886 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de febrero 2023

886 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de febrero 2023

Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 23)
 
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efe 3:14-21)

La segunda oración del Apóstol Pablo en la Carta a los Efesios (Efe 3:14-21) nos enseña cómo oraba este hombre de Dios. Pablo le habla al Padre y reconoce la grandeza del Eterno (vv. 14-15). Pablo presenta las peticiones que él anhela (vv. 16-19). Luego, él presenta las bases sobre las que descansaba su confianza (vv. 20-21).  Con toda esta estructura de oración él no pretende limitarse a su deseo de enseñarnos a orar. Pablo tenía varios propósitos al pedirle al Padre que enviara al Espíritu Santo a fortalecernos y a que nos asegurara que Cristo ocuparía las habitaciones de nuestros corazones. Uno de estos era que Dios nos permitiera ver la relación existente entre la fe, el amor y el conocimiento que Dios revela. Otro propósito era que fuésemos capaces de aprender algo incomprensible:

“18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efe 3:18-19a).

Hay que puntualizar que todo el proceso que Pablo describe aquí es posible porque el Espíritu ha fortalecido el hombre interior de los creyentes (Efe 3:16) y porque Cristo habita por la fe en esos corazones (Efe 3:17). Permita que ampliemos estas aseveraciones. Un creyente fortalecido en su ser interior por el Espíritu Santo posee la capacidad para someterse al quebrantamiento que produce el impacto de Cristo tomando el control y la titularidad de ese corazón.  Ese hombre interior, que no es otra cosa sino el remanente de la imagen de Dios en nosotros, es impactado por el Espíritu. Ese hombre interior, desfigurado y marchito por el pecado, es transformado y empoderado para la nueva vida en Cristo; la nueva criatura en Cristo: el ser humano regenerado por la sangre y por el Espíritu (Tito 3:5). Esto ocurre cuando aceptamos a Cristo como el Salvador y el Señor de nuestras vidas.

Ahora bien, lo que Pablo pide en su oración trasciende los axiomas de la redención. Lo que Pablo está pidiendo aquí es que ese hombre sea fortalecido para crecer en la gracia y en la verdad de Cristo. El Doctor Karl Braune postula que ese ser interior que una vez fue el objeto de la salvación y de la operación del Espíritu, ahora es el sujeto de la actividad transformadora en la fe. Braune añade que esto forma parte de la economía de la salvación, toda vez que el amor y la fe no están divorciados del conocimiento que el Señor nos quiere dar.[1]   Sabemos que cuando Cristo entra a todas las habitaciones que hay en el corazón, todos los inquilinos que hay en esta son sometidos a dos (2) alternativas. O se someten a Él, a Cristo, o tienen que abandonar esa residencia. Lo otro que sucede es que el corazón es ampliado para poder contener la presencia del Creador y el Salvador del mundo. Tal y como decía el Rdo. Dr. William Alfred Passavant (1821 – 1894), no podemos clamar a Dios con confianza con un corazón estrecho. Las riquezas divinas de gracia que Cristo y el Espíritu Santo traen al corazón del creyente, alumbran los ojos del entendimiento, amplían nuestros corazones y nos preparan para conocer más acerca de Dios. Nuestras experiencias con Dios provocan que veamos a Dios más grande cada día que pasa.

Heinrich Leonhard Heubner (1780-1853) postulaba que el énfasis paulino de que esto ocurra en el corazón expone que nuestra fe en Cristo no está hecha para aprenderse de corazón. Nuestra fe en Cristo está hecha para aprenderla en el corazón. La vida interior es levantada por la participación del Espíritu. Este provoca que Cristo habite en el corazón y es allí que aprendemos el amor del Padre.[2] Cristo no puede habitar en Iglesias de cemento o en bancos de madera. Cristo habita en el corazón de aquellos que han sido salvados por la sangre derramada en la cruz por el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.  No podemos pasar por alto que solo el Espíritu de Dios puede revelarnos quién es Dios y que solo la fe puede conseguir que el Espíritu Santo nos revele y nos permita aprender quién es Cristo y que Su vida se forme en nosotros. Es por esto que Pablo insiste en que todo esto suceda por la fe. Ese amor puro y santo de Dios, trascendente y maravilloso, solo puede ser aprendido por la fe en Cristo Jesús.

El Dr. Karl Friedrich Otto von Gerlach (1801 –1849) decía que el amor de Cristo tiene que preceder todo el amor y todo el conocimiento. Esto es así porque, como decía el Dr. Charles Hodge, la revelación y la experiencia con ese amor es la que nos permite superar la ceguera espiritual provocada por nuestra naturaleza pecaminosa. Hodge postulaba que una hermosa obra de arte puede estar en el apartamento de una persona ciega y esta persona no estar consciente de ello. En ocasiones, ni siquiera estar consciente de su cercanía. Esta persona no vidente no podrá disfrutar de esa belleza a menos que la pueda tocar. Hodge decía que la fe en Cristo, hace que Cristo habite en nuestros corazones y por esa misma fe somos capaces de percibir Su presencia, Su Excelencia y Su gloria. Esa misma fe nos permitirá apropiarnos y reciprocar esas manifestaciones de su amor bendito.

Según Hodge, la fe es a la comunión espiritual lo que la estima y el afecto es a la fraternidad y a las relaciones domésticas que tenemos con aquellos que amamos. Dado el caso de que el amor de Cristo es infinito, entonces esa revelación del Espíritu y esa comunión espiritual también lo son[3]. O sea, que la revelación de este conocimiento nos catapulta a una comunión infinita con el Padre.  Pablo continúa su disertación señalando que estas operaciones del Espíritu, de Cristo y de su amor, nos empoderan para ser capaces de adquirir un conocimiento que está por encima de nuestras capacidades humanas. Veamos cómo lo expresa este Apóstol:

“17 que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas. 18 Y que así puedan comprender con todo el pueblo santo cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo. 19 Pido, pues, que conozcan ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podemos conocer, para que lleguen a colmarse de la plenitud total de Dios.” (Efe 3:17-19, DHH)

Es muy interesante que en el Antiguo Testamento se haya utilizado esta misma expresión, pero en referencia a la sabiduría de Dios.

“7 »¿Puedes tú descubrir los misterios de Dios? ¿Puedes alcanzar la perfección del conocimiento del Todopoderoso? 8 Es más alta que los cielos, ¿qué puedes hacer tú? Es más profunda que el lugar de los muertos, ¿qué puedes saber tú? 9 La sabiduría de Dios es más extensa que la tierra y más ancha que el mar.” (Job 11:7-9, PDT)

Estos versos bíblicos no deben sorprender a aquellos que conocen la relación que el Nuevo Testamento establece entre Cristo y la sabiduría de Dios:

“30 Dios los ha unido a ustedes con Cristo Jesús. Dios hizo que él fuera la sabiduría misma para nuestro beneficio. Cristo nos hizo justos ante Dios; nos hizo puros y santos y nos liberó del pecado.” (1 Cor 1:30, NTV)

En otras palabras, que el escritor del libro de Job no sabía que estaba describiendo la altura, la profundidad, la largura y la anchura de Cristo en su carácter como la sabiduría de Dios. Creemos que Pablo conocía estas expresiones y esto le condujo a dejarse convencer por el Espíritu Santo y utilizar las mismas expresiones, pero en relación al amor de Dios en Cristo. Esto se trata de adquirir un conocimiento íntimo del amor de Cristo.[4]  

Como dice Pablo en el capítulo tres (3) de la Carta a los Efesios, estamos hablando de poder “….comprender, como corresponde a todo el pueblo de Dios, cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es su amor” (Efe 3:18, NTV). Esto implica varias cosas. En primer lugar, algunos estudiosos han postulado que la anchura describe la extensión del mundo que ese amor quiere alcanzar a través de la Iglesia: “Porque de tal manera amó Dios al mundo” (Jn 3:16). La largura del amor de Dios sobre la Iglesia y sobre los creyentes incluye la extensión de tiempo: el amor de Dios a través de las edades. La altura describe los cielos, lo inacabable, el carácter infinito de las bendiciones de gracia que ese amor nos prodiga. La profundidad describe su fundamento; el amor insondable, sin fondo que ese amor posee y nos ofrece.  

El conocimiento de ese amor supera toda la ciencia y su valor es incondicional e incalculable. No se trata de que la ciencia sea enemiga de Dios. Se trata de entender que la ciencia no posee la capacidad de vencer a los enemigos del Reino de Dios. El amor de Dios movido por la fe en Cristo sí puede hacerlo. Se trata de entender que la verdadera ciencia la encontramos en donde se encuentra la cruz (theologus crucis = the theologus lucis).[5]

Otros estudiosos han apuntado que estas expresiones geométricas están inspiradas en las dimensiones de la cruz del Calvario. [6] Los Padres de la Iglesia patrocinaban esta interpretación: la anchura, la largura, la altura y la profundidad de la cruz: del amor desatado y demostrado en la cruz en la que Cristo murió por nosotros.

La Primera Carta que el Apóstol Pablo le escribió a la Iglesia en Corinto incluye una relación entre la sabiduría de los hombres y la sabiduría demostrada por el amor de Dios en la cruz.

“18 El mensaje de la cruz parece una tontería para aquellos que están perdidos; pero para los que estamos siendo salvados es el poder de Dios. 19 Como está escrito: «Destruiré la sabiduría de los sabios,  y confundiré el entendimiento de los inteligentes». 20 ¿En qué queda el filósofo? ¿Cómo queda el experto en la Escritura? ¿Dónde está el intelectual que discute sobre asuntos de este mundo? Dios ha convertido en tontería la sabiduría de este mundo. 21 El mundo en su propia sabiduría, no conoció a Dios. Así que, Dios en su propia sabiduría, prefirió salvar a los que creen por medio de la tontería del mensaje que anunciamos. 22 Los judíos buscan milagros mientras los griegos buscan sabiduría; 23 pero nosotros anunciamos a un Cristo crucificado. Este mensaje resulta ofensivo para los judíos y les parece una tontería a los que no son judíos, 24 pero para los que han sido llamados por Dios, judíos o no, este mensaje es poder y sabiduría de Dios. 25 Pues la tontería de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.” (1 Cor 1:18-25, PDT)

Las expresiones que encontramos en el capítulo dos (2) de esta carta amplían esta interpretación (1 Cor 2:1-13). La cruz del Calvario es símbolo del amor redentor. Ella es tan ancha que cubre a toda la humanidad. Veamos como lo describe el Apóstol Pedro:

“9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2 Ped 3:9)

La cruz es tan larga que el sacrificio que ocurrió allí permanece para siempre. Esto es así porque el que se ofreció allí permanece para siempre, nunca muere (Heb 7:22-24) y porque su sacrificio es uno solo, no necesita ser replicado (vv. 26-27).  La cruz es tan alta que convierte el sacrificio en la cruz en un puente entre el Dios de los cielos y nosotros los seres humanos. La cruz es tan profunda que abrió las puertas de las profundidades de la tierra para que Cristo le anunciara a los santos que habían perecido antes de su sacrificio, que la aurora de la salvación había llegado.

“8 Por eso dice: «Cuando subió a los cielos, se llevó a los prisioneros y entregó dones a la gente». 9 ¿Qué significa eso de que «subió»? Pues significa que primero descendió a las partes más bajas de la tierra. 10 Cristo fue el mismo que descendió y luego subió a lo más alto de los cielos para llenarlo todo con su presencia.” (Efe 4:8-10 PDT)

“77 Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Para perdón de sus pecados, 78 Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la aurora,” (Lcs 1:77-78)

Pablo puede estar diciendo que mirar a la cruz y comprender el sacrificio de Cristo en la cruz debe ser nuestro norte. Él añade que Dios nos quiere obsequiar ese conocimiento, esa sabiduría.  Por último, otros han dicho, sin cancelar las opciones anteriores, que la geometría del amor de Dios que Pablo ofrece aquí es extraída de la revelación del cielo que Dios le dio en un momento dado.

“2 Conozco a un seguidor de Cristo, que hace catorce años fue llevado al tercer cielo. No sé si fue llevado en cuerpo o en espíritu; Dios lo sabe. 3 Pero sé que ese hombre (si en cuerpo o en espíritu, no lo sé, sólo Dios lo sabe) 4 fue llevado al paraíso, donde oyó palabras tan secretas que a ningún hombre se le permite pronunciarlas.” (2 Cor 12:2-4, DHH)
  
 Pablo pudo haber visto allí lo mismo que Juan vio cuando estaba en la Isla prisión de Patmos.  A Pablo le prohibieron hablar de lo que él vio, pero a Juan no. Pablo pudo haber visto en este arrebatamiento la ciudad celestial. Veamos una descripción muy breve de esta:

“16 La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales.” (Apoc 21:16)

La largura, la anchura, y la altura de esa ciudad es la misma: 12 mil estadios. Cada estadio equivale a una medida entre 185 y 200 metros, cerca de 607 a 660 pies. Doce mil estadios es entonces igual a una medida entre 1379.1 y 1500 millas. O sea que la ciudad posee esa medida de largo, de ancho y de alto. En otras palabras, que los creyentes de todas las épocas cabemos allí. Si no lo cree, haga el ejercicio de asignar pisos de 10 millas de alto y tendrá 150 pisos de 1500 millas de largo y 1500 millas de ancho. Una vez más, el lugar al que vamos es cómodo y cabemos todos. Pablo puede estar pidiendo a Dios que seamos capaces de entender que no tenemos por qué preocuparnos. La promesa de amor que hemos recibido por fe está garantizada.
 
[1] Lange, J. P., Schaff, P., Braune, K., & Riddle, M. B. (2008). A commentary on the Holy Scriptures (pp. 127–129).  Logos Bible Software.
[2] Heubner,  Heinrich Leonhard. Praktische Erklärung Des Neuen Testaments. Nabu Press, 2012 (esta es una reproducción de un libro publicado en 1923).
[3] Lange, J. P., Schaff, P., Braune, K., & Riddle, M. B…. Op. cit.
[4]Carro, D., Poe, J. T., Zorzoli, R. O., & Editorial Mundo Hispano (El Paso, T. . (1993–). Comentario bı́blico   mundo hispano Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, y Filemón (1. ed., pp. 159–162). Editorial Mundo Hispano.
[5]Lange, J. P., Schaff, P., Braune, K., & Riddle, M. B…. Op. cit.
[6] Muddiman, J. (2001). The Epistle to the Ephesians (pp. 169–174). Continuum.

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