March 9th, 2025
995 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 9 de marzo del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos conduce a adorar (VII)
“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
La definición de la adoración que nos ha provisto el Rdo. Abelardo Díaz Morales nos ha cautivado. Sabemos que existen muchas definiciones extraordinarias de este concepto. Cada una de estas está enfocada en áreas distintas del desarrollo de la vida cristiana. Por ejemplo, el Rdo. Erwin Lutzer ha provisto una que está enfocada en nuestro servicio como adoradores del Señor.
“Si no hemos aprendido a ser adoradores, en realidad no importa cuán bien hagamos cualquier otra cosa.”
En otras palabras, para Lutzer la adoración es primordial para el servicio cristiano porque lo define, lo orienta y lo gerencia. De acuerdo a esta definición no podemos ser capaces de servir al Señor con eficiencia si no hemos sido capaces de responder a la presencia de Dios en Cristo como Él espera que lo hagamos. No perdamos de vista que la Biblia dice que todo lo que los creyentes en Cristo hacemos en la vida lo hacemos para el Señor.
“17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él……23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (Col 3:17, 23-24)
Una de las definiciones provista por Richard Foster, un teólogo cuáquero nacido en Nuevo Méjico, está enfocada en la transformación del creyente.
“Si la adoración no nos cambia, no ha sido adoración. Estar ante el Santo de la eternidad es cambiar. La adoración comienza en una santa expectativa; termina en una santa obediencia.”
Esta definición no debe sorprender a nadie. Creemos que debe ser obvio que es imposible estar ante la presencia de Dios y salir de allí siendo las mismas personas que éramos antes de hacerlo. Esta aseveración se amplía de manera exponencial cuando consideramos que los creyentes en Cristo hemos sido llamados a ofrecer una adoración constante y consuetudinaria. De hecho, el salmista decía que hemos sido llamados a adorar al Señor en todo tiempo.
“1 Bendeciré a Jehová en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca. 2 En Jehová se gloriará mi alma; Lo oirán los mansos, y se alegrarán.” (Sal 34:1-2)
Esto también significa que los procesos de transformación que experimentamos también tienen que ser constantes y consuetudinarios.
Al mismo tiempo, Calvin Coolidge (1872–1933), expresidente de los Estados Unidos, enfocaba su definición de este concepto desde la perspectiva del crecimiento holístico del creyente.
“Solo cuando los hombres comienzan a adorar es que comienzan a crecer.”
En otras palabras, esta definición establece que adorar a Dios es sinónimo de crecer. Esto es, crecer en nuestra relación con Él, en el conocimiento que obtenemos de nosotros mismos y en el entendimiento de la tarea y los propósitos que él tiene con nosotros.
Por otro lado, el Dr. Charles R. Swindoll dedica una de sus definiciones de la adoración al escenario de la adquisición de sabiduría para manejar aquello que nos trae preocupaciones.
“¿Qué viene del Señor porque es imposible para los humanos fabricarlo? La sabiduría. ¿Qué viene de los humanos porque es imposible para el Señor experimentarlo? La preocupación. ¿Y qué es lo que trae sabiduría y disipa la preocupación? La adoración.”
El Texto Sagrado del Nuevo Testamento utiliza el vocablo griego “merimna” (G3308) para describir lo que los occidentales llamamos preocupación (2 Cor 11:28). Este proviene de la raíz griega “merizō” (G3307) y “meros” (G3313). La primera puede ser traducida como dividir, desunir, fragmentar en partes. La segunda, fragmentar y separar en porciones. En otras palabras, que alguien que está preocupado es alguien que tiene su mente fragmentada, dividida y/o desunida. La definición de adoración que provee el Dr. Swindoll nos invita a ver la adoración como la clave para encontrar medicina para esta condición. Es muy interesante el dato de que Swindoll describa que la adoración nos permite acceder a la sabiduría de Dios (“sabiduría de lo alto”). La Biblia dice lo siguiente acerca de esta:
“13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. 14 Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; 15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. 16 Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. 17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. 18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” (Stg 3:13-18)
“13 ¿Hay entre ustedes alguien verdaderamente sabio y entendido? Que demuestre su sabiduría con su buena conducta y con buenas obras hechas con humildad. El verdadero sabio no es orgulloso. 14 Pero si ustedes están llenos de celos y rivalidad, no tienen por qué dárselas de sabios. Su orgullo es una mentira que oculta la verdad. 15 Esa no es la clase de sabiduría que viene del cielo sino terrenal, producto de la mente; aunque en realidad viene del demonio. 16 Por eso, donde hay celos y rivalidad, también hay desorden y toda clase de mal.17 Pero la sabiduría que viene del cielo es, ante todo, pura. También es pacífica, considerada y flexible. Además siempre es compasiva y produce una cosecha de bondad. Así mismo es justa y sincera. 18 Aquellos que promueven la paz por medios pacíficos están sembrando una cosecha de justicia.” (PDT)
Estamos convencidos de que esta porción de las Sagradas Escrituras se explica por sí misma.
Un Rabino judío llamado Abraham J. Heschel (1907–1972), decidió compartir una de sus definiciones de la adoración enfocándose en la perspectiva de la vida que ésta nos ofrece.
“La adoración es una forma de vivir, una forma de ver el mundo a la luz de Dios . . . de elevarse a un nivel superior de existencia, de ver el mundo desde el punto de vista de Dios.”
Esta definición encuentra su validación en la teología bíblica del Nuevo Testamento. Un ejemplo de esto lo encontramos en unas expresiones del Apóstol Pablo a la iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso. En estas Pablo señala que a los creyentes en Cristo se nos ha concedido la capacidad de ver la vida desde los lugares celestiales. Él añade que estamos sentados allí unidos a Cristo, gracias a que nuestro Señor resucitó de entre los muertos.
“4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,” (Efe 2:4-6, RV1960)
La definición de Heschel afirma que la adoración nos permite desarrollar esta clase de perspectiva de la vida y de todo lo que acontece en ella. En otras palabras, que nos concede la oportunidad de ver nuestras vidas y todo lo que nos acontece desde el mismo punto de vista del Eterno. Estamos convencidos de que esta perspectiva nos permite afinar nuestro servicio como cristianos, agiliza los procesos de transformación, nos permite avanzar en las agendas de crecimiento y minimiza las preocupaciones.
Es muy interesante que la interpretación de la adoración que nos ofrece el Rdo. Díaz Morales se desarrolla desde la perspectiva del conocimiento de Dios que cada creyente en Cristo puede y debe desarrollar. Esto es, conocer a Dios con la razón, conocerle con el corazón y conocerle con la voluntad.
Este acercamiento es cónsono con una de las herramientas que nuestro Señor utiliza para establecer el diálogo con la mujer samaritana que aparece en el capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan. Tanto así, que en una de sus interpelaciones el Señor le indica que ella es incapaz de reconocer sus necesidades, de aceptar el mensaje que se le está formulando y de adorar a Aquél que se lo está proveyendo porque no conoce el don de Dios ni a Aquél que le está hablando.
“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10, RV 1960)
“10 Jesús contestó:—Si supieras lo que Dios puede dar y conocieras al que te está pidiendo agua —contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva.” (DHH)
Veamos una vez más la definición de la adoración que nos ofrece el Rdo. Díaz Morales:
“Conocer a Dios con la razón es admirarle en sus obras; conocer a Dios con el corazón es amarle por su bondad; conocer a Dios con la voluntad es imitarle en su santidad y en sus propósitos. La verdadera adoración comprende este triple conocimiento de Dios, el cual se manifiesta en el creyente por medio de la admiración, el amor y la perfección espiritual”[1]
“Conocer a Dios con la voluntad es imitarle en su santidad y en sus propósitos.”
¿Qué significa conocer a Dios con la voluntad?[2] Algunas de las definiciones que el Diccionario de la lengua española nos ofrece acerca de la voluntad son las siguientes:
El concepto griego “thelēma” (G2307) es el que más se utiliza en el Nuevo Testamento para referirse a esta. Este es la forma prolongada de “thelō” (G2309, determinación, acción de determinar escoger) y puede ser traducido como una determinación, una elección (específicamente propósito, decreto; abstractamente volición) o inclinación. También como deseo, placer y/o voluntad. [4]
La Biblia es directa en sus expresiones acerca de las diferencias que existen entre vivir bajo los designios de nuestra voluntad y la de Dios. Un ejemplo de esto lo tenemos en el consejo divino que encontramos en la Primera Carta del Apóstol Pedro:
“1 Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, 2 para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios.” (1 Ped 4:1-2)
Otro ejemplo lo encontramos en la oración modelo que nuestro Señor nos entregó y la condición establecida de hacer la voluntad de Dios para poder entrar al reino de Dios.
“10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mat 6:10)
“21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” (Mat 7:21)
El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento dice acerca de la primera cita que esta no expresa una mera sumisión, sino el consentimiento al cumplimiento integral de la voluntad de Dios en consonancia con la santificación de su nombre y la venida de su reino. Este recurso académico añade que esto implica una actitud última y básica por parte de aquél que ora y que esto concuerda exactamente con la petición del Hijo de Dios en Getsemaní (Mat 26:42).[5] En otras palabras, que la oración misma requiere que sometamos nuestra voluntad a la divina. La buena noticia es que el deseo del corazón de Dios es que nadie se pierda, sino que todos procedamos al arrepentimiento
“9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2 Ped 3:9)
Ahora bien, es obvio que la voluntad a la que el Rdo. Díaz Morales hace referencia es la nuestra. Es con esta que hemos sido invitados a conocer a Dios. O sea, que conocer a Dios es un ejercicio voluntario, no obligado y personal. Dios no se nos puede revelar a menos que decidamos esto voluntariamente.
El Rdo. Díaz Morales describe así que esta clase de sumisión voluntaria tiene como resultado el que anhelemos imitar a Dios en su santidad, esto es, vivir separados para Él y al mismo tiempo desear sus propósitos.
Esto último nos obliga a reaccionar a los conceptos hebreo y griego que más se utilizan en las Sagradas Escrituras para referirse al propósito. Tomemos como ejemplo el concepto hebreo “machăshâbâh” (H4284). El salmista lo utiliza en el Salmo 33.
“Pero los planes del Señor se mantienen firmes para siempre; sus propósitos nunca serán frustrados. (Sal 33:11, NVI)
“Pero Dios cumple sus propios planes, y realiza sus propósitos.” (TLA)
La versión RV1960 traduce este verso describiéndolo como “pensamientos de su corazón por todas las generaciones.” Esta traducción es así porque el texto hebreo dice “macshevot libo ledor vador” y “libo” es la declinación de “lêb” (H3820) que significa corazón. O sea, que este salmo dice que los propósitos de Dios emanan de su corazón. En otras palabras, que adorar nos acerca a querer imitar a Dios en sus propósitos porque la adoración nos acerca cada vez más al corazón del Eterno; el asiento de sus propósitos. O sea, que adorar a Dios nos lleva a anhelar el palpitar del corazón del Eterno.
En el caso del Nuevo Testamento, el concepto griego que más se utiliza para describir el propósito es “prothesis” (G4286, Hch 11:23; Rom 8:28; 9:11; Efe 1:11; 3:11). El Diccionario de la lengua española dice lo siguiente acerca de este concepto:
“Del lat. tardío prothĕsis 'adición de un sonido al principio de una palabra', y este del gr. πρόσθεσις prósthesis, alterado por infl. de πρόθεσις, próthesis 'exposición'.”[6]
En otras palabras, que podemos decir que la adoración nos acerca cada vez más a rendirnos a aceptar la prótesis que Dios nos tiene que colocar para que podamos cumplir con los planes que Él tiene con cada uno de nosotros.
Concluimos esta reflexión señalando que la definición que ofrece el Rdo. Díaz Morales señala que la aceptación voluntaria de la revelación de Dios (conocerle con la voluntad) nos conduce a anhelar vivir separados para Él y a aceptar las prótesis que necesitamos para honrarle con todo lo que somos, prótesis que emanan de su corazón.
[1] Díaz Morales, Abelardo. Puerto Rico Evangélico, reflexiones. Publicado el 25 de junio de 1916.
[2] Hemos dedicado espacio en otras reflexiones para analizar el significado del concepto conocer.
[3] https://dle.rae.es/voluntad?m=form
[4] Strong, J. (2009). En A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p.36). Logos Bible Software.
[5] Schrenk, G. (1964–). θέλω, θέλημα, θέλησις. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, p. 55). Eerdmans.
[6] https://dle.rae.es/prótesis.
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos conduce a adorar (VII)
“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
La definición de la adoración que nos ha provisto el Rdo. Abelardo Díaz Morales nos ha cautivado. Sabemos que existen muchas definiciones extraordinarias de este concepto. Cada una de estas está enfocada en áreas distintas del desarrollo de la vida cristiana. Por ejemplo, el Rdo. Erwin Lutzer ha provisto una que está enfocada en nuestro servicio como adoradores del Señor.
“Si no hemos aprendido a ser adoradores, en realidad no importa cuán bien hagamos cualquier otra cosa.”
En otras palabras, para Lutzer la adoración es primordial para el servicio cristiano porque lo define, lo orienta y lo gerencia. De acuerdo a esta definición no podemos ser capaces de servir al Señor con eficiencia si no hemos sido capaces de responder a la presencia de Dios en Cristo como Él espera que lo hagamos. No perdamos de vista que la Biblia dice que todo lo que los creyentes en Cristo hacemos en la vida lo hacemos para el Señor.
“17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él……23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (Col 3:17, 23-24)
Una de las definiciones provista por Richard Foster, un teólogo cuáquero nacido en Nuevo Méjico, está enfocada en la transformación del creyente.
“Si la adoración no nos cambia, no ha sido adoración. Estar ante el Santo de la eternidad es cambiar. La adoración comienza en una santa expectativa; termina en una santa obediencia.”
Esta definición no debe sorprender a nadie. Creemos que debe ser obvio que es imposible estar ante la presencia de Dios y salir de allí siendo las mismas personas que éramos antes de hacerlo. Esta aseveración se amplía de manera exponencial cuando consideramos que los creyentes en Cristo hemos sido llamados a ofrecer una adoración constante y consuetudinaria. De hecho, el salmista decía que hemos sido llamados a adorar al Señor en todo tiempo.
“1 Bendeciré a Jehová en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca. 2 En Jehová se gloriará mi alma; Lo oirán los mansos, y se alegrarán.” (Sal 34:1-2)
Esto también significa que los procesos de transformación que experimentamos también tienen que ser constantes y consuetudinarios.
Al mismo tiempo, Calvin Coolidge (1872–1933), expresidente de los Estados Unidos, enfocaba su definición de este concepto desde la perspectiva del crecimiento holístico del creyente.
“Solo cuando los hombres comienzan a adorar es que comienzan a crecer.”
En otras palabras, esta definición establece que adorar a Dios es sinónimo de crecer. Esto es, crecer en nuestra relación con Él, en el conocimiento que obtenemos de nosotros mismos y en el entendimiento de la tarea y los propósitos que él tiene con nosotros.
Por otro lado, el Dr. Charles R. Swindoll dedica una de sus definiciones de la adoración al escenario de la adquisición de sabiduría para manejar aquello que nos trae preocupaciones.
“¿Qué viene del Señor porque es imposible para los humanos fabricarlo? La sabiduría. ¿Qué viene de los humanos porque es imposible para el Señor experimentarlo? La preocupación. ¿Y qué es lo que trae sabiduría y disipa la preocupación? La adoración.”
El Texto Sagrado del Nuevo Testamento utiliza el vocablo griego “merimna” (G3308) para describir lo que los occidentales llamamos preocupación (2 Cor 11:28). Este proviene de la raíz griega “merizō” (G3307) y “meros” (G3313). La primera puede ser traducida como dividir, desunir, fragmentar en partes. La segunda, fragmentar y separar en porciones. En otras palabras, que alguien que está preocupado es alguien que tiene su mente fragmentada, dividida y/o desunida. La definición de adoración que provee el Dr. Swindoll nos invita a ver la adoración como la clave para encontrar medicina para esta condición. Es muy interesante el dato de que Swindoll describa que la adoración nos permite acceder a la sabiduría de Dios (“sabiduría de lo alto”). La Biblia dice lo siguiente acerca de esta:
“13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. 14 Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; 15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. 16 Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. 17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. 18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” (Stg 3:13-18)
“13 ¿Hay entre ustedes alguien verdaderamente sabio y entendido? Que demuestre su sabiduría con su buena conducta y con buenas obras hechas con humildad. El verdadero sabio no es orgulloso. 14 Pero si ustedes están llenos de celos y rivalidad, no tienen por qué dárselas de sabios. Su orgullo es una mentira que oculta la verdad. 15 Esa no es la clase de sabiduría que viene del cielo sino terrenal, producto de la mente; aunque en realidad viene del demonio. 16 Por eso, donde hay celos y rivalidad, también hay desorden y toda clase de mal.17 Pero la sabiduría que viene del cielo es, ante todo, pura. También es pacífica, considerada y flexible. Además siempre es compasiva y produce una cosecha de bondad. Así mismo es justa y sincera. 18 Aquellos que promueven la paz por medios pacíficos están sembrando una cosecha de justicia.” (PDT)
Estamos convencidos de que esta porción de las Sagradas Escrituras se explica por sí misma.
Un Rabino judío llamado Abraham J. Heschel (1907–1972), decidió compartir una de sus definiciones de la adoración enfocándose en la perspectiva de la vida que ésta nos ofrece.
“La adoración es una forma de vivir, una forma de ver el mundo a la luz de Dios . . . de elevarse a un nivel superior de existencia, de ver el mundo desde el punto de vista de Dios.”
Esta definición encuentra su validación en la teología bíblica del Nuevo Testamento. Un ejemplo de esto lo encontramos en unas expresiones del Apóstol Pablo a la iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso. En estas Pablo señala que a los creyentes en Cristo se nos ha concedido la capacidad de ver la vida desde los lugares celestiales. Él añade que estamos sentados allí unidos a Cristo, gracias a que nuestro Señor resucitó de entre los muertos.
“4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,” (Efe 2:4-6, RV1960)
La definición de Heschel afirma que la adoración nos permite desarrollar esta clase de perspectiva de la vida y de todo lo que acontece en ella. En otras palabras, que nos concede la oportunidad de ver nuestras vidas y todo lo que nos acontece desde el mismo punto de vista del Eterno. Estamos convencidos de que esta perspectiva nos permite afinar nuestro servicio como cristianos, agiliza los procesos de transformación, nos permite avanzar en las agendas de crecimiento y minimiza las preocupaciones.
Es muy interesante que la interpretación de la adoración que nos ofrece el Rdo. Díaz Morales se desarrolla desde la perspectiva del conocimiento de Dios que cada creyente en Cristo puede y debe desarrollar. Esto es, conocer a Dios con la razón, conocerle con el corazón y conocerle con la voluntad.
Este acercamiento es cónsono con una de las herramientas que nuestro Señor utiliza para establecer el diálogo con la mujer samaritana que aparece en el capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan. Tanto así, que en una de sus interpelaciones el Señor le indica que ella es incapaz de reconocer sus necesidades, de aceptar el mensaje que se le está formulando y de adorar a Aquél que se lo está proveyendo porque no conoce el don de Dios ni a Aquél que le está hablando.
“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10, RV 1960)
“10 Jesús contestó:—Si supieras lo que Dios puede dar y conocieras al que te está pidiendo agua —contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva.” (DHH)
Veamos una vez más la definición de la adoración que nos ofrece el Rdo. Díaz Morales:
“Conocer a Dios con la razón es admirarle en sus obras; conocer a Dios con el corazón es amarle por su bondad; conocer a Dios con la voluntad es imitarle en su santidad y en sus propósitos. La verdadera adoración comprende este triple conocimiento de Dios, el cual se manifiesta en el creyente por medio de la admiración, el amor y la perfección espiritual”[1]
“Conocer a Dios con la voluntad es imitarle en su santidad y en sus propósitos.”
¿Qué significa conocer a Dios con la voluntad?[2] Algunas de las definiciones que el Diccionario de la lengua española nos ofrece acerca de la voluntad son las siguientes:
- facultad de decidir y ordenar la propia conducta.
- acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola.
- libre albedrío o libre determinación.
- elección de algo sin precepto o impulso externo que a ello obligue.
- intención, ánimo o resolución de hacer algo.
- amor, cariño, afición, benevolencia o afecto.
- gana o deseo de hacer algo.
- disposición, precepto o mandato de alguien.
- elección hecha por el propio dictamen o gusto, sin atención a otro respeto o reparo. Propia voluntad.
- consentimiento, asentimiento, aquiescencia.[3]
El concepto griego “thelēma” (G2307) es el que más se utiliza en el Nuevo Testamento para referirse a esta. Este es la forma prolongada de “thelō” (G2309, determinación, acción de determinar escoger) y puede ser traducido como una determinación, una elección (específicamente propósito, decreto; abstractamente volición) o inclinación. También como deseo, placer y/o voluntad. [4]
La Biblia es directa en sus expresiones acerca de las diferencias que existen entre vivir bajo los designios de nuestra voluntad y la de Dios. Un ejemplo de esto lo tenemos en el consejo divino que encontramos en la Primera Carta del Apóstol Pedro:
“1 Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, 2 para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios.” (1 Ped 4:1-2)
Otro ejemplo lo encontramos en la oración modelo que nuestro Señor nos entregó y la condición establecida de hacer la voluntad de Dios para poder entrar al reino de Dios.
“10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mat 6:10)
“21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” (Mat 7:21)
El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento dice acerca de la primera cita que esta no expresa una mera sumisión, sino el consentimiento al cumplimiento integral de la voluntad de Dios en consonancia con la santificación de su nombre y la venida de su reino. Este recurso académico añade que esto implica una actitud última y básica por parte de aquél que ora y que esto concuerda exactamente con la petición del Hijo de Dios en Getsemaní (Mat 26:42).[5] En otras palabras, que la oración misma requiere que sometamos nuestra voluntad a la divina. La buena noticia es que el deseo del corazón de Dios es que nadie se pierda, sino que todos procedamos al arrepentimiento
“9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2 Ped 3:9)
Ahora bien, es obvio que la voluntad a la que el Rdo. Díaz Morales hace referencia es la nuestra. Es con esta que hemos sido invitados a conocer a Dios. O sea, que conocer a Dios es un ejercicio voluntario, no obligado y personal. Dios no se nos puede revelar a menos que decidamos esto voluntariamente.
El Rdo. Díaz Morales describe así que esta clase de sumisión voluntaria tiene como resultado el que anhelemos imitar a Dios en su santidad, esto es, vivir separados para Él y al mismo tiempo desear sus propósitos.
Esto último nos obliga a reaccionar a los conceptos hebreo y griego que más se utilizan en las Sagradas Escrituras para referirse al propósito. Tomemos como ejemplo el concepto hebreo “machăshâbâh” (H4284). El salmista lo utiliza en el Salmo 33.
“Pero los planes del Señor se mantienen firmes para siempre; sus propósitos nunca serán frustrados. (Sal 33:11, NVI)
“Pero Dios cumple sus propios planes, y realiza sus propósitos.” (TLA)
La versión RV1960 traduce este verso describiéndolo como “pensamientos de su corazón por todas las generaciones.” Esta traducción es así porque el texto hebreo dice “macshevot libo ledor vador” y “libo” es la declinación de “lêb” (H3820) que significa corazón. O sea, que este salmo dice que los propósitos de Dios emanan de su corazón. En otras palabras, que adorar nos acerca a querer imitar a Dios en sus propósitos porque la adoración nos acerca cada vez más al corazón del Eterno; el asiento de sus propósitos. O sea, que adorar a Dios nos lleva a anhelar el palpitar del corazón del Eterno.
En el caso del Nuevo Testamento, el concepto griego que más se utiliza para describir el propósito es “prothesis” (G4286, Hch 11:23; Rom 8:28; 9:11; Efe 1:11; 3:11). El Diccionario de la lengua española dice lo siguiente acerca de este concepto:
“Del lat. tardío prothĕsis 'adición de un sonido al principio de una palabra', y este del gr. πρόσθεσις prósthesis, alterado por infl. de πρόθεσις, próthesis 'exposición'.”[6]
En otras palabras, que podemos decir que la adoración nos acerca cada vez más a rendirnos a aceptar la prótesis que Dios nos tiene que colocar para que podamos cumplir con los planes que Él tiene con cada uno de nosotros.
Concluimos esta reflexión señalando que la definición que ofrece el Rdo. Díaz Morales señala que la aceptación voluntaria de la revelación de Dios (conocerle con la voluntad) nos conduce a anhelar vivir separados para Él y a aceptar las prótesis que necesitamos para honrarle con todo lo que somos, prótesis que emanan de su corazón.
[1] Díaz Morales, Abelardo. Puerto Rico Evangélico, reflexiones. Publicado el 25 de junio de 1916.
[2] Hemos dedicado espacio en otras reflexiones para analizar el significado del concepto conocer.
[3] https://dle.rae.es/voluntad?m=form
[4] Strong, J. (2009). En A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p.36). Logos Bible Software.
[5] Schrenk, G. (1964–). θέλω, θέλημα, θέλησις. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, p. 55). Eerdmans.
[6] https://dle.rae.es/prótesis.
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February
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