November 29th, 2020
Hay que dar gracias
Reflexión por el Pastor/Rector: Mizraim Esquilín- García
Hacemos hoy un paréntesis en nuestras reflexiones acerca del Salmo 23 para dar gracias. Hay que dar gracias a Dios. Hay que dar las gracias a muchas personas a quienes el Señor ha utilizado en estas temporadas que vive el alma de cada uno de nosotros. Se trata de personas que han sido instrumentos en las manos de Dios para bendecirnos, para que seamos capaces de contar la historia del año 2020.
Nunca olvidaremos este año. ¡Cómo olvidar los temblores de tierra, la pandemia, la crisis de democracia que experimentamos, las luchas en la metrópolis nacional, a aquellos que amamos que se mudaron a la eternidad o a aquellos que amamos que se fueron del país!.
¡Cómo olvidar las mil y una forma para tratar de acostumbrarnos a utilizar una mascarilla, para vencer la ansiedad, para vencer los temores, para triunfar sobre el dolor que produce el encierro y el distanciamiento de aquellos que queremos abrazar y no podemos!
Hay que dar gracias en medio de todo esto:
“
Hay que dar gracias a Dios. Hay que dar gracias a Dios porque en todos estos procesos Él no ha dejado de ser nuestro Pastor, el Dios y Guardador perfecto, y nada nos falta. No nos ha faltado Su presencia, no ha faltado Su amor, no ha faltado Su Palabra, no han faltado Sus intervenciones. Es como decía Anatoly Sharansky[1] cuando dejó la prisión. Lo único que él tenía disponible para poder mantenerse equilibrado y con fuerzas para resistir las atrocidades sufridas en esa prisión eran los Salmos. Lo único que él tenía para mantener viva la esperanza y la capacidad para resistir los embates de ese infierno, era una copia del Salterio Hebreo. Hay que dar gracias a Dios porque no nos ha faltado Su Palabra, no nos han faltado los salmos.
Damos gracias a Dios porque en los salmos hemos encontrado avenidas para ir más allá de los límites del confinamiento terreno para buscar, encontrar y dialogar con el Creador. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque en medio de estas temporadas de tribulación y de desasosiego hemos re-encontrado el Salmo 23. Damos gracias porque en sus seis (6) versos hemos encontrado satisfacción para la necesidad de ser amados (Rom 5:8), para la necesidad de ser aceptados (Jn 6:37), para la necesidad de sentirnos protegidos (Jn 10:27-28) y para la necesidad de alcanzar las metas que nos hemos propuesto (Col 2:2-3). La satisfacción perfecta: nada me falta.
Hay que dar gracias a Dios porque en medio de esta vorágine Él nos lleva a descansar a prados verdes (PDT). Él nos ha hecho aprender a descansar, el descanso perfecto, en medio de ambientes disímiles y contrarios a todo lo que somos y anhelamos ser.
“
Hay que dar gracias a Dios porque Él nos ha concedido el ambiente perfecto para no rechazar esa oferta: el ambiente de la impotencia y de la incapacidad que ha arropado a muchos.
Hay que dar gracias porque Dios ha hecho provisión de aguas de reposo, la paz perfecta que solo Él puede dar. El lugar de descanso es también un lugar de pastoreo (“nâhal”, H5095), para fluir, para ser protegidos, sostenidos, cargados, para recibir dirección, para brillar en el sitio en el que el Buen Pastor nos ha colocado. Hay que dar gracias a Dios por todo esto. El tiempo del COVID-19 tiene que ser recordado como el tiempo en el que el Señor abrió puertas en el internet para que la Iglesia estuviera en nuestros hogares. El tiempo del COVID-19 tiene que ser recordado como el tiempo en el que el Señor provocó que galenos, enfermeras y personal de apoyo estuvieran dispuestos a morir por nosotros para que nosotros pudiéramos reposar:
“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn 3:16) ¡Hay que dar gracias!
¡Hay que dar gracias a Dios porque hemos conocido otras dimensiones del amor de Dios! Hay que dar gracias porque el COVID-19 ha provocado que muchos decidieran enyugarse con Cristo para hallar ese descanso.
“
Hay que dar gracias porque la Biblia dice que esa dirección y ese pastoreo continuará con nosotros por toda la eternidad: “el Cordero los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas de vida” (Apoc 7:15-17). ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque esta es la paz perfecta y la guianza perfecta. Esa paz y esa guianza nos permite volver al reposo que ofrece el Señor (Sal 116:6-9). Hay que dar gracias a Dios porque es Él el que guarda, protege y preserva a los sencillos (“pethı̂y”, H6612). Hay que dar gracias porque en ese reposo Dios protege a aquellos que han llegado a ser tontos o susceptibles a la seducción que nos amenaza en todo tiempo. Es aquí que el escritor de ese salmo le dice a su alma que regrese a su (“menûchâh”, H4496), a su reposo. Hay que dar gracias porque ese reposo es más que un estado; es un lugar concreto, una morada de consolación, de quietud y de descanso. Se trata de la misma presencia de Dios como una habitación. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias a Dios porque en esa habitación moramos seguros bajo la sombra del Omnipotente (Sal 91:1)
Hay que dar gracias a Dios porque ha prometido sanar, restaurar, y hacer que se regocije el alma de cada uno de aquellos que creen en Él. Damos gracias porque hemos comprobado que Él puede confortar, restaurar el alma rompiendo nuestros esquemas, construyendo nuevos itinerarios, renovando los pactos con nosotros, ayudándonos a encontrar cosas que habíamos enterrado o que perdimos. Damos gracias porque hemos comprobado que Dios restaura el alma alimentándonos con el alimento del Espíritu, con Su Palabra, con la oración, y hasta haciéndonos llorar con las alabanzas y/o con el mensaje de Su Palabra. ¡Hay que dar gracias!
Damos gracias porque Dios ha utilizado el COVID-19 para hacer volver, restaurar el alma de muchos que estaban lejos, aun cuando eran miembros de alguna Iglesia. Damos gracias porque Dios ha utilizado este tiempo de prueba y de incertidumbre para cancelar la esterilidad de muchas almas que estaban varadas en el desierto, inactivos, con sus arpas colgadas en los sauces que lloran (Sal 137:2). Hay que dar gracias por las nuevas alabanzas, los ministerios re energizados, ungidos con unción fresca del Espíritu Santo que saldrán de las cuevas luego de esta temporada de COVID-19 y de movimientos telúricos. Esa es la restauración perfecta de nuestra verdadera identidad; la que nos ha dado el Señor desde la Cruz del Calvario. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias a Dios porque hemos visto cómo el Señor nos ha guiado durante todos estos meses por sendas de justicia por amor de Su nombre. El Señor nos ha guiado por la senda de la digitalización de casi todos nuestros ministerios. Hay que dar gracias por las escuelas bíblicas, por los altares familiares, por los oasis pastorales y por las reflexiones 2.0.
Hay que dar gracias por las transmisiones en todas las plataformas cibernéticas, por la Iglesia de los niños, los servicios de oración y la oportunidad de alcanzar el mundo entero con el mensaje de la Santa Palabra. ¡Hay que dar gracias porque Dios ha utilizado el COVID-19 para acelerar el cumplimiento de las promesas que le hizo a nuestro Pastor Fundador, el Rdo. Jacinto Esquilín: “nuestra Iglesia será oída y vista en vivo, a todo color en todo el planeta.” Esa promesa Dios se la dio a finales de los años 60.
Hay que dar gracias porque al principio no entendíamos que esa era la ruta y el Todopoderoso decidió guiarnos, llevarnos por buenos caminos para mostrarnos lo bondadoso que Él es (PDT). Es por esto que su dirección es perfecta y su santidad también lo es.
Hay que dar gracias porque hemos recibido esa visitación, la de la presencia santa de Dios en todos nuestros servicios. ¡Hay que dar gracias por ello! En ocasiones hemos experimentado como el fuego abrazador de Su Santo Espíritu desciende provocando que experimentemos que se pierde la noción del espacio, del tiempo y hasta creer que nos iremos con Él en medio de esas experiencias. Hay que dar gracias porque ningún ser humano merece esa visitación. El Señor ha permitido que experimentemos todo esto por la razón perfecta; por amor de Su nombre.
Hay que dar gracias porque hemos experimentado el cuidado y la protección del Señor en medio de los valles de sombra de muerte por los que hemos transitado en esta temporada. Hay que dar gracias porque hemos aprendido en esta temporada que la expresión “gam ki eléch begey tsalmawet” (aunque ande en valle de sombra de muerte) trasciende a nuestra muerte para cubrir las “mudanzas” a la eternidad de aquellos que amamos.
Hay que dar gracias porque hemos aprendido en esta temporada como en ninguna otra, que no es la realidad objetiva de la muerte la que trae esas tinieblas sobre nosotros. Hemos aprendido que esas sombras provienen del conocimiento que tenemos como seres humanos de que en algún momento vamos a morir.[2] Por lo tanto, sabiendo esto, esos valles pierden su fuerza y su capacidad para anquilosarnos ya que también sabemos que Cristo Jesús venció la muerte y nos ha garantizado la resurrección. Hay que dar gracias porque eso establece la confianza perfecta ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque la temporada provocada por el COVID-19 nos ha permitido experimentar la cercanía del Señor como nunca antes. Es por esto que no tememos mal alguno, porque el Señor está con nosotros. ¡Hay que dar gracias porque eso establece la protección perfecta!
Hay que dar gracias porque Cristo Jesús enfrentó la muerte por nosotros; la muerte y todas sus sombras. Es por eso que lo que nos toca enfrentar en esos valles que describe el salmista es la sombra de la muerte; porque Cristo venció la muerte y ella ya no nos puede derrotar. ¡Hay que dar gracias porque la muerte ha sido sorbida en victoria! Hay que dar gracias porque Él, el Vencedor de la muerte, está con nosotros y esa es la compañía perfecta. Hay que dar gracias porque esos valles han transformado la visión de muchos provocando que puedan hablar con el Señor como nunca antes lo habían hecho. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias por esa vara y por ese cayado que nos capacitan para cruzar lugares peligrosos y no tener miedo de nada (TLA). Hay que dar gracias porque esos valles siempre son escenarios para experimentar el aliento que da el Señor. Ese aliento y esa ayuda son la defensa y la ayuda perfecta. Hay que dar gracias porque hemos comprobado que esa vara y ese cayado demuestran que Dios está en el control del mundo y que el mundo no está dando vueltas sobre su eje sin control; hacia un caos.
¡Hay que dar gracias porque esta es la motivación perfecta!
Hay que dar gracias porque como decía Harry Emerson Fosdick, hemos comprobado que estas crisis deben ser enfrentadas como un reto para ser fortalecidos y no como una ocasión para el desaliento.[3]
Al final de esos valles y de esas crisis siempre hay una mesa aderezada, preparada por el Señor. Hay que dar gracias porque tenemos por seguro que en esa mesa siempre habrá unción fresca sobre nuestras cabezas.
Hay que dar gracias porque la expresión del Salmo 23 que describe esa mesa es una definición del banquete mesiánico que nos espera cuando Cristo venga buscar a Su Iglesia amada:
“
Hay que dar gracias porque esa mesa es también un oasis en el que el Buen Pastor aprovecha para curarnos y sanarnos de todas las plagas y las infecciones con las que nos hemos contagiado en el camino. Hay que dar gracias porque la buena noticia es que el Buen Pastor posee antibióticos y antivirales en su saco pastoril; posee aceite para combatir la temporada de las moscas que nos atacan como ovejas del rebaño del Señor. Hay que dar gracias porque esa unción con aceite cancela los agravantes, esa unción cancela la locura, esa unción extirpa la propensión a la irritabilidad, a los desvelos y a la impaciencia. Esa unción provoca que la oveja desee volver a ser apacentada. Esa unción provoca que ella permita que el Buen Pastor la lleve a verdes pastos y a las aguas de reposo. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque como hemos señalado en otras reflexiones, el Buen Pastor decidió que Él aprovechó el COVID-19 para guardar todo su rebaño. Hay que admitir que la Iglesia estaba enferma. La Iglesia en general había estado alimentándose de forrajes contaminados, forrajes provistos por pastores irresponsables o por personas que no son pastores de ovejas.
Hemos dicho que las plagas y las infecciones que han atacado la Iglesia fueron desatadas por forrajes contaminados por personas que invitamos a aprovisionar el rebaño y llegaron con sus ropas contaminadas. Esas infecciones fueron desarrolladas por la permisibilidad y la inclinación de los rebaños a ir alimentarse y a saciar su sed en cualquier lugar que les pareciera adecuado.
Esto es, ovejas que no cuentan con la capacidad para discernir si esos pastos eran buenos.
La Iglesia de la posmodernidad poseía los síntomas de un rebaño enfermo y el Buen Pastor decidió apacentarla para curarla y limpiarla. ¡Hay que dar gracias porque esta es la unción perfecta!
Hay que dar gracias porque el Dueño de esa mesa consigue que nuestras copas rebosen con la presencia del Eterno. Hay que dar gracias porque esas copas rebosan con la gracia, la misericordia, la bondad, el poder, la santidad, la Palabra y la salvación de Dios. En esa mesa tomamos de la copa de la salvación (Sal 116:13) ¡Hay que dar gracias porque este es el gozo perfecto! Es por eso que podemos mirar hacia nuestro pasado con gratitud, hacia nuestro presente con alegría y hacia el futuro con esperanza. Es por eso que podemos mirar hacia nuestro interior con confianza y a nuestro alrededor con gracia y con misericordia. Podemos hacerlo porque una copa rebosante invita a la comunión, a la cancelación de las divisiones, de los conflictos y del mal uso de los dones que hemos recibido. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque podemos estar en el mismo medio de esos procesos que nos producen angustia, y encontrar que en ese mismo lugar Dios ha aderezado esa mesa celestial. Hay que dar gracias porque podemos llegar a esa mesa drenados, vacíos y sin fuerzas, sabiendo que allí seremos saciados, llenos y fortalecidos. Hay que dar gracias porque nuestras copas rebosantes se derraman sobre los muchos platos que traemos a la mesa. Hay que dar gracias porque todas estas bendiciones han sido definidas en un presente continuo: “aderezas,” “unges,” “está rebosando.”
Hay que dar gracias por la convicción que Dios ha puesto en el corazón de muchos a través de Su Santa Palabra. Dios ha prometido que el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestras vidas. Hay que dar gracias porque ese “bien” del Señor nos empodera (Éxo 1:17-21), nos permite ver la gloria del Señor (Éxo 33:17-23), nos convierte en testimonio para otros en medio de nuestros conflictos, provoca que otros se sienten en la mesa del Señor (Éxo 18:9-12), sacia de bien nuestras bocas, nos renueva, nos restaura y nos repara (Sal 103:5) y nos permite dormir confiados (Sal 4:6-8).
Hay que dar gracias porque ese bien es la manifestación de la benevolencia perfecta. Ese bien trae curación y salud, paz y seguridad con honor, cambiar la suerte de nuestro país y la reconstrucción que nos permitirá volver a ser como éramos antes de que llegara la crisis que enfrentamos. Hay que dar gracias porque el bien del Señor incluye la purificación de todos los pecados, el perdón de todas las maldades y rebeliones y beneficios y prosperidad de la mano de Dios. Hay que dar gracias porque el bien del Señor incluye ser motivo de alegría, de honor y de gloria para Dios ante todo el planeta y que haya cantos de fiesta de alegría y cantos de novios (Jer 33:6-11).
Hay que dar gracias porque podemos correr a ese bien; al pan, al vino y al aceite. ¡Hay que dar gracias! Hay que dar gracias porque podemos correr al cuerpo molido de Cristo, a su sangre y al aceite (Jer 31:12). Hay que dar gracias porque ese pan es también un símbolo de la Palabra que Dios nos ha regalado. Hay dar gracias porque ese vino es símbolo de la comunión que tenemos con Dios. Hay que dar gracias porque ese aceite es símbolo del carácter que Dios forma en aquellos que le buscan de veras (Mat 25:1-13), de la capacidad para estar preparados para el regreso del Amado Salvador.
Hay que dar gracias porque correr al aceite es correr a la capacidad de que las lámparas estén siempre encendidas (Éxo 27:20), y que nuestros rostros puedan brillar delante de del Señor (Sal 104:15).
¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque el Señor nos ha sostenido durante todo este año. Hay que dar gracias porque Dios no ha faltado a ninguna de Sus promesas. Hay que dar gracias porque no ha faltado el pan ni el agua, ni el techo. Hay que dar gracias porque no han faltado las oportunidades para levantar la alabanza ni para doblar nuestras rodillas ante el Eterno.
Hay que dar gracias porque este año ha sido uno inolvidable, un año que ha marcado la historia de todos los seres humanos en todo el planeta. Hay que dar gracias porque todo lo que ha sucedido en este año ha comprobado que el COVID-19 no es el soberano de la tierra; este virus también ha de pasar. Nuestro Dios reina y Su reino es inconmovible. Por lo tanto, hagamos nuestras las palabras del escritor de la Carta a Los Hebreos:
“
Hay que dar gracias porque cuando la vida termina en este lado del río, tenemos la certeza de que el Buen Pastor, el que dio su vida por nosotros, nos está esperando con sus brazos abiertos. Hay que dar gracias porque estaremos juntos con Él por toda la eternidad. ¡Hay que dar gracias!
Nunca olvidaremos este año. ¡Cómo olvidar los temblores de tierra, la pandemia, la crisis de democracia que experimentamos, las luchas en la metrópolis nacional, a aquellos que amamos que se mudaron a la eternidad o a aquellos que amamos que se fueron del país!.
¡Cómo olvidar las mil y una forma para tratar de acostumbrarnos a utilizar una mascarilla, para vencer la ansiedad, para vencer los temores, para triunfar sobre el dolor que produce el encierro y el distanciamiento de aquellos que queremos abrazar y no podemos!
Hay que dar gracias en medio de todo esto:
“
18 Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.”(1 Tes 5:18)
Hay que dar gracias a Dios. Hay que dar gracias a Dios porque en todos estos procesos Él no ha dejado de ser nuestro Pastor, el Dios y Guardador perfecto, y nada nos falta. No nos ha faltado Su presencia, no ha faltado Su amor, no ha faltado Su Palabra, no han faltado Sus intervenciones. Es como decía Anatoly Sharansky[1] cuando dejó la prisión. Lo único que él tenía disponible para poder mantenerse equilibrado y con fuerzas para resistir las atrocidades sufridas en esa prisión eran los Salmos. Lo único que él tenía para mantener viva la esperanza y la capacidad para resistir los embates de ese infierno, era una copia del Salterio Hebreo. Hay que dar gracias a Dios porque no nos ha faltado Su Palabra, no nos han faltado los salmos.
Damos gracias a Dios porque en los salmos hemos encontrado avenidas para ir más allá de los límites del confinamiento terreno para buscar, encontrar y dialogar con el Creador. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque en medio de estas temporadas de tribulación y de desasosiego hemos re-encontrado el Salmo 23. Damos gracias porque en sus seis (6) versos hemos encontrado satisfacción para la necesidad de ser amados (Rom 5:8), para la necesidad de ser aceptados (Jn 6:37), para la necesidad de sentirnos protegidos (Jn 10:27-28) y para la necesidad de alcanzar las metas que nos hemos propuesto (Col 2:2-3). La satisfacción perfecta: nada me falta.
Hay que dar gracias a Dios porque en medio de esta vorágine Él nos lleva a descansar a prados verdes (PDT). Él nos ha hecho aprender a descansar, el descanso perfecto, en medio de ambientes disímiles y contrarios a todo lo que somos y anhelamos ser.
“
En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza…..” (Isa 30:15b)
Hay que dar gracias a Dios porque Él nos ha concedido el ambiente perfecto para no rechazar esa oferta: el ambiente de la impotencia y de la incapacidad que ha arropado a muchos.
Hay que dar gracias porque Dios ha hecho provisión de aguas de reposo, la paz perfecta que solo Él puede dar. El lugar de descanso es también un lugar de pastoreo (“nâhal”, H5095), para fluir, para ser protegidos, sostenidos, cargados, para recibir dirección, para brillar en el sitio en el que el Buen Pastor nos ha colocado. Hay que dar gracias a Dios por todo esto. El tiempo del COVID-19 tiene que ser recordado como el tiempo en el que el Señor abrió puertas en el internet para que la Iglesia estuviera en nuestros hogares. El tiempo del COVID-19 tiene que ser recordado como el tiempo en el que el Señor provocó que galenos, enfermeras y personal de apoyo estuvieran dispuestos a morir por nosotros para que nosotros pudiéramos reposar:
“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn 3:16) ¡Hay que dar gracias!
¡Hay que dar gracias a Dios porque hemos conocido otras dimensiones del amor de Dios! Hay que dar gracias porque el COVID-19 ha provocado que muchos decidieran enyugarse con Cristo para hallar ese descanso.
“
29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; 30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”(Mat 11:29-30)
Hay que dar gracias porque la Biblia dice que esa dirección y ese pastoreo continuará con nosotros por toda la eternidad: “el Cordero los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas de vida” (Apoc 7:15-17). ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque esta es la paz perfecta y la guianza perfecta. Esa paz y esa guianza nos permite volver al reposo que ofrece el Señor (Sal 116:6-9). Hay que dar gracias a Dios porque es Él el que guarda, protege y preserva a los sencillos (“pethı̂y”, H6612). Hay que dar gracias porque en ese reposo Dios protege a aquellos que han llegado a ser tontos o susceptibles a la seducción que nos amenaza en todo tiempo. Es aquí que el escritor de ese salmo le dice a su alma que regrese a su (“menûchâh”, H4496), a su reposo. Hay que dar gracias porque ese reposo es más que un estado; es un lugar concreto, una morada de consolación, de quietud y de descanso. Se trata de la misma presencia de Dios como una habitación. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias a Dios porque en esa habitación moramos seguros bajo la sombra del Omnipotente (Sal 91:1)
Hay que dar gracias a Dios porque ha prometido sanar, restaurar, y hacer que se regocije el alma de cada uno de aquellos que creen en Él. Damos gracias porque hemos comprobado que Él puede confortar, restaurar el alma rompiendo nuestros esquemas, construyendo nuevos itinerarios, renovando los pactos con nosotros, ayudándonos a encontrar cosas que habíamos enterrado o que perdimos. Damos gracias porque hemos comprobado que Dios restaura el alma alimentándonos con el alimento del Espíritu, con Su Palabra, con la oración, y hasta haciéndonos llorar con las alabanzas y/o con el mensaje de Su Palabra. ¡Hay que dar gracias!
Damos gracias porque Dios ha utilizado el COVID-19 para hacer volver, restaurar el alma de muchos que estaban lejos, aun cuando eran miembros de alguna Iglesia. Damos gracias porque Dios ha utilizado este tiempo de prueba y de incertidumbre para cancelar la esterilidad de muchas almas que estaban varadas en el desierto, inactivos, con sus arpas colgadas en los sauces que lloran (Sal 137:2). Hay que dar gracias por las nuevas alabanzas, los ministerios re energizados, ungidos con unción fresca del Espíritu Santo que saldrán de las cuevas luego de esta temporada de COVID-19 y de movimientos telúricos. Esa es la restauración perfecta de nuestra verdadera identidad; la que nos ha dado el Señor desde la Cruz del Calvario. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias a Dios porque hemos visto cómo el Señor nos ha guiado durante todos estos meses por sendas de justicia por amor de Su nombre. El Señor nos ha guiado por la senda de la digitalización de casi todos nuestros ministerios. Hay que dar gracias por las escuelas bíblicas, por los altares familiares, por los oasis pastorales y por las reflexiones 2.0.
Hay que dar gracias por las transmisiones en todas las plataformas cibernéticas, por la Iglesia de los niños, los servicios de oración y la oportunidad de alcanzar el mundo entero con el mensaje de la Santa Palabra. ¡Hay que dar gracias porque Dios ha utilizado el COVID-19 para acelerar el cumplimiento de las promesas que le hizo a nuestro Pastor Fundador, el Rdo. Jacinto Esquilín: “nuestra Iglesia será oída y vista en vivo, a todo color en todo el planeta.” Esa promesa Dios se la dio a finales de los años 60.
Hay que dar gracias porque al principio no entendíamos que esa era la ruta y el Todopoderoso decidió guiarnos, llevarnos por buenos caminos para mostrarnos lo bondadoso que Él es (PDT). Es por esto que su dirección es perfecta y su santidad también lo es.
Hay que dar gracias porque hemos recibido esa visitación, la de la presencia santa de Dios en todos nuestros servicios. ¡Hay que dar gracias por ello! En ocasiones hemos experimentado como el fuego abrazador de Su Santo Espíritu desciende provocando que experimentemos que se pierde la noción del espacio, del tiempo y hasta creer que nos iremos con Él en medio de esas experiencias. Hay que dar gracias porque ningún ser humano merece esa visitación. El Señor ha permitido que experimentemos todo esto por la razón perfecta; por amor de Su nombre.
Hay que dar gracias porque hemos experimentado el cuidado y la protección del Señor en medio de los valles de sombra de muerte por los que hemos transitado en esta temporada. Hay que dar gracias porque hemos aprendido en esta temporada que la expresión “gam ki eléch begey tsalmawet” (aunque ande en valle de sombra de muerte) trasciende a nuestra muerte para cubrir las “mudanzas” a la eternidad de aquellos que amamos.
Hay que dar gracias porque hemos aprendido en esta temporada como en ninguna otra, que no es la realidad objetiva de la muerte la que trae esas tinieblas sobre nosotros. Hemos aprendido que esas sombras provienen del conocimiento que tenemos como seres humanos de que en algún momento vamos a morir.[2] Por lo tanto, sabiendo esto, esos valles pierden su fuerza y su capacidad para anquilosarnos ya que también sabemos que Cristo Jesús venció la muerte y nos ha garantizado la resurrección. Hay que dar gracias porque eso establece la confianza perfecta ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque la temporada provocada por el COVID-19 nos ha permitido experimentar la cercanía del Señor como nunca antes. Es por esto que no tememos mal alguno, porque el Señor está con nosotros. ¡Hay que dar gracias porque eso establece la protección perfecta!
Hay que dar gracias porque Cristo Jesús enfrentó la muerte por nosotros; la muerte y todas sus sombras. Es por eso que lo que nos toca enfrentar en esos valles que describe el salmista es la sombra de la muerte; porque Cristo venció la muerte y ella ya no nos puede derrotar. ¡Hay que dar gracias porque la muerte ha sido sorbida en victoria! Hay que dar gracias porque Él, el Vencedor de la muerte, está con nosotros y esa es la compañía perfecta. Hay que dar gracias porque esos valles han transformado la visión de muchos provocando que puedan hablar con el Señor como nunca antes lo habían hecho. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias por esa vara y por ese cayado que nos capacitan para cruzar lugares peligrosos y no tener miedo de nada (TLA). Hay que dar gracias porque esos valles siempre son escenarios para experimentar el aliento que da el Señor. Ese aliento y esa ayuda son la defensa y la ayuda perfecta. Hay que dar gracias porque hemos comprobado que esa vara y ese cayado demuestran que Dios está en el control del mundo y que el mundo no está dando vueltas sobre su eje sin control; hacia un caos.
¡Hay que dar gracias porque esta es la motivación perfecta!
Hay que dar gracias porque como decía Harry Emerson Fosdick, hemos comprobado que estas crisis deben ser enfrentadas como un reto para ser fortalecidos y no como una ocasión para el desaliento.[3]
Al final de esos valles y de esas crisis siempre hay una mesa aderezada, preparada por el Señor. Hay que dar gracias porque tenemos por seguro que en esa mesa siempre habrá unción fresca sobre nuestras cabezas.
Hay que dar gracias porque la expresión del Salmo 23 que describe esa mesa es una definición del banquete mesiánico que nos espera cuando Cristo venga buscar a Su Iglesia amada:
“
6 Y Jehová de los ejércitos hará en este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados.7 Y destruirá en este monte la cubierta con que están cubiertos todos los pueblos, y el velo que envuelve a todas las naciones.
8 Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho.” (Isa 25:6-8)
8 Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho.” (Isa 25:6-8)
Hay que dar gracias porque esa mesa es también un oasis en el que el Buen Pastor aprovecha para curarnos y sanarnos de todas las plagas y las infecciones con las que nos hemos contagiado en el camino. Hay que dar gracias porque la buena noticia es que el Buen Pastor posee antibióticos y antivirales en su saco pastoril; posee aceite para combatir la temporada de las moscas que nos atacan como ovejas del rebaño del Señor. Hay que dar gracias porque esa unción con aceite cancela los agravantes, esa unción cancela la locura, esa unción extirpa la propensión a la irritabilidad, a los desvelos y a la impaciencia. Esa unción provoca que la oveja desee volver a ser apacentada. Esa unción provoca que ella permita que el Buen Pastor la lleve a verdes pastos y a las aguas de reposo. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque como hemos señalado en otras reflexiones, el Buen Pastor decidió que Él aprovechó el COVID-19 para guardar todo su rebaño. Hay que admitir que la Iglesia estaba enferma. La Iglesia en general había estado alimentándose de forrajes contaminados, forrajes provistos por pastores irresponsables o por personas que no son pastores de ovejas.
Hemos dicho que las plagas y las infecciones que han atacado la Iglesia fueron desatadas por forrajes contaminados por personas que invitamos a aprovisionar el rebaño y llegaron con sus ropas contaminadas. Esas infecciones fueron desarrolladas por la permisibilidad y la inclinación de los rebaños a ir alimentarse y a saciar su sed en cualquier lugar que les pareciera adecuado.
Esto es, ovejas que no cuentan con la capacidad para discernir si esos pastos eran buenos.
La Iglesia de la posmodernidad poseía los síntomas de un rebaño enfermo y el Buen Pastor decidió apacentarla para curarla y limpiarla. ¡Hay que dar gracias porque esta es la unción perfecta!
Hay que dar gracias porque el Dueño de esa mesa consigue que nuestras copas rebosen con la presencia del Eterno. Hay que dar gracias porque esas copas rebosan con la gracia, la misericordia, la bondad, el poder, la santidad, la Palabra y la salvación de Dios. En esa mesa tomamos de la copa de la salvación (Sal 116:13) ¡Hay que dar gracias porque este es el gozo perfecto! Es por eso que podemos mirar hacia nuestro pasado con gratitud, hacia nuestro presente con alegría y hacia el futuro con esperanza. Es por eso que podemos mirar hacia nuestro interior con confianza y a nuestro alrededor con gracia y con misericordia. Podemos hacerlo porque una copa rebosante invita a la comunión, a la cancelación de las divisiones, de los conflictos y del mal uso de los dones que hemos recibido. ¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque podemos estar en el mismo medio de esos procesos que nos producen angustia, y encontrar que en ese mismo lugar Dios ha aderezado esa mesa celestial. Hay que dar gracias porque podemos llegar a esa mesa drenados, vacíos y sin fuerzas, sabiendo que allí seremos saciados, llenos y fortalecidos. Hay que dar gracias porque nuestras copas rebosantes se derraman sobre los muchos platos que traemos a la mesa. Hay que dar gracias porque todas estas bendiciones han sido definidas en un presente continuo: “aderezas,” “unges,” “está rebosando.”
Hay que dar gracias por la convicción que Dios ha puesto en el corazón de muchos a través de Su Santa Palabra. Dios ha prometido que el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestras vidas. Hay que dar gracias porque ese “bien” del Señor nos empodera (Éxo 1:17-21), nos permite ver la gloria del Señor (Éxo 33:17-23), nos convierte en testimonio para otros en medio de nuestros conflictos, provoca que otros se sienten en la mesa del Señor (Éxo 18:9-12), sacia de bien nuestras bocas, nos renueva, nos restaura y nos repara (Sal 103:5) y nos permite dormir confiados (Sal 4:6-8).
Hay que dar gracias porque ese bien es la manifestación de la benevolencia perfecta. Ese bien trae curación y salud, paz y seguridad con honor, cambiar la suerte de nuestro país y la reconstrucción que nos permitirá volver a ser como éramos antes de que llegara la crisis que enfrentamos. Hay que dar gracias porque el bien del Señor incluye la purificación de todos los pecados, el perdón de todas las maldades y rebeliones y beneficios y prosperidad de la mano de Dios. Hay que dar gracias porque el bien del Señor incluye ser motivo de alegría, de honor y de gloria para Dios ante todo el planeta y que haya cantos de fiesta de alegría y cantos de novios (Jer 33:6-11).
Hay que dar gracias porque podemos correr a ese bien; al pan, al vino y al aceite. ¡Hay que dar gracias! Hay que dar gracias porque podemos correr al cuerpo molido de Cristo, a su sangre y al aceite (Jer 31:12). Hay que dar gracias porque ese pan es también un símbolo de la Palabra que Dios nos ha regalado. Hay dar gracias porque ese vino es símbolo de la comunión que tenemos con Dios. Hay que dar gracias porque ese aceite es símbolo del carácter que Dios forma en aquellos que le buscan de veras (Mat 25:1-13), de la capacidad para estar preparados para el regreso del Amado Salvador.
Hay que dar gracias porque correr al aceite es correr a la capacidad de que las lámparas estén siempre encendidas (Éxo 27:20), y que nuestros rostros puedan brillar delante de del Señor (Sal 104:15).
¡Hay que dar gracias!
Hay que dar gracias porque el Señor nos ha sostenido durante todo este año. Hay que dar gracias porque Dios no ha faltado a ninguna de Sus promesas. Hay que dar gracias porque no ha faltado el pan ni el agua, ni el techo. Hay que dar gracias porque no han faltado las oportunidades para levantar la alabanza ni para doblar nuestras rodillas ante el Eterno.
Hay que dar gracias porque este año ha sido uno inolvidable, un año que ha marcado la historia de todos los seres humanos en todo el planeta. Hay que dar gracias porque todo lo que ha sucedido en este año ha comprobado que el COVID-19 no es el soberano de la tierra; este virus también ha de pasar. Nuestro Dios reina y Su reino es inconmovible. Por lo tanto, hagamos nuestras las palabras del escritor de la Carta a Los Hebreos:
“
28 El reino que Dios nos da, no puede ser movido. Demos gracias por esto, y adoremos a Dios con la devoción y reverencia que le agradan. 29 Porque nuestro Dios es como un fuego que todo lo consume.” (Heb 12:28-29, DHH)
Hay que dar gracias porque cuando la vida termina en este lado del río, tenemos la certeza de que el Buen Pastor, el que dio su vida por nosotros, nos está esperando con sus brazos abiertos. Hay que dar gracias porque estaremos juntos con Él por toda la eternidad. ¡Hay que dar gracias!
Referencias:
[1] https://www.jewishvirtuallibrary.org/natan-anatoly-sharansky.
[2] Kushner, Harold S.. The Lord Is My Shepherd (p. 86). Knopf Doubleday Publishing Group. Kindle Edition.
[3] Fosdick, Harry Emerson. 1918. The Challenge of the Present Crisis. New York: Association Press (Traducción libre)
[1] https://www.jewishvirtuallibrary.org/natan-anatoly-sharansky.
[2] Kushner, Harold S.. The Lord Is My Shepherd (p. 86). Knopf Doubleday Publishing Group. Kindle Edition.
[3] Fosdick, Harry Emerson. 1918. The Challenge of the Present Crisis. New York: Association Press (Traducción libre)
Colaboradores:
Reflexión pastoral: Rev. Mizraim Esquilín-García, PhD. / Pastor de Comunicaciones: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr. / Webmaster: Hno. Abner García / Social-Media : Hna. Frances González / Montaje reflexión-web/curadora Heraldo Digital Institucional-WordPress: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria / Diseñadora El Heraldo Institucional Edición Impresa Interactiva en InDesign CC: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria / Fotografías gratuitas: Recuperadas de Unsplash.com por: Ben White. Imagen editada en Photoshop CC: Dra. Eunice Esquilín López – voluntaria 29 de noviembre del 2020.
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AUTOR: MIZRAIM ESQUILIN GARCIA
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