November 17th, 2024
979 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 17 de noviembre del 2024
Una iglesia dirigida por el Espíritu Santo: El legado de mi abuela
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
A veces es inevitable meditar en el legado de alguien quien parte a las moradas celestiales. La Biblia dice que son bienaventurados los que mueren en el Señor, porque sus obras con ellos siguen.[1] Pero cuando este análisis se hace dentro del contexto del amor, cobra otro significado. Carmelina García Pérez, mejor conocida como Minín Esquilín, fue una mujer extraordinaria. Mi abuela tenía una personalidad efervescente y una alegría distintiva que le caracterizaban. Ella era de estas personas que cuando llegaba a un lugar, todo el ambiente alrededor cambiaba, pues se dejaba sentir. Los que le conocieron saben que también tenía un carácter férreo, pero a la vez irradiaba una ternura especial. Ese aspecto de ser esposa, madre y abuela de ministros es algo de lo cual se tendrán que escribir muchos volúmenes. Con su disciplina espiritual y celo por el altar nos modeló a todos nosotros lo que representaba el rol del sacerdocio. Ella marcó el corazón de sus generaciones con el siguiente mandamiento bíblico
”vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”[2]
Pero abuela también contribuyó de manera directa e indirecta en la formación de cientos y cientos de líderes, con su consejo, su dirección y su testimonio. La Biblia dice que Dios, quien da la semilla que se siembra y el pan que nos alimenta, de la misma forma, nos da todo lo necesario y hace que tengamos cada vez más, para así poder ayudar a otros.[3] Yo creo que esa promesa se manifiesta más allá del aspecto material, porque si uno es generoso para dirigir, acompañar y sostener, Dios va a multiplicar esos recursos para que más personas sean bendecidas por esa ayuda. Estoy convencido que ese es el testimonio que estamos disfrutando hoy en día, producto de ese amor por ayudar a otros que habitaba en el corazón de esa generación de fundadores de nuestra iglesia, incluyendo a mi abuela.
Mis abuelos Minín y Jacinto fueron los pastores fundadores de nuestra iglesia. Pero aún desde antes de que se fundara este ministerio ya su hogar era el lugar de encuentro para múltiples reuniones de clamor y alabanza. Esa casa siempre estaba llena de personas que iban a buscar el rostro del Señor y se oraba a todas horas del día. La Biblia dice que Dios es galardonador de los que le buscan.[4] Esa expresión lo que habla es de alguien que recibe un salario por una jornada. Es este caso, el escritor de Hebreos hablaba de la recompensa más extraordinaria que ser humano alguno pueda recibir, por virtud de una búsqueda intensa de su rostro. Esta recompensa es su misma presencia. Dios nos premia con su presencia cuando le buscamos con todo el corazón. Abuela propició esos ambientes en su hogar, que posteriormente se convirtió en sede de nuestra iglesia.
Abuela Minín era una servidora incansable, quien llevaba a cabo muy bien su ministerio de acompañamiento. Como decía el apóstol Pablo, ella era capaz de consolar a otros con el consuelo del cielo que ella había recibido[5]. Fueron muchas veces que le vi salir de un servicio de domingo junto a mi abuelo, para ir a visitar a alguien en su hogar o en el hospital. En ocasiones este acompañamiento lo hacía a altas horas de la noche, o a veces de madrugada. Siempre recordaré verle orando por teléfono, impartiendo palabras de consuelo, fortaleza y dirección a la persona que estaba al otro lado de la llamada. Abuela también era una cocinera extraordinaria. En la casa de mis abuelos siempre había una competencia para ver quién de los dos cocinaba mejor, si él o ella. Pero independientemente de quien estuviera a cargo de la cocina, los manjares no se hacían esperar. Curioso es el caso, de que allí comía todo el mundo y siempre Dios hacía provisión para eso. Abuela tenía bien claro que Dios es aquel que puede multiplicar los panes y los peces para alimentar a las multitudes y ese testimonio lo vivimos junto a ella en innumerables ocasiones. Mi abuela era también una mujer de un consejo atinado, siempre dispuesta a dirigir con esa virtud. Una historia íntima familiar es que yo agarré varios regaños de parte de mis padres porque la factura de teléfonos comenzó a aumentar significativamente por mi culpa. Resulta ser que antes de que existieran los teléfonos celulares (si, soy de esa época) llamar a Canóvanas desde mi casa era considerado como una llamada a larga distancia. Yo llamaba a menudo a mi abuela para contarle de varios asuntos personales y de paso ella me contaba uno que otro chiste que había aprendido. Estas citas telefónicas fueron en aumento hasta que me metí en problemas por el aumento en el costo de la factura telefónica. Memorias imborrables.
Abuela fue una mujer de familia, que valoraba los vínculos; y así hacía sentir a todos los que le conocían, como si fueran familia. Sobre este particular el apóstol Pablo le decía a la iglesia en Efeso que así debíamos comportarnos, como miembros del cuerpo de Cristo.
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,” [6]
Siempre me ha parecido bien interesante ese concepto de ser advenedizos. La palabra en griego es pároikos (G3941). Este concepto se utiliza para referirse a personas que viven en un lugar de manera ilegal. Estas personas no tienen su ciudadanía legalmente establecida. En la antigüedad, los advenedizos no podían participar de las ceremonias litúrgicas del pueblo de Israel, a menos que se volvieran prosélitos (un gentil convertido al judaísmo)(Ex. 12:49).[7] Esa experiencia ha sido traducida a nosotros, que no pertenecíamos por nuestra condición de pecado. A través de Cristo hemos sido hechos ciudadanos del cielo. A través de Cristo tenemos acceso a las moradas del Padre y podemos estar desde ya, cerca de su presencia. El Apóstol Pablo le decía esto a la iglesia de Éfeso
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” [8]
Dios se ha encargado de cerrar la brecha que había entre él y nosotros, por medio de Cristo Jesús. A nosotros nos toca mantener la unidad del cuerpo de Cristo. [9] Mis abuelos tomaban bien en serio este aspecto de ser parte del cuerpo de Cristo e instituyeron una cultura de familiaridad en nuestra iglesia que siempre vamos a aspirar a mantener. Así desea Dios encontrarnos, como un cuerpo, delante de su presencia.
Pero hay dos cosas principales que me gustaría destacar de mi amada abuela Minín. Ella era una mujer de oración sinigual. Oraba con autoridad, oraba con Fe, oraba con discernimiento y oraba en todo momento. Los testimonios relacionados a este aspecto también deben ser escritos en múltiples volúmenes, pues las experiencias de oración en esa casa eran de otro nivel. Quizás sea hasta difícil de comprender, pero supe verla a ella y a mi abuelo rejuvenecerse, mientras oraban. Su apariencia física y hasta la manera en que se movían cambiaba cuando comenzaban a fluir en el clamor a Dios. Esa es una de tantas memorias que guardaré en mi corazón relacionado a este aspecto. Ciertamente, cuando no había nada más que promesas para nuestra iglesia, ella fue de ese grupo de intercesores que movió el trono de Dios en oración, para que todo lo que estamos disfrutando hoy como congregación se materializara.
Pero hay un aspecto que quizás es el más significativo a destacar. A mi abuela le gustaba cantar. Es un secreto a voces que fue ella quien nos inculcó el amor por la canción, aspecto que hoy es parte distintivo de nuestra familia. Fue ella quien nos enseñó a cantar, pues lo hacía de mañana, de tarde y en las noches. Y en los momentos de circunstancias difíciles en su vida, fue la canción lo que sanó su corazón. Es extraordinario, que la canción era tan parte de su ser, que aún cuando su lucidez se veía comprometida por su condición de Alzheimer, no se olvidaba de sus himnos. En sus últimos meses de vida ella era capaz de olvidar si había comido algo, tan solo con pasar minutos luego de haber ingerido alimentos. Sin embargo, iba a un servicio de domingo y no se olvidaba de ningún coro. Pero si esto es impresionante, más extraordinario es que ella no se olvidaba de himnos que son tan antiguos que ni tan siquiera aparecen en los himnarios tradicionales. Los cantaba de memoria, frase por frase. La Biblia dice que debemos bendecir al Señor en todo tiempo y que su alabanza debe estar de continuo en nuestros labios.[10] Esta experiencia en la vida de mi abuela trascendió sus las capacidades neurológicas y se convirtió en un testimonio del Espíritu.
El legado de mi abuela Minín se verá reflejado en cada cosa que hacemos como iglesia. Se verá reflejado en nuestro amor por las personas y en la manera como les recibimos, pues ella hacía sentir a todos como familia. Su legado se verá reflejado en nuestro servicio y acompañamiento, pues eso fue lo que nos modeló por tantos años. Su legado se verá reflejado en cada reunión de clamor, porque ella fue de las que forjó esa identidad en nosotros, una identidad de iglesia de oración. Su legado se verá reflejado en la forma en que evangelizamos pues ella le hablaba a todos de Jesús. Su legado también se verá reflejado en cada alabanza que elevamos al Señor, pues eso fue lo que nos enseñó a hacer.
El Apóstol Pablo le decía a la iglesia en Corinto que el amor, agape, ese amor que movió a Dios a entregar a su hijo Jesús por nosotros en la cruz del calvario, nunca deja de ser.[11] Muchos teólogos han explicado que esta frase tiene distintas vías. Ese amor es un amor que perdura, que no se marchita y que permanece hermoso como una flor a la cual no se le caen los pétalos.[12] Pero también es un amor que no es anulado. En el plano espiritual así es el amor de Dios por nosotros. Es un amor que no falla, un amor que perdura y un amor que nunca pierde su efectividad ni su hermosura. Pero el amor se puede manifestar de esa misma forma en el plano terrenal, al ofrecerlo y demostrarlo hacia aquellos seres a quienes amamos. Honrar el legado de aquellos quienes nos antecedieron es una expresión de ese amor que nunca deja de ser, aun cuando la separación física esté presente.
La tarde del 12 de Noviembre de 2024 fue el momento que Dios escogió para llamar a mi abuela Minín a su presencia. Indudablemente hoy está delante de su amado salvador, por primera vez mirándole cara a cara, cantándole como solía hacer:
“Qué bonito son los ojos de Jesús, cuando miran con destellos de arrebol”
Damos gracias a Dios por su vida y por su consuelo para con nosotros. En medio de los tiempos de lágrimas él nos inunda con un amor que nunca deja de ser.
[1] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Re 14:13.
[2] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 1 Pe 2:4–5.
[3] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 2 Co 9:10.
[4] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Heb 11:6.
[5] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 2 Co 1:4.
[6] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Eph 2:19–20.
[7] Gerhard Kittel, Gerhard Friedrich, and Geoffrey William Bromiley, Theological Dictionary of the New Testament, Abridged in One Volume (Grand Rapids, MI: W.B. Eerdmans, 1985), 789.
[8] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Eph 2:13–16.
[9] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Jn 17:23.
[10] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Ps 34:1.
[11] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 1 Co 13:8.
[12] H. D. M. Spence-Jones, ed., 1 Corinthians, The Pulpit Commentary (London; New York: Funk & Wagnalls Company, 1909), 425.
Una iglesia dirigida por el Espíritu Santo: El legado de mi abuela
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
A veces es inevitable meditar en el legado de alguien quien parte a las moradas celestiales. La Biblia dice que son bienaventurados los que mueren en el Señor, porque sus obras con ellos siguen.[1] Pero cuando este análisis se hace dentro del contexto del amor, cobra otro significado. Carmelina García Pérez, mejor conocida como Minín Esquilín, fue una mujer extraordinaria. Mi abuela tenía una personalidad efervescente y una alegría distintiva que le caracterizaban. Ella era de estas personas que cuando llegaba a un lugar, todo el ambiente alrededor cambiaba, pues se dejaba sentir. Los que le conocieron saben que también tenía un carácter férreo, pero a la vez irradiaba una ternura especial. Ese aspecto de ser esposa, madre y abuela de ministros es algo de lo cual se tendrán que escribir muchos volúmenes. Con su disciplina espiritual y celo por el altar nos modeló a todos nosotros lo que representaba el rol del sacerdocio. Ella marcó el corazón de sus generaciones con el siguiente mandamiento bíblico
”vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”[2]
Pero abuela también contribuyó de manera directa e indirecta en la formación de cientos y cientos de líderes, con su consejo, su dirección y su testimonio. La Biblia dice que Dios, quien da la semilla que se siembra y el pan que nos alimenta, de la misma forma, nos da todo lo necesario y hace que tengamos cada vez más, para así poder ayudar a otros.[3] Yo creo que esa promesa se manifiesta más allá del aspecto material, porque si uno es generoso para dirigir, acompañar y sostener, Dios va a multiplicar esos recursos para que más personas sean bendecidas por esa ayuda. Estoy convencido que ese es el testimonio que estamos disfrutando hoy en día, producto de ese amor por ayudar a otros que habitaba en el corazón de esa generación de fundadores de nuestra iglesia, incluyendo a mi abuela.
Mis abuelos Minín y Jacinto fueron los pastores fundadores de nuestra iglesia. Pero aún desde antes de que se fundara este ministerio ya su hogar era el lugar de encuentro para múltiples reuniones de clamor y alabanza. Esa casa siempre estaba llena de personas que iban a buscar el rostro del Señor y se oraba a todas horas del día. La Biblia dice que Dios es galardonador de los que le buscan.[4] Esa expresión lo que habla es de alguien que recibe un salario por una jornada. Es este caso, el escritor de Hebreos hablaba de la recompensa más extraordinaria que ser humano alguno pueda recibir, por virtud de una búsqueda intensa de su rostro. Esta recompensa es su misma presencia. Dios nos premia con su presencia cuando le buscamos con todo el corazón. Abuela propició esos ambientes en su hogar, que posteriormente se convirtió en sede de nuestra iglesia.
Abuela Minín era una servidora incansable, quien llevaba a cabo muy bien su ministerio de acompañamiento. Como decía el apóstol Pablo, ella era capaz de consolar a otros con el consuelo del cielo que ella había recibido[5]. Fueron muchas veces que le vi salir de un servicio de domingo junto a mi abuelo, para ir a visitar a alguien en su hogar o en el hospital. En ocasiones este acompañamiento lo hacía a altas horas de la noche, o a veces de madrugada. Siempre recordaré verle orando por teléfono, impartiendo palabras de consuelo, fortaleza y dirección a la persona que estaba al otro lado de la llamada. Abuela también era una cocinera extraordinaria. En la casa de mis abuelos siempre había una competencia para ver quién de los dos cocinaba mejor, si él o ella. Pero independientemente de quien estuviera a cargo de la cocina, los manjares no se hacían esperar. Curioso es el caso, de que allí comía todo el mundo y siempre Dios hacía provisión para eso. Abuela tenía bien claro que Dios es aquel que puede multiplicar los panes y los peces para alimentar a las multitudes y ese testimonio lo vivimos junto a ella en innumerables ocasiones. Mi abuela era también una mujer de un consejo atinado, siempre dispuesta a dirigir con esa virtud. Una historia íntima familiar es que yo agarré varios regaños de parte de mis padres porque la factura de teléfonos comenzó a aumentar significativamente por mi culpa. Resulta ser que antes de que existieran los teléfonos celulares (si, soy de esa época) llamar a Canóvanas desde mi casa era considerado como una llamada a larga distancia. Yo llamaba a menudo a mi abuela para contarle de varios asuntos personales y de paso ella me contaba uno que otro chiste que había aprendido. Estas citas telefónicas fueron en aumento hasta que me metí en problemas por el aumento en el costo de la factura telefónica. Memorias imborrables.
Abuela fue una mujer de familia, que valoraba los vínculos; y así hacía sentir a todos los que le conocían, como si fueran familia. Sobre este particular el apóstol Pablo le decía a la iglesia en Efeso que así debíamos comportarnos, como miembros del cuerpo de Cristo.
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,” [6]
Siempre me ha parecido bien interesante ese concepto de ser advenedizos. La palabra en griego es pároikos (G3941). Este concepto se utiliza para referirse a personas que viven en un lugar de manera ilegal. Estas personas no tienen su ciudadanía legalmente establecida. En la antigüedad, los advenedizos no podían participar de las ceremonias litúrgicas del pueblo de Israel, a menos que se volvieran prosélitos (un gentil convertido al judaísmo)(Ex. 12:49).[7] Esa experiencia ha sido traducida a nosotros, que no pertenecíamos por nuestra condición de pecado. A través de Cristo hemos sido hechos ciudadanos del cielo. A través de Cristo tenemos acceso a las moradas del Padre y podemos estar desde ya, cerca de su presencia. El Apóstol Pablo le decía esto a la iglesia de Éfeso
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” [8]
Dios se ha encargado de cerrar la brecha que había entre él y nosotros, por medio de Cristo Jesús. A nosotros nos toca mantener la unidad del cuerpo de Cristo. [9] Mis abuelos tomaban bien en serio este aspecto de ser parte del cuerpo de Cristo e instituyeron una cultura de familiaridad en nuestra iglesia que siempre vamos a aspirar a mantener. Así desea Dios encontrarnos, como un cuerpo, delante de su presencia.
Pero hay dos cosas principales que me gustaría destacar de mi amada abuela Minín. Ella era una mujer de oración sinigual. Oraba con autoridad, oraba con Fe, oraba con discernimiento y oraba en todo momento. Los testimonios relacionados a este aspecto también deben ser escritos en múltiples volúmenes, pues las experiencias de oración en esa casa eran de otro nivel. Quizás sea hasta difícil de comprender, pero supe verla a ella y a mi abuelo rejuvenecerse, mientras oraban. Su apariencia física y hasta la manera en que se movían cambiaba cuando comenzaban a fluir en el clamor a Dios. Esa es una de tantas memorias que guardaré en mi corazón relacionado a este aspecto. Ciertamente, cuando no había nada más que promesas para nuestra iglesia, ella fue de ese grupo de intercesores que movió el trono de Dios en oración, para que todo lo que estamos disfrutando hoy como congregación se materializara.
Pero hay un aspecto que quizás es el más significativo a destacar. A mi abuela le gustaba cantar. Es un secreto a voces que fue ella quien nos inculcó el amor por la canción, aspecto que hoy es parte distintivo de nuestra familia. Fue ella quien nos enseñó a cantar, pues lo hacía de mañana, de tarde y en las noches. Y en los momentos de circunstancias difíciles en su vida, fue la canción lo que sanó su corazón. Es extraordinario, que la canción era tan parte de su ser, que aún cuando su lucidez se veía comprometida por su condición de Alzheimer, no se olvidaba de sus himnos. En sus últimos meses de vida ella era capaz de olvidar si había comido algo, tan solo con pasar minutos luego de haber ingerido alimentos. Sin embargo, iba a un servicio de domingo y no se olvidaba de ningún coro. Pero si esto es impresionante, más extraordinario es que ella no se olvidaba de himnos que son tan antiguos que ni tan siquiera aparecen en los himnarios tradicionales. Los cantaba de memoria, frase por frase. La Biblia dice que debemos bendecir al Señor en todo tiempo y que su alabanza debe estar de continuo en nuestros labios.[10] Esta experiencia en la vida de mi abuela trascendió sus las capacidades neurológicas y se convirtió en un testimonio del Espíritu.
El legado de mi abuela Minín se verá reflejado en cada cosa que hacemos como iglesia. Se verá reflejado en nuestro amor por las personas y en la manera como les recibimos, pues ella hacía sentir a todos como familia. Su legado se verá reflejado en nuestro servicio y acompañamiento, pues eso fue lo que nos modeló por tantos años. Su legado se verá reflejado en cada reunión de clamor, porque ella fue de las que forjó esa identidad en nosotros, una identidad de iglesia de oración. Su legado se verá reflejado en la forma en que evangelizamos pues ella le hablaba a todos de Jesús. Su legado también se verá reflejado en cada alabanza que elevamos al Señor, pues eso fue lo que nos enseñó a hacer.
El Apóstol Pablo le decía a la iglesia en Corinto que el amor, agape, ese amor que movió a Dios a entregar a su hijo Jesús por nosotros en la cruz del calvario, nunca deja de ser.[11] Muchos teólogos han explicado que esta frase tiene distintas vías. Ese amor es un amor que perdura, que no se marchita y que permanece hermoso como una flor a la cual no se le caen los pétalos.[12] Pero también es un amor que no es anulado. En el plano espiritual así es el amor de Dios por nosotros. Es un amor que no falla, un amor que perdura y un amor que nunca pierde su efectividad ni su hermosura. Pero el amor se puede manifestar de esa misma forma en el plano terrenal, al ofrecerlo y demostrarlo hacia aquellos seres a quienes amamos. Honrar el legado de aquellos quienes nos antecedieron es una expresión de ese amor que nunca deja de ser, aun cuando la separación física esté presente.
La tarde del 12 de Noviembre de 2024 fue el momento que Dios escogió para llamar a mi abuela Minín a su presencia. Indudablemente hoy está delante de su amado salvador, por primera vez mirándole cara a cara, cantándole como solía hacer:
“Qué bonito son los ojos de Jesús, cuando miran con destellos de arrebol”
Damos gracias a Dios por su vida y por su consuelo para con nosotros. En medio de los tiempos de lágrimas él nos inunda con un amor que nunca deja de ser.
[1] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Re 14:13.
[2] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 1 Pe 2:4–5.
[3] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 2 Co 9:10.
[4] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Heb 11:6.
[5] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 2 Co 1:4.
[6] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Eph 2:19–20.
[7] Gerhard Kittel, Gerhard Friedrich, and Geoffrey William Bromiley, Theological Dictionary of the New Testament, Abridged in One Volume (Grand Rapids, MI: W.B. Eerdmans, 1985), 789.
[8] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Eph 2:13–16.
[9] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Jn 17:23.
[10] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Ps 34:1.
[11] Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), 1 Co 13:8.
[12] H. D. M. Spence-Jones, ed., 1 Corinthians, The Pulpit Commentary (London; New York: Funk & Wagnalls Company, 1909), 425.
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1 Comment
El mensaje me tocó de muchas maneras , lloré lágrimas de Alegría con la descripción de tu abuela mi Titi Minin. Una mujer de Dios , súper especial. La separación física trae dolor pero la memoria de su sonrisa, la sabrosa cocina , los buenos consejos , su voz de ángel, su forma de orar , su fe y amor para muchos siempre quedará en mi corazón .