976 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 27 de octubre del 2024

976 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  27 de octubre del 2024
Dirigidos por el Espíritu Santo: el lugar de los dones espirituales (XVII)

 
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
 
           
La reflexión anterior nos permitió adentrarnos al estudio del significado y las consideraciones que se desprenden de la siguiente aseveración: el amor todo lo cree (1 Cor 13:7). Como sabemos, esta es una de las 16 características que el Apóstol Pablo le adscribe al amor “agápē” (G26) en el capítulo 13 de la Primera Carta a Los Corintios.

Hemos visto la relación entre la fe y el “agápē” (G26) y que ambos (la fe y el amor de Dios) proceden de la misma fuente: el corazón de Dios. Repetimos algunos axiomas acerca de esta relación que fueron esgrimidos por Tomás de Aquino:

Por otra parte, el bien que constituye el fin de la fe, es decir, el bien divino, es el objeto propio de la caridad. Por eso se la llama a la caridad forma de la fe, en cuanto que por la caridad se perfecciona e informa el acto de la fe.”[1]” [2]
 
Hemos visto las diferencias que existen entre la fe como instrumento para creer y ser justificados, la fe como estilo de vida y la fe como el conjunto de doctrinas y teoremas bíblicos que explican por qué, cómo y para qué creemos. Hemos visto que la fe que Pablo describe en sus cartas es un regalo de Dios (Efe 2:8-9), regalo que Dios le da a todo ser viviente. Al mismo tiempo, sabemos que la fe para creer en Cristo es el resultado de oír el mensaje (Rom 10:17, PDT). También sabemos que la fe es la herramienta que Dios utiliza para revelarnos cómo es que Dios nos hace justos (nos justifica) ante sus ojos. Esto es, mediante el mensaje del Evangelio (Rom 1:17).

Es obvio que Pablo debió haber estado considerando todo esto cuando señaló que el amor que Dios nos da todo lo cree. Pablo está diciendo que se trata de un amor que informa el acto de la fe y al mismo tiempo es empoderado por nuestra capacidad para creer y confiar en Dios y en sus promesas.

Es muy importante destacar que todo esto está adscrito al uso de esta herramienta (la fe) en relación al uso y la administración de los dones que nos da el Espíritu, así como a todo lo relativo a la vida en el Espíritu. Recordemos que la Biblia dice que vivimos por fe (Rom 1:17), que Dios cuenta nuestra fe como justicia (Rom 4:22-25), y que la justificación que esta nos provee por medio de Cristo produce que haya paz entre Dios y nosotros (Rom 5:1-2).
 Ahora bien, creemos que se hace necesario ver algunos ejemplos bíblicos que nos permitan profundizar un poco más en el significado de todo esto y los resultados que podemos esperar cuando la fe es puesta en acción.

Estamos convencidos de que el “hall de la fama de la fe” (Heb 11:1-40) puede ser uno de los mejores modelos bíblicos para conseguir gran parte de la información que estamos buscando. A continuación, los primeros diez versos de ese pasaje bíblico:

1 Es, pues, la fe la certeza (“hipóstasis”, G5287), esencia y/o garantía, es el ser que ha alcanzado la realidad, que ha llegado a existir)[3]de lo que se espera, la convicción (“elegchos”, G1650), prueba o convicción; convencer, mostrar la falta, poner en manifiesto, condenar, reprochar, reprender.)[4] de lo que no se ve. 2 Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. 3 Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. 4 Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella. 5 Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. 6 Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. 7 Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe. 8 Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. 9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.”  (Heb 11:1-10).

Este pasaje confirma que la fe no es nuestra. Lo hace cuando el escritor de esta carta echa mano del concepto “hipóstasis” (G5287). Los griegos utilizaban este concepto, entre otras cosas, para describir la acción de la revelación de la sustancia de algo eterno, celestial y divino (“ousía”, G3776), de modo que nosotros pudiéramos entenderlo.
 
“Mientras que la οὐσία (“ousía”) es por naturaleza un ser eterno (== materia primordial) como tal, su ὑπόστασις (“hipóstasis”) es un ser real que ha entrado en la existencia, manifestándose en la realidad de la existencia, como presente en los fenómenos individuales.” [5] (Traducción libre)

O sea, que la fe descrita aquí viene del carácter eterno, santo y amoroso de Dios. Dios nos regala la fe (Efe 2:8) y la hace comprensible, “masticable”, de modo que podamos verla convertirse en certeza y en convicción. O sea, poder creer con plena confianza en el mensaje del Evangelio.

Quisiéramos tener todo el espacio necesario para continuar abundando sobre estas consideraciones. No obstante, estas limitaciones nos obligan a que nuestros planteamientos se circunscriban al análisis de la fe de los primeros cuatro (4) personajes que aparecen en este pasaje bíblico.   Estos son: Abel, Enoc, Noé y Abraham.

La fe de estos héroes será analizada desde los contextos de los resultados obtenidos cuando ellos decidieron ponerla en acción. Es importante destacar que la fe de todos ellos estaba caracterizada por el amor a Dios. Es imposible poner en acción la fe tal y como ellos lo hicieron sin que la confianza exhibida por todos ellos haya estado matizada por el amor a Dios: el amor que todo lo cree.

Adelantamos aquí que la fe de Abel será analizada como la fe que adora. La fe de Enoc como la fe que agrada. La de Noé como la fe que prepara y construye. La fe de Abraham, la fe que peregrina aceptando responsabilidades y aprendiendo a manejar los axiomas aleatorios la libertad (“freedom”).

Abel: la fe que adora.
 “4 Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (Heb 11:4)

Nuestra reflexión del 13 de mayo de 2018 consideraba que la historia de Abel es una que puede aparecer como una historia fugaz, pero que no lo es. Decíamos allí que su historia es la de un ser humano que sabe que no existe ofrenda alguna que pueda ser aceptable a los ojos del Señor si no hay un sacrificio anterior que garantice el perdón de nuestros pecados. Una nota interesante que publicamos en la reflexión del 6 de marzo del 2016 es que Adán, Eva, Caín y Abel adoraban antes de que existiese la música en el planeta. De hecho, la música no se menciona en la Biblia hasta la aparición de Jubal en Génesis 4:21.

Nos preguntamos: ¿quién habrá sembrado este concepto en el corazón de Abel? Es muy probable que él haya formulado muchas preguntas a sus padres, particularmente acerca de la historia de ellos. Es altamente probable que haya preguntado acerca de la vida en el Edén y las causas para que ya no vivieran allí. Es muy probable que en medio de las respuestas que ofrecieron sus padres haya tenido la oportunidad para preguntar acerca de dónde salieron las ropas iniciales que ellos recibieron después de haberse rebelado contra Dios. ¿La respuesta?: Dios los vistió con pieles (Gén 3:21). O sea, que algún animal debió haber sido sacrificado para esto. ¿Era esta la razón por la que todos ellos continuaban contando con las oportunidades para dialogar con Dios?[6]
 
Repetimos una expresión que compartimos en esa reflexión: “La Biblia dice que esta convicción del corazón de Abel le permitió alcanzar un testimonio de excelencia ante el Señor (Heb 11:4).” Fue su fe la que le llevó a considerar que la adoración que Dios esperaba necesitaba que hubiera un sacrificio como intermediario. Esta es la fe que adora porque cree fielmente que el amor de Dios es movido a misericordia para aceptar nuestros corazones como ofrenda de olor grato.

Tuvimos la oportunidad de considerar algunas aseveraciones acerca de esto último en reflexiones publicadas en el 2016; particularmente las realizadas por Merlin R. Carothers.[7] Algunas de ellas apuntaban a que el poder de la alabanza opera alrededor de la confianza (fe en acción) que depositamos en las promesas de Dios (pg. 16) y que este poder desata una experiencia de limpieza y purificación en los que adoran. En adición a esto, que el poder que se desata a través de la adoración es en sí la experiencia de despojarse de uno mismo y permitir una experiencia de exposición total de la revelación de la verdad de Dios en cada pequeño rincón de nuestras vidas. En otras palabras, una experiencia de preparación para poder ser capaces de contener una porción mayor del poder de Dios.
 
Abel estaba procurando esta experiencia a través de la adoración que presentó a Dios. Abel procuraba algo más que poder dialogar con Dios. Se detecta en sus acciones y en otras expresiones bíblicas que encontramos acerca de él que este hombre anhelaba conocer algo más acerca de Dios.  

A renglón seguido, compartimos en la reflexión del 21 de febrero del 2016 unas expresiones de A.W. Tozer acerca de esto último. Él decía que dentro de cada ser humano (incluyendo a los creyentes en Cristo) hay un “private sanctum” en el que guardamos los “yo soy” con lo que formamos nuestra identidad. [8] Tozer decía que las experiencias de crisis y de dolor sirven para ayudarnos a encontrar ese “private sanctum.”
 
Tozer decía que hay que comprender que el “yo soy” que esgrimimos es un regalo del Gran Yo Soy que nos creó. Tenemos que señalar que el Gran Yo Soy es no derivado, es auto existente y eterno. Nuestros “yo soy” son derivados y dependientes de Él para poder ser eternos. El primero es el Creador, Dios sobre todas las cosas, Anciano de días y el único que habita en luz inaccesible (1 Tim 6:16). Los nuestros son la manifestación de la criatura, con privilegios sobre toda la creación, pero dependientes de la provisión y de la Gracia que recibimos del trono del Creador.

Compartimos en esa reflexión que una de las cosas que Dios procura con la adoración en medio de las pruebas es provocar la introspección, el arrepentimiento y la transformación de ese ser humano y/o de todo un pueblo. Este aspecto posee objetivos espirituales y racionales, tanto en el proceso, así como en la introspección. Al mismo tiempo posee aspectos emocionales y subjetivos en el arrepentimiento y en nuestras reacciones frente al amor de Dios.

La fe de Abel le condujo a adorar movido por la confianza puesta en las promesas de Dios que él había escuchado.

15 Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Gén 3:15)

Él debió haber escuchado que de la simiente de Eva saldría uno que derrotaría a aquél que había provocado la enemistad entre Dios y los seres humanos. Él o uno como él podría ser el cumplimiento de esa palabra profética.

La fe de Abel lo llevó a adorar creyendo que esta experiencia le conduciría a colocar los “yo soy” escondidos en su “private sanctum” a los pies del Gran Yo Soy. Podemos concluir esto basados en el énfasis que él le adscribe a la adoración cuando acude a la necesidad de que haya un derramamiento de sangre. Él no lo sabía, pero la Biblia establece un principio que declara que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (Heb 9:22).

Tenemos que puntualizar que en esta acción Abel entonces se coloca como sacerdote presentando un sacrificio de expiación. En otras palabras, como si fuera un mediador de la institución de la ofrenda de fe apropiada.

Abel aparece aquí como el mediador apropiado de la institución de la ofrenda de fe para el mundo.”[9]  (Traducción libre)

La fe de Abel le llevó a adorar creyendo, aun sin saberlo, que su adoración sería profética y que esta le provocaría a vivir la experiencia de despojarse de sí mismo y permitir una experiencia de exposición total de la revelación de la verdad de Dios. La adoración de Abel era una experiencia de preparación para poder ser capaz de contener una porción mayor del poder de Dios.

Podemos realizar estas aseveraciones porque sabemos que la historia de Abel no culmina con su muerte a manos de Caín. Tal y como compartimos en la reflexión del 13 de mayo que mencionamos anteriormente, este asesinato, el primero en la historia y que fue provocado por conflictos religiosos (Gén 4:4-10), no acaba con el ministerio de Abel. De hecho, la Biblia dice que Abel tenía un ministerio profético que no se acabó con su muerte. Destacamos que es Jesucristo el que señala esto:

49 Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán, 50 para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo, 51 desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación.” (Lcs 11:49-51)
 
¡Jesús no vacila en identificar el ministerio profético de Abel! La sangre de Abel es clasificada por Jesús con la sangre de los demás profetas. La Biblia dice que el ministerio profético de Abel sigue en acción (Heb 12:24). No perdamos esto de vista; la sangre de Abel habla, pero la de Jesús habla mejor.

O sea, que Abel intercede como sacerdote y al mismo tiempo es profeta. ¿Cómo pudo él conseguir que esto fuera posible? El escritor de la Carta a los Hebreos nos dice que Abel lo hizo por la fe.

Esa fe le llevó a creer que el Todopoderoso podía aceptar la ofrenda que él sacrificaría. Sin saberlo, él estaba afirmando un principio bíblico con esto: “6 Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb 11:6). Abel no lo sabía, pero los resultados de su fe en acción lo colocaron cumpliendo con el propósito para el que fuimos creados: adorar a Dios. Añadimos a todo esto que podemos concluir que Abel realizó todo esto por amor a Dios.

Concluimos esta reflexión con unas citas directas de El Heraldo publicado el 6 de marzo de 2016. Estas nos ayudarán a entender las dimensiones que posee la adoración que Abel ofreció a Dios.

“Sabiendo esto, adelantamos algunas notas escritas por Rick Warren y tituladas “The secret to a lifestyle of worship.” Warren postula allí que nosotros fuimos creados para el placer de Dios. Dios halla placer en formarnos y vernos nacer; mucho más cuando le adoramos (Efe 1:3,6,12-13). Este es el propósito primordial para el que fuimos colocados en este planeta. Estas expresiones son una adaptación de lo que dicen los postulados de teología bíblica y sistemática: fuimos creados y nacimos para adorar a Dios.

Warren enfatiza que estas expresiones reafirman el valor que tenemos y la importancia que poseen nuestras vidas delante del Señor. Solo pensemos que Dios anhela que nosotros estemos junto a Él por toda la eternidad. Esto nos coloca en la posición de destacar que Dios posee emociones, que no lo controlan porque emanan de su santidad y de su Omnipotencia, pero que le hacen sentir. Entre otras cosas, la Biblia dice que Dios se alegra, se enoja, se compadece, se entristece, se duele por y con nosotros, etc. Sabiendo esto, no es complicado entender que Dios disfrute de nuestras emociones mientras adoramos.

Estas emociones tienen que ser sinceras. No puede haber hipocresía en ellas. No olvidemos que la adoración se convierte en un estilo de vida y nuestras vidas no pueden ser una ofrenda hipócrita delante de Dios. Ese estilo de vida define la adoración como algo que va mucho más allá de las expresiones, la música, el volumen y la expresión artística. Dios quiere que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente (Det 6:5; Mcs 12:30). Adorar a Dios en Cristo Jesús requiere la demostración de ese amor.

Ese amor con el que adoramos es la respuesta al amor con el que Dios nos amó primero (1 Jn 4:19). Podemos adorar y alabar con errores o de manera imperfecta en el proceso y Dios nos recibe. En cambio, no podemos adorar sin sinceridad.

Hay que subrayar que la sinceridad no es el requisito más importante para la adoración. Esto es así porque una persona puede estar sinceramente equivocada. Es por esto que Warren destaca que los requisitos bíblicos son adoración en espíritu y en verdad.

Todo lo que hacemos debe adorar a Dios. Esto incluye la oración, la lectura y la meditación en la Palabra, la alabanza, la confesión, los silencios, la alabanza, escuchar los sermones, predicarlos, ofrendar, servir a los necesitados, etc. Puntualizamos que la adoración no se limita a lo que hacemos en la Iglesia…..”

“Tomás de Aquino (Santo Tomás), decía que no adoramos a Dios por o para su beneficio. No olvidemos que no podemos añadirle cosa alguna a Dios. Nosotros adoramos para nuestro beneficio.

Conociendo estos datos, añade Warren, entonces existe un gran problema con aquellos que manifiestan que “el servicio no le ministró en lo absoluto.” Esta frase revela que estos adoraron por las razones equivocadas. Es importante destacar aquí que no adoramos para producir placer para nosotros. Adoramos para que Dios se goce con nosotros (Sof 3:17). Este es el secreto de la adoración.

¿Cuándo es que Dios se goza con nuestra adoración? Hay varias aseveraciones que pueden formar parte de la respuesta a esta pregunta. Una de ellas es que Dios se goza cuando nuestra adoración es precisa. La adoración que es precisa no procura crear una imagen políticamente correcta de Dios o una imagen confortable de Él. Esto rayaría en la idolatría. La adoración es precisa cuando no adoramos en base a o a base de nuestras opiniones acerca de Dios. Es precisa cuando decidimos adorar utilizando la verdad que encontramos en las Escrituras (Jn 4:23).

Warren también subscribe que Dios se goza cuando nuestra adoración es auténtica. Cuando la Biblia enfatiza que hay que adorar a Dios en espíritu, no está apuntando al Espíritu Santo sino a nuestro espíritu. La adoración a Dios en Cristo Jesús es la respuesta de nuestro espíritu a la presencia del Espíritu de Dios. Esto, insistimos, requiere que nuestra adoración sea genuina. Esto es, que expresemos lo que sentimos y que sintamos lo que expresamos. En esta conjunción hay que enfatizar que entonces no se trata de que nuestras palabras sean religiosamente correctas. Se trata de que sean genuinas.

Dios se goza cuando ponemos nuestros corazones en lo que hacemos para adorarle. Una adoración sin corazón es inconcebible. De hecho, Warren (y casi todos los teólogos bíblicos, históricos y sistemáticos) cataloga esta como un insulto a Dios. La Biblia nos deja saber que cuando adoramos, Dios trasciende nuestras palabras y mira nuestros corazones (1 Sam 16:7b).

Es obvio que todo lo antes expresado requiere que nuestras emociones estén comprometidas con la adoración. De hecho, somos muchos los que proponemos que hay base bíblica para fundamentar que la adoración correcta y precisa posee el poder para transformar, limpiar y rescatar nuestras emociones (Sal 32:7-9). Esto implica que Dios no patrocina espectáculos ni hombres/mujeres orquesta, mucho menos farsas e imitaciones. “Mas la hora viene y ahora es….” (Jn 4:23a). Dios ama la adoración que surge de un corazón honesto y que le ama con amor sincero.

Reiteramos que la adoración tiene que ser precisa y sincera. Dios se goza cuando nuestra adoración nace del corazón y es doctrinalmente sólida. Adoramos con nuestros cerebros (nuestras mentes) y con nuestros corazones.

Por último, la verdadera adoración, la que provoca que Dios se goce, no se produce cuando nuestro espíritu responde a una nota musical o a cierto tipo de música. Sabemos que hay piezas y arreglos musicales y manifestaciones de otras clases de artes que pueden ser preparados para estimular el lado derecho de nuestros cerebros. Estas manifestaciones artísticas nos emocionan, pero no nos llevan a adorar.[10] De hecho, somos muchos los que hemos propuesto que estas le roban el centro de la adoración a Dios para colocar allí a un “artista” y a nuestros sentimientos.

Desde esta perspectiva, entonces el peor enemigo de la adoración somos nosotros mismos.

Warren está en lo correcto al destacar que las mayores distracciones en la adoración se generan a causa en de nuestros intereses y nuestras preocupaciones acerca de las cosas que experimentamos en la vida y hasta acerca de lo que otros piensan acerca de nosotros.”
 


[1] Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 4., a. 3.
[2] El Heraldo, 973, Vol. XVII, 6 de Octubre de 2024.
[3] Köster, H. (1964–). ὑπόστασις. (hypóstasis). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 8, p. 575). Eerdmans.
[4] Tuggy, A. E. (2003). En Léxico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 302–303). Editorial Mundo Hispano.
[5] Köster, H. (1964–). Op. cit.
[6] Recordamos que hasta Caín disfrutaba de ese privilegio aún después de haber matado a su hermano (Gén 4:6-15).
[7] Carothers, Merlin. 1975. El poder de la alabanza. Miami: Editorial Vida.
[8] Tozer, A.W. (2012-09-18). Man: The Dwelling Place of God (Kindle Locations 25-31).
[9] Lange, J. P., Schaff, P., Lewis, T., & Gosman, A. (2008). A commentary on the Holy Scriptures: Genesis (p. 256). Logos Bible Software.
[10] Para acceder a una discusión completa sobre este aspecto, invitamos a los lectores a leer el libro “La música y su rol en estos últimos tiempos” (2015), escrito por el Maestro José (Pepe) Ojeda.
 




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Emanuel - November 4th, 2024 at 9:09pm

Banquete Celestial ??

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