752 • Entre el Mar Rojo y la Tierra Prometida: “ El llamamiento de un pueblo ” – Parte VI • El Heraldo Digital del 12 de julio del 2020 • Volumen XV

Entre el Mar Rojo y la Tierra Prometida: “El llamamiento de un pueblo” [Parte VI]

Reflexión por la Pastor/Rector: Mizraim Esquilín-García
19 Los israelitas llegaron al desierto del Sinaí al tercer mes de haber salido de Egipto. 2 Viajaron desde Refidín hasta el desierto de Sinaí y acamparon en el desierto, frente al monte.… 14 Entonces Moisés bajó del monte y fue a donde estaba el pueblo, los santificó y ellos lavaron sus ropas. 15 Luego les dijo: Estén listos para pasado mañana y no tengan relaciones sexuales durante estos tres días. 16 En la mañana del tercer día, una nube muy densa se colocó sobre el monte. Cayeron truenos y relámpagos y se escuchó el fuerte sonido de una trompeta. Todos los que estaban en el campamento temblaron. 17 Moisés llevó al pueblo fuera del campamento para encontrarse con Dios y ellos se detuvieron al pie del monte. 18 El monte Sinaí estaba totalmente cubierto de humo porque el SEÑOR había bajado sobre él entre el fuego. El humo subía como de un horno y todo el monte temblaba. 19 El sonido de trompeta se hacía cada vez más fuerte mientras que Moisés hablaba con Dios y él respondía con truenos. 20 El SEÑOR bajó hasta la cima del monte Sinaí y llamó a Moisés el SEÑOR para que subiera. Entonces Moisés subió.”   (Éxo 19:1-2, 14-20, Palabra de Dios para Todos)

El llamamiento que Dios le hizo al pueblo de Israel es sin duda alguna uno de los eventos más poderosos e intensos que podemos encontrar en la Palabra de Dios. Los escenarios, la metodología y los procesos utilizados por el Señor para este llamamiento son simplemente especiales. El texto bíblico del epígrafe de esta reflexión revela esa intensidad.

Cuando Pablo habla acerca del llamamiento de Israel él dice que este es uno santo e irrevocable:

29 Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Rom 11:29)

El concepto “llamamiento” (“klēsis,” G2821) implica vocación (1 Cor 1:26) y llamado; una descripción de la tarea que hay que desarrollar (Efe 1:18; 4:1, 4). Ese concepto gira alrededor del propósito de Dios, la meta que Él ha establecido para la persona o para el pueblo que Él llama (Fil 3:14). Este concepto, además requiere un estilo de vida digno. Que aquellos que han sido llamados puedan vivir como Dios quiere y que puedan hacer todo el bien que el llamado les ha conminado a hacer (2 Tes 1:11, Palabra de Dios para Todos).

El llamado del Pueblo de Israel parece una imagen de espejo del llamado que recibió Moisés.
Este hombre llamado Moisés había anidado en su corazón el deseo de que el pueblo de Israel fuera libertado. La Biblia dice que el primer intento de este hombre para lograr esta meta fue un fracaso porque sus hermanos Israelitas no comprendieron su proceder (Hch 7:25)

Este fracaso inicial estaba atado a unas realidades indiscutibles. A Moisés le faltaba echar raíces en la misión de Dios con la agenda de Dios y no con agenda suya. Este hombre poseía educación, porque había sido educado en la casa de Faraón. O sea, que había recibido la oportunidad para desarrollar destrezas para liderar.

En ocasiones Dios tienen que usar la educación de Egipto. Durante muchos años las Iglesias de corte carismático vieron la educación como aflicción de la carne. ¡Cuántos buenos recursos se echaron a perder o no se desarrollaron adecuadamente por esta visión tan miope! Tan solo pensemos que si Moisés hubiese vivido como esclavo, no hubiese sido capaz de enfrentar a Faraón.

Moisés alcanzó en Egipto algo más que una buena educación. Él alcanzó tener una buena exposición como príncipe de Egipto. Dios le enseñó así a caminar con personas diferentes dentro de un ambiente retador, un tanto seguro y hasta predecible.

Estas dos (2) cosas estaban acompañadas de la experiencia. Luego de Egipto, el desierto se encargó que Moisés pudiera desarrollar un corazón de siervo después de haber alcanzado una buena preparación académica. Hay que señalar que la educación sin experiencia es una combinación que puede matar. Dios le enseñó a ser empleado de otra persona, a cuidar y a atender las propiedades de otro: su suegro Jetro.

Moisés también poseía un gran dominio propio y mucha mansedumbre. Una evidencia de esto la obtenemos al observar sus reacciones ante la crisis provocada por sus hermanos Aarón y María cuando estos decidieron hablar mal de él porque se había casado con una mujer negra (cusita; Nm 12:1-16).

Estas son solo algunas de las características que describen a este caudillo de Israel.

Sin embargo, todas estas características son complementarias. Todas ellas eran muy valiosas, pero ninguna de ellas podía sustituir el requisito esencial para poder servir como instrumento en las manos de Dios para realizar la tarea designada por el Todopoderoso. Esta aseveración sigue siendo cierta para cualquier tarea que Dios haya diseñado y que haya decido colocar en las manos de algún ser humano.

Este requisito fundamental es el llamamiento de Dios. Moisés pudo ser un instrumento efectivo para sacar a Israel de Egipto porque fue llamado por Dios para esta tarea. Ese llamado aparece descrito en los capítulos tres (3) y cuatro (4) del libro del Éxodo.

Un dato extraordinario de este llamamiento es que este se inicia con un hombre al que Dios saca de Egipto y lo lleva al desierto. Es allí que Moisés puede observar una zarza (un arbusto) que se incendia y que nunca deja de arder en fuego; que no se consume (Éxo 3:1-3). Varios de los llamamientos  de los personajes bíblicos incluyen la presencia del fuego. Por ejemplo, el del profeta Jeremías; el fuego Dios se lo puso por dentro (Jer 20:7-9).

En el caso de Moisés, Dios utilizó un recurso ordinario, un arbusto, que Él convirtió en extraordinario, porque no cesaba, no se extinguía, era constante, se mantenía presente. Este recurso tenía como propósito llamar la atención de Moisés para que este decidiera cambiar de dirección y pudiera “chocar” con la Presencia de Dios. Otro dato es que esta zarza ardía sin consumirse en el Monte Horeb que es sinónimo del Monte Sinaí[1].

Sabiendo esto, entonces tenemos que aprender a detenernos para examinar aquellas cosas ordinarias que no cesan, que no se extinguen, que son constantes, que se mantienen presentes. Ese cáncer que no cesa, esa crisis familiar que no se extingue, ese problema económico que es constante, y ese virus que se mantiene entre nosotros.

Thomas Dexter (TD) Jakes ha propuesto que el COVID-19 es una zarza ardiendo que Dios está utilizando para llamar a la Iglesia y a su líderes. Hay algo que hacer, hay un mensaje que hay que comunicar, hay un proceso de liberación nacional que hay que poner en marcha, hay una transformación institucional y nacional que hay que experimentar. La zarza va a continuar ardiendo hasta que prestemos atención, y decidamos ir a “chocar” con Dios.[2]

Dios decidió sacar la Iglesia de sus rutinas religiosas y aislarla para hablar con ella. Él ha demostrado que no necesita de nuestras reuniones habituales, de nuestros congresos, de nuestras cruzadas ni de nuestros recursos para alcanzar al mundo. De hecho, dice Jakes, Dios nos ha demostrado que muchas de las cosas en las que invertimos como Iglesia no eran necesarias.

¡Hay que decidir cambiar de dirección e ir a escuchar a Dios! ¡La zarza va a seguir ardiendo!

El pueblo de Israel es sacado de Egipto y es llevado al mismo desierto al que fue Moisés. No tan solo eso, sino que ese pueblo llegó y decidió acampar al frente de la misma montaña a la que llegó Moisés para ver la zarza que no se consumía. Moisés vio esta zarza en fuego. El pueblo de Israel vio el Monte ardiendo.

Esa montaña se estremecía y estaba llena de truenos y de relámpagos. Veamos la descripción que nos ofrece de ese lugar la Nueva Versión Internacional:

16 En la madrugada del tercer día hubo truenos y relámpagos, y una densa nube se posó sobre el monte. Un toque muy fuerte de trompeta puso a temblar a todos los que estaban en el campamento. 17 Entonces Moisés sacó del campamento al pueblo para que fuera a su encuentro con Dios, y ellos se detuvieron al pie del monte Sinaí. 18 El monte estaba cubierto de humo, porque el Señor había descendido sobre él en medio de fuego. Era tanto el humo que salía del monte, que parecía un horno; todo el monte se sacudía violentamente, 19 y el sonido de la trompeta era cada vez más fuerte. Entonces habló Moisés, y Dios le respondió en el trueno.”

No sabemos cuánto tiempo estuvo Moisés hablando con el Señor cuando recibió el llamamiento del Eterno en esa montaña. En cambio, sí sabemos que Israel estuvo 11 meses frente a esa montaña. El capítulo 19 del libro del Éxodo dice que el pueblo de Israel llegó allí a los tres (3) meses de haber salido de Egipto. El libro de Números dice lo siguiente acerca de la partida del pueblo:

11 En el año segundo, en el mes segundo, a los veinte días del mes, la nube se alzó del tabernáculo del testimonio. 12 Y partieron los hijos de Israel del desierto de Sinaí según el orden de marcha; y se detuvo la nube en el desierto de Parán.”  (Nm 10:11-12)

Esos 11 meses denotan que esta es una experiencia que no cesa, que no se extingue, que es constante, y que se mantiene presente. La montaña seguiría ardiendo hasta que Dios recibiera una respuesta de parte del pueblo.

El primer llamamiento en esa montaña Dios se lo extendió a un hombre y lo hizo utilizando el fuego. El segundo llamamiento que Dios hizo en esa montaña se lo extendió a todo un pueblo y lo hizo utilizando el fuego.

La Biblia dice que Dios le ordenó a Moisés que se quitara su calzado cuando él llegó al lugar en el que la zarza estaba ardiendo, (Éxo 3:4-5). Moisés estaba recibiendo una orden y una enseñanza con esto. Quitarse el calzado es un acto de humillación. Cualquier lugar en el que Dios se encuentra se convierte en un lugar santo y hay que humillarse ante Él.

La Biblia dice que cuando el pueblo de Israel se acercó a esta montaña Dios requirió que el pueblo se lavara y se cambiara de ropas 3 días antes de que descendiera la Presencia de Dios. También les requirió que no se acercaran a la montaña porque morirían si lo hacían. La santidad de Dios se apoderaría de esa montaña. La santidad de Dios se apodera de todos los lugares que Él escoge para descender y extendernos un llamamiento.

No podemos pretender llegar ante esa presencia santa con nuestras agendas y nuestras interpretaciones de lo que Él es y de lo que nosotros podemos.

Dios le habla a Moisés y le dice que Él es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Dios le habló al pueblo de Israel y le dijo que Él era el que les había sacado de Egipto. Las nuevas generaciones han pretendido ser capaces de ponerle nombre a Dios. Le han llamado Madre Naturaleza, le han llamado energía, le han llamado Dios Madre, etc. Todo esto porque es claro que no le reconocen como el Dios de la Santa Palabra. El Dios que extiende el llamamiento no necesita que le recuerden su nombre. Él es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Él es el que sacó  Israel de Egipto. Él es el Shaddai, que significa “Dios Todopoderoso, el Elyon, que significa “Dios altísimo,” el Roi, que significa “El Dios que ve.” Él es el Anciano de Día. Él es el Alfa y la Omega, el Rey de reyes y el Señor de señores. Él es Cristo, el Verbo encarnado, el León de la tribu de Judá. El Dios que llama tiene nombre.

Dios le permitió que Moisés se acercara. En cambio, no se lo permitió a Israel.

Dios se le reveló a Moisés haciéndole saber que Él había visto la aflicción de Su pueblo y que había escuchado el clamor causado por sus exactores (Éxo 3:7). Agar dijo que Dios es el Viviente me ve y que Dios la había escuchado (Gén 16:9-14) y que había escuchado la voz de su hijo Ismael (Gén 21:17). Dios le dijo a Jacob que había visto todo lo que Labán le había hecho (Gén 1-12-13). Dios le dijo a Caín que Él había escuchado la voz de la sangre de su hermano Abel calmando desde adentro de la tierra (Gén 4:10).

El Dios que llama es un Dios que ve y que escucha. El Dios que llama extiende sus llamamientos porque ha visto la aflicción y ha escuchado el clamor de alguien que está necesitado. Este es un pilar de los llamamientos de Dios.

El trabajo de Moisés comenzó tan pronto acabó la revelación y la zarza se apagó: Su tarea consistía en poder ser el ser humano que Dios quería que él fuera y que hiciera lo que Dios le instruyera. El trabajo de Israel comenzaría a los 11 meses de haber llegado a esa montaña. Tan pronto la montaña dejó de arder y de temblar, Israel tuvo que peregrinar aprendiendo a ser el pueblo que Dios quería que ellos fueran y a hacer todo lo que Dios les había instruido que hicieran.

La Iglesia del Señor fue llevada al Monte de Sion a ser impactada por otra revelación de fuego: el de Pentecostés. El Aposento Alto queda exactamente en ese monte. El Señor le había extendido el llamamiento a la Iglesia antes de ascender a los cielos: “8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8). Ese llamamiento requería esa experiencia con el fuego del Espíritu Santo.

Ese es el llamamiento general que Dios le ha extendido a Su Iglesia. Ser testigos empoderados por su Santo Espíritu.

Cada época de la historia provoca que la Iglesia tenga que enfrentar nuevos retos y nuevos desafíos. En cada ocasión que esto ha ocurrido Dios ha decidido llamar la atención de su pueblo. Los escenarios, la metodología y los procesos utilizados por el Señor para estos llamamientos específicos también son muy especiales. Casi todos giran alrededor de alguna crisis. Tan solo hace falta que la Iglesia preste atención y decida ir a “chocar” con Dios para escuchar Su voz. Esta acción cancelará las crisis y comisionará a la Iglesia para ser el pueblo que Dios quiere que seamos y para que hagamos todo lo que Dios nos instruya que hagamos.
Referencias

[1] Alter, Robert. The Hebrew Bible: A Translation with Commentary (p. 331). W. W. Norton & Company. Kindle Edition.
[2] https://www.youtube.com/watch?v=1PZVLKwswck.
Colaboradores:

Reflexión pastoral: Rev.  Mizraim Esquilín-García, PhD.  /  Pastor de Comunicaciones: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr. / Webmaster: Hno. Abner García  /  Social-Media : Hna. Frances González   / Montaje reflexión-web/curadora Heraldo Digital-WordPress: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Diseñadora El Heraldo Institucional Edición Impresa Interactiva en InDesign CC: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Fotografías gratuitas: Recuperadas de Unsplash.com por: Nong Vang / David Boca / Diego PH / Benwhite/Priscilla Du Preez /Mathew-Schwartz /Monika Grabkowska. Imagen editada en Photoshop CC: Hna. Eunice Esquilín López – voluntaria 12 de julio del 2020.

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