Reflexiones de Esperanza: La señal del Pesebre

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…y hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” (Lcs 2:12b)

Sin duda alguna que esta temporada navideña ha sido una de las más esperadas en los últimos 100 años. El planeta entero ha estado bajo las tensiones y las crisis provocadas por la pandemia que trajo consigo el virus llamado SARS-Cov-2 y la enfermedad llamada COVID-19.  La necesidad de una temporada de esparcimiento y solaz, para poder compartir con aquellos a quienes amamos, fue creciendo con el paso de todos los meses que ha durado esta pandemia. ¡Ha llegado la navidad!

Los creyentes en Cristo sabemos que no existe una temporada de fiesta más significativa que la navidad. Tal y como decía el siempre recordado Dr. Cecilio Arrastía, la navidad es la irrupción de la vertical divina en la horizontal humana. Es el cielo invadiendo nuestra historia con un mensaje de salvación, de fe y de esperanza. Es el orden celestial irrumpiendo en el caos de la humanidad para regalarnos la gracia salvadora, para abrir nuestros corazones a la oportunidad de ser transformados, como individuos y como sociedad. Es el amor y la gracia de Dios diciendo que hay esperanza para la humanidad en el Niño que hemos hallado acostado en un pesebre.

No existen muchas fiestas en todo el planeta que puedan ser capaces de satisfacer las necesidades humanas provocadas por este virus durante los últimos nueve (9) meses. Sin embargo, el ambiente y el contexto en el que se desarrolló el nacimiento del Niño Dios presentan un modelo ideal e insuperable para hablarle a una humanidad saturada de ansiedades, de necesidades, de pesares, de preguntas sin contestar y de desesperanza.
El nacimiento del Niño Dios le provee otra dimensión óptica-espiritual y existencial al ser humano. Oswald Chambers decía que por esa y por muchas otras razones, ese nacimiento provocaba una infinidad de preguntas. Para entender a Chambers basta considerar que el Niño Dios nace en la historia, pero no está subordinado a ella porque es el Señor de la historia. Ese Niño pertenece a la humanidad, pero ésta no lo produce porque el Niño nace pero el Hijo tiene que ser dado (Isa 11:6). Él nace en este mundo, pero no es de este mundo y que no es un hombre que llega a ser Dios sino que es Dios que se encarna en un hombre. En otras palabras, que el Niño del pesebre no es un avatar que va al cielo y regresa a convencernos, sino que es la Palabra viva de Dios que se encarna en el vientre de la virgen María a causa de la Gracia.

Desde esas perspectivas, podemos decir que el pesebre está rodeado de misterios insondables e inescrutables para la mente finita que poseemos nosotros los mortales. De primera intención, el pesebre es un misterio de Gracia. Para llegar a esta conclusión basta considerar que el pesebre hace que los ángeles desciendan del cielo, que los reyes de la tierra vengan a humillarse en la tierra de pastores y que decidan cambiar su ruta luego de llegar al niño del pesebre, obedeciendo a Dios y no a las estrellas. Ellos deciden renunciar a la dirección de las estrellas y buscan al Creador de ellas. Solo la gracia puede explicar esto. El cosmos se agita y decide romper su monotonía para contar las Glorias de Dios; es el anuncio de que el proyecto de la reconciliación del ser humano con Dios ya está en acción. Es un misterio de la Gracia porque Dios se hace hombre (Filip 2:5-11) y se hace accesible.

En segundo lugar, el pesebre es un misterio del poder de Dios. Sí, es un lugar en el que lo divino se hace humano. Es un lugar en el que una concepción virginal adelanta el futuro que solo podrá ser emulado por la ciencia 2 mil años más tarde. Es el poder que declara Paz en la Tierra y Gloria en las Alturas. Es tan poderoso ese nacimiento que el diablo no pudo aparecer en escena. Siempre vemos al enemigo acechando a Jesús (intentando destruirlo desde entonces), pero no pudo con esta escena, no pudo con María, no pudo evitar que Juan el Bautista danzara en el vientre de Elizabeth. Es demasiada manifestación del poder de Dios para que pudiera ser soportada. Además, el pesebre es un misterio del poder de Dios porque ese poder nos hace hijos de Dios.

En tercer lugar, el pesebre es un misterio que anticipa eternidad. Basta considerar que el concierto eternal comienza a ensamblarse para la celebración de las bodas del Cordero. Los ángeles incluyen la paz de la tierra como razones para cantar. Lo que dice esa canción, la que cantan los ángeles (Lcs 2:13-14),  nos “obliga” a adorar y a hacerlo en el poder de la adoración.
Es un misterio que anticipa la eternidad porque nos habla del carácter Paternal de Dios, de la posición de ser hijos de Dios con todos los privilegios y todas las responsabilidades; las demostraciones de cariño y de amor que debemos ofrecer al Eterno. En un paréntesis pastoral, podemos entonces señalar que venir una vez a la semana a la casa del Padre, es poner a Dios a dieta de los abrazos y los besos que Él anhela recibir de sus hijos en Su casa. Cuando venimos a Su casa, no debemos venir a preguntar por lo que nos toca. Tan solo debemos preguntar por Él. Considere que sus ángeles cantan mejor, pero ninguno de ellos ha sido comprado a precio de sangre. El pesebre anticipa que nos podemos deslizar en los lugares íntimos del corazón de Papá. Es una invitación a deslizarse desde la recámara de Dios a la cocina del Padre.

Ese pesebre es un misterio que anticipa la eternidad, porque en él se recibe con gozo y alegría la adoración y la alabanza de los pastores junto a la de los ángeles. Se trata de esa adoración que nos lleva a un plano más alto donde se experimentan cambios de perspectivas. El pesebre enseña esto, por eso sabe a eternidad; los pastores saborearon esto. Esa adoración les ayudó a llegar a un lugar al que satanás no tenía acceso. Es un nivel adoración vestido de gratitud y de alegría. Aquellos que adoran así rompen el alabastro de perfume tal y como lo hizo María en Juan 12.

El pesebre es un misterio de Gracia, es un misterio del poder de Dios y es un misterio que anticipa la eternidad.

El pesebre es también una señal: “Esto os servirá de señal:” (Lcs 2:12a).

Es de todos conocido que hay cuevas en la región de Belén que sirvieron como establos durante muchos siglos. Estas cuevas estaban divididas en dos secciones. La sección superior de estas servía como residencia para el pastor y su familia. La aparte de abajo era donde se guardaban los animales. Hay que señalar que estas grutas son muy frías y poco hospitalarias. No obstante, estas le proveían al pastor y a su familia un sitio seguro en el que podían vivir aun en medio de las temporadas más difíciles que pudieran encontrar en la vida. En ellas siempre había un pesebre.

Desde esta perspectiva el pesebre era una herramienta que se utilizaba para alimentar y mantener los recursos que se usaban para trabajar, para comer y para proveer abrigo (lana) para el hogar.

La vida de todos los seres humanos en el planeta ha sido re-arreglada por el COVID-19. Este impacto ha sido tan trascendental que muchos hogares parecen haberse convertido en cuevas. Se trata de lugares que a veces han sido transformados en escenarios fríos e incómodos debido a los dolores, los temores, las ansiedades y las malas noticias que ha provocado esta pandemia. Se trata de hogares transformados en cuevas en los que nos hemos tenido que refugiar mientras esperamos que pase esta tempestad. Para la inmensa mayoría de los seres humanos, se trata de hogares en los que tratamos de proteger los pocos recursos con los que contamos.

El mensaje de la navidad incluye la bendición de poder hacer que Cristo repose sobre estas herramientas. Esa es la navidad: Emanuel. Dios con nosotros colocado sobre las herramientas que tenemos para continuar adelante en la vida.

Hay que reconocer que Jesucristo pudo haber nacido en un lugar espacioso, gozando de todas las comodidades que puede ofrecer la vida. Sin embargo, Él escogió nacer en una cueva y dormir en un pesebre. ¿Por qué hizo esto? Jesucristo escogió esto porque el pesebre es una señal: “Esto os servirá de señal” (Lcs 2:12a). La Biblia dice que los pastores de Belén habían recibido esa noticia de parte de los ángeles. No era común encontrar un bebé acostado en ese tipo de recipiente. Ver a un niño acostado sobre un pesebre les garantizaba que habían llegado al sitio correcto.

El pesebre era además otra clase de señal. El pesebre en el que Jesús fue acostado no impidió las barbaridades que produjo el rey Herodes un poco más tarde (Mat 2:16). El pesebre de las grutas de Belén no eliminó el llanto de las voces de muchas madres que perdieron a sus hijos un poco más tarde; aquello que la Biblia llama el llanto de Raquel que se escuchó en Ramá llorando por sus hijos (Mat 2:18). El pesebre es una señal que responde a una pregunta constante: en dónde está Dios cuando sufrimos y experimentamos el dolor. El pesebre como señal nos dice que Dios es el Emanuel: Dios está con nosotros.

O sea, que el pesebre no es una señal que apunta a la cancelación de los dolores, de las pruebas, de las angustias y de las tragedias que podemos experimentar en la vida. El pesebre es un testimonio que identifica en dónde está Dios cuando estas cosas acontecen. Dios está con nosotros.

Recordemos que el pesebre no es el producto de una invención divina. El pesebre es una construcción humana, un recurso humano, nuestro, diseñado para resolver las necesidades que se presentan en medio de las crisis, de los tiempos fríos, oscuros, de tiempos peligrosos y promotores de ansiedades y de temor. Jesucristo es colocado encima de esa invención humana. Jesucristo es colocado encima de nuestros pesebres, encima de los remedios caseros que construimos para resolver las necesidades que surgen en nuestras cuevas. Este es uno de los mensajes más poderoso de la navidad: que aprendamos a colocar a Cristo sobre nuestros pesebres.

El pesebre como una señal nos recuerda que Jesucristo quiere estar colocado encima de esas  herramientas que utilizamos para alimentarnos, para darle mantenimiento a los nuestros. Jesucristo quiere estar sobre los recursos que utilizamos para trabajar, para poder comer y para proveer abrigo a los nuestros (lana).

El pesebre es además una señal inequívoca del plan de salvación; plan que se inicia en su fase humana con la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios. Hay que afirmar que la necesidad más grande que tenía el ser humano es la necesidad de reconciliarse con su Creador. El pecado rompió nuestra comunión con Dios y necesitábamos un Salvador.

Hemos señalado en otras ocasiones, que si nuestra necesidad más grande hubiera sido la necesidad de información, Dios habría enviado un buen reportero. Si nuestra necesidad más grande hubiera sido la educación, Dios habría enviado un educador. Si nuestra necesidad más grande hubiera sido la tecnología, Dios habría enviado un científico. Si nuestra necesidad más grande hubiera sido el dinero, Dios habría enviado un economista. Si nuestra necesidad más grande hubiera sido el placer, Dios habría enviado un artista a entretenernos. Sin embargo, nuestra necesidad más grande es el perdón y es por eso que nos mandaron al Salvador: Jesucristo el Señor.

Hemos señalado en otras ocasiones que si pudiéramos comprar la salvación, solo los ricos se salvarían o Dios habría hecho lo indecible para darnos riquezas para que la pudiéramos adquirir. Si la salvación se pudiera conseguir con una buena moral, solo la gente moralmente buena se salvaría. Si la salvación se pudiera conseguir con fama, solo los famosos se salvarían. Si la salvación se pudiera adquirir con acciones religiosas, solo los religiosos se salvarían.
La salvación del ser humano requería un sacrificio, que alguien justo y santo ocupara nuestro lugar y se sacrificara por nosotros. Solo así podíamos ser perdonados por Dios. Solo así podíamos recuperar la comunión con el Padre Celestial; que Él nos pudiera perdonar.

Esta es otra razón de peso para explicar por qué el pesebre es una señal. La Biblia dice en el Evangelio de Juan que el plan de salvación opera en base a la encarnación del Verbo de Dios. El Verbo de Dios tenía que encarnarse para dejarnos conocer la gloria del Padre:

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14 Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad. (Jn 1:14, DHH)

Los pastores de Belén encontraron a Aquél que es la Palabra acostado en el pesebre. Los pastores de Belén encontraron al Verbo de Dios acostado en un pesebre. Como dice la versión Palabra de Dios para Todos: “La Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros, lleno de generoso amor y verdad. Vimos su esplendor, ese esplendor que pertenece al Hijo único del Padre.”

El pesebre es una señal que afirma que Aquel que es la Palabra, Aquel que creó al mundo, aunque el mundo no le reconoció (Jn 1:10), se había encarnado. Los pastores lo hallaron acostado sobre una de sus herramientas. La Palabra Viva en medio del hogar, sobre nuestros recursos y sobre nuestras herramientas. La Palabra Viva dejándonos conocer la gloria del Padre en el mismo seno de nuestros hogares.

Esa es una de las señales de la navidad: el mensaje que proclama encontrar la Palabra que creó el mundo acostada sobre una herramienta en la cueva en la que residía un pastor.

Ese mensaje no ha pasado de moda. Es cierto que nuestras cuevas se han hecho estrechas en esta pandemia. Los seres humanos llevábamos cerca de 100 años sin vernos obligados a pasar tanto tiempo en una cueva. Hay que admitir que nuestras cuevas a veces parecen establos, mesones, provocados por la incongruencia y la incertidumbre que ha generado el COVID-19. Hay que admitir que no somos pocos los que hemos tenido que aprender a hacer “milagros” con los recursos que tenemos; nuestros pesebres.

La buena noticia es que la Palabra de Dios, el Verbo encarnado, el Hijo de Dios, continúa buscando hogares que le permitan colocarse sobre nuestros pesebres.

José y María llegaron a esa cueva luego de haber sido rechazados por las estructuras sociales de su época. La Virgen y el Carpintero no llegaron a esa cueva, a ese mesón, de manera voluntaria. Es obvio que ellos no querían algo así. Las circunstancias los obligaron a aceptar esa situación y no tuvieron más remedio que trabajar con los recursos que tenían disponibles.

Dios les tenía preparada una sorpresa. La vida de estos nuevos padres cambiaría para siempre. La mano de Dios no les hizo provisión para hacer subir de categoría (“upgrade”) esa cueva. El plan de Dios consistió en colocar en esa cueva, en ese pesebre, al Salvador del mundo. Eso provocó algo más grande que un “upgrade” para esa familia.

El tiempo del alumbramiento de la Virgen era uno de grandes crisis y tensiones, pero la llegada del Salvador cambió las ecuaciones y los resultados. Desde entonces, el pesebre y el mesón de la navidad se convirtieron en señales de felicidad, de paz y de bendición divina.

Sabemos que hay muchos identificándose con estas aseveraciones. No fuimos nosotros los que decidimos que queríamos un año como el que hemos tenido. No obstante la propuesta que recibimos hoy desde el cielo es la misma que Dios le propuso a María y a José: permitir que Jesús, que la Palabra de Vida, que el Verbo encarnado, esté colocado sobre las herramientas con las que contamos para vencer esta temporada de crisis.

Es muy interesante que la tradición ha decidido que todo esto ocurrió a punto de cerrar el año; en la fecha escogida para que celebremos la navidad. Es muy probable que esta no sea la fecha correcta del nacimiento de Jesucristo. Pero lo que sí es correcto es que cualquier fecha es buena para permitir que el plan de Dios se cumpla entre nosotros y entre los nuestros. En realidad, no es importante conocer si Cristo nació en Diciembre o si nació en Abril. Lo que es importante es que Él decidió encarnarse para darnos salvación, darnos esperanza y para darnos vida abundante.

Ahora bien, es gratificante pensar que Dios nos esté invitando a cerrar el año transformando nuestras noticias. Se trata de poder cerrar un año complicado y difícil con la buena noticia, con las buenas nuevas de salvación. Se trata de cerrar el año con una noticia que cambia el tema de nuestras conversaciones, nos llena de alegría y de gozo, pone canción en nuestros labios y nos permite recibir un bautismo de esperanza. Se trata de hacerlo en la navidad.

El pesebre es también una señal porque identifica algo muy especial en el lugar en el que los pastores encontraron al Niño. Los pastores encontraron que allí estaba acostada la luz del mundo. Los pastores encontraron que allí estaba acostado Aquel que hizo toda la creación. Veamos lo que dice la Palabra de Dios acerca de esto:

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3 Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. 4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 5 La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.  (Jn 1:3-5)

Todo se hizo por aquel que es la Palabra;  sin él, nada se habría hecho.4 En él estaba la vida, y esa vida era la luz de los seres humanos. 5 La Luz brilla en la oscuridad, y la oscuridad no ha podido contra ella. (PDT)

El conocimiento de estas verdades Escriturales nos conducen a unas conclusiones. La primera es que cuando María y José colocaron al Niño Dios sobre el pesebre, estaban colocando allí el poder Creador. El Niño del Pesebre es el Creador de todo lo que existe (Heb 1:1-4; Apoc 4:12). La segunda es que al hacerlo estaban colocando allí la vida misma, al dador de la vida (Jn 14:6), a Aquél que hace nacer la vida. En tercer lugar, al hacerlo estaban colocando allí a la luz del mundo (Jn 8:12). En cuarto lugar, que estaban colocando allí la cancelación de la oscuridad. La oscuridad no podría extinguir esa luz: ¡jamás!

Dios nos ofrece hoy esa misma oportunidad. Sabemos que luchamos hoy contra un fuerte sentido de impotencia y de incapacidad para poder conseguir que las cosas ocurran. Reconocemos que son muchos los que se sienten amilanados ante la muerte de muchos seres que amamos. No soslayamos el hecho de que un manto de oscuridad espiritual, emocional, mental y anímico se ha querido apoderar del planeta. No obstante, tal y como le sucedió a María y a José, el Creador de todo lo que existe quiere ocupar el centro de nuestro hogar. Los dolores y terrores provocados por el valle de sombra de muerte pueden ser cancelados por el Buen Pastor, por el Dador de la Vida. La Luz del mundo quiere iluminar nuestras vidas y el recinto que llamamos hogar. La oscuridad que nos asedia y amenaza será cancelada por Jesucristo.

La Biblia dice que los pastores llegaron a la cueva en la que María y José se encontraban con el Niño Dios. La vida de ellos cambió desde ese instante. Ellos no se quedaron en la fase de escuchar el mensaje. Ellos decidieron ir a encontrarse con Jesús. Al hacerlo, no había otra cosa que hacer: había que testificar de lo que habían visto, y escuchado. Los pastores tenían que glorificar y alabar a Dios (Lcs 2:16-20). Eso es lo que provoca la verdadera navidad.

Esta es la invitación final que nos hace el Señor en la navidad: que podamos ir a encontrarnos con Jesús; que podamos ser canales de bendición y de esperanza para muchos que la han perdido en el camino. Después de todo, tan solo se trata de abrazar las propuestas que nos ha hecho Dios; aceptar a Jesucristo como el Señor en el centro de nuestro hogar. De esta manera, aquellos que nos puedan ver, encontrarán a Jesucristo acostado sobre las herramientas esenciales de nuestras vidas, y sentado en el trono de nuestros corazones. Esto les llevará a testificar, a alabar y a glorificar a Dios.

Resuenan las palabras del profeta Isaías:

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6 Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. (Isa 9:6)

Los pastores llegaron en la navidad a la cueva en la que se encontraban María y José. Al llegar a ese lugar se encontraron con un pesebre en el que estaba acostado el Dios Invencible, al Admirable en sus planes, al Consejero, al Padre eterno y al Príncipe de paz. Es nuestra oración que aquellos con quienes vas a compartir esta navidad puedan encontrar en tu hogar la misma buena noticia.

¡Feliz Navidad!

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