December 11th, 2022
878 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 11 de diciembre 2022
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 18)
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
Los procesos que desarrollamos para la toma de decisiones han sido el foco de estudios ancestrales. La humanidad ha estado mirando, estudiando y analizando estos procesos a través de toda nuestra historia. La Biblia está llena de narrativas en las que los personajes bíblicos nos sirven como ejemplos de buenos y de malos procesos de esto.
Nuestra reflexión anterior fue la segunda dedicada para tratar este tema desde la perspectiva del corazón como el asiento, como la habitación para estos procesos. La meta que describe el Apóstol Pablo sobre este tema es que Cristo habite en el corazón de los creyentes (Efe 3:17a), de modo que sus decisiones sean cónsonas con la voluntad de Dios. En otras palabras, que Cristo y la Palabra de vida ocupen la habitación del corazón en la que se desarrollan los procesos decisionales. Esta máxima bíblica dice entre otras cosas que cuando la Palabra de Dios está en nuestros corazones nuestros pies no resbalan mucho (Sal 37:31).
Un dato con el que cerramos nuestra reflexión anterior fue el de las crisis que experimentamos cuando esos procesos para la toma de decisiones están matizados por la impulsividad. Debemos enfatizar que una cosa son los impulsos y otra la impulsividad. Cuando hablamos de la impulsividad nos referimos a lo siguiente:
“La predisposición a actuar o reaccionar de forma rápida, espontánea o inesperada ante estímulos o situaciones externas o internas (del propio individuo) sin existir una reflexión previa acerca de las posibles consecuencias de los comportamientos adoptados. Algunos de sus principales componentes son: la búsqueda de recompensa o placer inmediato, la aparición del acto antes que la reflexión, la dificultad para inhibir conductas y anticipar sus posibles consecuencias, y una baja tolerancia al estrés. Todo ello confluye en un déficit de autocontrol, lo cual hace que algunas personas sean definidas como imprudentes, inconscientes, poco reflexivas, arriesgadas o incluso irresponsables.”[1]
En algunos casos estas reacciones pueden formar parte de una condición de salud mental un poco más complicada. Dentro de las condiciones de salud en las que podemos identificar la impulsividad encontramos el trastorno límite de la personalidad, los trastornos de la conducta alimentaria, las adicciones tóxicas o comportamentales, el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH), el trastorno bipolar o ciertos trastornos de personalidad como el límite o el antisocial, entre otros. [2] Esto no significa que podemos excusar la impulsividad enarbolando la bandera de que se trata de una enfermedad. Todo lo contrario: la conciencia de uno de estos trastornos nos obliga a buscar ayuda profesional para evitar las tragedias producidas por la impulsividad. Debemos enfatizar que la impulsividad ha provocado que se cometan errores garrafales, ha costado la ruptura de matrimonios y de hogares que parecían sólidos y unidos hasta la muerte. En otras palabras, que esta conducta es mucho más que un mal hábito.
Ahora bien, reconociendo la importancia de este tema, hemos decidido presentar algunas estrategias seculares y bíblicas que se pueden seguir para ejercitar control sobre este enemigo que se anida en el corazón de los seres humanos. Antes de hacerlo, comenzamos destacando que la Biblia dice que los seres humanos que no saben controlar sus impulsos son como una ciudad sin murallas y expuesta. O sea, expuesta a los peligros y al asedio de todos sus enemigos.
“Como ciudad sin muralla y expuesta al peligro, así es quien no sabe dominar sus impulsos.” (Prov 25:28, DHH)
No hace falta enfatizar que como seres humanos estamos constantemente en batalla en contra de nuestros deseos y de nuestra naturaleza pecaminosa. El Apóstol Pedro define esto como la batalla contra el alma (1 Ped 2:11). El Apóstol Pablo define esto como una batalla contra un viejo hombre viciado y engañoso del que hay que despojarse. Sí, despojarse de este para vestirse de la nueva naturaleza que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús (Efe 4:22-27). Mantener el dominio propio es una de las maneras más evidentes de que somos de Cristo. Esto es así porque esta es una de las maneras en las que decidimos imitar y parecernos a nuestro Salvador.
Esta es una de las razones por las que la Biblia hace tanto énfasis en el dominio propio. Este concepto aparece en la Biblia traducido así en varias ocasiones (Hch 24:25; 2 Tim 1:7; 2 Ped 1:6). En otras ocasiones es traducido como templanza. Los conceptos griegos que se traducen así en la Biblia son “egkrateia” (G1466, Gál 5:23) y “sōphronismós” (G4995). El primero, “egkrateia”, es definido como el ejercicio del control absoluto sobre los deseos y las acciones: auto control. [3] Filón lo definía como superioridad sobre todos los deseos. Esto incluye la alimentación, la sexualidad y el control de lo que hablamos. Desde el punto de vista secular la “egkrateia” apunta a descartar aquellos deseos materiales que no contribuyen a nuestra existencia. Sócrates decía que era una virtud cardinal. Aristóteles decía que era la virtud de lo deseable: el poder que uno tiene para controlarse a sí mismo.[4] El poder que uno tiene para decir que no a los deseos del cuerpo.
El segundo, “sōphronismós” significa sano juicio, actuar con sensatez, moderación, y/o autodisciplina (2 Tim 1:7)[5]. Este concepto también implica un proceso racional intelectualmente sólido, sin ilusión, con un propósito definido. Además, una de sus variantes era definida por Platón como algo que va más allá del conocimiento de algo. Algo que se desprende del conocimiento del conocimiento en sí mismo. Para Platón esto era clave porque él postulaba que el conocimiento no podía existir sin contenido. O sea, que “sōphronismós” parte del conocimiento del conocimiento mismo. Esto hace un sentido extraordinario cuando reconocemos que Cristo es la fuente de la sabiduría y del conocimiento de Dios. En otras palabras, que el “sōphronismós” que describe la Biblia parte del conocimiento de la fuente de conocimiento. Esa fuente de conocimiento es Cristo Jesús: Dios encarnado.
Resumiendo lo antes expuesto, tenemos que se usa “egkrateia” cuando Lucas nos habla acerca del dominio propio que Pablo enseñaba en la corte de Félix (Hch 24:25). Se usa “egkrateia” cuando Pablo nos habla acerca del dominio propio como fruto de Espíritu (Gál 5:23). Se usa “egkrateia” cuando Pedro nos habla acerca del dominio propio (2 Ped 1:5-9). Pedro lo utiliza añadiendo que aquellos que no tienen esta “herramienta del Espíritu” tienen la vista muy corta, son ciegos y se han olvidado de la salvación.
“5 vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; 6 al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; 7 a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 8 Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. 9 Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.” (2 Ped 1:5-9)
“O sea, que el peligro de no seguir esta estructura nos coloca en la periferia del propósito de Dios para la Iglesia así como para los creyentes.”[6] Por otro lado, encontramos el uso de “sōphronismós” cuando Pablo identifica una de las características que definen a aquellos en los que reposa el Espíritu de Dios.
“7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Tim 1:7)
Pedro utiliza una variante de este concepto para describir la sobriedad con la que tenemos que vivir en los últimos tiempos antes de que Cristo aparezca en las nubes (1 Ped 4:7). Una vez que conocemos estos datos se nos hace mucho más fácil entender las estrategias recomendadas por los especialistas Cristianos que tratan este tema, el de la impulsividad. La inmensa mayoría de estos concluye que existen unos pasos básicos que los creyentes en Cristo podemos poner en función para controlar la impulsividad. Estos pueden ser resumidos de la siguiente manera:
En primer lugar, procurar la renovación de nuestra manera de pensar a través de las enseñanzas y los consejos que nos regala la Palabra de Dios:
“2 No vivan según el modelo de este mundo. Mejor dejen que Dios transforme su vida con una nueva manera de pensar. Así podrán entender y aceptar lo que Dios quiere y también lo que es bueno, perfecto y agradable a él.” (Rom 12:2, PDT).
En segundo lugar, acompañar esto con oración intensa pidiendo la ayuda del Espíritu Santo. Hemos analizado esto último a la saciedad mientras estudiábamos la primera oración que el Apóstol Pablo nos regala en la Carta a los Efesios.
“15 Por eso, desde que supe que ustedes tienen fe en el Señor Jesús y que aman a todo el pueblo de Dios, 16 siempre los recuerdo en mis oraciones y ruego a Dios por ustedes. 17 Ruego que Dios, el Padre glorioso de nuestro Señor Jesucristo, les dé el Espíritu, fuente de sabiduría, quien les revelará la verdad de Dios para que la entiendan y lleguen a conocerlo mejor. 18 Pido que Dios les abra la mente para que vean y sepan lo que él tiene preparado para la gente que ha llamado. Entonces podrán participar de las ricas y abundantes bendiciones que él ha prometido a su pueblo santo. 19 Verán también lo grande que es el poder que Dios da a los que creen en él.” (Efe 1:15-19, PDT)
En tercer lugar, desarrollar la conducta de rendir cuentas a Dios y a alguien de confianza respecto a nuestros hábitos. El Apóstol Juan insiste en esto en sus Cartas. En una de ellas, él nos dice lo siguiente:
“7 Pero si continuamos viviendo en la luz como Dios vive en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, continúa purificándonos de todo pecado.” (1 Juan 1:7, PDT)
En cuarto lugar, debemos ser capaces de identificar y remover aquellas cosas que sirven como detonantes, cosas que activan y provocan esa impulsividad. Esta es una instrucción bíblica medular para la vida Cristiana.
“22 Por eso, deben ustedes renunciar a su antigua manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a causa de los deseos engañosos. 23 Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar, 24 y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura, basada en la verdad.” (Efe 4:22-24, DHH)
Por último, recordar que en cada ocasión que fallamos podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia para hallar el oportuno socorro.
“16 Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos.” (Heb 4:16, NTV)
[1] https://gabinetpsicologicmataro.com/la-impulsividad-definicion-caracteristicas-y-estrategias-para-manejarla/
[2] https://gabinetpsicologicmataro.com/el-trastorno-limite-de-la-personalidad-tlp/
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[4] Grundmann, W. (1964–). ἐγκράτεια (ἀκρασία), ἐγκρατής (ἀκρατής), ἐγκρατεύομαι (enkráteia (akrasía), enkratés (akratés), enkrateúomai). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 339–342). Eerdmans.
[5] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[6] El Heraldo, 2 de junio de 2019 • Volumen XIV • No. 694.
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 18)
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
Los procesos que desarrollamos para la toma de decisiones han sido el foco de estudios ancestrales. La humanidad ha estado mirando, estudiando y analizando estos procesos a través de toda nuestra historia. La Biblia está llena de narrativas en las que los personajes bíblicos nos sirven como ejemplos de buenos y de malos procesos de esto.
Nuestra reflexión anterior fue la segunda dedicada para tratar este tema desde la perspectiva del corazón como el asiento, como la habitación para estos procesos. La meta que describe el Apóstol Pablo sobre este tema es que Cristo habite en el corazón de los creyentes (Efe 3:17a), de modo que sus decisiones sean cónsonas con la voluntad de Dios. En otras palabras, que Cristo y la Palabra de vida ocupen la habitación del corazón en la que se desarrollan los procesos decisionales. Esta máxima bíblica dice entre otras cosas que cuando la Palabra de Dios está en nuestros corazones nuestros pies no resbalan mucho (Sal 37:31).
Un dato con el que cerramos nuestra reflexión anterior fue el de las crisis que experimentamos cuando esos procesos para la toma de decisiones están matizados por la impulsividad. Debemos enfatizar que una cosa son los impulsos y otra la impulsividad. Cuando hablamos de la impulsividad nos referimos a lo siguiente:
“La predisposición a actuar o reaccionar de forma rápida, espontánea o inesperada ante estímulos o situaciones externas o internas (del propio individuo) sin existir una reflexión previa acerca de las posibles consecuencias de los comportamientos adoptados. Algunos de sus principales componentes son: la búsqueda de recompensa o placer inmediato, la aparición del acto antes que la reflexión, la dificultad para inhibir conductas y anticipar sus posibles consecuencias, y una baja tolerancia al estrés. Todo ello confluye en un déficit de autocontrol, lo cual hace que algunas personas sean definidas como imprudentes, inconscientes, poco reflexivas, arriesgadas o incluso irresponsables.”[1]
En algunos casos estas reacciones pueden formar parte de una condición de salud mental un poco más complicada. Dentro de las condiciones de salud en las que podemos identificar la impulsividad encontramos el trastorno límite de la personalidad, los trastornos de la conducta alimentaria, las adicciones tóxicas o comportamentales, el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH), el trastorno bipolar o ciertos trastornos de personalidad como el límite o el antisocial, entre otros. [2] Esto no significa que podemos excusar la impulsividad enarbolando la bandera de que se trata de una enfermedad. Todo lo contrario: la conciencia de uno de estos trastornos nos obliga a buscar ayuda profesional para evitar las tragedias producidas por la impulsividad. Debemos enfatizar que la impulsividad ha provocado que se cometan errores garrafales, ha costado la ruptura de matrimonios y de hogares que parecían sólidos y unidos hasta la muerte. En otras palabras, que esta conducta es mucho más que un mal hábito.
Ahora bien, reconociendo la importancia de este tema, hemos decidido presentar algunas estrategias seculares y bíblicas que se pueden seguir para ejercitar control sobre este enemigo que se anida en el corazón de los seres humanos. Antes de hacerlo, comenzamos destacando que la Biblia dice que los seres humanos que no saben controlar sus impulsos son como una ciudad sin murallas y expuesta. O sea, expuesta a los peligros y al asedio de todos sus enemigos.
“Como ciudad sin muralla y expuesta al peligro, así es quien no sabe dominar sus impulsos.” (Prov 25:28, DHH)
No hace falta enfatizar que como seres humanos estamos constantemente en batalla en contra de nuestros deseos y de nuestra naturaleza pecaminosa. El Apóstol Pedro define esto como la batalla contra el alma (1 Ped 2:11). El Apóstol Pablo define esto como una batalla contra un viejo hombre viciado y engañoso del que hay que despojarse. Sí, despojarse de este para vestirse de la nueva naturaleza que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús (Efe 4:22-27). Mantener el dominio propio es una de las maneras más evidentes de que somos de Cristo. Esto es así porque esta es una de las maneras en las que decidimos imitar y parecernos a nuestro Salvador.
Esta es una de las razones por las que la Biblia hace tanto énfasis en el dominio propio. Este concepto aparece en la Biblia traducido así en varias ocasiones (Hch 24:25; 2 Tim 1:7; 2 Ped 1:6). En otras ocasiones es traducido como templanza. Los conceptos griegos que se traducen así en la Biblia son “egkrateia” (G1466, Gál 5:23) y “sōphronismós” (G4995). El primero, “egkrateia”, es definido como el ejercicio del control absoluto sobre los deseos y las acciones: auto control. [3] Filón lo definía como superioridad sobre todos los deseos. Esto incluye la alimentación, la sexualidad y el control de lo que hablamos. Desde el punto de vista secular la “egkrateia” apunta a descartar aquellos deseos materiales que no contribuyen a nuestra existencia. Sócrates decía que era una virtud cardinal. Aristóteles decía que era la virtud de lo deseable: el poder que uno tiene para controlarse a sí mismo.[4] El poder que uno tiene para decir que no a los deseos del cuerpo.
El segundo, “sōphronismós” significa sano juicio, actuar con sensatez, moderación, y/o autodisciplina (2 Tim 1:7)[5]. Este concepto también implica un proceso racional intelectualmente sólido, sin ilusión, con un propósito definido. Además, una de sus variantes era definida por Platón como algo que va más allá del conocimiento de algo. Algo que se desprende del conocimiento del conocimiento en sí mismo. Para Platón esto era clave porque él postulaba que el conocimiento no podía existir sin contenido. O sea, que “sōphronismós” parte del conocimiento del conocimiento mismo. Esto hace un sentido extraordinario cuando reconocemos que Cristo es la fuente de la sabiduría y del conocimiento de Dios. En otras palabras, que el “sōphronismós” que describe la Biblia parte del conocimiento de la fuente de conocimiento. Esa fuente de conocimiento es Cristo Jesús: Dios encarnado.
Resumiendo lo antes expuesto, tenemos que se usa “egkrateia” cuando Lucas nos habla acerca del dominio propio que Pablo enseñaba en la corte de Félix (Hch 24:25). Se usa “egkrateia” cuando Pablo nos habla acerca del dominio propio como fruto de Espíritu (Gál 5:23). Se usa “egkrateia” cuando Pedro nos habla acerca del dominio propio (2 Ped 1:5-9). Pedro lo utiliza añadiendo que aquellos que no tienen esta “herramienta del Espíritu” tienen la vista muy corta, son ciegos y se han olvidado de la salvación.
“5 vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; 6 al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; 7 a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 8 Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. 9 Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.” (2 Ped 1:5-9)
“O sea, que el peligro de no seguir esta estructura nos coloca en la periferia del propósito de Dios para la Iglesia así como para los creyentes.”[6] Por otro lado, encontramos el uso de “sōphronismós” cuando Pablo identifica una de las características que definen a aquellos en los que reposa el Espíritu de Dios.
“7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Tim 1:7)
Pedro utiliza una variante de este concepto para describir la sobriedad con la que tenemos que vivir en los últimos tiempos antes de que Cristo aparezca en las nubes (1 Ped 4:7). Una vez que conocemos estos datos se nos hace mucho más fácil entender las estrategias recomendadas por los especialistas Cristianos que tratan este tema, el de la impulsividad. La inmensa mayoría de estos concluye que existen unos pasos básicos que los creyentes en Cristo podemos poner en función para controlar la impulsividad. Estos pueden ser resumidos de la siguiente manera:
En primer lugar, procurar la renovación de nuestra manera de pensar a través de las enseñanzas y los consejos que nos regala la Palabra de Dios:
“2 No vivan según el modelo de este mundo. Mejor dejen que Dios transforme su vida con una nueva manera de pensar. Así podrán entender y aceptar lo que Dios quiere y también lo que es bueno, perfecto y agradable a él.” (Rom 12:2, PDT).
En segundo lugar, acompañar esto con oración intensa pidiendo la ayuda del Espíritu Santo. Hemos analizado esto último a la saciedad mientras estudiábamos la primera oración que el Apóstol Pablo nos regala en la Carta a los Efesios.
“15 Por eso, desde que supe que ustedes tienen fe en el Señor Jesús y que aman a todo el pueblo de Dios, 16 siempre los recuerdo en mis oraciones y ruego a Dios por ustedes. 17 Ruego que Dios, el Padre glorioso de nuestro Señor Jesucristo, les dé el Espíritu, fuente de sabiduría, quien les revelará la verdad de Dios para que la entiendan y lleguen a conocerlo mejor. 18 Pido que Dios les abra la mente para que vean y sepan lo que él tiene preparado para la gente que ha llamado. Entonces podrán participar de las ricas y abundantes bendiciones que él ha prometido a su pueblo santo. 19 Verán también lo grande que es el poder que Dios da a los que creen en él.” (Efe 1:15-19, PDT)
En tercer lugar, desarrollar la conducta de rendir cuentas a Dios y a alguien de confianza respecto a nuestros hábitos. El Apóstol Juan insiste en esto en sus Cartas. En una de ellas, él nos dice lo siguiente:
“7 Pero si continuamos viviendo en la luz como Dios vive en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, continúa purificándonos de todo pecado.” (1 Juan 1:7, PDT)
En cuarto lugar, debemos ser capaces de identificar y remover aquellas cosas que sirven como detonantes, cosas que activan y provocan esa impulsividad. Esta es una instrucción bíblica medular para la vida Cristiana.
“22 Por eso, deben ustedes renunciar a su antigua manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a causa de los deseos engañosos. 23 Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar, 24 y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura, basada en la verdad.” (Efe 4:22-24, DHH)
Por último, recordar que en cada ocasión que fallamos podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia para hallar el oportuno socorro.
“16 Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos.” (Heb 4:16, NTV)
[1] https://gabinetpsicologicmataro.com/la-impulsividad-definicion-caracteristicas-y-estrategias-para-manejarla/
[2] https://gabinetpsicologicmataro.com/el-trastorno-limite-de-la-personalidad-tlp/
[3] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[4] Grundmann, W. (1964–). ἐγκράτεια (ἀκρασία), ἐγκρατής (ἀκρατής), ἐγκρατεύομαι (enkráteia (akrasía), enkratés (akratés), enkrateúomai). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 339–342). Eerdmans.
[5] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[6] El Heraldo, 2 de junio de 2019 • Volumen XIV • No. 694.
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