968 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 1 de septiembre del 2024

968 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  1 de septiembre del 2024
Dirigidos por el Espíritu Santo: el lugar de los dones espirituales (X)

 
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor 13:1-10, RV 1960)
 
Hemos estado analizando las características que posee el amor redentor que el Señor nos regaló: el “agápē” de Dios (G26). Estas aparecen descritas en el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios.  

Sabemos que el uso y la administración responsable de los dones que el Espíritu Santo le ha regalado a cada creyente en Cristo también son regidos por estas características. Hemos visto que las expresiones bíblicas que hablan de ese uso y de esa administración aparecen en la Primera Carta del Apóstol Pedro.

“10 Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.”  (1 Ped 4:10)

Vimos en la reflexión más reciente que el concepto que se traduce aquí como “ministrar” (“diakoneō”, G1247), habla del uso y del servicio que los dones tienen que ofrecer. Esto es, servir, ministrar (Mat 4:11; 8:15; 20:28; 27:55; Mcs 1:13, 31; 10:45; 15:41; Lcs 4:39; 12:37; 17:8; 22:26–27; Jn 12:2, 26; Hch 19:22; 2 Cor 8:19–20; 2 Tim 1:18; Flm 13; 1 Ped 1:12; 4:10–11). También, atender o expedir (Hch 6:2; 2 Cor. 3:3), ayudar y cuidar (Mat 25:44; Lcs 8:3; Rom 15:25; Heb 6:10) y/o servir como diácono (1 Tim. 3:10,13).[1]

Un dato interesantísimo es que el griego que se utilizó para escribir el Nuevo Testamento posee muchas palabras para describir el concepto de servir y que a menudo, estas son confundidas unas con otras. Algunas de estas son:

  - “douleuō”       - “therapeuō”    - “latreuō”    - “leitourgeō”   - “hupēretēs”  (“hupēretēo”)

Por ejemplo, “douleuō” (G1398) significa servir como esclavo, estar esclavizado, con énfasis en la sujeción. Al mismo tiempo, “therapeuō” (G2323), puede ser traducido como curar, sanar, cuidar,[2] o adorar[3], No obstante, también puede ser traducido como servir, enfatizando la voluntad de servicio y el respeto y la preocupación que se expresan con ello (especialmente hacia Dios).[4]
 
Por otro lado, “latreuō” (G3000), que proviene de la palabra “latris” (ministrar) también puede ser traducido como servir, pero hacerlo por un salario. Los recursos académicos consultados revelan que en los días del Nuevo Testamento este concepto había llegado a usarse predominantemente para deberes religiosos o de culto. De igual manera, “leitourgeō” (G3008), de donde sale la palabra liturgia, significa servir y/o ministrar (Hch 13:2; Rom 15:27; Heb 10:11). Las fuentes consultadas señalan que este concepto denota el servicio público oficial al pueblo o al estado, siendo usado en la Septuaginta (LXX) para describir el servicio en el templo y en el cristianismo para el servicio en la Iglesia.

Por último, “hupēretēs” (G5257) (“hupēretēo”), en esencia, significa dirigir y/o servir, especialmente desde la relación con el amo a quien se le presta el servicio.[5] Se diferencia del “douleuō” en que casi siempre se trataba de alguien que era libre y que podía reclamar remuneración o recompensa por su trabajo.[6]  

¿Se ha percatado de las similitudes y las diferencias que existen entre estos conceptos? El detalle detrás de este análisis es que ninguno de ellos es el utilizado para describir el servicio que los dones (“charismata”) requiere. El Apóstol Pedro utiliza el concepto “diakoneō”.

El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) dice que, a diferencia de todos estos términos, “diakoneō” tiene la cualidad especial de indicar de manera muy personal el servicio prestado a otro. Esta fuente señala que es más cercano a “hupēretēo”, pero con la diferencia de que en el “diakoneō” hay una aproximación más fuerte al concepto de un servicio de amor.[7] O sea, que el primero se puede hacer por compromiso u obligación, mientras que el segundo tiene que ser realizado por amor.

El Kittel continúa este análisis añadiendo el uso que este concepto poseía fuera de los documentos que forman parte del Nuevo Testamento. Beyer añade que este concepto no es demasiado común en el griego secular y que significa lo siguiente:

  • “servir en la mesa”
  • “gustar” (“taste”- probar el sabor)
  • “dirigir una fiesta de boda”
  • De manera más general, significa “proveer o cuidar”[8]

Las aplicaciones de estos datos al servicio de los dones del Espíritu abren un abanico gigantesco de oportunidades analíticas, por ende, oportunidades para arribar a varias conclusiones. Saber que el servicio y el uso de los dones se describe con el concepto “diakoneō”, y no con alguno de los otros conceptos, nos invita a repensar las exigencias bíblicas que esto puede representar.

Por un lado, el uso y el servicio que requieren los dones entonces no pueden ser dirigidos desde un sentimiento de esclavitud (“douleuō”, G1398). Tampoco desde la perspectiva de que los dones significan que hemos sido llamados a curar, sanar, cuidar o simplemente a adorar, con énfasis de que esto define nuestra voluntad de servicio. No pueden ser usados ni administrados basados en el respeto y la preocupación que tenemos con lo que Dios nos ha dado y lo que Él nos ha llamado a hacer (“therapeuō”, G2323). Dicho de manera directa: no nos han dado los dones para dar terapia. Tampoco a utilizar los dones preocupados, como una obligación, por lo que el Señor espera de nosotros.

Las aplicaciones que se deprenden de esta información también nos llevan a concluir que el uso y el servicio de los dones no pueden entonces ser desarrollados desde la perspectiva del “latreuō” (G3000). En otras palabras, que no pueden ser utilizados para conseguir un salario. De igual manera, tampoco pueden ser utilizados como una obligación. Esto es, como parte de nuestras responsabilidades oficiales y públicas (“leitourgeō”, G3008). Una cosa es que Dios use estos dones en nosotros como parte de la liturgia, del servicio y/o del culto. Otra, que dependamos de estos como elementos constitutivos de nuestros cultos. En otras palabras, en nuestras liturgias no siempre hay que hablar en lenguas o profetizar, tener discernimiento de Espíritu o interpretar lenguas, así como con los otros dones.

Además, estos datos nos pueden llevar a la conclusión de que el uso y el servicio de los dones ciertamente nos colocan en los carriles para servir en relación con el Amo a quien servimos. No obstante, no se trata de un servicio que prestamos (“hupēretēs”, “hupēretēo”) y sí de una forma de mostrar nuestro amor a Dios porque se trata de un servicio de amor, a Él y al prójimo.

Uno de nuestros hijos espirituales traía a nuestra atención las complicaciones que surgen dentro de un Evangelio que no se desarrolla sobre las bases de este tipo de servicio. Hay que admitir que en muchos sectores de la vida Cristiana el Evangelio se ha convertido en una experiencia que opera sobre las estructuras eclesiásticas que hemos construido. Hay que admitir, con mucho dolor, que en muchas ocasiones esto ha desarrollado un Evangelio oportunista y servil; procuramos los mejores dones para servirnos a nosotros mismos. La búsqueda de los mejores salarios y de las mejores carreras profesionales y vocacionales no es pecado, pero se puede convertir en pecado cuando esto sustituye nuestra visión de lo que es la misión y la misión de la Iglesia. Alcanzar el progreso en la vida no es pecado, pero sí lo es cuando esto ciega nuestras capacidades para llorar y gemir por aquellos que están perdidos por no tener a Cristo en sus corazones.

Nadie en la Iglesia está exento de estos peligros. Nuestros deseos de poder alcanzar y poseer ministerios y posiciones ministeriales es loable, en tanto y en cuanto esto no interfiera con la humildad requerida para hacer “diakoneō”.  Es innegable que hemos sido llamados en Cristo para ser “doulos” (G1401) de Cristo (Rom 1:1; 6:19; Fil 1:1; Tit 1:1; Stg 1:1) y para adorar a través de los procesos terapéuticos y de servicio (“therapeuō”, G2323) con los que ministramos a nuestros consiervos. No obstante, no podemos olvidar que nuestra misión principal es la de ser coordinadores de las bodas del Cordero.

No podemos pretender desarrollar nuestros ministerios pensando en los salarios que recibiremos. El “latreuō” (G3000) no puede ser lo que nos motive a servir. El salario es muy importante; no hay por qué creer lo contrario. Sin embargo, tenemos que recordar algo que dice la Biblia acerca de esto último:

“12 He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.”  (Apo 22:12)

Es muy cierto que no podemos apartarnos de la liturgia (todas las iglesias poseen una), pero no podemos olvidar que la liturgia no salva. Solo en Cristo hay salvación y Él nos ha llamado a hacer un servicio en amor que saborea, degusta “los platos espirituales” que servimos en las mesas de aquellos que adoran con nosotros.

Esto último merece unas líneas adicionales. Mi esposa y yo fuimos a cenar hace algunos días a un restaurante de una cadena norteamericana. Nos llamó la atención que la joven que atendió nuestra mesa se disculpara con nosotros cuando trajo los alimentos que habíamos ordenado. Ella nos informó que el salmón que mi esposa había pedido resultó ser muy pequeño. Por esa razón, la gerente del restaurante había dado instrucciones de que se preparara una orden adicional para que la lleváramos a casa. La frase final de esta joven nos impactó: “nuestro lema es nunca llevar a las mesas algo que nosotros no nos comeríamos.” Preguntamos: ¿qué es lo que estamos llevando a las mesas de aquellos que el Señor nos mandó a servir en el ejercicio del “diakoneō”?  
 
El tema de la buena administración de estos dones (“kalos”, G2570; “oikonomos”, G3623) también será ampliado. Lo haremos en nuestra próxima reflexión.

Las reflexiones anteriores han servido para analizar algunas de las 16 características que posee el “agápē” que la Biblia describe:

“4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser;” (1 Cor 13:4-8a, RV 1960).

¿Qué significado tiene el que el amor “agápē” no se irrite?  De entrada, tenemos que el concepto griego que se traduce aquí es “paroxunō” (G3947). Este concepto puede ser traducido como irritarse, enojarse y/o estar muy contrariado.[9] Otro recurso lo traduce como “agitar”, ser “fácilmente provocado,” afilar, o hacer que esté afilado, estimular, acicatear (golpear con espuelas), provocar, despertar a la ira, burlarse, despreciar, hacer enojar, exasperar y arder de ira.[10]

Debemos entender que el concepto “paroxunō” (G3947) un concepto compuesto por los vocablos “para” (G3844) y “oxus” (G3691). El primero es una preposición primaria que se utiliza para indicar que el sufijo está propiamente cerca, al lado (literal o figurativamente), en la vecindad de, y/o a la proximidad con este. El segundo, “oxus”, significa ácido, rápido, afilado[11]. O sea, que “paroxunō” puede ser traducido como aquello que nos coloca cerca, al lado o en la proximidad de que seamos ácidos, cortantes o rápidos en nuestras reacciones y respuestas; fáciles de hacer arder en ira o exasperarnos.
 
Es muy interesante el hecho de que la Biblia señale que esto fue lo que le ocurrió a Pablo en su espíritu cuando estuvo en Atenas y vio allí la idolatría:

“16 Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría.” (Hch 17:16)

O sea, que esto le puede ocurrir a cualquiera. Este “germen” está a flor de piel y puede manifestarse en cualquiera de nosotros. En el caso de Pablo no se trató de que alguien lo provocara, sino que algo lo provocó. El Apóstol no permitió que esto minara su corazón y procedió a presentar uno de los sermones más extraordinarios de la historia: “al Dios no conocido” (Hch 17:22-31).

Ahora bien, la Biblia dice que esta fue la misma emoción que provocó que Pablo y Bernabé se separaran.

“36 Después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están. 37 Y Bernabé quería que llevasen consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos; 38 pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra. 39 Y hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre, 40 y Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor,
 41 y pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias.”
(Hch 15:36-41).

Debemos recordar que esta pareja de misioneros y evangelistas fue seleccionada y ensamblada por el Espíritu Santo. La Biblia lo afirma así en el capítulo 13 del Libro de Los Hechos:

“1 Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. 2 Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. 3 Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. 4 Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. 5 Y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan[12] de ayudante.”  (Hch 13:1-5)

El “paroxusmos” (G3948) logró romper aquello que Dios había seleccionado para llevar el mensaje del Evangelio a los gentiles. El Diccionario de la Real Academia Española dice que paroxismo (en español) es la exaltación extrema de los afectos y pasiones[13]. Este Diccionario añade que el concepto en español proviene del concepto griego que estamos analizando aquí.
 
Estos datos nos conducen a la conclusión que darle espacio a esta emoción puede echar a perder los propósitos del cielo. Es por eso que la instrucción bíblica señala que el “agápē” nos mantiene alejados de esta reacción y de los peligros que esta puede provocar. En otras palabras, que esta característica del “agápē” sirve, entre otras cosas, para cuidar que el uso y la administración de los dones sean los correctos, al mismo tiempo que provoca mantenernos dentro del propósito de Dios.


   
[1] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (p. 219). Editorial Mundo Hispano.
[2] Op. cit. p. 435.
[3] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
[4] Beyer, H. W. (1964–). διακονέω, διακονία, διάκονος (diakoneō, diakonía, diákonos). En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 81–82). Eerdmans.
[5] Beyer, H. W. (1964–). διακονέω, διακονία, διάκονος (diakoneō, diakonía, diákonos) En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 81–82). Eerdmans.
[6] Rengstorf, K. H. (1964–). ὑπηρέτης, ὑπηρετέω (hupēretēs, hupēretēo) En G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 8, pp. 532–533). Eerdmans.
[7] Beyer, H. W. (1964–). Op. cit.
[8] Op. cit.
[9] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 736–737). Editorial Mundo Hispano.
[10] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
[11] Strong, J. (2009). En A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p. 52). Logos Bible Software.
[12] Juan Marcos, el escritor del Evangelio que lleva su nombre.
[13] https://dle.rae.es/paroxismo?m=form







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