1019 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 24 de agosto del 2025

1019 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 24 de agosto del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos lleva, nos guía, nos dirige y nos muestra las cosas profundas de Dios (III).

 
“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”  (Rom 8:14-17, RV1960)

El pasaje bíblico que aparece en el epígrafe de esta reflexión define la dirección que el Espíritu Santo debe proveerle a cada cristiano desde la perspectiva de la filiación de ese creyente con Dios. O sea, Pablo dice aquí que nuestro carácter como hijos de Dios está supeditado a que permitamos que el Espíritu de Dios nos dirija. Repetimos: esta es una declaración absoluta: “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.”

Casi todas las versiones bíblicas consultadas presentan este pasaje de manera similar. Algunas, como la Traducción en Lenguaje Actual (TLA), son mucho más incisivas señalando que lo que Pablo está presentando aquí es que esto trata acerca de la obediencia al Espíritu de Dios.

“14 Todos los que viven en obediencia al Espíritu de Dios, son hijos de Dios” (Rom 8:14, TLA)

La mayoría de los exégetas bíblicos concuerdan en que parte de la interpretación de esta aseveración emana de los versos que preceden y suceden a este verso. Por ejemplo, el Dr. John Stott[1] señala que la totalidad del mensaje que encontramos en el capítulo ocho de la Carta a Los Romanos provee la explicación que necesitamos para entender lo que dicen los versos antes citados. Stott señala que este capítulo comienza describiendo la libertad que poseemos como creyentes en Cristo e identificando quién es el produce esta libertad.
 
El Apóstol Pablo, escritor de esta Carta, dice aquí que los creyentes somos libres de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8:2). Añade, a renglón seguido, que esta liberación fue producida por el Espíritu de vida en Cristo Jesús (v.2). El Espíritu de vida es el Espíritu Santo. Ese pasaje continúa diciendo que hay cinco (5) acciones que se desarrollaron para producir esta libertad. Estas son:

  • Dios envía a su Hijo (Rom 5:8, 10; 8:32)
  • Lo envía en semejanza de carne de pecado (esto es, asumiendo la naturaleza caída)
  • Lo envía a causa del pecado (o sea, como una ofrenda; Heb 10:6,8; 13:11)
  • Condenó al pecado en la carne (“katekrinen”, G2632: condenación y ejecución)[2]
  • Y lo hace para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros (Rom 8:3-4)

Estamos de acuerdo con el Dr. Stott en que esto último trasciende nuestra justificación e incluye la santificación porque las próximas aseveraciones paulinas describen lo siguiente:

  • aquellos que hemos recibido esto hemos decidido andar conforme al Espíritu (v.4b)
  • aquellos que hemos recibido esto hemos decidido pensar en las cosas del Espíritu (v.5b)

Los lectores deben haber identificado todas las acciones y funciones del Espíritu Santo que aparecen descritas en los primeros versos de este capítulo. El Espíritu de Dios nos da vida en Cristo, y facilita todo el esquema de salvación y santificación que el Padre quiso poner en función.

Del análisis de ese capítulo se deprende que lo próximo que el Apóstol Pablo nos comunica es que los creyentes en Cristo hemos sido transformados para ser controlados por el Espíritu Santo. O sea, que pasamos de la agenda de la salvación a la de la transformación. Pablo afirma que hay una condición para esto: que el Espíritu Santo viva en nosotros. Esta presencia en el interior del creyente es la que garantiza que los creyentes no nos dejemos dominar por la naturaleza pecaminosa que antes operaba en nosotros.

“9 Pero ustedes no están dominados por su naturaleza pecaminosa. Son controlados por el Espíritu si el Espíritu de Dios vive en ustedes. (Y recuerden que los que no tienen al Espíritu de Cristo en ellos, de ninguna manera pertenecen a él).” (Rom 8:9, NTV)

Es obvio que las funciones y operaciones del Espíritu Santo que Pablo describe aquí son vitales para el creyente en Cristo. El Espíritu de Dios nos controla y nos ayuda a no ser dominados por nuestra naturaleza pecaminosa. El llamado es a entregar ese control al Espíritu de Dios.

Ahora bien, estas afirmaciones paulinas van seguidas de unas aseveraciones acerca de la muerte bautismal: la muerte a nuestra vieja naturaleza que los creyentes afirmamos cuando somos bautizados. Esto, acompañado de la vida que el Espíritu de Dios nos da. Este pasaje bíblico señala que la vida que Él nos da trasciende la vida que tenemos aquí porque garantiza nuestra resurrección.

“10 Y Cristo vive en ustedes; entonces, aunque el cuerpo morirá por causa del pecado, el Espíritu les da vida, porque ustedes ya fueron hechos justos a los ojos de Dios. 11 El Espíritu de Dios, quien levantó a Jesús de los muertos, vive en ustedes; y así como Dios levantó a Cristo Jesús de los muertos, él dará vida a sus cuerpos mortales mediante el mismo Espíritu, quien vive en ustedes.” (Rom 8:10-11, NTV)

En otras palabras, el Espíritu Santo nos da vida aquí y va a levantar a aquellos que se han adelantado a las moradas celestiales en la mañana de la resurrección de los muertos en Cristo. O sea, que pasamos de la agenda de la transformación y el control de nuestras vidas por el Espíritu Santo a la agenda de la totalidad de la vida aquí y la vida venidera mediante la resurrección de entre los muertos.

Cuando el Dr. Warren W. Wiersbe comenta este pasaje, él señala que los creyentes en Cristo no tenemos obligación alguna con la carne. Esto es, porque hemos aceptado a Cristo como el Señor y el Salvador de nuestras vidas y Él pagó las deudas que teníamos con la carne. El verso doce de ese capítulo lo describe así.

“12 Por lo tanto, amados hermanos, no están obligados a hacer lo que su naturaleza pecaminosa los incita a hacer.”  (Rom 8:12, NTV)

Él añade que nuestra decisión por Cristo cancela la deuda, pero establece una obligación: nos obliga a seguir la dirección del Espíritu porque:

“Fue el Espíritu quien nos convenció y nos mostró nuestra necesidad del Salvador. Fue el Espíritu quien impartió la fe salvadora, quien implantó la nueva naturaleza en nosotros y quien a diario nos da testimonio de que somos hijos de Dios. ¡Qué gran deuda tenemos con el Espíritu! Cristo nos amó tanto que murió por nosotros; el Espíritu nos ama tanto que vive en nosotros. Diariamente soporta nuestra carnalidad y egoísmo; diariamente se entristece por nuestro pecado; sin embargo, nos ama y permanece en nosotros como el sello de Dios y las arras (2 Cor. 1:22) de las bendiciones que nos aguardan en la eternidad. Si una persona no tiene al Espíritu morando en ella, no es hijo de Dios.”[3] (Traducción libre)

Es muy importante repetir que los creyentes en Cristo tenemos obligaciones y no deudas, pues todas nuestras deudas fueron canceladas en la cruz del Calvario. Como dice el Profesor C.K. Barret:

“Nosotros estamos obligados como hombres resucitados de entre los muertos; compárese con 6:13. Pero nuestra obligación no es con la carne, para permitir que nuestras vidas sean determinadas por ella. ….. La vida determinada por la carne es una vida centrada en el yo, vida humana en y para sí misma, separada de Dios. Dicha vida solo puede tener un fin, a saber, la muerte, debido al principio establecido en 6:23 y porque, por definición, está separada de Dios, quien es la fuente de la vida. Porque si vives bajo la autoridad de la carne, estás condenado a muerte. Pablo no usa el simple futuro «Morirás», sino una palabra que se usa a menudo [“apothnēskein”, G599] para denotar un «evento que seguramente ocurrirá como consecuencia de la decisión de Dios». Compárese con 4:24; 1 Tes. 3:4. El que busca su vida, la perderá; el que no muere por la fe, morirá eternamente. Pero si por el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis. «Las obras del cuerpo» son las mismas que «vuestros miembros que están sobre la tierra» en Col. 3:5. Hacerlas morir es verdaderamente «considerarse muerto al pecado» (6:11; cf. 7:4), y solo puede hacerse «por el Espíritu». La referencia aquí no se refiere al espíritu humano, sino al Espíritu de Dios, como lo confirma el «Porque» (‘gar’) con el que comienza el v. 14. Este es el camino que lleva desde la resurrección del bautismo hasta la resurrección en el día postrero: «viviréis»…A lo largo del resto de este extenso párrafo, Pablo se ocupa de este camino. Comienza aquí con un mandato a sus lectores para que sigan el camino de la vida, y no el de la muerte, y procede a darles la seguridad de la salvación final y a consolarlos en las aflicciones que la precederán.”[4]

Añadimos a esto que el Espíritu Santo es el que derrama en nosotros el amor del Padre (Rom 5:5) y es Él el que nos ha dado vida y el poder para matar las obras, las prácticas (“praxis”, G4234) de la carne de modo que nosotros podamos tener vida (“zēsesthe”, G2198) de Dios.[5] Todo esto aparece recogido en el verso 13 del capítulo ocho (8) de la Carta a los Romanos.
 
“13 pues, si viven obedeciéndola, morirán; pero si mediante el poder del Espíritu hacen morir las acciones de la naturaleza pecaminosa, vivirán.” (Rom 8:13, NTV)

El proceso y la acción de dominar esa naturaleza es sinónimo de estar muertos a esta. La Biblia afirma esto así. Veamos una cita directa acerca de esta expresión bíblica.

“Vivir en la carne o bajo la ley (y someterse a la ley es avanzar hacia la vida en la carne) conduce a la esclavitud; pero el Espíritu nos guía a una vida gloriosa de libertad en Cristo. Para el creyente, la libertad nunca significa libertad para hacer lo que le plazca, ¡pues esa es la peor clase de esclavitud! Más bien, la libertad cristiana en el Espíritu es liberación de la ley y de la carne para que podamos agradar a Dios y convertirnos en lo que él quiere que seamos.”[6] (Traducción libre)

No perdamos de vista que estos versos afirman que el Espíritu Santo es el que nos guía y dirige para lograr esto.

Es relevante señalar que Pablo incluye expresiones similares en otra de sus cartas. Por ejemplo, él nos dice lo siguiente en la Carta a los Gálatas:

“16 Por eso les digo: dejen que el Espíritu Santo los guíe en la vida. Entonces no se dejarán llevar por los impulsos de la naturaleza pecaminosa. 17 La naturaleza pecaminosa desea hacer el mal, que es precisamente lo contrario de lo que quiere el Espíritu. Y el Espíritu nos da deseos que se oponen a lo que desea la naturaleza pecaminosa. Estas dos fuerzas luchan constantemente entre sí, entonces ustedes no son libres para llevar a cabo sus buenas intenciones, 18 pero cuando el Espíritu los guía, ya no están obligados a cumplir la ley de Moisés.” (Gál 5:16-18, NTV)

El análisis de los versos que suceden al verso 14 nos permite saber que el Espíritu Santo es llamado «el Espíritu de adopción». Es importante entender que el concepto «adopción» en el Nuevo Testamento no posee el mismo significado que nosotros los occidentales posmodernos le adscribimos a este. Esto es, lo que suele significar hoy: acoger a un niño en una familia para que sea miembro legal de ella. El significado literal de la palabra griega (“uihothesia”, G5206) es «colocación de hijo», de adentro o de afuera de la familia y convertirlo en heredero legítimo[7]. O sea, que el peso más importante de este proceso legal es la participación en la herencia.

Hay que afirmar que esto requería un proceso legal y de la radicación de un Testamento.[8] Pablo afirma que esto es lo que hace el Espíritu Santo. Él nos convence de pecado, de juicio y de justicia (Jn 16:8-11) y nos convierte en herederos legítimos de la herencia del Padre y coherederos juntamente con Cristo (Rom 8:17). El proceso legal y el Testamento que certifica todo esto fue presentado y aprobado en la cruz del Calvario.
 
Es desde este contexto greco-romano que el Apóstol Pablo describe este proceso cuando dice lo siguiente:

“15 Y ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En cambio, recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos «Abba, Padre». 16 Pues su Espíritu se une a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios. 17 Así que como somos sus hijos, también somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios; pero si vamos a participar de su gloria, también debemos participar de su sufrimiento.”  (Rom 8:15-17, NTV)

Los lectores deben haberse percatado del énfasis que Pablo hace acerca de la voluntad humana. Nosotros hemos sido llamados e invitados a decidir que queremos permitir que el Espíritu Santo nos dirija, nos guíe en la vida: “dejen que el Espíritu Santo los guíe en la vida.” Repetimos: nadie puede decidir esto por nosotros. Este es un ejercicio libre y voluntario.

“16 Por eso les doy este consejo: dejen que el Espíritu guíe su vida y no complazcan los deseos perversos de su naturaleza carnal.” (PDT)

“16 Por lo tanto, digo: Vivan según el Espíritu, y no busquen satisfacer sus propios malos deseos.” (DHH)

Esos versos afirman que pasamos de la agenda de la entrega voluntaria de la totalidad de la vida dirigida por el Espíritu Santo a la agenda de la adopción que genera el mismo Espíritu.

Algunos creyentes pueden ver todas estas condiciones como alarmantes y amenazantes para nuestra fe y nuestra relación con Cristo. Es por eso que repetimos lo escrito por el Apóstol Pablo:

“15 Y ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En cambio, recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos «Abba, Padre»” (Rom 8:15, NTV)

No hay razón alguna para que estos requisitos nos atemoricen, nos produzcan miedo (“phobos”, G5401). Dios ha hecho provisión para que todo esto se desarrolle con libertad, sin “espíritu de esclavitud (“douleia”, G1397). Esa libertad nos permite llamar “Papá” (“Abba”, G5) al Creador de todo lo que existe. Esto también es producido por el Espíritu Santo.

Repetimos una vez más: es el Espíritu Santo quién produce todo esto. Por lo tanto, es necesario ser dirigidos por Él para poder disfrutar de todos estos beneficios. En otras palabras, si Él no nos dirige no podemos ser adoptados. Y si no somos adoptados, entonces no podemos ser hijos de Dios ni herederos, juntamente con Cristo, de todo lo que el Padre ha diseñado para sus hijos.


 
[1] Stott, John. The Message of Romans: God's Good News for the World (The Bible Speaks Today Series) (pp. 274-278). InterVarsity Press. Kindle Edition.
[2] La ley mosaica condenaba el pecado, pero cuando Dios lo condenó en la cruz, el juicio cayó sobre el Hijo.
[3] Wiersbe, W. W. (1992). Wiersbe’s expository outlines on the New Testament (pp. 388–389). Victor Books.
[4] Barrett, C. K. (1991). The Epistle to the Romans (Rev. ed., pp. 152–154). Continuum.
[5] Stott, John. (1994. Romans: God’s good news for the world. Downers Grove, Ill: Intervarsity Press., pp. 226-236.
[6] Wiersbe, W.W. Op cit.
[7] Barrett, C. K. (1991). Op.cit.
[8] Schweizer, E., von Martitz, P. W., Fohrer, G., Lohse, E., & Schneemelcher, W. (1964–). υἱός, υἱοθεσία. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 8, pp. 397–399). Eerdmans.








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