1005 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 18 de mayo del 2025

1005 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 18 de mayo del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos invita a pedir al Padre para poder a adorar
 
 
“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
           
Retomamos el análisis del tema de la adoración luego de los paréntesis acerca de habernos detenida para estudiar el significado del “propósito” como concepto y de la reflexión del día de las madres.

Las reflexiones más recientes acerca de la adoración nos han permitido constatar que es el Espíritu Santo el que nos conduce a adorar. Tal y como hemos dicho anteriormente, esta intervención divina en nuestra adoración responde a la realidad de que la adoración nos acerca a la fuente de la revelación divina. Acercarnos a esa revelación requiere la asistencia y la dirección de el Único que conoce y puede revelar lo que hay en el interior del Padre.

Afirmamos sin ambages lo que la Biblia dice acerca de esto

“11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. 12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, 13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.” (1 Cor 2:11-13, RV1960)

“10 Pero Dios nos ha mostrado eso por medio del Espíritu porque el Espíritu lo sabe todo, incluso los secretos más profundos de Dios. 11 Nadie puede saber los pensamientos de los demás. El único que sabe los pensamientos de alguien es el espíritu que está dentro de él. Igualmente, nadie sabe los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. 12 Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para poder entender lo que Dios nos ha dado. 13 Cuando hablamos de eso, no usamos las palabras que nos enseña la sabiduría humana, sino las que nos enseña el Espíritu. Usamos palabras espirituales para explicar lo espiritual.” (PDT)

En otras palabras, sólo el Espíritu Santo es capaz de revelarnos y guiarnos a Cristo, dirigirnos a lo que hay en el corazón del Padre, porque Él conoce “los secretos más profundos de Dios.” El Espíritu es el que nos guía (Rom 8:14) y nos enseña (1 Jn 2:27) todo lo que necesitamos aprender y entender (“eidō”, G1492, 1 Cor 2:12. Todo esto para estar en comunión con Dios y adorarle como Él merece ser adorado. En otras palabras, no hay manera alguna en la que podamos recibir todo esto sin la intervención del Espíritu Santo. Ahora bien, no olvidemos que es Cristo el que facilita esa presencia. Así lo afirma el Evangelio de Juan cuando dice lo siguiente:

“13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. 15 Si me amáis, guardad mis mandamientos. 16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. 18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.”  (Jn 14:16-18)

Hay unas preguntas fundamentales que surgen de todo lo que hemos expuesto hasta aquí: ¿cuál es nuestra función y/o rol como creyentes en Cristo en todo esto? ¿Estas bendiciones llegan de manera automática sobre todos aquellos que confiesan que Cristo es su Señor y su Salvador, o hay algo que se nos requiere hacer? Nos parece que las respuestas a estas preguntas las encontramos en el texto del Evangelio de Juan, tanto en el capítulo 14 que acabamos de citar, como en el capítulo cuatro (4) del texto juanino que hemos estado estudiando. Veamos lo que dicen algunos versos bíblicos anteriores a los que hemos compartido en el epígrafe de esta reflexión.

“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.”  (Jn 4:10, RV1960)

Este verso bíblico establece que la respuesta es saber cómo “pedir.”
Veamos lo que Cristo establece acerca de esto en el capítulo 14 del mismo Evangelio:

“13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. 15 Si me amáis, guardad mis mandamientos.”  (Jn 14:13-15)

Tenemos la obligación teológica y pastoral de calificar y expandir esta respuesta. El vocablo que se traduce en ambos pasajes bíblicos como “pedir” es uno tan singular y específico que nos obliga a hacerlo.

Comenzamos argumentando que el griego del Nuevo Testamento utiliza varios conceptos para describir la acción de pedir. Por ejemplo, se utiliza el verbo “punthanomai” (G4441) para describir la acción de cuestionar, de determinar mediante una indagación, como cuando meramente se necesita alguna información. Se utiliza el verbo “erōtaō” (G2065) cuando se trata de una interrogación o meramente cuando se pide un favor. También se utiliza “zēteō” (G2212), en el que la petición implica la búsqueda de algo oculto. Además, se utiliza “deomai” (G1189) que implica la idea de una necesidad urgente y que se parece a la acción de orar. [1]
 
A continuación, un resumen escalonado que puede facilitar la comprensión de estos datos técnicos:
 
  • punthanomai” (G4441)
    • para describir la acción de cuestionar, determinar mediante una indagación, como cuando meramente se necesita alguna información.

  • erōtaō” (G2065)
    • cuando se trata de una interrogación o meramente cuando se pide un favor, generalmente con la implicación de una pregunta subyacente.[2]

  • zēteō” (G2212)
    • la petición implica la búsqueda de algo oculto, o conseguir alcanzar una condición o estado particular.[3]

  • deomai” (G1189)
    • implica la idea de una necesidad urgente, como la acción de orar.[4]

Ninguno de estos vocablos es el que Cristo utiliza en ambos pasajes bíblicos. El concepto griego que nuestro Señor utiliza aquí para presentar la acción de “pedir” es “aiteō” (G154). Este significa pedir, rogar, llamar, anhelar, desear y/o requerir.[5] Este vocablo griego implica que uno anhela y desea con urgencia lo que está pidiendo,[6] que esta petición implica una esfera de obligaciones éticas y que se presupone un grado de intimidad con la persona a la que se le pide.[7] Veamos algunos ejemplos de las 68 ocasiones en las que este concepto es utilizado en el Nuevo Testamento:

“8 No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” (Mat 6:8, justo antes de la institución de la oración del Padre Nuestro)

“7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 9 Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? 10 O si le pide un pescado, le dará una serpiente? 11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mat 7:7-11)

“6 Pero cuando se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio, y agradó a Herodes, 7 por lo cual éste le prometió con juramento darle todo lo que pidiese.” (Mat 14:6-7)

“19 Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos.” (Mat 18:19)

“22 Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos.”  (Mat 20:22)

“21 Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. 22 Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.”  (Mat 21:21-22)

“11 conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, 12 en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él; 13 por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria…..20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén..” (Efe 3:11-13, 20-21)

“9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;” (Col 1:9-10)

“5 Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. 6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.” (Stgo 1:5-6)

Los lectores deben haber llegado a la conclusión de que el requisito de la relación es la razón por la que nuestro Señor le explica a la mujer Samaritana que existen unos requisitos previos para obtener el agua que ella tiene que beber. En primer lugar, ella necesita conocer el don (“dōrea,” G1431)[8] de Dios, el regalo gratuito de la salvación que Dios le ofrece a todo aquel que cree. En segundo lugar, ella tiene que saber, conocer quién es la persona que le está hablando.

“…..Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice.” (Jn 4:10)

En otras palabras, estas promesas están condicionadas a la relación que debemos tener con nuestro Señor y salvador Jesucristo. Además, estas definiciones académicas afirman que esa relación también requiere la existencia del anhelo vehemente por aquello que se está pidiendo. Tomemos como ejemplo el pasaje bíblico del capítulo siete (7) del Evangelio de Mateo que acabamos de citar (Mat 7:7-11). Esa porción de las Sagradas Escrituras establece que la petición (“aiteō”, G154) debe ir seguida de una búsqueda (“zēteō”, G2212) y esta de la acción de llamar (“krouō”, G2925) a la puerta para entrar a lo profundo y lo secreto de Dios: esto es, los beneficios aleatorios a la salvación. En otras palabras, a aquello que el Apóstol Pablo llama “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre” (1 Cor 2:9).

“Solo quien cree en la promesa puede acudir a Dios, el Padre celestial, con las mismas peticiones espontáneas y naturales que un hijo presenta a su padre terrenal. Así como encontrar viene después de buscar, o abrir la puerta después de llamar, dar viene después de pedir. Esta comprensión se confirma en el versículo 8 [Lcs 11]. Al igual que el lenguaje bíblico en otras partes, esto no considera todas las diversas posibilidades de la experiencia humana. Concibe el caso normal de llamar a una puerta —a menudo un mero acto de cortesía— con la justificada expectativa de que se le abra.”  [9] (Traducción libre)

Los pasajes antes citados establecen algunos condicionales para esta acción de pedir. Por ejemplo, encontramos en el pasaje que hemos citado del capítulo 20 del Evangelio de Mateo (v.22) que nuestro Señor nos advierte que nosotros podemos equivocarnos en lo que pedimos: “No sabéis lo que pedís.” En el pasaje que hemos citado del capítulo 21 del mismo Evangelio (Mat 21:21-22) se nos advierte que hay que pedir con fe (“pistis”, G4102), sin duda (“diakrinō”, G1252) y creyendo (“pisteuō”, G4100). O sea, que esta clase de acción, la de pedir, requiere que aquellos que piden hayan creído.

Los lectores se habrán percatado de que la acción de pedir y los condicionales que la Biblia establece para esta son nuestra responsabilidad. Es cierto que el Espíritu Santo nos convence de pecado, de juicio, de justicia y nos guía a toda la verdad (Jn 16:8-13), pero la acción creer para entonces pedir es nuestra responsabilidad. Así también la acción de pedir correctamente.

Hay que añadir a todo esto la responsabilidad de reconocer que pedimos en el nombre de Cristo.

“13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. 15 Si me amáis, guardad mis mandamientos.”  (Jn 14:13-15)

Ese pasaje no dice que nosotros hemos sido llamados a declarar; mucho menos con nuestra autoridad. La autoridad es de Cristo y nosotros operamos bajo la autoridad de Su nombre.

Sabemos que algunos pasajes bíblicos han sido utilizados (¿por ignorancia? ¿por descuido?) de manera equivocada intentando establecer nuestra autoridad para declarar. Uno de estos lo encontramos en el capítulo 18 del Evangelio de Mateo.

“18 De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. 19 Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”  (Mat 18:18-20)

Esta porción las Sagradas Escrituras aparece dentro del contexto de las responsabilidades de la Iglesia con aquellos miembros que caen en pecado (Mat 18:12-35). Cuando esta perícopa se estudia a fondo uno se puede percatar de que no se trata de una propuesta legalista para manejar estos casos. Todo lo contrario. Este pasaje bíblico es una visión de avanzada que entre otras cosas predica la participación de que haya más de un hermano de la congregación trabajando con la posibilidad de la restauración de esa oveja perdida. La Iglesia en su totalidad (v.17)[10] En otras palabras, se trata de la descripción de la “hoja de ruta” que tiene que seguir la Iglesia para manejar estos casos.

Sabemos que hay mucho más que puede y necesita ser discutido sobre este tema. No obstante, el espacio disponible para esta reflexión nos traiciona. Otro pasaje bíblico que ha sido utilizado con este fin es el que encontramos en capítulo 16 del Evangelio de Mateo.

“19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.” (Mat 16:19)

Esta es sin duda una palabra profética que nuestro Señor le da a Pedro acerca de la responsabilidad que habría de enfrentar predicando el primer mensaje evangélico después de que el Espíritu Santo descendiera en el Aposento Alto el día de Pentecostés (Hch 2). Lo sabemos porque la Biblia es enfática al dejarnos saber que es Cristo y no Pedro el que tiene las llaves de los cielos (Isa 22:22; Apo 3:7). Así mismo está condicionada la autoridad que Pedro y que toda la Iglesia ha recibido para la predicación del Evangelio.

El Dr. Warren W. Wiersbe presenta un resumen extraordinario acerca de este verso bíblico en uno de sus libros. Veamos qué dice al respecto:

“Los verbos griegos en Mateo 16:19 son de suma importancia. La Traducción Expandida del Dr. Kenneth S. Wuest dice: “Y todo lo que ates en la tierra [que prohíbas], ya habrá sido atado… en el cielo; y todo lo que desates en la tierra [que permitieras], ya habrá sido desatado en el cielo”. Jesús no dijo que Dios obedecería lo que hicieran en la tierra, sino que debían hacer en la tierra lo que Dios ya había dispuesto. La iglesia no hace que se haga la voluntad del hombre en el cielo; obedece la voluntad de Dios en la tierra.”[11] (Traducción libre)

El Apóstol Pablo resuelve esta descripción cuando le escribió a la iglesia que estaba asentada en la Ciudad de Corinto. Él describió allí que los creyentes en Cristo somos embajadores (“presbeuō”, G4243). Esto es, representantes de una autoridad gobernante;[12] alguien que es enviado, para traer un mensaje.[13] Este concepto describe a un emisario, un mensajero, un enviado de un lugar de autoridad.[14] O sea, que la autoridad no es nuestra. La autoridad es de Cristo y es por eso que pedimos, actuamos, hablamos y predicamos en su nombre.

Hemos visto que el Espíritu Santo nos conduce a Cristo, nos convence de pecado y nos dirige a la puerta de la salvación (Jn 10:7). Somos nosotros los que decidimos si queremos entrar por el camino angosto de la salvación (Mat 7:14). Así mismo, se nos presenta el reto de anhelar algo que va más allá de esa salvación: entrar en el secreto de Dios (Jer 23:22) para así poder separarnos del reino de las tinieblas. Esa responsabilidad también es nuestra.


 
[1] Strong, J. (2009). En A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p. 63). Logos Bible Software.
[2] Lou, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 406). United Bible Societies.
[3] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). Op. cit., (Vol. 1, pp. 150–151). United Bible Societies.
[4] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). Op. cit., (Vol. 1, p. 407). United Bible Societies.
[5] Strong, J. (2009). En A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p. 9). Logos Bible Software.
[6] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). Op. cit., (Vol. 1, p. 406). United Bible Societies.
[7] Stählin, G. (1964–). αἰτέω, αἴτημα, ἀπαιτέω, ἐξαιτέω, παραιτέομαι. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 191–193). Eerdmans.
[8] Del griego “dōron” (G1435). Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
[9] Bertram, G. (1964–). κρούω. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, pp. 954–957). Eerdmans.
[10] Esta es la segunda ocasión en la que este concepto es utilizada en el Nuevo Testamento. La primera se encuentraen Mat 16:18).
[11] Wiersbe, W. W. (1996). Comentario expositivo de la Biblia (Vol. 1, p. 59). Victor Books.
[12] Louw, J. P., y Nida, E. A. (1996). En Léxico griego-inglés del Nuevo Testamento: basado en dominios semánticos (edición electrónica de la 2.ª edición, vol. 1, pág. 481). Sociedades Bíblicas Unidas.
[13] Bornkamm, G. (1964–). πρέσβυς, πρεσβύτερος, πρεσβύτης, συμπρεσβύτερος, πρεσβυτέριον, πρεσβεύω. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 681–683). Eerdmans.
[14] Spicq, C., & Ernest, J. D. (1994). En Theological lexicon of the New Testament (Vol. 3, pp. 172–177). Hendrickson Publishers.







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