December 7th, 2025
1034 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 7 de diciembre del 2025
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: intercede por nosotros y nos enseña a orar (IX)
“26 Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. 27 Y el Padre, quien conoce cada corazón, sabe lo que el Espíritu dice, porque el Espíritu intercede por nosotros, los creyentes, en armonía con la voluntad de Dios.” (Rom 8:26-27)
“También hemos aprendido que los resultados de la gracia que se obtienen mediante la oración generalmente son proporcionales al esfuerzo que se hace para eliminar los obstáculos que impiden la elevada comunión de nuestra alma con Dios.
Cristo pronunció una parábola con este fin: que los hombres deben orar siempre y no desmayar. La parábola de la viuda importuna enseña las dificultades de la oración, cómo superarlas y los felices resultados que se derivan de la oración valiente. Las dificultades siempre obstruirán el camino hacia la oración secreta mientras siga siendo cierto:
"Satanás tiembla cuando ve al santo más débil de rodillas".
La fe valiente se fortalece y se purifica al superar las dificultades. Estas dificultades solo dirigen la mirada de la fe hacia el glorioso premio que ha de ganar quien lucha con éxito en la oración. Los hombres no deben desmayar en la lucha de la oración, sino que deben entregarse a esta obra elevada y santa, desafiando las dificultades del camino, y experimentar una felicidad más que angelical en los resultados. Lutero dijo: «Haber orado bien es haber estudiado bien». Más aún, haber orado bien es haber luchado bien. Haber orado bien es haber vivido bien. Orar bien es morir bien.
La oración es un don excepcional, no un don popular y fácil de encontrar. No es el fruto de talentos naturales; es producto de la fe, de la santidad, de un carácter profundamente espiritual. Los hombres aprenden a orar, así como aprenden a amar. La perfección en la sencillez, en la humildad en la fe: estos son sus ingredientes principales. Los novatos en estas virtudes no son expertos en la oración. [Esta] no puede ser alcanzada por manos inexpertas; solo los graduados en la más alta escuela de arte del cielo pueden tocar sus teclas más finas, elevar sus notas más dulces y agudas. Se requieren materiales finos y un acabado impecable. Se requieren maestros artesanos, pues los simples artesanos no pueden ejecutar la obra de la oración.
El espíritu de oración debe gobernar nuestro espíritu y nuestra conducta. El espíritu del recogimiento debe controlar nuestras vidas o la hora de oración será aburrida y sin savia. Orar siempre en espíritu; actuar siempre con el espíritu de oración; esto fortalece nuestra oración. El espíritu de cada momento es lo que fortalece la comunión íntima…... Si el espíritu del mundo prevalece en nuestras horas libres, el espíritu del mundo prevalecerá en nuestras horas íntimas, y eso será una farsa vana e inútil.
……. No hay manera de orar a Dios sino viviendo para Él.……
La oración es un oficio que se aprende. Debemos ser aprendices y dedicarle nuestro tiempo. Se requiere esmero, mucha reflexión, práctica y trabajo para ser un hábil orante. La práctica en este oficio, así como en todos los demás, nos convierte en maestros. Solo las manos y los corazones que trabajan producen a los expertos en este oficio celestial.
A pesar de los beneficios y las bendiciones que fluyen de la comunión con Dios, debemos confesar con tristeza que no oramos mucho. Comparativamente, muy pocos dirigen la oración en las reuniones. Menos aún oran en familia. Menos aún tienen el hábito de orar regularmente en sus aposentos. Las reuniones especiales para orar son tan raras como la escarcha en junio. En muchas iglesias no existe ni el nombre ni la apariencia de una reunión de oración. En las iglesias de pueblos y ciudades, la reunión de oración nominal no es una reunión de oración en realidad. Un sermón o una conferencia es el elemento principal. La oración es el complemento nominal.” [1] (traducción libre)
Dimos inicio a esta batería de reflexiones reconociendo nuestra de necesidad de entender mejor el significado que posee ser dirigidos por el Espíritu Santo en la oración. Las dimensiones de la intercesión que Él desarrolla para y por nosotros los creyentes en Cristo, al mismo tiempo que nos afinan con la voluntad del Padre, son demasiado importantes en la vida de cualquier creyente.
Esta travesía analítica nos condujo de la mano a considerar el estudio de varios elementos bíblicos, teológicos e históricos. A continuación, algunos de estos:
Una de las conclusiones que se desprende de todas esas reflexiones es que el poder que desata la oración es exquisito. Basta considerar que ella es capaz de mover a Dios a misericordia. Otra conclusión obvia que se desprende de todas estas avenidas de análisis es que el Espíritu Santo siempre está presente como Maestro y como Guía. Esta es una de las razones por las que E.M. Bounds afirma sin temor que la oración es un oficio que se aprende, que requiere que decidamos ser aprendices que emplean con esmero, reflexión, práctica y trabajo todo el tiempo necesario para poder convertirse en orantes. Él añadió, lo encontramos así en las citas con las que iniciamos esta reflexión, que para convertirse en maestro se requieren manos y corazones.
Así también lo señaló Agustín de Hipona en uno de sus planteamientos acerca de la labor de la Tercera Persona de la Trinidad. Este insigne teólogo fue más allá y señaló que la enseñanza que el Espíritu Santo le ofrece a los creyentes es insustituible y cubre todas las áreas de la vida.
“El Espíritu Santo, por tanto, enseña a los creyentes también en la vida presente, en la medida en que puedan comprender individualmente lo espiritual; y enciende un deseo creciente en sus corazones, a medida que cada uno progresa en ese amor, que lo llevará tanto a amar lo que ya conoce, como a anhelar lo que aún le queda por conocer: de modo que aquellas mismas cosas de las que tiene alguna noción ahora, pueda saber que aquellas que aún ignora, las podrá conocer en esa vida en la que ojo no vio, ni oído oyó, ni corazón humano ha percibido.” [3] (traducción libre)
La Biblia afirma que esa enseñanza cubre hasta las temporadas de dolor, amargura y/o persecución que experimentamos en la vida (Lcs 12:12; Jn 14:23-27; Hch 1:1-3, NTV; 1 Cor 2:9-14; 1 Jn 2:24-27).
Bounds tiene mucha razón cuando afirma que orar bien nos permite morir bien. Esto es así tal y como él lo afirma, porque orar bien nos permite vivir bien y no se puede morir bien si uno no ha vivido así. Dicho de otra forma, se requiere orar bien para poder vivir bien.
Sabemos que este tema, el de la oración, es uno con características insondables y que puede provocarnos a no querer salir de él. No obstante, ahora que estamos acercándonos a las últimas reflexiones sobre este tema, necesitamos identificar algunos elementos de suma importancia que no podemos dejar fuera de estas. Uno de ellos es la oración de intercesión. Estamos señalando esa clase de oración que el Espíritu Santo provoca en todos los creyentes para que oremos por otros y que la inmensa mayoría de los creyentes decide hacer suya en menor o en mayor grado.
El concepto griego que se traduce como intercesión es “entugchanō” (G1793). Este es un concepto compuesto por el prefijo “en” (G1722), una preposición que describe una instrumentalidad. Esto es, describe algo que es por medio de, o con, de lugar; como decir “en,” “a,” “ante,” “cerca”.[4] El sufijo es “tugchanō” (G5177). Este puede ser traducido como hacer que algo suceda[5], preparar para hacer que suceda, o que describe la forma o la idea de efectuarlo; propiamente afectar; o (específicamente) golpear o dar en (como un blanco que se debe alcanzar).[6]
El estudio de las Sagradas Escrituras revela muchos instantes en los que encontramos a hombres y mujeres intercediendo en oración. En ocasiones los encontramos intercediendo por aquellos que no tienen (“ʽânı̂y”, H6041), que son humildes (casi siempre el mismo concepto), son huérfanos (“yâthôm”, H3490) o que han sido oprimidos (“dak”, H1790). Tal es el caso de la oración que encontramos en el Salmo 10.
“12 Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano; No te olvides de los pobres…17 El deseo de los humildes oíste, oh Jehová; Tú dispones su corazón, y haces atento tu oído, 18 Para juzgar al huérfano y al oprimido, A fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra.” (Sal 10:12, 17)
“21 No vuelva avergonzado el abatido (H1790); El afligido (H4041) y el menesteroso (“ʼebyôn”, H34) alabarán tu nombre.” (Sal 74:21)
En otras ocasiones los encontramos intercediendo a favor de personas en necesidad. Encontramos un ejemplo en el libro de Nehemías cuando aparece intercediendo en oración por el pueblo que quedaba en Jerusalén, así como por lo que quedaba de esa ciudad:
“4 Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos. 5 Y dije: Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; 6 esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oir la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. 7 En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo. 8 Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; 9 pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre. 10 Ellos, pues, son tus siervos y tu pueblo, los cuales redimiste con tu gran poder, y con tu mano poderosa. 11 Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo, y dale gracia delante de aquel varón. Porque yo servía de copero al rey.” (Neh 1:4-11)
Lo encontramos en las composiciones del salmista pidiendo por la paz de Jerusalén (Sal 122:7).
También cuando este le pide a Dios que extendiera su misericordia a aquellos que lo conocen (Sal 36:10), que tenga misericordia de ellos(Sal 67:1). Es Pablo pidiendo a Dios en todo momento a favor de los hermanos de la iglesia (Rom 1:9-10; Efe 6:18). En ocasiones se trata del consejo bíblico que nos insta a pedir por aquellos que han pecado para que el Señor les de vida y los restaure (1 Jn 5:16).
Es muy probable que ninguno de estos escenarios de intercesión pueda compararse con los escenarios en los que encontramos a adultos intercediendo a favor de los niños o a padres intercediendo por sus hijos. Por ejemplo, Dios instruyó a Moisés y a Aarón a interceder por los hijos de Israel poniendo una bendición sobre ellos.
“22 Jehová habló a Moisés, diciendo: 23 Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: 24 Jehová te bendiga, y te guarde; 25 Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; 26 Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz. 27 Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré.” (Num 6:22–26)
Otro gran modelo es el de Job orando a favor de sus hijos, pidiendo la misericordia de Dios sobre ellos por si acaso ellos pudieran haber cometido algún pecado.
“5 Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días.” (Job 1:5)
Hay una ocasión monumental en la que encontramos a Abraham aprovechando una
conversación con Dios para interceder por su hijo Ismael. El patriarca sabía en el interior de su corazón acerca de la promesa que Dios le había hecho: el hijo de la promesa (Gén 15:3-5). La Biblia nos deja saber que pasaron varios años antes de que Dios volviera para dialogar con su siervo acerca de esto lo que le había prometido. Ese es el pasaje bíblico en el que Dios cambia el nombre de Sarai (“mi princesa”, H8297) por el de Sara (“princesa”, H8283). Ella ya no sería solo la princesa de Abraham sino la princesa, la madre de todos.
Es allí que Abraham, tomando en consideración su edad, así como la de Sara, se preguntó cómo podría ser posible que ellos pudieran convertirse en padres. La Biblia dice que su reacción inmediata fue interceder ante la presencia de Dios por su hijo Ismael.
La respuesta del Señor fue extraordinaria. Veamos ese pasaje:
“15 Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. 16 Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella. 17 Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rió, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir? 18 Y dijo Abraham a Dios: Ojalá lsmael viva delante de ti. 19 Respondió Dios: Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él. 20 Y en cuanto a Ismael, también te he oído; he aquí que le bendeciré, y le haré fructificar y multiplicar mucho en gran manera; doce príncipes engendrará, y haré de él una gran nación.” (Gen 17:15–20).
Así también, en una escena muy dolorosa, encontramos a David intercediendo por uno de los suyos.
“16 Entonces David rogó a Dios por el niño; y ayunó David, y entró, y pasó la noche acostado en tierra. 17 Y se levantaron los ancianos de su casa, y fueron a él para hacerlo levantar de la tierra; mas él no quiso, ni comió con ellos pan. 18 Y al séptimo día murió el niño; y temían los siervos de David hacerle saber que el niño había muerto, diciendo entre sí: Cuando el niño aún vivía, le hablábamos, y no quería oir nuestra voz; ¿cuánto más se afligirá si le decimos que el niño ha muerto? …..21 Y le dijeron sus siervos: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. 22 Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? 23 Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí.” (2 Sam. 12:16-18, 21-23);
Otro modelo extraordinario es el llamado de Dios a que intercedamos en oración por aquellos que nos han hecho daño o que se consideran nuestros enemigos. Encontramos un ejemplo de esto en el caso de Job intercediendo en oración por aquellos amigos que lo habían tratado muy mal.
“7 Y aconteció que después que habló Jehová estas palabras a Job, Jehová dijo a Elifaz temanita: Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job. 8 Ahora, pues, tomaos siete becerros y siete carneros, e id a mi siervo Job, y ofreced holocausto por vosotros, y mi siervo Job orará por vosotros; porque de cierto a él atenderé para no trataros afrentosamente, por cuanto no habéis hablado de mí con rectitud, como mi siervo Job. 9 Fueron, pues, Elifaz temanita, Bildad suhita y Zofar naamatita, e hicieron como Jehová les dijo; y Jehová aceptó la oración de Job. 10 Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job.” (Job 42:8-10)
Así mismo encontramos el llamado que Dios hace a través del profeta Jeremías para que se ore por la paz de Babilonia. El profeta dice que esa es la única alternativa para poder tener paz que tenía el pueblo que era llevado cautivo allá.
“4 Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: 5 Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. 6 Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. 7 Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz.” (Jer 29:4-7)
La Biblia dice que el llamado de Cristo para que oremos a favor de nuestros enemigos es todavía mucho más puntilloso e incisivo. Cristo no se limitó a decirnos que teníamos que interceder por ellos, sino que nos instruyó a amarlos. Es obvio que se necesita la intervención del Espíritu Santo para conseguir esto.
“44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mat 5:44-48)
“34 Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.” (Lcs 23:34)
Es un secreto a voces que ese es el modelo que la Iglesia ha abrazado. La Iglesia dirigida por el Espíritu Santo hace suyo este modelo. Encontramos un ejemplo de esto en Esteban, el primer mártir del Evangelio.
“58 Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. 59 Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. 60 Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.” (Hch 7:58-60)
Así también lo vemos en el Apóstol Pablo.
“16 En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta.” (2 Tim. 4:16)
Es muy interesante el hecho de que a través de la historia hemos visto a la Iglesia inclinada a creer que la intercesión en oración es un don espiritual que el Señor le da a algunos. Es muy cierto que encontramos a una serie de creyentes que parecen poseer mejores disciplinas espirituales para desarrollar esta tarea. En cambio, no encontramos esta separación en los modelos bíblicos. La Biblia parece partir de la premisa de que todos los creyentes podemos y hemos sido llamados a interceder en la oración.
Esta conclusión está fundamentada en la Palabra de Dios. La Biblia dice que el ministerio de Cristo, que es el nuestro, fue descrito por el profeta Isaías en el capítulo 61 del libro de su profecía.
“1 El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; 2 a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; 3 a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.” (Isa 61:1-3)
Andrew Murray decía que este pasaje también describe a aquellos que Cristo ha convertido en real sacerdocio, nación santa, linaje escogido y pueblo adquirido por Dios mediante la sangre de Cristo.
Esto es así, decía él, porque este pasaje bíblico describe el trabajo, la labor de ese sacerdocio, el caminar de ese sacerdocio y el estilo de vida del sacerdocio. En otras palabras, no vivimos, ni vestimos, trabajamos o caminamos para nosotros. Lo hacemos para Él, Señor y Salvador de nuestras vidas. Por lo tanto, vivimos emulando a Cristo, y esto incluye el ministerio de la intercesión porque Cristo vive intercediendo.
En otras palabras, se trata de interceder en oración por los afligidos, por los extraviados, por nuestros hermanos en la fe, por los padres y por los hijos. Se trata de vivir intercediendo por aquellos que están ocupando posiciones de autoridad, aunque estos no sean de nuestro agrado. Se trata de vivir intercediendo por aquellos que nos han hecho daño. Se trata de vivir intercediendo por nuestros pastores, por los misioneros, por los evangelistas y los líderes de los ministerios de la iglesia. Se trata de vivir intercediendo en oración por aquellos que no han sido alcanzados por el mensaje de la salvación, así como por los países que faltan por ser alcanzados. Se trata de no dejar de interceder en oración por aquellos que están enfermos y por aquellos que han sido desahuciados, interceder por los que han sido abandonados. Se trata de interceder por aquellos que están presos y por aquellos que han perdido la cordura y la esperanza.
Murray decía que la sangre de Cristo nos autoriza a hacerlo y el Espíritu nos da el poder para interceder tal y como lo hacía y continúa haciéndolo nuestro Salvador. Así lo vio Esteban antes de su martirio (Hch 7:55-56). Así lo describe el Apóstol Pablo en su Carta a Los Romanos:
“34 Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” (Rom 8:34)
El llamado de Dios para que intercedamos en oración está ahí. ¿Cómo hemos de responder?
[1] Bounds, E.M. Purpose in Prayer, en Complete Works of E. M. Bounds. WORDsearch.
[2] E.M. Bounds dijo acerca de esto que la ausencia de lo segundo convierte la oración en algo que él llamó “prayerless praying:” algo sin vida, muerta, un juguete para entretener en vez de un arma para la batalla, un lastre sobre el hombro, un impedimento en la hora del conflicto, un llamado a la retirada en el momento del combate y de la victoria prometida.
[3] Augustine of Hippo. (1888). Lectures or Tractates on the Gospel according to St. John. In P. Schaff (Ed.), & J. Gibb & J. Innes (Trans.), St. Augustin: Homilies on the Gospel of John, Homilies on the First Epistle of John, Soliloquies (Vol. 7, p. 374). Christian Literature Company.
[4] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 313–314). Editorial Mundo Hispano.
[5] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[6] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
Funciones y operaciones del Espíritu Santo: intercede por nosotros y nos enseña a orar (IX)
“26 Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. 27 Y el Padre, quien conoce cada corazón, sabe lo que el Espíritu dice, porque el Espíritu intercede por nosotros, los creyentes, en armonía con la voluntad de Dios.” (Rom 8:26-27)
“También hemos aprendido que los resultados de la gracia que se obtienen mediante la oración generalmente son proporcionales al esfuerzo que se hace para eliminar los obstáculos que impiden la elevada comunión de nuestra alma con Dios.
Cristo pronunció una parábola con este fin: que los hombres deben orar siempre y no desmayar. La parábola de la viuda importuna enseña las dificultades de la oración, cómo superarlas y los felices resultados que se derivan de la oración valiente. Las dificultades siempre obstruirán el camino hacia la oración secreta mientras siga siendo cierto:
"Satanás tiembla cuando ve al santo más débil de rodillas".
La fe valiente se fortalece y se purifica al superar las dificultades. Estas dificultades solo dirigen la mirada de la fe hacia el glorioso premio que ha de ganar quien lucha con éxito en la oración. Los hombres no deben desmayar en la lucha de la oración, sino que deben entregarse a esta obra elevada y santa, desafiando las dificultades del camino, y experimentar una felicidad más que angelical en los resultados. Lutero dijo: «Haber orado bien es haber estudiado bien». Más aún, haber orado bien es haber luchado bien. Haber orado bien es haber vivido bien. Orar bien es morir bien.
La oración es un don excepcional, no un don popular y fácil de encontrar. No es el fruto de talentos naturales; es producto de la fe, de la santidad, de un carácter profundamente espiritual. Los hombres aprenden a orar, así como aprenden a amar. La perfección en la sencillez, en la humildad en la fe: estos son sus ingredientes principales. Los novatos en estas virtudes no son expertos en la oración. [Esta] no puede ser alcanzada por manos inexpertas; solo los graduados en la más alta escuela de arte del cielo pueden tocar sus teclas más finas, elevar sus notas más dulces y agudas. Se requieren materiales finos y un acabado impecable. Se requieren maestros artesanos, pues los simples artesanos no pueden ejecutar la obra de la oración.
El espíritu de oración debe gobernar nuestro espíritu y nuestra conducta. El espíritu del recogimiento debe controlar nuestras vidas o la hora de oración será aburrida y sin savia. Orar siempre en espíritu; actuar siempre con el espíritu de oración; esto fortalece nuestra oración. El espíritu de cada momento es lo que fortalece la comunión íntima…... Si el espíritu del mundo prevalece en nuestras horas libres, el espíritu del mundo prevalecerá en nuestras horas íntimas, y eso será una farsa vana e inútil.
……. No hay manera de orar a Dios sino viviendo para Él.……
La oración es un oficio que se aprende. Debemos ser aprendices y dedicarle nuestro tiempo. Se requiere esmero, mucha reflexión, práctica y trabajo para ser un hábil orante. La práctica en este oficio, así como en todos los demás, nos convierte en maestros. Solo las manos y los corazones que trabajan producen a los expertos en este oficio celestial.
A pesar de los beneficios y las bendiciones que fluyen de la comunión con Dios, debemos confesar con tristeza que no oramos mucho. Comparativamente, muy pocos dirigen la oración en las reuniones. Menos aún oran en familia. Menos aún tienen el hábito de orar regularmente en sus aposentos. Las reuniones especiales para orar son tan raras como la escarcha en junio. En muchas iglesias no existe ni el nombre ni la apariencia de una reunión de oración. En las iglesias de pueblos y ciudades, la reunión de oración nominal no es una reunión de oración en realidad. Un sermón o una conferencia es el elemento principal. La oración es el complemento nominal.” [1] (traducción libre)
Dimos inicio a esta batería de reflexiones reconociendo nuestra de necesidad de entender mejor el significado que posee ser dirigidos por el Espíritu Santo en la oración. Las dimensiones de la intercesión que Él desarrolla para y por nosotros los creyentes en Cristo, al mismo tiempo que nos afinan con la voluntad del Padre, son demasiado importantes en la vida de cualquier creyente.
Esta travesía analítica nos condujo de la mano a considerar el estudio de varios elementos bíblicos, teológicos e históricos. A continuación, algunos de estos:
- cómo es que el Espíritu Santo intercede por nosotros.
- algunos modelos (Joel 2:28; Hch 2:38-39; Rom 8:15–17; Gal 4:6; Efe 1:13–14).
- los elementos, modelos y tipos de oración que aparecen en la Palabra de Dios.
- la relación entre la fe y la oración.
- las diferencias entre las oraciones regulares y consuetudinarias y la vida de oración.[2]
- las dimensiones que la oración facilita.
- los impedimentos y obstáculos de la oración.
- la perseverancia en la oración.
- algunos modelos de oración de la Iglesia de los primeros siglos.
Una de las conclusiones que se desprende de todas esas reflexiones es que el poder que desata la oración es exquisito. Basta considerar que ella es capaz de mover a Dios a misericordia. Otra conclusión obvia que se desprende de todas estas avenidas de análisis es que el Espíritu Santo siempre está presente como Maestro y como Guía. Esta es una de las razones por las que E.M. Bounds afirma sin temor que la oración es un oficio que se aprende, que requiere que decidamos ser aprendices que emplean con esmero, reflexión, práctica y trabajo todo el tiempo necesario para poder convertirse en orantes. Él añadió, lo encontramos así en las citas con las que iniciamos esta reflexión, que para convertirse en maestro se requieren manos y corazones.
Así también lo señaló Agustín de Hipona en uno de sus planteamientos acerca de la labor de la Tercera Persona de la Trinidad. Este insigne teólogo fue más allá y señaló que la enseñanza que el Espíritu Santo le ofrece a los creyentes es insustituible y cubre todas las áreas de la vida.
“El Espíritu Santo, por tanto, enseña a los creyentes también en la vida presente, en la medida en que puedan comprender individualmente lo espiritual; y enciende un deseo creciente en sus corazones, a medida que cada uno progresa en ese amor, que lo llevará tanto a amar lo que ya conoce, como a anhelar lo que aún le queda por conocer: de modo que aquellas mismas cosas de las que tiene alguna noción ahora, pueda saber que aquellas que aún ignora, las podrá conocer en esa vida en la que ojo no vio, ni oído oyó, ni corazón humano ha percibido.” [3] (traducción libre)
La Biblia afirma que esa enseñanza cubre hasta las temporadas de dolor, amargura y/o persecución que experimentamos en la vida (Lcs 12:12; Jn 14:23-27; Hch 1:1-3, NTV; 1 Cor 2:9-14; 1 Jn 2:24-27).
Bounds tiene mucha razón cuando afirma que orar bien nos permite morir bien. Esto es así tal y como él lo afirma, porque orar bien nos permite vivir bien y no se puede morir bien si uno no ha vivido así. Dicho de otra forma, se requiere orar bien para poder vivir bien.
Sabemos que este tema, el de la oración, es uno con características insondables y que puede provocarnos a no querer salir de él. No obstante, ahora que estamos acercándonos a las últimas reflexiones sobre este tema, necesitamos identificar algunos elementos de suma importancia que no podemos dejar fuera de estas. Uno de ellos es la oración de intercesión. Estamos señalando esa clase de oración que el Espíritu Santo provoca en todos los creyentes para que oremos por otros y que la inmensa mayoría de los creyentes decide hacer suya en menor o en mayor grado.
El concepto griego que se traduce como intercesión es “entugchanō” (G1793). Este es un concepto compuesto por el prefijo “en” (G1722), una preposición que describe una instrumentalidad. Esto es, describe algo que es por medio de, o con, de lugar; como decir “en,” “a,” “ante,” “cerca”.[4] El sufijo es “tugchanō” (G5177). Este puede ser traducido como hacer que algo suceda[5], preparar para hacer que suceda, o que describe la forma o la idea de efectuarlo; propiamente afectar; o (específicamente) golpear o dar en (como un blanco que se debe alcanzar).[6]
El estudio de las Sagradas Escrituras revela muchos instantes en los que encontramos a hombres y mujeres intercediendo en oración. En ocasiones los encontramos intercediendo por aquellos que no tienen (“ʽânı̂y”, H6041), que son humildes (casi siempre el mismo concepto), son huérfanos (“yâthôm”, H3490) o que han sido oprimidos (“dak”, H1790). Tal es el caso de la oración que encontramos en el Salmo 10.
“12 Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano; No te olvides de los pobres…17 El deseo de los humildes oíste, oh Jehová; Tú dispones su corazón, y haces atento tu oído, 18 Para juzgar al huérfano y al oprimido, A fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra.” (Sal 10:12, 17)
“21 No vuelva avergonzado el abatido (H1790); El afligido (H4041) y el menesteroso (“ʼebyôn”, H34) alabarán tu nombre.” (Sal 74:21)
En otras ocasiones los encontramos intercediendo a favor de personas en necesidad. Encontramos un ejemplo en el libro de Nehemías cuando aparece intercediendo en oración por el pueblo que quedaba en Jerusalén, así como por lo que quedaba de esa ciudad:
“4 Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos. 5 Y dije: Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; 6 esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oir la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. 7 En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo. 8 Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; 9 pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre. 10 Ellos, pues, son tus siervos y tu pueblo, los cuales redimiste con tu gran poder, y con tu mano poderosa. 11 Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo, y dale gracia delante de aquel varón. Porque yo servía de copero al rey.” (Neh 1:4-11)
Lo encontramos en las composiciones del salmista pidiendo por la paz de Jerusalén (Sal 122:7).
También cuando este le pide a Dios que extendiera su misericordia a aquellos que lo conocen (Sal 36:10), que tenga misericordia de ellos(Sal 67:1). Es Pablo pidiendo a Dios en todo momento a favor de los hermanos de la iglesia (Rom 1:9-10; Efe 6:18). En ocasiones se trata del consejo bíblico que nos insta a pedir por aquellos que han pecado para que el Señor les de vida y los restaure (1 Jn 5:16).
Es muy probable que ninguno de estos escenarios de intercesión pueda compararse con los escenarios en los que encontramos a adultos intercediendo a favor de los niños o a padres intercediendo por sus hijos. Por ejemplo, Dios instruyó a Moisés y a Aarón a interceder por los hijos de Israel poniendo una bendición sobre ellos.
“22 Jehová habló a Moisés, diciendo: 23 Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: 24 Jehová te bendiga, y te guarde; 25 Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; 26 Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz. 27 Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré.” (Num 6:22–26)
Otro gran modelo es el de Job orando a favor de sus hijos, pidiendo la misericordia de Dios sobre ellos por si acaso ellos pudieran haber cometido algún pecado.
“5 Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días.” (Job 1:5)
Hay una ocasión monumental en la que encontramos a Abraham aprovechando una
conversación con Dios para interceder por su hijo Ismael. El patriarca sabía en el interior de su corazón acerca de la promesa que Dios le había hecho: el hijo de la promesa (Gén 15:3-5). La Biblia nos deja saber que pasaron varios años antes de que Dios volviera para dialogar con su siervo acerca de esto lo que le había prometido. Ese es el pasaje bíblico en el que Dios cambia el nombre de Sarai (“mi princesa”, H8297) por el de Sara (“princesa”, H8283). Ella ya no sería solo la princesa de Abraham sino la princesa, la madre de todos.
Es allí que Abraham, tomando en consideración su edad, así como la de Sara, se preguntó cómo podría ser posible que ellos pudieran convertirse en padres. La Biblia dice que su reacción inmediata fue interceder ante la presencia de Dios por su hijo Ismael.
La respuesta del Señor fue extraordinaria. Veamos ese pasaje:
“15 Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. 16 Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella. 17 Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rió, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir? 18 Y dijo Abraham a Dios: Ojalá lsmael viva delante de ti. 19 Respondió Dios: Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él. 20 Y en cuanto a Ismael, también te he oído; he aquí que le bendeciré, y le haré fructificar y multiplicar mucho en gran manera; doce príncipes engendrará, y haré de él una gran nación.” (Gen 17:15–20).
Así también, en una escena muy dolorosa, encontramos a David intercediendo por uno de los suyos.
“16 Entonces David rogó a Dios por el niño; y ayunó David, y entró, y pasó la noche acostado en tierra. 17 Y se levantaron los ancianos de su casa, y fueron a él para hacerlo levantar de la tierra; mas él no quiso, ni comió con ellos pan. 18 Y al séptimo día murió el niño; y temían los siervos de David hacerle saber que el niño había muerto, diciendo entre sí: Cuando el niño aún vivía, le hablábamos, y no quería oir nuestra voz; ¿cuánto más se afligirá si le decimos que el niño ha muerto? …..21 Y le dijeron sus siervos: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. 22 Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? 23 Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí.” (2 Sam. 12:16-18, 21-23);
Otro modelo extraordinario es el llamado de Dios a que intercedamos en oración por aquellos que nos han hecho daño o que se consideran nuestros enemigos. Encontramos un ejemplo de esto en el caso de Job intercediendo en oración por aquellos amigos que lo habían tratado muy mal.
“7 Y aconteció que después que habló Jehová estas palabras a Job, Jehová dijo a Elifaz temanita: Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job. 8 Ahora, pues, tomaos siete becerros y siete carneros, e id a mi siervo Job, y ofreced holocausto por vosotros, y mi siervo Job orará por vosotros; porque de cierto a él atenderé para no trataros afrentosamente, por cuanto no habéis hablado de mí con rectitud, como mi siervo Job. 9 Fueron, pues, Elifaz temanita, Bildad suhita y Zofar naamatita, e hicieron como Jehová les dijo; y Jehová aceptó la oración de Job. 10 Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job.” (Job 42:8-10)
Así mismo encontramos el llamado que Dios hace a través del profeta Jeremías para que se ore por la paz de Babilonia. El profeta dice que esa es la única alternativa para poder tener paz que tenía el pueblo que era llevado cautivo allá.
“4 Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: 5 Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. 6 Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. 7 Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz.” (Jer 29:4-7)
La Biblia dice que el llamado de Cristo para que oremos a favor de nuestros enemigos es todavía mucho más puntilloso e incisivo. Cristo no se limitó a decirnos que teníamos que interceder por ellos, sino que nos instruyó a amarlos. Es obvio que se necesita la intervención del Espíritu Santo para conseguir esto.
“44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mat 5:44-48)
“34 Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.” (Lcs 23:34)
Es un secreto a voces que ese es el modelo que la Iglesia ha abrazado. La Iglesia dirigida por el Espíritu Santo hace suyo este modelo. Encontramos un ejemplo de esto en Esteban, el primer mártir del Evangelio.
“58 Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. 59 Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. 60 Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.” (Hch 7:58-60)
Así también lo vemos en el Apóstol Pablo.
“16 En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta.” (2 Tim. 4:16)
Es muy interesante el hecho de que a través de la historia hemos visto a la Iglesia inclinada a creer que la intercesión en oración es un don espiritual que el Señor le da a algunos. Es muy cierto que encontramos a una serie de creyentes que parecen poseer mejores disciplinas espirituales para desarrollar esta tarea. En cambio, no encontramos esta separación en los modelos bíblicos. La Biblia parece partir de la premisa de que todos los creyentes podemos y hemos sido llamados a interceder en la oración.
Esta conclusión está fundamentada en la Palabra de Dios. La Biblia dice que el ministerio de Cristo, que es el nuestro, fue descrito por el profeta Isaías en el capítulo 61 del libro de su profecía.
“1 El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; 2 a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; 3 a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.” (Isa 61:1-3)
Andrew Murray decía que este pasaje también describe a aquellos que Cristo ha convertido en real sacerdocio, nación santa, linaje escogido y pueblo adquirido por Dios mediante la sangre de Cristo.
Esto es así, decía él, porque este pasaje bíblico describe el trabajo, la labor de ese sacerdocio, el caminar de ese sacerdocio y el estilo de vida del sacerdocio. En otras palabras, no vivimos, ni vestimos, trabajamos o caminamos para nosotros. Lo hacemos para Él, Señor y Salvador de nuestras vidas. Por lo tanto, vivimos emulando a Cristo, y esto incluye el ministerio de la intercesión porque Cristo vive intercediendo.
En otras palabras, se trata de interceder en oración por los afligidos, por los extraviados, por nuestros hermanos en la fe, por los padres y por los hijos. Se trata de vivir intercediendo por aquellos que están ocupando posiciones de autoridad, aunque estos no sean de nuestro agrado. Se trata de vivir intercediendo por aquellos que nos han hecho daño. Se trata de vivir intercediendo por nuestros pastores, por los misioneros, por los evangelistas y los líderes de los ministerios de la iglesia. Se trata de vivir intercediendo en oración por aquellos que no han sido alcanzados por el mensaje de la salvación, así como por los países que faltan por ser alcanzados. Se trata de no dejar de interceder en oración por aquellos que están enfermos y por aquellos que han sido desahuciados, interceder por los que han sido abandonados. Se trata de interceder por aquellos que están presos y por aquellos que han perdido la cordura y la esperanza.
Murray decía que la sangre de Cristo nos autoriza a hacerlo y el Espíritu nos da el poder para interceder tal y como lo hacía y continúa haciéndolo nuestro Salvador. Así lo vio Esteban antes de su martirio (Hch 7:55-56). Así lo describe el Apóstol Pablo en su Carta a Los Romanos:
“34 Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” (Rom 8:34)
El llamado de Dios para que intercedamos en oración está ahí. ¿Cómo hemos de responder?
[1] Bounds, E.M. Purpose in Prayer, en Complete Works of E. M. Bounds. WORDsearch.
[2] E.M. Bounds dijo acerca de esto que la ausencia de lo segundo convierte la oración en algo que él llamó “prayerless praying:” algo sin vida, muerta, un juguete para entretener en vez de un arma para la batalla, un lastre sobre el hombro, un impedimento en la hora del conflicto, un llamado a la retirada en el momento del combate y de la victoria prometida.
[3] Augustine of Hippo. (1888). Lectures or Tractates on the Gospel according to St. John. In P. Schaff (Ed.), & J. Gibb & J. Innes (Trans.), St. Augustin: Homilies on the Gospel of John, Homilies on the First Epistle of John, Soliloquies (Vol. 7, p. 374). Christian Literature Company.
[4] Tuggy, A. E. (2003). En Lexico griego-español del Nuevo Testamento (pp. 313–314). Editorial Mundo Hispano.
[5] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[6] Strong, J. (1995). En Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.
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