December 12th, 2021
Entrando a un nuevo tiempo (Parte #9)
Reflexión por el Pastor/Rector: Mizraím Esquilín-García
826 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 12 de diciembre de 2021
“1 Despierta, despierta, vístete de poder, oh Sion; vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo. 2 Sacúdete del polvo; levántate y siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion. 3 Porque así dice Jehová: De balde fuisteis vendidos; por tanto, sin dinero seréis rescatados. 4 Porque así dijo Jehová el Señor: Mi pueblo descendió a Egipto en tiempo pasado, para morar allá, y el asirio lo cautivó sin razón. 5 Y ahora ¿qué hago aquí, dice Jehová, ya que mi pueblo es llevado injustamente? Y los que en él se enseñorean, lo hacen aullar, dice Jehová, y continuamente es blasfemado mi nombre todo el día. 6 Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente. 7 ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina! 8 ¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz, juntamente darán voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que Jehová vuelve a traer a Sion. 9 Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalén; porque Jehová ha consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido. 10 Jehová desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro. 11 Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová. 12 Porque no saldréis apresurados, ni iréis huyendo; porque Jehová irá delante de vosotros, y os congregará el Dios de Israel. ” (Isa 52:1-12)
Las reflexiones anteriores nos han provisto la oportunidad para examinar el significado de la siguiente frase en la palabra profética que nos comunica el profeta Isaías:
“suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion” (Isa 52:2c)
Ya sabemos que esta acción, que es la traducción del verbo hebreo “pâthach”, (H6605) describe la acción de abrir, la acción de desenvainar las espadas, de abrir las prisiones, de cantar para dirigir al pueblo, así como la acción de soltar las cadenas, las ataduras y el cilicio. [1] También sabemos que este concepto se usa para describir la acción de grabar, de inscribir en una superficie sólida y para describir la acción de que se abran las flores.[2]
El examen de este concepto y de algunos de sus usos en el Antiguo Testamento se convirtió en el centro de las reflexiones pasadas.
Ahora bien, hay unos datos muy interesantes en esta frase que usa el profeta Isaías que nos han llamado la atención. En primer lugar, que las cadenas mencionadas está colocadas en el cuello. El segundo dato es que la instrucción profética es específica: Jerusalén posee la capacidad para quitarse esas cadenas de su cuello.
Examinemos el primer dato. La acción de atar a los esclavos por el cuello ha estado en uso durante milenios. La siguiente definición nos permitirá entender el alcance de esta condición:
“La esclavitud, como institución jurídica, es una situación por la cual una persona [el esclavo] es propiedad de otra [el amo]. Esclavitud es la situación en la cual un individuo está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de sí mismo. Es situación y condición social en la que se encuentra una persona que carece de libertad y derechos por estar sometida de manera absoluta a la voluntad y el dominio de otra. En otras palabras, la esclavitud es una servidumbre, sometimiento, sujeción, opresión, cautiverio de una persona que carece de voluntad por estar sometida a otra persona o cosa.”[3]
Una publicación de la UNESCO nos permite examinar esta costumbre en los grupos de esclavos africanos, en su peregrinación para ser traídos a las Américas:
“Tras haber sido «atrapados por la fuerza y maniatados», según la expresión de la época, la primera operación de acercamiento hacia los mercados para cautivos empezaba por la formación de filas de hombres y de mujeres. Encadenados, unidos por el cuello por medio de unos collares de madera, iniciaban su larga marcha rodeados por agentes locales o mercaderes árabes, como muestran los documentos de la época.
Las caravanas compuestas de hombres y mujeres encadenados seguían las rutas del comercio tradicional del oro, del marfil, de la sal o de la cola, dependiendo del sitio donde habían sido capturados. Ibrahima B. Kaké distingue cuatro grandes ejes en las rutas de los esclavos hacia el mundo árabe: de oeste a este, del Magreb al Sudán, de Tripolitania al Sudán central, de Egipto (partiendo del alto Nilo y del Ouadai-Darfour) al Medio Oriente. Las regiones de trata atlántica eran: Senegambia, el golfo de Guinea, la Costa del Oro, los países del golfo de Benin y Angola; en ellos, los fuertes y puestos de esclavos esperaban a los contingentes de esclavos. A éstos, exhaustos por las largas marchas forzadas en las regiones tórridas que atravesaban, se les colocaba en unos hangares llamados baracoons. Y allí esperaban, encadenados, que se hicieran las transacciones, en las que cada uno de los socios, agentes o negreros trataba de sacar el mayor beneficio posible. Este reposo forzado permitía a los cautivos recobrar algunas fuerzas antes de volver a ponerse en camino para no parar más que de noche. El racionamiento de agua y de alimento, las cargas que llevaban, pertenecientes a los agentes, más los latigazos, hacían imposible toda tentativa de huida. La única salida posible era la muerte. En la precaria calma de esas áreas de espera que eran los fuertes y los puestos de esclavos de la costa, se preparaba otra aventura distinta, irremediable, para los esclavos: la separación de su universo conocido. A los grandes espacios recorridos en caravana iban a sucederles la promiscuidad y el hacinamiento en enormes embarcaciones que les llevarían aún más lejos. Así, algunos partirían de la costa este, apretados en las bodegas de un aloua rumbo a los países del Golfo, mientras que otros, una vez llegados a la costa oeste, entrarían en la sombra de los buques y partirían rumbo a las Américas. Otro destino, todavía más inhumano se perfilaba.”[4]
La Biblia dice que esta clase de ataduras eran símbolos de esclavitud y que estas hacían menguar las fuerzas de aquellos que lo sufrían.
“12 ¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; Porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor. 13 Desde lo alto envió fuego que consume mis huesos; Ha extendido red a mis pies, me volvió atrás, Me dejó desolada, y con dolor todo el día. 14 El yugo de mis rebeliones ha sido atado por su mano; Ataduras han sido echadas sobre mi cerviz; ha debilitado mis fuerzas; Me ha entregado el Señor en manos contra las cuales no podré levantarme.” (Lam 1:12-14)
Este tipo de atadura tenía varios propósitos. Uno de ellos era evitar que los esclavos se escaparan. Otro propósito era el de romper las fibras de la voluntad de estos. No se hacía fácil transitar de un sitio a otro con una cadena en el cuello sabiendo que te afectaría cualquier cosa que le sucediera a aquellos que estaban atados con uno. Si ellos tropezaban y caían, podían hasta causarte la muerte. Además, se minimizaban los niveles de energía disponibles; las fuerzas se debilitaban. Por último, la capacidad para creer y confiar se hacía pedazos. En otras palabras, se esfumaba la esperanza. Las tormentas mentales son el peor enemigo de cualquier esclavo.
Los resultados que se obtienen una vez la esclavitud física se traduce a una emocional son nefastos, serviles y nauseabundos. El modelo del elefante que es atado a un pequeño poste de madera en el suelo desde que nace es un buen ejemplo de esto. Un elefante pequeño termina haciéndose daño en cada ocasión que intenta romper con algo que para ese instante es más fuerte que este. Un elefante adulto puede hace pedazos ese poste de madera, pero su “adiestramiento” y acondicionamiento como elefante le impide siquiera intentarlo.
El profeta Isaías nos dice que la ciudad de Jerusalén y por ende la nación de Judá había sido esclavizada o que al menos era tratada como una esclava.
La esclavitud no es una cosa del pasado. La esclavitud en la posmodernidad “comprende abusos tales como la venta de niños, la prostitución infantil, la utilización de niños en la pornografía, la explotación del trabajo infantil, la mutilación sexual de las niñas, la utilización de niños en los conflictos armados, la servidumbre por deudas, la trata de personas y la venta de órganos humanos, la explotación de la prostitución y ciertas prácticas del régimen de apartheid.”[5] A esto hay que añadirle la esclavitud provocada por los vicios, las adicciones de todo tipo y la corrupción (2 Ped 2:19).
La esclavitud espiritual es mucho más seria. Esta ataca aún a aquellas personas que creen que son libres. No hace falta ofrecer muchas explicaciones para validar esta aseveración. Recordemos que el pecado es una esclavitud.
“16 No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? 17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; 18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. 19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. 20 Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia.” (Rom 6:16-20)
Hay personas que profesan ser libres, pero continuan siendo esclavos del temor:
“15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Rom 8:15)
Otros son esclavos de sus dogmas religiosos:
“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud. 2 Escúchenme. Yo, Pablo, les digo que si ustedes se someten al rito de la circuncisión, Cristo no les servirá de nada. 3 Quiero repetirle a cualquier hombre que se circuncida, que está obligado a cumplir toda la ley.” (Gál 5:1-3, DHH)
Jerusalén era esclava de Babilonia. Las historias de Daniel y sus tres amigos, Sadrac, Mesac y Abed-nego (Dan 1:1-7) nos dejan saber que ese imperio quería imponerle su cultura, su idioma, sus costumbre y sus religiones al pueblo de Dios. Una vez el ser humano es despojado de sus costumbres, se le niega el acceso a su cultura y a sus principios como pueblo, la cuesta es hacia abajo. Estas son las luchas más intensas.
Una gran parte del pueblo Judío sucumbió a esa esclavitud. La Biblia dice que comprometieron hasta el deseo y la capacidad de alabar a Dios.
“1 Junto a los ríos de Babilonia, Allí nos sentábamos, y aun llorábamos, Acordándonos de Sion. 2 Sobre los sauces en medio de ella Colgamos nuestras arpas. 3 Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, Y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion. 4 ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová En tierra de extraños?” (Sal 137:1-4, RV1960)
En cambio, un sector de la juventud Judía decidió no ceder a esa clase de esclavitud. Ellos sabían que podían ser esclavos en el escenario físico y material, pero no cederían a ser esclavos en sus corazones.
“8 Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse.” (Dan 1:8)
La profecía de Isaías no especifica qué clases o tipos de esclavitud pesaban en los cuellos de los pobladores de la ciudad santa. En realidad no importa mucho conocer estos detalles. Hay varios datos que son realmente importantes en esta parte de la profecía de Isaías. En primer lugar, Jerusalén carecía de libertad y de sus derechos por estar sometida al poder del imperio que la había subyugado. Ese imperio había impuesto su voluntad y su dominio de manera absoluta. Un ambiente de servidumbre, de sujeción, de sometimiento y opresión dominaba la ciudad y a todos sus habitantes.
El segundo dato es que Dios le dice a la ciudad y a sus habitantes que había llegado el tiempo de quitarse esas ataduras del cuello. Esto es, el tiempo de saberse esclavos, de verse como esclavos, de comportarse como esclavos, de vivir como esclavos y de poseer mentalidad de esclavos había terminado.
El tercer dato que encontramos interesante es que el profeta no dice que Dios les va a quitar esas ataduras del cuello al pueblo. La profecía dice que el pueblo posee la autoridad para quitarse esa atadura, para liberarse de ese yugo. O sea, que Dios le está diciendo a Su pueblo que Él le había concedido esa autoridad.
El pueblo de Dios recibe la noticia de que ha sido empoderado por el Todopoderoso para abrir esas cadenas. El profeta dice que el pueblo de Dios había recibido la autoridad del cielo para cumplir el propósito santo sin tener en su cuello nada que lo pudiera detener, o que lo esclavizara: nada que lo pudiera impedir.
El pueblo recibe una palabra profética que le dice que ha llegado el tiempo para dejar de ser esclavos y comenzar a abrir graneros para repartir lo que estos contienen. Si seguimos el modelo de José, (Gen 41:53-56), entonces esto representa la autoridad para hacer el “pâthach” que viene precedida y empoderada por las capacidades para organizar, ahorrar, administrar distribuir bienes necesarios con sabiduría y prudencia. O sea, hacer buen uso de la revelación que Dios había dado.
Si seguimos el modelo de Jocabed (Éxo 2:5-6), la madre de Moisés, entonces esto significa que
Dios le había concedido a Su pueblo la capacidad para hacer un “pâthach” que podía garantizar la salvación y la libertad de los hijos de esa nación. Si seguimos el modelo sacerdotal (Éxo 28:9-10), entonces esto significa que Dios había empoderado a Su pueblo para que todas las familias del pueblo de Dios supieran que formaban parte del plan sagrado. Si seguimos el modelo de Balaam (Núm 22:27-32), entonces tenemos que concluir que Dios le estaba diciendo a Su pueblo que se acercaba una temporada en la que la misericordia de Dios se exhibiría desatando milagros aún a través de personas que no formaban parte del pueblo de la promesa. Recordemos que “….el uso del concepto “pâthach” en este contexto revela la acción de la misericordia y del poder de Dios a favor de Su pueblo.”
Cuando seguimos el modelo del salmista (Sal 105:40-41) encontramos que Dios le estaba diciendo a Su pueblo que se acercaba una temporada de milagros, de señales y de prodigios.
Todos estos acercamientos son correctos. No obstante, el desarrollo de cada uno de estos dependía de una sola cosa: el pueblo tenía que decidir quitarse esa atadura del cuello. El pueblo de Dios tenía que decidir hacer “pâthach” con aquello que lo había esclavizado, paralizado o detenido. El pueblo de Dios no podía continuar peregrinando mientras llevaba sobre su cuello una atadura que no tenía razón de ser.
Es obvio que la única forma de poseer esa autoridad es porque los enemigos del pueblo ya no
poseen el poder para esclavizarlos. Los esclavizadores del pueblo de Dios habían sido derrotados. El látigo de la opresión ya no podía lastimarles. Había que cambiar la mentalidad de esclavos y comenzar a operar con la libertad que Dios les había concedido. Dios ya había actuado y ahora le tocaba al pueblo hacer lo que le correspondía.
Las aplicaciones e implicaciones de todo lo que hemos compartido hasta aquí serán analizadas en nuestra próxima reflexión. Basta reconocer que los creyentes en Cristo sabemos que nuestros antiguos amos, nuestros esclavizadores, han sido derrotados por Jesucristo. La Biblia dice que las potestades y los principados en los aires fueron derrotados (Col 2:13-15). La Biblia dice que el pecado fue derrotado (Rom 6:14-23; 1 Ped 4:1-2). La Biblia dice que la muerte fue derrotada (1 Cor 15:53-57).
Sabiendo esto, hay una pregunta que tenemos que formularnos: ¿por qué tenemos tantos Cristianos viviendo como esclavos? La próxima reflexión se ocupará de responder a esta pregunta.
[1] Gesenius, W., & Tregelles, S. P. (2003). Gesenius’ Hebrew and Chaldee lexicon to the Old Testament Scriptures (pp. 696–697). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] Chávez, M. (1992). Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., pp. 563–564). El Paso, Tx: Editorial Mundo Hispano.
[3] http://puertaseternas.blogspot.com/2013/05/esclavitud-espiritual.html
[4] De la cadena al vínculo: Una visión de la trata de esclavos. Director de la publicación: Doudou Diène (Ediciones Unesco) http://valijapedagogica.mercosursocialsolidario.org/archivos/hc/1-aportes-teoricos/2.marcos-teoricos/3.libros/2.De-la-Cadena-Al-Vinculo.Una-Vision-De-La-Trata-De-Esclavos-Doudou-Diene.pdf, (p.48)
[5] https://www.ohchr.org/documents/publications/factsheet14sp.pdf.
a.
Reflexión por el Pastor/Rector: Mizraím Esquilín-García
826 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 12 de diciembre de 2021
“1 Despierta, despierta, vístete de poder, oh Sion; vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo. 2 Sacúdete del polvo; levántate y siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion. 3 Porque así dice Jehová: De balde fuisteis vendidos; por tanto, sin dinero seréis rescatados. 4 Porque así dijo Jehová el Señor: Mi pueblo descendió a Egipto en tiempo pasado, para morar allá, y el asirio lo cautivó sin razón. 5 Y ahora ¿qué hago aquí, dice Jehová, ya que mi pueblo es llevado injustamente? Y los que en él se enseñorean, lo hacen aullar, dice Jehová, y continuamente es blasfemado mi nombre todo el día. 6 Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente. 7 ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina! 8 ¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz, juntamente darán voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que Jehová vuelve a traer a Sion. 9 Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalén; porque Jehová ha consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido. 10 Jehová desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro. 11 Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová. 12 Porque no saldréis apresurados, ni iréis huyendo; porque Jehová irá delante de vosotros, y os congregará el Dios de Israel. ” (Isa 52:1-12)
Las reflexiones anteriores nos han provisto la oportunidad para examinar el significado de la siguiente frase en la palabra profética que nos comunica el profeta Isaías:
“suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion” (Isa 52:2c)
Ya sabemos que esta acción, que es la traducción del verbo hebreo “pâthach”, (H6605) describe la acción de abrir, la acción de desenvainar las espadas, de abrir las prisiones, de cantar para dirigir al pueblo, así como la acción de soltar las cadenas, las ataduras y el cilicio. [1] También sabemos que este concepto se usa para describir la acción de grabar, de inscribir en una superficie sólida y para describir la acción de que se abran las flores.[2]
El examen de este concepto y de algunos de sus usos en el Antiguo Testamento se convirtió en el centro de las reflexiones pasadas.
Ahora bien, hay unos datos muy interesantes en esta frase que usa el profeta Isaías que nos han llamado la atención. En primer lugar, que las cadenas mencionadas está colocadas en el cuello. El segundo dato es que la instrucción profética es específica: Jerusalén posee la capacidad para quitarse esas cadenas de su cuello.
Examinemos el primer dato. La acción de atar a los esclavos por el cuello ha estado en uso durante milenios. La siguiente definición nos permitirá entender el alcance de esta condición:
“La esclavitud, como institución jurídica, es una situación por la cual una persona [el esclavo] es propiedad de otra [el amo]. Esclavitud es la situación en la cual un individuo está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de sí mismo. Es situación y condición social en la que se encuentra una persona que carece de libertad y derechos por estar sometida de manera absoluta a la voluntad y el dominio de otra. En otras palabras, la esclavitud es una servidumbre, sometimiento, sujeción, opresión, cautiverio de una persona que carece de voluntad por estar sometida a otra persona o cosa.”[3]
Una publicación de la UNESCO nos permite examinar esta costumbre en los grupos de esclavos africanos, en su peregrinación para ser traídos a las Américas:
“Tras haber sido «atrapados por la fuerza y maniatados», según la expresión de la época, la primera operación de acercamiento hacia los mercados para cautivos empezaba por la formación de filas de hombres y de mujeres. Encadenados, unidos por el cuello por medio de unos collares de madera, iniciaban su larga marcha rodeados por agentes locales o mercaderes árabes, como muestran los documentos de la época.
Las caravanas compuestas de hombres y mujeres encadenados seguían las rutas del comercio tradicional del oro, del marfil, de la sal o de la cola, dependiendo del sitio donde habían sido capturados. Ibrahima B. Kaké distingue cuatro grandes ejes en las rutas de los esclavos hacia el mundo árabe: de oeste a este, del Magreb al Sudán, de Tripolitania al Sudán central, de Egipto (partiendo del alto Nilo y del Ouadai-Darfour) al Medio Oriente. Las regiones de trata atlántica eran: Senegambia, el golfo de Guinea, la Costa del Oro, los países del golfo de Benin y Angola; en ellos, los fuertes y puestos de esclavos esperaban a los contingentes de esclavos. A éstos, exhaustos por las largas marchas forzadas en las regiones tórridas que atravesaban, se les colocaba en unos hangares llamados baracoons. Y allí esperaban, encadenados, que se hicieran las transacciones, en las que cada uno de los socios, agentes o negreros trataba de sacar el mayor beneficio posible. Este reposo forzado permitía a los cautivos recobrar algunas fuerzas antes de volver a ponerse en camino para no parar más que de noche. El racionamiento de agua y de alimento, las cargas que llevaban, pertenecientes a los agentes, más los latigazos, hacían imposible toda tentativa de huida. La única salida posible era la muerte. En la precaria calma de esas áreas de espera que eran los fuertes y los puestos de esclavos de la costa, se preparaba otra aventura distinta, irremediable, para los esclavos: la separación de su universo conocido. A los grandes espacios recorridos en caravana iban a sucederles la promiscuidad y el hacinamiento en enormes embarcaciones que les llevarían aún más lejos. Así, algunos partirían de la costa este, apretados en las bodegas de un aloua rumbo a los países del Golfo, mientras que otros, una vez llegados a la costa oeste, entrarían en la sombra de los buques y partirían rumbo a las Américas. Otro destino, todavía más inhumano se perfilaba.”[4]
La Biblia dice que esta clase de ataduras eran símbolos de esclavitud y que estas hacían menguar las fuerzas de aquellos que lo sufrían.
“12 ¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; Porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor. 13 Desde lo alto envió fuego que consume mis huesos; Ha extendido red a mis pies, me volvió atrás, Me dejó desolada, y con dolor todo el día. 14 El yugo de mis rebeliones ha sido atado por su mano; Ataduras han sido echadas sobre mi cerviz; ha debilitado mis fuerzas; Me ha entregado el Señor en manos contra las cuales no podré levantarme.” (Lam 1:12-14)
Este tipo de atadura tenía varios propósitos. Uno de ellos era evitar que los esclavos se escaparan. Otro propósito era el de romper las fibras de la voluntad de estos. No se hacía fácil transitar de un sitio a otro con una cadena en el cuello sabiendo que te afectaría cualquier cosa que le sucediera a aquellos que estaban atados con uno. Si ellos tropezaban y caían, podían hasta causarte la muerte. Además, se minimizaban los niveles de energía disponibles; las fuerzas se debilitaban. Por último, la capacidad para creer y confiar se hacía pedazos. En otras palabras, se esfumaba la esperanza. Las tormentas mentales son el peor enemigo de cualquier esclavo.
Los resultados que se obtienen una vez la esclavitud física se traduce a una emocional son nefastos, serviles y nauseabundos. El modelo del elefante que es atado a un pequeño poste de madera en el suelo desde que nace es un buen ejemplo de esto. Un elefante pequeño termina haciéndose daño en cada ocasión que intenta romper con algo que para ese instante es más fuerte que este. Un elefante adulto puede hace pedazos ese poste de madera, pero su “adiestramiento” y acondicionamiento como elefante le impide siquiera intentarlo.
El profeta Isaías nos dice que la ciudad de Jerusalén y por ende la nación de Judá había sido esclavizada o que al menos era tratada como una esclava.
La esclavitud no es una cosa del pasado. La esclavitud en la posmodernidad “comprende abusos tales como la venta de niños, la prostitución infantil, la utilización de niños en la pornografía, la explotación del trabajo infantil, la mutilación sexual de las niñas, la utilización de niños en los conflictos armados, la servidumbre por deudas, la trata de personas y la venta de órganos humanos, la explotación de la prostitución y ciertas prácticas del régimen de apartheid.”[5] A esto hay que añadirle la esclavitud provocada por los vicios, las adicciones de todo tipo y la corrupción (2 Ped 2:19).
La esclavitud espiritual es mucho más seria. Esta ataca aún a aquellas personas que creen que son libres. No hace falta ofrecer muchas explicaciones para validar esta aseveración. Recordemos que el pecado es una esclavitud.
“16 No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? 17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; 18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. 19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. 20 Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia.” (Rom 6:16-20)
Hay personas que profesan ser libres, pero continuan siendo esclavos del temor:
“15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Rom 8:15)
Otros son esclavos de sus dogmas religiosos:
“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud. 2 Escúchenme. Yo, Pablo, les digo que si ustedes se someten al rito de la circuncisión, Cristo no les servirá de nada. 3 Quiero repetirle a cualquier hombre que se circuncida, que está obligado a cumplir toda la ley.” (Gál 5:1-3, DHH)
Jerusalén era esclava de Babilonia. Las historias de Daniel y sus tres amigos, Sadrac, Mesac y Abed-nego (Dan 1:1-7) nos dejan saber que ese imperio quería imponerle su cultura, su idioma, sus costumbre y sus religiones al pueblo de Dios. Una vez el ser humano es despojado de sus costumbres, se le niega el acceso a su cultura y a sus principios como pueblo, la cuesta es hacia abajo. Estas son las luchas más intensas.
Una gran parte del pueblo Judío sucumbió a esa esclavitud. La Biblia dice que comprometieron hasta el deseo y la capacidad de alabar a Dios.
“1 Junto a los ríos de Babilonia, Allí nos sentábamos, y aun llorábamos, Acordándonos de Sion. 2 Sobre los sauces en medio de ella Colgamos nuestras arpas. 3 Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, Y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion. 4 ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová En tierra de extraños?” (Sal 137:1-4, RV1960)
En cambio, un sector de la juventud Judía decidió no ceder a esa clase de esclavitud. Ellos sabían que podían ser esclavos en el escenario físico y material, pero no cederían a ser esclavos en sus corazones.
“8 Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse.” (Dan 1:8)
La profecía de Isaías no especifica qué clases o tipos de esclavitud pesaban en los cuellos de los pobladores de la ciudad santa. En realidad no importa mucho conocer estos detalles. Hay varios datos que son realmente importantes en esta parte de la profecía de Isaías. En primer lugar, Jerusalén carecía de libertad y de sus derechos por estar sometida al poder del imperio que la había subyugado. Ese imperio había impuesto su voluntad y su dominio de manera absoluta. Un ambiente de servidumbre, de sujeción, de sometimiento y opresión dominaba la ciudad y a todos sus habitantes.
El segundo dato es que Dios le dice a la ciudad y a sus habitantes que había llegado el tiempo de quitarse esas ataduras del cuello. Esto es, el tiempo de saberse esclavos, de verse como esclavos, de comportarse como esclavos, de vivir como esclavos y de poseer mentalidad de esclavos había terminado.
El tercer dato que encontramos interesante es que el profeta no dice que Dios les va a quitar esas ataduras del cuello al pueblo. La profecía dice que el pueblo posee la autoridad para quitarse esa atadura, para liberarse de ese yugo. O sea, que Dios le está diciendo a Su pueblo que Él le había concedido esa autoridad.
El pueblo de Dios recibe la noticia de que ha sido empoderado por el Todopoderoso para abrir esas cadenas. El profeta dice que el pueblo de Dios había recibido la autoridad del cielo para cumplir el propósito santo sin tener en su cuello nada que lo pudiera detener, o que lo esclavizara: nada que lo pudiera impedir.
El pueblo recibe una palabra profética que le dice que ha llegado el tiempo para dejar de ser esclavos y comenzar a abrir graneros para repartir lo que estos contienen. Si seguimos el modelo de José, (Gen 41:53-56), entonces esto representa la autoridad para hacer el “pâthach” que viene precedida y empoderada por las capacidades para organizar, ahorrar, administrar distribuir bienes necesarios con sabiduría y prudencia. O sea, hacer buen uso de la revelación que Dios había dado.
Si seguimos el modelo de Jocabed (Éxo 2:5-6), la madre de Moisés, entonces esto significa que
Dios le había concedido a Su pueblo la capacidad para hacer un “pâthach” que podía garantizar la salvación y la libertad de los hijos de esa nación. Si seguimos el modelo sacerdotal (Éxo 28:9-10), entonces esto significa que Dios había empoderado a Su pueblo para que todas las familias del pueblo de Dios supieran que formaban parte del plan sagrado. Si seguimos el modelo de Balaam (Núm 22:27-32), entonces tenemos que concluir que Dios le estaba diciendo a Su pueblo que se acercaba una temporada en la que la misericordia de Dios se exhibiría desatando milagros aún a través de personas que no formaban parte del pueblo de la promesa. Recordemos que “….el uso del concepto “pâthach” en este contexto revela la acción de la misericordia y del poder de Dios a favor de Su pueblo.”
Cuando seguimos el modelo del salmista (Sal 105:40-41) encontramos que Dios le estaba diciendo a Su pueblo que se acercaba una temporada de milagros, de señales y de prodigios.
Todos estos acercamientos son correctos. No obstante, el desarrollo de cada uno de estos dependía de una sola cosa: el pueblo tenía que decidir quitarse esa atadura del cuello. El pueblo de Dios tenía que decidir hacer “pâthach” con aquello que lo había esclavizado, paralizado o detenido. El pueblo de Dios no podía continuar peregrinando mientras llevaba sobre su cuello una atadura que no tenía razón de ser.
Es obvio que la única forma de poseer esa autoridad es porque los enemigos del pueblo ya no
poseen el poder para esclavizarlos. Los esclavizadores del pueblo de Dios habían sido derrotados. El látigo de la opresión ya no podía lastimarles. Había que cambiar la mentalidad de esclavos y comenzar a operar con la libertad que Dios les había concedido. Dios ya había actuado y ahora le tocaba al pueblo hacer lo que le correspondía.
Las aplicaciones e implicaciones de todo lo que hemos compartido hasta aquí serán analizadas en nuestra próxima reflexión. Basta reconocer que los creyentes en Cristo sabemos que nuestros antiguos amos, nuestros esclavizadores, han sido derrotados por Jesucristo. La Biblia dice que las potestades y los principados en los aires fueron derrotados (Col 2:13-15). La Biblia dice que el pecado fue derrotado (Rom 6:14-23; 1 Ped 4:1-2). La Biblia dice que la muerte fue derrotada (1 Cor 15:53-57).
Sabiendo esto, hay una pregunta que tenemos que formularnos: ¿por qué tenemos tantos Cristianos viviendo como esclavos? La próxima reflexión se ocupará de responder a esta pregunta.
[1] Gesenius, W., & Tregelles, S. P. (2003). Gesenius’ Hebrew and Chaldee lexicon to the Old Testament Scriptures (pp. 696–697). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] Chávez, M. (1992). Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., pp. 563–564). El Paso, Tx: Editorial Mundo Hispano.
[3] http://puertaseternas.blogspot.com/2013/05/esclavitud-espiritual.html
[4] De la cadena al vínculo: Una visión de la trata de esclavos. Director de la publicación: Doudou Diène (Ediciones Unesco) http://valijapedagogica.mercosursocialsolidario.org/archivos/hc/1-aportes-teoricos/2.marcos-teoricos/3.libros/2.De-la-Cadena-Al-Vinculo.Una-Vision-De-La-Trata-De-Esclavos-Doudou-Diene.pdf, (p.48)
[5] https://www.ohchr.org/documents/publications/factsheet14sp.pdf.
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