964 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 4 de agosto del 2024

964 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  4 de agosto del 2024
Dirigidos por el Espíritu Santo: el lugar de los dones espirituales (VI)

 
“7 Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. 8 Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. 10 A otro, el hacer milagros; a otro profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. 11 Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.” (1 Cor 12:7-11)
 
Nuestra reflexión anterior, acerca de los dones del Espíritu Santo nos insertó en el análisis del significado de la siguiente expresión paulina:

“7 El Espíritu se muestra de manera diferente en cada uno para beneficio de todos.” (1 Cor 12:7, PDT)

“7 Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos.” (DHH)

“7 Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.”  (RV1960)
 
Vimos allí que ese esa manifestación (“phanerōsis”, G5321) del Espíritu de Dios tiene que producir “provecho” o “beneficio” (“sumpherō”, G4851), es lo que. El análisis del concepto “provecho” nos condujo a la conclusión de que esa expresión paulina predica que los dones espirituales son entregados para los siguientes propósitos:

-     reunir, unir, convocar los miembros del cuerpo de Cristo.
-     traer a un centro común a los miembros del cuerpo de Cristo.
-     llevar juntos a los miembros del cuerpo de Cristo.
-     hacer útiles a los miembros del cuerpo de Cristo.
-     hacer claro el objetivo de los miembros del cuerpo de Cristo.
-     darle ventaja, hacer ventajosa la operación a los miembros del cuerpo de Cristo.
-     ser de beneficio a los miembros del cuerpo de Cristo.
-     ayudar en el servicio a los miembros del cuerpo de Cristo.
-     ayudar a poner de acuerdo a los miembros del cuerpo de Cristo.
-     ayudar en la adaptación de los miembros del cuerpo de Cristo. [1]

Siendo esto así, entonces está claramente definido que la manifestación de los dones (“charismata”, la expresión en plural) trasciende la alegría, el gozo, el fuego que podemos sentir y las señales que estos puedan producir. La finalidad más importante y relevante de los dones es la unidad y la edificación de la Iglesia como cuerpo de Cristo.

Ya al final de esa reflexión tuvimos la oportunidad de adentrarnos en lo que según la Biblia es la dimensión en la que operan esos dones: la dimensión del amor de Dios. Es así que lo señala el Apóstol Pablo en el capítulo trece (13) de la Primera Carta a los Corintios. Tal y como suscribimos en la reflexión anterior, Pablo insiste en que los dones dejan de ser eficientes y productivos cuando no se administran dentro y con el amor (“agapē”, G26) de Dios.

“1 Si hablo las lenguas de los hombres y aun de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. 2 Y si tengo el don de profecía, y entiendo todos los designios secretos de Dios, y sé todas las cosas, y si tengo la fe necesaria para mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada. 3 Y si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y aun si entrego mi propio cuerpo para tener de qué enorgullecerme, pero no tengo amor, de nada me sirve. 4 Tener amor es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso, 5 ni grosero, ni egoísta; es no enojarse ni guardar rencor; 6 es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. 7 Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo. 8 El amor jamás dejará de existir. Un día el don de profecía terminará, y ya no se hablará en lenguas, ni serán necesarios los conocimientos. 9 Porque los conocimientos y la profecía son cosas imperfectas, 10 que llegarán a su fin cuando venga lo que es perfecto. 11 Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño; pero al hacerme hombre, dejé atrás lo que era propio de un niño. 12 Ahora vemos de manera indirecta, como en un espejo, y borrosamente; pero un día veremos cara a cara. Mi conocimiento es ahora imperfecto, pero un día conoceré a Dios como él me ha conocido siempre a mí. 13 Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor.” (1 Cor 13:1-13, DHH)

Debemos comenzar señalando que los griegos poseían muchos conceptos para definir el amor. Cada uno de estos respondía al tipo y a la descripción de la clase de amor a la que hacían referencia. A continuación, una lista breve de estos:[2]

“Philía” es el amor afectuoso, que implica amistad. Este concepto se utiliza en la Biblia para afirmar el amor, aunque semánticamente favorece un afecto basado en la asociación interpersonal (Mat 10:37; Jn 5:20; 11:3, 36; 12:25; 15:19; 16:27; 20:2; 21:15, 16, 17; 1 Cor 16:22; Tit 3:15; Apo 3:19; 22:15+).[3] Platón pensaba que esta clase de amor estaba por encima del amor “eros”. Este concepto es el prefijo de la palabra filosofía, amor a la sabiduría.
 
“Eros” es el amor apasionado, erótico. Este concepto proviene del nombre de uno de los dioses griegos. Nos parece muy interesante y revelador lo que expresa el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) como parte de sus descripciones de este concepto:

“En todas las épocas, los griegos han cantado himnos luminosos al sensual y gozoso [eros], el dios demoníaco que no se deja obligar por nadie, pero que obliga a todos. Este dios desempeñó un gran papel en el culto, se convirtió en la filosofía desde el tiempo de Platón en el epítome de la máxima realización y elevación de la vida, y fue completamente sublimado y espiritualizado en el misticismo de Plotino…..

Lo que el griego busca en el eros es la embriaguez, y esto es para él la religión. Sin duda, la reflexión es el más bello de los flirteos que los poderes celestiales han puesto en el corazón del hombre (Soph. Ant., 683 y ss.); es la realización de la humanidad en la medida. Pero más glorioso es el eros que pone fin a toda reflexión, que pone todos los sentidos en un frenesí, que rompe la medida y la forma de toda humanidad humanista y eleva al hombre por encima de sí mismo. Los grandes dramaturgos trágicos lo estiman no menos con horror que con entusiasmo…. Es un dios, y es poderoso incluso por encima de los dioses…. Todas las fuerzas del cielo y de la tierra son fuerzas de segundo orden comparadas con el único y supremo poder del eros. No le queda elección, ni voluntad, ni libertad al hombre que se deja dominar por su omnipotencia tiránica, y encuentra la dicha suprema en ser dominado por ella.

Allí donde el demonismo de la embriaguez sensual se celebra con entusiasmo religioso, allí, por el contrario, la religión misma busca el punto supremo de la experiencia en este éxtasis. El eros creador está en el corazón de los ritos de fertilidad, y la prostitución florece en los templos de las grandes diosas, a menudo bajo influencia oriental. Las uniones sexuales de dioses y hombres narradas en la mitología encuentran una actualización actual en el culto…. La religión y el éxtasis se unen en un erotismo transmutado religiosamente.

Pero la embriaguez que los griegos buscan en el eros no es necesariamente sensual. Ya en los misterios griegos, como tan a menudo en el misticismo, los conceptos eróticos se espiritualizan de muchas maneras como imágenes y símbolos para el encuentro con lo supra sensual….Eros busca en los demás la satisfacción de su propio hambre de vida.”[4] (Traducción libre)

Sabemos que muchos lectores han identificado aquí el génesis o el origen de patrones y modelos esclavizantes que experimentamos en la actualidad. Se trata de una agenda demoníaca que procura embriagar al ser humano con sensualidad al mismo tiempo que le rodea con un “entusiasmo religioso” equivocado.

“Storgé” es el concepto que se utilizaba para describir el amor familiar, el amor natural que los miembros de una familia poseen los unos por los otros. Se trata de un amor que se produce de manera natural y trata de una afiliación por cariño o afecto por alguien que crece a través de valores o experiencias compartidas, en otras palabras, familiaridad. Era utilizado para describir el amor natural que sienten los padres hacia sus hijos.

“Nomos” es el concepto que se utilizaba para describir la sumisión amorosa que un creyente tiene ante Dios y que procura conformarse a la voluntad divina. El concepto es regularmente utilizado para referirse a la ley (G3551).
 
“Agápē”, en el sentido puramente griego, es respeto y simpatía entre iguales. En el sentido cristiano, este concepto implica la conciencia de la indignidad de los iguales (nosotros) ante Dios y su misericordia. Es el “agápē” el que determina la actitud y el trato entre los hermanos. Esta es una de las grandes diferencias entre el “agápē” y el “eros”. El primero es desprendido, centrado en los beneficios de los demás, mientras que el segundo es egoísta, centrado en los beneficios personales del que lo experimenta.
 
La Biblia es directa cuando dice que Dios es amor: “agápē” (1 Juan 4:8).

“8 El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” (1 Jn 4:8, RV 1960)

Esto significa que el “agápē” no es algo que Dios siente, sino lo que Dios es. Dicho de otra forma, la naturaleza de Dios es amor. Así como Él es santo, también es amor. Lo que esto significa es que todo lo que Dios es y todos sus actos están regulados por su amor y su santidad. Por ejemplo, su justicia es santa y amorosa. Así mismo su majestad, su presencia, su poder, su eternidad, su sabiduría y su gracia. Al mismo tiempo Dios ama de manera incondicional, porque su naturaleza así lo demanda. Esta es una de las razones por las que Él no quiere que nos perdamos, sino que todos procedamos al arrepentimiento (2 Ped 3:9).

Es Dios quien posee la primera palabra. Él es “agápē” y es Él el que decide establecer la relación con nosotros. Es por esto que es de Él que procede todo lo que puede llamarse “agápē”. O sea, que el amor “agápē” no es otra cosa que la repercusión directa del amor celestial que ha sido derramado sobre nosotros.

O sea, que este concepto es más que un verbo y un sustantivo porque posee una definición personalizada.

Para el Apóstol Pablo, este concepto es la orientación de la voluntad soberana de Dios hacia el mundo de los hombres y la liberación de este mundo. La obra de amor es la meta de Dios desde el principio. Esa meta es la creación del hombre nuevo en Cristo. Pero esta meta no se puede alcanzar sin el hombre y la obra de amor que este tiene que realizar.

Dios ha puesto sobre nosotros los creyentes la inmensa responsabilidad de amarnos como Él nos ama (Jn 13:34; 15 :12, 17; 1 Tes 4:9). Esto es así, porque toda la obra de Dios, ya sea en la creación o en la redención, presupone tanto la posibilidad como la necesidad de la acción humana. “La voluntad de Dios no excluye la voluntad humana, sino que la incluye, encontrando su más pura realización en su ejercicio más pleno. La llamada imperiosa de Dios es una llamada a la libertad.” [5]

El Kittel señala que para el Apóstol Pablo el “agápē” es el principio del futuro mientras que para el Apóstol Juan es el principio del mundo de Cristo que se está construyendo en la crisis del presente. Una de las diferencias entre las maneras en las que ambos hablan acerca de esto es que Pablo casi siempre enfoca el “agápē” en el servicio cristiano, mientras Juan habla constantemente del amor del Padre por el Hijo. Todo el amor se concentra en Él. Él es totalmente el Mediador del amor de Dios. Al mismo tiempo, Juan casi nunca habla del amor del Hijo por el Padre. Sin embargo, subraya con fuerza el amor del Hijo por aquellos que el Padre le ha dado. Para Juan, este amor es coronado y liberado inmediatamente por su muerte. A través de la muerte del Hijo, Dios alcanza su meta de salvación para el mundo.[6]

Recordemos que es este amor, “agápē”, el que sirve como escenario para el desarrollo de los dones espirituales.

Estos datos, someros, nos permiten llegar a varias conclusiones. Una de estas es que los “charismata” tienen que ser considerados como herramientas que el Espíritu le da a la Iglesia para alcanzar y desarrollar la meta establecida por Cristo mientras le hacemos frente a las crisis de este tiempo. Otra, que este requisito no es opcional, sino que es un mandato.

Es por esto que el Apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, señala que podemos hablar lenguas humanas y angélicas, pero si no tenemos “agápē”, somos como un pedazo de metal ruidoso, o como una campana desafinada (1 Cor 13:1, TLA). Podemos poseer dones de profecía, de sabiduría, discernimiento y de una fe que mueve montañas, pero si no tenemos “agápē”, de nada sirve nuestra confianza en el Señor. Podemos ser capaces de ser desprendidos y “dedicarnos en cuerpo y alma a servir a los demás” (TLA), pero esto de nada nos sirve si no tenemos “agápē”: el amor desprendido de Dios.

Pablo decide no quedarse describiendo lo que no sirve y procede a definir las características del “agápē”. Al hacerlo nos ofrece una imagen de espejo en la cual podemos evaluar y calificar cualquier otro amor. A continuación, las características que él ofrece:

  • sufrido (“makrothumeō”, G3114)
  • benigno, (“chrēsteuomai”, G5541
  • sin envidia, (“zēloō”, G2206
  • no jactancioso, (“perpereuomai”, G4068)
  • sin capacidad:
-  para envanecerse (“phusioō”, G5448)
-  para hacer algo indebido (“aschēmoneō”, G807)
-  para buscar lo suyo (“zēteō”, G2212; “heautou”, G1438)
-  para irritarse (“paroxunō”, G3947)
-  para guardar rencor (“logizomai”, G3049; “kakos”, G2556)
-  para gozarse de la injusticia (“chairō”, G5463; “adikia”, G93)
  • Con capacidad:
-  para gozarse de la verdad (“sugchairō”, G4796; “alētheia”, G225)
-  para sufrirlo todo (“stegō”, G4722)
-  para creerlo todo (“pisteuō”, G4100)
-  para esperarlo todo (“elpizō”, G1679)
-  para soportarlo todo (“hupomenō”, G5278)

Es obvio que debemos detenernos a analizar estos conceptos. Esto es así porque estas son las características que definen y describen lo que se espera de nuestra administración de los dones del Espíritu.
 


[1] Weiss, K. (1964–). φέρω, ἀναφέρω, διαφέρω, τὰ διαφέροντα, διάφορος (ἀδιάφορον), εἰσφέρω, προσφέρω, προσφορά, συμφέρω, σύμφορος, φόρος, φορέω, φορτίον, φορτίζω (phéroo, anaphéroo, diaphéroo, ta diaphéronta, diáphoros (andiáphoron) eisphéroo, prosphéroo, prosphorá, sumphéroo, súmphoros, phóros, phoréo, phortíon, phortízo). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, p. 69). Eerdmans.
[2] https://berkeley.pressbooks.pub/interpretinglovenarratives/chapter/24-early-greek-philosophy/#:~:text=25.4.-,Eros, philia, agape, nomos, storge,are the most common terms.
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[4] Quell, G., & Stauffer, E. (1964–). ἀγαπάω, ἀγάπη, ἀγαπητός (agapáoo, agápē, agapētós). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 21-55). Eerdmans.
[5]Quell, G., & Stauffer, E. (1964–)….Op. cit.
[6] Ibid.








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