January 19th, 2025
988 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 19 de enero del 2025
Dirigidos por el Espíritu Santo: el lugar de los dones espirituales (XXV)
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
La última característica que el Apóstol Pablo le adscribe al amor (“agapē”, G26) es que este “nunca deja de ser” (1 Cor 13:8a). La inclinación natural de cualquier lector al acercarse a esta frase es a relacionar esta con la eternidad. En otras palabras, creer que el apóstol está hablando acerca de que el amor nunca podría dejar de existir porque es eterno; y que es eterno porque Dios es amor (1 Jn 4:8).
La mayoría de las versiones bíblicas que tenemos disponibles parecen enfatizar esta interpretación. Veamos algunos ejemplos de esto:
Esta interpretación no está equivocada. Las aseveraciones paulinas que le siguen describen la temporalidad del don de lenguas, del de profecía y el de ciencia o conocimiento. O sea, que Pablo contrasta la temporalidad de estos con la eternidad y de esta manera nos está diciendo que el “agapē” no posee esa limitación. Esto es: se puede concluir que el “agapē” es eterno.
Es muy interesante que la Biblia no posea ni nos ofrezca una definición de la eternidad[1]. En otras palabras, una explicación de lo que significa que algo o Alguien no tenga un antes ni un después, que sea de una duración continua, simultánea, inmóvil, infinita, condensada, “en un ahora realmente indivisible”. (Enciclopedia Espasa-Calpe, Tomo 22, pág. 1187). Sin embargo, como ha dicho el nunca olvidado Alfonso Lockward, la Biblia sí ofrece profundas meditaciones sobre la persona de Dios y nos dice que Él es el “eterno Dios”
“27 El eterno Dios es tu refugio, Y acá abajo los brazos eternos; El echó de delante de ti al enemigo, Y dijo: Destruye.” (Det 33:27, RV 1960)
“28 No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance.” (Isa 40:28).
En otras palabras, que la Biblia asume la eternidad como una realidad consumada, indiscutible, irreversible e inmutable.
Hacemos un paréntesis para indicar que esto también sucede con otros conceptos fundamentales en la Biblia. Por ejemplo, ella no tiene la necesidad de presentar definiciones acerca de la existencia de Dios y de la Trinidad. Ella explica la revelación de Dios, pero no se detiene a argumentar ni a explicar que Dios existe: simplemente dice que Dios es.
“9 Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel,…” (Det 7:9a)
“18 Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro.” (Isa 45:8)
“26 De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin.” (Dan 6:26)
En ella tampoco encontramos definiciones acerca de la Trinidad: simplemente asume que existe y nos regala innumerables porciones en las que podemos afirmar esto.
“19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28:19-20)
“13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
14 Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. 16 Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre.” (Jn 16:13-16)
“4 Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. 5 Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. 6 Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.” (1 Cor 12:4-6)
Tal y como dice el Profesor Lockward, la Biblia nos dice que las demás cosas que existen poseen una fecha de comienzo y una de expiración. Esto es, todo en la creación tiene un principio (Gén 1:1), a partir del cual comenzó el tiempo. Dios no: Él ya existía en ese principio: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Sal 90:2).
La eternidad es una dimensión en la que no hay tiempo: Dios está fuera del tiempo. También, es una dimensión en la que no hay espacio porque Dios es infinito. Por lo tanto, el único a quien se puede aplicar el concepto de eternidad es a Dios.[2]
Repetimos: ¿cómo es que el amor puede ser considerado eterno? Porque Dios es amor (1 Jn 4:8).
Desde esta perspectiva Pablo estaría diciendo que el amor siempre está presente, disponible y que es invencible. Pablo estaría argumentando entre líneas que nadie puede quitarnos, ni vencer los atributos de Dios que Él ha decidido compartir con nosotros ya que estos también son eternos. O sea, que la paz de Dios, su santidad, la esperanza, el gozo, por mencionar algunos, no pueden ser vencidos. Esta es una de las razones por la que somos exhortados a no ser vencidos por lo malo sino a vencer el mal con el bien: el bien de Dios (Rom 12:21).
Ahora bien, existe otro carril de interpretación (hermenéutico) para la expresión: “el amor nunca deja de ser.” La expresión paulina que se traduce aquí es la siguiente: “agapē oudepote piptei.” El primer concepto es conocido por todos nosotros: el amor de Dios (“agapē”). El segundo, “oudepote” (G3763), significa nunca (Mat 7:23; 9:33; 26:33; Mcs 2:12; Lcs 15:29; Jn 7:46; Hch 10:14; 1 Cor 13:8; Heb 10:1, 11).[3] El tercero, “piptei” (presente indicativo activo del verbo “piptō”, G4098) necesita ser analizado a profundidad.
Los recursos académicos consultados indican que el significado básico de este verbo fuera del Nuevo Testamento, es "caer", "perder el balance y caer" y "hundirse". Esto incluye fracasar en cumplir con las expectativas o requerimientos que se han establecido. Esto también incluye un movimiento rápido e irresistible que se denota con un empuje desde el exterior, intencional (que decida tirarse al suelo o que quieran hacerle caer) o casual.[4] Estos recursos señalan que este concepto también se utilizaba para describir la acción de puede significar "ser muerto" en batalla, describir a "el caído", la acción de "bajar", "perecer", "perderse", y/o "morir."[5]
Sabemos que aún no hemos explicado las aplicaciones que se le dan a este concepto en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Sin embargo, reconocemos que esta perspectiva hermenéutica o de interpretación le añade a la frase paulina unas vertientes impresionantes. Pablo está diciendo que el amor de Dios nunca se "cae"; el amor de Dios nunca "pierde el balance y se cae"; el amor de Dios nunca puede "hundirse". Pablo está diciendo que ese amor nunca fracasa en cumplir con las expectativas o requerimientos que se le han establecido.
San Pablo está diciendo que no hay fuerza alguna que pueda empujar y tirar al suelo al “agapē”: no cede a los empujones exteriores ni este se tira al suelo. Cuando Pablo dice que el amor “nunca deja de ser”, “agapē oudepote piptei”, está diciendo que el amor de Dios no puede perecer en una batalla, nunca puede caer como víctima en un combate, no se puede morir.
En otras palabras, el “agapē” de Dios es eterno y esto que hemos visto hasta aquí son solo algunas de las características aleatorias a esa eternidad.
Las aplicaciones de estas aseveraciones a los pasajes bíblicos claves acerca del amor son maravillosas. Algunos ejemplos de esto deben ser más que suficientes para que todos lleguemos a la misma conclusión.
Por ejemplo, estas aseveraciones nos permiten alcanzar una comprensión más precisa de las expresiones paulinas acerca de que nadie nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
“35 ¿Podrá algo separarnos del amor de Cristo? Ni las dificultades, ni los problemas, ni las persecuciones, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro ni tampoco la muerte. 36 Así está escrito: «Por ti estamos siempre en peligro de muerte, nos tratan como si fuéramos ovejas que van al matadero». 37 Más bien, en todo esto salimos más que victoriosos por medio de Dios quien nos amó. 38 Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los poderes diabólicos, ni lo presente, ni lo que vendrá en el futuro, ni poderes espirituales, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios que se encuentra en nuestro Señor Jesucristo.” (Rom 8:35-39, PDT)
Es importante indicar que el verbo que Pablo utiliza en 1 Corintios 13:8a, (“piptō”, G4098) se utiliza en el Nuevo Testamento para describir el colapso de estructuras, edificios o construcciones a causa de terremotos o defectos estructurales (Mat 7:25, 27; Lcs 13:4; Heb 11:30; Apo 11:13)[6]. O sea, quePablo está diciendo que no hay terremoto ni fallas estructurales que puedan echar al suelo al “agapē” que nos han dado.
El verbo que Pablo utiliza en 1 Corintios 13:8a se utiliza en el Nuevo Testamento para describir el colapso de las montañas (Mat 21:44b; Lcs 20:18b; 23:30; Apo 6:16) y las caídas al suelo de las migajas que están de una mesa (Mat 15:27; Lcs 16:21). [7] En otras palabras, que los montes se pueden caer, pero el amor que Dios nos ha dado siempre permanece firme.
Por otro lado, ¿cómo afecta todo esto que hemos expuesto a lo que dice el capítulo cuatro y verso 16 de Primera de Juan?
“16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.” (1 Jn 4:16)
La primera parte de este análisis es fácil. Este pasaje dice que nosotros hemos creído que el amor que Dios tiene para nosotros es eterno, nunca se cae, no pierde el balance, no se hunde y se cae, no puede fracasar en cumplir con las expectativas o requerimientos que tiene establecidos. Hemos creído que el amor que Dios tiene por nosotros no puede ser echado al suelo, si se rinde, nada lo puede matar, nadie lo puede vencer porque no perece en combate, ni se echa a morir.
Ahora bien, ¿qué hacemos con los requerimientos de ese amor que son esbozados por los próximos versos de este pasaje bíblico; particularmente aquellos que tienen que ver con el amor al prójimo?
“17 En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. 18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. 19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. 20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? 21 Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.” (1 Juan 4:17-21)
¿Qué debemos hacer con las instrucciones acerca de seguir ese amor, la fe, la justicia y la paz con aquellos que invocan al Señor con un corazón limpio? (2 Tim 2:22) ¿Podemos cumplir con esto con un amor que sea temporal, que pierda el balance, se hunda, o fracase en cumplir con las expectativas o requerimientos que se le han establecido? ¿Podemos permitir que alguna fuerza externa o interna lo eche al suelo, que pierda una batalla o se muera en el combate contra las fuerzas del mal?
¿Cómo debemos entender los requisitos que la Biblia describe como “el trabajo de vuestro amor”?
“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos,” (Efe 1:15)
“3 acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tes 1:3, RV 1960)[8]
Recordemos que ese amor, el “agapē” de Dios, es el mismo que nos han dado para amar a los demás: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn 4:19). Recordemos que esto de amar a los demás incluye amar a nuestros enemigos (Mat 5:44; Lcs 6:27, 35). El amor con el que amamos y trabajamos con el prójimo no puede ser distinto al amor con el que hemos sido amados por el Señor.
En la Carta que Pablo le escribió a la Iglesia en Filipo él aconseja que ese “agapē” abunde (“perisseuō”, G4052) más y más en ciencia (“epignōsis”, G1922) y en todo conocimiento (“aisthēsis”, G144).
“9 Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento, 10 para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, 11 llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.” (Fil 1:9-11)
En otras palabras, que el amor que profesamos necesita ampliarse, necesita conocer y ejercitarse para percibir más y más cada día que pasa.
Hemos hecho énfasis en esto porque “piptō” (G4098) también es utilizado en la Biblia como una figura retórica para describir la pérdida de la fe y la separación de la gracia. Así lo utiliza Pablo en el siguiente pasaje de las Sagradas Escrituras.
“12 Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Cor 10:12)
Es interesante que algunos recursos académicos señalen que esta expresión paulina no relaciona esta caída con la comisión de algún pecado en específico. Estos admiten que el verso cinco (5) de ese mismo capítulo describe pecados que el pueblo de Israel cometió en el desierto, pero que esto sólo sirve para subrayar que todos nosotros nos podemos sentir “no aprobados, indignos o como náufragos” (1 Cor 9:27, “adókimos”, G96: traducido en RV1960 como eliminados), cuando le fallamos al Señor, sin importar el pecado o la falta que hallamos cometido.[9]
La buena noticia del Evangelio es que este relaciona todas estas cosas al abandono del “agapē”. Dicho de otra forma, el “agapē” nunca nos falla, pero nosotros sí le podemos fallar al “agapē” de Dios, al Eterno.
“4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5 Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.” (Apo 2:4-5)
Es cierto que ese amor es eterno y perfecto, pero nosotros no lo somos. Es cierto que nada nos puede separar de ese amor, pero no es menos cierto que nosotros podemos abandonarlo, decidir no seguir sus requisitos y hasta apartarnos de él. Es por es que Pablo insiste en oración que el “agapē” en nosotros (el amor nuestro) se desborde cada vez más y que sigamos creciendo en conocimiento y entendimiento (Fil 1:9, NTV). Él añade que esto es lo que realmente importa, a fin de que podamos llevar una vida pura e intachable hasta el día que Cristo vuelva. (v.10). La finalidad de este proceso es poder siempre estar llenos del fruto de la salvación: el carácter justo que Jesucristo produce en las vidas de aquellos que hemos decidido amarle (v.11). Dice la Biblia que esto traerá mucha gloria y alabanza a Dios.
Esta es sin duda alguna una de las mejores noticias: podemos arrepentirnos y regresar al centro del amor eterno e inmutable de Dios.
El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) concluye su definición del concepto
“piptō” (G4098) postulando lo siguiente:
“With its many examples the section is in this case the most comprehensive statement of what the NT means by falling, namely, the non-observance of the divine command to love, whose fulfilment is possible only in the power of fellowship with God and Christ.32” [10]
(Traducción libre: Con sus muchos ejemplos, la sección es en este caso la declaración más completa de lo que el Nuevo Testamento quiere decir con caída, a saber, la inobservancia del mandamiento divino de amar, cuyo cumplimiento solo es posible en el poder de la comunión con Dios y Cristo.)
Pablo cierra la lista de características del “agapē” diciendo que el amor de Dios nunca deja de ser. Ese amor es eterno y es por esto que ese amor, nunca pierde la capacidad de ser sufrido (ser paciente), benigno (actuar con benevolencia; parecerse a Cristo); no tener envidia (no codiciar lo que tienen los demás), no ser jactancioso (vanagloriarse) y no envanecerse (no estar vacío por dentro) (1 Cor 13:4).
Es por esto que ese amor nunca puede hacer nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita (no se deja provocar) y no puede guardar rencor (no llevar un inventario de las cosas malas) (v. 5).
Es por eso que ese amor no se puede gozar de la injusticia, y sí se puede gozar de la verdad (v. 6). Es por esto que se amor nunca deja de tener esa cobertura, ese techo para soportar cualquier peso (todo lo sufre), nunca deja de creer, de esperar, y de soportarlo todo (v.7).
¡Ese amor nunca deja de ser!
[1] Lockward, Alfonso. (1999). En Nuevo diccionario de la Biblia (pp. 376–377). Editorial Unilit.
[2] Lockward, Alfonso, Op.cit.
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[4] Michaelis, W. (1964–). πίπτω, πτῶμα, πτῶσις, ἐκπίπτω, καταπίπτω, παραπίπτω, παράπτωμα, περιπίπτω (píptō, ptōma, ptōsis, ekpíptō, katapiptō, parapíptō, paráptōma, peripíptō). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 161–173). Eerdmans.
[5] Op.cit.
[6] Op.cit.
[7] Op.cit.
[8] Otros versos bíblicos que hablan acerca de esto los encontramos en 2 Cor 8: 7,8,24.
[9] Op.cit.
[10] Michaelis, W. (1964–). πίπτω, πτῶμα, πτῶσις, ἐκπίπτω, καταπίπτω, παραπίπτω, παράπτωμα, περιπίπτω (píptō, ptōma, ptōsis, ekpíptō, katapiptō, parapíptō, paráptōma, peripíptō). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 161–173). Eerdmans.
Dirigidos por el Espíritu Santo: el lugar de los dones espirituales (XXV)
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
La última característica que el Apóstol Pablo le adscribe al amor (“agapē”, G26) es que este “nunca deja de ser” (1 Cor 13:8a). La inclinación natural de cualquier lector al acercarse a esta frase es a relacionar esta con la eternidad. En otras palabras, creer que el apóstol está hablando acerca de que el amor nunca podría dejar de existir porque es eterno; y que es eterno porque Dios es amor (1 Jn 4:8).
La mayoría de las versiones bíblicas que tenemos disponibles parecen enfatizar esta interpretación. Veamos algunos ejemplos de esto:
- “8 El amor no tiene fin.” (PDT)
- “¡Pero el amor durará para siempre!” (NTV)
- “El amor jamás se extingue.” (NVI)
- “8 El amor jamás dejará de existir.” (DHH)
Esta interpretación no está equivocada. Las aseveraciones paulinas que le siguen describen la temporalidad del don de lenguas, del de profecía y el de ciencia o conocimiento. O sea, que Pablo contrasta la temporalidad de estos con la eternidad y de esta manera nos está diciendo que el “agapē” no posee esa limitación. Esto es: se puede concluir que el “agapē” es eterno.
Es muy interesante que la Biblia no posea ni nos ofrezca una definición de la eternidad[1]. En otras palabras, una explicación de lo que significa que algo o Alguien no tenga un antes ni un después, que sea de una duración continua, simultánea, inmóvil, infinita, condensada, “en un ahora realmente indivisible”. (Enciclopedia Espasa-Calpe, Tomo 22, pág. 1187). Sin embargo, como ha dicho el nunca olvidado Alfonso Lockward, la Biblia sí ofrece profundas meditaciones sobre la persona de Dios y nos dice que Él es el “eterno Dios”
“27 El eterno Dios es tu refugio, Y acá abajo los brazos eternos; El echó de delante de ti al enemigo, Y dijo: Destruye.” (Det 33:27, RV 1960)
“28 No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance.” (Isa 40:28).
En otras palabras, que la Biblia asume la eternidad como una realidad consumada, indiscutible, irreversible e inmutable.
Hacemos un paréntesis para indicar que esto también sucede con otros conceptos fundamentales en la Biblia. Por ejemplo, ella no tiene la necesidad de presentar definiciones acerca de la existencia de Dios y de la Trinidad. Ella explica la revelación de Dios, pero no se detiene a argumentar ni a explicar que Dios existe: simplemente dice que Dios es.
“9 Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel,…” (Det 7:9a)
“18 Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro.” (Isa 45:8)
“26 De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin.” (Dan 6:26)
En ella tampoco encontramos definiciones acerca de la Trinidad: simplemente asume que existe y nos regala innumerables porciones en las que podemos afirmar esto.
“19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28:19-20)
“13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
14 Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. 16 Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre.” (Jn 16:13-16)
“4 Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. 5 Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. 6 Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.” (1 Cor 12:4-6)
Tal y como dice el Profesor Lockward, la Biblia nos dice que las demás cosas que existen poseen una fecha de comienzo y una de expiración. Esto es, todo en la creación tiene un principio (Gén 1:1), a partir del cual comenzó el tiempo. Dios no: Él ya existía en ese principio: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Sal 90:2).
La eternidad es una dimensión en la que no hay tiempo: Dios está fuera del tiempo. También, es una dimensión en la que no hay espacio porque Dios es infinito. Por lo tanto, el único a quien se puede aplicar el concepto de eternidad es a Dios.[2]
Repetimos: ¿cómo es que el amor puede ser considerado eterno? Porque Dios es amor (1 Jn 4:8).
Desde esta perspectiva Pablo estaría diciendo que el amor siempre está presente, disponible y que es invencible. Pablo estaría argumentando entre líneas que nadie puede quitarnos, ni vencer los atributos de Dios que Él ha decidido compartir con nosotros ya que estos también son eternos. O sea, que la paz de Dios, su santidad, la esperanza, el gozo, por mencionar algunos, no pueden ser vencidos. Esta es una de las razones por la que somos exhortados a no ser vencidos por lo malo sino a vencer el mal con el bien: el bien de Dios (Rom 12:21).
Ahora bien, existe otro carril de interpretación (hermenéutico) para la expresión: “el amor nunca deja de ser.” La expresión paulina que se traduce aquí es la siguiente: “agapē oudepote piptei.” El primer concepto es conocido por todos nosotros: el amor de Dios (“agapē”). El segundo, “oudepote” (G3763), significa nunca (Mat 7:23; 9:33; 26:33; Mcs 2:12; Lcs 15:29; Jn 7:46; Hch 10:14; 1 Cor 13:8; Heb 10:1, 11).[3] El tercero, “piptei” (presente indicativo activo del verbo “piptō”, G4098) necesita ser analizado a profundidad.
Los recursos académicos consultados indican que el significado básico de este verbo fuera del Nuevo Testamento, es "caer", "perder el balance y caer" y "hundirse". Esto incluye fracasar en cumplir con las expectativas o requerimientos que se han establecido. Esto también incluye un movimiento rápido e irresistible que se denota con un empuje desde el exterior, intencional (que decida tirarse al suelo o que quieran hacerle caer) o casual.[4] Estos recursos señalan que este concepto también se utilizaba para describir la acción de puede significar "ser muerto" en batalla, describir a "el caído", la acción de "bajar", "perecer", "perderse", y/o "morir."[5]
Sabemos que aún no hemos explicado las aplicaciones que se le dan a este concepto en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Sin embargo, reconocemos que esta perspectiva hermenéutica o de interpretación le añade a la frase paulina unas vertientes impresionantes. Pablo está diciendo que el amor de Dios nunca se "cae"; el amor de Dios nunca "pierde el balance y se cae"; el amor de Dios nunca puede "hundirse". Pablo está diciendo que ese amor nunca fracasa en cumplir con las expectativas o requerimientos que se le han establecido.
San Pablo está diciendo que no hay fuerza alguna que pueda empujar y tirar al suelo al “agapē”: no cede a los empujones exteriores ni este se tira al suelo. Cuando Pablo dice que el amor “nunca deja de ser”, “agapē oudepote piptei”, está diciendo que el amor de Dios no puede perecer en una batalla, nunca puede caer como víctima en un combate, no se puede morir.
En otras palabras, el “agapē” de Dios es eterno y esto que hemos visto hasta aquí son solo algunas de las características aleatorias a esa eternidad.
Las aplicaciones de estas aseveraciones a los pasajes bíblicos claves acerca del amor son maravillosas. Algunos ejemplos de esto deben ser más que suficientes para que todos lleguemos a la misma conclusión.
Por ejemplo, estas aseveraciones nos permiten alcanzar una comprensión más precisa de las expresiones paulinas acerca de que nadie nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
“35 ¿Podrá algo separarnos del amor de Cristo? Ni las dificultades, ni los problemas, ni las persecuciones, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro ni tampoco la muerte. 36 Así está escrito: «Por ti estamos siempre en peligro de muerte, nos tratan como si fuéramos ovejas que van al matadero». 37 Más bien, en todo esto salimos más que victoriosos por medio de Dios quien nos amó. 38 Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los poderes diabólicos, ni lo presente, ni lo que vendrá en el futuro, ni poderes espirituales, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios que se encuentra en nuestro Señor Jesucristo.” (Rom 8:35-39, PDT)
Es importante indicar que el verbo que Pablo utiliza en 1 Corintios 13:8a, (“piptō”, G4098) se utiliza en el Nuevo Testamento para describir el colapso de estructuras, edificios o construcciones a causa de terremotos o defectos estructurales (Mat 7:25, 27; Lcs 13:4; Heb 11:30; Apo 11:13)[6]. O sea, quePablo está diciendo que no hay terremoto ni fallas estructurales que puedan echar al suelo al “agapē” que nos han dado.
El verbo que Pablo utiliza en 1 Corintios 13:8a se utiliza en el Nuevo Testamento para describir el colapso de las montañas (Mat 21:44b; Lcs 20:18b; 23:30; Apo 6:16) y las caídas al suelo de las migajas que están de una mesa (Mat 15:27; Lcs 16:21). [7] En otras palabras, que los montes se pueden caer, pero el amor que Dios nos ha dado siempre permanece firme.
Por otro lado, ¿cómo afecta todo esto que hemos expuesto a lo que dice el capítulo cuatro y verso 16 de Primera de Juan?
“16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.” (1 Jn 4:16)
La primera parte de este análisis es fácil. Este pasaje dice que nosotros hemos creído que el amor que Dios tiene para nosotros es eterno, nunca se cae, no pierde el balance, no se hunde y se cae, no puede fracasar en cumplir con las expectativas o requerimientos que tiene establecidos. Hemos creído que el amor que Dios tiene por nosotros no puede ser echado al suelo, si se rinde, nada lo puede matar, nadie lo puede vencer porque no perece en combate, ni se echa a morir.
Ahora bien, ¿qué hacemos con los requerimientos de ese amor que son esbozados por los próximos versos de este pasaje bíblico; particularmente aquellos que tienen que ver con el amor al prójimo?
“17 En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. 18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. 19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. 20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? 21 Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.” (1 Juan 4:17-21)
¿Qué debemos hacer con las instrucciones acerca de seguir ese amor, la fe, la justicia y la paz con aquellos que invocan al Señor con un corazón limpio? (2 Tim 2:22) ¿Podemos cumplir con esto con un amor que sea temporal, que pierda el balance, se hunda, o fracase en cumplir con las expectativas o requerimientos que se le han establecido? ¿Podemos permitir que alguna fuerza externa o interna lo eche al suelo, que pierda una batalla o se muera en el combate contra las fuerzas del mal?
¿Cómo debemos entender los requisitos que la Biblia describe como “el trabajo de vuestro amor”?
“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos,” (Efe 1:15)
“3 acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tes 1:3, RV 1960)[8]
Recordemos que ese amor, el “agapē” de Dios, es el mismo que nos han dado para amar a los demás: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn 4:19). Recordemos que esto de amar a los demás incluye amar a nuestros enemigos (Mat 5:44; Lcs 6:27, 35). El amor con el que amamos y trabajamos con el prójimo no puede ser distinto al amor con el que hemos sido amados por el Señor.
En la Carta que Pablo le escribió a la Iglesia en Filipo él aconseja que ese “agapē” abunde (“perisseuō”, G4052) más y más en ciencia (“epignōsis”, G1922) y en todo conocimiento (“aisthēsis”, G144).
“9 Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento, 10 para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, 11 llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.” (Fil 1:9-11)
En otras palabras, que el amor que profesamos necesita ampliarse, necesita conocer y ejercitarse para percibir más y más cada día que pasa.
Hemos hecho énfasis en esto porque “piptō” (G4098) también es utilizado en la Biblia como una figura retórica para describir la pérdida de la fe y la separación de la gracia. Así lo utiliza Pablo en el siguiente pasaje de las Sagradas Escrituras.
“12 Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Cor 10:12)
Es interesante que algunos recursos académicos señalen que esta expresión paulina no relaciona esta caída con la comisión de algún pecado en específico. Estos admiten que el verso cinco (5) de ese mismo capítulo describe pecados que el pueblo de Israel cometió en el desierto, pero que esto sólo sirve para subrayar que todos nosotros nos podemos sentir “no aprobados, indignos o como náufragos” (1 Cor 9:27, “adókimos”, G96: traducido en RV1960 como eliminados), cuando le fallamos al Señor, sin importar el pecado o la falta que hallamos cometido.[9]
La buena noticia del Evangelio es que este relaciona todas estas cosas al abandono del “agapē”. Dicho de otra forma, el “agapē” nunca nos falla, pero nosotros sí le podemos fallar al “agapē” de Dios, al Eterno.
“4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5 Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.” (Apo 2:4-5)
Es cierto que ese amor es eterno y perfecto, pero nosotros no lo somos. Es cierto que nada nos puede separar de ese amor, pero no es menos cierto que nosotros podemos abandonarlo, decidir no seguir sus requisitos y hasta apartarnos de él. Es por es que Pablo insiste en oración que el “agapē” en nosotros (el amor nuestro) se desborde cada vez más y que sigamos creciendo en conocimiento y entendimiento (Fil 1:9, NTV). Él añade que esto es lo que realmente importa, a fin de que podamos llevar una vida pura e intachable hasta el día que Cristo vuelva. (v.10). La finalidad de este proceso es poder siempre estar llenos del fruto de la salvación: el carácter justo que Jesucristo produce en las vidas de aquellos que hemos decidido amarle (v.11). Dice la Biblia que esto traerá mucha gloria y alabanza a Dios.
Esta es sin duda alguna una de las mejores noticias: podemos arrepentirnos y regresar al centro del amor eterno e inmutable de Dios.
El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) concluye su definición del concepto
“piptō” (G4098) postulando lo siguiente:
“With its many examples the section is in this case the most comprehensive statement of what the NT means by falling, namely, the non-observance of the divine command to love, whose fulfilment is possible only in the power of fellowship with God and Christ.32” [10]
(Traducción libre: Con sus muchos ejemplos, la sección es en este caso la declaración más completa de lo que el Nuevo Testamento quiere decir con caída, a saber, la inobservancia del mandamiento divino de amar, cuyo cumplimiento solo es posible en el poder de la comunión con Dios y Cristo.)
Pablo cierra la lista de características del “agapē” diciendo que el amor de Dios nunca deja de ser. Ese amor es eterno y es por esto que ese amor, nunca pierde la capacidad de ser sufrido (ser paciente), benigno (actuar con benevolencia; parecerse a Cristo); no tener envidia (no codiciar lo que tienen los demás), no ser jactancioso (vanagloriarse) y no envanecerse (no estar vacío por dentro) (1 Cor 13:4).
Es por esto que ese amor nunca puede hacer nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita (no se deja provocar) y no puede guardar rencor (no llevar un inventario de las cosas malas) (v. 5).
Es por eso que ese amor no se puede gozar de la injusticia, y sí se puede gozar de la verdad (v. 6). Es por esto que se amor nunca deja de tener esa cobertura, ese techo para soportar cualquier peso (todo lo sufre), nunca deja de creer, de esperar, y de soportarlo todo (v.7).
¡Ese amor nunca deja de ser!
[1] Lockward, Alfonso. (1999). En Nuevo diccionario de la Biblia (pp. 376–377). Editorial Unilit.
[2] Lockward, Alfonso, Op.cit.
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[4] Michaelis, W. (1964–). πίπτω, πτῶμα, πτῶσις, ἐκπίπτω, καταπίπτω, παραπίπτω, παράπτωμα, περιπίπτω (píptō, ptōma, ptōsis, ekpíptō, katapiptō, parapíptō, paráptōma, peripíptō). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 161–173). Eerdmans.
[5] Op.cit.
[6] Op.cit.
[7] Op.cit.
[8] Otros versos bíblicos que hablan acerca de esto los encontramos en 2 Cor 8: 7,8,24.
[9] Op.cit.
[10] Michaelis, W. (1964–). πίπτω, πτῶμα, πτῶσις, ἐκπίπτω, καταπίπτω, παραπίπτω, παράπτωμα, περιπίπτω (píptō, ptōma, ptōsis, ekpíptō, katapiptō, parapíptō, paráptōma, peripíptō). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 161–173). Eerdmans.
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1 Comment
El amor eterno de Dios que no se detiene o se acaba frente a las respuestas del hombre al llamado de Dios.
n
nEl amor que nunca deja de ser, es eterno…
n
nDios es amor, Él no falla, el hombre puede fallar pero a cambio recibe más amor de Dios para rescatarlo de su desvío.