758 • Entre el Mar Rojo y la Tierra Prometida: “Características del pueblo que pacta con Dios” [Parte XI] • El Heraldo Institucional del 23 de agosto del 2020 • Volumen XV

Entre el Mar Rojo y la Tierra Prometida: “Características del pueblo que pacta con Dios”

Reflexión del Pastor/Rector: Mizraim Esquilín García
7 Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. 8 Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo.” (Éxo 19:7-8)

La introducción a la batería de reflexiones acerca de la peregrinación del pueblo de Israel en el desierto, nos sirvió para formular un bosquejo de cuatro (4) áreas de estudio y reflexión. Esto es, los propósitos bíblico-teológicos que procuraríamos cubrir en las mismas.

  1. Analizar que significa ser el pueblo del Pacto: pueblo de Dios. (1 Ped 2:9-10)
  2. Analizar el significado de la libertad.
  3. Analizar los efectos y las implicaciones de la madurez
  4. Analizar las características del liderazgo necesario para el desarrollo de estas tareas
     
 Las reflexiones anteriores han procurado cubrir el primero de estos propósito. En ellas hemos visto que el Pacto que Dios establece con el pueblo de Israel en Monte Sinaí describe una relación formal, legal y vinculante entre Dios y Su pueblo. Vimos además que para que este Pacto pudiera ser inteligible,  o comprensible, tenía que ser expresado en términos contextuales y contemporáneos. O sea, en un lenguaje de la época para que el pueblo de Israel lo pudiera entender.

En esas reflexiones establecimos que el Pacto en Sinaí es mucho más que un contrato con obligaciones civiles, morales y sociales. Este pacto estableció una relación única entre Dios y Su pueblo. De ese pacto emanan los 10 mandamientos, aseveraciones que sirven como un marco a todo el pacto. Se trata de la exhibición de la primera ocasión en que un pacto define responsabilidades verticales (con Dios) así como horizontales (con el prójimo).

En la reflexión del 7 de junio del corriente [1] destacamos que la liberación del pueblo de Israel de la opresión de Egipto no dependía de la conducta de ese pueblo. Esa liberación era un regalo incondicional de parte de Dios. En cambio, los resultados del Pacto dependían de la voluntad del pueblo de Israel para obedecer  y someterse al gobierno de Dios. O sea, ese Pacto establecía una relación condicional para que este pueblo pudiera disfrutar de su libertad.

4 Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. 5 Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. 6 Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” (Éxo 19:4-6)

Ese énfasis en “si diereis oído a mi voz” y “guardareis” define las condiciones de este Pacto. Osea, el pueblo de Israel tenía por primera vez ante sí la capacidad para escoger.
Ese proceso decisional que el pueblo de Israel tenía ante sí estaba matizado por algunas preguntas  y algunas respuestas que ya nos hemos formulado. Estas preguntas y sus respuestas están recogidas en el capítulo 19 del libro del Éxodo:

  • ¿Qué ha hecho Dios? (v. 4)         –   ¿Qué nos pide Dios? (v. 5a)
  • ¿Qué nos ofrece Dios? (v. 5b)     –   ¿Qué se nos pide que hagamos y que seamos (v. 6)

En la reflexión del seis (6) de agosto[2] analizamos las características  de la revelación de Dios como parte de ese Pacto.  Dios se revela allí como el Dios que es y que se revela en la historia. ¡Él es! Él es el Dios que sacó a Abraham de Ur de los Caldeos. Caldeos. Él es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Él es el Dios que le dio la tierra a esos patriarcas. Él es el Dios que sacó a Israel de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. La buena noticia es que Dios lo hizo ayer, lo hace hoy y continuará haciéndolo por los siglos de los siglos.

Ahora bien, no nos hemos detenido a analizar quién es y qué representa ese pueblo que Pacta con Dios. De entrada sabemos que ese pueblo es el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a Abraham:

5 Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. 6 Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.” (Gn 15:5-6)

No obstante sabemos que debe haber muchas alternativas adicionales para responder a estas interrogantes. La Biblia nos permite conocer que Dios llamó a Israel Su pueblo cuando este aún se encontraba bajo el yugo de esclavitud en Egipto: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto” (Éxo 3:7b). O sea, que Israel es algo más que el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a Abraham. Dios hizo suyo el derecho a llamar a Israel “mi pueblo.” De hecho, esa es la primera vez que Israel es llamado así en toda la Biblia.

Sociológicamente, ser pueblo es un sentimiento de pertenencia a un grupo humano, una cultura, una historia, tradiciones compartidas (religiosas, alimentarias, vestimentarias, artísticas, etc.), a veces una lengua[3]. Así mismo, encontramos muy amplias las posibles definiciones de lo que es la identidad cultural de un pueblo. A continuación proveemos una que nos parece muy balanceada:

La identidad cultural de un pueblo viene definida históricamente a través de múltiples aspectos en los que se plasma su cultura, como la lengua, instrumento de comunicación entre los miembros de una comunidad, las relaciones sociales, ritos y ceremonias propias, o los comportamientos colectivos, esto es, los sistemas de valores y creencias (…) Un rasgo propio de estos elementos de identidad cultural es su carácter inmaterial y anónimo, pues son producto de la colectividad.”[4]

El texto bíblico dice que Dios señaló a Israel como su propiedad. Ese conjunto de seres humanos poseía a los ojos de Dios algo más que una estructura tribal. La identidad que habían desarrollado no solo les había convertido en pueblo, sino en pueblo de Dios.

A todo esto hay que añadir que este pueblo es considerado por Dios como Su hijo. Veamos:

22 Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito.”  (Éxo 4:22)

O sea, que el pueblo que pacta en Sinaí es pueblo de Dios y es hijo de Dios. Por si todo esto fuera poco, la Biblia dice además que Dios reconoció este Pueblo, le prestó atención, o que decidió detenerse para ver su situación:

24 Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. 25 Y  miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios. ” (Éxo 2:24-25)

A esto hay que añadir que la Biblia dice en varias ocasiones que Dios los había visto y los había escuchado.

24 Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob.” (Éxo 2:24)
“7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,… 9 El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.” (Éxo 3:7, 9)
“5 Asimismo yo he oído el gemido de los hijos de Israel, a quienes hacen servir los egipcios, y me he acordado de mi pacto.” (Éxo 6:5)

O sea, que tenemos que el pueblo que Dios convocó a este Pacto e Sinaí es Su pueblo, es Su hijo primogénito, ha sido reconocido por Dios y es un pueblo al que Dios ve y al que Dios escucha.

La Iglesia del Señor puede ser descrita de la misma manera. Nosotros somos pueblo de Dios (2 Cor 6:16b). Nosotros, que en otro tiempo no éramos pueblo, pero que ahora somos pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíamos alcanzado misericordia, pero ahora hemos alcanzado misericordia (1 Ped 2:10).  Nosotros fuimos comprados a precio de sangre, convertidos en pueblo propio de Dios:

13 aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, 14 quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.”  (Tit 2:13-14)

Nuestra identidad como pueblo emana de la cultura bíblica. Nuestra historia y nuestro sentido de pertenencia emanan del Calvario; de la sangre de Cristo (1 Cro 6:20; 7:23). Nuestra cultura bíblica es una, nuestra historia también. Nuestras tradiciones como pueblo de Dios afirman nuestra identidad.

Además, nosotros somos hijos de Dios (Jn 1:12; 1 Jn 3:2) y como hijos amados procuramos amar a Dios (Ef 5:1). Y como si esto fuera poco, Dios nos ve y nos escucha (Jn 14:13-14; 15:16; 16:23).

1 Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. 2 Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. 3 Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, Y seré salvo de mis enemigos. 4 Me rodearon ligaduras de muerte, Y torrentes de perversidad me atemorizaron. 5 Ligaduras del Seol me rodearon, Me tendieron lazos de muerte. 6 En mi angustia invoqué a Jehová, Y clamé a mi Dios. El oyó mi voz desde su templo, Y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos. ” (Sal 18:6)

“24 Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, Ni de él escondió su rostro; Sino que cuando clamó a él, le oyó.” (Sal 22 :24)
“6 Bendito sea Jehová, Que oyó la voz de mis ruegos. 7 Jehová es mi fortaleza y mi escudo; En él confió mi corazón, y fui ayudado, Por lo que se gozó mi corazón, Y con mi cántico le alabaré. 8 Jehová es la fortaleza de su pueblo, Y el refugio salvador de su ungido. 9 Salva a tu pueblo, y bendice a tu heredad; Y pastoréales y susténtales para siempre.”  (Sal 28:6-9)
“1 Amo a Jehová, pues ha oído Mi voz y mis súplicas; 2 Porque ha inclinado a mí su oído; Por tanto, le invocaré en todos mis días. 3 Me rodearon ligaduras de muerte, Me encontraron las angustias del Seol; Angustia y dolor había yo hallado. 4 Entonces invoqué el nombre de Jehová, diciendo: Oh Jehová, libra ahora mi alma.”  (Sal 116 :1-4)

Una nota al calce: estos salmos han inspirado una cantidad inimaginable de himnos a través de la historia. El último, el Salmo 116, inspiró a Isaac Watts a escribir un himno que está vestido de eternidad: “I love de Lord.”

Podemos enumerar una infinidad de características adicionales que poseía el pueblo que fue invitado a pactar con Dios. Por razones de espacio hemos seleccionado dos (2) que nos han parecido muy interesantes.

La primera puede parecer cultural, pero al mismo tiempo describe que este es un pueblo que podía ser capaz de creerle a Dios. Un ejemplo de esto lo encontramos en Éxo 15: 20-21:

20 Y María la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas. 21 Y María les respondía: Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; Ha echado en el mar al caballo y al jinete.”

Estos versos dicen que este es un pueblo que decidió ir a peregrinar por el desierto llevando sus panderos y su deseo de cantar y danzar para Dios. Los pies de estas mujeres todavía estaban llenos de la arena del fondo del Mar Rojo cuando esto sucedió. Sus cuerpos, con toda probabilidad, todavía reflejaban la fatiga de una marcha que había sido acelerada por la persecución de un ejército amenazante. El futuro que tenían ante sí como pueblo era uno incierto, porque nadie podía describir qué sucedería en los próximos días y cómo y cuándo llegarían al lugar prometido.

No obstante, a más de una de las mujeres del pueblo de Israel se le ocurrió empacar los panderos la noche antes de salir de Egipto. ¿A quién se le puede ocurrir que unos panderos pueden ser herramientas valiosas, particularmente cuando se trata de que había que salir de prisa a caminar a través del desierto a un lugar desconocido para todos ellos?

No es posible responder a esta pregunta con la idea de que se trataba de familias sacerdotales, porque el sacerdocio aún no había sido establecido. Hay que concluir que a más de una familia se le ocurrió que el desierto no podría detener el deseo de celebrar y de cantar y danzar; especialmente para Dios.

Este es entonces un pueblo que tenía la capacidad de creer que podía danzar en el desierto. Este es un entonces un pueblo que tenía la capacidad para creer que el desierto no iba ahogar sus alabanzas. Este era entonces un pueblo que tenía la capacidad de creer que le podría faltar el aire en los pulmones, pero no le faltarían las fuerzas para celebrar a Dios. Este era entonces un pueblo que tenía la capacidad de creer que sus calzados podían estar muy pesados debido a los trajines del camino, pero que esto no sería un obstáculo para que se cumpliera lo que luego sería escrito por sus salmistas y sus profetas:

31 Porque ¿quién es Dios sino sólo Jehová? ¿Y qué roca hay fuera de nuestro Dios? 32 Dios es el que me ciñe de poder, Y quien hace perfecto mi camino; 33 Quien hace mis pies como de ciervas, Y me hace estar firme sobre mis alturas;”   (Sal 18:31-33)

La segunda característica puede parecer cúltica, pero es sin duda alguna una descripción del alma de ese pueblo. Ese pueblo, entre sus luchas y batallas, sus altas y sus bajas, decidió someterse a un seminario intenso. Este seminario se extendió durante un poco más de 11 meses. En ese seminario ese pueblo decidió que tenía que aprender lo que luego repitiera un Rabino llamado Saadya ben Joseph (Saadya Gaon).[5] Este maestro Judío decía que la liberación era diferente al uso del poder y al libre albedrío. Lo primero, la liberación es un regalo que recibimos sin que se nos exija participación alguna. Lo segundo, el uso del libre albedrío, de la libertad, es un regalo que nos conmina a cooperar. Solo así, cooperando, decidiendo no regresar a Egipto, es que probamos que somos verdaderamente libres.

Decíamos en El Heraldo del siete (7) de Junio[6] que es de aquí que surge la libertad positiva: algo de que Rousseau se apropió en el desarrollo del Contrato Social.

El pueblo de Israel no es el único pueblo capaz de hacer esto. Los creyentes en Cristo hemos sido llamados a contentarnos y a estar satisfechos sin importar la situación por la que estemos atravesando. Es más, nosotros hemos sido empoderados y conminados por el Espíritu Santo, una compañía permanente que Israel no tenía consigo, para poder hacerlo. El Apóstol Pablo nos recuerda estos principios teológicos en una de sus cartas:

11 No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. 12 Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”  (Fil 4:11-13)

Es por esto que podemos repetir con mucha fuerza y confianza las palabras del profeta Habacuc:

17 Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; 18 Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. 19 Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, Y en mis alturas me hace andar. ” (Hab 3:17-19)

Los creyentes en Cristo también hemos sido conminados a someternos a seminarios intensos en los que la fe y la capacidad para confiar en el Señor son retadas constantemente. Es de aquí que surgen expresiones poderosas en las que se nos anima a caminar orando, sin desmayar (Lcs 18:1). Nos han invitad a caminar haciendo nuestras las palabras del salmista:

13 Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová En la tierra de los vivientes. 14 Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová.” (Sal 27:13-14)

Es por esto que decidimos no regresar al Egipto espiritual de donde Dios nos sacó. Hemos sido exhortados a caminar poniendo los ojos en Jesús, el Autor y el Consumador de nuestra fe.

3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.”  (Heb 12:3)

Estas son algunas de las características de un pueblo que es pueblo de Dios, que está compuesto por hijos de Dios, que sabe que el Señor nos ve y nos escucha. Estas son algunas de las características de un pueblo que puede caminar por cualquier desierto, incluyendo el causado por el COVID-19, con  panderos y flautas. Estas son algunas de las características de un pueblo que no fue invitado a pactar en el Monte Sinaí. A nosotros nos invitaron a pactar con Dios en otro monte: el Monte Calvario.
Referencias

[1] El Heraldo, 7 de junio del 2020 • Volumen XV • No. 747
[2] El Heraldo, 9 de agosto del 2020 • Volumen XV • No. 756
[3] Wieviorka, Michel (2018) [2014]. El antisemitismo explicado a los jóvenes [L’Antisémitisme expliqué aux  jeunes]. Madrid: Libros del Zorzal. p. 20.
[4]  Citado por Olga L. Molano en “Identidad cultural un concepto que evoluciona.” Revista Opera, núm. 7, mayo, 2007, pp. 69-84, Universidad Externado de Colombia Bogotá, Colombia. La escritora identifica que al autor de estas expresiones es el Profesor Ignacio González-Varas en su libro Patrimonio Cultural: conceptos debates y problemas.
[5] http://www.jewishencyclopedia.com/articles/12953-saadia-b-joseph-sa-id-al-fayyumi.
[6]   El Heraldo, 7 de junio del 2020 • Volumen XV • No. 747
Colaboradores:

Reflexión pastoral: Rev.  Mizraim Esquilín-García, PhD.  /  Pastor de Comunicaciones: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr. / Webmaster: Hno. Abner García  /  Social-Media : Hna. Frances González /  Montaje reflexión-web/curadora Heraldo Digital Institucional-WordPress: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Diseñadora El Heraldo Institucional Edición Impresa Interactiva en InDesign CC: Dra. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Fotografías gratuitas: Recuperadas de Unsplash.com por: Nong Vang / David Boca / Diego PH / Benwhite/Priscilla Du Preez /Mathew-Schwartz /Monika Grabkowska. Imagen editada en Photoshop CC: Dra. Eunice Esquilín López – voluntaria 23 de agosto de 2020.

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