October 21st, 2020
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La reflexión anterior nos permitió iniciar el análisis del verso seis (6) del Salmo 23. Sabemos que toda la Palabra del Señor ha sido inspirada por el Espíritu Santo y es “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim 3:16-17). No obstante, sabemos que hay porciones de las Sagradas Escrituras que se nos insertan en el alma y llegan a formar parte de nuestra genética espiritual.
Tales son las afirmaciones que el salmista ha hecho en el Salmo 23. Ya hemos visto que los primeros cinco (5) versos de este salmo son capaces de regalarnos un océano insondable de la sabiduría y de la gracia de Dios. El sexto verso mantiene esos matices paradigmáticos. Las conclusiones del salmista en el último verso de este salmo destilan seguridad, convicción y confianza:
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En la reflexión anterior esbozamos algunas reglas para el análisis de este verso. Decíamos allí que esto es necesario porque el análisis de ese verso y de sus conceptos ha producido una cantidad de documentos, ensayos y tesis de posgrado que pueden llenar varias de las bibliotecas más grandes del planeta.
Ya sabemos que el salmista dice en ese verso cuáles son sus convicciones después de haber estado sentado en la mesa del Señor. Una de ellas es que uno no tiene que ir detrás de las bendiciones del Señor. Las bendiciones descritas aquí corren de tras de uno hasta alcanzarnos.
No olvidemos que este análisis procura buscar respuestas al significado que puede poseer la expresión “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida.”
Las afirmaciones finales del Salmo 23 son impresionantes. El salmista revela que cuando uno se levanta de la mesa que el Señor adereza, uno es invadido por una confianza incomparable e insustituible. En primer lugar, el salmista dice que esa confianza emana de la convicción de que uno no tiene que buscar las bendiciones. Repetimos que el concepto hebreo utilizado aquí es “râdaph” (H7291) y que la traducción literal de este verbo es “seguir”, “correr tras” o “perseguir”. O sea, que el bien y la misericordia del Buen Pastor corren tras nosotros, buscando alcanzarnos desde que nos levantamos de la mesa que adereza el Señor.
La reflexión anterior nos permitió comenzar a analizar el significado de la primera bendición que el salmista enumera aquí: “el bien (“ṭôb”, H2896).” Este ejercicio lo limitamos delineando que analizaríamos algunos de los pasajes bíblicos en los que se identifica el bien de Dios.
En esa reflexión vimos el bien de Dios en una narrativa bíblica en la que se describe el bien que el Señor le hizo a dos (2) parteras egipcias llamadas Sifra y Fúa (Éxo 1:20-21). Vimos allí que Dios puso su bien sobre ellas porque ellas no obedecieron el mandato del Faraón de matar a los hijos varones que nacían de las mujeres judías. Dios puso su bien sobre ellas porque estas mujeres temieron a Dios (Éxo 1:17). Reiteramos que Dios decidió protegerlas, porque Faraón las pudo haber enviado a prisión o hasta ejecutarlas. Sin embargo, el bien del Dios de los cielos impidió que esto sucediera. Ese capítulo amplía esta explicación porque dice que el bien del Señor hizo prosperar las familias de estas dos (2) mujeres.
En esa reflexión también vimos el uso de esta expresión en la narrativa bíblica que explica el encuentro de Jetro, suegro de Moisés, con su yerno, luego de que el pueblo de Israel había salido de Egipto (Éxo 18:9-12). Nos llamó la atención que Jetro define allí el bien del Señor a base de los testimonios y los resultados de la operación del poder de Dios para liberar al pueblo de Israel de Egipto. Jetro dice en esa narrativa bíblica que el testimonio del bien de Jehová es lo que le hace confesar que Jehová es más grande que todos los dioses.
Puntualizamos en esa reflexión que la interpretación que Jetro realizó del bien del Señor es que éste salvó al pueblo de Israel de tres (3) enemigos: del poder opresor del Faraón, del poder opresor de los egipcios y de la insolencia con la que eran tratados. También destacamos que el testimonio del bien del Señor sobre Israel provocó que Jetro adorara a Dios con sacrificios. Sin embargo, no destacamos en esa reflexión que la demostración del bien del Señor produjo alegría en Jetro.
Por último, la reflexión anterior incluyó el análisis del capítulo 33 del Libro de Éxodo (Éxo 33:17-23). Vimos allí que el bien del Señor se manifiesta para permitir que Moisés pudiera conocer el nombre del Señor y para que la gloria de Dios pudiera pasar por encima de este hombre sin que él pereciera en el proceso.
¿Qué significado posee la frase “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida” desde estos contextos?
Otro pasaje que utiliza este concepto lo encontramos en el Libro de Números. El pasaje que vamos a considerar se encuentra en el capítulo 10 de ese libro.
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Esta narrativa bíblica es una imagen de espejo y una extensión de la narrativa que encontramos en el capítulo 33 del Libro de Éxodo. Existen unas diferencias considerables entre este pasaje y el del Libro de Éxodo. En el Libro de Éxodo, el suegro de Moisés es identificado con el nombre de Jetro. En el Libro de Números es identificado con el nombre de Ragüel. Los lectores deben comprender que esto no es raro en el contexto bíblico ni en el del Medio Oriente. Veamos algunos ejemplos de lo antes dicho: Abram es Abraham (Gn 17:5), Sarai es Sara (Gn 17:15) y Hadasa es Ester (Est 2:7). Daniel es Beltsasar, Ananías es Sadrac, Misael es Mesac y Azarías es Abed-nego (Dan 1:7). Simón es Pedro (Mat 4:18) y Saulo de Tarso es Pablo (Hch 13:9). O sea, que es común que encontremos personajes en la Biblia que posean más de un nombre.
La otra diferencia es que en el Libro de Éxodo es Jetro el que nos acerca al tema del bien del Señor, mientras que en el Libro de Números es Moisés el que lo hace. El pasaje dice que Moisés se acercó a su cuñado para invitarlo a que los acompañara en la travesía, en el proceso de peregrinación hasta la Tierra Prometida. Veamos una vez más este pasaje en otra versión de las Sagradas Escrituras:
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Hay que destacar la seguridad y la confianza con la que Moisés le habló a su cuñado. Moisés estaba seguro de que llegarían a la Tierra Prometida. El pueblo de Israel ya había comenzado a marchar hacia esa meta. Moisés estaba seguro de que recompensarían a Hobab por su trabajo porque el Señor había prometido el bien al pueblo de Israel. Hobab se resistió a aceptar la oferta y Moisés le insistió diciéndole que compartirían con él todo lo bueno que el Señor les concedería en el camino.
Claro está, Moisés estaba procurando agenciarse un guía, un lazarillo que conociera bien el territorio para minimizar los problemas que pudiera encontrar el Pueblo de Israel en esa travesía. Es obvio que Moisés confiaba en la experiencia que tenía su cuñado.
La confianza que “sudaba” Moisés de que podría recompensar a Hobab por esta tarea es admirable, pero no es difícil de explicar. Jetro o Regüel lo describió en la narrativa que encontramos en el capítulo 33 del Libro de Éxodo. Moisés había experimentado el bien del Señor en los procesos de liberación de la esclavitud de Egipto.
Hay que subrayar el dato de que es cierto que Hobab tenía la experiencia, pero los planes de Dios eran otros. El bien del Señor había provisto 40 años de entrenamiento a Moisés en ese territorio mientras él pastoreaba las ovejas de su suegro. O sea, que el pueblo de Israel no necesitaba a Hobab para esa tarea. Hobab no formaba parte del programa de Dios.
¿Por qué no quiso Dios que Hobab participara de esta bendición? No era por que Hobab era extranjero. Su hermana Séfora era la esposa de Moisés y su padre era un consejero al que Moisés le prestaba atención. La respuesta a esta pregunta solo puede ser especulativa. Nos parece que Hobab poseía la experiencia, pero carecía del discernimiento necesario para esta tarea.
Decimos esto porque el capítulo 10 del Libro de Números comienza describiendo las trompetas que el Señor envió a hacer para que Israel abandonara “el salón de clases” en el que había estado tomando adiestramientos durante 11 meses y 20 días; desde que llegaron a la faldas del Monte Sinaí (Éxodo 19:1-Nm 10:11). Luego de esto, ese capítulo 10 describe el orden de marcha de las tribus de Israel. Ese orden es exactamente igual al que se describe el capítulo dos (2) de Libro de Números. Ese es el mismo orden de marcha que Balaam observó desde las cumbres del Pisga (Núm 23:14- 24:1-25). Balaam, que era extranjero pudo ver en ese orden de marcha algo que Hobab no podía ver.
Las 12 tribus de Israel poseían sus propios ejércitos. Los ejércitos de estas tribus caminaban a los lados del Arca del Pacto, escoltando a los levitas y a los sacerdotes que estaban a cargo de llevarla. Los ejércitos de las tribus de Judá, de Isacar y de Zabulón caminaban al este del Arca del Pacto. Los ejércitos de las tribus de Rubén, de Simeón y de Gad caminaban al sur del Arca del Pacto. Los ejércitos de las tribus de Dan, de Aser y de Neftalí caminaban al norte del Arca del Pacto. Los ejércitos de las tribus de Efraín, de Manasés y de Benjamín caminaban al norte del Arca del Pacto. Las cantidades de cada uno de estos ejércitos están identificadas en el capítulo dos (2) del Libro de Números.
Hay algo que uno descubre cuando realiza el ejercicio se sumar las cantidades de esos ejércitos. El pueblo de Israel marchaba siguiendo casi a la perfección la forma de una cruz que llevaba en su centro el Arca del Pacto. Balaam pudo ver esto, pero Hobab no. Hay una enseñanza aquí: no se puede participar del bien de Dios si uno no es capaz de discernir la Cruz.
Al mismo tiempo, Moisés estaba afirmando que el bien del Señor, que liberó al pueblo de Israel de la opresión de Faraón, de los egipcios y de la insolencia con la que eran tratados, ahora lideraba el cumplimiento de las promesas que Dios le hizo a Abraham, a Isaac y a Jacob.
Repetimos la pregunta: ¿qué significado posee la frase “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”?
Hay pasajes bíblicos en los que encontramos el uso del bien que Dios promete, el bien que acompaña a uno, en los que se establecen condiciones. Veamos dos (2) de ellos en el Libro de Deuteronomio.
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Las condiciones delineadas en estos pasajes poseen sus razones de ser. Estas razones son detalladas en algunos de los capítulos subsiguientes de este libro. Veamos cómo lo explica la versión de la Traducción en Lenguaje Actual en el capítulo ocho (8) del Libro de Deuteronomio:
El bien con el que el Señor nos bendice puede conducirnos a la complacencia. Es por esto que se establecen condiciones para mantener su operación sobre aquellos que creemos en el Señor y le amamos. No olvidemos que la Palabra del Señor dice que aquellos que amamos al Señor tenemos que guardar, tenemos que cumplir con los estatutos de Su Santa Palabra (Jn 14:23).
Es por esta razón que el pueblo de Israel recibió la siguiente advertencia:
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Ese pasaje dice que nosotros tenemos la capacidad de escoger entre la vida y el bien y la muerte y el mal. La palabra que Dios pone en nuestra boca y en nuestro corazón tiene que ser cumplida y debe ser utilizada para discernir correctamente el camino por el que hemos decidido transitar en la vida.
Estas condiciones que el pueblo de Israel escuchó de la boca de Moisés fueron repetidas a ese pueblo por el Señor durante el relevo generacional de Josué.
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El reclamo que Dios puso sobre Israel a través de Josué enfatizaba que no se podían apartar de la Palabra de Dios. El mandamiento es específico: no apartarse de la Palabra, meditar en ella de día y de noche y realizar todo aquello que ella nos pide que hagamos. Desde esta perspectiva, no debe haber duda alguna de que el bien del Señor está condicionado a la obediencia a la Palabra de Dios.
No debe haber duda alguna de que es Dios el dador de todo bien. La Biblia dice que es Dios el que viste los lirios y la hierba del campo (Lcs 12:27-28). Es el Señor el que nos corona de favores y de misericordia. El salmista los describe así en varias ocasiones:
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Esa bondad revelada y regalada por Dios hasta nos permite poder dormir sin interrupciones, con plena seguridad, porque el Señor nos hace vivir confiados.
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Hay que aclarar que cumplir con la Palabra no nos da el derecho de recibir el bien del Señor.
Esa demostración de la bondad de Dios forma parte de Su favor manifiesto. Como dice el salmista en el Salmo 65:
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El bien del Señor es descrito aquí la bendición de estar en la Presencia de Dios que encontramos en el templo. Es la cercanía a Dios, la amistad con Dios la que nos permite recibir ese favor, ese regalo:
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Es obvio que estos pasajes bíblicos han transformado la expresión del Salmo 23:6. El bien y la misericordia que nos siguen todos los días de nuestra vida son la garantía del cumplimiento de las promesas que nos ha hecho Dios. Ese bien está condicionado a la obediencia. Nadie puede ganarse el derecho a ese bien; Dios lo regala por Su gracia. Ese bien es el resultado directo de una relación de amistad e intimidad con Dios.
Quedan algunos pasajes bíblicos adicionales que necesitamos revisar. Continuaremos este análisis en nuestra próxima reflexión. Mientras tanto, hay que repetir la pregunta: ¿qué significado posee la frase “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”?
6 Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días. (Sal 23:5-6)
La reflexión anterior nos permitió iniciar el análisis del verso seis (6) del Salmo 23. Sabemos que toda la Palabra del Señor ha sido inspirada por el Espíritu Santo y es “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim 3:16-17). No obstante, sabemos que hay porciones de las Sagradas Escrituras que se nos insertan en el alma y llegan a formar parte de nuestra genética espiritual.
Tales son las afirmaciones que el salmista ha hecho en el Salmo 23. Ya hemos visto que los primeros cinco (5) versos de este salmo son capaces de regalarnos un océano insondable de la sabiduría y de la gracia de Dios. El sexto verso mantiene esos matices paradigmáticos. Las conclusiones del salmista en el último verso de este salmo destilan seguridad, convicción y confianza:
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Estoy completamente seguro de que tu bondad y tu amor me acompañarán mientras yo viva, y de que para siempre viviré donde tú vives. (Sal 23:6, Traducción en lenguaje actual)
En la reflexión anterior esbozamos algunas reglas para el análisis de este verso. Decíamos allí que esto es necesario porque el análisis de ese verso y de sus conceptos ha producido una cantidad de documentos, ensayos y tesis de posgrado que pueden llenar varias de las bibliotecas más grandes del planeta.
Ya sabemos que el salmista dice en ese verso cuáles son sus convicciones después de haber estado sentado en la mesa del Señor. Una de ellas es que uno no tiene que ir detrás de las bendiciones del Señor. Las bendiciones descritas aquí corren de tras de uno hasta alcanzarnos.
No olvidemos que este análisis procura buscar respuestas al significado que puede poseer la expresión “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida.”
Las afirmaciones finales del Salmo 23 son impresionantes. El salmista revela que cuando uno se levanta de la mesa que el Señor adereza, uno es invadido por una confianza incomparable e insustituible. En primer lugar, el salmista dice que esa confianza emana de la convicción de que uno no tiene que buscar las bendiciones. Repetimos que el concepto hebreo utilizado aquí es “râdaph” (H7291) y que la traducción literal de este verbo es “seguir”, “correr tras” o “perseguir”. O sea, que el bien y la misericordia del Buen Pastor corren tras nosotros, buscando alcanzarnos desde que nos levantamos de la mesa que adereza el Señor.
La reflexión anterior nos permitió comenzar a analizar el significado de la primera bendición que el salmista enumera aquí: “el bien (“ṭôb”, H2896).” Este ejercicio lo limitamos delineando que analizaríamos algunos de los pasajes bíblicos en los que se identifica el bien de Dios.
En esa reflexión vimos el bien de Dios en una narrativa bíblica en la que se describe el bien que el Señor le hizo a dos (2) parteras egipcias llamadas Sifra y Fúa (Éxo 1:20-21). Vimos allí que Dios puso su bien sobre ellas porque ellas no obedecieron el mandato del Faraón de matar a los hijos varones que nacían de las mujeres judías. Dios puso su bien sobre ellas porque estas mujeres temieron a Dios (Éxo 1:17). Reiteramos que Dios decidió protegerlas, porque Faraón las pudo haber enviado a prisión o hasta ejecutarlas. Sin embargo, el bien del Dios de los cielos impidió que esto sucediera. Ese capítulo amplía esta explicación porque dice que el bien del Señor hizo prosperar las familias de estas dos (2) mujeres.
En esa reflexión también vimos el uso de esta expresión en la narrativa bíblica que explica el encuentro de Jetro, suegro de Moisés, con su yerno, luego de que el pueblo de Israel había salido de Egipto (Éxo 18:9-12). Nos llamó la atención que Jetro define allí el bien del Señor a base de los testimonios y los resultados de la operación del poder de Dios para liberar al pueblo de Israel de Egipto. Jetro dice en esa narrativa bíblica que el testimonio del bien de Jehová es lo que le hace confesar que Jehová es más grande que todos los dioses.
Puntualizamos en esa reflexión que la interpretación que Jetro realizó del bien del Señor es que éste salvó al pueblo de Israel de tres (3) enemigos: del poder opresor del Faraón, del poder opresor de los egipcios y de la insolencia con la que eran tratados. También destacamos que el testimonio del bien del Señor sobre Israel provocó que Jetro adorara a Dios con sacrificios. Sin embargo, no destacamos en esa reflexión que la demostración del bien del Señor produjo alegría en Jetro.
Por último, la reflexión anterior incluyó el análisis del capítulo 33 del Libro de Éxodo (Éxo 33:17-23). Vimos allí que el bien del Señor se manifiesta para permitir que Moisés pudiera conocer el nombre del Señor y para que la gloria de Dios pudiera pasar por encima de este hombre sin que él pereciera en el proceso.
¿Qué significado posee la frase “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida” desde estos contextos?
Otro pasaje que utiliza este concepto lo encontramos en el Libro de Números. El pasaje que vamos a considerar se encuentra en el capítulo 10 de ese libro.
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29 Entonces dijo Moisés a Hobab, hijo de Ragüel madianita, su suegro: Nosotros partimos para el lugar del cual Jehová ha dicho: Yo os lo daré. Ven con nosotros, y te haremos bien; porque Jehová ha prometido el bien a Israel. 30 Y él le respondió: Yo no iré, sino que me marcharé a mi tierra y a mi parentela. 31 Y él le dijo: Te ruego que no nos dejes; porque tú conoces los lugares donde hemos de acampar en el desierto, y nos serás en lugar de ojos. 32 Y si vienes con nosotros, cuando tengamos el bien que Jehová nos ha de hacer, nosotros te haremos bien. 33 Así partieron del monte de Jehová camino de tres días; y el arca del pacto de Jehová fue delante de ellos camino de tres días, buscándoles lugar de descanso. (Núm 10: 29-33)
Esta narrativa bíblica es una imagen de espejo y una extensión de la narrativa que encontramos en el capítulo 33 del Libro de Éxodo. Existen unas diferencias considerables entre este pasaje y el del Libro de Éxodo. En el Libro de Éxodo, el suegro de Moisés es identificado con el nombre de Jetro. En el Libro de Números es identificado con el nombre de Ragüel. Los lectores deben comprender que esto no es raro en el contexto bíblico ni en el del Medio Oriente. Veamos algunos ejemplos de lo antes dicho: Abram es Abraham (Gn 17:5), Sarai es Sara (Gn 17:15) y Hadasa es Ester (Est 2:7). Daniel es Beltsasar, Ananías es Sadrac, Misael es Mesac y Azarías es Abed-nego (Dan 1:7). Simón es Pedro (Mat 4:18) y Saulo de Tarso es Pablo (Hch 13:9). O sea, que es común que encontremos personajes en la Biblia que posean más de un nombre.
La otra diferencia es que en el Libro de Éxodo es Jetro el que nos acerca al tema del bien del Señor, mientras que en el Libro de Números es Moisés el que lo hace. El pasaje dice que Moisés se acercó a su cuñado para invitarlo a que los acompañara en la travesía, en el proceso de peregrinación hasta la Tierra Prometida. Veamos una vez más este pasaje en otra versión de las Sagradas Escrituras:
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29 Un día Moisés le dijo a su cuñado Hobab, hijo de Reuel el madianita:—Nosotros nos vamos al país que el Señor ha prometido darnos. Ven con nosotros y te trataremos bien, pues el Señor ha prometido tratar con bondad a Israel. 30 Pero Hobab le contestó: —No, yo prefiero volver a mi tierra, donde están mis parientes. 31 —No te vayas —insistió Moisés—. Tú conoces bien los lugares donde se puede acampar en el desierto, y puedes servirnos de guía. 32 Si vienes con nosotros, compartiremos contigo todo lo bueno que el Señor nos conceda. 33 Así pues, se fueron del monte del Señor y caminaron durante tres días. El arca de la alianza del Señor iba delante de ellos, buscándoles un lugar donde descansar. (Dios Habla Hoy)
Hay que destacar la seguridad y la confianza con la que Moisés le habló a su cuñado. Moisés estaba seguro de que llegarían a la Tierra Prometida. El pueblo de Israel ya había comenzado a marchar hacia esa meta. Moisés estaba seguro de que recompensarían a Hobab por su trabajo porque el Señor había prometido el bien al pueblo de Israel. Hobab se resistió a aceptar la oferta y Moisés le insistió diciéndole que compartirían con él todo lo bueno que el Señor les concedería en el camino.
Claro está, Moisés estaba procurando agenciarse un guía, un lazarillo que conociera bien el territorio para minimizar los problemas que pudiera encontrar el Pueblo de Israel en esa travesía. Es obvio que Moisés confiaba en la experiencia que tenía su cuñado.
La confianza que “sudaba” Moisés de que podría recompensar a Hobab por esta tarea es admirable, pero no es difícil de explicar. Jetro o Regüel lo describió en la narrativa que encontramos en el capítulo 33 del Libro de Éxodo. Moisés había experimentado el bien del Señor en los procesos de liberación de la esclavitud de Egipto.
Hay que subrayar el dato de que es cierto que Hobab tenía la experiencia, pero los planes de Dios eran otros. El bien del Señor había provisto 40 años de entrenamiento a Moisés en ese territorio mientras él pastoreaba las ovejas de su suegro. O sea, que el pueblo de Israel no necesitaba a Hobab para esa tarea. Hobab no formaba parte del programa de Dios.
¿Por qué no quiso Dios que Hobab participara de esta bendición? No era por que Hobab era extranjero. Su hermana Séfora era la esposa de Moisés y su padre era un consejero al que Moisés le prestaba atención. La respuesta a esta pregunta solo puede ser especulativa. Nos parece que Hobab poseía la experiencia, pero carecía del discernimiento necesario para esta tarea.
Decimos esto porque el capítulo 10 del Libro de Números comienza describiendo las trompetas que el Señor envió a hacer para que Israel abandonara “el salón de clases” en el que había estado tomando adiestramientos durante 11 meses y 20 días; desde que llegaron a la faldas del Monte Sinaí (Éxodo 19:1-Nm 10:11). Luego de esto, ese capítulo 10 describe el orden de marcha de las tribus de Israel. Ese orden es exactamente igual al que se describe el capítulo dos (2) de Libro de Números. Ese es el mismo orden de marcha que Balaam observó desde las cumbres del Pisga (Núm 23:14- 24:1-25). Balaam, que era extranjero pudo ver en ese orden de marcha algo que Hobab no podía ver.
Las 12 tribus de Israel poseían sus propios ejércitos. Los ejércitos de estas tribus caminaban a los lados del Arca del Pacto, escoltando a los levitas y a los sacerdotes que estaban a cargo de llevarla. Los ejércitos de las tribus de Judá, de Isacar y de Zabulón caminaban al este del Arca del Pacto. Los ejércitos de las tribus de Rubén, de Simeón y de Gad caminaban al sur del Arca del Pacto. Los ejércitos de las tribus de Dan, de Aser y de Neftalí caminaban al norte del Arca del Pacto. Los ejércitos de las tribus de Efraín, de Manasés y de Benjamín caminaban al norte del Arca del Pacto. Las cantidades de cada uno de estos ejércitos están identificadas en el capítulo dos (2) del Libro de Números.
Hay algo que uno descubre cuando realiza el ejercicio se sumar las cantidades de esos ejércitos. El pueblo de Israel marchaba siguiendo casi a la perfección la forma de una cruz que llevaba en su centro el Arca del Pacto. Balaam pudo ver esto, pero Hobab no. Hay una enseñanza aquí: no se puede participar del bien de Dios si uno no es capaz de discernir la Cruz.
Al mismo tiempo, Moisés estaba afirmando que el bien del Señor, que liberó al pueblo de Israel de la opresión de Faraón, de los egipcios y de la insolencia con la que eran tratados, ahora lideraba el cumplimiento de las promesas que Dios le hizo a Abraham, a Isaac y a Jacob.
Repetimos la pregunta: ¿qué significado posee la frase “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”?
Hay pasajes bíblicos en los que encontramos el uso del bien que Dios promete, el bien que acompaña a uno, en los que se establecen condiciones. Veamos dos (2) de ellos en el Libro de Deuteronomio.
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33 Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer. (Dt 5:33)
3 Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres. 4 Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. 5 Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; 7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. 8 Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; 9 y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Dt 6:3-9)
3 Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres. 4 Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. 5 Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; 7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. 8 Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; 9 y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Dt 6:3-9)
Las condiciones delineadas en estos pasajes poseen sus razones de ser. Estas razones son detalladas en algunos de los capítulos subsiguientes de este libro. Veamos cómo lo explica la versión de la Traducción en Lenguaje Actual en el capítulo ocho (8) del Libro de Deuteronomio:
Es fácil olvidarse de Dios cuando todo marcha bien, cuando uno está lleno y tiene de comer, cuando tiene una buena casa y mucho ganado, oro y plata. Cuando la gente tiene más y más, se vuelve orgullosa y se olvida de Dios. Por eso, ¡tengan cuidado! No se olviden de que Dios los sacó de Egipto, donde eran esclavos. (Dt 8:14, TLA)
El bien con el que el Señor nos bendice puede conducirnos a la complacencia. Es por esto que se establecen condiciones para mantener su operación sobre aquellos que creemos en el Señor y le amamos. No olvidemos que la Palabra del Señor dice que aquellos que amamos al Señor tenemos que guardar, tenemos que cumplir con los estatutos de Su Santa Palabra (Jn 14:23).
Es por esta razón que el pueblo de Israel recibió la siguiente advertencia:
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14 Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas. 15 Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; 16 porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella. 17 Más si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, 18 yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella. (Dt 30:14-18, RV 1960)
Ese pasaje dice que nosotros tenemos la capacidad de escoger entre la vida y el bien y la muerte y el mal. La palabra que Dios pone en nuestra boca y en nuestro corazón tiene que ser cumplida y debe ser utilizada para discernir correctamente el camino por el que hemos decidido transitar en la vida.
Estas condiciones que el pueblo de Israel escuchó de la boca de Moisés fueron repetidas a ese pueblo por el Señor durante el relevo generacional de Josué.
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3 Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. 4 Desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Eufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol, será vuestro territorio. 5 Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. 6 Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos. 7 Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. 8 Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. 9 Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas. (Jos 1:3-9)
El reclamo que Dios puso sobre Israel a través de Josué enfatizaba que no se podían apartar de la Palabra de Dios. El mandamiento es específico: no apartarse de la Palabra, meditar en ella de día y de noche y realizar todo aquello que ella nos pide que hagamos. Desde esta perspectiva, no debe haber duda alguna de que el bien del Señor está condicionado a la obediencia a la Palabra de Dios.
No debe haber duda alguna de que es Dios el dador de todo bien. La Biblia dice que es Dios el que viste los lirios y la hierba del campo (Lcs 12:27-28). Es el Señor el que nos corona de favores y de misericordia. El salmista los describe así en varias ocasiones:
"
6 Muchos son los que dicen: ¿Quién nos mostrará el bien? Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro. 7 Tú diste alegría a mi corazón Mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto. 8 En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado. (Sal 4:6-8)
Esa bondad revelada y regalada por Dios hasta nos permite poder dormir sin interrupciones, con plena seguridad, porque el Señor nos hace vivir confiados.
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Cuando me acuesto, me duermo enseguida, porque sólo tú, mi Dios, me das tranquilidad. (TLA)
Hay que aclarar que cumplir con la Palabra no nos da el derecho de recibir el bien del Señor.
Esa demostración de la bondad de Dios forma parte de Su favor manifiesto. Como dice el salmista en el Salmo 65:
"
1 Tuya es la alabanza en Sion, oh Dios, Y a ti se pagarán los votos. 2 Tú oyes la oración; A ti vendrá toda carne. 3 Las iniquidades prevalecen contra mí; Mas nuestras rebeliones tú las perdonarás. 4 Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti, Para que habite en tus atrios; Seremos saciados del bien de tu casa, De tu santo templo. 5 Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, Oh Dios de nuestra salvación, Esperanza de todos los términos de la tierra, Y de los más remotos confines del mar. 6 Tú, el que afirma los montes con su poder, Ceñido de valentía; 7 El que sosiega el estruendo de los mares, el estruendo de sus ondas, Y el alboroto de las naciones. (Sal 65:1-7, RV 1960)
El bien del Señor es descrito aquí la bendición de estar en la Presencia de Dios que encontramos en el templo. Es la cercanía a Dios, la amistad con Dios la que nos permite recibir ese favor, ese regalo:
"
25 ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. 26 Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. 27 Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; Tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. 28 Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; He puesto en Jehová el Señor mi esperanza, Para contar todas tus obras. (Sal 73:25-28)
Es obvio que estos pasajes bíblicos han transformado la expresión del Salmo 23:6. El bien y la misericordia que nos siguen todos los días de nuestra vida son la garantía del cumplimiento de las promesas que nos ha hecho Dios. Ese bien está condicionado a la obediencia. Nadie puede ganarse el derecho a ese bien; Dios lo regala por Su gracia. Ese bien es el resultado directo de una relación de amistad e intimidad con Dios.
Quedan algunos pasajes bíblicos adicionales que necesitamos revisar. Continuaremos este análisis en nuestra próxima reflexión. Mientras tanto, hay que repetir la pregunta: ¿qué significado posee la frase “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”?
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