March 31st, 2021
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La última cláusula del verso 15 del Salmo 91 trasciende el tiempo y el espacio del escritor de este salmo. No solo eso, sino que también trasciende el tiempo y el espacio de todos los creyentes. Esta cláusula, que posee valores y alcances multifactoriales y multi-generacionales, es además una descripción del mensaje central del Evangelio. La cláusula final de ese verso alcanza la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor y Salvador.
Esta es la cláusula a la que hacemos referencia:
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El concepto que se traduce aquí como “glorificar” (“kâbôd”, H3519) es sinónimo de honra, de exaltar, de rodear de esplendor. ¿Cómo podemos llegar a la conclusión de que el Padre libró y glorificó a Jesucristo? La lectura de un pasaje que encontramos en el Evangelio de Juan nos puede ayudar a obtener la respuesta.
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Es muy interesante la información que este pasaje nos provee. Este pasaje dice que Jesús utiliza esta oportunidad para insertar el mensaje de la necesidad de su muerte en la Cruz (v. 33). Para esto, ha echado mano de la metáfora de la muerte del grano de trigo (v.24). Además, echó mano de la necesidad de poder ser levantado en alto, o sea en la Cruz, para atraer a la humanidad a sí mismo (v. 32). Esas acciones producirían la derrota del príncipe de este mundo: Satanás (v. 31).
Jesús le hace saber a los que estaban escuchando que para “esa hora”, para ese sacrificio es que Él había venido al mundo (v. 27). Reiteramos que Juan nos deja saber, con comentarios editoriales, que todo esto comunicaba el mensaje de la muerte de Cristo Jesús en la Cruz del Calvario (v.33).
La importancia de este diálogo, y su pertinencia con lo que dice el verso 15 del Salmo 91 estriba en una pregunta que Cristo inserta en el mismo y en la respuesta que Él mismo se da:
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Jesús estaba preguntando en voz alta si sería correcto que Él pudiera ser eximido de los dolores provocados por la Cruz y por el proceso de cargar allí nuestros pecados. Él reconocía que todo esto traía turbación a su alma (“tarassō”, G5015) a su alma. Esto es, provocaría una gran aflicción, una gran perturbación y un alboroto.[1] Aun así, Jesús les hace saber que no podía rehuir el propósito para el que había sido enviado al mundo. No olvidemos que es en el Evangelio de Juan que Cristo es presentado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:28-31).
Veamos el intercambio del capítulo 12 del Evangelio de Juan en otra versión bíblica:
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Es entonces que Cristo le pide al Padre celestial que le diera gloria a su propio nombre. La respuesta celestial no se hizo esperar: “Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (v. 28).
Hay que compartir una información exegética que nos ayudará a entender el significado de esa frase. Jesucristo posee el nombre de Dios. Él es la encarnación de la Palabra de Dios y el que posee el nombre que es sobre todo nombre (Fil 2:5-11). O sea, que Cristo pudo estar pidiendo al Padre que le diera gloria a su propio nombre, pero el Padre respondió diciendo que glorificaría al Hijo.
Esta respuesta es cónsona con la petición que Cristo realiza en medio de la oración de intercesión que Él levanta en el huerto la noche antes de ser entregado para ser crucificado:
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En otras palabras, la respuesta del Padre es que el Hijo pasaría por los procesos de las angustias, de la pasión y la muerte en el Calvario, pero que el Padre cumpliría en Él las promesas que aparecen en el verso 15 del Salmo 91.
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El Hijo invocó al Padre la noche antes de su pasión y de su muerte y el Padre le respondió. El Hijo invocó al Padre desde la Cruz y el Padre le respondió. El Dr. Cecilio Arrastía decía que nadie que puede decir “Dios mío, Dios mío” puede estar lejos de Dios (Mat 27:46; Mcs 15:34). O sea, que de alguna manera Dios estaba presente con Cristo en medio de sus angustias.
La relación de la muerte y la resurrección de Cristo con la última parte del verso 15 del Salmo 91 no necesita de muchas explicaciones. El escritor del Libro de Los Hechos nos permite conocer qué fue lo que el Padre hizo a este respecto:
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Examinemos los detalles de las cláusulas del verso 15 del salmo que estamos analizando procurando encontrar lo escenarios bíblicos en los que estas se cumplen en la vida y la muerte de Cristo.
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El propósito central de Cristo en el Calvario fue poder ofrecerle al Padre algo que ningún otro ser humano podía ofrecer. San Anselmo[2],[3] decía que ningún miembro de la raza humana, con la excepción de Cristo, podía ofrecerle a Dios, mediante su muerte, cosa alguna que esa persona fuese a perder como cuestión de necesidad. Él decía que tampoco ha existido un ser humano, con la excepción de Cristo, que pudiera pagarle a Dios una deuda que no tuviese. Esto es, en Cristo no hubo pecado, por lo tanto no se le podía aplicar la sentencia de que la paga del pecado es la muerte (Rom 6:23a). Cristo va a la Cruz y su sacrificio, su sangre, establece un diálogo con Dios, una invocación con la que le dice al Padre que Él está ofreciendo algo que nunca tendría la necesidad de perder (Él es la vida; Jn 14:6) y Él pagaría una deuda que Él no debía. No era un sacrificio por compulsión, ni por deuda, sino por amor. El Padre escuchó y le respondió. La respuesta del Padre es que hemos sido perdonados y hechos hijos de Dios.
Al mismo tiempo, Cristo invocó al Padre en la Cruz pidiendo el perdón de los pecados de aquellos que lo traspasaron (Lcs 23:34), garantizando la entrada al paraíso de un recién convertido (Lcs 23:41), declarando que Él se había convertido en pecado por nosotros en la Cruz del Monte Calvario (2 Cor 5:21). Esto sucede cuando Cristo grita “Eli Eli lama sabactani” (Mat 27:46). Cristo invoca al Padre diciendo que su tarea salvífica se había consumado a la perfección (Jn 19:30) y que entregaba su espíritu en las manos del Padre (Lcs 23:46). El Padre escuchó y respondió. El Padre nos convirtió en justicia suya, recibió el sacrificio vicario del Hijo, la muerte sustituta y aceptó el espíritu del Hijo.
Las angustias que Jesús sufrió en la Cruz del Calvario son inenarrables. El profeta Isaías lo describió así en la profecía acerca de los dolores que sufriría nuestro Salvador:
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Todo este sufrimiento fue encarnado en Cristo Jesús durante su pasión, su muerte en la Cruz y su resurrección. Estas descripciones del dolor que sufriría el Señor fueron presentadas por este Profeta siglos antes de que esto ocurriera. O sea, que el Padre ya había visto el dolor que experimentaría el Hijo de Dios en la Cruz del Calvario. El Hijo de Dios también lo sabía. Este dolor sería tan avasallador, capaz de hacer que Jesús rindiera la vida misma, que muchos creen que fue esto lo que le llevó a decir lo siguiente en tres ocasiones distintas:
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Compartimos lo siguiente acerca de estas expresiones en la Edición de El Heraldo del 5 de abril del 2009:
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El análisis de los textos griegos nos ofrece la posibilidad de otra traducción para la frase “pasa de mi esta copa.” Una posible traducción puede ser esta: “que llegue rápido o pase rápido.” O sea, que no es que se haya debilitado o acobardado; su visión no ha cambiado. Es por eso que puede llamar a Dios “Padre mío…” Jesús sale de Getsemaní con una resolución indómita. Es esta la predicación del carácter de nuestro Salvador de cara a su muerte.” [5]
Estas aseveraciones nos llevan a la conclusión de que el dolor que sufría Jesús era provocado porque la copa que Él tenía que tomar era la copa del juicio de Dios. Él quería hacerlo con celeridad. La buena noticia es que Jesús tomó esa copa por nosotros.
Es importante que los lectores destaquen en esta cita todas las ocasiones en las que mencionamos que Jesús estaba hablando con el Padre Celestial. O sea, que el Padre estaba presente en medio de las angustias que Jesús estaba sufriendo.
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El cumplimiento de esta cláusula lo vemos en el poder desatado para la resurrección de Cristo.
Ciertamente el Evangelio de Juan dice que Jesús se resucitó a sí mismo (Jn 10:18). En cambio, el libro de Los Hechos dice que el Padre resucitó a Jesús (Hch 2:32; 4:10), mientras que la carta que el Apóstol Pablo le escribe a la Iglesia en Roma dice que fue el Espíritu Santo el que hizo esto (Rom 8:11). Sabiendo que este es el misterio de la Trinidad en acción, no nos queda otra avenida que la que nos lleva a concluir que la resurrección es la acción de liberación que la Trinidad opera en Jesús.
Luego de esto se desarrolló el proceso de glorificarle, de honrarle, de exaltar al segundo Adán. La Biblia está llena de pasajes que confirman esto. Ya hemos visto lo que dice el capítulo 3 del libro de Los Hechos: “el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús”(Hch 3:13b). También hemos visto lo que dice el Apóstol Pablo en su carta a los Filipenses:
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Además, tenemos disponible otro ejemplo de esto en la Primera Carta del Apóstol Pablo a uno de sus discípulos llamado Timoteo:
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Estos datos demuestran que el verso 15 del Salmo 91 posee algo más que un mensaje de esperanza para todos aquellos que atravesamos por los valles del dolor. Estos versos poseen unos ribetes proféticos que apuntan a la victoria de Cristo en la Cruz.
15 Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré. (Salmo 91:15)
La última cláusula del verso 15 del Salmo 91 trasciende el tiempo y el espacio del escritor de este salmo. No solo eso, sino que también trasciende el tiempo y el espacio de todos los creyentes. Esta cláusula, que posee valores y alcances multifactoriales y multi-generacionales, es además una descripción del mensaje central del Evangelio. La cláusula final de ese verso alcanza la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor y Salvador.
Esta es la cláusula a la que hacemos referencia:
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Lo libraré y le glorificaré. (Salmo 91:15c)
El concepto que se traduce aquí como “glorificar” (“kâbôd”, H3519) es sinónimo de honra, de exaltar, de rodear de esplendor. ¿Cómo podemos llegar a la conclusión de que el Padre libró y glorificó a Jesucristo? La lectura de un pasaje que encontramos en el Evangelio de Juan nos puede ayudar a obtener la respuesta.
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24 De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. 25 El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. 26 Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. 27 Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. 28 Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. 29 Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. 30 Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros. 31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. 32 Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. 33 Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir. (Juan 12:24-33)
Es muy interesante la información que este pasaje nos provee. Este pasaje dice que Jesús utiliza esta oportunidad para insertar el mensaje de la necesidad de su muerte en la Cruz (v. 33). Para esto, ha echado mano de la metáfora de la muerte del grano de trigo (v.24). Además, echó mano de la necesidad de poder ser levantado en alto, o sea en la Cruz, para atraer a la humanidad a sí mismo (v. 32). Esas acciones producirían la derrota del príncipe de este mundo: Satanás (v. 31).
Jesús le hace saber a los que estaban escuchando que para “esa hora”, para ese sacrificio es que Él había venido al mundo (v. 27). Reiteramos que Juan nos deja saber, con comentarios editoriales, que todo esto comunicaba el mensaje de la muerte de Cristo Jesús en la Cruz del Calvario (v.33).
La importancia de este diálogo, y su pertinencia con lo que dice el verso 15 del Salmo 91 estriba en una pregunta que Cristo inserta en el mismo y en la respuesta que Él mismo se da:
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…¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. 28 Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. (Juan 12:27b-28)
Jesús estaba preguntando en voz alta si sería correcto que Él pudiera ser eximido de los dolores provocados por la Cruz y por el proceso de cargar allí nuestros pecados. Él reconocía que todo esto traía turbación a su alma (“tarassō”, G5015) a su alma. Esto es, provocaría una gran aflicción, una gran perturbación y un alboroto.[1] Aun así, Jesús les hace saber que no podía rehuir el propósito para el que había sido enviado al mundo. No olvidemos que es en el Evangelio de Juan que Cristo es presentado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:28-31).
Veamos el intercambio del capítulo 12 del Evangelio de Juan en otra versión bíblica:
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27Ahora estoy muy angustiado y no sé qué decir. ¿Qué podría decir? ¿Diré: “Padre, sálvame de esta hora de sufrimiento”? ¡Pero si para eso vine, a sufrir! (Juan 12:27, PDT)
Es entonces que Cristo le pide al Padre celestial que le diera gloria a su propio nombre. La respuesta celestial no se hizo esperar: “Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (v. 28).
Hay que compartir una información exegética que nos ayudará a entender el significado de esa frase. Jesucristo posee el nombre de Dios. Él es la encarnación de la Palabra de Dios y el que posee el nombre que es sobre todo nombre (Fil 2:5-11). O sea, que Cristo pudo estar pidiendo al Padre que le diera gloria a su propio nombre, pero el Padre respondió diciendo que glorificaría al Hijo.
Esta respuesta es cónsona con la petición que Cristo realiza en medio de la oración de intercesión que Él levanta en el huerto la noche antes de ser entregado para ser crucificado:
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5 Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. 6 He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. 7 Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; 8 porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. (Juan 17:5-8)
En otras palabras, la respuesta del Padre es que el Hijo pasaría por los procesos de las angustias, de la pasión y la muerte en el Calvario, pero que el Padre cumpliría en Él las promesas que aparecen en el verso 15 del Salmo 91.
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15 Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré.
El Hijo invocó al Padre la noche antes de su pasión y de su muerte y el Padre le respondió. El Hijo invocó al Padre desde la Cruz y el Padre le respondió. El Dr. Cecilio Arrastía decía que nadie que puede decir “Dios mío, Dios mío” puede estar lejos de Dios (Mat 27:46; Mcs 15:34). O sea, que de alguna manera Dios estaba presente con Cristo en medio de sus angustias.
La relación de la muerte y la resurrección de Cristo con la última parte del verso 15 del Salmo 91 no necesita de muchas explicaciones. El escritor del Libro de Los Hechos nos permite conocer qué fue lo que el Padre hizo a este respecto:
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13 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. 14 Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, 15 y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. (Hechos 3:13-15)
Examinemos los detalles de las cláusulas del verso 15 del salmo que estamos analizando procurando encontrar lo escenarios bíblicos en los que estas se cumplen en la vida y la muerte de Cristo.
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15 Me invocará, y yo le responderé.
El propósito central de Cristo en el Calvario fue poder ofrecerle al Padre algo que ningún otro ser humano podía ofrecer. San Anselmo[2],[3] decía que ningún miembro de la raza humana, con la excepción de Cristo, podía ofrecerle a Dios, mediante su muerte, cosa alguna que esa persona fuese a perder como cuestión de necesidad. Él decía que tampoco ha existido un ser humano, con la excepción de Cristo, que pudiera pagarle a Dios una deuda que no tuviese. Esto es, en Cristo no hubo pecado, por lo tanto no se le podía aplicar la sentencia de que la paga del pecado es la muerte (Rom 6:23a). Cristo va a la Cruz y su sacrificio, su sangre, establece un diálogo con Dios, una invocación con la que le dice al Padre que Él está ofreciendo algo que nunca tendría la necesidad de perder (Él es la vida; Jn 14:6) y Él pagaría una deuda que Él no debía. No era un sacrificio por compulsión, ni por deuda, sino por amor. El Padre escuchó y le respondió. La respuesta del Padre es que hemos sido perdonados y hechos hijos de Dios.
Al mismo tiempo, Cristo invocó al Padre en la Cruz pidiendo el perdón de los pecados de aquellos que lo traspasaron (Lcs 23:34), garantizando la entrada al paraíso de un recién convertido (Lcs 23:41), declarando que Él se había convertido en pecado por nosotros en la Cruz del Monte Calvario (2 Cor 5:21). Esto sucede cuando Cristo grita “Eli Eli lama sabactani” (Mat 27:46). Cristo invoca al Padre diciendo que su tarea salvífica se había consumado a la perfección (Jn 19:30) y que entregaba su espíritu en las manos del Padre (Lcs 23:46). El Padre escuchó y respondió. El Padre nos convirtió en justicia suya, recibió el sacrificio vicario del Hijo, la muerte sustituta y aceptó el espíritu del Hijo.
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Con él estaré yo en la angustia;
Con él estaré yo en la angustia;
Las angustias que Jesús sufrió en la Cruz del Calvario son inenarrables. El profeta Isaías lo describió así en la profecía acerca de los dolores que sufriría nuestro Salvador:
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El Señor quiso que su siervo creciera como planta tierna que hunde sus raíces en la tierra seca. No tenía belleza ni esplendor, su aspecto no tenía nada atrayente; 3 los hombres lo despreciaban y lo rechazaban. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta. 4 Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado. 5 Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud. 6 Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros. 7 Fue maltratado, pero se sometió humildemente, y ni siquiera abrió la boca; lo llevaron como cordero al matadero, y él se quedó callado, sin abrir la boca, como una oveja cuando la trasquilan. 8 Se lo llevaron injustamente, y no hubo quien lo defendiera; nadie se preocupó de su destino. Lo arrancaron de esta tierra, le dieron muerte por los pecados de mi pueblo. 9 Lo enterraron al lado de hombres malvados, lo sepultaron con gente perversa, aunque nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca. 10 El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento. Y puesto que él se entregó en sacrificio por el pecado, tendrá larga vida y llegará a ver a sus descendientes; por medio de él tendrán éxito los planes del Señor. (Isaías 53:2-10, DHH)
Todo este sufrimiento fue encarnado en Cristo Jesús durante su pasión, su muerte en la Cruz y su resurrección. Estas descripciones del dolor que sufriría el Señor fueron presentadas por este Profeta siglos antes de que esto ocurriera. O sea, que el Padre ya había visto el dolor que experimentaría el Hijo de Dios en la Cruz del Calvario. El Hijo de Dios también lo sabía. Este dolor sería tan avasallador, capaz de hacer que Jesús rindiera la vida misma, que muchos creen que fue esto lo que le llevó a decir lo siguiente en tres ocasiones distintas:
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Padre mío, si es posible pasa de mi esta copa… (Mateo 26:36-44);
Compartimos lo siguiente acerca de estas expresiones en la Edición de El Heraldo del 5 de abril del 2009:
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De acuerdo con lo que nos ha enseñado B.B. Warfield[4] (“On the Emotional Life of our Lord”), sabemos que la copa que él [Cristo] no quiere tomar no es la del sufrimiento físico, la de la tortura, la de la angustia mental por la traición y la burla, ni la de la deserción. Jesús no se ha acobardado al final del camino. El testimonio de su valentía física y moral durante el ministerio es invencible y es ridículo pensar que ahora va a tener miedo del dolor, la agonía, del insulto o de la muerte. De hecho, analizando el texto sabemos que mucho antes nos ha dicho que va seguro a cumplir su destino.
La copa que no quiere tomar no es esta. Los testimonios de otros [seres humanos] menores que él (como Sócrates, tomando con alegría y gallardía de la cicuta en la prisión en Atenas mientras le llama la atención a sus discípulos que lloran diciendo: “hagan silencio y sean valientes”), nos hacen concluir que Jesucristo no es menos que Sócrates. El testimonio de los mártires de la fe Cristiana nos hace concluir lo mismo. Jesús les había dicho que serían perseguidos e injuriados y que debían regocijarse por esto y alegrarse por ese privilegio. Entonces el problema puede estar en la copa de la que habla; la copa del Juicio de Dios. En Job 21:19-20 nos dicen esto acerca de esa copa:
‘19 Dios guardará para los hijos de ellos su violencia; Le dará su pago, para que conozca.20 Verán sus ojos su quebranto, Y beberá de la ira del Todopoderoso.’
Por otro lado, en Ezequiel 23:32-34 nos dicen esto acerca de esa copa:
‘32 Así ha dicho Jehová el Señor: Beberás el hondo y ancho cáliz de tu hermana, que es de gran capacidad; de ti se mofarán las naciones, y te escarnecerán. 33 Serás llena de embriaguez y de dolor por el cáliz de soledad y de desolación, por el cáliz de tu hermana Samaria. 34 Lo beberás, pues, y lo agotarás, y quebrarás sus tiestos; y rasgarás tus pechos, porque yo he hablado, dice Jehová el Señor.’
Al mismo tiempo, en el Salmo 75:7-10 nos dicen esto acerca de esa copa:
‘7 Mas Dios es el juez; A éste humilla, y a aquél enaltece. 8 Porque el cáliz está en la mano de Jehová, y el vino está fermentado, Lleno de mistura; y él derrama del mismo; Hasta el fondo lo apurarán, y lo beberán todos los impíos de la tierra. 9 Pero yo siempre anunciaré Y cantaré alabanzas al Dios de Jacob. 10 Quebrantaré todo el poderío de los pecadores, Pero el poder del justo será exaltado.’
Ese juicio, el de la copa de la ira de Dios, trae consigo dolor del alma, desorientación absoluta del cuerpo y confusión al alma. Jesús se identifica tanto con el pecador que siente su dolor y su juicio. Su dolor es el resultado de contemplar cara a cara (como hombre) el resultado del juicio divino que espera al ser humano por haberle fallado a Dios. De hecho, en Jn 18:11 (durante el arresto) le dirá a Pedro que él tiene que tomar la copa que el Padre le da.
La copa que no quiere tomar no es esta. Los testimonios de otros [seres humanos] menores que él (como Sócrates, tomando con alegría y gallardía de la cicuta en la prisión en Atenas mientras le llama la atención a sus discípulos que lloran diciendo: “hagan silencio y sean valientes”), nos hacen concluir que Jesucristo no es menos que Sócrates. El testimonio de los mártires de la fe Cristiana nos hace concluir lo mismo. Jesús les había dicho que serían perseguidos e injuriados y que debían regocijarse por esto y alegrarse por ese privilegio. Entonces el problema puede estar en la copa de la que habla; la copa del Juicio de Dios. En Job 21:19-20 nos dicen esto acerca de esa copa:
‘19 Dios guardará para los hijos de ellos su violencia; Le dará su pago, para que conozca.20 Verán sus ojos su quebranto, Y beberá de la ira del Todopoderoso.’
Por otro lado, en Ezequiel 23:32-34 nos dicen esto acerca de esa copa:
‘32 Así ha dicho Jehová el Señor: Beberás el hondo y ancho cáliz de tu hermana, que es de gran capacidad; de ti se mofarán las naciones, y te escarnecerán. 33 Serás llena de embriaguez y de dolor por el cáliz de soledad y de desolación, por el cáliz de tu hermana Samaria. 34 Lo beberás, pues, y lo agotarás, y quebrarás sus tiestos; y rasgarás tus pechos, porque yo he hablado, dice Jehová el Señor.’
Al mismo tiempo, en el Salmo 75:7-10 nos dicen esto acerca de esa copa:
‘7 Mas Dios es el juez; A éste humilla, y a aquél enaltece. 8 Porque el cáliz está en la mano de Jehová, y el vino está fermentado, Lleno de mistura; y él derrama del mismo; Hasta el fondo lo apurarán, y lo beberán todos los impíos de la tierra. 9 Pero yo siempre anunciaré Y cantaré alabanzas al Dios de Jacob. 10 Quebrantaré todo el poderío de los pecadores, Pero el poder del justo será exaltado.’
Ese juicio, el de la copa de la ira de Dios, trae consigo dolor del alma, desorientación absoluta del cuerpo y confusión al alma. Jesús se identifica tanto con el pecador que siente su dolor y su juicio. Su dolor es el resultado de contemplar cara a cara (como hombre) el resultado del juicio divino que espera al ser humano por haberle fallado a Dios. De hecho, en Jn 18:11 (durante el arresto) le dirá a Pedro que él tiene que tomar la copa que el Padre le da.
El análisis de los textos griegos nos ofrece la posibilidad de otra traducción para la frase “pasa de mi esta copa.” Una posible traducción puede ser esta: “que llegue rápido o pase rápido.” O sea, que no es que se haya debilitado o acobardado; su visión no ha cambiado. Es por eso que puede llamar a Dios “Padre mío…” Jesús sale de Getsemaní con una resolución indómita. Es esta la predicación del carácter de nuestro Salvador de cara a su muerte.” [5]
Estas aseveraciones nos llevan a la conclusión de que el dolor que sufría Jesús era provocado porque la copa que Él tenía que tomar era la copa del juicio de Dios. Él quería hacerlo con celeridad. La buena noticia es que Jesús tomó esa copa por nosotros.
Es importante que los lectores destaquen en esta cita todas las ocasiones en las que mencionamos que Jesús estaba hablando con el Padre Celestial. O sea, que el Padre estaba presente en medio de las angustias que Jesús estaba sufriendo.
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Lo libraré y le glorificaré.
El cumplimiento de esta cláusula lo vemos en el poder desatado para la resurrección de Cristo.
Ciertamente el Evangelio de Juan dice que Jesús se resucitó a sí mismo (Jn 10:18). En cambio, el libro de Los Hechos dice que el Padre resucitó a Jesús (Hch 2:32; 4:10), mientras que la carta que el Apóstol Pablo le escribe a la Iglesia en Roma dice que fue el Espíritu Santo el que hizo esto (Rom 8:11). Sabiendo que este es el misterio de la Trinidad en acción, no nos queda otra avenida que la que nos lleva a concluir que la resurrección es la acción de liberación que la Trinidad opera en Jesús.
Luego de esto se desarrolló el proceso de glorificarle, de honrarle, de exaltar al segundo Adán. La Biblia está llena de pasajes que confirman esto. Ya hemos visto lo que dice el capítulo 3 del libro de Los Hechos: “el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús”(Hch 3:13b). También hemos visto lo que dice el Apóstol Pablo en su carta a los Filipenses:
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9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9-11)
Además, tenemos disponible otro ejemplo de esto en la Primera Carta del Apóstol Pablo a uno de sus discípulos llamado Timoteo:
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16 E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria. (1 Timoteo 3:16)
Estos datos demuestran que el verso 15 del Salmo 91 posee algo más que un mensaje de esperanza para todos aquellos que atravesamos por los valles del dolor. Estos versos poseen unos ribetes proféticos que apuntan a la victoria de Cristo en la Cruz.
Referencias
[1] Swanson, J. (1997). Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] https://iep.utm.edu/anselm/
[3] https://www.anselm.edu/about/history-mission/who-was-saint-anselm
[4] https://www.monergism.com/thethreshold/articles/onsite/emotionallife.html
[5] El Heraldo, 5 de abril de 2009• Año 2009 • Volumen VIII • No. 170
[1] Swanson, J. (1997). Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] https://iep.utm.edu/anselm/
[3] https://www.anselm.edu/about/history-mission/who-was-saint-anselm
[4] https://www.monergism.com/thethreshold/articles/onsite/emotionallife.html
[5] El Heraldo, 5 de abril de 2009• Año 2009 • Volumen VIII • No. 170
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2023
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March
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