1020 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 31 de agosto del 2025

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Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos lleva, nos guía, nos dirige y nos muestra las cosas profundas de Dios (IV).

 
“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”  (Rom 8:14-17, RV1960)

Nuestra reflexión anterior fue dedicada a analizar por qué es que Pablo afirma que se requiere que los creyentes en Cristo seamos dirigidos por el Espíritu Santo para que podamos ser llamados hijos de Dios.  Somos conscientes de que una batería de reflexiones no es suficiente para agotar todas las vertientes bíblicas, pastorales y teológicas que se deprenden de esa aseveración paulina. Un ejemplo de esto lo encontramos en el Comentario a Los Romanos que escribió el Dr. Martin Lloyd Jones; un comentario exegético que tiene 14 volúmenes.[1] En ese comentario este amado pastor, teólogo y médico, dedicó cuatro (4) capítulos para analizar la expresión “habéis recibido el espíritu de adopción” (Rom 8: 15)[2] y ocho (8) a la expresión “testimonio a nuestro espíritu” (v.16).[3]
 
Sabemos que este pasaje de la Carta a los Romanos genera muchas inquietudes y preguntas. Por ejemplo, ¿qué podemos decir acerca de esta dirección en relación a lo que afirma el verso 13 del capítulo 16 del Evangelio de Juan?

“13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Jn 16:13-15, RV1960)

Nos asiste una ventaja en el proceso para encontrar respuestas a esta pregunta. Hace dos (2) semanas presentamos una reflexión acerca de ese pasaje del Cuarto Evangelio. Siendo esto así, no tenemos que dedicar tiempo y espacio al análisis bíblico-teológico del mismo, sino que podemos dirigirnos a las aplicaciones.

Una de estas tiene que ver con la capacitación de los creyentes acerca de la revelación de Cristo que hace el Espíritu de Dios. Junto a esto encontramos la dirección que Él nos ofrece para que seamos capaces de internalizar esa revelación. Dicho de otra manera: para ser hijos de Dios se requiere que el Espíritu de Dios nos dirija a esa revelación. Esto es, a la revelación de Cristo, a la revelación de la verdad, a la revelación de todo lo que es Dios en Cristo Jesús y a la revelación del “estado completo o real de las cosas.” También, a la revelación del carácter genuino, a la realidad divina del poder de Dios. Añadimos aquí a la revelación de aquello que está detrás del velo descubierto y la de aquello que “tiene certeza y fuerza.”

Los lectores habituales de estas reflexiones deben haberse percatado que todas estas aseveraciones proceden de la definición del concepto griego que se traduce en el Nuevo Testamento como “verdad”: (“alētheia”, G225).[4] En otras palabras, que la afirmación paulina de que tenemos que ser guiados por el Espíritu de Dios para poder ser hijos de Dios, incluye ser guiados a todos los escenarios que describe ese concepto griego.

La reflexión anterior nos permitió explorar una vertiente para acercarnos a estos versos. No obstante, reconocemos que existen muchas maneras para hacerlo. Una de estas, la vertiente exegética que formula que los planteamientos que Pablo hace aquí persiguen unas metas específicas. Así lo afirma el Dr. John Stott en uno de sus comentarios bíblicos acerca de la Carta a Los Romanos[5].
 
Stott señala que este capítulo describe que la primera meta del Espíritu Santo en la dirección de los hijos de Dios es utilizar estos reclamos del cielo como un llamado a la santidad del creyente. Es por esto que algunos de los versos anteriores al verso 14 del capítulo ocho de la Carta a Los Romanos hacen énfasis en que nosotros somos capaces de vencer la naturaleza pecaminosa que opera en nuestra carne. Repetimos: esos versos no dicen que podemos ser capaces. Esos versos dicen que somos capaces.

“12 Por lo tanto, amados hermanos, no están obligados a hacer lo que su naturaleza pecaminosa los incita a hacer; 13 pues, si viven obedeciéndola, morirán; pero si mediante el poder del Espíritu hacen morir las acciones de la naturaleza pecaminosa, vivirán.”  (Rom 8:12-13, NTV)

Estos versos afirman que esa victoria se obtiene mediante la intervención del poder del Espíritu Santo (v. 13). Esta es una de las razones por las que el verso 14 de ese capítulo comienza con la conjunción causal “porque”: “14 Porque todos los que son guiados…”. Sabemos que el verso 13 dice que la metodología que usa el Espíritu para conseguir esto es el uso de Su poder. El poder del Espíritu agencia y garantiza esa dirección. ¿Por qué puede Él hacer esto? La respuesta está en el verso 14: “14 Porque todos los que son guiados…”.

Stott señala que los creyentes en Cristo podemos hacer morir las obras de la carne para entrar a la plenitud de la vida de Dios en Cristo (v.13, “zēsesthe”, G2198), “porque” somos guiados por el Espíritu de Dios. Stott, citando al Dr. Martin Lloyd Jones, añade que esta dirección del Espíritu nunca patrocina ni fomenta la violencia para conseguir esta meta. Esto es así porque el estilo del Espíritu de Dios para poner en acción todo esto es mediante los procesos de iluminación y de persuasión. Pablo lo explica así en otra de sus cartas:

“17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,” (Efe 1:17-18, RV 1960)

Como señala Stott, nosotros decidimos que queremos que nuestra identidad cambie cuando aceptamos a Cristo como Señor y Salvador. Ese cambio de identidad lo produce y promueve el Espíritu Santo y esto trae consigo la liberación de las ambiciones que nos impulsan y de las preocupaciones que nos absorben. Veamos cómo lo describe una de las fuentes consultadas para esta batería de reflexiones:

“Ahora bien, «fijar la mente» (phroneō) en los deseos de sarx o pneuma es convertirlos en «objetos absorbentes de pensamiento, interés, afecto y propósito».24 Se trata de lo que nos preocupa, de las ambiciones que nos impulsan y las preocupaciones que nos absorben, de cómo empleamos nuestro tiempo y energías, de en qué nos concentramos y a qué nos entregamos. Todo esto está determinado por quiénes somos, si todavía estamos «en la carne» o si ahora, por un nuevo nacimiento, estamos «en el Espíritu».” [6]

¿Cómo se produce esta transformación del dominio de la carne al gobierno y la dirección del Espíritu de Dios? El Apóstol Pablo describe esto con precisión en otra de sus cartas. Veamos cómo lo expresa:

“18 Con la cara descubierta, todos nos quedamos mirando fijamente la gloria del Señor, y así somos transformados en su imagen cada vez con más gloria. Este cambio viene del Señor, es decir, del Espíritu.” (2 Cor 3:18, PDT)

“18 Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu.”  (DHH)

Es el poder del Espíritu el que consigue esto exponiéndonos y sumergiéndonos cada vez más en la gloria del Señor. Esta exposición va cancelando nuestra naturaleza carnal y formando cada vez más el parecido que debemos tener con Cristo.

La segunda meta del Espíritu Santo en la dirección de los hijos de Dios es la de remplazar el temor con la libertad con la que debemos desarrollar nuestra relación con Dios. [7]

“15 Y ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En cambio, recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos” (Rom 8:15, NTV)
           
Es por eso que podemos estar firmes (“stēkō”, G4739) “en la libertad con que Cristo nos hizo libres” (Gál 5:1). Podemos hacerlo porque el Espíritu de Dios nos empodera y nos guía para que podamos ser capaces de perseverar como ciudadanos del Reino de los cielos. O sea, libres de la esclavitud del pecado y del miedo, al mismo tiempo que capacitados para cumplir con las obligaciones de ese Reino.

Stott señala que el aoristo que Pablo utiliza aquí (“recibieron”, “elabete”, G2983, aoristo indicativo activo)[8], significa que recibimos el cumplimiento de esta promesa cuando nos convertimos a Cristo. En otras palabras, que aunque experimentemos que hemos perdido esta ruta, como creyentes tenemos una promesa divina en las manos y podemos ser capaces de experimentar y de disfrutar su cumplimiento.
 
Repetimos algo que presentamos en nuestra reflexión anterior. El lenguaje de la adopción que Pablo utiliza aquí describe un proceso distinto al que le hemos adscrito en nuestra época. F.F. Bruce señala en su comentario de la Carta los Romanos que el uso grecorromano de este concepto describía el proceso legal de un padre adoptivo para seleccionar un hijo (no engendrado) para que este fuera el portador de su apellido, de su historia y de su herencia.[9]

Repetimos que es el Espíritu el que nos hace hijos: el que promueve la adopción: el que facilita que seamos herederos. En otras palabras, que en estos versos se define que una de las operaciones de la Tercera Persona de la Trinidad es darnos identidad. Esto es, afirmar y testificar acerca de quiénes somos después de haber aceptado a Cristo como nuestro Señor y Salvador.

“15 El Espíritu que ustedes han recibido ahora no los convierte en esclavos llenos de temor. Al contrario, el Espíritu que han recibido los hace hijos. Por el Espíritu podemos gritar: «¡Querido padre!» 16 El Espíritu mismo le habla a nuestro espíritu y le asegura que somos hijos de Dios.” (Rom 8:15-16, PDT)

Es muy importante destacar que Pablo no es el único escritor en el Nuevo Testamento que define esto así. Veamos cómo lo describe el escritor de la Primera Carta de Juan:

“1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.”  (1 Jn 3:1-4, RV 1960)
 
Regresando al análisis del capítulo ocho (8) de la Carta a los Romanos, tenemos que indicar que Stott añade que Pablo enuncia tres (3) verdades que Dios nos entrega para que las disfrutemos. La primera es que recibimos espíritu de adopción (filiación) (v.15a). La segunda, que podemos llamar “Papá” a Dios (v. 15b). La tercera es que el Espíritu Santo da testimonio de que somos hijos de Dios (v.16). No olvidemos que la aseveración paulina que nos ha conducido hasta aquí es que el Espíritu Santo nos tiene que dirigir a todo esto (v.14). Esto forma parte de la definición de ser hijos de Dios.

El Apóstol Pablo valida este principio una vez más cuando dice lo siguiente en su Carta a los Gálatas:

“4 Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley. 5 Dios lo envió para que comprara la libertad de los que éramos esclavos de la ley, a fin de poder adoptarnos como sus propios hijos; 6 y debido a que somos sus hijos, Dios envió al Espíritu de su Hijo a nuestro corazón, el cual nos impulsa a exclamar «Abba, Padre». 7 Ahora ya no eres un esclavo sino un hijo de Dios, y como eres su hijo, Dios te ha hecho su heredero.” (Gál 4:4-7, NTV)

“4 Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, 5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. 6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! 7 Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.” (RV 1960)

La tercera meta del Espíritu Santo en la dirección de los hijos de Dios parte de esta expresión que encontramos en la Carta a Los Romanos, así como en la Carta a Los Gálatas. Esa meta es conducirnos a orar aceptando esa filiación. Esto es, aprender a orar como Cristo oraba, llamando “Abba” al Padre celestial.

“35 Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. 36 Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.” (Mcs 14:35-36)

Debemos entender que esta era una expresión utilizada en el diario vivir de las familias judías para referirse al padre de la familia. Ningún judío la utilizaría para referirse a Dios.[10] En cambio, Cristo había instruido a sus discípulos a orar con esta confianza. Esto es, la confianza de un niño que habla con su papá.[11] Pablo afirma en este capítulo que esto sólo puede ser logrado mediante el testimonio interno del Espíritu en la vida del creyente.

“16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” (Rom 8:16)
 
El apóstol destaca esta aseveración cuando señala que nosotros ni siquiera sabemos pedir como conviene y que el Espíritu de Dios nos tiene que dirigir para poder hacerlo correctamente. O sea, con la libertad que emana de saber que somos hijos del Padre Celestial y de la seguridad que tenemos de que el Santo Espíritu ha venido a nosotros para dirigirnos en la oración. Repetimos que la aseveración paulina que nos ha conducido hasta aquí es que el Espíritu Santo nos tiene que dirigir a todo esto (v.14). Esto forma parte de la definición de ser hijos de Dios.

Tanto Stott como Lloyd Jones afirman que estas intervenciones son impredecibles, incontrolables, e inolvidables y que la intensidad de estas y su duración no pueden ser estandarizadas. Esto es así porque ellas son el producto directo de la intervención soberana del Espíritu Santo.[12]

La cuarta meta del Espíritu Santo en la dirección de los hijos de Dios son las primicias de la herencia que nos ha sido prometida (vv. 17, 23). Veamos esto con detenimiento. Por un lado, no hay duda alguna de que los creyentes en Cristo aguardamos la herencia prometida en los cielos; el galardón prometido por Cristo.

“6 Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Heb 11:6)

“8 Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo.” (2 Jn 1:8)

“18 Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.” (Apo 11:18)

“12 He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.” (Apo 22:12)

Estas promesas son indiscutibles.

Ahora bien, del análisis exegético bíblico se desprende que la herencia que Pablo describe aquí no es tan sólo la celestial. Veamos esto un poco más a fondo. La Biblia describe que la Tribu de los Levitas no recibieron herencia física como la recibieron sus hermanos de otras tribus en Israel. Esto fue así porque Dios les dijo que Él era la herencia de ellos (Det 18:2; 32:9). En otras palabras, que la presencia de Dios con ellos sería esa herencia. Encontramos que algunos escritores en el Antiguo Testamento también señalan esto basados en sus experiencias con el Señor.

“5 Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.” (Sal 16:5)

“25 ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.” (Sal 73:25)

“Me digo: «El Señor es mi herencia, por lo tanto, ¡esperaré en él!».” (Lam 3:24, NTV)

Que no quede duda: hay una herencia en los cielos esperando por nosotros.

Por otro lado, esta promesa no cancela que la presencia de las primicias que obtenemos con la presencia del Espíritu Santo en la vida de cada creyente es el adelanto de esa herencia en los cielos. Esta es una de las razones por las que encontramos las siguientes afirmaciones paulinas en los próximos versos de este capítulo:

“23 y los creyentes también gemimos—aunque tenemos al Espíritu Santo en nosotros como una muestra anticipada de la gloria futura—porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y el sufrimiento. Nosotros también deseamos con una esperanza ferviente que llegue el día en que Dios nos dé todos nuestros derechos como sus hijos adoptivos, incluido el nuevo cuerpo que nos prometió.” (Rom 8:23, NTV)

Stott concluye la presentación de esta sección del capítulo de la Carta a los Romanos que estamos analizando aquí señalando varias cosas. Una de estas, que la aseveración paulina que encontramos en el verso 14 está insertada en medio de afirmaciones que la justifican. En otras palabras, que Pablo afirma unas funciones del Espíritu Santo que le permiten llegar a esa conclusión.

  • el Espíritu de vida (Espíritu Santo) nos ha liberado de la esclavitud de la ley (v. 2).
  • nos empodera para cumplir los requisitos del Reino (v. 4).
  • nos invita y capacita para vivir según sus pensamientos y sus deseos (v.5)
  • vive en nosotros para lograr esto (v.9).
  • vivifica nuestro espíritu (v.10).
  • ha garantizado que también vivificará nuestro cuerpo en el día de la resurrección (v. 11).
  • su presencia en nosotros nos obliga a vivir como Él lo ha establecido a su manera (v. 12).
  • su poder nos permite dar muerte a las obras de la carne (v. 13).
  • nos guía como hijos de Dios (v. 14).
  • da testimonio a nuestro espíritu de que esto es lo que somos (vv. 15-16).
  • Él mismo es también el anticipo de nuestra herencia en gloria (vv.17, 23).[13] 
   

 
[1] Lloyd-Jones, Martin. Romans. 1998, Banner of Truth.
[2] Op. cit., Vol 7.
[3] Op. cit.
[4] Quell, G., Kittel, G., & Bultmann, R. (1964–). ἀλήθεια, ἀληθής, ἀληθινός, ἀληθεύω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 232–251). Eerdmans.
[5] Stott, John. (1994. Romans: God’s good news for the world. Downers Grove, Ill: Intervarsity Press, pp. 230-235.
[6] Stott, John. The Message of Romans: God's Good News for the World (The Bible Speaks Today Series) (pp. 279-280). InterVarsity Press. Kindle Edition.
[7] Stott, John. (1994. Romans: God’s good news for the world. Downers Grove, Ill: Intervarsity Press, p.232.
[8] https://biblehub.com/text/romans/8-15.htm
[9] Bruce, F.F , The Letter of Paul to the Romans, in The Tyndale New Testament Commentaries. William B. Eerdmans Publishing Co., Reprinted 2002, pp. 156-159.
[10] Stott, John, Op. cit., p.233.
[11] Jeremias, J. “Expository Times”, Vol. LXXI, Feb. 1960, p.144.
[12] Stott, John…Kindle edition, Op. cit, p. 295.
[13] Op. cit., p. 297.






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