953 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 19 de mayo del 2024

953 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII •  19 de mayo del 2024
La promesa que Dios nos dio en Cristo: el poder del Espíritu Santo


“8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hch 1:8)
 
“Una noticia que no hemos analizado aún es que la promesa de ese “dunamis” viene de la mano con la presencia permanente del Espíritu en todos aquellos que reciben y viven en ese poder. Esto es, el Espíritu de Dios no se limita a entregarnos el “dunamis” de Dios. Él se queda con nosotros, sobre nosotros, al frente de nosotros y dentro de nosotros. Sin duda alguna que estas aseveraciones requieren ser analizadas en una batería adicional de reflexiones.”

Esta cita pertenece a El Heraldo publicado la semana anterior. Fue con estas palabras que concluimos esa reflexión. La centralidad o el foco central de esta aseveración es que es la presencia del Espíritu Santo la que garantiza que se haya podido recibir la promesa, el empoderamiento prometido por nuestro Señor. No hay duda alguna de que el poder que desciende en el día de Pentecostés puede ser recibido porque el Espíritu Santo descendió sobre el aposento alto ese día. El pasaje bíblico es claro: podemos recibir el poder cuando el Espíritu Santo haya venido (“epelthontos”, G1904) sobre nosotros. Dicho de otra forma, no hay manera que podamos separar ese poder (“dunamis”, G1411) de Aquél que lo obsequia.

Recordemos que la promesa que Jesús hace respecto a este poder (Hch 1:5-8) está ligada con las aseveraciones que Él hizo mientras adiestraba a los discípulos con el mensaje del Evangelio de la salvación. Hay que puntualizar que inicialmente estas aseveraciones no estaban ligadas al uso del poder para predicar ese mensaje, sino a la presencia misma del Espíritu Santo para poder ser capaces de vivir a la altura de las exigencias del Reino de los cielos. La promesa del empoderamiento o potencialización (potenciar) para la predicación del mensaje llega después de la muerte y la resurrección de nuestro Señor. O sea, una vez que conocen y han vivido los elementos del kerygma. [1]

Encontramos un ejemplo de estos anuncios cuando Jesús hablaba con la mujer samaritana y le hacía saber que el mensaje de la salvación venía acompañado de una fuente interior que brota para vida eterna.

“13 Jesús le contestó:—Todos los que beben de esta agua, volverán a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua que brotará dándole vida eterna.” (Jn 4:13-14 DHH)

Estos versos bíblicos enfatizan que beber de Cristo garantiza que haya un manantial de agua dentro del creyente que lo recibe. El texto juanino dice que el mensaje del Evangelio se convertirá en ese manantial o que establecerá un estado diferente al previo. A base de esto podemos concluir, sin duda alguna, que Cristo estaba afirmando que su mensaje posee la presencia del Espíritu Santo que transforma al creyente.

Debemos entender que el concepto griego traducido aquí como “convertirá” es el verbo “ginomai” (G1096) conjugado en tercera persona singular y en futuro indicativo medio (“genēsetai”).[2] Esta conjugación describe que Aquél que habla está definiendo unas acciones que Él llevará a cabo en el futuro y que además está garantizado que Él las va a realizar.[3] O sea, que Cristo le está diciendo a la mujer samaritana que Él garantiza que esto que Él está diciendo va a suceder así.
 
Este verbo puede ser traducido, entre otras formas, como llegar a existir (Jn 1:3; 8:58); ser, poseer cierta característica (Mat 10:16; 1 Tes 2:8); convertirse, alcanzar, adquirir o experimentar un estado (Jn 1:14; Mat 5:45; Hch 26:29; Lcs 22:44 v.l.); suceder, con la implicación de que lo que sucede es diferente a un estado previo (Mcs 4:37); mover, hacer un cambio de ubicación (Hch 25:15; 27:7); pertenecer a, tener (Mat 18:12; Mcs 16:10 v.l.); (ginomai andri), casarse (Rom 7:3+), etc.[4]

Subrayamos que este verbo es utilizado de manera intencional para afirmar que Cristo Jesús le estaba garantizando a la mujer samaritana que el “agua” que Él estaba ofreciendo sería capaz de moverla a vivir un estado diferente al que ella estaba viviendo.  Sabiendo que en el mensaje de Jesús el agua es símbolo del Espíritu Santo, tenemos que entonces que afirmar que Jesús estaba garantizando aquí la presencia permanente de la Tercera persona de la Trinidad en aquellos que toman del agua que nuestro Señor y Salvador nos ofrece.

Otro pasaje bíblico del Evangelio de Juan también nos sirve aquí como modelo para ampliar el significado de la promesa del poder del Espíritu Santo que encontramos en el Libro de los Hechos:

“37 En el último día de la fiesta, el más importante, Jesús se levantó y gritó:—Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. 38 Las Escrituras dicen que del interior del que cree en mí saldrán ríos de agua viva. 39 Jesús dijo eso acerca del Espíritu, que recibirían después los que creyeran en él pues aun no estaba el Espíritu, porque Jesús todavía no había sido glorificado.[5]” (Jn 7:37-39, PDT)

El lector se habrá percatado que el énfasis de estos versos bíblicos es similar al que acabamos de analizar. Es decir, que aquellos que aceptan el mensaje del Evangelio del Reino, aceptando que Jesucristo es el Señor y el Salvador del mundo, tienen garantizado algo más que ser empoderados para la predicación de la Palabra de Dios. Cristo Jesús garantiza la presencia constante del Espíritu Santo en la vida del creyente; empoderados para la vida. En este pasaje, con toda probabilidad, Jesucristo está haciendo referencia a una de las visiones del profeta Ezequiel en las que este veía aguas que brotaban de debajo del umbral de la casa de Dios (Eze 47:1-12).  

Los escritores de las cartas del Nuevo Testamento hicieron eco de las palabras de Jesús para afirmar que la presencia del Espíritu Santo en el creyente es segura e inminente y que ésta produciría una serie de transformaciones que distinguirían y capacitarían a estos para la vida y para cumplir con la misión asignada.

Algunos ejemplos de esto los encontramos en las cartas paulinas. Uno de estos nos permite contemplar cómo es que esa presencia transforma lo que somos convirtiéndonos en templo del Espíritu Santo. O sea, que hasta dejamos de ser dueños de nuestros cuerpos.

“19 ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo? Ustedes han recibido al Espíritu de Dios y habita en ustedes. Entonces, ustedes no son dueños de su cuerpo, 20 porque Dios los ha comprado por un precio. Así que, con su cuerpo, honren a Dios.”  (1 Cor 6:19-20, PDT)

Otro pasaje bíblico nos invita a considerar que si vivimos bajo el Espíritu entonces también tenemos que andar por el Espíritu.

“24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25 Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”  (Gál 5:24-25, RV 1960)

Otro, nos permite contemplar cómo es que esa presencia transforma lo que somos convirtiéndonos en hijos de Dios.

“11 Dios resucitó a Jesús de la muerte. Y si el Espíritu de Dios vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo le dará vida a su cuerpo mortal por medio del Espíritu que vive en ustedes. 12 Por eso hermanos, tenemos una obligación pero no es la de vivir según la mentalidad humana. 13 Si viven de acuerdo con la mentalidad humana, morirán para siempre, pero si usan el poder del Espíritu para dejar de hacer maldades, vivirán para siempre. 14 Los hijos de Dios se dejan guiar por el Espíritu de Dios. 15 El Espíritu que ustedes han recibido ahora no los convierte en esclavos llenos de temor. Al contrario, el Espíritu que han recibido los hace hijos. Por el Espíritu podemos gritar: «¡Querido padre!» 16 El Espíritu mismo le habla a nuestro espíritu y le asegura que somos hijos de Dios.” (Rom 8:11-16, PDT)

La opinión de un erudito llamado B.B. Warfield luego de examinar estos versos bíblicos, subrayan que no podemos confundir el testimonio del Espíritu de Dios con el testimonio de nuestra conciencia.[6] Podemos decir que el testimonio de nuestra conciencia es importante, mientras que el del Espíritu es vital y esencial. Warfield añadió que esta declaración paulina establece que hay un Testigo Divino por encima y más allá de nuestras capacidades y autoridad que testifica que somos hijos de Dios. Decía él que esa afirmación nos debe llevar a reposar y descansar en el Señor y hacerlo sin temor.
 
Repetimos que estas aseveraciones no consideran la promesa del poder del Espíritu para la predicación. Insistimos en que la iglesia no puede proclamar ese mensaje de manera efectiva sin haber sido empoderada para esto. No obstante, estos pasajes bíblicos subrayan la necesidad de la compañía de persona, de la presencia del Espíritu Santo para poder vivir la vida en Cristo.

Hay un elemento clave de las declaraciones paulinas que hemos visitado en otras ocasiones. Se trata del requisito de dejarse dirigir por el Espíritu Santo. Esos versos dicen que los hijos de Dios se dejan guiar por el Espíritu de Dios. Esa dirección (“agō”, G71) está predicada como un verbo conjugado en tercera persona plural y en presente indicativo medio o pasivo (“agōntai”). O sea, un verbo que describe acciones que el sujeto de esta oración (el Espíritu Santo) está realizando actualmente[7]. O sea, que el Espíritu Santo está guiando y los hijos de Dios son aquellos que permiten esta guianza.  

Otro pasaje bíblico nos invita a considerar que aquellos que hemos decidido vivir bajo el Espíritu, entonces también tenemos que andar por el Espíritu. En otras palabras, que tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu Santo en cada aspecto de nuestra vida. Esto es así porque el Espíritu de Dios es quien nos da vida.

“24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25 Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”  (Gál 5:24-25, RV 1960)

“25 Ya que el Espíritu nos da vida, debemos dejarlo que nos guíe.” (PDT)

“25 Ya que vivimos por el Espíritu, sigamos la guía del Espíritu en cada aspecto de nuestra vida.” (NTV)

“25 Si ahora vivimos por el Espíritu, dejemos también que el Espíritu nos guíe.” (DHH)

Ahora bien, ¿qué sucede con aquellos creyentes que no se dejan dirigir por el Espíritu Santo? Esta pregunta no es fácil de contestar porque la Biblia dice que nosotros hemos sido sellados con el Espíritu de Dios desde el mismo día en el que creímos en Cristo y lo aceptamos como nuestro Señor y Salvador (Efe 1:13-14). No obstante, estos versos que Pablo le escribe a la iglesia en Roma parecen describir que para poder ser hijos de Dios hay que cumplir con la condición de dejarse dirigir por el Señor.

R. A. Torrey (1856 – 1928), quien fue un prolífico escritor Cristiano y un educador de primer orden, resolvió este dilema en un libro dedicado al análisis de la persona y la obra del Espíritu Santo.     Reuben Archer Torrey dice lo siguiente en el capítulo diez de ese libro:

“El Espíritu Santo habita en cada hijo de Dios. En algunos, sin embargo, Él habita muy por detrás de la conciencia, en el santuario oculto de su espíritu. No se le permite tomar posesión como Él desea de todo el hombre, espíritu, alma y cuerpo. Por lo tanto, algunos no son claramente conscientes de que Él habita en ellos, pero de todos modos Él está allí. ¡Qué pensamiento tan solemne y, sin embargo, qué glorioso es el de que en mí habite esta augusta Persona, el Espíritu Santo!
 
Si somos hijos de Dios, no debemos orar para que el Espíritu venga y habite en nosotros, porque Él ya lo hace, sino que debemos reconocer Su presencia, Su gracia y gloriosa morada en nosotros, y darle control total. de la casa que Él ya habita, y esforzaos por vivir de tal manera que no entristezcas a este Santo, a este Divino Huésped.
 
Sin embargo, veremos más adelante que es correcto orar por la llenura o bautismo del Espíritu. ¡Qué pensamiento da la santidad y lo sagrado del cuerpo, pensar en el Espíritu Santo morando dentro de nosotros! Con qué consideración debemos tratar estos cuerpos y con qué sensibilidad debemos evitar todo lo que los contamine. Cuán cuidadosamente debemos andar en todas las cosas para no entristecer a Aquel que habita en nosotros.
 
Este Espíritu que mora en nosotros es una fuente de satisfacción y vida plena y eterna. Jesús dice en Juan iv. 14, R. V., “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; pero el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que salte para (mejor ‘hacia’ como en A. V.) vida eterna”. Jesús estaba hablando con la mujer samaritana junto al pozo de Sicar. Ella le había dicho: "¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebió él, sus hijos y su ganado?" Entonces Jesús respondió y le dijo: Cualquiera que beba de esta agua, volverá a tener sed. Cuán cierto es esto para cada fuente terrenal. No importa cuán profundamente bebamos, volveremos a tener sed. Ningún manantial terrenal de satisfacción satisface jamás por completo.
 
Aunque bebamos de la fuente de la riqueza tan profundamente como podamos, no nos saciará por mucho tiempo. Volveremos a tener sed. Podemos beber de la fuente de la fama tan profundamente como cualquier hombre jamás bebió, la satisfacción es sólo por una hora. Podemos beber de la fuente del placer mundano, de la ciencia y la filosofía humanas y del conocimiento terrenal, podemos incluso beber de la fuente del amor humano, ninguno nos saciará por mucho tiempo; volveremos a tener sed. Pero luego Jesús continuó diciendo: “Pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. El agua que [pág. 113] Jesucristo da es el Espíritu Santo.
 
Esto nos lo dice Juan en el lenguaje más explícito en Juan vii. 37-39, “En el último día, aquel gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y clamó, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su vientre correrán ríos de agua viva. (Pero esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que en él creyeran)”.
 
El Espíritu Santo satisface plena y para siempre a quien lo recibe. Se convierte dentro de él en una fuente de agua que brota, siempre brotando, para vida eterna. Es fantástico tener un pozo que puedas llevar contigo; tener un pozo que esté dentro de ti; tener tu fuente de satisfacción, no en las cosas externas a ti, sino en un pozo interior que siempre está dentro y que siempre está brotando en frescura y poder; tener nuestro pozo de satisfacción y alegría dentro de nosotros.”[8] (Traducción libre)

Continuaremos con el análisis de este tema en nuestra próxima reflexión.
 


[1] Predicación apostólica que anuncia a Jesús como Señor y Salvador.
[2] Esta frase dice “…ho dōsō auto genēsetai en autō” (“que yo le daré a él se convertirá en él”).
[3] https://www.ancientgreekkeyboard.com/grammar-practice/future-middle-indicative-verb-endings.html.
[4] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[5] El concepto “glorificado” es utilizado para explicar que Jesús recibe la gloria cuando es crucificado y resucita de entre los muertos para luego sentarse junto al Padre en los cielos.
[6] Warfield, Benjamin B.. The Holy Spirit (p. 34). Ravenio Books. Kindle Edition
[7] https://www.ancientgreekkeyboard.com/grammar-practice/present-middle-indicative-verb-endings.html
[8] Torrey, R. A. (Reuben Archer). The Person and Work of The Holy Spirit. Kindle Edition.






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