990 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 2 de febrero del 2025

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Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos conduce a adorar (II)


“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)

Nota editorial:
En el momento en que se escriben estas líneas nos encontramos trabajando a todo vapor en el desarrollo de un protocolo que sea consecuente y que nos permita manejar las crisis provocadas por el manejo de los escenarios de inmigración. Las reflexiones teológicas que estamos desarrollando, desde la perspectiva hispana y latinomericana, nos proveerán recursos, respuestas serias y responsables, además de alternativas para el manejo de esta crisis. Estamos convencidos de que salir a ofrecer respuestas sin haber realizado esta clase de ejercicio nos puede colocar en los mismos linderos en los que nos colocaron los primeros intentos para manejar la pandemia provocada por el COVID-19 (SARS-CoV-2 virus). Tenemos que aceptar que muchas de las decisiones que tomamos allí no fueron correctas.

A continuación, algunos puntos que podemos adelantar que han surgido de este ejercicio:

Adelantamos, de manera orgánica, esto es, no en orden de prioridades, que las leyes que promueven y aplican los Estados no siempre son morales. La Ley del Talión (Lev 24:19-22; Det 19:18-21) es un buen ejemplo de esto. El requerimiento del “ojo por ojo” no tomaba en consideración que si un tuerto le sacaba el ojo a uno que tenía sus dos ojos, la aplicación de esta ley lo dejaría ciego. Este estatuto podía ser legal, pero no era ético. Es bueno saber que la Iglesia del Señor ha sido ordenada a operar por encima de esos códigos establecidos por la Ley de Moisés.

En segundo lugar, que sabemos que existen varios tipos de inmigrantes. Hay inmigrantes motivados por sus necesidades (escapar de la violencia de sus países, pobreza extrema, persecución política, etc.) y los motivados por sus ansias de delinquir y violentar las normas de las sociedades establecidas. No hay que abundar mucho en el principio de que aquellos que violan la ley, sean ciudadanos o extranjeros, tienen que ser sometidos a la justicia. También reconocemos que el gobierno de los Estados Unidos tiene la obligación de hacer cumplir sus leyes. No obstante, adelantamos que no podemos suscribir, respaldar ni apoyar aquellas órdenes que violenten los principios morales que establece la Palabra de Dios.

En tercer lugar, sabemos que la Iglesia tiene que responder a los mandatos establecidos en la Biblia acerca de cómo debemos tratar al extranjero.

“9 Y no angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto.” (Éxo 23:9)

“33 Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. 34 Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios.” (Lev 19:33-34)

“16 Y entonces mandé a vuestros jueces, diciendo: Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el extranjero. 17 No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré.”  (Det 1:16-17)

Además, no podemos olvidar que la Biblia dice que la Iglesia del Señor, todos nosotros, hombres, mujeres, ancianos, jóvenes o niños de la fe en Cristo, somos la reunión de un grupo de peregrinos y extranjeros en este planeta (1 Ped 2:11; Heb 11:13)

Por último, nos asiste la responsabilidad y la voz profética que la Biblia nos ha impuesto. Algunos personajes bíblicos, profetas del Antiguo Testamento y líderes del pueblo de Dios, no fueron parcos al levantar sus voces declarando la opinión del cielo en estos asuntos. A continuación, algunos ejemplos de esto:

“19 Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda. Y dirá todo el pueblo: Amén.” (Det 27:19)

“41 Asimismo el extranjero, que no es de tu pueblo Israel, que viniere de lejanas tierras a causa de tu nombre 42 (pues oirán de tu gran nombre, de tu mano fuerte y de tu brazo extendido), y viniere a orar a esta casa, 43 tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, y harás conforme a todo aquello por lo cual el extranjero hubiere clamado a ti, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y entiendan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo edifiqué.”  (1 Rey 8:41-43)

“5 Pero si mejorareis cumplidamente vuestros caminos y vuestras obras; si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo, 6 y no oprimiereis al extranjero, al huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramareis la sangre inocente, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro, 7 os haré morar en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres para siempre.” (Jer 7:5-7)

“3 Así ha dicho Jehová: Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar. 4 Porque si efectivamente obedeciereis esta palabra, los reyes que en lugar de David se sientan sobre su trono, entrarán montados en carros y en caballos por las puertas de esta casa; ellos, y sus criados y su pueblo. 5 Mas si no oyereis estas palabras, por mí mismo he jurado, dice Jehová, que esta casa será desierta.”  (Jer 22:3-5)

“6 He aquí que los príncipes de Israel, cada uno según su poder, se esfuerzan en derramar sangre. 7 Al padre y a la madre despreciaron en ti; al extranjero trataron con violencia en medio de ti; al huérfano y a la viuda despojaron en ti….29 El pueblo de la tierra usaba de opresión y cometía robo, al afligido y menesteroso hacía violencia, y al extranjero oprimía sin derecho. 30 Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé.” (Eze 22:6-7, 29-30)

Les invitamos a cubrir en oración este esfuerzo. Pedimos que cubran al Cuerpo Pastoral de nuestra Iglesia, así como a un grupo interdisciplinario al que le hemos solicitado apoyo y asesoramiento. Sabemos que el Señor nos va a dar dirección y sabiduría.



Esta nueva serie de reflexiones que hemos comenzado a compartir tiene como objetivo continuar encontrando definiciones y el significado que posee una Iglesia dirigida por el Espíritu Santo. Estas reflexiones procuran analizar y reflexionar acerca de algunas de las funciones y operaciones del Espíritu Santo en la vida del creyente. En este caso, aquellas en las que la Tercera persona de la Trinidad nos dirige en y hacia la adoración y a establecer, solidificar y mantener nuestra relación con Dios. Tal y como señalamos en la reflexión anterior, el pasaje del capítulo 4 del Evangelio de Juan será clave en estos análisis.

A manera de introducción tenemos que señalar que los datos que ofrece este pasaje son muy interesantes. En primer lugar, este pasaje trata acerca de la confrontación para salvación, la restauración y el empoderamiento de una mujer. En segundo lugar, los paralelos que posee con pasajes del Antiguo Testamento son extraordinarios. En tercer lugar, los temas que se discuten y utilizan aquí para conseguir los resultados que nuestro Señor procuraba son la enseñanza profunda de lo que es la verdadera adoración y el conocimiento de Dios y de su Espíritu. A “prima facie” estos no parecen temas ni herramientas típicas de un proceso de evangelización, conversión o reconciliación.

Esta historia es tan intensa y emotiva que algunos predicadores se han acercado a esta bajo el título “Where Brokeness Meets Reconciliation.”[1] Sin duda alguna que el quebrantamiento y la angustia de la mujer samaritana que se describe en este pasaje, encontró la reconciliación y la restauración de ella con Dios, consigo misma y con las personas que habitaban en donde ella residía. Uno de los aspectos más maravillosos de esta historia juanina es que esos procesos de reconciliación no fueron casuales. El pasaje, que sólo encontramos en el Evangelio de Juan, dice que a Cristo “….le era necesario pasar por Samaria” (Jn 4:4).

Pero hay muchos aspectos de este de este pasaje que necesitan ser visitados. Por ejemplo, esta porción de las Sagradas Escrituras se divide en cinco secciones. El profesor Andrew T. Lincoln ha señalado que la primera de estas comprende los versículos 1-6. Estos son utilizados para establecer la historia que sigue luego de la decisión de Jesús de cambiar de ruta para llegar a un pozo cerca de la ciudad de Sicar. La segunda sección comprende los versículos 7-26. Estos contienen el diálogo entre Jesús y la mujer samaritana junto al pozo. La tercera sección comprende los versículos 27-30 y estos sirven como una transición con la llegada de los discípulos y la salida de la mujer para ir a la ciudad. La cuarta sección, vv. 31-38, presenta un diálogo entre Jesús y los discípulos. Finalmente, la quinta sección, vv. 39-42, es el episodio final que concluye con el encuentro entre Jesús y los samaritanos de la ciudad Sicar.[2]

Tal y como hemos señalado, otro dato importante que este pasaje bíblico presenta es su parecido con algunos pasajes bíblicos que encontramos en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el viaje de Eliezer, el mayordomo de Abraham, cuando fue comisionado para encontrar la novia para Isaac. En esa porción bíblica (Gén 24:1-67) se destaca que el encuentro de este con Rebeca ocurrió en un pozo. Eliezer tenía que llegar allí como parte de su peregrinación

“11 E hizo arrodillar los camellos fuera de la ciudad, junto a un pozo de agua, a la hora de la tarde, la hora en que salen las doncellas por agua. 12 Y dijo: Oh Jehová, Dios de mi señor Abraham, dame, te ruego, el tener hoy buen encuentro, y haz misericordia con mi señor Abraham. 13 He aquí yo estoy junto a la fuente de agua, y las hijas de los varones de esta ciudad salen por agua. 14 Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que tú has destinado para tu siervo Isaac; y en esto conoceré que habrás hecho misericordia con mi señor. 15 Y aconteció que antes que él acabase de hablar, he aquí Rebeca, que había nacido a Betuel, hijo de Milca mujer de Nacor hermano de Abraham, la cual salía con su cántaro sobre su hombro.” (Gén 24:11-15).

En este caso, la Biblia dice que acerca de la joven que Eliezer encuentra que “…16 Y la doncella era de aspecto muy hermoso, virgen, a la que varón no había conocido; la cual descendió a la fuente, y llenó su cántaro, y se volvía. 17 Entonces el criado corrió hacia ella, y dijo: Te ruego que me des a beber un poco de agua de tu cántaro” (Gén 24:16-17). O sea, que no se trata de una mujer con las experiencias de vida que poseía la que se describe en el capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan. No obstante, tal y como dice Lincoln[3], es importante destacar la secuencia bíblica de describir a una mujer que viene a buscar agua a un pozo y de un extranjero que le pide de beber. Esa mujer se convirtió en el centro de los diálogos y de las decisiones que había que tomar. El pasaje concluye con la bendición de que Eliezer consigue la novia para su señor.

Otro pasaje igualmente interesante es el que describe el encuentro entre Jacob y Raquel (Gén 29:1-14). Este encuentro entre “un extranjero”, que luego descubren que es parte de la familia, y una mujer, que también ocurrió en un pozo. Jacob tenía que llegar allí como parte de su peregrinación. El pasaje dice que una mujer se acerca a ese pozo y de igual forma, ella se convierte en centro de los diálogos y de las decisiones que había que tomar.

“1 Siguió luego Jacob su camino, y fue a la tierra de los orientales. 2 Y miró, y vio un pozo en el campo; y he aquí tres rebaños de ovejas que yacían cerca de él, porque de aquel pozo abrevaban los ganados; y había una gran piedra sobre la boca del pozo. 3 Y juntaban allí todos los rebaños; y revolvían la piedra de la boca del pozo, y abrevaban las ovejas, y volvían la piedra sobre la boca del pozo a su lugar. 4 Y les dijo Jacob: Hermanos míos, ¿de dónde sois? Y ellos respondieron: De Harán somos. 5 Él les dijo: ¿Conocéis a Labán hijo de Nacor? Y ellos dijeron: Sí, le conocemos. 6 Y él les dijo: ¿Está bien? Y ellos dijeron: Bien, y he aquí Raquel su hija viene con las ovejas. 7 Y él dijo: He aquí es aún muy de día; no es tiempo todavía de recoger el ganado; abrevad las ovejas, e id a apacentarlas. 8 Y ellos respondieron: No podemos, hasta que se junten todos los rebaños, y remuevan la piedra de la boca del pozo, para que abrevemos las ovejas. 9 Mientras él aún hablaba con ellos, Raquel vino con el rebaño de su padre, porque ella era la pastora. 10 Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán hermano de su madre, y las ovejas de Labán el hermano de su madre, se acercó Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán hermano de su madre. 11 Y Jacob besó a Raquel, y alzó su voz y lloró.” (Gén 29:1-11)

Hay que recordar que este capítulo del Libro de Génesis termina con Jacob casado con Raquel.

Otro pasaje bíblico que parece contener el mismo orden de eventos es el encuentro entre Moisés y Séfora, encuentro que se describe en el capítulo dos (2) del Libro de Éxodo (2:15–22). En ese pasaje bíblico también se destaca que ese encuentro ocurrió en un pozo. En este caso, es la providencia divina la que permite que Moisés llegue a ese lugar.

“15 Oyendo Faraón acerca de este hecho, procuró matar a Moisés; pero Moisés huyó de delante de Faraón, y habitó en la tierra de Madián. 16 Y estando sentado junto al pozo, siete hijas que tenía el sacerdote de Madián vinieron a sacar agua para llenar las pilas y dar de beber a las ovejas de su padre. 17 Mas los pastores vinieron y las echaron de allí; entonces Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a sus ovejas. 18 Y volviendo ellas a Reuel su padre, él les dijo: ¿Por qué habéis venido hoy tan pronto? 19 Ellas respondieron: Un varón egipcio nos defendió de mano de los pastores, y también nos sacó el agua, y dio de beber a las ovejas. 20 Y dijo a sus hijas: ¿Dónde está? ¿Por qué habéis dejado a ese hombre? Llamadle para que coma. 21 Y Moisés convino en morar con aquel varón; y él dio su hija Séfora por mujer a Moisés. 22 Y ella le dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Gersón, porque dijo: Forastero soy en tierra ajena.”  (Éxo 2:15-22)

Lincoln dice que es curioso que en los pasajes bíblicos del Génesis que hemos citado las historias incluyan el dato de que Eliezer y Jacob se identificaron. Esto no sucedió así en la historia de Moisés y Séfora.
 
Hay que puntualizar que el pasaje juanino no trata de que Jesús haya ido a ese pozo a buscar una novia en el sentido sentimental o material. No obstante, es de todos conocido que la conversión de esta mujer la coloca dentro de la definición del grupo de personas que formamos parte de lo que la Biblia llama “la esposa del Cordero.”

“7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. 9 Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.”  (Apo 19:7-9)

El pasaje del Evangelio de Juan que estamos utilizando comienza de la siguiente forma:
 
“1 Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan 2 (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), 3 salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. 4 Y le era necesario pasar por Samaria. 5 Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. 6 Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. 7 Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber.” (Jn 4:1-7)

Esas frases iniciales que Juan utiliza sirven como evidencia de que el discípulo amado estaba escribiendo acerca de sus recuerdos de esta escena y no necesariamente dándonos a conocer un registro histórico que él llevaba de lo que sucedió allí. Lo sabemos porque Juan decide comenzar el relato llamando Señor a Jesús, para luego continuar llamándole Jesús en el resto del relato bíblico. Sabemos que la expresión “kurios” (Señor, G2962) que Juan utiliza es un reconocimiento al Señorío de nuestro Salvador y que esto también forma parte de la operación del Espíritu Santo.

“3 Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” (1 Cor 12:3)

En otras palabras, que Juan está afirmando con esta expresión que lo que habría de suceder aquí no sería el resultado del azar, de una coincidencia, ni de la planificación humana. Dios mismo, encarnado en Cristo había decidido ir a ese pozo. O sea, la urgencia impuesta por la gracia divina había calendarizado este encuentro entre el dolor y la sin razón, con el Espíritu de Dios y el amor del Padre. Las expresiones iniciales que encontramos en este capítulo nos dan la impresión de que tal parece que Cristo estaba escapando del alcance y la mortificación de los Fariseos. La realidad es que este dilema fue tan solo una excusa para que los discípulos pudieran ver cómo se desarrollaba el plan perfecto de salvación de una vida y el avivamiento en toda una ciudad. Cristo tenía que pasar por Samaria.

Esto nos debe servir como modelo para alcanzar a los no alcanzados por el Evangelio. La intencionalidad de nuestros esfuerzos misioneros y de evangelización tiene que estar sujetada a la urgencia de la gracia que procura alcanzar al pecador. Y todo esto, tiene que ser presentado en oración hasta que podamos conseguir que nuestras intenciones y el desarrollo de nuestros planes no sean otra cosa sino la calendarización de encuentros entre el dolor en el corazón de aquellos que no conocen a Cristo como su Señor y Salvador con el Espíritu de Dios y el amor del Padre.

Sabemos que todavía está en el tintero el tema de la adoración. Sin embargo, hay otros aspectos medulares que debemos presentar antes de entrar en ese tema. Uno de estos es la lucha fratricida que existía entre los judíos y los samaritanos. Esto último formará parte de nuestra próxima reflexión
           


[1] https://sermons.logos.com/sermons/103957-where-brokenness-meets-reconciliation?sso=false
[2] Lincoln, A. T. (2005). The Gospel according to Saint John (pp. 169–174). Continuum.
[3]  Lincoln, Op. cit. 








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