992 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 16 de febrero del 2025

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Funciones y operaciones del Espíritu Santo: nos conduce a adorar (IV)


“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24, RV 1960)
           
Hemos comenzado nuestra travesía analítica del capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan. El centro de esta historia gira alrededor del diálogo que establece Jesús con una mujer de la región de Samaria. Se trata de un diálogo chocante, incisivo, que confronta y que procura el arrepentimiento y la transformación de esta mujer. Se trata de un diálogo que procuraba que esta mujer pudiera alcanzar vivir una vida plena, íntegra, completa; que pudiera estar realmente viva y no sobreviviendo.

Hace algunos años encontré un ensayo de un pastor norteamericano en el que se citaban las expresiones de una mujer llamada Barbara Fiand[1]. Barbara, que es una monja (Sisters of Notre Dame de Namur)[2], es profesora de Espiritualidad en el Instituto de Estudios Pastorales de la Universidad de Loyola en Chicago. Ella es una prolífica escritora, y aunque no estamos necesariamente de acuerdo con varios de sus puntos de vista teológicos, tenemos que reconocer que muchos de sus planteamientos nos provocan a aceptar que tenemos mucho camino por recorrer en muchos en los temas de la espiritualidad Cristiana y de la búsqueda de la plenitud en Cristo.
 
A continuación, la cita que utilizó el Pastor:

“La plenitud (wholeness: el carácter de lo completo) es el quebrantamiento que se posee (que se reconoce y se acepta) y, por lo tanto, que se sana (se mueve hacia la sabanidad).” [3]

Este pastor añadía que la plenitud no es la ausencia de quebrantamiento. La plenitud es enfrentar la verdad de nuestro quebrantamiento y procurar encontrar la sanación en ese acto de honestidad. Es la negación y la deshonestidad las que le otorgan el poder al pecado. Es al tratar de ocultar nuestro pecado y empujarlo hacia abajo que este obtiene la oportunidad para ejercer el nivel más grande de poder en nuestras vidas. Admitir quiénes somos y lo que hemos hecho parece aterrador, pero en realidad es liberador. No hay otra manera de encontrar a Dios.

La Biblia está llena de modelos de esto. Se trata de la historia de Agar, hecha pedazos a causa del maltrato recibido en el seno del hogar del Padre de la fe (Gén 16:1- Gén 22:21). Se trata de la historia de Mefi-boset, lidiando con su incapacidad física, el aislamiento y el rechazo (2 Sam 4:4; 9:1-13). Es la historia detrás de la mujer que derrama el perfume contenido en el frasco de alabastro (Lcs 7:37-48). Se trata de la historia de David luego de reconocer su pecado (Salmo 51). Hay muchos ejemplos más acerca de esto. Todos y cada uno de estos personajes bíblicos tienen una cosa en común: la aceptación de su incapacidad, de sus pecados y de su necesidad de Dios.

Algunas metáforas poéticas que se han desarrollado alrededor de estos procesos incluyen una caña llena de perforaciones que encontramos en el camino. Esta imagen no es desconocida para aquellos que llevamos en la memoria los años en los que caminábamos cerca de los cañaverales y teniendo a los lados los bambúes que crecen cerca de los ríos. Para muchos, esa caña y ese bambú sólo sirven para ser desechados y arrojados a la basura. Sin embargo, sólo basta que esa caña o ese bambú llegue a las manos de un músico excepcional y experimentado. A este sólo le basta despojar esta pieza de todo lo que tiene en su interior para luego colocar sus labios (un beso) sobre esta. La acción del viento (Espíritu) que sale por su boca y el movimiento de sus manos sobre las perforaciones que la caña posee se convierte en música.

Así opera el milagro de la transformación que opera el Señor en aquellos que reconocen su quebrantamiento y colocan todo lo que son en las manos de Cristo el Señor. El toque de Sus manos y el Espíritu que sale de Su boca provocan que aquello que parecía inservible y listo para ser descartado, se convierta en un instrumento que produce música para el cielo y para todos aquellos que le rodean.

El capítulo cuatro (4) del Evangelio de Juan nos regala la oportunidad de ver uno de los milagros más grandes que podemos ver en la vida: la transformación de un ser humano hasta que este sea capaz de encontrar vida abundante: hasta convertirse en un instrumento musical en las manos del Señor.

Siempre nos ha parecido muy interesante cómo es que nuestro Señor decide desarrollar todo este proceso dialogando acerca de la adoración.

Compartimos en nuestra reflexión anterior que Jesús decidió que era necesario establecer un diálogo acerca del conocimiento de Dios y el de la verdadera adoración. En otras palabras, que nuestro Señor hizo énfasis en que esta clase de adoración requiere conocimiento. Esto es, conocimiento del don de Dios y saber qué es lo que se adora.

Veamos algunos de los planteamientos que hace el Señor acerca de esto último:

“10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10)

“22 Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” (v. 22)

Estamos convencidos de que la forma más efectiva para poder entender esto que dice Jesús es exponiéndonos a planteamientos teológicos que definen y describen la adoración y la adoración Cristiana. La primera, la adoración en sí misma, es parte de lo que los epistemólogos han clasificado como el desarrollo natural; un conocimiento instintivo que es innato (“viene de fábrica”) en cada ser humano.[4]  Un ejemplo de este tipo de conocimiento adscrito al desarrollo natural es la capacidad que posee un neonato para chupar. Nadie le tiene que enseñar a ese neonato cómo hacerlo y, de hecho, los pocos que nacen sin saber hacerlo se colocan a sí mismos en riesgo de muerte.

Desde este tipo de vista es que se concluye que todos los seres humanos saben y pueden adorar. En otras palabras, la visión epistemológica de la adoración es que esta es innata. Esta capacidad viene con nosotros desde que nacemos y no hacerlo nos coloca en riesgo de morir.

Esta es una de las razones por las que Jesús no le dice a la mujer samaritana que ella no sabe adorar. Las expresiones de Jesús, no sólo son cuidadosas, sino que como siempre, son esenciales. Veamos cómo las recogen otras expresiones bíblicas:

“22 Ustedes adoran algo que no entienden. Nosotros sabemos lo que adoramos porque la salvación viene de los judíos.”  (Jn 4:22, PDT)

“22 Ustedes, los samaritanos, saben muy poco acerca de aquel a quien adoran, mientras que nosotros, los judíos, conocemos bien a quien adoramos, porque la salvación viene por medio de los judíos.” (NTV)

“22 Ahora ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene de los judíos.” (NVI)

“22 Ustedes no saben a quién adoran; pero nosotros sabemos a quién adoramos, pues la salvación viene de los judíos.” (DHH)

El vocabulario que Jesucristo utiliza aquí es extraordinario. El concepto griego que se traduce aquí como “conocer” es “eidō” (G1492). Este puede ser traducido como haber visto, percibido, por lo tanto, también se traduce como saber. En el caso de este pasaje Jesús utiliza este verbo como un perfecto indicativo activo, en segunda persona y en plural. Cuando esta conjugación se utiliza de manera positiva esto significa es que se trata de una labor completada. Ahora bien, Cristo no se limita a decir aquí que ellos (los samaritanos) no habían podido hacerlo, no sabían hacerlo, no conocían cómo hacerlo. Él dice aquí que ellos no habían podido hacerlo porque no conocían no entendían, sabían muy poco o no sabían a quién estaban adorando.

Examinemos esto desde otra perspectiva analítica. Una página cibernética muy popular que se dedica al análisis bíblico (Bible Hub) nos regala la siguiente explicación acerca de este concepto griego (“eidō”, G1492):

“El verbo griego "eidó" transmite principalmente la idea de ver o percibir con los ojos o la mente.  Se extiende más allá de la vista física para incluir la percepción mental y la comprensión. En el Nuevo Testamento, "eidó" a menudo implica un conocimiento o conciencia más profunda e intuitiva, a veces traducido como "conocer" o "comprender".

Antecedentes culturales e históricos: En el mundo grecorromano, la visión a menudo se
equiparaba con la comprensión. El concepto de vista no se limitaba a la visión física, sino que incluía el discernimiento y la comprensión. En el contexto bíblico, "eidó" refleja una
comprensión hebraica del conocimiento que es relacional y experiencial, no meramente
intelectual. Esto se alinea con el énfasis judío en conocer a Dios a través de la experiencia y la relación en lugar del razonamiento abstracto.”[5] (Traducción libre).

Desde este punto de vista, lo que Jesucristo está explicándole a la mujer samaritana es que los samaritanos no poseen un conocimiento experiencial ni relacional con Aquél al que quieren adorar. En otras palabras, que adorar a Dios requiere conocerle. La Biblia dice que Jesucristo es el único que puede revelarnos ese conocimiento.

“18 A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”  (Jn 1:18, RV1960)

“22 Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” (Lcs 10:22)

“6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Jn 14:6)

Esta es una razón medular que separa la adoración cristiana de cualquier otra clase de adoración. El análisis de la adoración Cristiana nos conduce a concluir que esta no es posible si uno no conoce de manera relacional y experiencial a Dios.

Rudolph Otto explica esto señalando que esta clase de experiencia nos coloca ante el “mysterious tremendum” y la experiencia numinosa. La definición bíblica de la adoración señala que esto sólo puede desarrollarse en Cristo. La Idea de lo Santo[6] que presenta la presencia de Dios como algo que es al mismo tiempo una de “horror y majestuosidad que son desalentadores”, y “algo singularmente atractivo y fascinante” (mysterium tremendum), sólo puede ser dada a conocer por Cristo, el Hijo de Dios. La experiencia “numinosa”, analogía de lo ominoso o el elemento imponente de la experiencia[7] con Dios, sólo puede ser provista por Cristo Jesús, el Hijo de Dios. ¿Por qué?: porque el que ve a Cristo ha visto al Padre (Jn 14:9-10): porque en ningún otro hay salvación; “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4:12).

Es absolutamente necesario ampliar lo antes expuesto. John Richard Nehaus definió el propósito de la Iglesia señalando que ella existe para ver, señalar, apoyar y celebrar la venida del Reino de Dios.[8] A renglón seguido, Nehaus añade que la actividad llamada adoración no es verdadera adoración si se puede hacer legítimamente de cualquier otra manera. Aún más, dijo él acerca de la adoración que si esta se hace en respuesta a cualquier otra cosa que no sea el misterio de Dios en Cristo, entonces la misma es idolatría.[9]
 
Hay que adorar a Dios, pero hay que hacerlo a través y en Cristo Jesús, Señor nuestro y Salvador nuestro.

Por otro lado, el profesor Ralph P. Martin decía que hay tres (3) razones fundamentales para adorar a Dios[10]. Estas son:

  1. Adoramos a Dios porque Dios debe ser adorado. 

Para Martin, la adoración es la celebración dramática de Dios y su valor supremo de tal manera que su “dignidad” (honorabilidad) se convierte en la norma e inspiración de la vida humana.
 
2.  El objetivo principal de esa adoración es Dios mismo.

Martin decía que un encuentro con Dios puede ser doloroso e implicar una llamada al sacrificio, al compromiso y a la abnegación o negación de uno mismo. Esto, a pesar y por encima de la devaluación de la santidad que sugeriría el alejamiento de Dios del mundo y lo que él llamó "distinción cualitativa infinitiva" (infinitive qualitative distinction). Kirkegaard decía que esta distinción le da al culto cristiano su “ethos” (carácter distintivo especial) y su razón de ser.

En otras palabras, que tal como señala Martin, la adoración a Dios en Cristo no es un llamado a "sonríe, Dios te ama" sino a arrepentirse, llorar, y temblar. En este contexto, añade él, los celebrantes no son animadores (“cheerleaders”) con la intención de alentar el entusiasmo u ofrecer a la gente un impulso psicológico. Los que dirigen son ministros -siervos de Cristo y administradores de los misterios divinos. (1 Cor 4:1-2)

3.  La celebración de la dignidad de Dios tiene el propósito de elevarnos a la luz de su presencia. Por lo tanto, esa elevación proporcionará un lugar desde el cual veamos nuestras vidas bajo una luz fresca.

Esto es a lo que Calvino[11] se refería cuando afirmaba que la visión de Dios conduce a una mayor apreciación de quiénes somos (“en tu luz vemos la luz”, Sal 36:9)[12]

Nada de esto puede ser conseguido fuera de Cristo el Señor porque sólo Él puede establecer la comunión necesaria con Dios.

Hay una definición de la adoración que nos puede ayudar a sintetizar todos estos axiomas teológicos. Sabemos que la hemos compartido en otras ocasiones. Se trata de la que Dios le inspiró a un Pastor Bautista de Puerto Rico, el Rdo. Abelardo Díaz Morales. Esta definición apareció impresa en una de las ediciones de la revista Puerto Rico Evangélico del 25 de junio de 1916.

“Conocer a Dios con la razón es admirarle en sus obras; conocer a Dios con el corazón es amarle por su bondad; conocer a Dios con la voluntad es imitarle en su santidad y en sus propósitos. La verdadera adoración comprende este triple conocimiento de Dios, el cual se manifiesta en el creyente por medio de la admiración, el amor y la perfección espiritual”[13]

Esta definición será el eje central de nuestra próxima reflexión.


[1] https://crossroadpublishing.com/authors/fiand-barbara/
[2] https://bfiand.tripod.com/
[3] Fiand, Barbara. Embraced By Compassion: On Human Longing and Divine Response. Crossroad Publishing (2003)
[4] A. Elwood Sanner y A. F. Harper. 1978. Explorando la Educación Cristiana. Kansas City, Missouri: Casa Nazarena de Publicaciones, pp. 133-144. “Conocer a Dios con la razón es admirarle en sus obras; conocer a Dios con el corazón es amarle por su bondad; conocer a Dios con la voluntad es imitarle en su santidad y en sus propósitos. La verdadera adoración comprende este triple conocimiento de Dios, el cuál se manifiesta en el creyente por medio de la admiración, el amor y la perfección espiritual”
[5] https://biblehub.com/greek/1492.htm
[6] Otto, Rudolph. The Idea of the Holy: an inquiry into the non-rational factor in the idea of the divine and its relation to the rational (translated by John W. Harvey). Eugene, Oregon: Wipf and Stock Publishers, 1923.
[7] https://www.britannica.com/biography/Rudolf-Otto/The-Idea-of-the-Holy#ref226756
[8] Nehaus, John R. Freedom for Ministry. (1979).Harper and Row, (p. 105)
[9] Op. cit., p. 122
[10] Martin, Ralph, P. The Worship of God: some theological, pastoral, and practical reflections. W.B. Eerdmans publishing company. 1982.  
[11] Institutos I ii.2a
[12] Ver Sal 97:11; Jn 3:20; 12:35-36; Hchs 13:47; Efe 5:13; 1 Tes 5:5; 1 Jn1:7.
[13] Díaz Morales, Abelardo. Puerto Rico Evangélico, reflexiones. Publicado el 25 de junio de 1916.







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