September 15th, 2024
970 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 15 de septiembre del 2024
Dirigidos por el Espíritu Santo: el lugar de los dones espirituales (XII)
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
El Apóstol Pablo marcó la historia de la humanidad por los pasados dos (2) mil años con su Himno del amor: el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios. Ese himno es además una descripción de 16 características que ese amor posee. Sí, el amor “agápē” de Dios (G26) posee no menos de 16 de estas. Ese pasaje bíblico no limita las mismas al tema del amor, sino que las coloca dentro de las descripciones del estilo de vida, de la hoja de ruta, de las exigencias, por decirlo así, de la vida en el Espíritu del Cristiano y el uso y la administración que requieren los dones (“charismata”) que el Espíritu les ha regalado a los creyentes en Cristo. Es por eso que es himno comienza diciendo lo siguiente en sus primeros tres (3) versos:
“13 Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. 2 Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios; si poseo todo conocimiento, si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. 3 Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, si entrego mi cuerpo para tener de qué presumir, pero no tengo amor, nada gano con eso.” (1 Cor 13:1-3, NVI)
En esta reflexión procuramos analizar otra de estas características. En este caso se trata de la expresión: “6 no se goza de la injusticia,”.
De primera intención tenemos que indicar que hay varias maneras de acercarse a esta expresión bíblica. La más sencilla y sobria es señalando que los creyentes en Cristo no podemos proveer espacios para la injusticia y mucho menos para gozarnos de que estas estén ocurriendo. Amar y servir a Cristo no permite espacios para tolerar y mucho menos gozarnos de cualquier cosa que ponga en entredicho o afecte a otras personas. No hay espacio para ningún tipo de discrimen, de abuso o de atropello. No hay espacio para gozarnos ni para reírnos de los males que sufren otras personas, familias o pueblos. El creyente en Cristo que ha sido bautizado y abrazado por el “agápē” de Dios no puede abrir espacios ni escenarios para gozarse con esto y mucho menos para patrocinarlo.
Ahora bien, la injusticia a la que Pablo se refiere aquí emana del concepto griego “adikía” (G93), que puede ser traducido como una actividad que es injusta, una acción injusta, la injusticia, hacer lo que es injusto.[1] Otras fuentes la traducen como se traduce como iniquidad, injusto, maldad, o un hecho que viola la ley y la justicia.[2]
Este concepto proviene del concepto “adikos” (G94) que es el vocablo que se utilizaba para describir al violador de la ley, a alguien injusto, traicionero o malvado. Esto, no en el sentido general de una persona que es injusta, sino desde la perspectiva de que esa persona actúa, se encuentra y opera en contra de la ley y/o que es incivilizado.[3] O sea, que la conoce y ha decidido ignorarla y no obedecerla. El concepto griego “dikē” (G1349) es sinónimo de los conceptos derecho, justicia, principio, una decisión o su ejecución y hasta juicio. El sufijo “a” (G1) convierte este término en todo lo opuesto.
El uso del concepto griego “adikía” fuera del Nuevo Testamento era común para describir la transgresión y la falta de orden. En otras palabras, aquello que va en contra de los principios éticos, contra la religión, lo que es pecaminoso, lo que va en contra de Dios.[4] El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) lo describe como el antónimo de “dikaiosunē” (G1343): lo opuesto a alguien que es equitativo, que posee un carácter afinado, que es santo, justo correcto o idóneo.
Era también considerado como lo opuesto de la verdad (“alētheia”, G225), porque la obediencia a la verdad es lo opuesto a la “adikía”. Dicho de otra manera, la verdad es suprimida cuando se practica lo que Pablo llama aquí “injusticia.” Esto es así porque los griegos consideraban que la verdad era un poder que uno tiene que obedecer [5] y la “adikía” procura suprimirla. No hace falta enfatizar que Jesucristo es la verdad (Jn 14:6) y de Él emana ese poder que tenemos que obedecer para nuestra salvación.
Es obvio que la Iglesia en Corinto debió haber estado batallando contra este mal. No obstante, esta es una palabra de admonición que el Señor le envía a toda la Iglesia de todas las generaciones de la historia. No podemos darle espacio a un pecado que procura suprimir el poder de la verdad que es Cristo.
Tal vez, la mejor forma de acercarnos al centro de esta admonición es viendo el uso y los contextos en los que estos son presentados. Por ejemplo, la “adikía” es también considerada un pecado contra Dios y que se puede convertir en una prisión. Un ejemplo de esto lo encontramos en la reprensión que los discípulos le aplican a Simón el mago por haber querido comprar con dinero el poder para hacer milagros:
“18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. 20 Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. 21 No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. 22 Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; 23 porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.” (Hch 8:18-23)[6] (“prisión de ‘adikia’”)
No perdamos de vista que Simón no quería comprar los dones del Espíritu como el que compra un “charisma”. Él quería comprar un “dōrea” (G1431), un regalo que representaba la autoridad y la efectividad del poder de Dios a través de estos. Aunque era miembro de la Iglesia, su pensamiento estaba tan entenebrecido que él quería pagar por algo que Dios le regala a los de corazón limpio.
La mala noticia es que la cárcel en la que estaba Simón no ha cesado operaciones. La Biblia dice que la “adikía” está ligada al pecado (“hamartía”, G266). Este es el caso que presenta la Primera Carta de Juan cuando dice lo siguiente:
“8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” [7](1 Jn 1:8-9)
O sea, que el pecado necesita ser confesado para ser perdonado, pero la prisión (“adikía”: traducido aquí como maldad) necesita ser limpiada (“katharizō”, G2511). Repetimos, lo primero requiere ser perdonado, pero lo segundo requiere ser limpiado. Es necesario admitir que esta condición existe en nosotros para que esta limpieza ocurra.
Pero hay más, la Biblia dice escuetamente que la “adikía” es pecado. Así lo recoge la Primera Carta de Juan cuando dice lo siguiente:
“17 Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte.” (1 Jn 5:17)
“17 Cualquier tipo de injusticia es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte eterna.” (PDT)
Por otro lado, algunos pasajes bíblicos colocan este concepto dentro del escenario escatológico. Un ejemplo de esto lo encontramos en la Segunda Carta a los Tesalonicenses cuando describe las estrategias del Anticristo.
“8 Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; 9 inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, 10 y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.” (2 Tes 2:8-10)
En otras palabras, que la práctica de la injusticia forma parte de las estrategias de la persona que se opone a Cristo y que procurará destruir el reino de nuestro Salvador. Esto se complica más cuando tomamos en cuenta que la Biblia dice que el Anticristo opera como un espíritu que salió de las filas de la Iglesia:
“18 Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. 19 Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros.” (1 Jn 2:18-19)
En otras palabras, que es cierto que al final de los tiempos vamos a tener una figura preponderante tratando de oponerse a Cristo y a todo lo que nuestro Señor representa. No obstante, no es menos cierto que esta clase de oposición siempre ha estado entre nosotros y que se desarrolló en las entrañas de la Iglesia.
Les advertimos a aquellos que se hayan podido impresionar con estas declaraciones que existen unas condiciones aún más terribles acerca de la injusticia. Santiago lo explica así cuando habla del poder para desatar la injusticia y la maldad que poseemos en nuestras palabras.
“5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! 6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (Stg 3:5-6)
“5 Lo mismo pasa con la lengua; es una parte muy pequeña del cuerpo, pero es capaz de grandes cosas. ¡Qué bosque tan grande puede quemarse por causa de un pequeño fuego! 6 Y la lengua es un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro cuerpo, que contamina a toda la persona. Está encendida por el infierno mismo, y a su vez hace arder todo el curso de la vida.”
La frase “mundo de maldad” es literalmente mundo de “adikía”. Destacamos que este pasaje bíblico señala que la lengua, el vocabulario pecaminoso, las palabras sin control, son el instrumento detonante de todo esto. Pero también señala que el contaminante, el veneno que esta libera, es comparable a un mundo de maldad que está escondido en nuestros cuerpos; la “adikía”.
Esta aseveración es impactante porque 1 Corintios 13:6 describe que el amor de Dios (“agápē”) no provee espacio para esta clase de conducta por instintiva y natural que esta pueda ser.
Es por esto que Pablo aprovecha la oportunidad en la que le escribe a Timoteo, uno de sus hijos espirituales para decirle lo siguiente:
“19 Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2 Tim 2:19)
Este pasaje dice que tenemos que apartarnos (“aphistēmi,” G868) de la “adikía”. Ese concepto puede ser traducido como retirarse, ya sea espacialmente o del contexto de un estado o relación o de la comunión con una persona. De ahí también el sentido de “renunciar”, “desistir”, “apartarse”. O sea, que este es un ejercicio personal y voluntario[8]. Esta decisión convertida en acción se toma sobre el fundamento en el que hemos sido edificados y la relación que tenemos con este. Ese fundamento es Cristo, la roca inconmovible de los siglos.
Al mismo tiempo, es Pedro el que nos advierte acerca de la metodología que todo esto puede seguir y el juicio que le espera a aquellos que no se arrepientan de esta conducta:
“12 Estos maestros insultan lo que no entienden. Actúan sin pensar, como animales que nacen para ser atrapados y muertos, y terminarán como esos animales. 13 Ellos les hacen mal a otros y se les pagará con la misma moneda. Disfrutan haciendo a la vista de todos lo que les viene en gana; cuando cenan con ustedes, ellos son una mancha que causa vergüenza, pues con sus mañas lo echan todo a perder. 14 No pueden ver a una mujer sin desvestirla con la mirada. Ese es su pecado permanente. Hacen pecar a las personas inestables, son avaros y expertos en aprovecharse de los demás. Por eso están bajo maldición. 15 Se apartaron del buen camino y se desviaron por el mismo camino de Balán, el hijo de Bosor, a quien le encantaba que le pagaran por hacer maldades.”
La afirmación paulina que encontramos en el capítulo 13 de la Primera Carta a Los Corintios subraya que el “agápē” no se puede gozar de la “adikía”. Dicho de otro modo, el carácter que desarrolla el amor de Dios no provee espacio para gozarse, hacer “chairō” (G5463) con esto.
Una pregunta muy válida es la siguiente: ¿cómo puede uno “gozarse” con la “adikía”? La respuesta para esta pregunta requiere entender que los griegos describían este concepto (gozarse) no solo como uno que ocurre en el centro de las emociones, sino como uno que forma parte de las bases del hedonismo. De hecho, Filón de Alejandría decía que el carácter religioso de este concepto podía estar íntimamente conectado con la intoxicación religiosa.[9] Él decía que el gozo es “nativo” de Dios, que sólo le pertenece, proviene y es encontrado en Él. Sin embargo, hay personas que solo lo usan para sentirse bien y para esconder o no tener que enfrentar las realidades que lleva por dentro o que están manejando.
No obstante, el Kittel dice que Filón añadía que el gozo constante está intrínsicamente conectado a las virtudes. Por lo tanto, sólo aquellos que se han disciplinado para cultivar y vivir dentro de las virtudes pueden disfrutar de un gozo puro y constante. Es por esto que hay gozo cuando se encuentra al perdido (Lcs 15:5-7, 11-32). Es por esto que el pueblo podía regocijarse con lo que hacía y decía Jesucristo (Lcs 13:17; 19:6), o que nuestros nombres estén escritos en el Libro de la Vida en los cielos (Lcs 10:20). Es por eso que la Iglesia puede mantener ese gozo aún en medio del sufrimiento.
“11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mat 5:11-12)
Todas estas son búsquedas genuinas e intangibles.
Sin embargo, esto puede cambiar cuando nuestras búsquedas son puramente epidermales. Esto es, cuando decidimos que el beneficio más grande que pretendemos es la intoxicación del espíritu para no tener que lidiar con las realidades que llevamos por dentro.
A base de todo lo antes expuesto tenemos que concluir que el génesis de todo esto está en lo que la iglesia sirve y presenta como mensaje Cristiano. Nos preguntamos: ¿no será que la iglesia del Señor puede estar ofreciendo religión que intoxica en vez del mensaje redentor y liberador de la cruz?
[1] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 744). United Bible Societies.
[2] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
[3] Schrenk, G. (1964–). ἄδικος, ἀδικία, ἀδικέω, ἀδίκημα (adikos, adikía, adikeō, adikēma). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, p. 150). Eerdmans.
[4] Op. cit. p. 154
[5] Op. cit. p. 156.
[6] El texto griego dice “syndesmon adikías” (prisión de injusticia o de maldad)
[7] El texto griego dice “aphē hēmin tas hamartías kai katharisē hēmas apo pasēs adikías” (perdonar a nosotros nuestros pecados y poder limpiar a nosotros de toda maldad)
[8] Schlier, H. (1964–). ἀφίστημι, ἀποστασία, διχοστασία (aphistēmi, apostasía, dixostasía). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, p. 512). Eerdmans.
[9] Conzelmann, H., & Zimmerli, W. (1964–). χαίρω, χαρά, συγχαίρω, χάρις, χαρίζομαι, χαριτόω, ἀχάριστος, χάρισμα, εὐχαριστέω, εὐχαριστία, εὐχάριστος (chaíro, chará, sinchaíro, charis, charízomai, charistóo, acháristos, chárisma, euchaistéo, eucaristía, eucháristos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, p. 365). Eerdmans
Dirigidos por el Espíritu Santo: el lugar de los dones espirituales (XII)
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
El Apóstol Pablo marcó la historia de la humanidad por los pasados dos (2) mil años con su Himno del amor: el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios. Ese himno es además una descripción de 16 características que ese amor posee. Sí, el amor “agápē” de Dios (G26) posee no menos de 16 de estas. Ese pasaje bíblico no limita las mismas al tema del amor, sino que las coloca dentro de las descripciones del estilo de vida, de la hoja de ruta, de las exigencias, por decirlo así, de la vida en el Espíritu del Cristiano y el uso y la administración que requieren los dones (“charismata”) que el Espíritu les ha regalado a los creyentes en Cristo. Es por eso que es himno comienza diciendo lo siguiente en sus primeros tres (3) versos:
“13 Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. 2 Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios; si poseo todo conocimiento, si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. 3 Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, si entrego mi cuerpo para tener de qué presumir, pero no tengo amor, nada gano con eso.” (1 Cor 13:1-3, NVI)
En esta reflexión procuramos analizar otra de estas características. En este caso se trata de la expresión: “6 no se goza de la injusticia,”.
De primera intención tenemos que indicar que hay varias maneras de acercarse a esta expresión bíblica. La más sencilla y sobria es señalando que los creyentes en Cristo no podemos proveer espacios para la injusticia y mucho menos para gozarnos de que estas estén ocurriendo. Amar y servir a Cristo no permite espacios para tolerar y mucho menos gozarnos de cualquier cosa que ponga en entredicho o afecte a otras personas. No hay espacio para ningún tipo de discrimen, de abuso o de atropello. No hay espacio para gozarnos ni para reírnos de los males que sufren otras personas, familias o pueblos. El creyente en Cristo que ha sido bautizado y abrazado por el “agápē” de Dios no puede abrir espacios ni escenarios para gozarse con esto y mucho menos para patrocinarlo.
Ahora bien, la injusticia a la que Pablo se refiere aquí emana del concepto griego “adikía” (G93), que puede ser traducido como una actividad que es injusta, una acción injusta, la injusticia, hacer lo que es injusto.[1] Otras fuentes la traducen como se traduce como iniquidad, injusto, maldad, o un hecho que viola la ley y la justicia.[2]
Este concepto proviene del concepto “adikos” (G94) que es el vocablo que se utilizaba para describir al violador de la ley, a alguien injusto, traicionero o malvado. Esto, no en el sentido general de una persona que es injusta, sino desde la perspectiva de que esa persona actúa, se encuentra y opera en contra de la ley y/o que es incivilizado.[3] O sea, que la conoce y ha decidido ignorarla y no obedecerla. El concepto griego “dikē” (G1349) es sinónimo de los conceptos derecho, justicia, principio, una decisión o su ejecución y hasta juicio. El sufijo “a” (G1) convierte este término en todo lo opuesto.
El uso del concepto griego “adikía” fuera del Nuevo Testamento era común para describir la transgresión y la falta de orden. En otras palabras, aquello que va en contra de los principios éticos, contra la religión, lo que es pecaminoso, lo que va en contra de Dios.[4] El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) lo describe como el antónimo de “dikaiosunē” (G1343): lo opuesto a alguien que es equitativo, que posee un carácter afinado, que es santo, justo correcto o idóneo.
Era también considerado como lo opuesto de la verdad (“alētheia”, G225), porque la obediencia a la verdad es lo opuesto a la “adikía”. Dicho de otra manera, la verdad es suprimida cuando se practica lo que Pablo llama aquí “injusticia.” Esto es así porque los griegos consideraban que la verdad era un poder que uno tiene que obedecer [5] y la “adikía” procura suprimirla. No hace falta enfatizar que Jesucristo es la verdad (Jn 14:6) y de Él emana ese poder que tenemos que obedecer para nuestra salvación.
Es obvio que la Iglesia en Corinto debió haber estado batallando contra este mal. No obstante, esta es una palabra de admonición que el Señor le envía a toda la Iglesia de todas las generaciones de la historia. No podemos darle espacio a un pecado que procura suprimir el poder de la verdad que es Cristo.
Tal vez, la mejor forma de acercarnos al centro de esta admonición es viendo el uso y los contextos en los que estos son presentados. Por ejemplo, la “adikía” es también considerada un pecado contra Dios y que se puede convertir en una prisión. Un ejemplo de esto lo encontramos en la reprensión que los discípulos le aplican a Simón el mago por haber querido comprar con dinero el poder para hacer milagros:
“18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. 20 Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. 21 No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. 22 Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; 23 porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.” (Hch 8:18-23)[6] (“prisión de ‘adikia’”)
No perdamos de vista que Simón no quería comprar los dones del Espíritu como el que compra un “charisma”. Él quería comprar un “dōrea” (G1431), un regalo que representaba la autoridad y la efectividad del poder de Dios a través de estos. Aunque era miembro de la Iglesia, su pensamiento estaba tan entenebrecido que él quería pagar por algo que Dios le regala a los de corazón limpio.
La mala noticia es que la cárcel en la que estaba Simón no ha cesado operaciones. La Biblia dice que la “adikía” está ligada al pecado (“hamartía”, G266). Este es el caso que presenta la Primera Carta de Juan cuando dice lo siguiente:
“8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” [7](1 Jn 1:8-9)
O sea, que el pecado necesita ser confesado para ser perdonado, pero la prisión (“adikía”: traducido aquí como maldad) necesita ser limpiada (“katharizō”, G2511). Repetimos, lo primero requiere ser perdonado, pero lo segundo requiere ser limpiado. Es necesario admitir que esta condición existe en nosotros para que esta limpieza ocurra.
Pero hay más, la Biblia dice escuetamente que la “adikía” es pecado. Así lo recoge la Primera Carta de Juan cuando dice lo siguiente:
“17 Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte.” (1 Jn 5:17)
“17 Cualquier tipo de injusticia es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte eterna.” (PDT)
Por otro lado, algunos pasajes bíblicos colocan este concepto dentro del escenario escatológico. Un ejemplo de esto lo encontramos en la Segunda Carta a los Tesalonicenses cuando describe las estrategias del Anticristo.
“8 Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; 9 inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, 10 y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.” (2 Tes 2:8-10)
En otras palabras, que la práctica de la injusticia forma parte de las estrategias de la persona que se opone a Cristo y que procurará destruir el reino de nuestro Salvador. Esto se complica más cuando tomamos en cuenta que la Biblia dice que el Anticristo opera como un espíritu que salió de las filas de la Iglesia:
“18 Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. 19 Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros.” (1 Jn 2:18-19)
En otras palabras, que es cierto que al final de los tiempos vamos a tener una figura preponderante tratando de oponerse a Cristo y a todo lo que nuestro Señor representa. No obstante, no es menos cierto que esta clase de oposición siempre ha estado entre nosotros y que se desarrolló en las entrañas de la Iglesia.
Les advertimos a aquellos que se hayan podido impresionar con estas declaraciones que existen unas condiciones aún más terribles acerca de la injusticia. Santiago lo explica así cuando habla del poder para desatar la injusticia y la maldad que poseemos en nuestras palabras.
“5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! 6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (Stg 3:5-6)
“5 Lo mismo pasa con la lengua; es una parte muy pequeña del cuerpo, pero es capaz de grandes cosas. ¡Qué bosque tan grande puede quemarse por causa de un pequeño fuego! 6 Y la lengua es un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro cuerpo, que contamina a toda la persona. Está encendida por el infierno mismo, y a su vez hace arder todo el curso de la vida.”
La frase “mundo de maldad” es literalmente mundo de “adikía”. Destacamos que este pasaje bíblico señala que la lengua, el vocabulario pecaminoso, las palabras sin control, son el instrumento detonante de todo esto. Pero también señala que el contaminante, el veneno que esta libera, es comparable a un mundo de maldad que está escondido en nuestros cuerpos; la “adikía”.
Esta aseveración es impactante porque 1 Corintios 13:6 describe que el amor de Dios (“agápē”) no provee espacio para esta clase de conducta por instintiva y natural que esta pueda ser.
Es por esto que Pablo aprovecha la oportunidad en la que le escribe a Timoteo, uno de sus hijos espirituales para decirle lo siguiente:
“19 Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2 Tim 2:19)
Este pasaje dice que tenemos que apartarnos (“aphistēmi,” G868) de la “adikía”. Ese concepto puede ser traducido como retirarse, ya sea espacialmente o del contexto de un estado o relación o de la comunión con una persona. De ahí también el sentido de “renunciar”, “desistir”, “apartarse”. O sea, que este es un ejercicio personal y voluntario[8]. Esta decisión convertida en acción se toma sobre el fundamento en el que hemos sido edificados y la relación que tenemos con este. Ese fundamento es Cristo, la roca inconmovible de los siglos.
Al mismo tiempo, es Pedro el que nos advierte acerca de la metodología que todo esto puede seguir y el juicio que le espera a aquellos que no se arrepientan de esta conducta:
“12 Estos maestros insultan lo que no entienden. Actúan sin pensar, como animales que nacen para ser atrapados y muertos, y terminarán como esos animales. 13 Ellos les hacen mal a otros y se les pagará con la misma moneda. Disfrutan haciendo a la vista de todos lo que les viene en gana; cuando cenan con ustedes, ellos son una mancha que causa vergüenza, pues con sus mañas lo echan todo a perder. 14 No pueden ver a una mujer sin desvestirla con la mirada. Ese es su pecado permanente. Hacen pecar a las personas inestables, son avaros y expertos en aprovecharse de los demás. Por eso están bajo maldición. 15 Se apartaron del buen camino y se desviaron por el mismo camino de Balán, el hijo de Bosor, a quien le encantaba que le pagaran por hacer maldades.”
La afirmación paulina que encontramos en el capítulo 13 de la Primera Carta a Los Corintios subraya que el “agápē” no se puede gozar de la “adikía”. Dicho de otro modo, el carácter que desarrolla el amor de Dios no provee espacio para gozarse, hacer “chairō” (G5463) con esto.
Una pregunta muy válida es la siguiente: ¿cómo puede uno “gozarse” con la “adikía”? La respuesta para esta pregunta requiere entender que los griegos describían este concepto (gozarse) no solo como uno que ocurre en el centro de las emociones, sino como uno que forma parte de las bases del hedonismo. De hecho, Filón de Alejandría decía que el carácter religioso de este concepto podía estar íntimamente conectado con la intoxicación religiosa.[9] Él decía que el gozo es “nativo” de Dios, que sólo le pertenece, proviene y es encontrado en Él. Sin embargo, hay personas que solo lo usan para sentirse bien y para esconder o no tener que enfrentar las realidades que lleva por dentro o que están manejando.
No obstante, el Kittel dice que Filón añadía que el gozo constante está intrínsicamente conectado a las virtudes. Por lo tanto, sólo aquellos que se han disciplinado para cultivar y vivir dentro de las virtudes pueden disfrutar de un gozo puro y constante. Es por esto que hay gozo cuando se encuentra al perdido (Lcs 15:5-7, 11-32). Es por esto que el pueblo podía regocijarse con lo que hacía y decía Jesucristo (Lcs 13:17; 19:6), o que nuestros nombres estén escritos en el Libro de la Vida en los cielos (Lcs 10:20). Es por eso que la Iglesia puede mantener ese gozo aún en medio del sufrimiento.
“11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mat 5:11-12)
Todas estas son búsquedas genuinas e intangibles.
Sin embargo, esto puede cambiar cuando nuestras búsquedas son puramente epidermales. Esto es, cuando decidimos que el beneficio más grande que pretendemos es la intoxicación del espíritu para no tener que lidiar con las realidades que llevamos por dentro.
A base de todo lo antes expuesto tenemos que concluir que el génesis de todo esto está en lo que la iglesia sirve y presenta como mensaje Cristiano. Nos preguntamos: ¿no será que la iglesia del Señor puede estar ofreciendo religión que intoxica en vez del mensaje redentor y liberador de la cruz?
[1] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 744). United Bible Societies.
[2] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
[3] Schrenk, G. (1964–). ἄδικος, ἀδικία, ἀδικέω, ἀδίκημα (adikos, adikía, adikeō, adikēma). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, p. 150). Eerdmans.
[4] Op. cit. p. 154
[5] Op. cit. p. 156.
[6] El texto griego dice “syndesmon adikías” (prisión de injusticia o de maldad)
[7] El texto griego dice “aphē hēmin tas hamartías kai katharisē hēmas apo pasēs adikías” (perdonar a nosotros nuestros pecados y poder limpiar a nosotros de toda maldad)
[8] Schlier, H. (1964–). ἀφίστημι, ἀποστασία, διχοστασία (aphistēmi, apostasía, dixostasía). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, p. 512). Eerdmans.
[9] Conzelmann, H., & Zimmerli, W. (1964–). χαίρω, χαρά, συγχαίρω, χάρις, χαρίζομαι, χαριτόω, ἀχάριστος, χάρισμα, εὐχαριστέω, εὐχαριστία, εὐχάριστος (chaíro, chará, sinchaíro, charis, charízomai, charistóo, acháristos, chárisma, euchaistéo, eucaristía, eucháristos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, p. 365). Eerdmans
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