June 1st, 2025
1007 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 1 de junio del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos invita a pedir al Padre para poder a adorar (III)
“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
Nuestras reflexiones acerca del encuentro de nuestro Señor Jesucristo con la mujer samaritana nos han colocado ante el reto de examinar las formas con las que nos acercamos a Dios para pedir. Hemos encontrado que las expresiones que nuestro Señor utiliza acerca de este tema cuando habla con ella presentan una enseñanza profunda y sólida acerca de cómo debemos hacerlo.
“10 Jesús contestó: —Si tan solo supieras el regalo que Dios tiene para ti y con quién estás hablando, tú me pedirías a mí, y yo te daría agua viva.” (Jn 4:10, NTV)
Aquellos que han seguido nuestras reflexiones a través de los años conocen que hemos dedicado varios periodos extensos para analizar el tema de la oración. Hemos sido ayudados para escribir estas examinando publicaciones de Richard Foster, Phillip Yancey, Jack W. Hayford, Ermes Ronchi, Andrew Murray y Anthony Mello entre muchos otros. Aquellos que han leído estas reflexiones conocen el análisis que hemos realizado de las peticiones, uno de los componentes de esa hermosa disciplina espiritual que llamamos orar (Fil 4:6). A manera de repaso, la mayoría de los creyentes en Cristo hemos sido discipulados para saber que existen varios componentes adicionales que forman parte de esa disciplina. Por ejemplo, sabemos que orar es hablar con Dios y que los creyentes en Cristo hemos sido instruidos a hacerlo en el nombre de nuestro Señor y Salvador Jesús (Jn 14:13, 14; 16:23, 24, 26). Además, que hay que hacerlo de forma continua (“17 Orad sin cesar”, 1 Tes 5:17). Henri J. Nouwen dijo en una ocasión que así como estamos involucrados en el ejercicio de pensar incesantemente, así también hemos sido llamados a la oración incesante.
Sabemos que el proceso de oración debe incluir la acción de gracias, la alabanza y la confesión de pecados. Además, que el mismo no estaría completo si no proveemos espacio para la reflexión y el silencio. Esto último como avenida para que Dios hable con nosotros. Es en medio de todo esto que se insertan los procesos para presentar nuestras peticiones. En otras palabras, que no podemos separar la acción de presentar nuestras peticiones del conjunto total de los procesos espirituales que llamamos oración.
¿Cuál es la importancia de este repaso acerca de la oración? La importancia de este es que es obvio que años más tarde, después de su encuentro con Jesús, la mujer samaritana se enfrentaría a la necesidad de repasar lo que le sucedió con el Señor ese día junto al pozo de Jacob. Es importante destacar que ella hizo este repaso como una creyente en Cristo Jesús como su Señor y Salvador. Al hacerlo, con toda probabilidad ella llegaría a la conclusión de que uno de los muchos beneficios que obtuvo de esa conversación con Cristo era que el Salvador del mundo había aprovechado ese encuentro para enseñarle a orar.
Orar es hablar con Dios y ella lo estaba haciendo. Orar de manera efectiva requiere que hayamos aceptado el regalo de la salvación. Cristo se lo había dicho y ella lo había hecho. Orar de manera efectiva requiere que hayamos establecido una relación personal con Cristo. Nuestro Señor se lo había dicho y ella había logrado hacerlo. Cristo le había dicho que pedir en la oración requiere una relación y tener comunión con Aquél al que se le pide y ella lo había establecido. Además, le había sido explicado que pedir como conviene incluye aceptar que Dios puede cambiar nuestra agenda de peticiones. Ella había logrado esto, hasta el punto de llegar a soltar los cántaros que utilizaba para satisfacer sus necesidades materiales para ir corriendo a anunciar a otros que había encontrado que su necesidad real era la de la fuente de agua que salta para vida eterna. No olvidemos que ella había caminado cerca de dos (2) horas para buscar agua y había decidido regresar a la ciudad sin el agua y sin el cántaro.
“28 Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: 29 Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 4:28-29)
Sin duda alguna Cristo le había enseñado a orar. Cristo lo había hecho señalándole que antes de pedir se necesita adorar y que la adoración que el Padre busca es la de aquellos que lo hacen en espíritu y en verdad.
“24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad (“alēthinos”, G228) es necesario que adoren.” (v.24).
Repasando algunas de las explicaciones que hemos ofrecido acerca de ese concepto (“alēthinos”, G228), llegamos a la conclusión de que Cristo le había dicho a esta mujer que la adoración que ella tendría que ofrecer tendría que ser real, no imaginaria (Jn 17:3); verdadera, en concordancia con los hechos (Jn 19:35); genuina, sincera y verdadera (Heb 10:22+; 1 Ped 1:22 v.l.).[1] Cristo le había dicho que la adoración que el Padre buscaba que ella pudiera ofrecer tenía que ser verídica, auténtica, franca, sincera y digna de confianza.[2]
Ella debió haber entendido que lo que Cristo le estaba diciendo allí era lo que describe el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento cuando nos ofrece la definición de este concepto (“alēthinos”).
“En relación con las cosas divinas tiene el sentido de lo que verdaderamente es, o de lo que es eterno, y en relación con la conducta o el ser humano significa su carácter más que terrenal, mediado por la revelación o el contacto con lo divino.”[3] (Traducción libre)
“En un desarrollo característico de este uso, el uso joánico de [“alēthinos”] introduce nuevamente una ambigüedad distintiva. Si el sentido formal de genuino se ve en Jn. 4:23, es con referencia al hecho de que tales adoradores verdaderos son determinados por la revelación. En las imágenes en las que se describe a Jesús como el [“luz verdadera”, 1:9] y la [“vida verdadera”, 15:1]…. [“alēthinos”] tiene en primera instancia el sentido de “verdadero” o “genuino”, pero genuino aquí significa “divino” en contraste con la realidad humana y terrenal, y también implica “contener” [“alētheia” G225] y por lo tanto “dar revelación.”[4] (Traducción libre)
Conociendo esto tenemos que concluir que el Espíritu Santo la debió haber conducido a comprender que Cristo le había dicho que la adoración se tiene que ofrecer a lo que verdaderamente es, a lo que es eterno (Dios). Cristo le había dicho que la importancia de esa adoración no estribaba en el lugar en el que se pudiera ofrecer. La importancia de esta estriba en que sea en espíritu y en verdad y ofrecida por adoradores verdaderos.
“21 Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” (Jn 4:21-23)
La definición de ese concepto dice que la importancia de esa adoración también estriba en que es mediada por la revelación o el contacto con lo divino. Cristo le había enseñado a orar y le había explicado esto.
El Espíritu Santo la debió haber dirigido a comprender que Cristo le había dicho que la adoración que ella presentaría después de haber conocido el don de Dios y al Salvador del mundo, la definiría como una persona determinada por la revelación de Dios en Cristo Jesús.
“Repetimos esto una vez más: los adoradores descritos por Juan no solo son verdaderos porque son genuinos, sinceros, verdaderos, con adoración verídica, auténtica, franca, o porque son dignos de confianza. Que no quede duda: todo esto es indispensable. Sin embargo, lo que estos conceptos describen es que son adoradores verdaderos porque han recibido revelación para adorar y porque han recibido revelación de la verdad. O sea, revelación de Quién es ese al que adoramos y por qué hemos decidido adorarle.”[5]
Cristo había enseñado a esta mujer a orar provocándola a aceptar que la oración es un diálogo con Dios. O sea que, así como presentamos nuestra oración, así también tenemos la necesidad de guardar silencio para escuchar lo que Dios tiene que decirnos.
En su caso, no tenemos duda de que ella llegaría a la misma conclusión a la que llegó Richard Foster: “La verdadera oración no proviene de rechinar los dientes sino de enamorarse.”[6] Estamos seguros de que la mujer samaritana terminó enamorándose de su Creador.
En una nota al calce, Foster dice que el amor es la sintaxis de la oración. En el caso de la gramática diríamos que la sintaxis es esa “parte de la gramática que estudia el modo en que se combinan las palabras y los grupos que estas forman para expresar significados, así como las relaciones que se establecen entre todas esas unidades.”[7]
En el escenario de la espiritualidad tenemos que concluir que la sintaxis trata acerca del recombinante de la oración y este es el producto de lo que hacemos cuando aprendemos a orar por el Espíritu de Dios, unido al amor que desarrollamos por el Eterno. En otras palabras, el amor con el que respondemos a esa decisión divina de amarnos primero.
“26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Rom 8:26)
“19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” (1 Jn 4:19).
Otra área de repaso de ese diálogo eterno nos conduce a la conclusión de que ella tuvo que entender que tenía que comenzar por conocer (“ēdeis”, G1492) el regalo de la salvación que Dios nos ha hecho en Cristo Jesús y a Aquél que estaba hablando con ella. Hemos visto en reflexiones anteriores que el concepto que Jesús utiliza aquí subraya que este tipo de conocimiento no es uno racional cognitivo. Hemos visto que los recursos académicos consultados informan que este vocablo griego entre otras significa saber, tener información sobre (Mat 6:8, 32; 9:4; 25:13; Lcs 23:34 v.l.; 1 Ped 1:8 v.l.); saber cómo hacer, tener conocimiento de cómo hacer una actividad (Mat 7:11; 1 Tes 4:4); entender, comprender el significado de algo (Jn 16:18; 1 Cor 2:12; 14:16); honrar, reconocer la alta posición de una persona o un evento (1 Tes 5:12).[8]
Ahora bien, vimos que es el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento el que explica lo siguiente:
“Este conocimiento no es abstracto. En [Juan] 7:28s., es un conocimiento de la meta y el propósito de su misión, y según [Juan] 8:55, se concreta en su obediencia a la palabra y el mandamiento de su Padre. Su unión con Dios explica su conocimiento del plan divino de salvación, que se cumple en su misión, y especialmente en su muerte…. Pero a los discípulos, que no son del mundo (15:19; 17:14, 16), se les promete pleno conocimiento cuando Jesús se haya ido y les haya enviado el Paracleto (14:15ss.; 16:7ss., 25ss.).” [9]
La aplicación de estas definiciones nos lleva a la conclusión de que lo que nuestro Señor le estaba diciendo a esta mujer es que el conocimiento de Dios y del don de la salvación no es uno abstracto. Cristo le dijo a esta mujer que conocer el don de la salvación y a Aquél que le estaba hablando le conduciría a obtener el conocimiento de la meta y el propósito de la misión que Dios tenía para ella. Cristo le dice que una de las señales inequívocas que ella tendría de esto es que ella tendría que desarrollar la misma obediencia que desarrolló Cristo.
“8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;” (Heb 5:8)
Hay que entender que la definición del concepto que estamos analizando revela que esa obediencia es a la Palabra y el mandamiento del Padre.
Sabemos que la mujer samaritana debió haber sostenido una buena conversación con Juan para que él pudiera escribir este relato. Recordemos que Juan no estaba presente cuando este encuentro sucedió porque los discípulos habían “ido a la ciudad a comprar comida” (Jn 4:8). El uso del concepto griego que Juan utilizó surge de la inspiración del Espíritu Santo y de esa conversación. Este concepto le comunicaba que aquellos que aceptan el señorío y el sacrificio de Cristo en la cruz, se convierten en sus discípulos y que estos no son del mundo. El Espíritu Santo también la debió haber conducido a entender que el vocabulario utilizado por Cristo le comunicaba que ella adquiriría pleno conocimiento cuando Jesús hubiera ascendido a los cielos y con la llegada del Espíritu Santo. Repetimos: también leemos en esta definición que todo esto les atañe a aquellos que saben que no son del mundo.
Cristo no se había limitado a enseñarle a esta mujer lo que es la oración. Cristo también le había enseñado que la adoración requerida por el Padre necesita revelación. Tal y como hemos compartido en reflexiones anteriores, que los adoradores que describe el capítulo cuatro del Evangelio de Juan (“en espíritu y en verdad”) necesitan la revelación de Cristo para poder ser capaces de hacerlo así. La mujer samaritana no era la excepción.
Este repaso nos conduce a la conclusión de que ella también recibió mediante ese diálogo con Cristo que la adoración requerida por el Padre requiere contener la verdad. Repetimos que un principio bíblico insustituible es que la verdad de Dios (Cristo) sólo puede ser alcanzada mediante la revelación que nos da el Padre a través de su Santo Espíritu (Jn 14:26; 1 Cor 12:3). Esta es la forma en la que el cielo garantiza que la adoración que ofrecemos al Señor contenga la verdad.
Cristo también le había enseñado a esta mujer que conocer el don de Dios y a Aquél que le hablaba, la convertía en un recipiente, en una vasija que contiene la verdad revelada (“alētheia” G225; Cristo) y por lo tanto también la transformaba en un instrumento en las manos de Dios para comunicar esa revelación.
Por último, este pasaje bíblico enseña que la experiencia que vivió la mujer samaritana es la misma que Dios ha puesto a nuestra disposición. Tan solo basta tener un diálogo con Cristo para poder experimentarla.
[1] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 37–38). Editorial Mundo Hispano.
[3] Quell, G., Kittel, G., & Bultmann, R. (1964–). ἀλήθεια, ἀληθής, ἀληθινός, ἀληθεύω. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 249–251). Eerdmans.
[4] Op. cit.
[5] El Heraldo, 3 de abril de 2025
[6] Foster, Richard J.. Prayer - 10th Anniversary Edition: Finding the Heart's True Home (p. 5). HarperOne. Kindle Edition.
[7] https://dle.rae.es/sintaxis?m=form.
[8] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica). Logos Bible Software.
[9] Seesemann, H. (1964–). οἶδα. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 5, pp. 118-119). Eerdmans.
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos invita a pedir al Padre para poder a adorar (III)
“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
Nuestras reflexiones acerca del encuentro de nuestro Señor Jesucristo con la mujer samaritana nos han colocado ante el reto de examinar las formas con las que nos acercamos a Dios para pedir. Hemos encontrado que las expresiones que nuestro Señor utiliza acerca de este tema cuando habla con ella presentan una enseñanza profunda y sólida acerca de cómo debemos hacerlo.
“10 Jesús contestó: —Si tan solo supieras el regalo que Dios tiene para ti y con quién estás hablando, tú me pedirías a mí, y yo te daría agua viva.” (Jn 4:10, NTV)
Aquellos que han seguido nuestras reflexiones a través de los años conocen que hemos dedicado varios periodos extensos para analizar el tema de la oración. Hemos sido ayudados para escribir estas examinando publicaciones de Richard Foster, Phillip Yancey, Jack W. Hayford, Ermes Ronchi, Andrew Murray y Anthony Mello entre muchos otros. Aquellos que han leído estas reflexiones conocen el análisis que hemos realizado de las peticiones, uno de los componentes de esa hermosa disciplina espiritual que llamamos orar (Fil 4:6). A manera de repaso, la mayoría de los creyentes en Cristo hemos sido discipulados para saber que existen varios componentes adicionales que forman parte de esa disciplina. Por ejemplo, sabemos que orar es hablar con Dios y que los creyentes en Cristo hemos sido instruidos a hacerlo en el nombre de nuestro Señor y Salvador Jesús (Jn 14:13, 14; 16:23, 24, 26). Además, que hay que hacerlo de forma continua (“17 Orad sin cesar”, 1 Tes 5:17). Henri J. Nouwen dijo en una ocasión que así como estamos involucrados en el ejercicio de pensar incesantemente, así también hemos sido llamados a la oración incesante.
Sabemos que el proceso de oración debe incluir la acción de gracias, la alabanza y la confesión de pecados. Además, que el mismo no estaría completo si no proveemos espacio para la reflexión y el silencio. Esto último como avenida para que Dios hable con nosotros. Es en medio de todo esto que se insertan los procesos para presentar nuestras peticiones. En otras palabras, que no podemos separar la acción de presentar nuestras peticiones del conjunto total de los procesos espirituales que llamamos oración.
¿Cuál es la importancia de este repaso acerca de la oración? La importancia de este es que es obvio que años más tarde, después de su encuentro con Jesús, la mujer samaritana se enfrentaría a la necesidad de repasar lo que le sucedió con el Señor ese día junto al pozo de Jacob. Es importante destacar que ella hizo este repaso como una creyente en Cristo Jesús como su Señor y Salvador. Al hacerlo, con toda probabilidad ella llegaría a la conclusión de que uno de los muchos beneficios que obtuvo de esa conversación con Cristo era que el Salvador del mundo había aprovechado ese encuentro para enseñarle a orar.
Orar es hablar con Dios y ella lo estaba haciendo. Orar de manera efectiva requiere que hayamos aceptado el regalo de la salvación. Cristo se lo había dicho y ella lo había hecho. Orar de manera efectiva requiere que hayamos establecido una relación personal con Cristo. Nuestro Señor se lo había dicho y ella había logrado hacerlo. Cristo le había dicho que pedir en la oración requiere una relación y tener comunión con Aquél al que se le pide y ella lo había establecido. Además, le había sido explicado que pedir como conviene incluye aceptar que Dios puede cambiar nuestra agenda de peticiones. Ella había logrado esto, hasta el punto de llegar a soltar los cántaros que utilizaba para satisfacer sus necesidades materiales para ir corriendo a anunciar a otros que había encontrado que su necesidad real era la de la fuente de agua que salta para vida eterna. No olvidemos que ella había caminado cerca de dos (2) horas para buscar agua y había decidido regresar a la ciudad sin el agua y sin el cántaro.
“28 Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: 29 Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 4:28-29)
Sin duda alguna Cristo le había enseñado a orar. Cristo lo había hecho señalándole que antes de pedir se necesita adorar y que la adoración que el Padre busca es la de aquellos que lo hacen en espíritu y en verdad.
“24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad (“alēthinos”, G228) es necesario que adoren.” (v.24).
Repasando algunas de las explicaciones que hemos ofrecido acerca de ese concepto (“alēthinos”, G228), llegamos a la conclusión de que Cristo le había dicho a esta mujer que la adoración que ella tendría que ofrecer tendría que ser real, no imaginaria (Jn 17:3); verdadera, en concordancia con los hechos (Jn 19:35); genuina, sincera y verdadera (Heb 10:22+; 1 Ped 1:22 v.l.).[1] Cristo le había dicho que la adoración que el Padre buscaba que ella pudiera ofrecer tenía que ser verídica, auténtica, franca, sincera y digna de confianza.[2]
Ella debió haber entendido que lo que Cristo le estaba diciendo allí era lo que describe el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento cuando nos ofrece la definición de este concepto (“alēthinos”).
“En relación con las cosas divinas tiene el sentido de lo que verdaderamente es, o de lo que es eterno, y en relación con la conducta o el ser humano significa su carácter más que terrenal, mediado por la revelación o el contacto con lo divino.”[3] (Traducción libre)
“En un desarrollo característico de este uso, el uso joánico de [“alēthinos”] introduce nuevamente una ambigüedad distintiva. Si el sentido formal de genuino se ve en Jn. 4:23, es con referencia al hecho de que tales adoradores verdaderos son determinados por la revelación. En las imágenes en las que se describe a Jesús como el [“luz verdadera”, 1:9] y la [“vida verdadera”, 15:1]…. [“alēthinos”] tiene en primera instancia el sentido de “verdadero” o “genuino”, pero genuino aquí significa “divino” en contraste con la realidad humana y terrenal, y también implica “contener” [“alētheia” G225] y por lo tanto “dar revelación.”[4] (Traducción libre)
Conociendo esto tenemos que concluir que el Espíritu Santo la debió haber conducido a comprender que Cristo le había dicho que la adoración se tiene que ofrecer a lo que verdaderamente es, a lo que es eterno (Dios). Cristo le había dicho que la importancia de esa adoración no estribaba en el lugar en el que se pudiera ofrecer. La importancia de esta estriba en que sea en espíritu y en verdad y ofrecida por adoradores verdaderos.
“21 Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” (Jn 4:21-23)
La definición de ese concepto dice que la importancia de esa adoración también estriba en que es mediada por la revelación o el contacto con lo divino. Cristo le había enseñado a orar y le había explicado esto.
El Espíritu Santo la debió haber dirigido a comprender que Cristo le había dicho que la adoración que ella presentaría después de haber conocido el don de Dios y al Salvador del mundo, la definiría como una persona determinada por la revelación de Dios en Cristo Jesús.
“Repetimos esto una vez más: los adoradores descritos por Juan no solo son verdaderos porque son genuinos, sinceros, verdaderos, con adoración verídica, auténtica, franca, o porque son dignos de confianza. Que no quede duda: todo esto es indispensable. Sin embargo, lo que estos conceptos describen es que son adoradores verdaderos porque han recibido revelación para adorar y porque han recibido revelación de la verdad. O sea, revelación de Quién es ese al que adoramos y por qué hemos decidido adorarle.”[5]
Cristo había enseñado a esta mujer a orar provocándola a aceptar que la oración es un diálogo con Dios. O sea que, así como presentamos nuestra oración, así también tenemos la necesidad de guardar silencio para escuchar lo que Dios tiene que decirnos.
En su caso, no tenemos duda de que ella llegaría a la misma conclusión a la que llegó Richard Foster: “La verdadera oración no proviene de rechinar los dientes sino de enamorarse.”[6] Estamos seguros de que la mujer samaritana terminó enamorándose de su Creador.
En una nota al calce, Foster dice que el amor es la sintaxis de la oración. En el caso de la gramática diríamos que la sintaxis es esa “parte de la gramática que estudia el modo en que se combinan las palabras y los grupos que estas forman para expresar significados, así como las relaciones que se establecen entre todas esas unidades.”[7]
En el escenario de la espiritualidad tenemos que concluir que la sintaxis trata acerca del recombinante de la oración y este es el producto de lo que hacemos cuando aprendemos a orar por el Espíritu de Dios, unido al amor que desarrollamos por el Eterno. En otras palabras, el amor con el que respondemos a esa decisión divina de amarnos primero.
“26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Rom 8:26)
“19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” (1 Jn 4:19).
Otra área de repaso de ese diálogo eterno nos conduce a la conclusión de que ella tuvo que entender que tenía que comenzar por conocer (“ēdeis”, G1492) el regalo de la salvación que Dios nos ha hecho en Cristo Jesús y a Aquél que estaba hablando con ella. Hemos visto en reflexiones anteriores que el concepto que Jesús utiliza aquí subraya que este tipo de conocimiento no es uno racional cognitivo. Hemos visto que los recursos académicos consultados informan que este vocablo griego entre otras significa saber, tener información sobre (Mat 6:8, 32; 9:4; 25:13; Lcs 23:34 v.l.; 1 Ped 1:8 v.l.); saber cómo hacer, tener conocimiento de cómo hacer una actividad (Mat 7:11; 1 Tes 4:4); entender, comprender el significado de algo (Jn 16:18; 1 Cor 2:12; 14:16); honrar, reconocer la alta posición de una persona o un evento (1 Tes 5:12).[8]
Ahora bien, vimos que es el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento el que explica lo siguiente:
“Este conocimiento no es abstracto. En [Juan] 7:28s., es un conocimiento de la meta y el propósito de su misión, y según [Juan] 8:55, se concreta en su obediencia a la palabra y el mandamiento de su Padre. Su unión con Dios explica su conocimiento del plan divino de salvación, que se cumple en su misión, y especialmente en su muerte…. Pero a los discípulos, que no son del mundo (15:19; 17:14, 16), se les promete pleno conocimiento cuando Jesús se haya ido y les haya enviado el Paracleto (14:15ss.; 16:7ss., 25ss.).” [9]
La aplicación de estas definiciones nos lleva a la conclusión de que lo que nuestro Señor le estaba diciendo a esta mujer es que el conocimiento de Dios y del don de la salvación no es uno abstracto. Cristo le dijo a esta mujer que conocer el don de la salvación y a Aquél que le estaba hablando le conduciría a obtener el conocimiento de la meta y el propósito de la misión que Dios tenía para ella. Cristo le dice que una de las señales inequívocas que ella tendría de esto es que ella tendría que desarrollar la misma obediencia que desarrolló Cristo.
“8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;” (Heb 5:8)
Hay que entender que la definición del concepto que estamos analizando revela que esa obediencia es a la Palabra y el mandamiento del Padre.
Sabemos que la mujer samaritana debió haber sostenido una buena conversación con Juan para que él pudiera escribir este relato. Recordemos que Juan no estaba presente cuando este encuentro sucedió porque los discípulos habían “ido a la ciudad a comprar comida” (Jn 4:8). El uso del concepto griego que Juan utilizó surge de la inspiración del Espíritu Santo y de esa conversación. Este concepto le comunicaba que aquellos que aceptan el señorío y el sacrificio de Cristo en la cruz, se convierten en sus discípulos y que estos no son del mundo. El Espíritu Santo también la debió haber conducido a entender que el vocabulario utilizado por Cristo le comunicaba que ella adquiriría pleno conocimiento cuando Jesús hubiera ascendido a los cielos y con la llegada del Espíritu Santo. Repetimos: también leemos en esta definición que todo esto les atañe a aquellos que saben que no son del mundo.
Cristo no se había limitado a enseñarle a esta mujer lo que es la oración. Cristo también le había enseñado que la adoración requerida por el Padre necesita revelación. Tal y como hemos compartido en reflexiones anteriores, que los adoradores que describe el capítulo cuatro del Evangelio de Juan (“en espíritu y en verdad”) necesitan la revelación de Cristo para poder ser capaces de hacerlo así. La mujer samaritana no era la excepción.
Este repaso nos conduce a la conclusión de que ella también recibió mediante ese diálogo con Cristo que la adoración requerida por el Padre requiere contener la verdad. Repetimos que un principio bíblico insustituible es que la verdad de Dios (Cristo) sólo puede ser alcanzada mediante la revelación que nos da el Padre a través de su Santo Espíritu (Jn 14:26; 1 Cor 12:3). Esta es la forma en la que el cielo garantiza que la adoración que ofrecemos al Señor contenga la verdad.
Cristo también le había enseñado a esta mujer que conocer el don de Dios y a Aquél que le hablaba, la convertía en un recipiente, en una vasija que contiene la verdad revelada (“alētheia” G225; Cristo) y por lo tanto también la transformaba en un instrumento en las manos de Dios para comunicar esa revelación.
Por último, este pasaje bíblico enseña que la experiencia que vivió la mujer samaritana es la misma que Dios ha puesto a nuestra disposición. Tan solo basta tener un diálogo con Cristo para poder experimentarla.
[1] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 37–38). Editorial Mundo Hispano.
[3] Quell, G., Kittel, G., & Bultmann, R. (1964–). ἀλήθεια, ἀληθής, ἀληθινός, ἀληθεύω. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 249–251). Eerdmans.
[4] Op. cit.
[5] El Heraldo, 3 de abril de 2025
[6] Foster, Richard J.. Prayer - 10th Anniversary Edition: Finding the Heart's True Home (p. 5). HarperOne. Kindle Edition.
[7] https://dle.rae.es/sintaxis?m=form.
[8] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica). Logos Bible Software.
[9] Seesemann, H. (1964–). οἶδα. En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 5, pp. 118-119). Eerdmans.
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2023
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Reflexiones de Esperanza: El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Parte VI)Notas del Pastor MJ: No dejes pasar la oportunidad.886 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de febrero 2023Reflexiones de Esperanza: El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Parte VII)Reflexiones de Esperanza: El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Parte VIII)887 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 12 de febrero 2023Reflexiones de Esperanza: El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Parte IX)Reflexiones de Esperanza: El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Parte X)Notas del Pastor MJ:
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