que nadie se pierda y que todos los seres humanos se arrepientan (Hch 17:30; 2 Ped 3:9). Además, conocemos que la Biblia dice que Dios anhela que vivamos una vida nueva (2 Cor 5:17), vida en la que podemos ser uno con Él, (1Cor 6:17) y que nuestra vida esté escondida, asegurada en Cristo (Col 3:3).[3]
Ahora bien, existe otros resultados medulares que produce un avivamiento en los creyentes en Cristo. Uno de estos es que ese derramamiento del Espíritu Santo provoca que los creyentes procuren querer conocer, quedar prendados y sujetos a la voluntad divina (Hch 22:14). El “thelēma” (G2307) de Dios, la voluntad, los decretos, el propósito y las determinaciones del Eterno[4] se convierten en privilegios y responsabilidades de aquellos que no nos queremos apartar de esa dulce presencia. En otras palabras, dejamos de altercar con Dios respecto a lo que debemos hacer y cómo debemos ser como hijos de Dios. Como dice Pedro en su Primera Carta, ya no queremos vivir el tiempo que nos resta en la carne, conforme a nuestros propios deseos, sino conforme a la voluntad de Dios (1 Ped 4:2). Nos convencemos y nos gozamos en saber que somos lo que somos gracias al “thelēma” de Dios (1 Cor 1:1; Efe 1:1; Col 1:1).
El Espíritu Santo nos conduce a internalizar que es de ese “thelēma” divino que surge nuestra adopción como hijos de Dios (Efe 1:5). O sea, que no basta entender esto racionalmente: tenemos que internalizarlo, vivirlo y disfrutarlo; y el Espíritu Santo es quien nos conduce a esto.
Internalizamos que se nos ha dado a conocer (“gnōrizō”, G1107) ese “thelēma” que “…con gusto Dios quiso hacer por medio de Cristo” (Efe 1:9, PDT). De hecho, la Biblia dice que debemos procurar entender ese “thelēma.” Una de las diferencias entre ser entendidos en esto de modo racional y aprender esto desde el corazón, es que el Espíritu Santo nos conduce a aceptar con gozo que nos conviene ser esclavos de Cristo (Efe 6:6). Este cambio de óptica lo produce un avivamiento. Esto es así porque casi nadie anhela o acepta de manera racional ser esclavo de algo o de alguien. Sin embargo, esto cambia cuando el Espíritu Santo nos convence de que es un honor ser siervo de Jesucristo (Rom 1:1; Tit 1:1; Stg 1:1; 2 Ped 1:1; Apo 1:1) y de estar crucificados juntamente con Cristo. Es un privilegio dejar de vivir para nosotros y comenzar a vivir reconociendo que Cristo vive en nuestro interior (Gál 2:20).
¿Por qué sabemos que todo esto no opera ni funciona de forma automática desde que aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador? Lo sabemos porque la Biblia nos dice que hay que orar para que todo esto pueda ser así:
“9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; 11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; 12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; 13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (Col 1:9-14, RV 1960)
Este pasaje de la Carta a los Colosenses nos permite conocer que el “thelēma” de Dios no es lo único que el Espíritu Santo nos ayuda a conocer. Hay una sabiduría y una inteligencia espiritual (“en pasē sophia kai synesei pneumatikē”: “en toda sabiduría e inteligencia espiritual”) que son necesarias para poder internalizar y poner en acción la voluntad de Dios para nuestras vidas. Esta oración paulina dirigida a la Iglesia en la ciudad de Colosas está predicada sobre la necesidad que tenemos como creyentes en Cristo de poseer un pleno conocimiento del “thelēma” de Dios (NTV, DHH). La Iglesia del Señor ha necesitado un avivamiento en todas las épocas en las que ha escaseado o ha faltado esta clase de revelación.
Dicho de otra manera, no se trata de poseer un conocimiento racional, empírico o académico de la voluntad de Dios. Este nivel de conocimiento se desprende con relativa facilidad del estudio responsable de las Sagradas Escrituras. Se trata de poder discernir la voluntad de Dios con sabiduría (“sophia”, G4678) e inteligencia (“sunesis”, G4907) espiritual (“pneumatikos”, G4152) para cada temporada de la vida: para cada temporada de la Iglesia. Esto requiere la sumisión y entrega a la presencia y la dirección del Espíritu de Dios. Esta necesidad es una que afirma que la iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento. ¿Por qué? Porque una cosa es conocer la voluntad de Dios y otra es estar dispuestos a someternos, sujetarnos y anhelar obedecer la misma.
¿Qué otra razón justifica la necesidad del Espíritu Santo para insertarnos e internalizar el “thelēma” de Dios? La respuesta a esta pregunta puede ser multidimensional. Echamos mano de lo que dice la Biblia a este respecto y lo hacemos en virtud de mantener esta reflexión lo más sencilla posible.
Unos versos bíblicos que encontramos en la Primera Carta a Los Tesalonicenses identifican una de estas dimensiones.
“3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; 6 que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. 7 Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. 8 Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.” (1 Tes 4:3-9).
La referencia que este pasaje bíblico nos ofrece acerca de la voluntad de Dios en relación a la participación del Espíritu Santo es altamente iluminadora. El Espíritu Santo, como el Agente santificador, nos ayuda a obedecer y poner en acción la voluntad de Dios. ¿Qué sucede cuando la Iglesia del Señor vive al margen de reclamos divinos tales como la santidad del matrimonio, la ausencia total de agravios o fraude (“pleonekteō”, G4122) o de impureza (“akatharsia”, G167)? La respuesta es sencilla: hace falta un avivamiento para que seamos capaces de vivir a la altura de lo esperado de nosotros como creyentes en Cristo. Esta necesidad es una que afirma que la iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento.
Un detalle final acerca del “thelēma” de Dios que se manifiesta en un avivamiento es que el Espíritu Santo aprovecha esos derramamientos para imprimir en los corazones de los creyentes con la necesidad de vivir en medio de esa voluntad y de hacer esa voluntad.
Encontramos la afirmación de que vamos en la dirección correcta en la primera de estas impresiones en el alma del creyente: vivir en el centro de la voluntad divina. Veamos cómo lo describe el Apóstol Pablo en su Carta a Los Romanos:
“2 No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Rom 12:2)
Una Iglesia que tiene dificultades para discernir la voluntad de Dios y/o para saber cuáles son los pasos que debe dar para encontrarse en el medio de esa voluntad, debe pedir un avivamiento. Ese avivamiento va a producir la renovación del entendimiento de la iglesia (y de sus miembros) mediante la recepción y puesta en práctica de la sabiduría y la inteligencia espiritual. Esto es más que suficiente para producir la transformación necesaria para ser capaces de comprobar, discernir, examinar y/o dar espacio a la voluntad de Dios. Esta necesidad es una que afirma que la iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento.
La necesidad de hacer la voluntad de Dios y el compromiso con esta, es descrita en la Biblia en varios pasajes. Veamos cómo describe esto último el escritor de la Carta a Los Hebreos:
“35 Así que no pierdan la valentía que tenían antes, pues tendrán una gran recompensa.36 Tengan paciencia y hagan la voluntad de Dios para que reciban lo prometido. 37 «Dentro de poco, el que va a venir, vendrá; no tarda. 38 El aprobado por Dios, vivirá por la fe; pero no me agradará si por temor se vuelve atrás». 39 Pero nosotros no somos de los cobardes que se vuelven atrás y se pierden, sino de los que se salvan por su fe.” (Heb 10:35-39, PDT)
Es obvio que este pasaje afirma que hacer la voluntad de Dios con paciencia es un requisito para poder obtener el galardón prometido. Lo que no parece ser tan obvio es el requisito de la paciencia requerida para hacer esto. Esta es otra razón por la que la Iglesia de la posmodernidad necesita un avivamiento. El Espíritu Santo “utiliza” los avivamientos para llenar a la Iglesia del fruto del Espíritu.
No debemos olvidar que la paciencia es uno de los componentes de ese fruto (Gál 5:22). Por lo tanto, este es un producto aleatorio a cada avivamiento. Dicho de otra forma: un avivamiento nos compromete con anhelar hacer la voluntad de Dios por la pasión por la evangelización que desata en nosotros, así como por la paciencia que hace crecer y madurar en nuestro interior.
[1] Lea, T. D. (n.d.). Regeneration. En Holman Bible Dictionary. B&H.
[2] https://www.goodreads.com/author/quotes/474367.Susanna_Wesley
[3] Nuelsen, J. L. (1915). Regeneration. En J. Orr, J. L. Nuelsen, E. Y. Mullins, & M. O. Evans (Eds.), The International Standard Bible Encyclopaedia (Vols. 1–5, pp. 2549–2550). The Howard-Severance Company.
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