1006 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 25 de mayo del 2025

1006 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 25 de mayo del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos invita a pedir al Padre para poder a adorar (II) 
 
“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
           
Nuestra reflexión anterior fue dedicada al estudio de cómo debemos pedir en nuestras oraciones. El análisis de los diferentes vocablos griegos que se utilizan en el Nuevo Testamento para exponer ese concepto nos lanzó a considerar varias alternativas acerca de la oración que regularmente no son consideradas por los creyentes. Veamos una vez más estos conceptos neotestamentarios:

  • punthanomai” (G4441)
    • para describir la acción de cuestionar, determinar mediante una indagación, como cuando meramente se necesita alguna información.
  • “erōtaō” (G2065)
    • cuando se trata de una interrogación o meramente cuando se pide un favor, generalmente con la implicación de una pregunta subyacente.[1] 
  •  “zēteō” (G2212)
    • la petición implica la búsqueda de algo oculto, o conseguir alcanzar una condición o estado particular.[2] 
  •  “deomai” (G1189)
  •  “aiteō” (G154)
    • Este significa pedir, rogar, llamar, anhelar, desear y/o requerir.[3] Este vocablo griego implica que uno anhela y desea con urgencia lo que está pidiendo,[4] que esta petición implica una esfera de obligaciones éticas y que se presupone un grado de intimidad con la persona a la que se le pide.[5]

Todo esto lo analizamos desde la perspectiva que nos ofrece el verso 10 del capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan:

“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.”  (Jn 4:10, RV1960)

Tal como vimos en la reflexión anterior, el vocablo griego que Cristo utiliza aquí es “aiteō” (G154). El examen de este verbo produjo algunos detalles e informaciones adicionales muy interesantes. Encontramos estos analizando algunas de las 68 ocasiones en que este es utilizado en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, los versos siete (7) al once (11) del capítulo siete del Evangelio de Mateo.

“7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 9 Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? 10 O si le pide un pescado, le dará una serpiente? 11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mat 7:7-11)

Repetimos este pasaje bíblico porque el mismo ofrece una cantidad ilimitada de acercamientos exegéticos (investigación) y homiléticos (predicación). Por ejemplo, el siempre recordado Rev. Adrian Rodgers decía que este pasaje presenta el desarrollo de tres (3) factores de la vida cristiana que están atadas a la oración. Estos son:

-           El factor de los deseos
-           El factor de la dirección
-           El factor de la determinación

En el escenario del factor de los deseos es obvio que aquellos que oran y piden en el contexto que ofrece el verbo “aiteō” (G154), lo hacen porque desean que Dios responda, facilite, provea o manifieste algo relativo a una necesidad. Esto, claro está, desde la perspectiva de que en Cristo Jesús poseemos una relación íntima con el Padre que está en los cielos. La biblia dice que creer y aceptar el señorío y el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario nos convierte en hijos de Dios (Jn 1:12-13)

Partimos de la aseveración bíblica que dice que debemos presentar todas nuestras peticiones delante del Señor.

“6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Fil 4:6)

La Palabra de Dios también dice que vamos a recibir todo lo que pedimos en oración, si lo hacemos sin dudas en el corazón y creyendo.

“23 Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. 24 Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.” (Mcs 11:23-24)

Claro está, la Biblia dice que esto está supeditado a que nuestras peticiones estén de acuerdo con la voluntad de Dios.

“14 Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. 15 Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” (1 Jn 5:14-15)

En otras palabras, que hemos sido llamados a presentar todas nuestras peticiones, orar por todo y hacerlo en el nombre de Jesús (Jn 14:13, 14; 16:23, 24, 26). Este ejercicio es vital porque nos permitirá discernir si nuestras peticiones están alineadas con la voluntad de Dios. Dicho de otro modo: la presentación de nuestras peticiones no es un proceso para informar a Dios acerca de algo que necesitamos. Dios lo conoce todo. El ejercicio de presentar nuestras peticiones sirve para establecer el diálogo con el Señor y aprender a discernir si nuestras oraciones, ruegos y plegarias están alineadas con la voluntad del Señor. En otras palabras: este ejercicio nos permitirá conocer cómo están alineados nuestros corazones. Es cierto que Dios siempre sabe todo esto, pero nosotros no. Además, el proceso de pedir en oración nos permite conocer el corazón de Dios. Es importante señalar que conocer esto presupone que seremos retados.

Entonces: ¿qué es lo que nos da el Señor? El Señor nos da la respuesta a nuestra petición. Esa respuesta puede ser afirmativa, puede ser negativa, puede ser una deliberadamente retrasada o puede ser algo distinto a lo que pedimos. ¿Qué es lo que nos da el Señor? El Señor también nos provee la avenida del diálogo con Él. El Señor nos da el discernimiento para saber si nuestro corazón está alineado con el suyo. ¿Qué es lo que nos da el Señor? El Señor nos permite conocer su corazón (1 Cor 2:9).

Esta es una de las razones por las que Cristo le dice a la mujer samaritana que es necesario conocer el don de Dios y conocer a la Persona que le está hablando. Es en ese orden que se desarrolla la acción de hacer “aiteō.”
 
Es en medio de ese reto que se presenta el segundo escenario: el del factor de la dirección. Este surge de la convicción que poseen aquellos que levantan sus peticiones de que no pueden limitarse sólo a pedir y a recibir lo que el Señor habrá de “dar” (“didōmi”, G1325). Esa acción debe conducirlos a buscar (“zēteō”, G2212).

El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento señala que en el sentido religioso, esta palabra griega, en primer lugar, denota la búsqueda de lo perdido que emprende el Hijo del Hombre con el fin de salvarlo (Lcs 19:10). Él lo hace como un pastor busca la oveja perdida (Mat 18:12) o una mujer la moneda perdida (Lcs 15:8). Además, los especialistas que ensamblaron este Diccionario añaden a esto que también puede usarse para describir lo que ellos llaman la santa «exigencia» de Dios. Esto es, Dios exige mucho de aquellos a quienes se le ha dado mucho (Lcs 12:48). Por ejemplo, Él espera fruto del árbol (Lcs 13:6 s.), fidelidad del mayordomo (1 Cor 4:2) y adoración en espíritu y en verdad por parte de los verdaderos adoradores (Jn 4:23).[6]

Este concepto griego aplicado a nosotros nos conduce a la necesidad de aprender a esperar recibir la dirección del cielo. Esto es, las respuestas de Dios que nos conducen a lo que hay en el corazón del Eterno. Rodgers compartió en su sermón una experiencia que tuvo con la hermana Ruth Graham, esposa del Dr. Billy Graham. Añado que tuve el privilegio de ver esa entrevista. En esta, ella le compartió que daba gracias a Dios por no haber contestado algunas de sus oraciones. La hermana Ruth decía que en cinco (5) ocasiones ella le había preguntado a Dios acerca de algún varón con el que a ella le parecería bien casarse. Ella añadió que si Dios hubiera contestado como ella esperaba, se habría casado con el hombre equivocado.

Esto no debe sorprendernos porque algo similar le aconteció al Apóstolo Pablo. Él describe esto en su Segunda Carta a Los Corintios cuando dijo lo siguiente:

“7 No quiero que su opinión sobre mí se vea influenciada por las extraordinarias revelaciones que recibí del Señor. Por eso el Señor me dio una dolencia: un mensajero de Satanás, enviado a torturarme para que no me vuelva demasiado orgulloso. 8 Le he rogado ya tres veces al Señor que me quite esa dolencia. 9 Pero el Señor me dijo: «Mi bondad es todo lo que necesitas, porque cuando eres débil, mi poder se hace más fuerte en ti». Por eso me alegra presumir de mi debilidad, así el poder de Cristo vivirá en mí. 10 También me alegro de las debilidades, insultos, penas y persecuciones que sufro por Cristo, porque cuando me siento débil, es cuando en realidad soy fuerte.” (2 Cor 12:7-10, PDT)

Es muy importante señalar que en algunas ocasiones nuestras peticiones pueden ser hasta irracionales. Tal es el caso del profeta Elías, del profeta Jonás y de Moisés. Todos ellos, hombres de Dios y gigantes de la fe, atravesando por situaciones difíciles y complicadas en sus vidas, fueron capaces de pedirle a Dios que acabara con sus vidas. La Biblia dice que el profeta Elías, en medio de una depresión y sacudido por el miedo, le pidió a Dios que le quitara la vida.

“4 Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.”  (1 Rey 19:4)

La Biblia dice que el profeta Jonás, atravesando por una crisis de fe, enfurecido, lleno de coraje y de la incapacidad para comprender lo que Dios estaba haciendo, le pidió al Todopoderoso que le quitara la vida.

“1 Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. 2 Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. 3 Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida..” (Jonás 4:1-3).

La Biblia no esconde que en una ocasión Moisés estaba afligido y buscando interceder por el pueblo de Israel. Todo esto ante las determinaciones de Dios frente a un pueblo contumaz, rebelde y sin a reparos algunos para retar a Dios. Es en ese contexto que este caudillo decidió hacer lo siguiente:

“30 Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. 31 Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, 32 que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito.” (Éxo 32:30-32)

¡Bendita sea la misericordia de Dios que no respondió a las oraciones que levantaron estos gigantes de la fe! Estos son ejemplos gloriosos de la misericordia que sustenta y demuestra que Dios se reserve la forma en que responde a nuestras peticiones. Al mismo tiempo, estos ejemplos nos conminan a aceptar que no existe un creyente exento de que algo así le acontezca. Todos nosotros podemos atravesar por momentos de depresión y de temor, estar sumidos en una ira descontrolada e incapaces de entender la voluntad divina. Todos nosotros podemos estar atravesando el valle del dolor al ver a alguien nuestro rebelde, perdido y retando a Dios con su conducta y sus acciones. Sabemos que la lista puede ampliarse aún más. Lo que es relevante aquí es reconocer que en esos momentos podemos ser capaces de presentar peticiones que no solo están lejos de la voluntad divina, sino que pueden ser hasta irracionales.

Es muy interesante que el Apóstol Santiago dice en su carta que estas condiciones humanas pueden extenderse hasta el escenario de aquello que nos produce placer. Utilizando el mismo concepto que usa Cristo (“aiteō”), Santiago dice lo siguiente:

“3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. 4 ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” (Stg 4:3-4)

Esta es una de las razones por las que Cristo le dice a la mujer samaritana que el encuentro con el Salvador del mundo no puede ser uno emocional y sensorial. Hay que conocer (“eidō”, G1492) el regalo de la salvación y quién es la Persona que le estaba hablando para entonces pedir. Cristo estaba procurando sacar a esta mujer del “mare magnum” de emociones, sentimientos, dudas, conflictos y malestares que habían tomado el control de su vida. Conocer el don de Dios y “Quién” era el que le hablaba era vital para poder lograrlo.

¿Qué dice la Biblia acerca de esto? ¿Cómo describe a Jesús? ¿Quién es ese que le hablaba a esta mujer? Esta es una pregunta central en el mensaje del Evangelio. Son varios los momentos en los que la gente que interactuaba con Jesús se formuló la misma.

“10 Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste?” (Mat 21:10)

“41 Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Mcs 4:41)

“49 Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?” (Lcs 7:49)

“15 Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. 16 Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.” (Jn 1:15-16)

“34 Le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre? 35 Entonces Jesús les dijo: Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a dónde va.”  (Jn 12:34-35)

Aunque el siempre amado Pastor Rodgers no incluyó esto en su disertación, estamos convencidos  de que es aquí que nuestra búsqueda en oración llega a su clímax: poder conocer a Cristo cada día más. Pablo decía lo siguiente acerca de esa búsqueda:

“7 Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. 8 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; 10 a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,” (Fil 3:7-10)

Es entonces que arribamos al escenario del factor determinación. Una vez hallamos la dirección divina encontramos, tenemos que seguir llamando (“krouō”, G2925) a la puerta hasta encontrar esos procesos que patrocinan y empoderan nuestro crecimiento y desarrollo en Cristo. En otras palabras, entrar en el corazón del Padre Celestial. El Evangelio de Lucas dice que nuestro Señor hablaba acerca de esto cuando presentó las expresiones que hemos estado analizando aquí acerca de pedir, buscar y llamar.

“5 Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; 7 y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? 8 Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. 9 Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 10 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (Lcs 11:5-9)

Hemos sido invitados a pedir, pero a no quedarnos en el escenario de lo que deseamos. Hemos sido invitados a buscar y ese llamado es a procurar saciar la necesidad de dirección divina. Una vez que hemos discernido y encontrado la dirección divina, hemos sido llamados a trascender a estos escenarios y ser determinados y persistentes hasta que podamos entrar al corazón de esta. Esto es, el corazón de Dios.

Esa era la invitación que Cristo le estaba haciendo a la mujer de la ciudad de Samaria. Cristo le dice que pida conociendo el don de Dios y reconociendo quién es el que le habla. Cristo le dice que se prepare para recibir algo más que satisfacción para el alma agotada, cansada y sedienta de paz, de restauración y gozo. Cristo le dice que la búsqueda real que ella debe realizar es la de la fuente del agua que salta para la vida eterna y que una vez ella tome de esta, no debe dejar de tocar a la puerta del corazón de Dios (Cristo; Jn 10:7) hasta que fuera capaz de hacer suyos los planes y secretos que Él guarda allí para los que creen en su nombre.

¿Qué crees que Cristo te ofrece hoy a ti y a mí?
 


[1] Lou, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 406). United Bible Societies.
[2] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). Op. cit., (Vol. 1, pp. 150–151). United Bible Societies.
[3] Strong, J. (2009). En A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p. 9). Logos Bible Software.
[4] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). Op. cit., (Vol. 1, p. 406). United Bible Societies.
[5] Stählin, G. (1964–). αἰτέω, αἴτημα, ἀπαιτέω, ἐξαιτέω, παραιτέομαι. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich  (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 191–193). Eerdmans.
[6] Greeven, H. (1964–). ζητέω, ζήτησις, ἐκζητέω, ἐπιζητέω. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 892–893). Eerdmans.




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