Reflexiones de Esperanza: Alabanzas para el alma: oraciones que nos hacen cantar “La vida ante los perfectos que provee Dios.” (Parte 13)

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Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando  (Sal 23:5b)
Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan…..(2 Ped 1:8a)

Las reflexiones acerca de la copa rebosante que se describe en el Salmo 23 nos han permitido identificar algunas interpretaciones del significado de esa copa así como de aquello de lo que esta rebosa. Ya sabemos que esa copa puede representar la vida misma en términos del pasado, el presente y el futuro que experimentamos. Esa copa puede ser la copa de la voluntad de Dios que hemos decidido hacer nuestra. Esa copa puede ser la de la salvación de la que nos hemos apropiado. Esa copa puede ser la copa del nuevo pacto en la sangre de Cristo.

Hemos visto que esa copa puede estar rebosando de la presencia de Dios; los ríos de agua viva que corren del interior del creyente. Esa copa puede rebosar de alabanzas y puede rebosar de la Palabra de Dios; la buena palabra que Dios despierta en nuestros corazones (Jer 29:4-14). Esa copa puede rebosar de gratitud, de gozo, de paz, de sabiduría, de esperanza, del fruto del Espíritu.

Sobre esto último, las reflexiones anteriores nos permitieron identificar una expresión similar en el Nuevo Testamento a la que se utiliza en el Salmo 23. Los expertos en la literatura bíblica nos han informado que el concepto hebreo que se traduce como rebosar (“revâyâh,” H7310), posee un equivalente en griego: “pleonazō” (G4121), que significa súper abundante o hacer que sobreabunde[1].

Ese concepto griego, “pleonazō” (G4121), no es usado con mucha frecuencia en el Nuevo Testamento. No obstante, esto no impide que su uso sea muy significativo. Por ejemplo, el Apóstol Pablo lo utiliza en la Carta a los Romanos cuando está explicando la función de la Ley dada por Dios. El Apóstol dice allí que la Ley “fue entregada para que toda la gente se diera cuenta de la magnitud de su pecado” (Rom 5:20a, NTV). Es entonces que Pablo nos dice que cuando el pecado aumentó, la gracia, el favor inmerecido de Dios, sobreabundó.

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20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;  (Rom 5:20, RV 1960)

El Apóstol Pablo vuelve a utilizar este concepto en el capítulo cuatro (4) de la Segunda Carta a Los Corintios: cuando está presentando parte de su teología del dolor y del sufrimiento. Pablo dice allí lo siguiente:

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8 Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; 9 perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. 10 Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo. 11 Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal. 12 Así que la muerte actúa en nosotros, y en ustedes la vida.  (2 Cor 4:8-12, NVI)

El Apóstol dice que nosotros podemos ser atribulados, podemos sentirnos perplejos, experimentar la persecución, estar en el suelo y haber sido derribados, pero no estamos abatidos, ni desesperados, tampoco abandonados, ni destruidos. El Apóstol Pablo afirma que estas cosas son para el bien nuestro. Es entonces que Pablo procede a decir lo siguiente:

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15 Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios.  (2 Cor 4:15, RV 1960)

Es esta convicción, la que nos permite afirmar que Dios está permitiendo todo esto con un propósito. Ese propósito es que la gracia abundante que se manifiesta en nosotros cuando experimentamos esos “valles de sombra” pueda provocar que muchos den gracias a Dios al conocer los testimonios desatados en nosotros.

Es de aquí que emanan las conclusiones de ese capítulo cuatro (4) de Segunda Carta a los Corintios:

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16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.    (2 Cor 4:16-18)
16 Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. 17 Pues nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades! 18 Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio, fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no podemos ver permanecerán para siempre.  (2 Cor 4:16-18, NTV).

Repasemos esas aseveraciones paulinas una vez más. El Apóstol Pablo dice que esta convicción, la convicción de que el Señor derrama sobre nosotros gracia abundante en medio de la pruebas, es una de las razones por las que nosotros enfrentamos las pruebas y el sufrimiento con esperanza. ¿Cuál es esa convicción? La convicción de que Dios derrama un “pleonazō” de gracia  través de ellas. Es por esto “que nunca nos damos por vencidos”:

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…nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades! 18 Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio, fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no podemos ver permanecerán para siempre.   (Nueva Traducción Viviente)

La gracia que sobreabunda en medio del sufrimiento cambia nuestra oftalmología espiritual. Esa gracia cambia la oftalmología del alma.

Hasta aquí hemos examinado la sobre abundancia de gracia para contrarrestar la abundancia de pecado. Además, hemos examinado la abundancia de gracia que le da otro sentido al dolor y al sufrimiento. Quedan algunos usos adicionales de ese concepto griego que se traduce como “abundar.” Uno de ellos está relacionado con la abundancia del fruto que el Espíritu Santo hace germinar en nosotros. Veamos:

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17 No es que busque dádivas, sino que busco fruto que abunde en vuestra cuenta. 18 Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios. 19 Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.  (Fil 4:17-19)

Pablo le dice a la Iglesia que estaba en la ciudad de Filipos que él no estaba procurando que le enviaran ofrendas. Él estaba convencido de que el Señor es capaz de suplir todo lo que nos hace falta. Sus acciones estaban dirigidas a provocar que se desatara un “pleonazō” del fruto del Espíritu, y que esto se convirtiera en una recompensa para esos creyentes. Así lo traduce la Nueva Traducción Viviente.

¡Alabado sea el Señor! El mensaje que comunican estos versos bíblicos es que podemos experimentar la abundancia, el “pleonazō” del fruto del Espíritu como una recompensa del cielo.

Ahora bien, es el Apóstol Pedro el que utiliza este concepto de una manera que es muy similar al uso que le da el Salmo 23 a su contraparte en hebreo. Se trata del verso ocho (8) del primer capítulo de su Segunda Carta. Veamos:

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8 Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 Ped 1:8,  RV 1960)
8 Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, los harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evitarán que sean inútiles e improductivos. (NVI)

El Apóstol Pedro está señalando aquí que hay unas cualidades que debemos procurar que abunden, que experimenten “pleonazō” en nosotros. La palabra que el Espíritu Santo le inspiró dice que la abundancia de esas cualidades evitará que seamos inútiles e improductivos. ¿Cuáles son esas cualidades a las que el Apóstol Pedro está haciendo referencia? Esas cualidades han sido enumeradas en los versos anteriores al verso ocho (8) del primer capítulo de esta carta. Veamos cuáles son éstas:

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3 Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud. Todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia; 4 y debido a su gloria y excelencia, nos ha dado grandes y preciosas promesas. Estas promesas hacen posible que ustedes participen de la naturaleza divina y escapen de la corrupción del mundo, causada por los deseos humanos. 5 En vista de todo esto, esfuércense al máximo por responder a las promesas de Dios complementando su fe con una abundante provisión de excelencia moral; la excelencia moral, con conocimiento; 6 el conocimiento, con control propio; el control propio, con perseverancia; la perseverancia, con sumisión a Dios; 7 la sumisión a Dios, con afecto fraternal, y el afecto fraternal, con amor por todos. (2 Ped 1:3-7, NTV).

Hace 10 años tuvimos la oportunidad de examinar ese pasaje en nuestra Iglesia en una serie dedicada a manejar los requisitos para servir con excelencia. Esta serie nació de la evaluación de un documento publicado por el Pastor Rick Warren: “Reigniting Your Passion For God” (Re-encendiendo tu pasión por Dios, Sept. 22, 2008). En ese documento Warren identificó siete (7) asesinos de la pasión o de la excelencia. Estos son:

  1. Un itinerario desbalanceado
  2. Un talento no usado o mal utilizado
  3. Un pecado sin confesar
  4. Un conflicto sin resolver
  5. Un estilo de vida que no tiene apoyo
  6. Un propósito confuso o borroso.
  7. Un espíritu desnutrido.

Nuestra batería de reflexiones sobre 2 Ped 1:3-10 se basó en el cuarto asesino: un conflicto sin resolver.

Observemos que Pedro nos dice que Dios nos ha dado todo lo que nosotros necesitamos para llevar una vida correcta, una vida de excelencia, agradable a Dios. Ese pasaje dice que Dios nos ha dado las herramientas para vivir participando de los elementos constitutivos, de las disposiciones de la naturaleza de Dios. Ese pasaje dice además que esto nos puede ayudar a escapar de la corrupción. Ese pasaje también dice que estas herramientas nos harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evitarán que vivamos vidas inútiles e improductivas.

Sin duda alguna, estas son herramientas que Dios nos ha dado para resolver los conflictos. Estas herramientas están basadas en la gracia del Señor. De hecho, ese es el tema central de esta carta. El tema del primer capítulo de esa carta es que estas herramientas tienen que abundar, experimentar “pleonazō” en nosotros.

Hace falta realizar un ejercicio exegético, de investigación, para poder ser capaces de agarrar la mayor parte del contenido de ese capítulo. El primer capítulo de la Segunda Carta de Pedro posee una estructura muy particular. El capítulo en su totalidad está dedicado a exponer lo que es el conocimiento de Cristo. Para esto, el escritor de esta carta decidió dedicar los versos uno (1) al cuatro (4) para presentar el don o el regalo de ese conocimiento. A renglón seguido, decidió presentar el crecimiento en ese conocimiento en los versos cinco (5) al once (11) y las bases para el conocimiento en los versos 12 al 21.  Repetimos: el don o el regalo de ese conocimiento, versos uno (1) cuatro (4), el crecimiento en ese conocimiento, versos cinco (5) al once (11) y las bases para el conocimiento en los versos 12 al 21.

Como hemos dicho, Pedro expone aquí que se nos han dado herramientas para vivir una vida muy por encima del nivel de la mediocridad. Pedro dice que lo que hace falta para alcanzar esto es que decidamos añadirle a nuestra fe algo que él llama en el verso cinco (5) una abundante provisión de excelencia moral y que la versión Reina Valera de 1960 traduce como virtud (“aretē”, G703). Este es un concepto que puede ser traducido como la valentía o la fortaleza que nos capacita a profesar nuestra fe ante los demás en tiempos de persecución y de sufrimiento. De hecho, el verso tres (3) de ese capítulo de Segunda de Pedro (versión RV 1960) dice que hemos sido llamados por el Señor a una vida de gloria y de excelencia.
La pregunta es cómo podemos lograrlo. Todos sabemos que las dificultades que hemos enfrentado en nuestro país así como en el planeta, han drenado las fuerzas y la confianza de la mayoría de los seres humanos; incluyendo a los creyentes en Cristo. Es común que ese cansancio y esa falta de confianza patrocinen el desarrollo del resentimiento, de los celos y de una ira y un coraje prolongado.

Rick Warren identifica estos como activadores de conflictos que casi siempre se quedan sin resolver. Estos conflictos son capaces de asesinar la pasión, el amor y el compromiso que debemos tener por el Señor, por Su Iglesia y por los nuestros.

Algunos de esos conflictos se producen porque, como decía Thomas À. Kempis en su libro “The Imitation of Christ,” se nos hace difícil conciliar que el Reino de Dios está entre nosotros. Esta verdad nos obliga a desaprender las costumbres aprendidas de aquello que no pertenece al Reino, para preparar una habitación para el Señor y para Su gloria.

El Apóstol Pedro presenta el remedio para esto en estos versos. La tesis que el Espíritu Santo le inspiró a Pedro es que debemos procurar abundar, rebosar, experimentar el “pleonazō” de las siguientes herramientas:

En primer lugar, hay que complementar la fe que hemos puesto en Cristo con una abundante provisión de excelencia moral. En segundo lugar, añadir a la excelencia moral el conocimiento de Cristo. En tercer lugar, añadir a ese conocimiento el control propio. En cuarto lugar, añadir al control propio la perseverancia. En quinto lugar, añadir a la perseverancia la sumisión a Dios. En sexto lugar, hay que añadir a la sumisión a Dios el afecto fraternal. En séptimo lugar, hay que añadir al afecto fraternal el amor por todos.

Podemos decir sin rodeos que esta es una receta compuesta por los elementos que constituyen el carácter del Cristiano.

Es obvio que no existe un ser humano en todo el planeta que pueda lograr esto por sí solo. La buena noticia es que la Biblia dice que todo esto es producido por el Espíritu Santo en los corazones de aquellos que se rinden ante el Señor. Esto es, en los corazones de aquellos que desean, que anhelan que esto ocurra en sus vidas (Gál 5:22-26; Efe 5:18-20).

La invitación que hace el Apóstol Pedro puede ser resumida de la siguiente manera: hay que permitir que el Espíritu Santo nos llene de la gloria de Cristo. La llenura de esa gloria va a generar, va a producir en nosotros todas las evidencias de que Él ha estado operando en nuestro interior.

Sabemos que estas evidencias necesitan ser analizadas vez tras vez tras vez. Hay que destacar que este pasaje enfatiza que estos resultados son condicionales. Estos resultados se van a desbordar de nuestras copas si nosotros permitimos ser llenos de ellas: “8 Porque estas cualidades, si abundan en ustedes…”

Los resultados de  esos ejercicios deben llevarnos a formularnos algunas preguntas: ¿de qué rebosa mi copa? ¿Son estas evidencias las que hacen rebosar mi copa? ¿Está mi copa rebosando del carácter de Cristo en mi vida?
Referencias

[1]  Swanson, J. (1997). Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains : Hebrew (Old Testament) (electronic ed.). Oak Harbor: Logos Research Systems, Inc.

Whitaker, R., Brown, F., Driver, S. R. (Samuel R., & Briggs, C. A. (Charles A. (1906). The Abridged Brown-Driver-Briggs Hebrew-English Lexicon of the Old Testament: from A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament by Francis Brown, S.R. Driver and Charles Briggs, based on the lexicon of Wilhelm Gesenius. Boston; New York: Houghton, Mifflin and Company.

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